UNO DE LOS DESCUBRIMIENTOS más fecundos y de mayor alcance de Freud es su concepto del narcisismo. El mismo Freud lo consideraba uno de sus hallazgos más importantes, y lo empleó para comprender fenómenos tan diferentes como la psicosis («neurosis narcisista»), el amor, la castración, el miedo, los celos, el sadismo, y también para comprender los fenómenos de masas, como disposición de las clases reprimidas a ser leales a sus gobernantes. En este capitulo me propongo seguir la orientación de Freud y examinar el papel del narcisismo para la comprensión del nacionalismo, de los odios nacionales y de las motivaciones psicológicas para la destrucción y la guerra.
Quiero, de pasada, mencionar el hecho de que el concepto de narcisismo apenas si recibió alguna atención en los escritos de Jung y de Adler, y también menos de la que merece en los de Horney. Aun en la teoría y la terapia freudianas ortodoxas el uso del concepto de narcisismo quedó muy restringido al narcisismo del niño pequeño y del paciente psicótico. El que no se haya apreciado suficientemente la fecundidad de este concepto probablemente se deba a que Freud lo metió, forzándolo, en la estructura de su teoría de la libido.
Freud partió de su interés por comprender la esquizofrenia en relación con la teoría de la libido. Como el paciente esquizofrénico no parece tener ninguna relación libidinosa con los objetos (ya de hecho ya en la fantasía), Freud fue llevado a preguntarse: «¿Cuál es en la esquizofrenia el destino de la libido retraída de los objetos?»[34].
Su respuesta es: «La libido sustraída al mundo exterior ha sido aportada al yo, surgiendo así un estado al que podemos dar el nombre de narcisismo»[35]. Freud supuso que la libido está originariamente almacenada toda en el ego, lo mismo que en un «gran depósito»; después se extendió a los objetos, pero se retirado ellos fácilmente y vuelve al ego. Esta opinión fue modificada en 1922, cuando escribió que «tenemos que reconocer el id como el mayor depósito de la libido», aunque no parece haber abandonado nunca por completo la opinión anterior.[36]
Pero la cuestión teórica de si la libido comienza originariamente en el ego o en el id no es de importancia esencial para el significado del concepto en sí mismo. Freud no modificó nunca la idea fundamental de que el estado natural del hombre, en la primera infancia, es el de narcisismo («narcisismo primario»), en que no hay todavía relaciones con el mundo exterior, que después, en el curso del desarrollo normal, el niño empieza a aumentar en plenitud e intensidad sus relaciones (libidinosas) con el mundo exterior, pero que en muchos casos (el más agudo de los cuales es la locura) retira su vinculación libidinosa de los objetos y vuelve a dirigirla a su ego («narcisismo secundario»). Pero aun en el caso de un desarrollo normal, el individuo sigue siendo narcisista en cierta medida durante toda su vida.[37]
¿Cómo se desarrolla el narcisismo en la persona «normal»? Freud esbozó las principales líneas de ese desarrollo, y el párrafo que sigue es un breve resumen de sus hallazgos.
En el seno materno el feto vive todavía en un estado de narcisismo absoluto.
El nacimiento —dice Freud— representa el paso desde un narcisismo que se basta por completo a sí mismo a la percepción de un mundo exterior variable y al primer descubrimiento de objetos.[38]
Pasan algunos meses antes de que el niño pueda percibir objetos externos como tales, como parte del «no yo». Mediante los muchos golpes que recibe el narcisismo del niño, su conocimiento, cada vez mayor, del mundo exterior y sus leyes, es decir, de la «necesidad», el hombre convierte su narcisismo originario en «amor al objeto». Pero, dice Freud, «el hombre permanece hasta cierto punto narcisista, aun después de haber hallado para su libido objetos exteriores»[39]. En realidad, el desarrollo del individuo puede definirse, en términos de Freud, como la evolución desde el narcisismo absoluto hasta la capacidad para el razonamiento objetivo y para el amor al objeto; capacidad, empero, que no trasciende limitaciones definidas. La persona «normal», «madura», es aquella cuyo narcisismo se ha reducido al mínimo socialmente aceptado, sin que desaparezca nunca por completo. La observación de Freud es confirmada por la experiencia diaria. Parece que en la mayor parte de los individuos puede encontrarse un núcleo narcisista que no es accesible a ningún intento de disolución completa y que lo desafía.
Quienes no conozcan suficientemente el lenguaje técnico de Freud probablemente no se formarán una idea clara de la realidad y el poder del narcisismo, a menos que se haga una descripción más concreta del fenómeno. Esto es lo que trataré de hacer en las siguientes páginas. Pero antes de hacerlo, deseo exponer algunas aclaraciones sobre la terminología. Las opiniones de Freud sobre el narcisismo se basan en su concepto de la libido sexual. Como ya he dicho, ese concepto mecánico de la libido bloqueó, más que fomentó, el desarrollo del concepto de narcisismo. Creo que son mucho mayores las posibilidades de llevarlo a su plena fructificación si se usa un concepto de energía psíquica que no sea idéntica a la energía del impulso sexual. Jung lo hizo, y hasta fue admitido inicialmente en la idea de Freud de la libido desexualizada. Pero aunque la energía psíquica asexual difiere de la libido de Freud, es, como la libido, un concepto de energía; se refiere a fuerzas psíquicas, visibles sólo mediante sus manifestaciones, que tienen cierta intensidad y cierta dirección. Esta energía envuelve, unifica y mantiene unido al individuo dentro de sí mismo así como al individuo en sus relaciones con el mundo exterior. Aun cuando no se esté de acuerdo con la primera opinión de Freud según la cual, aparte del impulso para sobrevivir, la energía del instinto sexual (libido) es la única fuerza motriz importante para la conducta humana, y si en vez de ella se usa un concepto general de energía psíquica, la diferencia no es tan grande como se inclinan a creer muchos que piensan en términos dogmáticos. El punto esencial del que depende toda teoría o terapia que pueda llamarse psicoanálisis, es el concepto dinámico de la conducta humana; es decir, el supuesto de que motivan la conducta fuerzas altamente cargadas, y que la conducta sólo puede comprenderse y preverse conociendo esas fuerzas. Este concepto dinámico de la conducta humana es el centro del sistema de Freud. Cómo son concebidas teóricamente esas fuerzas, ya de acuerdo con una filosofía mecanicista-materialista o bien de acuerdo con un realismo humanista, es cuestión importante, pero secundaria respecto de la cuestión central de la interpretación dinámica de la conducta humana.
Comencemos nuestra descripción del narcisismo con dos ejemplos extremos: el «narcisismo primario» del niño recién nacido, y el narcisismo del individuo demente. El niño todavía no se relaciona con el mundo exterior (en términos freudianos, su libido todavía no se ha dirigido a objetos exteriores). Otra manera de expresarlo es decir que el mundo exterior no existe para el niño, y esto hasta tal punto que aún no puede distinguirse entre el «Yo» y el «no Yo». También podemos decir que el niño no está interesado (inter-esse = «estar en») en el mundo exterior. La única realidad que existe para el niño es él mismo: su cuerpo, sus sensaciones físicas de frío y calor, de sed, de la necesidad de dormir, y de contacto corporal.
La persona demente está en una situación que no difiere esencialmente de la del niño. Pero mientras que para el niño el mundo exterior todavía no apareció como real, para la persona demente dejó de ser real. En el caso de alucinaciones, por ejemplo, los sentidos perdieron su función de registrar acontecimientos exteriores: registran la experiencia subjetiva en categorías de respuestas sensoriales a objetos exteriores. En la ilusión paranoide opera el mismo mecanismo. El miedo o el recelo, por ejemplo, que son emociones subjetivas, se objetivan de tal manera, que la persona paranoide está convencida de que están conspirando contra ella otras personas; ésta es precisamente la diferencia con la persona neurótica, que puede temer constantemente ser odiada, perseguida, etc., pero sigue sabiendo que eso es lo que ella teme. Para la persona paranoide el miedo se convirtió en un hecho.
