En Växjö, el mismo día
Cuando los miembros de la unidad de investigación de Växjö se hubieron sentado en torno a la enorme mesa para iniciar la primera reunión de la semana, no tenían la menor idea de los nubarrones que se arracimaban sobre el caso que trataban de resolver. Al contrario, todos creían que el sol de la misericordia había empezado a brillar por fin sobre ellos. Un minuto antes de que comenzaran, se presentó Enoksson y le preguntó a Bäckström si podía hablar él en primer lugar. Tenía, según dijo, una serie de cosas interesantes que contar, y puesto que era Enoksson y no Olsson, que alegró a Bäckström con su ausencia, este creyó notar al menos la presencia de aquellas vibraciones tan familiares.
—Tengo mucho que contaros, si es que tenéis interés en oírme —comenzó Enoksson. Y a juzgar por las reacciones de los presentes, sí que estaban interesados—. Los colegas de Kalmar han localizado el ADN del asesino de Linda. Por desgracia, no pueden facilitarnos la identidad, pero a mí me resulta prometedor a pesar de todo —prosiguió. Esto es lo que hay que hacer para tener rendido al público, se dijo.
Puesto que Enoksson era un hombre tan meticuloso como pedagógico, intentó facilitar las cosas al auditorio resumiendo punto por punto lo que tenía que comunicarles y, por si acaso, repartió una fotocopia que podían ir leyendo mientras él hablaba. El primer punto trataba del asesinato de Linda. El último, del informe del análisis que le había remitido el laboratorio de Linköping hacía tan solo una hora.
A Linda la habían asesinado entre las cuatro y las cinco de la mañana del viernes 4 de julio en el piso de su madre, en la calle Pär Lagerkvist de Växjö. El lunes 7 de julio a primera hora de la tarde, la policía de Växjö registró la denuncia del robo de un Saab de más de diez años de antigüedad, sustraído a unos kilómetros del lugar del crimen la misma mañana en que se denunció su desaparición. El mismo coche apareció en el transcurso de su investigación el viernes 11 de julio, cuando repasaron los delitos cometidos más o menos en la misma fecha en que asesinaron a Linda. No lo consideraron importante y no le prestaron atención. Sin embargo, ahora había razones de peso para volver sobre el asunto.
—Si no recuerdo mal, pensamos que si lo había robado tres días después del asesinato, sería exagerado creer que hubiera podido tener nada que ver con Linda —dijo Enoksson.
Tanto daba. Lo encontraron el domingo, así que no podían haberlo robado el lunes. Estaba escondido en el bosque, aparcado en un desvío de la carretera 25 entre Växjö y Kalmar, a poco más de diez kilómetros al oeste de Kalmar. Fue el propietario del terreno quien lo encontró cuando salió temprano a inspeccionar sus propiedades. Alguien había desatornillado las placas de la matrícula del coche y, además, habían intentado quemarlas, aunque sin mucho empeño. Dado el estado en que se encontraban, cabía sospechar que se tratase de la forma habitual en que los propietarios de vehículos solían deshacerse de un coche viejo para ahorrarse el último viaje al desguace, y no era la primera vez que el propietario de las tierras se tropezaba con aquel tipo de iniciativas privadas. En pocas palabras, el hombre estaba cualquier cosa menos contento.
Por la tarde llamó a la policía de Kalmar, pero como no tenían personal, hasta el miércoles 9 de julio no acudió la patrulla de la policía local de Nybro para encargarse del asunto sobre el terreno. Después de inspeccionar el coche y de rebuscar por los alrededores, encontraron un par de placas de matrícula en la cuneta, a unos cincuenta metros del vehículo y en dirección a la carretera 25. Llamaron por radio para hacer una consulta, les dieron una respuesta que coincidía con el vehículo y, más o menos ahí, se ponía interesante la cosa.
En la sección de la policía provincial de Kalmar encargada de la reducción del índice de criminalidad habían hecho suyas las propuestas del ministro de Justicia para endurecer las medidas contra los delitos habituales, y además participaban en un proyecto piloto a escala nacional en el que, sirviéndose de los métodos de la criminalística moderna, intentaban aumentar el número de casos de robo de coches que se esclarecían.
Por otro lado, en aquel coche había muchos detalles que indicaban que lo habían robado. Por ejemplo, lo habían arrancado introduciendo un destornillador en el encendido y girándolo, y habían forzado la dirección como era habitual, bloqueando las cuatro ruedas y girando el volante con toda la fuerza posible.
En el cenicero que había entre los asientos delanteros, los colegas de Västervik encontraron un cigarrillo de liar con un prometedor aroma a Cannabis sativa. Metieron la colilla en una bolsa de pruebas y la enviaron al laboratorio para que analizaran el ADN. Luego ordenaron que llevaran el coche al depósito de la policía en Kalmar, a la espera de nuevas intervenciones técnicas en el marco del proyecto piloto nacional.
Después, tanto el coche como la colilla se perdieron en el mundo de los ordenadores policiales. La policía de Kalmar no tenía ni idea de que, en la investigación de asesinato más discutida del país en aquel momento, habían estado hablando de aquel coche unos instantes. Se limitaron a enviar una carta al propietario del vehículo en la que le avisaban de que lo habían encontrado, pero el hombre no llamó siquiera y a ninguna otra persona se le ocurrió hacerlo.
La colilla de marihuana fue a parar al final de la larga cola de análisis de ADN del laboratorio. Con independencia de la iniciativa política del ministro de Justicia, sin atender dónde tenía puestas sus esperanzas la sección de reducción de la criminalidad de la policía provincial de Kalmar y con todo el respeto por el proyecto piloto nacional, la colilla se quedó allí esperando su turno, y tardaron un mes entero en tener tiempo de analizarla.
A última hora de la mañana del viernes 8 de agosto tenían listo el análisis, y cuando lo compararon con los demás casos que tenían en el registro informático, empezaron a sonarles todas las alarmas. Por desgracia, la mayoría de los principales implicados de la policía provincial tanto de Kalmar como de Växjö ya se habían ido a casa y, por mantener el secreto y por las habituales razones del carácter particular de cada uno, tuvo que llegar el lunes para que Enoksson y sus colegas recibieran por teléfono la gozosa noticia, que les comunicó directamente el responsable del laboratorio.
—Y bueno, eso es todo —constató Enoksson—. Los colegas han ido a Kalmar en busca de la colilla. Nos pareció que sería lo mejor. ¿Qué más había? Ah, sí, tenía un recado de los de Kalmar.
—¿Qué querían? —preguntó Bäckström, aunque ya sabía la respuesta.
—Lo de siempre —dijo Enoksson—. Si necesitamos más ayuda con el caso Linda, no tenemos más que decirlo.
—No creo que haga falta —respondió Bäckström—. Muy bien, compañeros —prosiguió—. Ahora sí tenemos algo a lo que agarrarnos, y si ha habido en todo el reino de Suecia un coche robado que se haya investigado más que lo será este, os prometo que tiro la toalla. —Y eso es algo con lo que solo podréis soñar, so imbéciles, se dijo.