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Växjö, martes 12 de agosto-viernes 15 de agosto

Al día siguiente, el principal de los dos diarios vespertinos publicó un reportaje sobre el entierro de Linda —«EL DOLOR POR LA AUSENCIA DE LINDA»— y, a juzgar por el texto y las fotografías, la información básica procedía de fuentes distintas a las del propio diario. El texto estaba lleno de generalidades y expresaba, como era lógico, un profundo dolor, pero por lo demás podría haber tratado de cualquier otro entierro. Lo ilustraban las fotografías granuladas de un cementerio, tomadas desde lejos, que podían representar a cualquier cortejo fúnebre. Ni el periodista ni el fotógrafo figuraban entre los colaboradores habituales del periódico. Ni sus nombres resultaban familiares para el público lector ni acompañaba a su firma la consabida fotografía, lo cual resultaba más extraño aún, teniendo en cuenta que el reportaje ocupaba una página entera en el mejor espacio dedicado a las noticias.

La gran primicia se encontraba en la página siguiente, y el titular encabezaba la portada: «LOS INVESTIGADORES DEL ASESINATO SE PASARON LA NOCHE VIENDO PELÍCULAS PORNO»; y sin que el texto explicara nada y sin que el lector tuviera que buscar la información, todos podían forjarse una idea clarísima de lo sucedido. Mientras la familia y los amigos y parientes más próximos de Linda, destrozados por el dolor, la entregaban al descanso eterno, los policías de la judicial central, en lugar de dedicarse a atrapar a su asesino, se habían pasado la noche viendo porno en la habitación del hotel.

—No comprendo una mierda —rabió Rogersson sentado al volante para recorrer los quinientos metros que separaban el hotel de la comisaría—. Yo, por lo menos, no he visto ninguna película porno, joder.

—Pasa de ellos —dijo Bäckström conciliador—. No creo que a nadie le importe lo que inventen esos correveidiles de mierda.

A Bäckström se le había refrescado la memoria desde la última vez que Rogersson le había preguntado, y ahora se trataba de mantener el tipo. Y dado que esa era una de sus mejores habilidades, no sentía la menor preocupación. Fingir que no ocurría nada, menear la cabeza si alguien preguntaba y, en caso de necesidad, indignarse ante las sucias mentiras que la gente se inventaba, si quien preguntaba no se daba por satisfecho con un no por respuesta.

Alguien que, al parecer, sí se había preocupado por el asunto era Lars Martin Johansson. Ya por la mañana, mientras se tomaba el café, se fue a su despacho con el periódico bajo el brazo, leyó entre líneas y no tardó en hacerse una idea de cuál era la situación. Por alguna razón, pensaba en Bäckström, precisamente, cuando mandó llamar a su despacho al intendente, jefe de Bäckström y sus colegas.

—Siéntate —dijo Johansson señalándole la silla al intendente, que acababa de entrar—. Una pregunta. ¿Quién envió a Bäckström a colaborar en el caso de Växjö?

No parecía muy claro, según el interrogado. No obstante, estaba totalmente seguro de una cosa: él no fue. De hecho, él se encontraba de vacaciones y, de no haber sido así, Bäckström habría sido de todos modos la última persona en la que habría pensado para dirigir las operaciones de la judicial central en Växjö. Al contrario, antes de irse de vacaciones, el intendente había tratado de impedir que se produjera tal eventualidad.

—Bäckström tenía que revisar una serie de casos antiguos sin resolver que se habían enfriado —aclaró el intendente—. Muy antiguos, la verdad —aseguró sin saber por qué.

Johansson no dijo una palabra. Simplemente, se quedó observando al visitante con una mirada extrañamente parecida a la que el jefe de la provincial había recordado el día anterior.

—Si quiere saber mi opinión, jefe, estoy bastante seguro de que quien tomó esa decisión fue Nylander —añadió el intendente, y carraspeó nervioso.

—Papel y lápiz —dijo Johansson y asintió a su víctima—. Quiero saber lo siguiente…