Un ejemplo particular de narcisismo que está en la frontera entre la cordura y la locura puede verse en algunos hombres que alcanzaron un grado extraordinario de poder. Los faraones egipcios, los cesares romanos, los Borgia, Hitler, Stalin, Trujillo: todos ellos presentan ciertos rasgos análogos. Llegaron al poder absoluto; su palabra es el juicio definitivo sobre todo, incluidas la vida y la muerte; parece no haber límite a su capacidad de hacer lo que quieren. Son dioses, sin más limitaciones que la enfermedad, la vejez y la muerte. Tratan de encontrar solución al problema de la existencia humana con el intento desesperado de trascender sus limitaciones. Tratan de fingir que no hay límite para su concupiscencia y su poder, y duermen con incontables mujeres, matan a innumerables hombres, construyen castillos en todas partes, «quieren la luna», «quieren lo imposible».[40] Esto es demencia, aun cuando sea un intento de resolver el problema de la existencia fingiendo que no se es humano. Es una demencia que tiende a crecer durante toda la vida de la persona afectada. Cuanto más trata de ser dios, más se aísla de la especie humana; este aislamiento la hace más temerosa, todo el mundo se convierte en enemigo suyo, y, para hacer frente al miedo resultante, tiene que aumentar su poder, su crueldad y su narcisismo. Esta demencia cesariana no sería más que mera locura si no fuera por un factor: por su poder, César doblegó la realidad a sus fantasías narcisistas. Obligó a todo el mundo a reconocer que es dios, que es el más poderoso y sabio de los hombres, por donde su megalomanía parece un sentimiento razonable. Por otra parte, muchos lo odiarán, procurarán derribarlo y matarlo, por donde sus recelos patológicos tienen el respaldo de un núcleo real. En consecuencia, no se siente desconectado de la realidad, por donde puede conservar un mínimo de cordura, aunque en estado precario.
La psicosis es un estado de narcisismo absoluto, en que el individuo rompió toda conexión con la realidad exterior y convirtió a su propia persona en el sustituto de ella. Está totalmente lleno de sí mismo, llegó a ser «dios y el mundo» para sí mismo. Precisamente con esta idea abrió Freud por primera vez el camino al conocimiento dinámico de la naturaleza de la psicosis.
Mas, para quienes no están familiarizados con la psicosis, es necesario presentar un cuadro del narcisismo tal como se halla en individuos neuróticos o «normales». Uno de los ejemplos más elementales de narcisismo puede verse en la actitud de la persona corriente hacia su propio cuerpo. A la mayor parte de la gente le gusta su propio cuerpo, su cara, su figura, y si se le pregunta si se cambiaría por otra persona quizá más bella, dice que no, definitivamente. Aún es más elocuente el hecho de que la mayor parte de la gente no advierta el aspecto ni el olor de sus propias heces (en realidad, a algunos les gustan), aunque sienten una aversión definitiva hacia las de otras personas. No hay, evidentemente, ningún juicio estético ni de otro carácter implícito en esto. La misma cosa que es agradable cuando se relaciona con el cuerpo de uno, es desagradable cuando se relaciona con el cuerpo de otro.
Veamos ahora otro ejemplo menos común de narcisismo. Un individuo llama al consultorio de un médico y pide fecha para una consulta. El médico le dice que no puede darle fecha para aquella semana y le indica una para la siguiente. El paciente insiste en pedir una consulta inmediata, y no da como explicación, según podía esperarse, la causa de tanta urgencia, sino que menciona el hecho de que vive sólo a cinco minutos del consultorio del médico. Cuando éste responde que no resuelve su propio problema de tiempo el hecho de que el paciente tarde tan poco en llegar al consultorio, éste da señales de no comprender, y sigue insistiendo en que dio una razón suficientemente buena para que el médico le dé una hora inmediata. Si el médico es un psiquiatra ya habrá hecho una observación importante para el diagnóstico, a saber, que está tratando con una persona extremadamente narcisista, es decir, con una persona muy enferma. No son difíciles de comprender las razones. El paciente no es capaz de ver la situación del médico como algo aparte de la suya. Todo lo que está en el campo visual del paciente es su deseo de ver al médico, y el hecho de que tarda poco en llegar. No existe el médico con su horario y sus necesidades. La lógica del paciente es que si para él es fácil llegar, al médico le es fácil verlo. La observación diagnóstica acerca del paciente sería algo diferente si, después de la primera explicación del médico, el paciente fuera capaz de contestar: «Oh, doctor, naturalmente, lo comprendo; lo siento mucho, realmente fue una estupidez lo que dije». En este caso también estaríamos tratando con un individuo narcisista que al principio no diferencia su situación y la del médico; pero su narcisismo no es tan extenso y rígido como el del primer paciente. Es capaz de ver la realidad de la situación cuando se llama su atención hacia ella, y responde en consecuencia. Este segundo paciente probablemente se sentiría molesto por su desatino, una vez que lo hubiera advertido; el primero no se inquietaría en absoluto: se limitaría a criticar al doctor por su estupidez para comprender una cosa tan sencilla.
Un fenómeno análogo puede observarse fácilmente en un individuo narcisista que se enamora de una mujer que no le corresponde. El individuo narcisista se inclinará a no creer que la mujer no lo ame. Razonará así: «Es imposible que no me ame cuando yo la amo tanto», o «No podría amarla tanto si ella no me amase también». Después pasa a racionalizar la falta de correspondencia de la mujer con suposiciones como éstas: «Me ama inconscientemente; tiene miedo a la intensidad de su amor; quiere probarme, torturarme», y así por el estilo. Lo esencial aquí, como en el caso anterior, es que el individuo narcisista no puede percibir la «realidad» en otra persona como diferente de la suya.
Veamos dos fenómenos que en apariencia son extremadamente diferentes, y sin embargo los dos son narcisistas. Una mujer pasa muchas horas al día delante del espejo para arreglarse el pelo y la cara. No es sólo que sea vanidosa. Está obsesionada con su cuerpo y su belleza, y su cuerpo es la única realidad importante que conoce. Quizá está muy cerca de la leyenda griega que habla de Narciso, hermoso mancebo que rechazó el amor de la ninfa Eco, la cual murió de dolor. Némesis lo castigó haciéndolo enamorarse de su propia imagen reflejada por el agua del lago, y por admirarse más de cerca cayó al lago y se ahogó. La leyenda griega indica claramente que esta clase de amor a sí mismo es una maldición, y que en su forma extrema termina en autodestrucción.[41] Otra mujer (y muy bien podría ser la misma algunos años después) sufre hipocondría; está también constantemente preocupada con su cuerpo, no en el sentido de hermosearlo, sino porque teme enfermar. Por qué es elegida la imagen positiva o la negativa tiene, desde luego, sus razones, pero no necesitamos tratar aquí de ellas. Lo que importa es que detrás de los dos fenómenos está la misma preocupación narcisista por uno mismo, con escaso interés por el mundo exterior.
La hipocondría moral no es diferente, en lo esencial. En ella el individuo no tiene miedo de enfermar y de morir, sino de ser culpable. Tal individuo está constantemente preocupado por su culpa en cosas que hizo mal, en pecados que cometió, etc. Aunque al extraño —y a sí mismo— pueda parecerle particularmente concienzudo, moral, y hasta interesado por los demás, el hecho es que ese individuo sólo se interesa por sí mismo, por su conciencia, por lo que otros puedan decir de él, etc. El narcisismo subyacente en la hipocondría física o moral es el mismo narcisismo de la persona vanidosa, salvo que es menos aparente, como tal, a ojos no preparados. Se encuentra esta clase de narcisismo, que K. Abraham clasificó como narcisismo negativo, particularmente en estados de melancolía, caracterizados por sentimientos de insuficiencia, de irrealidad, de autoacusación.
Puede verse en formas aún menos agudas la orientación narcisista en la vida cotidiana. Un chiste famoso lo expresa graciosamente. Un escritor se encuentra con un amigo y durante mucho tiempo le habla de sí mismo. Después dice: «Hablé de mí hasta ahora. Hablemos ahora de ti. ¿Te gustó mi último libro?». Este individuo es típico para muchos que están preocupados consigo mismos y que prestan poca atención a los demás salvo como ecos de ellos mismos. Muchas veces, aunque obren de un modo servicial y bondadoso, lo hacen porque les gusta verse en ese papel; emplean su energía en admirarse a sí mismos y no en ver las cosas desde el punto de vista de la persona a quien ayudan.
¿Cómo puede reconocerse a la persona narcisista? Hay un tipo que es fácilmente identificable. Es el tipo de individuo que presenta todas las señales de satisfacción de sí mismo; puede advertirse que cuando dice unas palabras triviales cree que está diciendo algo de suma importancia. Por lo general no escucha lo que dicen los demás, ni se interesa realmente. (Si es inteligente, procurará ocultar ese hecho haciendo preguntas y fingiendo parecer interesado). También puede reconocerse a la persona narcisista por su susceptibilidad a toda clase de crítica. Esa susceptibilidad puede manifestarse negando la validez de toda crítica, o reaccionando con ira o con abatimiento. En muchos casos, la orientación narcisista puede ocultarse detrás de una actitud de modestia y humildad; no es raro, realmente, que la orientación narcisista de un individuo tome su humildad como objeto de su autoadmiración. Aunque son muy diferentes las manifestaciones del narcisismo, es común a todas ellas la falta de verdadero interés por el mundo exterior.[42]
A veces el individuo narcisista puede ser identificado también por su expresión facial. Con frecuencia encontramos un tipo de animación o de sonrisa que da la impresión de complacencia con algo, de beatífico, de confiado, de puerilidad para los demás. Frecuentemente, el narcisismo, especialmente en sus formas más extremas, se manifiesta en un brillo especial en los ojos, que unos toman por síntoma de semisantidad y otros de semilocura. Muchas personas muy narcisistas hablan incesantemente, con frecuencia en una comida, donde se olvidan de comer y hacen esperar a todos los demás. La compañía o la comida son menos importantes que su «ego».
