El miércoles por la mañana, el juzgado de Växjö decretó la prisión preventiva de Bengt Månsson, sospechoso por indicios probables del asesinato de Linda Wallin. El día anterior habían recibido del laboratorio el resultado definitivo de que el ADN que encontraron en el lugar del crimen era suyo. A pesar de todo, a través de su abogado defensor, Månsson negaba rotundamente haber asesinado a Linda. Por lo demás, no tenía nada que añadir, salvo que era inocente y que aquella situación le resultaba del todo inexplicable. Anna Holt procuró mantenerse apartada de todo el trámite de la orden de prisión preventiva. Para ella se trataba de no malograr la confianza que estaba intentando alimentar. Månsson no debía verla en un contexto desagradable. Al contrario, convenía que pudiera pensar que quizá se mantenía alejada de aquello porque, en el fondo, no creía lo que los demás decían de él. Así de sencillo.
—Pues ha preguntado por ti —dijo la fiscal cuando le contó cómo había ido el trámite.
—Qué bien —respondió Anna Holt—. Era justo lo que me esperaba.
Después del almuerzo, fue personalmente a buscarlo al calabozo. Además, le preguntó si le importaba que una colega joven los acompañase durante el interrogatorio.
—Si no quieres, lo dejamos —dijo Holt en cuanto atisbó un destello de duda en la mirada.
—No, no pasa nada —afirmó Månsson—. Si a ti no te importa, a mí tampoco.
—Bien, pues entonces la llamo —respondió Holt.
El interrogatorio duró tres horas, a lo largo de las cuales Lisa Mattei no dijo más de cinco frases. De repente, Månsson le hizo una pregunta a ella.
—Perdona la pregunta —dijo—. Quizá suene muy rara, pero ¿de verdad que eres policía?
—Sí —respondió Lisa Mattei sonriendo más amable aún que Holt—. Pero no eres el primero que me lo pregunta.
—Bueno, es que no pareces policía, no sé si me entiendes —explicó Månsson.
—Sí, lo sé —dijo Lisa Mattei—. Creo que es porque me paso los días sentada revisando papeles. Aunque a veces me siento a escuchar.
La relación de Bengt Månsson con Linda Wallin, quince años más joven que él. Ella acababa de cumplir dieciocho, y él tenía treinta y dos: una diferencia sobre la que Anna Holt no pensaba decir ni pío. Aún no. La semana siguiente, quizá, si todo iba como ella esperaba.
—Háblanos de tu relación con Linda —comenzó Holt.
A él no le parecía que pudiera hablarse de ninguna relación. Había entre ellos diferencias demasiado marcadas. Simplemente, se habían visto. Unas veinte veces en tres años. Más seguido al principio y después cada vez menos. La última vez fue a comienzos de la primavera pasada, cuando ella lo llamó para contarle que había roto con el novio. Y sí, claro, a él le gustaba mucho Linda. Muchísimo, la verdad, y para ser del todo sincero, incluso llegó a estar enamorado de ella un tiempo. Al menos al principio, pero teniendo en cuenta todo lo que los separaba, jamás se lo mencionó.
—Pues yo tengo la clara impresión de que tú también le gustabas mucho a Linda —dijo Holt.
Sin duda, seguro que sí, le confirmó Månsson, pero eso constituía un problema más. En una ocasión, incluso le contó que había escrito sobre él en su diario; y, en el preciso momento en que Månsson mencionó el diario, Holt advirtió en sus ojos el mismo temblor que cuando le preguntó si Lisa Mattei podía acompañarlos en el interrogatorio.
—Lo sé —respondió Holt—. Sé que le gustabas mucho —repitió sin explicar cómo lo sabía—. Hay algo sobre lo que te quería preguntar —añadió enseguida, pues quería abandonar cuanto antes el asunto del diario—. Lo cierto es que hasta ahora había evitado hablar de ello, pero si tienes algo en contra, no tienes más que decirlo y cambiamos de tema.
—Ajá… —respondió Månsson a la expectativa y como en guardia de pronto.
—Bueno, no es ningún secreto, la verdad, pero tengo la impresión de que eres bastante experto en mujeres —dijo Holt encogiéndose de hombros—. Incluso muy experto —añadió sonriendo.
