67

Cuando Jan Lewin se disponía a leer el Smålandsposten aquella mañana —en paz y tranquilidad, en su habitación y antes de bajar a desayunar— comprobó que el jefe de compras Roy Edvardsson, de cuarenta y ocho años, había ido a parar a la primera página del periódico. A juzgar por la fotografía, era un hombre no demasiado obeso en sus mejores años, ataviado con la ropa veraniega clásica del sueco medio: sandalias con calcetines, pantalón corto por las rodillas, camiseta de rayas y manga corta y gorra de cuadros de un modelo ligero, teniendo en cuenta la estación del año. Se veía a Edvardsson cómodamente apoyado en su coche, de la marca Mercedes, e irradiaba tanta confianza como éxito material. Además, había nacido en Växjö, se había criado allí y allí trabajaba.

La razón de que fuese noticia en el Smålandsposten era un amplio reportaje sobre la investigación gracias a la cual la Dirección General de Alimentos demostraba que la gente de Småland era menos proclive que otros suecos a elegir productos ecológicos a la hora de comprar lo que necesitaban para su alimentación diaria. A pesar de los esfuerzos que la escritora Astrid Lindgren, la persona de Småland más conocida del mundo, había realizado por liberar a las gallinas de las jaulas y por que los cerdos vivieran felices hasta Navidad.

La articulista había llevado a cabo un pequeño estudio preguntando a la gente de la ciudad qué pensaban de los productos alimentarios ecológicos y otros productos. La respuesta de la mayoría de los encuestados parecía apoyar los resultados de la Dirección General de Alimentos, y la razón, entre aquellos cuya postura era contraria a los productos ecológicos, era invariablemente la misma. Los productos ecológicos resultaban más caros que los alimentos normales, aunque, en términos generales, tenían el mismo sabor que tenía actualmente el resto de la comida.

Todos a excepción de Roy Edvardsson, de cuarenta y ocho años que, pese a su profesión, no tenía opinión sobre aquel tema.

«No me preguntes a mí —había replicado Edvardsson—. Yo nunca hago la compra. Llevo casado muchos años».

Y yo que creía que ya no había hombres así, pensó Lewin admirado, y alargó el brazo en busca de las tijeras para completar los recuerdos del viaje a Växjö con una estampa de la vida de Roy Edvardsson.