Miguel Jinete se reincorporó a la vida pública el 29 de octubre, en una memorable velada pugilística en el Iris Park. Ferrando contra Torelló, Valls contra Americano y, en letras pequeñas, al final de todo, Jinete contra Goñi.
El día anterior, jueves, se presentó en el Centro Libertario para darle un abrazo a Juliol.
—¡Miguel! ¿Es prudente…? —preguntó el veterano anarquista, emocionado de verle.
—Dicen que sí. No puedo permanecer eternamente escondido. En realidad, ya me detuvieron y no les quedó más remedio que soltarme. Si me he mantenido al margen, ha sido por si acaso, por lo que pudieran averiguar a continuación, una prueba, nuevos testigos, ya sabes lo que es eso. Pero ahora me dicen que estoy seguro, que ya nadie pregunta por mí ni por lo que ocurrió aquella noche…
—¿Aquella noche? ¿Moscoso…?
—¡Schsst! ¿Tú cómo estás?
—Como siempre. Orgulloso de ti. ¿Te has enterado de lo de los rusos? ¡El socialismo ha derrotado a los zares!
Un nuevo abrazo emocionado.
—¿Y Victorino? ¿Y el Fueye? ¿Vienen por aquí?
—Víctor, sí. El Fueye está muy jodido.
—¿Qué le pasa?
—Desde aquella noche. Ya sabes. Aurorita no quiere saber nada de él. Está hundido.
Miguel fue al piso de la calle Borrell.
Llamó al timbre. Mi padre lo vio a través de la mirilla. Latió en el aire la posibilidad de que lo rechazara como Aurora lo había rechazado a él. «Déjame en paz». Pero no lo hizo. Fue duro. Exigió un esfuerzo visible. Pero abrió. Sin decir palabra, se abrazaron. Y mi padre, en brazos de un amigo, lloró de nuevo.
No hablaron de lo de aquella noche. Apenas una mención, «me han dicho que Aurorita…», «déjalo», y en seguida las novedades tristes de mi padre, «he dejado la música», «¡no me jodas!», «trabajo en los Grandes Almacenes El Siglo», «¿pero qué dices?», y las noticias alegres de Miguel:
—Mañana debuto como profesional en el Iris Park. Ah, sí, señor, no pongas esa cara. Jinete contra Goñi, ahí me verás en los carteles, en letra pequeña pero ya crecerá. Lo organiza el Ateneo Enciclopédico Popular en el Iris Park. Esto del boxeo está en alza en todo el mundo, Fueye. En Francia están como locos desde que su campeón Carpentier noqueó al americano Lewinski, en Nueva York. Es el deporte del futuro, y yo soy uno de los principales valores de este país. ¿Qué te parece? Dicen que pronto van a fundar la Federación Española y quiero ser uno de los primeros afiliados. Estos días he estado yendo a un gimnasio del Raval, uno de verdad, no como el del Centro, y he entrenado, y mi preparador dice que estoy listo para partirle el alma a Goñi. Y mañana quiero verte allí, en primera fila, pidiéndome a gritos que lo mate.
La expresión desolada de mi padre hacía pensar que se identificaba con el pobre Goñi.
—El caso es que mañana pensábamos ir, con Víctor y la Llusieta, a ver el Tenorio…
Habían estado eligiendo entre las seis diferentes versiones que se ofrecían aquel año, como era tradición en las vísperas de Todos los Santos, en los teatros Novedades, Doré, Circ Barcelonès, España, Bosque y Círcol de Sans, y ya se habían decidido por el Doré, donde Anita Adamuz hacía de doña Inés y Manolo González de Don Juan.
—¡Pues lo dejáis para otro día! Mañana os quiero ver a ti, a Víctor, a la señora Llusieta… ¿Todavía le gusta el boxeo a la Llusieta? ¿Todavía dice Verge Santíssima todo el rato? —aprovechó que mi padre sonreía para preguntar—: ¿Cuál es el último?
—¿El último?
—¡El último chiste, coño, Fueyito!
—Ah, No. Se acabaron los chistes, Miguel.
