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El quinto interrogatorio que Anna Holt mantuvo con Bengt Månsson se prolongó casi todo el día. Lisa Mattei asistió como testigo y, exactamente igual que en las ocasiones anteriores, apenas abrió la boca, sino que se quedó escuchando con aquella sonrisa afable y la mirada dulce. Holt empezó como de costumbre con un tema distinto del que Månsson esperaba. Sobre todo, después del tema del día anterior, y lo hizo simplemente porque ya no había ninguna prisa por abordarlo. Antes al contrario, lo ideal era que Månsson tuviera todo el día a solas para reflexionar sobre su relación con Linda Wallin.

—Háblame de ti, Bengt —comenzó Holt. Se inclinó, apoyó los codos en la mesa y asintió sonriente para demostrarle hasta qué punto le interesaba.

—¿De mí? —preguntó Månsson sorprendido—. ¿Y eso qué tiene que ver con todo esto?

—Háblame de tu infancia —insistió Holt.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Empieza por el principio —le sugirió—. Cuéntame cuáles son tus primeros recuerdos.

Según Bengt Månsson, su primer recuerdo de la infancia databa de cuando tenía siete años, cuando empezó la escuela. Antes de aquello no tenía ningún recuerdo propio. Su madre y su familia le habían hablado a menudo de cosas que decía y que hacía de muy niño, pero de eso él no tenía la menor noción.

—No sé por qué, pero así es —constató Månsson encogiéndose de hombros.

A partir del año en que empezó la escuela sí tenía recuerdos. Nada extraordinario, desde luego. Imágenes normales. Algunos buenos y casi siempre carentes de interés. Otros menos buenos de los que prefería no hablar. Además, no comprendía la pregunta. ¿Qué tenían que ver sus recuerdos con su situación actual?

De sus padres no quería hablar. Llevaban muertos muchos años y tampoco quería entrar en lo que ocurrió entre ellos hasta que fallecieron. En cambio, sí veía oportuno aclarar una cosa. Él solo conoció a uno de sus progenitores, es decir, a su madre. De su verdadero padre no tenía la menor idea y comprendió bastante pronto que no tenía sentido preguntarle por él a su madre. Además, tenía un padre adoptivo del que tampoco quería hablar, porque había trabajado muy duro para intentar borrarlo de su memoria.

—Ni siquiera vas a visitar sus tumbas, ¿no? —preguntó Holt.

—Te refieres a la tumba de mi madre, ¿verdad? —la corrigió Månsson.

—Sí, la tumba de tu madre.

—Jamás —respondió Månsson.

¿Y la tumba del padre adoptivo?

—Quieres decir que si he ido allí a aliviarme, ¿no? —preguntó Månsson sonriendo con amargura.

—¿Cómo? —preguntó Holt.

—Sí, a mearme encima —explicó Månsson.

—Cuéntame, ¿por qué ibas a hacer una cosa así? ¿Tan mal se portó contigo?

Månsson no tenía la menor intención de contarle nada sobre el tema. Ni a Holt ni a nadie.

—No digas eso —le advirtió la agente—. Puede que te ayude contarlo.

¿Cómo podría ayudarle Holt con el tema de su padre adoptivo? Además, ya estaba muerto. ¿Y qué podría hacer con aquel hombre alguien como Holt? Desde luego, ya no podía meterlo en la cárcel. Claro que podrían haberlo hecho pedazos, pero una vez muerto, no tenían influencia sobre él.

Anna Holt hizo tres intentos, aproximándose desde distintos puntos de vista, tomándoselo con calma. El resultado fue siempre el mismo. O bien no tenía ningún recuerdo de la infancia, o bien no quería contarlo.

—A pesar de todo, tengo la firme impresión de que hay algo que quieres contarme, algo sobre tus padres, y sobre todo acerca de tu padre adoptivo. Te sugiero que te lo pienses un poco —lo animó asintiendo.

—¿Qué hemos sacado de esto? —preguntó Holt a Mattei en cuanto volvieron a dejar a Månsson en el calabozo.

—Está utilizándote para poner a prueba la historia que tendrá que contarles a otros —dijo Mattei.

¿Y cómo lo sabía Mattei? Porque desde la primera pregunta de Holt y la primera respuesta de Månsson, supo lo que este diría tres horas después, cuando le hiciera la última pregunta.

—Vaya, me alegra saberlo —dijo Anna Holt—. Quién sabe, a partir de ahora, tal vez sea suficiente que hable solo contigo.

