Últimamente, Jan Lewin sueña todas las noches. Y casi todas, con aquel verano de hace casi cincuenta años en que le regalaron la primera bicicleta de verdad y su padre le enseñó a montar. Pero no soñaba con la bicicleta, con la Crescent Valiant roja, sino con aquel verano y con el día en que su padre, de pronto, tuvo que ir al centro.
No cogió el autobús, como solía, sino que vino a buscarlo en coche el abuelo. Su padre parecía cansado. Nos vemos pronto, le dijo revolviéndole el pelo, pero aquella vez no fue como las demás.
Luego, también el abuelo hizo lo mismo, y fue muy extraño, porque era la primera vez en la vida que el abuelo le revolvía el pelo.
—Bueno, Jan, pues tendrás que tomar el relevo y ser el hombre de la casa, y ayudar a tu madre mientras que papá está en la ciudad —dijo el abuelo.
—Te lo prometo, abuelo —dijo Jan.