El lunes, después de aquel fin de semana, Anna Holt emprendió el ataque y enfrentó a Bengt Månsson con el informe de Lewin sobre lo que había estado haciendo aquel día. Anna Sandberg sustituyó a Lisa Mattei, que hasta entonces había estado allí de oyente, entre otras cosas, para recordarle a Månsson su único gran interés en la vida.
—¿Cómo has pensado plantearlo, Anna? —preguntó Anna Sandberg.
—Yo hablo, tú escuchas. Si quiero que digas algo, lo notarás —explicó.
—Por mí, vale.
—Nada de amenazas, nada de promesas, no ir demasiado deprisa. Por lo demás, puedes parecer todo lo mala que quieras —respondió Holt.
—Bueno, eso último no creo que me cueste ningún trabajo —dijo Anna Sandberg.
—Puesto que siempre he tratado de ser sincera contigo, Bengt, había pensado enseñarte este informe —comenzó Anna Holt mostrándole el documento de Jan Lewin.
—Y te lo agradezco mucho —respondió Månsson educadamente.
—Estupendo —dijo Anna Holt con una sonrisa—. Pues te sugiero que lo leas tranquilamente. Todo lo que dice ahí son cosas que ya sabemos sin necesidad de hacerte ninguna pregunta, pero sería muy interesante oír tu explicación.
Cinco minutos después, Bengt Månsson había concluido la lectura.
—Ya, bueno, ya he leído lo que dice —dijo Månsson—. Y ahora que lo veo, pues sí, recuerdo que seguramente sí vi a Linda aquella noche… Bueno, de madrugada —se corrigió—. Recuerdo que estuvimos hablando y luego nos acostamos, en un sofá, me parece… Pero a partir de ahí no recuerdo un pimiento.
—A partir de ahí no recuerdas un pimiento —repitió Anna Holt.
—Es como si fuera un agujero negro inmenso —afirmó Bengt Månsson.
—¿Qué es lo siguiente que recuerdas? —preguntó Holt.
Månsson recordaba que había visto a una vieja amiga. Que había estado en su casa. Vivía en Kalmar. Que se habían acostado a lo largo del día. Que fueron a un concierto por la noche. De Gyllene Tider. De eso sí se acordaba. Y de que tenía las entradas desde antes del verano. Gracias un contacto que había conocido por el trabajo.
Pero luego, todo negro. Bueno, y que sin saber por qué, había sentido una angustia horrenda todo el tiempo. De eso también se acordaba. Que se marchó de allí. Dejó a la amiga. Se fue del concierto. Se marchó al apartamento. Se figuraba que había cogido el autobús de Kalmar a Växjö. Agujero negro, angustia intensa, de nuevo en casa. No tenía claro cuándo, pero debió de ser durante el día, porque había gente en la calle.
—Volviste a casa en algún momento del sábado, en pleno día —dijo Holt.
—Si tú lo dices —respondió Månsson encogiéndose de hombros—. Es que lo veo todo como un agujero negro.
—¿Quieres hacer alguna pregunta, Anna? —preguntó Holt dirigiéndose a la colega.
—Vamos, que todo lo que recuerdas es que no recuerdas nada —dijo Anna Sandberg mordaz.
—Eso es —respondió Månsson mirándola como si acabara de darse cuenta de que estaba en la habitación.
—Ya, pero sí recuerdas perfectamente que tienes una laguna —dijo Anna Sandberg.
—Sí —dijo Månsson—. Es como un agujero negro.
—Lo que ocurrió entre las cuatro de la madrugada del viernes hasta primera hora de la mañana del mismo día, es como un agujero negro, ¿no?
—Eso —respondió Månsson—. Eso es. Es totalmente inexplicable.
—Desde luego que lo es, nunca he oído hablar de una laguna tan delimitada. Es curioso que eso lo recuerdes tan bien. Que recuerdes exactamente qué no recuerdas, quiero decir, y que, además, se dé la feliz coincidencia de que fue precisamente entonces cuando estrangulaste y violaste a Linda.
—¿No creerás que iba a mentir sobre algo así? —preguntó Månsson.
—Supongo que no te atreves a confesar —observó Anna Sandberg encogiéndose de hombros—. Eres demasiado cobarde, sencillamente. En realidad, es de ti de quien hay que sentir lástima.
—Ese agujero negro… —intervino Anna Holt desviando la conversación—. ¿Por qué no tratas de describirlo? ¿Qué aspecto tiene?
Pues como un agujero normal. Que le infundía una angustia enorme sin que él supiera por qué.
—Pues parece que ocurrieron cosas horrendas mientras estabas en el agujero —constató Anna Sandberg—. ¿Qué te parece si tratas de subir por él como trepando?
—¿Qué quieres decir? —quiso saber Månsson.
—Contando lo que hiciste allí abajo. Mientras estabas en el fondo del agujero —explicó.
—No lo sé —dijo Månsson—. Simplemente, fui a parar allí.
Y de ahí no pasaron, pese a que continuaron todo el día. Hacia el final, Månsson quiso contarles un par de cosas. Cosas importantes. Era importante que lo escucharan. Para empezar, él no había matado a Linda. Se habían acostado. De forma totalmente voluntaria. Y él no la lastimó, de ninguna manera.
—¿Cómo lo sabes? —lo interrumpió Anna Sandberg—. Si no recuerdas nada…
Månsson lo sabía aun sin recordar nada. Él jamás sería capaz de hacer nada semejante. Ni siquiera sería capaz de pensarlo.
—Reflexiona un poco —propuso Holt, antes de dar por terminado el interrogatorio.
—Bueno, pues ya lo tenemos en el apartamento. Y lo hemos visto llegar al sofá y hacérselo con Linda —dijo Anna Sandberg con la misma sed de sangre que había sentido durante todo el interrogatorio.
—Desde luego —dijo Anna Holt encogiéndose de hombros—. Pero no es a nosotros a quien se lo ha estado contando.
—Lo siento pero no te entiendo —confesó Anna Sandberg.
—Nunca conseguiremos llevarlo más lejos —explicó Anna Holt meneando la cabeza—. Lo único que él quería era lanzar lo del agujero negro.
—Bueno, al menos ha reconocido que no recuerda —observó Anna Sandberg.
—Ya, tan tonto no es —constató Holt—. Habrá leído toda la información que Enoksson y sus colegas han recabado. De eso lo habrá puesto al corriente su abogado.
—Hay algo a lo que llevo un tiempo dando vueltas —dijo Anna Sandberg—. ¿Por qué no intenta excusarse con lo del juego sexual que degeneró en otra cosa?
—La explicación más sencilla será, digo yo, que su abogado se lo habrá desaconsejado tajantemente —opinó Holt con un discreto suspiro.