—La tercera vez que os visteis —dijo Holt. Tan curiosa como antes, con la misma amabilidad y el mismo interés—. Cuenta. ¿Cómo ocurrió?
Según Månsson, fue Linda quien lo llamó al número que él le había dado y, sinceramente, se quedó muy sorprendido. Fue al día siguiente de su cumpleaños. Linda acababa de cumplir los dieciocho el día anterior y su padre le había organizado en la finca una fiesta a ella y a todos sus amigos. Y llamaba para continuar la fiesta a solas con Bengt Månsson.
—¿Y tú qué pensaste? —preguntó Holt.
—Sinceramente, me extrañó muchísimo —confesó Månsson—. No se me había pasado por la cabeza llamarla, y el que ella me llamase a mí fue una sorpresa inesperada.
—¿Qué te dijo?
—Pues eso fue lo más raro de todo. Me preguntó si podía invitarme a cenar. Para celebrar que ya era una mujer adulta y mayor de edad.
—¿Y tú cómo te lo tomaste?
—Bueno, le propuse que pagáramos a medias —dijo Månsson.
—Y ella, ¿qué respondió?
—Que ni me lo planteara, que no iba a salir con su madre. Linda era así, muy directa.
—Y te sorprendió —constató Holt.
—Bueno, era más clara que el agua, ya digo —insistió Månsson—. Claro que yo ya sabía que su padre tenía mucho dinero. La madre de Linda… o sea, Lotta, me lo había contado. De modo que estaba al corriente. Y además, estuve en la casa del padre, así que me di perfecta cuenta.
Luego se vieron. Cenaron en un restaurante de Växjö, hablaron y pasaron un buen rato.
—¿Quién pagó al final? —preguntó Holt con la habitual expresión de curiosidad, pese a que cada vez exigía más esfuerzo por su parte.
—Bueno, pagó ella —respondió Månsson, que aún parecía sorprendido—. La verdad, yo me ofrecí a pagar a medias, pero ella ya lo tenía decidido. Lo convirtió en una cuestión de principios, vamos, decía que ahora era una mujer adulta e independiente que podía invitar a un hombre como yo si le apetecía. Además, dijo que creía que tenía mucho más dinero que yo, lo cual era muy cierto, así que acepté. Y estamos hablando de una joven que acababa de cumplir los dieciocho.
—Luego os fuisteis a tu casa a pasar un rato —apuntó Holt, que no pensaba perder ni una sola oportunidad.
—Sí —dijo Månsson—. Nos fuimos a mi casa e hicimos el amor.
—Háblame de esa primera vez —lo instó Holt.
Bueno, hicieron el amor. No fue solo sexo. Hicieron el amor. Luego Månsson le ofreció algo de vino y estuvieron hablando, se durmieron y desayunaron juntos al día siguiente. Así fue, ni más ni menos, y la sola idea de verse allí sentado, en aquel lugar, y de verse obligado a contarlo de ese modo lo desquiciaba. Se encontraba en una situación inexplicable. Él nunca le hizo daño a Linda y nunca pensó en hacerle daño.
—¿Sabes una cosa? —dijo Anna Holt mirando el reloj—. Yo creo que será mejor dejarlo aquí y seguir mañana.
—¿Ha confesado que se acostó con ella? —preguntó la fiscal mientras almorzaba con Anna Holt.
—Claro, tan tonto no es —respondió Holt.
—¿Y lo otro? Me refiero a la laguna de lo que pasó el viernes cuatro. ¿No trató de recordarlo?
—Bueno, hizo un esfuerzo poco entusiasta al final, pero, por suerte, conseguí pararlo a tiempo —aseguró Holt.
—Prefieres esperar, ¿no? —preguntó la fiscal.
—Pensaba esperar hasta que empiece a hablar de cuando llegó al apartamento donde ocurrió todo —respondió Holt—. Cuando ya sepa todo lo que hizo el día en que estranguló a Linda.
—Ajá. ¿Y entonces será el momento adecuado?
—Entonces será el momento adecuado, y entonces, pensaba yo, estaría bien que tú asistieras al interrogatorio —dijo Holt.
—Pero ¿tú tienes idea de cómo terminará esto? —quiso saber la fiscal.
—Claro —afirmó Holt—. Sé perfectamente cómo va a terminar.
—¿Y no quieres contármelo?
—Puedo escribírtelo en un papel, si me prometes que no lo leerás hasta que yo no haya terminado con él.
—Mejor lo dejamos. No podría resistir la tentación. Soy de las que aprovechan para leer las notas que la gente tiene en la mesa en cuanto salen de la habitación.
—Y yo —dijo Anna Holt—. Yo creo que eso lo hace cualquier policía que se precie. Me alegro de conocer por fin a un fiscal que hace lo mismo.