El individuo narcisista no toma necesariamente toda su persona como objeto de su narcisismo. Frecuentemente enfoca su narcisismo sobre un aspecto parcial de su personalidad; por ejemplo, su honor, su inteligencia, sus proezas físicas, su ingenio, su buen aspecto (en ocasiones constreñido a detalles como el pelo o la nariz). A veces su narcisismo se refiere a cualidades de que normalmente no se enorgullecería una persona, como su capacidad para sentir miedo y, en consecuencia, para prever el peligro. «Él» se identifica con un aspecto parcial de sí mismo. Si preguntamos quién es «él», la respuesta adecuada sería que «él» es su cerebro, su fama, su riqueza, su pene, su conciencia, y así sucesivamente. Todos los ídolos de las diferentes religiones representan otros tantos aspectos parciales del hombre. En el individuo narcisista, el objeto de su narcisismo es cualquiera de las cualidades parciales que para él constituyen su yo. El individuo cuyo yo está representado por su propiedad puede recibir bien una amenaza a su dignidad, pero una amenaza a sus pertenencias es como una amenaza a su vida. Por otra parte, para el individuo cuyo yo está representado por su inteligencia, el hecho de haber dicho algo estúpido es tan doloroso, que puede tener por consecuencia un estado grave de depresión. Pero cuando más intenso es el narcisismo, menos aceptará el individuo narcisista el hecho del fracaso por su parte, o cualquier crítica legítima de los demás. Se sentirá ultrajado por la conducta insultante de la otra persona, o creerá que la otra persona es demasiado sensible, ineducada, etc., para formar juicio adecuado. (Recuerdo, a este respecto, un individuo brillante pero muy narcisista que, ante los resultados de una prueba de Rorschach a que se había sometido y que estaban muy lejos del concepto ideal que tenía de sí mismo, dijo: «Lo siento por el psicólogo que hizo esta prueba; debe ser muy paranoide»).
Tenemos que mencionar ahora otro factor que complica el fenómeno del narcisismo. Así como la persona narcisista hizo del concepto que tiene de sí misma el objeto de su adhesión narcisista, hace lo mismo con todo lo que se relaciona con ella. «Sus» ideas, «su» sabiduría, «su» casa, pero también la gente comprendida en «su» esfera de interés, se convierten en objetos de su adhesión fetichista. Como dijo Freud, el ejemplo más frecuente es probablemente la adhesión narcisista a los hijos propios. Muchos padres creen que sus hijos son los más bellos, los más inteligentes, etc., por comparación con otros niños. Parece que cuanto menores son los hijos, más intenso es este sesgo narcisista. El amor de los padres, y en especial el amor de la madre por el niño, es en medida considerable amor al niño como ampliación de uno mismo. El amor adulto entre hombre y mujer también tiene con frecuencia una calidad narcisista. El hombre enamorado de una mujer puede transferirle a ella su narcisismo, una vez que ella llegó a ser «suya». La admira y la adora por cualidades de que él la ha investido; precisamente porque ella forma parte de él, se convierte en portadora de cualidades extraordinarias. Un individuo así también pensará con frecuencia que todas las cosas que posee son extraordinariamente maravillosas y se «enamorará» de ellas.
El narcisismo es una pasión cuya intensidad en muchos individuos sólo puede compararse con el deseo sexual y el deseo de seguir viviendo. En realidad, muchas veces resulta más fuerte que uno y otro. Aun en el individuo corriente en quien no alcanza tal intensidad, hay un núcleo narcisista que parece casi indestructible. Siendo así, podríamos sospechar que, como el sexo y la supervivencia, la pasión narcisista tiene también una función biológica importante. Una vez que hemos planteado esta cuestión, la solución viene fácilmente. ¿Cómo podría sobrevivir el individuo si sus necesidades corporales, sus intereses, sus deseos, no estuvieran cargados de gran energía? Biológicamente, desde el punto de vista de la supervivencia, el hombre tiene que atribuirse a sí mismo una importancia muy por encima de la que da a cualquier otro. Si no lo hiciese, ¿de dónde sacaría la energía y el interés para defenderse contra otros, para trabajar por su subsistencia, para luchar por su supervivencia, para sustentar sus derechos contra los de los demás? Sin narcisismo, podría ser un santo, ¿pero tienen los santos un índice elevado de supervivencia? Lo que desde un punto de vista espiritual sería sumamente deseable —la ausencia de narcisismo— sería sumamente peligroso desde el punto de vista mundano de la supervivencia. Hablando teleológicamente, podemos decir que la naturaleza dotó al hombre de una gran cantidad de narcisismo a fin de permitirle hacer lo que es necesario para sobrevivir. Esto es cierto especialmente porque la naturaleza no dotó al hombre de instintos bien desarrollados, como los que tiene el animal. El animal no tiene «problemas» de supervivencia en el sentido de que su naturaleza intrínsecamente instintiva se cuida de la supervivencia, de tal manera que el animal no tiene que pensar ni decidir si necesita o no hacer un esfuerzo. En el hombre el aparato instintivo ha perdido la mayor parte de su eficacia, y en consecuencia el narcisismo asume una función biológica muy necesaria.
Pero después de reconocer que el narcisismo desempeña una función biológica importante, nos encontramos ante otra cuestión. ¿No tiene el narcisismo extremado la función de hacer al individuo indiferente hacia los demás, incapaz de relegar a un segundo lugar sus necesidades cuando ello es necesario para cooperar con otros? ¿No hace el narcisismo asocial al individuo y, en realidad, demente, cuando alcanza un grado extremo? No puede dudarse que el narcisismo individual extremo es un grave obstáculo para toda vida social. Pero si es así, puede decirse que el narcisismo está en conflicto con el principio de la supervivencia, pues el individuo únicamente puede sobrevivir si se organiza en grupos; difícilmente podría alguien protegerse completamente solo contra los peligros de la naturaleza, ni sería capaz de hacer muchas clases de trabajo que sólo pueden hacerse en grupos.
Llegamos, pues, al paradójico resultado de que el narcisismo es necesario para la supervivencia, y al mismo tiempo que es una amenaza para ella. La solución de esta paradoja se halla en dos direcciones. Una es que sirve a la supervivencia el narcisismo óptimo, no el máximo; es decir, que el grado biológicamente necesario de narcisismo se reduce al grado de narcisismo que es compatible con la cooperación social. La otra reside en el hecho de que el narcisismo individual se transforma en narcisismo de grupo, que el clan, la nación, la religión, la raza, etc., sustituyen al individuo como objetos de pasión narcisista. Así, se conserva la energía narcisista, pero se usa en interés de la supervivencia del grupo y no de la supervivencia del individuo. Antes de pasar a tratar este problema del narcisismo de grupo y de su función sociológica, deseo estudiar la patología del narcisismo.
El resultado más peligroso de la adhesión narcisista es la deformación del juicio racional. El objeto de adhesión narcisista es considerado valioso (bueno, hermoso, sabio, etc.) no sobre la base de un juicio de valor objetivo, sino porque soy yo o es mío. El juicio de valor narcisista es prejuicioso y tendencioso. Habitualmente, ese prejuicio es racionalizado en una forma u otra, y esa racionalización puede ser más o menos falaz, de acuerdo con la inteligencia y la sofisticación de la persona en cuestión. En el narcisismo de los borrachos la deformación es evidente, por lo general. Lo que vemos es un individuo que habla de un modo superficial y trivial, pero con el aire y el tono de quien pronuncia las palabras más maravillosas e interesantes. Subjetivamente, tiene la sensación eufórica de estar «en la cumbre del mundo», mientras que, en realidad, se halla en un estado de autoinflación. No quiere decir todo esto que las manifestaciones del individuo altamente narcisista sean necesariamente aburridas. Si es persona bien dotada o inteligente, expresará ideas interesantes, y si las valora altamente, su juicio no será del todo equivocado. Pero el individuo narcisista tiende a valorar su producción elevadamente, en todos los casos, y su verdadera calidad no es decisiva para llegar a esa valoración. (En el caso del «narcisismo negativo» la verdad es lo contrario. La persona tiende a subvalorar todo lo que es suyo, y su juicio es igualmente tendencioso). Si se diera cuenta del carácter deformado de sus juicios narcisistas, el resultado no sería tan malo. Desearía —y podría— adoptar una actitud humorística hacia su tendencia narcisista. Pero esto es raro. Habitualmente, el individuo está convencido de que no hay deformación, y de que su juicio es objetivo y realista. Esto conduce a una grave deformación de su capacidad de pensar y de juzgar, ya que dicha capacidad se embota una y otra vez cuando él trata de sí mismo y de lo que es suyo. De manera correspondiente, el juicio de la persona narcisista también es tendencioso contra lo que no es «él» ni es suyo. El mundo exterior (el «no yo») es inferior, peligroso, inmoral. El individuo narcisista termina, pues, en una deformación enorme. Él y sus cosas son sobrevalorados. Todo lo exterior es subvalorado. Es evidente el daño para la razón y la objetividad.
