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Växjö, martes 5 de agosto

La joven de catorce años víctima de la violación de Kalmar había sobrevivido. Se encontraba en estado crítico pero estable y, de la descripción se desprendía que, en realidad, habría muerto si su hermana y la amiga no hubieran aparecido en el último momento y ahuyentado al violador. La muchacha constituía además la confirmación de lo que los medios de comunicación sospechaban desde el principio: que un violador arrasaba en Småland. En pleno idilio veraniego.

En primer lugar, había asesinado a Linda. Unas semanas después, atacó a otra mujer, y el hecho de que fracasara era, según los expertos de los periódicos, la razón más plausible de que, tan solo una semana después, buscara una tercera víctima. La presión que sentía en su interior se intensificó hasta el punto de que el riesgo de que lo atraparan era el menor de sus problemas.

Un catedrático de psicología forense de la Universidad de Estocolmo, al que presentaban como el principal experto en asesinos en serie de todo el país, pudo dar varios ejemplos de la incapacidad de la policía para detectar en un estadio inicial los delitos violentos en serie. La policía carecía de visión de conjunto, se quedaban ciegos mirando las individualidades, eran incapaces de comunicarse entre sí. Una mano «no veía» lo que hacía la otra. Perdían el todo, el modelo y lo más evidente.

—Sencillamente, no ven que el emperador está desnudo —aclaró el catedrático en el sofá del programa matutino de TV4.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el periodista.

—Pues eso, que está desnudo —explicó el catedrático.

Por primera vez aquel verano, también los medios de comunicación lanzaron críticas abiertas contra la policía; en concreto, contra la de Växjö. Pese a la gran cantidad de pistas recabadas, no habían logrado resolver el asesinato de Linda Wallin. Peor aún: según varias fuentes policiales anónimas, no habían conseguido el menor resultado relativo a la investigación. Pese a que ya había transcurrido un mes desde que se produjera el asesinato, la investigación seguía estancada.

La mujer de diecinueve años a la que el criminal había intentado violar hacía poco más de una semana había vuelto a pronunciarse en público. Sencillamente, la policía se había negado a creerla. En lugar de perseguir al delincuente, se habían dedicado a acosarla, y la siguiente víctima había pagado el precio de tanta incompetencia. En los editoriales de los periódicos hablaban invariablemente de «escándalo judicial» y, de repente, la unidad de investigación del caso Linda se veía obligada a dedicar la mayor parte de su tiempo a resolver problemas que la mayoría de los que integraban el grupo consideraban puras fantasías.

El día anterior, el jefe de la policía provincial de Kalmar se había puesto en contacto con su colega de Växjö para sugerirle que constituyesen un comando especial. Un asesinato y dos violaciones en el transcurso de un mes, y los últimos sucesos hacían pensar que el autor de los hechos podía empezar a moverse de nuevo en breve. El jefe de la provincial de Växjö se mostró reacio, pero le prometió consultarlo enseguida con el colega que dirigía la investigación del caso Linda, y que volvería a ponerse en contacto con él.

El comisario Olsson había incluido la consulta como primer punto del orden del día de la reunión matutina del martes y, naturalmente, estaba abierto a cualquier sugerencia.

—¿Qué opináis? —preguntó Olsson mirando a los allí reunidos—. Yo me inclino a pensar que se trata del mismo hombre en las dos violaciones, puesto que la descripción que dan los testigos coincide prácticamente al cien por cien.

—¿Y el caso Linda? —preguntó Bäckström con acritud—. ¿También es el mismo autor?

—Ahí el problema es que no tenemos ninguna descripción —constató Olsson con cierta reserva.

—Ya, pero por otro lado, es lo único que nos falta —replicó Bäckström—. Porque no tardaremos en encontrar al que lo hizo. De los que estáis aquí, ¿sois tan amables de levantar la mano quienes creáis en serio que Linda le abrió la puerta a las tres de la mañana al tío de los tatuajes?

—Perdonad que interrumpa —dijo Lewin carraspeando discretamente—. ¿Qué hay de la última víctima? ¿Se ha podido obtener algún resto de esperma?

—Sí —dijo Sandberg.

—En ese caso, no tardará en aclararse el asunto de la relación con el caso Linda —afirmó Lewin.

—Pues sí —respondió Sandberg, que enseguida se mostró más animada.

—En lo que a las dos violaciones se refiere, no comprendo cómo podríamos ayudar a los colegas de Kalmar. Salvo mostrarles a sus testigos las mismas fotos que ha visto nuestra demandante. Si es que no lo han hecho ya —dijo Lewin, y volvió a carraspear.

—Eso ya está en marcha —dijo Sandberg, aún más satisfecha que antes.

—Ah, bueno. Pues entonces, estupendo —constató Lewin—. Parece un ejemplo académico de cómo deben colaborar los policías.

—Pero dinos, ¿tú qué crees, Lewin? —insistió Olsson—. Me refiero a la posible relación.

—A mí me desagrada pronunciarme sobre esas cosas —reconoció Lewin—. Pero ya que quieres saberlo, yo creo que el hombre que mató a Linda no es el mismo que violó a la pobre niña de Kalmar, y que lo sabremos con certeza en cuanto los colegas de Kalmar reciban el informe del análisis de su violador, y entonces no creo que debamos preocuparnos de más vínculos entre los dos casos.

Y, por alguna razón, asintió mirando a Anna Sandberg al decir aquello.

—Ojalá tengas razón —dijo Olsson, y meneó preocupado la cabeza—. Espero de verdad que tengas razón.

Como último punto de la reunión, Olsson envió a Sandberg, Salomonson, Von Essen, Adolfsson y a otros dos miembros de la unidad de investigación a que, en colaboración con los colegas de Kalmar, investigasen los posibles vínculos entre el caso Linda, el intento de violación de Växjö y la violación de Kalmar. Además, él se pondría en contacto con la unidad VICLAS de la policía judicial central, y con el grupo de análisis de conducta, para asegurarse de que no pasaban por alto ningún punto de vista analítico.

En cuanto Bäckström se quedó solo y algo más tranquilo y los demás miembros de la unidad, casi como plañideras, se marcharon en busca de aquellos vínculos, reunió a sus fuerzas restantes.

—Muy bien —dijo—. ¿Cómo van nuestras queridas listas de ADN? ¿Tenemos bastoncillos suficientes?

Lewin había regresado a su despacho y no tardó en recibir la visita de Eva Svanström.

—Lo de los teléfonos de la madre tardará unos días. He estado hablando con Telia y sus registros solo abarcan los dos últimos años —dijo Svanström.

—Pero los datos estarán en alguna parte, ¿no? —preguntó Lewin, que enseguida notó aquella inquietud tan familiar.

—Claro —dijo Svanström—. Aunque la persona con la que hablé me dijo que les llevaría unos días recuperarlos.

—Está bien —respondió Lewin.

Unos días no son el fin del mundo, y probablemente no tenga el menor interés, pensó. Como la mayoría de los tiros a ciegas.