No fue casualidad que Lisa Mattei presenciara también el cuarto interrogatorio de Anna Holt a Bengt Månsson. Holt pensaba empezar a apretar las tuercas al autor de los hechos y necesitaba que Lisa le calmase el dolor y lo despistase un poco. El trato amable de Mattei, su personalidad dulce, su aspecto inocente… Era una joven que carecía por completo de interés para Månsson como mujer, pero que resultaba perfecta para los propósitos de Holt.
—Ayer me contabas que solías practicar el sexo blando con Linda —comenzó Holt—. Y luego dijiste que ella te había mencionado en su diario.
—Sí —afirmó Månsson con mirada alerta.
—Todas las reglas tienen excepciones —dijo Holt—. Sé que Linda y tú practicabais el sexo blando. Pero ¿y las veces que no? ¿Las veces que os entregabais a juegos sexuales, que experimentabais el uno con el otro? Quiero que me lo cuentes y, desde luego, no creo que te resulte nada difícil.
—No —respondió Månsson—. ¿Por qué iba a ser difícil? Si no tenía nada de particular, solo esas cosas que la gente normal ha hecho alguna vez en la vida.
Sin embargo, no resultó tan sencillo, dado que a Anna Holt le llevó más de dos horas conseguir que confesara que, en algunas ocasiones, le ató a Linda las manos mientras la penetraba. Además, hubo de recorrer un camino muy largo en la vida sexual con Linda para llegar hasta allí, según dijo.
Linda no poseía demasiada experiencia en ese terreno. Antes de su relación con Bengt Månsson, había tenido cuatro parejas distintas. La primera vez tenía catorce años y ni siquiera estaba borracha. Simplemente, quería tener resuelto ese capítulo cuanto antes. Todas sus parejas posteriores eran de su edad. Nunca había tenido un orgasmo estando con ellos. En cambio, sí se masturbaba. Empezó a los dieciséis años, y lo hizo siguiendo al pie de la letra las instrucciones que daba en su columna dominical uno de los consejeros sexuales más célebres del país, según ella misma le contó a Bengt Månsson, que fue su primer amante de verdad.
Con él siempre había llegado al orgasmo. Por lo general, varios cada vez que se acostaban. Ya la segunda vez que estuvieron juntos, alcanzó el orgasmo en un coito normal. Lo que tan difícil solía ser para la mayoría, sobre todo al principio. Y entonces, precisamente, fue cuando él hizo su descubrimiento.
—Me di cuenta de que le gustaba que la agarrara fuerte cuando estaba a punto de correrse —explicó Månsson.
Y ahí quedó la cosa en los primeros encuentros. Luego, fue la propia Linda quien le hizo la propuesta y sin apenas decirlo. Estaba tumbada boca arriba en la cama. Ya lo habían hecho una vez. Él estaba acariciándola. De repente, ella se quitó el cinturón del albornoz y se lo dio con los brazos extendidos y las muñecas juntas. Muy despacio, él la ató con el cinturón al cabecero con las manos por encima de la cabeza. En silencio absoluto, en complicidad absoluta, en confianza absoluta por parte de Linda y, de repente, su amante Bengt Månsson, tiene libertad absoluta.
—Pues claro que no es lo mismo —constató Månsson—. Para que haya orgasmo, se precisa estímulo. Físico y psíquico —explicó.
¿Si la ató? Pues claro. ¿Si le pegó? Jamás. ¿Si la maltrató sin golpearla? Jamás. Ni siquiera de palabra, según Månsson. Además, a Linda no le gustaba. Si era demasiado explícito, se enfriaba. A ella le gustaba recorrer el camino del silencio, de lo hermético, de la intimidad secreta entre los dos.
—Sexo sin responsabilidades, ni más ni menos —explicó Månsson—. Estás haciendo algo que quieres hacer, pero no te atreves a hablar de ello, y entonces es como si no lo estuvieras haciendo tú.
—¿Nunca la llamaste puta? —preguntó Holt de pronto.
Nunca, según Månsson. En alguna ocasión le dijo que había sido una niña mala y cosas así, pero siempre de broma y con una sonrisa en los labios, y Linda siempre comprendió que era un juego.
—En plan teatro —dijo Holt.
—Si te parece mejor así —respondió Månsson, cuya voz sonó fría de pronto.
—¿A ti qué te parece esto, Lisa? —preguntó Holt después del interrogatorio.
—Uf —dijo Mattei—. ¿Por qué me preguntas a mí, que soy prácticamente virgen? ¿Por qué crees que a tantas mujeres normales les atraen los hombres fuertes? ¿Y por qué crees que siempre acaban en la cama de alguno como Månsson? Él no es un hombre. Ni siquiera es un ser humano.
—¿Y entonces qué es? —preguntó Holt.
—Una especie de instrumentalista sexual, en mi opinión. Quiero decir… ¿a ti te parece normal que diga que, cuando uno se acuesta con alguien, es importante tanto el estímulo físico como el psíquico? No hay que ser un experto para comprender que eso es lo que él hace exactamente. Y ¿de verdad resulta sexualmente excitante descubrir que eso es lo que le gusta?
—Pues no —convino Holt.
—Si quieres saber mi opinión, lo interesante y, además, la única razón de que estemos interrogando al señor Månsson, es precisamente lo que le pasa por la cabeza en una situación en la que no se ha visto casi nunca, porque siempre ha estado con chicas que hacían lo que él quería.
—¿Y qué situación es esa? —preguntó Holt.
—La siguiente —dijo Mattei—: Cuando ya se siente frustrado de antemano. Cuando solo tiene una cosa en la cabeza, descargar y olvidar, con esa expresión tan romántica que suelen usar muchos tíos. Cuando la persona con la que está se da cuenta de lo que pretende y se niega a acceder. Cuando, además, él comprende que ella se ha dado cuenta. Cuando se ve ridículo.
—En una situación como esa, Bengt Månsson deja de ser una persona con la que dé gusto estar —concluyó Anna Holt.
—Y en esa situación es cuando estrangula a Linda Wallin. Eso es algo que él nunca confesará.
—¿Ni siquiera a sí mismo?
—Ni siquiera a ti o a mí —dijo Mattei.
—¿Tienes alguna sugerencia? —insistió Holt.
—Hazlo trizas —dijo Mattei con una blanda sonrisa—. Y no es que crea que así vaya a confesar, pero me encantaría que lo hicieras. Creo que no he conocido a un asesino tan egocéntrico y tan simple como él.