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En abril del año siguiente, el comité de responsabilidad del funcionariado de la dirección nacional de la Policía concluyó por fin la investigación del caso del comisario Evert Bäckström. Se había prolongado tantos meses porque la fiscalía no había podido archivar la denuncia por acoso sexual contra Bäckström hasta la semana anterior. Sin indicios de delito.

Una investigación compleja. Por una parte, resultó difícil comprobar los indicios ya que Bäckström se atuvo en todo momento a su primera versión, a saber, que la demandante se empeñó en subir a su habitación, a pesar de que él sugirió que se vieran en el bar, donde ella debía esperarlo mientras él se daba una ducha y se cambiaba de camisa. Hacia el final de la investigación, la demandante se negó a colaborar ya que consideraba que no tenía sentido. En ese punto, la fiscalía no tuvo otra opción.

Quedaba por aclarar la cuestión económica por una suma total de unas veinte mil coronas. Diversas cantidades en metálico que faltaban en la caja y que carecían de justificante, una factura descomunal de la lavandería, un misterioso justificante de una factura por material de conferencias que, entre otros conceptos, incluía treinta y un borradores de pizarra a noventa y seis coronas la unidad, un adeudo por una película porno en la habitación de hotel de uno de sus colegas y algunas cantidades más por conceptos de lo más variado. Y lo más extraordinario. En cuanto la sección de economía pidió cuentas a Bäckström de todo aquello, el comisario canceló la deuda abonando al contado todas las cantidades, lo que, teniendo en cuenta su fama, constituía el mayor misterio de todo el asunto.

Aun así, lo expedientaron por el incumplimiento de la normativa y el reglamento vigentes para el personal de la policía judicial central, y su representante sindical tuvo que trabajar muy duro para, finalmente, llegar a una solución intermedia con la que pudiera reconciliarse el superior de Bäckström, Lars Martin Johansson, el jefe de la policía judicial central.

Bäckström pudo regresar a su destino inicial en la judicial provincial de Estocolmo, donde, hasta nueva orden, lo adscribieron al grupo de localización de mercancías. O al almacén de objetos perdidos de la policía, que era como todos los agentes de verdad, incluido Bäckström, llamaban a aquella estación final de almacenaje de bicicletas sin dueño y de almas policiales perdidas.

No obstante, le permitieron conservar el grado de comisario. Johansson no era tan rencoroso y el propio Bäckström habría renunciado a la graduación con tal de no tener que compartir lugar de trabajo con su viejo escudero Wiijnbladh, que llevaba trabajando allí a media jornada desde hacía quince años, cuando trató de envenenar a la que entonces era su mujer, aunque, por desgracia, solo consiguió envenenarse a sí mismo, razón por la cual lo trasladaron del grupo de la Científica al Gulag particular de la Policía de Estocolmo.