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La Gran Meretrix (3)

novela galante

biografía psicalíptica

«Yacentes la Gran Meretrix y el Hombre sobre el tálamo maculado, entre sábanas alborotadas, desprovistos los dos de toda ropa y pudor, beben champagne francés del que no existe en esta tierra de penuria, y ella, con ronroneo felino, refiere sus trapisondas lascivas con el comandante y su amigo capitán como si de una contienda bélica se tratara (…)

»(…) Una vez genuflexa la fortaleza, la táctica consistía en distraerla por la vanguardia con el grueso de las tropas del comandante bien firme y, cuando mordía el anzuelo, y mientras lo chupaba, lo lamía y lo besuqueaba con fruición, el capitán atacaba por detrás con su ariete batiendo en sucesivas embestidas tan fuertes que conseguían conmocionar a todos los cuerpos en lid. Después de lo cual, debidamente respuesto el armamento y las municiones, penetraban a la vez las dos puertas del centro gravitatorio del enemigo, delantera y trasera, hasta conseguir arrancarle la rendición en forma de alaridos de súplica y mil perdones (…)»

El Hombre se excitaba con el relato pronunciado sin pasión y con toda clase de detalles, al gusto del consumidor. Él se sentía feliz al comprobar el efecto que la narración causaba en su anatomía, y se abalanzaba sobre ella para taparle la boca a besos y poseer una y otra vez aquel cuerpo tanto tiempo deseado. Ella lo recompensaba con un plañido complaciente, y él retrocedía y le suplicaba que continuara hablando aun cuando fuese a expensas de inventarse lo que fuera.

—¿Y qué dijeron cuando les ofreciste la niña?

—Se volvieron locos —la Gran Meretrix, átona y lejana—. Fue entonces cuando me prometieron que no iban a matar a Víctor. Ya están fantaseando sobre lo que le van a hacer a la niña.

—¿Y qué le harán? ¿Qué le harán?

—De entrada, lo mismo que a mí. Luego…

—¿Qué, qué?

Con una mueca de hastío que la hacía mucho más hermosa, perversa y apetecible, la Gran Meretrix continuaba hablando mientras se incorporaba y tomaba con delicadeza la jeringuilla que la esperaba sobre la mesita de noche, junto a la cucharilla, el polvo blanco de la papelina y una goma elástica que la ayudaría a encontrarse la vena.

—¿Y qué más?

Después del pinchazo, adormilada contra el cabezal de la cama.

—Hablé con ellos de filatelia, ¿sabes?

—¿Cómo?

—Que hablé con ellos de filatelia, ¿sabes?

—Una puta no habla de filatelia con sus clientes.

—Yo no soy una puta normal. ¿Sabes? Ni el uno ni el otro sabían lo que era un apócrifo. Ni una calcografía, ni la filigrana. Los sellos de correos se la traían floja. A los dos.

—A lo mejor, sólo les gusta mirar los dibujitos.

La Gran Meretrix con los ojos cerrados, desnuda, tan sucia, tan hermosa.

—Eres un hijo de puta. Ese álbum de sellos era para ti.

—¿Y eso a ti qué más te da? Anda, sígueme contando. ¿Qué más le van a hacer a la niña?

—¿Y eso a ti qué más te da? —repetía ella, como un eco, lejos de allí.