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El segundo lunes de octubre, el Club de Publicistas de Estocolmo celebró una asamblea en la que se discutieron diversas cuestiones de seguridad legal relacionadas con el célebre caso Linda. Varias de las personalidades más destacadas de los medios asistieron a la reunión y la joya de aquella corona mediática era, naturalmente, el redactor jefe del Dagens Nyheter.

En cualquier caso, no era ni por asomo el invitado más notable, si se hubiera tratado de colocarlo al lado del rey a la hora de la cena, ya que la primera intervención de la velada correría a cargo del ministro de Justicia, que era el invitado de honor.

El ministro había expresado una honda preocupación por el modo en que la policía había investigado el caso Linda y, últimamente, también otros sucesos similares. Por si fuera poco y a juzgar por los datos recabados por la policía judicial central, el crimen se había resuelto por la vía tradicional, mediante el seguimiento de las coordenadas temporales, los testimonios y la investigación interna. El análisis del ADN del asesino desempeñó ciertamente un papel nada despreciable en las pruebas que la fiscalía aportó a la investigación previa. Como quiera que fuese y sin adelantarse a la sentencia, el ministro consideraba que todas las pruebas de naturaleza tradicional bastaban más que de sobra para la decisión de la fiscal de proceder al procesamiento.

A título personal, el ministro era muy crítico con el hecho de que hubieran recurrido al término «voluntario» en un contexto en que, obviamente, la policía y la fiscalía aplicaban métodos de imperativo legal. A su juicio, eran dos conceptos irreconciliables y por eso, entre otras razones, apreciaba la propuesta de ampliar notablemente la posibilidad de las instituciones jurídicas de recoger muestras de ADN, realizar los análisis pertinentes y registrar sus resultados. La cuestión de la condición voluntaria no tardaría en quedar obsoleta y, en un futuro ideal, se tomaría desde el nacimiento el ADN de todos los ciudadanos para su inclusión en un registro nacional exhaustivo. Y ello, por su propio bien.

Finalmente, aprovechó para felicitar a los medios por su atención. Con elegante humildad, dijo no descartar la posibilidad de que el problema en cuestión le hubiera pasado inadvertido de no haber recibido a tiempo el aviso de los medios de comunicación.

Los representantes de la prensa, la radio y la televisión no pusieron objeciones de peso al análisis y las conclusiones del ministro de Justicia. Se trataba de una cuestión crucial de importancia decisiva en cualquier democracia y Estado de derecho, y según el redactor jefe del Dagens Nyheter, su diario le daría aún más prioridad a partir de ahora. Personalmente, se sentía orgulloso y satisfecho de haber sido él, junto con sus excelentes colaboradores, quien puso el dedo en esa llaga.

El presidente del Club de Publicistas, que moderaba el debate, aprovechó la ocasión para preguntarle al redactor jefe del Smålandsposten —ya que lo tenía allí delante y dado que no se veían a diario, precisamente—, por qué un periódico regional había optado por rechazar la publicación de un artículo de opinión que el mayor rotativo de Suecia publicó enseguida, dedicándole además editoriales y varios reportajes en la sección de noticias.

El redactor jefe del Smålandsposten le dio las gracias por la pregunta. Sin entrar en detalles, podía desvelar que la razón de que no le dieran salida al artículo guardaba relación con su conocimiento de la persona de quien lo firmaba, y con una serie de circunstancias que los colegas del Dagens Nyheter o bien desconocían o bien optaron por ignorar. ¿Qué sabía él, en realidad, representante de un simple foliculario de provincias, sobre las decisiones que se tomaban en el diario más exquisito del país?

Con independencia de ello, fue él quien tomó la decisión de rechazar el artículo del bibliotecario Marian Gross. No lo lamentó ni un segundo y tenía intención de adoptar la misma actitud si recibía una propuesta similar en el futuro.

Acto seguido, se encaminaron al bar de la Ópera, al Grands Veranda y a otros locales cercanos para gente acomodada y, como de costumbre, el debate se prolongó hasta la madrugada, antes de que los participantes pudieran volver a casa con sus familias para entregarse a un descanso que se habían ganado a pulso.