—No me jodas. Se acabó la música, se acabaron los chistes, has dejado de ver a Dulce y Bombón…
—¿Cómo lo sabes?
—¿Que cómo lo sé? No hay más que verte. Estos días he estado escondido en el piso d’En Carabassa. Y esta misma tarde, en cuanto localice a Victorino, iremos a verlas y les haremos los honores, porque esto no puede ser. Deja esta colección de sellos para tu padre, coño. ¡Que tienes veinte años, joder! ¡Eres joven, estás vivo!
Descubrí algo interesante respecto a Dulce y Bombón y su Bombonera de la calle d’En Carabassa. No recuerdo que ni mi padre ni Víctor hubieran mencionado la ubicación exacta del burdel cuando apareció en la relación de los hechos de la noche de 19 de enero del 21, que más adelante relataré. Escribió Miguel Jinete que salían con Ángel Espada de la Bombonera y, «allí mismo, en la esquina d’En Carabassa con Escudellers…». Esa referencia me remitió a un documento muy especial que tenía carpeta propia entre los papeles que me dio Madurga: un contrato de compraventa fechado en 1962 mediante el cual Miguel Jinete vendía el piso segundo, puerta primera, del número 5 de la calle d’En Carabassa. Eso evidenciaba que Miguel Jinete había sido el propietario de la Bombonera, que él había retirado a Dulce y Bombón del burdel donde las había conocido, probablemente había pagado un precio por ellas y las había instalado allí para que trabajaran para él. Eso explica que, entre el 22 y el 29 de octubre se hubiera escondido allí, como dijo. Al fin y al cabo, aquélla era su casa.
Llegó Víctor y, al ver que mi padre había aceptado a Miguel (que tenía sus dudas), también lo acogió con un abrazo y con risas. El Trío del Pompeya reunido de nuevo.
—¿Sabéis qué me han dicho? Que, al reconstruir el Pompeya, en lugar de las mesas que había alrededor del escenario, han puesto unos bancos, como de iglesia.
—Qué bárbaro. Te pondrás allí como esperando a que te recen el dóminus vobiscum.
—Bueno, tiene su atractivo. Resulta un poco depravado, ¿no os parece?
Fue feliz el reencuentro con aquellas dos mujeres, Dulce y Bombón, tan hermosas, siempre sonrientes, siempre complacientes y tan sabias en el trato de los hombres. Ellas supieron envolver a mi padre en halagos y perfume… y eso es todo lo que pude obtener de Víctor: que ellas envolvieron a mi padre en halagos y perfume. Supongo que debo interpretar que mi padre, poco a poco, iba volviendo a la vida.
La noche siguiente, Víctor, mi padre, mi abuelo Alberto, la señora Llusieta y Dulce y Bombón se encontraron vociferando frente al ring del Iris Park donde Miguel se enfrentaba a un sujeto más canijo y torpe que él, llamado Goñi, que atacaba y atacaba, enfurecido e inofensivo como el perro ladrador ante el buey paciente. Miguel estuvo absorbiendo sin esfuerzo aparente sus golpes predecibles durante dos rounds. Al principio del tercero, se cansó de bailar, pasó al contraataque y, con un par de directos a la mandíbula, tiró al otro a la lona y ganó por k. o.
Dulce y Bombón daban saltitos y chillaban, y atraían las miradas codiciosas de los hombres de alrededor. Ellas se colgaban de Víctor para que las protegiera. Junto a los tres, la señora Llusieta se ponía colorada, se mordía los nudillos y gritaba Verge Santíssima. El abuelo permitía, tolerante, que se le contagiara la excitación. Y mi padre me reconoció que se sentía orgulloso de llamarse amigo del campeón.
Entre un round y otro, Víctor le comunicó la noticia a mi padre:
—He recibido una carta. Me han llamado a filas.
—¿Ah, sí? ¿Y sabes dónde te envían?
—¿Dónde me van a enviar? A África. A matar moros.
—Entonces, no tardarán en llamarme a mí también. Tenemos la misma edad.