—Si yo fuera tú, me sentiría muy halagada —dijo Mattei—. ¿Por qué se arriesga a que destruyas su historia ahora? Debería haberla guardado para los loqueros. Ellos no tienen por qué andar averiguando nada ni preguntando a los que pudieran haber sido testigos de lo que sucedió para comprobar si es o no verdad.

—¿No lo haría eso más astuto de lo que en realidad es?

—No, no es muy astuto —convino Mattei—. Pero sabe perfectamente cómo engañar a las mujeres; cómo venderse cuando se encuentra con un cliente suspicaz. Es lo que mejor se le da.

—Claro, y yo no soy más que una tía buena —dijo Holt sonriendo.

—No para Bengt Månsson —dijo Mattei moviendo la melena rubia—. Para él eres una tía buena, pero inteligente. Una tía buena peligrosa.

—Pero, de todos modos, acabaré por tenerlo entre las piernas —dijo Holt.

—No digas eso, Anna —le recriminó Mattei dejando escapar un suspiro—. Tú vales demasiado. Lo que quiero decir es que, en el fondo, él está convencido de que, al final, también podrá contigo. En sentido figurado.

—Así que eso cree, ¿eh? —preguntó Holt contrariada.

—Claro, es lo razonable según su lógica —dijo Mattei.

Aquella tarde, Bengt Månsson pidió al personal del calabozo que llamaran a Anna Holt. Tenía que hablar con ella otra vez. Era importante. Anna llegó quince minutos después de haber recibido el mensaje. Månsson se encontraba muy mal. Además, no comprendía por qué. De repente, sintió una ansiedad horrible y no terminaba de entender lo que estaba ocurriéndole. Cuando se dirigía a los servicios de la zona de los calabozos, poco antes de que llegase Holt, le entró un mareo y se desplomó en el suelo.

—Avisaré para que te vea un médico —ofreció Holt.

—¿Serías tan amable? —dijo Månsson.

Ya fuera de la celda, Holt le preguntó al vigilante.

—¿Cómo está Månsson?

—No sé qué habrás hecho con él —dijo el vigilante con una amplia sonrisa—. Cuando iba al váter, hace un momento, parecía totalmente ido. Y dio con la oreja en el suelo antes de que pudiera agarrarlo.

—¿Y a ti qué te parece?

—Es mejor que ninguno de los que he visto hasta ahora. La idea básica es dar a entender que se encuentra fatal. Prepárale un Oscar al mejor protagonista masculino.

Por la tarde, cuando ya volvía al hotel, Anna Holt vio un papel en el tablón de anuncios que, desde luego, no tenía nada que ver con su investigación.

Era una página de un interrogatorio con la periodista que había denunciado por acoso sexual a su colega Bäckström.

El colega de Växjö que había llevado a cabo el interrogatorio con la demandante parecía haberlo hecho con anterioridad. Entre otras cosas, parecía consciente de la importancia que jueces y fiscales solían atribuir a la diferencia entre vestimenta insuficiente o incompleta y la desnudez que solía caracterizar una intención sexual e indecente.

—¿Viste si tenía el miembro en erección cuando se quitó la toalla? —preguntaba el agente en el interrogatorio.

Nada claro, según la demandante. Por un lado, no se fijó mucho. Por otro, se había centrado en gritarle que se comportara.

—Bueno, algo verías —insistió el agente, consciente de que aquello revestía una importancia decisiva a la hora de entrar por el ojo de la aguja que daba paso a los locales de los juzgados.

—Pues parecía una minisalchicha de toda la vida —dijo la demandante—. Una minisalchicha irritada —aclaró.

Vaya, a Bäckström le va a encantar, pensó Anna Holt. Arrugó el papel y lo arrojó a la papelera del destructor de papeles.

—Le está bien empleado —dijo Mattei con una risita cruel.

Anna Holt y ella estaban en el bar del hotel, cada una con una copa de vino, haciendo balance de la semana.

—Pues sí —dijo Holt suspirando—. A veces me pregunto qué me pasa: te aseguro que me dio un poco de pena. ¿Te lo imaginas? Yo, sintiendo pena de Bäckström.

—Bueno, hay especialistas que curan esas cosas, Anna —respondió Mattei mirándola muy seria—. Si quieres, puedo poner de nuevo la hoja en el tablón. Si les das un milímetro, se toman el brazo entero.

—Ya, todos menos Johansson —dijo Holt.

—No, mi Lars Martin, nunca —respondió Mattei.