Un elemento patológico cada vez más peligroso del narcisismo es la reacción emocional a la crítica de toda posición narcisistamente orientada. Normalmente, una persona no se encoleriza cuando algo que ha hecho o dicho es criticado, siempre que la crítica sea justa y no sea hecha con intención hostil. El individuo narcisista, por otra parte, reacciona con intensa ira cuando se le critica. Tiende a sentir la crítica como un ataque hostil, ya que por el carácter mismo de su narcisismo no puede imaginarse que esté justificada. La intensidad de su ira sólo se puede comprender plenamente si se tiene en cuenta que el individuo narcisista no está relacionado con el mundo, y en consecuencia está solo, y por lo tanto temeroso. Es esta sensación de soledad y de miedo la que es compensada con su autoinflación narcisista. Si él «es» el mundo, no hay mundo exterior que pueda asustarlo; si es todo, no está solo; en consecuencia, cuando es herido su narcisismo se siente amenazado en toda su existencia. Cuando la protección de uno contra el miedo, contra su autoinflación, es amenazada, aparece el miedo y da por resultado una intensa furia. Esta furia es sumamente intensa porque no puede hacer nada para disminuirla amenaza mediante una acción adecuada; sólo la destrucción del crítico —o de uno mismo— puede salvarlo de la amenaza a su seguridad narcisista.
Hay una alternativa a la cólera explosiva que es resultado del narcisismo herido, y esa alternativa es la depresión. El individuo narcisista consigue su sentido de identidad por la inflación. El mundo exterior no es un problema para él, no lo abruma con su poder, porque él consiguió ser el mundo, sentirse omnisciente y omnipotente. Si es herido su narcisismo, y si por diversas razones, tales como, por ejemplo, la debilidad subjetiva u objetiva de su posición en frente de su crítico, no puede permitirse sentirse furioso, se deprime. No está relacionado con el mundo ni siente ningún interés por él; no es nada ni nadie, ya que no ha desarrollado su yo como centro de su relación con el mundo. Si su narcisismo es herido tan gravemente que ya no puede conservarlo, su ego se desploma y el reflejo subjetivo de ese desplome es el sentimiento de depresión. El factor de dolor que hay en la melancolía se refiere, en mi opinión, a la imagen narcisista del «Yo» maravilloso que murió y por el cual se siente afligido el individuo deprimido.
Precisamente porque este individuo narcisista teme la depresión resultante de la herida en su narcisismo, trata desesperadamente de evitar tales heridas. Hay diferentes modos de realizar esto. Uno es aumentar el narcisismo para que ninguna crítica ni fracaso exterior pueda afectar realmente a la posición narcisista. En otras palabras, aumentar la intensidad del narcisismo para desviar la amenaza. Esto significa, desde luego, que el individuo trata de curarse de la depresión amenazante enfermando mentalmente en grado más grave, hasta llegar a la psicosis.
Pero aún hay otra solución a la amenaza contra el narcisismo que es más satisfactoria para el individuo, aunque más peligrosa para los demás. Esta solución consiste en el intento de transformar la realidad de tal manera, que se conforme, en cierta medida, con su autoimagen narcisista. Ejemplo de esto es el inventor narcisista que cree que inventó el perpetuum mobile ,o movimiento continuo, y que en el proceso hizo un pequeño descubrimiento de cierta importancia. Una solución más importante consiste en conseguir el asentamiento de otra persona, y, si es posible, en conseguir el asentamiento de millones de personas. El primer caso es el de la folie á deux (algunos matrimonios y amistades descansan sobre esta base), mientras que el segundo es el de figuras públicas que evitan el estallido violento de su psicosis potencial obteniendo el aplauso y el asentimiento de millones de personas. El caso más famoso de este tipo es Hitler. Había en él una persona extremadamente narcisista que quizá pudo haber sufrido una psicosis manifiesta si no hubiera logrado que millones de individuos creyesen en la imagen que se forjó de sí mismo, que tomasen en serio sus grandiosas fantasías respecto del milenio del «Tercer Reich», y hasta transformar la realidad de tal suerte que pareciese a sus secuaces que tenía razón. (Después de fracasar tuvo que matarse, ya que de otro modo el derrumbe de su imagen narcisista habría sido verdaderamente insoportable).
Hay más ejemplos en la historia de líderes megalomaniacos que se «curaron» el narcisismo transformando el mundo para ajustarlo a él; estos individuos tienen también que tratar de destruir a todos los críticos, ya que no pueden tolerar la amenaza que constituye para ellos la voz de la cordura. Desde Calígula y Nerón hasta Stalin y Hitler, vemos que su necesidad de encontrar creyentes, de transformar la realidad para que se ajustara a su narcisismo, y de destruir a todos los críticos, es tan intensa y desesperada precisamente porque es un intento para evitar el estallido de la locura. Paradójicamente, el factor de demencia que hay en esos líderes también les hace tener éxito. Les da la certidumbre y el sentirse libres de toda duda, que tan fuertemente impresiona al individuo ordinario. No es necesario decir que esa necesidad de cambiar el mundo y de ganar a otros para que compartan las ideas e ilusiones de uno, también requiere talentos y dones de que carece el individuo corriente, psicópata o no.
Al estudiar la patología del narcisismo es importante distinguir dos formas de narcisismo, una benigna, otra maligna. En la forma benigna, el objeto del narcisismo es resultado de un esfuerzo personal. Así, por ejemplo, un individuo puede sentir un orgullo narcisista por su trabajo como carpintero, como científico, como agricultor. En la medida en que el objeto de su narcisismo es algo que tiene que hacer, su interés exclusivo en lo que es «su» trabajo y «su» logro está equilibrado constantemente por su interés en el proceso del trabajo mismo y en el material con que trabaja. Así, pues, la dinámica del narcisismo benigno es autofrenadora. La energía que impulsa al trabajo es, en gran medida, de carácter narcisista, pero el mismo hecho de que el trabajo haga necesario relacionarse con la realidad, frena constantemente el narcisismo y lo mantiene dentro de límites. Este mecanismo puede explicar por qué encontramos tantos individuos narcisistas que al mismo tiempo son altamente creadores.
En el caso del narcisismo maligno, el objeto del narcisismo no es nada que el individuo hace o produce, sino algo que tiene; por ejemplo, su cuerpo, su apariencia, su salud, su riqueza, etc. El carácter maligno de este tipo de narcisismo está en que carece del elemento correctivo que encontramos en la forma benigna. Si soy «grande» por alguna cualidad que tengo, y no por algo que realizo, no necesito relacionarme con nadie ni con nada, no necesito hacer ningún esfuerzo. Conservando la imagen de mi grandeza me alejo cada vez más de la realidad y tengo que aumentar la carga narcisista para estar mejor protegido contra el peligro de que mi ego narcisistamente inflado pueda revelarse como producto de mi imaginación vacía. El narcisismo maligno, pues, no es autolimitador, y en consecuencia es crudamente solipsista y xenófobo. Quien aprendió a hacer cosas no puede menos de reconocer que otros han hecho cosas parecidas de maneras parecidas, aun cuando su narcisismo pueda persuadirle de que su logro es mayor que el de los otros. Quien no ha hecho nada encontrará difícil apreciar los logros de otros, y así se verá obligado a aislarse cada vez más en su esplendor narcisista.
Hemos descrito hasta ahora la dinámica del narcisismo individual: el fenómeno, su función biológica y su patología. Esa descripción debe permitimos ahora comprender el fenómeno del narcisismo social y el papel que juega como fuente de violencia y de guerra.
