93

A mediados de semana se marcharon Jan Lewin y Eva Svanström. Habían hecho su trabajo y ya no los necesitaban. Al menos, no en Växjö. Mientras se dirigían a Estocolmo, Lewin fue haciendo acopio de fuerzas para decirle a Eva que ya era hora de que pusieran algo de orden en su relación. Que él se separara de su mujer y ella de su marido. Que se mudaran a vivir juntos. Que empezaran a construirse un futuro juntos. Que ya era hora, desde luego para él, porque su vida, al menos, se acortaba a toda velocidad.

Nunca lo habían hablado, y dado lo que Eva Svanström estaba cavilando, tal vez fuese lo mejor. En cuanto llegase a Estocolmo, tenía la intención de hacer un esfuerzo serio por arreglar su matrimonio y de darle las gracias a Jan Lewin por el tiempo que habían pasado juntos. Pensándolo bien, eran demasiados años, pero tomados de uno en uno, los días con él le habían ayudado a soportar los años. A saber cómo se explica eso, pensó. Cuando el corazón deja de latir y todo lo que queda en el pecho es un agujero negro en el que no te atreves a mirar. Y mucho menos, a contar lo que hay.

Ningún recuerdo, hasta que comenzó en la escuela. Una madre de la que se negaba a hablar. Un padre adoptivo que descansaba en una tumba que él ni siquiera consideraba digna de mearse encima. Un agujero negro que recordaba muy bien. La firme convicción de que al menos no había lastimado a Linda. La sola idea de haberlo hecho le resultaba insoportable y, por tanto, no podía haberlo hecho.

Otros seis interrogatorios al respecto, y en los cuatro últimos estuvo la fiscal. Hubo un momento en que se vio rodeado de tres mujeres que hablaban con él. Katarina Wibom, Anna Holt y Anna Sandberg.

—Tres contra uno —constató Månsson, aunque parecía haberle costado un mundo esbozar aquella sonrisa de humor negro.

—Creíamos que preferías tratar con mujeres, Bengt —dijo Katarina Wibom—. Cuantas más, mejor, o eso nos parecía.

Allí seguía el agujero negro en el que, según las pruebas técnicas, Bengt Månsson pasó la hora larga durante la cual violó, torturó y estranguló a Linda Wallin, y el coche que robó una hora más tarde para irse de allí y dejarlo todo tras de sí revestía escaso interés jurídico.

—Un agujero negro —resumió Anna Holt, la agente que dirigía la investigación.

—Y unas pruebas técnicas que son seguras en un ciento veinte por ciento —añadió Katarina Wibom.

—Si lo hubiera negado en redondo —dijo Holt—. O si al menos lo hubiera intentado con la variante del juego sexual que acabó por escapársele de las manos… —No se puede tener todo, pensó.

La tarde del viernes, día 5 de septiembre, también Knutsson y Thorén abandonaron Växjö. Otras víctimas de asesinato hacían cola esperando sus servicios. Además debían encargarse de los montones de papeles que se les habían ido acumulando en Estocolmo. Y como eran civilizados y bien educados, ambos se despidieron de Bengt Olsson, antes de irse.

—Gracias por todo —dijo Knutsson.

—En el peor de los casos, puede que volvamos a vernos —dijo Thorén—. Bueno, ya sabes a qué me refiero, Bengt —añadió disculpándose.

—Lo comprendo perfectamente —dijo Olsson sonriendo—. Sin vosotros habríamos tenido problemas para resolver esto. Aunque, claro, tarde o temprano lo habríamos cogido con el ADN.

—Sin nosotros, Olsson y el bueno de Månsson se habrían ido a vivir juntos —filosofó Knutsson en el coche mientras se dirigían a Estocolmo.

—Y habrían vivido felices el resto de sus días —remató Thorén.

—Por cierto que me pregunto cómo le irá a Bäckström —dijo Knutsson.

—Bueno, a Bäckström le irá bien, como siempre —dijo Thorén.