Månsson entendió muy bien a qué se refería, pero no le gustaba esa palabra. Experto. Era una palabra dura y cínica. En su vocabulario, casi sinónimo de pasado. A él le gustaban las mujeres. Siempre le había resultado fácil entablar conversación con ellas, relacionarse con ellas y estar con ellas. La verdad, entre sus amigos más cercanos no se contaba ningún hombre, y tampoco era algo que hubiese echado de menos. Y sí, bueno, había estado con muchas mujeres en su vida, si es que se refería a eso. Le gustaban las mujeres, se sentía a gusto en su compañía. Las mujeres lo hacían feliz, lo ponían de buen humor y con ellas se sentía seguro, sencillamente, no era tan raro.
—A mí no me resulta nada raro —asintió Anna Holt—. Comprendo perfectamente a qué te refieres, pero yo estaba pensando en Linda.
—Te refieres a que no podía ser muy experta en el terreno sexual —preguntó Månsson.
—Exacto —respondió Holt—. A mí lo que me interesa es lo del sexo. Quiero decir, cuando Linda y tú os acostasteis.
Pues sexo normal y corriente, según Månsson, y no fue nada difícil con alguien como Linda, teniendo en cuenta los sentimientos que abrigaban el uno por el otro.
—O sea, sexo normal, del blando —resumió Holt.
—Nos comportábamos como dos personas que se gustan mucho y que se respetan —aclaró Månsson—. Pero vale, sexo normal, del blando, si prefieres expresarlo así.
Pero ¿y todas las demás?, preguntó Holt. Todas las demás mujeres con las que había estado y que tenían mucha más experiencia que Linda Wallin. ¿Seguía valiendo en esos casos el sexo blando?
No siempre, según Månsson, pero mientras se tratara de actos libres y mutuos entre adultos responsables, tampoco tenía nada de extraño. Siempre y cuando los dos lo quisieran y ninguno de los dos sufriera.
—Lee la columna de consultorio sexual de cualquier revista y comprenderás a qué me refiero —aseguró Månsson.
—Lo comprendo perfectamente —respondió Holt—. Además, no es por eso por lo que estás aquí hablando conmigo.
—¿A qué te refieres?
—A lo que acabas de decir, a actos mutuamente acordados entre adultos responsables. Yo pienso igual que tú. ¿Cómo me voy a inmiscuir en eso? Pertenece al ámbito de tu vida privada.
»¿Sabes una cosa? —continuó Holt mirando el reloj—. Creo que lo mejor será que lo dejemos aquí y que sigamos mañana. Llevamos aquí ya más de tres horas.
—Gracias por permitirme estar de oyente —dijo Lisa Mattei, y le sonrió a Bengt Månsson—. Ha sido muy interesante, de verdad. Estaba pensando en lo que has dicho de ser experto y estar pasado. Me parece una forma preciosa de expresarlo, la verdad.
—Pues gracias —respondió Månsson.
—Entonces, ¿qué te ha parecido el bueno de Bengt Axel, eh? —preguntó Holt en cuanto se quedó a solas con Lisa Mattei.
—No es mi tipo —dijo Mattei—. Aunque, claro, seguro que yo tampoco soy el suyo —añadió encogiéndose de hombros.
—¿Y entonces, quién es su tipo? —preguntó Holt.
—Todas, según él.
—¿Y según tú?
—Nadie, salvo él mismo, naturalmente —dijo Lisa Mattei—. Si sacas una copia escrita del interrogatorio y cambias la palabra mujer por la palabra comida, pongamos por caso, comprenderás lo que quiero decir. Es un devorador compulsivo como tantos otros. Eso es lo que es.
—¿Alguna cosa más? —preguntó Holt.
—El diario —respondió Mattei—. El que todo el mundo parece creer que tiene escondido el padre de Linda.
—¿Y qué hacemos, si es que es verdad? —quiso saber Holt.
—Pues claro que el padre de Linda lo ha escondido. No conseguiremos localizarlo, pero ya que parece que Månsson sospecha que tú lo has leído, quizá sea mejor que no lo tengamos —dijo Mattei entusiasmada—. En el peor de los casos, puede que su abogado quiera echarle un vistazo.
—¿Y qué será lo que lo tiene preocupado? —preguntó Holt.
—Anna —dijo Mattei con un suspiro—, ya sabes qué lo tiene preocupado.
—Que el diario de Linda no trata solo de sexo blando —dijo Holt.
—Ahí lo tienes —replicó Mattei—. A pesar de que estás hablando con una que apenas conoce el sexo blando siquiera. Dime, ¿para qué me necesitas?