El punto central del estudio que sigue es el fenómeno de la transformación del narcisismo personal en narcisismo de grupo. Podemos empezar con una observación sobre la función sociológica del narcisismo de grupo que es paralela a la función biológica del narcisismo individual. Desde el punto de vista de cualquier grupo organizado que quiere sobrevivir, es importante que el grupo esté investido por sus miembros de energía narcisista. La supervivencia de un grupo depende en cierta medida de que sus miembros consideren la importancia de aquél tan grande o mayor que la de sus vidas, y además que crean en la rectitud, o aun en la superioridad, de su grupo por comparación con otros. Sin esa adhesión narcisista al grupo, disminuiría mucho la energía necesaria para servirlo o para hacer por él grandes sacrificios.
En la dinámica del narcisismo de grupo encontramos fenómenos similares a los que va estudiamos en relación con el narcisismo individual. Aquí también podemos distinguir una forma benigna y otra maligna de narcisismo. Si el objeto del narcisismo de grupo es algo que se hace, tiene lugar el mismo proceso dialéctico que estudiamos arriba. La necesidad misma de hacer algo creador hace necesario dejar el círculo cerrado del solipsismo de grupo e interesarse en el objeto que quiere hacerse. (Si lo que un grupo quiere hacer es la guerra, el efecto benéfico de un esfuerzo verdaderamente productivo estará ausente durante mucho tiempo, como es natural). Si, por otra parte, el narcisismo de grupo tiene como objeto suyo el grupo tal como es, su esplendor, sus logros pasados, el aspecto de sus individuos, no se desarrollarán las contratendencias mencionadas arriba, y la orientación narcisista y los peligros subsiguientes aumentarán constantemente. En realidad, desde luego, los dos elementos se mezclan con frecuencia.
Hay otra función sociológica del narcisismo de grupo que no ha sido estudiada hasta ahora. Una sociedad que carece de los medios para proveer suficientemente a la mayoría de sus individuos, o por lo menos a una gran proporción de ellos, tiene que proveer a los individuos de una satisfacción narcisista de tipo maligno si quiere evitar el disgusto entre ellos. Para quienes son pobres económica y culturalmente, el orgullo narcisista de pertenecer al grupo es la única fuente de satisfacción, y frecuentemente muy eficaz. Precisamente porque la vida no es «interesante» para ellos y no les ofrece posibilidades para crear intereses, tienen que desarrollar una forma extrema de narcisismo. Buenos ejemplos de este fenómeno en años recientes son el narcisismo racial que existió en la Alemania de Hitler y el que se encuentra hoy en el sur de los Estados Unidos. En ambos casos el núcleo del sentimiento de superioridad racial era, y es todavía, la clase media baja; esta clase atrasada, que en Alemania, lo mismo que en el sur ele los Estados Unidos, fue pobre económica y culturalmente, sin ninguna esperanza realista de cambiar de situación (porque son los restos de una forma de sociedad vieja y moribunda), no tiene más que una satisfacción: la imagen inflada de sí misma como el grupo más admirable del mundo, y el ser superior a otro grupo racial señalado como inferior. El individuo de ese grupo atrasado siente: «Aunque soy pobre e inculto, soy alguien importante porque pertenezco al grupo más admirable del mundo: Soy blanco», o «Soy ario».
El narcisismo de grupo es menos fácil de reconocer que el narcisismo individual. Supongamos que un individuo dice a otro: «Yo (y mi familia) somos la gente más admirable del mundo; nosotros solos somos limpios, inteligentes, buenos, decentes; todos los demás son sucios, estúpidos, no tienen honradez y son irresponsables». La mayor parte de la gente lo reputaría tosco, desequilibrado o quizá loco. Pero si un orador fanático habla a un auditorio de masas, sustituyendo el «Yo» o «mi familia» por la nación (o la raza, la religión, el partido político, etc.), muchos lo alabarán y admirarán por su amor al país, a Dios, etc. Pero a las demás naciones les disgusta semejante discurso por la razón manifiesta de que se las desprecia. Pero dentro del grupo favorecido es halagado el narcisismo personal de todos, y el hecho de que millones de individuos estén de acuerdo con tales afirmaciones las hace parecer razonables. (Lo que la mayoría de la gente considera «razonable» es aquello sobre lo que hay acuerdo, si no entre todos, por lo menos entre un número considerable de individuos; para la mayor parte de la gente, «razonable» no tiene nada que ver con «razón», sino con acuerdo). En la medida en que el grupo en su conjunto necesite narcisismo de grupo para sobrevivir, fomentará las actitudes narcisistas y les conferirá la calificación de ser particularmente virtuosas.
El grupo al cual se extiende la actitud narcisista ha cambiado de estructura y tamaño a través de la historia. En la tribu o clan primitivos quizá comprende sólo algunos centenares de individuos; el individuo aún no es allí un «individuo», sino que todavía está unido al grupo consanguíneo por «vínculos primarios»[43] que todavía no fueron quebrantados. La complicación narcisista con el clan es, pues, reforzada por el hecho de que sus individuos emocionalmente no tienen todavía existencia fuera del clan.
En el desenvolvimiento de la especie humana encontramos un margen cada vez mayor de socialización; el pequeño grupo originario basado en la afinidad sanguínea deja el lugar a grupos cada vez mayores que se basan en un lenguaje común, en un orden social común, en creencias comunes. El mayor tamaño del grupo no significa necesariamente que se hayan reducido las cualidades patológicas del narcisismo. Como observamos antes, el narcisismo de grupo de los «blancos» o los «arios» es tan maligno como pueda serlo el narcisismo extremado de un individuo solo. Pero, en general, advertimos que en el proceso de socialización que conduce a la formación de grupos más grandes, la necesidad de cooperación con otras muchas y diferentes personas no relacionadas entre sí por vínculos de sangre, tiende a contrarrestar la carga narcisista dentro del grupo. Lo mismo puede decirse acerca de otro respecto que estudiamos en relación con el narcisismo individual benigno: en la medida en que un grupo grande (nación, Estado o religión) hace objeto de su orgullo narcisista realizar algo valioso en los campos de la producción material, intelectual o artística, el proceso mismo del trabajo en esos campos tiende a disminuir la carga narcisista. La historia de la Iglesia católica romana es uno de los muchos ejemplos de la mezcla popular de narcisismo y de las fuerzas contrarrestantes dentro de un grupo grande. Los elementos que contrarrestan al narcisismo en la Iglesia católica son, ante todo, el concepto de la universalidad del hombre y de una religión «católica» que no es ya la religión de una tribu o una nación particular. En segundo lugar, la idea de la humildad personal, que se sigue de la idea de Dios y de la negación de los ídolos. La existencia de Dios implica que ningún hombre puede ser Dios, que ningún individuo puede ser omnisciente ni omnipotente. Señala, pues, un límite definido a la autoidolatría narcisista del hombre. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia alimentó un narcisismo intenso; al creer que la Iglesia es la única posibilidad de salvación y que el Papa es el vicario de Cristo, sus miembros pudieron desarrollar un narcisismo intenso por cuanto eran miembros de una institución tan extraordinaria. Lo mismo ocurrió en relación con Dios; aunque la omnisciencia y la omnipotencia de Dios debían haber llevado a la humildad del hombre, muchas veces el individuo se identificaba con Dios y, en consecuencia, desarrollaba un grado extraordinario de narcisismo en ese proceso de identificación.
Esta misma ambigüedad entre una función narcisista o una función antinarcisista tuvo lugar en todas las otras grandes religiones, por ejemplo, en el budismo, el judaísmo, el islamismo y el protestantismo. Mencioné la religión católica no sólo porque es un ejemplo muy conocido, sino principalmente porque la religión católica romana fue la base del humanismo y de un narcisismo religioso violento y fanático en uno y el mismo periodo histórico: los siglos XV y XVI. Los humanistas pertenecientes a la Iglesia y los extraños a ella hablaban en nombre de un humanismo que era el manantial del cristianismo. Nicolás de Cusa predicaba la tolerancia religiosa para todos los hombres (De pace fidei); Ficino enseñó que el amor es la fuerza fundamental de toda creación (De amore); Erasmo pedía tolerancia mutua y la democratización de la Iglesia; Tomás Moro, el inconformista, habló y murió por los principios del universalismo y de la solidaridad humana; Postel, construyendo sobre las bases sentadas por Nicolás de Cusa y Erasmo, habló de la paz del globo y de la unidad del mundo (De orbis terrae concordia); Sículo, siguiendo a Pico de la Mirándola, habló con entusiasmo de la dignidad del hombre, de su razón y virtud y de su capacidad para perfeccionarse. Esos hombres, con otros muchos nacidos en el suelo del humanismo cristiano, hablaron en nombre de la universalidad, de la fraternidad, de la dignidad y de la razón. Lucharon por la tolerancia y la paz.[44]
Contra ellos se conciliaron las fuerzas del fanatismo por ambos lados, el de Lutero y el de la Iglesia. Los humanistas trataban de evitar la catástrofe; al fin vencieron los fanáticos de uno y otro lado.
