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Se hablaba mucho de anarquismo en la casa de la familia Escolá. Ninguno de sus miembros militaba en sindicato alguno pero eran muy críticos con el funcionamiento de la sociedad, creían que pronto deberían cambiar las cosas teniendo en cuenta a los desfavorecidos y el comunismo libertario era la única solución que en aquellos momentos se vociferaba por las calles. Por eso, para Aurorita fue una experiencia significativa conocer a Juliol. Y el Trío del Pompeya daba por supuesto que a Juliol le gustaría conocer a Aurorita.

Cuando llegaron al Centro Libertario del Poblenou, Aurorita lo recorrió como si fuera un palacio real. Se detuvo ante el tablón de anuncios donde se exponían los diversos actos previstos y quería apuntarse a todo: mostró su entusiasmo ante la posibilidad de visitar el Observatorio Fabra y el Museo del Fomento Regional de Sant Martí de Provençals, incluso de tomar un cursillo de hipnotismo, quería conocerlo todo. La ternura entristeció su gesto cuando sorprendieron al coro de niños del barrio ensayando el himno de los Ateneos:

Ateneus de Catalunya, centres instructius obrers

sou la joia mes preuada del gran carro del progrès…

Juliol andaba por la biblioteca, buscando algo entre los estantes. Cuando llegaron hasta él, acababa de encontrarlo. Un libro. Se dirigió a mi padre y se lo entregó.

—Mira, llegas justo a tiempo porque precisamente estaba pensando en ti. Quería regalarte esto.

Era una gramática catalana.

—Creía que los anarquistas estabais a favor del idioma universal, el esperanto, para entendimiento de todos los pueblos —dijo mi padre.

—Una cosa no quita la otra, amigo Fernando —repuso el maestro—. La patronal está utilizando el idioma para dividir a los obreros, de manera que nosotros debemos usarlo también, pero para conseguir la unión y la complicidad. La Lliga, en catalán, revienta huelgas con sus somatenes organizados, y en catalán aporrea a los que reparten propaganda anarquista. Con eso fomenta la idea de que los catalanes son ricos capitalistas y sólo es obrero aquel inmigrante que habla en castellano…

Estaban apretujados en el estrecho pasillo de estanterías llenas de libros y eso había impedido que Juliol viera inmediatamente a Aurora. La atisbó mientras hablaba y sus ojos se llenaron de interés y de vida.

—… Eso da protagonismo a los obreros que acaban de llegar y se conforman con sueldos ínfimos y renuncian a derechos que nunca conocieron en su lugar de origen, y debilita a los obreros catalanes que han conseguido unas ventajas a fuerza de lucha sindical, anarquista y obrera —sin dejar de perorar, se abrió paso entre mi padre, Víctor y Miguel para llegar hasta la mujer más hermosa que había visto en su vida. Aquellos ojos tan tristes—. La Lliga fomenta que los obreros canten de fora vingueren que de casa et tragueren y Catalunya és plena de merda, sort en tenim dels murcians que la netegen amb la llengua. Así, nos tienen divididos, enfrentados los unos contra los otros, quitan poder a los más exigentes y se lo dan a los más ignorantes y conformistas —terminó precipitadamente su discurso—: No, amigo: la lucha es conjunta y, si todos sabemos expresarnos en catalán y en castellano, nadie podrá usarnos a unos contra otros y todos formaremos un todo. ¿Quién es esta chica?

Tendió la mano maquinalmente.

Aurora saludó al maestro de Víctor y Miguel, de quien tanto le habían hablado, como si fuera una personalidad de fama mundial. Y el maestro, como todos los hombres que tenían el privilegio de contemplar a Aurorita Escolá, se enamoró de ella inmediatamente, y los Tres del Pompeya intuyeron que la iba a mimar mucho más a ella que a cualquiera de ellos. En seguida, Aurora y Juliol se sentaron, pidieron copitas del estudiante («yo la llamo así, ¿no se llama así?») y se pusieron a discutir como si los otros no existieran. Establecieron de entrada los puntos en común. Los pobres tenían el derecho inalienable de proteger su existencia como fuera, por cualquier medio a su alcance, tanto si era legal o ilegal. Una cuestión de defensa propia. El derecho a la vida. Y, para sorpresa de sus amigos, a partir de aquel momento la cantante se expresó con un desparpajo y una ingenuidad que ellos jamás se habrían permitido ante el furibundo anarquista. Dijo la chica que ella estaba de acuerdo en que había que cambiar las cosas, pero no estaba segura de querer una revolución, «es decir, un violento giro de ciento ochenta grados».

—¿Pues qué quieres? —ironizó Juliol, un poco despectivo—. ¿Un suave giro de noventa grados?

—Hay que desmontar un reloj para volver a montarlo y tener un reloj mejor —decía ella, con candidez seductora, bajo la mirada orgullosa del Trío que la apadrinaba—, ¿pero qué pasa, si después de desmontarlo, no sabemos reconstruirlo otra vez?

—Te equivocas. Si desmontamos un reloj, no es para montar otro reloj sino algo completamente distinto. Si desmontamos un sistema capitalista explotador y despiadado, no es para construir otro sistema capitalista mejor ni nada parecido. Si caemos en los errores de conservadurismo burocrático, nos estaremos cavando nuestra propia tumba.

—Pero las piezas son de reloj —objetaba ella, sin ceder terreno pero ávida de aprender—. Quiero decir que las piezas que componen lo que tenemos son hombres y mujeres, con sus pasiones y sus envidias, capaces de grandes heroicidades y de traiciones, codiciosos y generosos, grandes creadores y absolutos ineptos incapaces de hacer nada a derechas. Ésas son las piezas, ésa es la materia prima, y con ella hasta ahora la humanidad sólo ha sido capaz de fabricar un reloj, esta porquería de reloj que tenemos. Y tú pretendes ahora que, con estas piezas, se construya una locomotora. No lo veo. Lo que a mí me parece es que, con piezas de reloj, sólo se pueden fabricar relojes. Sólo que confío en poder construir un reloj que no sea explotador ni despiadado.

Si hubiera estado discutiendo con otra persona, Juliol ya habría sacado el genio, el puñetazo en la mesa y las palabras gruesas. Incluso cuando debatía de política con el Trío del Pompeya se mostraba intolerante. Aurora, en cambio, con aquel «reloj que no sea explotador ni despiadado», consiguió arrancarle una risa que ni siquiera había aflorado con los chistes de mi padre.

—Tú no te preocupes, relojera —dijo al fin, atreviéndose a agarrarle la mano—, porque estamos ganando la guerra. El Sindicato Único de la CNT ya pasa de los setecientos mil afiliados. Sólo en Barcelona tenemos un cuarto de millón de miembros. Vivimos en la capital del anarquismo europeo y aquí haremos que la utopía se haga realidad.