Las persecuciones y las guerras religiosas, que culminaron en la desastrosa Guerra de Treinta Años, fueron para el desarrollo humanista un golpe del cual aún no se recuperó Europa (no se puede menos de pensar en la analogía del stalinismo, que destruyó el humanismo socialista trescientos años después). Volviendo al odio religioso de los siglos XVI y XVII, son manifiestas sus irracionalidades. Los dos lados hablaban en el nombre de Dios, de Cristo, del amor, y sólo diferían en puntos que, comparados con los principios generales, eran de importancia secundaria. Pero se odiaban, y cada uno de ellos estaba apasionadamente convencido de que la humanidad terminaba en las fronteras de su fe religiosa. La esencia de esta sobrestimación de la posición propia y del odio a todo el que disentía es el narcisismo. «Nosotros» somos admirables; «ellos» son despreciables. «Nosotros» somos buenos; «ellos» son malos. Toda crítica de la doctrina propia es un ataque malvado e insoportable; la crítica de la posición del otro es un bienintencionado intento de ayudarlo a volver a la verdad.
A partir del Renacimiento, las dos grandes fuerzas contrarias, el narcisismo de grupo y el humanismo, se desarrollaron cada una a su manera. Infortunadamente, el desarrollo del narcisismo de grupo superó enormemente al del humanismo. Aunque a fines de la Edad Media y en la época del Renacimiento pareció posible que Europa estuviera preparada para la aparición de un humanismo político y religioso, esta promesa no llegó a realizarse. Aparecieron formas nuevas de narcisismo de grupo y predominaron en los siglos siguientes. Este narcisismo de grupo tomó múltiples formas: religiosas, nacionales, raciales, políticas. Protestantes contra católicos, franceses contra alemanes, blancos contra negros, arios contra no arios, comunistas contra capitalistas; aunque los contenidos son diferentes, psicológicamente tratamos con el mismo fenómeno narcisista y el fanatismo y la destrucción que de él resultan. [45]
Mientras crecía el narcisismo de grupo, también se desarrollaba su contrario el humanismo. En los siglos XVIII y XIX —desde Spinoza, Leibniz, Rosseau, Herder y Kant hasta Goethe y Marx— se desarrolló la idea de que la humanidad es una, que cada individuo lleva en sí a toda la humanidad, que no debe haber grupos privilegiados que pretendan que sus privilegios se basan en su superioridad intrínseca. La primera Guerra Mundial fue un grave golpe al humanismo, y dio origen a una creciente orgía de narcisismo de grupo; histeria nacional en todos los países beligerantes de la primera Guerra Mundial, racismo de Hitler, idolatría de Stalin por el partido, fanatismo religioso musulmán e hindú, fanatismo anticomunista occidental. Estas diferentes manifestaciones de narcisismo de grupo llevaron al mundo al abismo de la destrucción total.
Como reacción a esa amenaza contra la humanidad, puede observarse hoy un renacimiento del humanismo en todos los países y entre representantes de diversas ideologías; hay humanistas radicales entre los teólogos católicos y protestantes, entre los filósofos socialistas y no socialistas. Que sean suficientes el peligro de la destrucción total, las ideas de los neohumanistas y los lazos creados entre todos los hombres por los nuevos medios de comunicación, para destruir los efectos del narcisismo de grupo, es una cuestión que puede decidir el destino de la humanidad.
La creciente intensidad del narcisismo de grupo —que no hace más que pasar del narcisismo religioso al nacional, al racial y al de partido— es, ciertamente, un fenómeno sorprendente. En primer lugar, por el desarrollo de las fuerzas humanistas desde el Renacimiento, que estudiamos más arriba. Además, por la evolución del pensamiento científico, que socava el narcisismo. El método científico exige objetividad y realismo, exige ver el mundo como es, y no deformado por los deseos y los temores de uno. Exige ser humilde hacia los hechos de la realidad y renunciar a toda esperanza de omnipotencia y omnisciencia. La necesidad de pensamiento crítico, de experimentación, de pruebas, la actitud dubitativa, todas éstas son características del esfuerzo científico, y son precisamente los métodos de pensamiento que tienden a contrarrestar la orientación narcisista. Indudablemente, el método del pensamiento científico tuvo sus efectos sobre el desarrollo del neohumanismo contemporáneo, y no es una casualidad que la mayor parte de los científicos naturales eminentes de nuestro tiempo sean humanistas. Pero la inmensa mayoría de los individuos de Occidente, aunque hayan «aprendido» el método científico en la escuela o en la universidad, en realidad no se interesaron nunca por el método del pensamiento científico, crítico. Hasta la mayor parte de los profesionales en el campo de las ciencias naturales siguen siendo técnicos, pero no adquirieron una actitud científica. Para la mayoría de la población, el método científico que se les enseñó aun tuvo menos importancia. Aunque puede decirse que la educación superior tendió a mitigar y modificar hasta cierto punto el narcisismo personal y de grupo, no impidió que la mayor parte de la gente «culta» se uniese con entusiasmo a los movimientos nacionales, raciales y políticos que son expresión del narcisismo contemporáneo de grupo.
Parece, por el contrario, que la ciencia creó un nuevo objeto para el narcisismo: la técnica. El orgullo narcisista del hombre por ser el creador de un mundo de cosas que antes no podía ni soñarse, descubridor de la radio, la televisión, la fuerza atómica, los viajes espaciales, y aun por ser el destructor en potencia de todo el globo, le dio un nuevo objeto para la autoinflación narcisista. Al estudiar todo este problema del desarrollo del narcisismo en la historia moderna, recuerda uno las palabras de Freud según las cuales Copérnico, Darwin y él mismo hirieron profundamente el narcisismo del hombre socavando su creencia en su papel único en el universo y en su conciencia de ser una realidad elemental e irreductible. Pero aunque el narcisismo del hombre fue herido de ese modo, no se redujo tanto como podría parecer. El hombre reaccionó transfiriendo su narcisismo a otros objetos: la nación, la raza, el credo político, la técnica.
En cuanto a la patología del narcisismo de grupo, el síntoma más manifiesto y más frecuente, como en el caso del narcisismo individual, es la falta de objetividad y de juicio racional. Si se examina el juicio de los blancos pobres acerca de los negros, o de los nazis acerca de los judíos, puede reconocerse fácilmente el carácter deformado de sus respectivos juicios. Se unen unas pocas briznas de verdad, pero el todo que se forma de esa suerte consiste en falsedades y mentiras. Si las acciones políticas se basan en autoglorificaciones narcisistas, la falta de objetividad conduce con frecuencia a consecuencias desastrosas. Durante la primera mitad de este siglo presenciamos dos ejemplos notables de las consecuencias del narcisismo nacional. Muchos años antes de la primera Guerra Mundial, la teoría estratégica francesa oficial consistía en pretender que el ejército francés no necesitaba mucha artillería pesada ni gran número de ametralladoras; se suponía que el soldado francés estaba bien dotado de las virtudes francesas de valor y espíritu ofensivo, que no necesitaba más que la bayoneta para vencer al enemigo. El hecho es que centenares de miles de soldados franceses fueron segados por las ametralladoras alemanas, y sólo los errores estratégicos alemanes, y después la ayuda norteamericana, salvaron a Francia de la derrota. En la segunda Guerra Mundial, Hitler, hombre de extremado narcisismo personal, que estimuló el narcisismo de grupo de millones de alemanes, sobrestimó la fuerza de Alemania y subestimó no sólo la fuerza de los Estados Unidos sino también la del invierno ruso, como lo había hecho Napoleón, otro general narcisista. A pesar de su talento, Hitler no era capaz de ver la realidad objetivamente, porque su deseo de vencer y de dominar pesaban más para él que las realidades de los armamentos y del clima.
El narcisismo de grupo necesita satisfacciones, lo mismo que el narcisismo individual. En el nivel del individuo, esas satisfacciones las proporciona la ideología común sobre la superioridad del grupo propio y la inferioridad de todos los demás. En los grupos religiosos la satisfacción la proporcionan fácilmente el supuesto de que «mi» grupo es el único que cree en el verdadero Dios, y en consecuencia, puesto que «mi» Dios es el único verdadero, todos los demás grupos están formados por incrédulos descarriados. Pero aun sin la referencia a Dios como testigo de la propia superioridad, el narcisismo de grupo puede llegar a conclusiones análogas en un plano profano. La convicción narcisista de la superioridad de los blancos sobre los negros en algunas partes de los Estados Unidos y en África del Sur demuestra que no hay límites para el sentimiento de autosuperioridad o de la inferioridad de otro grupo. Pero la satisfacción de las autoimágenes narcisistas de un grupo requiere también cierto grado de confirmación en la realidad. Mientras los blancos de Alabama o de África del Sur puedan demostrar su superioridad sobre los negros mediante actos discriminatorios sociales, económicos y políticos, sus creencias narcisistas tienen algo de realidad, y en consecuencia refuerzan todo el sistema de pensamiento narcisista. Puede decirse lo mismo de los nazis. Aquí, la destrucción física de todos los judíos debía servir de prueba de la superioridad de los arios (para un sádico, el hecho de que pueda matar a un individuo demuestra la superioridad del matador). Pero si el grupo inflado narcisistamente no dispone de una minoría bastante impotente para prestarse como objeto para la satisfacción narcisista, el narcisismo de grupo fácilmente llevará al deseo de hacer conquistas militares; éste fue el camino del pangermanismo y del paneslavismo antes de 1914. En ambos casos, las naciones respectivas estaban investidas del papel de «naciones elegidas», superiores a todas las demás, y por lo tanto estaba justificado el ataque a las que no aceptaban su superioridad. No quiero insinuar que «la» causa de la primera Guerra Mundial fuese el narcisismo de los movimientos pangermánico y paneslavo, mas su fanatismo ciertamente fue un factor que contribuyó al estallido de la guerra. Pero, fuera de esto, no debe olvidarse que una vez que la guerra ha empezado, los diferentes gobiernos procuran suscitar el narcisismo nacional como condición psicológica necesaria para emprender la guerra con éxito.
Si es herido el narcisismo de un grupo, encontramos entonces la misma reacción de furor que estudiamos en relación con el narcisismo individual. Hay muchos ejemplos históricos de que el desprecio de los símbolos del narcisismo de grupo ha producido con frecuencia un furor rayano en la locura. La violación de la bandera, los insultos al Dios, al emperador o al líder, la pérdida de una guerra y de territorio, son hechos que llevaron frecuentemente a las masas a violentos sentimientos de venganza, los cuales a su vez produjeron nuevas guerras. El narcisismo herido sólo puede curarse si es aplastado el ofensor y se repara así el ultraje que se le hizo. La venganza, individual o nacional, se basa con frecuencia en el narcisismo herido y en la necesidad de «curar» la herida aniquilando al ofensor.
Hay que añadir un último elemento de patología narcisista. El grupo altamente narcisista anhela tener un jefe con quien pueda identificarse. El jefe es, entonces, admirado por el grupo, que proyecta su narcisismo sobre él. En el acto mismo de la sumisión al jefe poderoso, que en el fondo es un acto de simbiosis e identificación, el narcisismo del individuo es transferido al jefe. Cuanto más grande es el líder, más grande es su secuaz. Las personalidades que como individuos son particularmente narcisistas, son las más calificadas para desempeñar esa función. El narcisismo del jefe que está convencido de su grandeza, y que no tiene dudas, es precisamente lo que atrae el narcisismo de los que se le someten. El líder medio demente es muchas veces el que más éxito tiene hasta que su falta de juicio objetivo, su necesidad de mantener la imagen de la omnipotencia, puedan inducirle a cometer errores que conduzcan a su destrucción. Pero siempre hay a mano semipsicópatas bien dotados para satisfacer las demandas de una masa narcisista.
Hemos estudiado hasta ahora el fenómeno del narcisismo, su patología, y su función biológica y social. Como resultado de nuestro estudio podemos llegar a la conclusión de que el narcisismo es una orientación necesaria y valiosa, siempre que sea benigno y no pase de cierto umbral. Pero nuestro panorama es incompleto. Al hombre no le interesa sólo la supervivencia biológica y social, le interesan también valores, y el desarrollo de aquello por cuya virtud es humano.
Mirándolo desde un punto de vista de los valores, es evidente que el narcisismo es antagónico de la razón y del amor. Esta aserción no necesita más explicaciones. Por la naturaleza misma de la orientación narcisista, impide —en la medida en que existe— que se vea la realidad tal como es, es decir, objetivamente; en otras palabras, restringe la razón. Quizá no sea igualmente claro que restringe el amor, especialmente cuando recordamos que Freud dijo que en todo amor hay un fuerte componente narcisista; que un hombre enamorado de una mujer la hace objeto de su narcisismo, y que en consecuencia se hace maravillosa y deseable porque forma parte de él. Ella puede hacer lo mismo con él, y tenemos así el caso del «gran amor», que con frecuencia es sólo folie á deux y no amor. Los dos individuos conservan su narcisismo, no tienen interés verdadero y profundo el uno por el otro (por no hablar de un tercero), siguen siendo susceptibles y desconfiados, y es muy probable que cada uno de ellos sienta la necesidad de una persona nueva que pueda darle una fresca satisfacción narcisista. Para el individuo narcisista, el copartícipe no es nunca una persona por derecho propio ni en su plena realidad. Existe sólo como una sombra del ego narcisistamente inflado del copartícipe. Por otra parte, el amor no patológico no se basa en el narcisismo mutuo. Es una relación entre dos personas que se sienten como entidades independientes, pero que pueden franquearse la una a la otra y llegar a ser una con ella. Para sentir amor, hay que sentir separación o independencia.
La importancia del fenómeno del narcisismo desde el punto de vista ético-espiritual se hace muy clara si tenemos en cuenta que las enseñanzas esenciales de todas las grandes religiones humanistas pueden resumirse en una frase: la meta del hombre es vencer su narcisismo. Este principio quizá no está expresado en ninguna parte de un modo más radical que en el budismo. La enseñanza de Buda equivale a decir que el hombre puede salvarse del sufrimiento sólo si despierta de sus ilusiones y llega a conocer su realidad, la realidad de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, y la imposibilidad de alcanzar alguna vez los fines que anhela. El individuo «despierto» de quien habla la enseñanza budista es el individuo que venció su narcisismo y que, en consecuencia, es capaz de estar plenamente despierto. Podemos expresar la misma idea de otra manera: Sólo si el hombre puede suprimir la ilusión de su ego indestructible, sólo si puede renunciar a ella juntamente con todos los demás objetos de su anhelo, sólo entonces puede abrirse al mundo y relacionarse plenamente con él. Psicológicamente, este proceso de llegar a despertar totalmente es idéntico a la sustitución del narcisismo por la relación con el mundo.
En las tradiciones hebrea y cristiana se expresa la misma meta en diferentes palabras que también significan el vencimiento del narcisismo. El Antiguo Testamento dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Lo que se pide aquí es que se venza el narcisismo por lo menos hasta el punto en que el vecino sea tan importante como uno mismo. Pero el Antiguo Testamento va mucho más lejos cuando pide amor para el «extraño». (Conoces el alma del extraño, porque fuiste extraño en la tierra de Egipto). El extraño es precisamente el individuo que no forma parte de mi clan, de mi familia, de mi nación; no forma parte del grupo al cual estoy narcisistamente unido. No es nada más que humano. Uno descubre el ser humano en el extraño, como dice Hermann Cohen.[46] En el amor al extraño se desvaneció el amor narcisista, porque significa amar a otro ser humano en su peculiaridad y en su diferencia conmigo, y no porque se parezca a mí. Cuando el Nuevo Testamento dice «ama a tu enemigo», expresa la misma idea en una forma más incisiva. Si el extraño llegó a ser plenamente humano para ti, tampoco hay ya enemigo, porque tú te has hecho verdaderamente humano. Sólo es posible amar al extraño y al enemigo si se ha vencido el narcisismo, si «yo soy tú».
La lucha contra la idolatría, que es la cuestión fundamental de la enseñanza profética, es al mismo tiempo la lucha contra el narcisismo. En la idolatría se hace absoluta, y se convierte en un ídolo, una facultad parcial del hombre. Entonces el hombre se adora a sí mismo en una forma enajenada. El ídolo en el cual se sumerge se convierte en el objeto de su pasión narcisista. Por el contrario, la idea de Dios es la negación del narcisismo porque sólo Dios —no el hombre— es omnisciente y omnipotente. Pero aunque el concepto de un Dios indefinible e indescriptible era la negación de la idolatría y del narcisismo, no tardó Dios en convertirse también en un ídolo; el hombre se identificó con Dios de un modo narcisista, y así, en plena contradicción con la función originaria del concepto de Dios, la religión se convirtió en una manifestación del narcisismo de grupo.
El hombre alcanza su plena madurez cuando sale por completo del narcisismo, tanto del narcisismo individual como del de grupo. Esta meta del desarrollo mental que se expresa así en términos psicológicos, es esencialmente la misma que expresaron los grandes guías espirituales de la especie humana en términos religioso-espirituales. Aunque los conceptos son diferentes, el contenido y la experiencia a que se refieren son los mismos.
Vivimos en un periodo histórico que se caracteriza por una aguda discrepancia entre el desenvolvimiento intelectual del hombre, que condujo a la creación de los armamentos más destructores, y su desarrollo mental-emocional, que lo tiene aún en un estado de marcado narcisismo con todos sus síntomas patológicos. ¿Qué puede hacerse para evitar la catástrofe que fácilmente puede resultar de esa contradicción? ¿Es posible que el hombre, en el futuro previsible, dé un paso que no pudo dar antes? ¿Está el narcisismo tan hondamente arraigado en el hombre, que no pueda vencer nunca su «núcleo narcisista», como pensaba Freud? ¿No hay, pues, ninguna esperanza de que la locura narcisista no lleve a la destrucción del hombre antes de que haya tenido la posibilidad de llegar a ser plenamente humano? Nadie puede contestar a estas preguntas. Todo lo que puede hacerse es examinar cuáles son las posibilidades óptimas que pueden ayudar al hombre a evitar la catástrofe.
Podría empezarse por el que pareciera el camino más fácil. Aun sin reducir la energía narcisista en todos los individuos, podría cambiarse su objeto. Si la humanidad, si toda la familia humana, pudiera convertirse en objeto del narcisismo de grupo, en vez de que fueran ese objeto una nación, una raza o un sistema político, podría ganarse mucho. Si el individuo pudiera considerarse primordialmente como un ciudadano del mundo y si pudiera sentir orgullo por la humanidad y por sus logros, su narcisismo se volvería hacia la especie humana como objeto, y no a sus componentes antagónicos. Si los sistemas educativos de todos los países destacasen los logros de la especie humana y no los de una nación particular, podría hacerse una defensa más convincente y emocionante del orgullo de ser hombre. Si el sentimiento que el poeta griego expresó en las palabras de Antígona: «No hay nada más maravilloso que el hombre», pudiera ser una experiencia compartida por todos, ciertamente se habría dado un gran paso adelante. Además, habría que añadir otro elemento: la característica de todo narcisismo benigno, a saber, que se refiere a una cosa hecha, a un logro. No un grupo, una clase o una religión, sino toda la humanidad, debe acometer la realización de tareas que permitan a todo el mundo enorgullecerse de pertenecer a esta especie. Están a la mano muchas tareas comunes para toda la humanidad: la lucha unificada contra la enfermedad, contra el hambre, para la diseminación del saber y del arte por nuestros medios de comunicación entre todos los pueblos del mundo. El hecho es que, a pesar de todas las diferencias en ideología política y religiosa, no hay sector de la humanidad que pueda permitirse no participar en esas tareas comunes; porque el gran logro de este siglo es que la creencia en las causas naturales o divinas de la desigualdad humana, en la necesidad o legitimidad de la explotación de un hombre por otro, fue desechada para no volver. El humanismo del Renacimiento, las revoluciones burguesas, las revoluciones rusa, china y colonial, todas se basan en una idea común: la igualdad de los hombres. Aun cuando algunas de esas revoluciones hayan llevado a la violación de la igualdad humana dentro de los sistemas afectados, el hecho histórico es que la idea de la igualdad de todos los hombres, y por lo tanto de su libertad y su dignidad, conquistó el mundo, y es inconcebible que la humanidad pueda volver otra vez a los conceptos que dominaron la historia civilizada hasta hace sólo poco tiempo.
La imagen de la especie humana y de sus triunfos como objeto del narcisismo benigno podría estar representada por organizaciones supranacionales, como las Naciones Unidas; y hasta podría empezar a crear sus símbolos, sus fiestas y sus celebraciones. La mayor fiesta del año no sería la fiesta nacional, sino el «día del hombre». Pero es evidente que eso sólo puede tener lugar si están de acuerdo muchas naciones, y finalmente todas, y se muestran dispuestas a reducir su soberanía nacional en favor de la soberanía de la humanidad, no sólo en relación con las realidades políticas, sino también en relación con las realidades emocionales. Unas Naciones Unidas fortalecidas y la solución razonable y pacífica de los conflictos entre grupos son las condiciones obvias para que sea posible que la humanidad y sus triunfos comunes se conviertan en el objeto del narcisismo de grupo.[47]
Este paso en el objeto del narcisismo desde grupos aislados a toda la humanidad y sus logros, indudablemente tendería, como se dijo antes, a contrarrestar los peligros del narcisismo nacional e ideológico. Pero no basta eso. Si somos fieles a nuestros ideales políticos y religiosos, el ideal cristiano tanto como socialista del altruismo y la fraternidad, la tarea consiste en reducir el grado de narcisismo en cada individuo. Aunque esto necesite generaciones, es ahora más posible que en cualquier tiempo pasado porque el hombre tiene la posibilidad de crear las condiciones materiales para una vida humana digna para todos. El desarrollo de la técnica acabará con la necesidad de que un grupo esclavice y explote a otro; ya hizo anticuada la guerra como acción económicamente racional; el hombre saldrá por primera vez de su estado semianimal a un estado plenamente humano, y por lo tanto no necesitará satisfacción narcisista para compensar su pobreza material y cultural.
Sobre la base de esas condiciones nuevas, el intento del hombre para vencer el narcisismo podría recibir fuerte ayuda de la orientación científica y de la humanista. Como ya indiqué, debemos trasladar nuestro esfuerzo educativo de enseñar primordialmente una orientación técnica a enseñar una orientación científica; es decir, a impulsar el pensamiento científico, la objetividad, la aceptación y la realidad, y un concepto de la verdad que no está sujeto a ningún fiat y es válido para todos los grupos concebibles. Si las naciones civilizadas pueden crear una orientación científica como actitud fundamental del individuo en su juventud, se habrá ganado mucho en la lucha contra el narcisismo. El segundo factor que lleva en la misma dirección, es la enseñanza de la filosofía y la antropología humanistas. No podemos esperar que desaparezcan todas las diferencias filosóficas y religiosas, y ni siquiera lo queremos, ya que el establecimiento de un sistema que pretendiera ser el «ortodoxo» podría conducir a otra fuente de regresión narcisista. Pero aun admitiendo todas las diferencias existentes, hay un credo y una experiencia humanistas comunes. El credo es que cada individuo lleva en sí a toda la humanidad, que la «condición humana» es una y la misma para todos los hombres, a pesar de diferencias inevitables en inteligencia, talentos, estatura y color. La experiencia humanista consiste en sentir que nada humano es ajeno a uno, que «yo soy tú», que un ser humano puede comprender a otro ser humano porque los dos participan en los mismos elementos de la existencia humana. Esta experiencia humanista sólo es plenamente posible si ampliamos nuestra esfera de conocimiento. Nuestro conocimiento se limita habitualmente a lo que nos permite conocer la sociedad a la cual pertenecemos. Las experiencias humanas que no encajan en ese marco, son reprimidas. De ahí que nuestra conciencia represente principalmente a nuestra sociedad y nuestra cultura, mientras que nuestro inconsciente representa al hombre universal que hay en cada uno de nosotros.[48] La ampliación del conocimiento en sí mismo, que trasciende la conciencia e ilumina la esfera de lo inconsciente social, le permitirá al hombre experimentar en sí mismo todo lo de la humanidad; experimentará el hecho de que es un pecador y un santo, un niño y un adulto, un cuerdo y un loco, un hombre del pasado y un hombre del futuro, que lleva en sí lo que la humanidad fue y lo que será.
Un verdadero renacimiento de nuestra tradición humanista emprendido por todas las religiones, por los sistemas políticos y filosóficos que pretenden representar el humanismo, produciría, según creo, un progreso considerable hacia la «nueva frontera» más importante que hoy existe: el desarrollo del hombre hasta constituir un ser completamente humano.
Al exponer todas estas ideas no quiero insinuar que la enseñanza por sí sola pueda ser el paso decisivo hacia la realización del humanismo, como creían los humanistas del Renacimiento. Todas esas enseñanzas ejercerán influjo únicamente si cambian las condiciones esenciales sociales, económicas y políticas: cambio del industrialismo burocrático en industrialismo humanista-socialista; de la centralización en la descentralización; del hombre-organización en el ciudadano responsable y activo; subordinación de las soberanías nacionales a la soberanía de la especie humana y a sus órganos; esfuerzos mancomunados de las naciones «que tienen» en cooperación con las naciones «que no tienen», para estructurar los sistemas económicos de éstas; desarme universal y empleo de los recursos materiales existentes en tareas constructivas. El desarme universal también es necesario por otra razón: si un sector de la humanidad vive con el temor de ser destruido totalmente por otro bloque, y el resto vive con el temor de ser destruido por los dos bloques, ciertamente que no podrá disminuir el narcisismo de grupo. El hombre sólo puede ser humano en un clima en el que pueda esperar que él y sus hijos vivirán para ver el año siguiente y muchos más años por venir.