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Poco después del almuerzo se acabó de improviso la paz, y la búsqueda relajada de estructuras sensatas y del jersey azul claro se convirtió en algo totalmente distinto. Voces, carreras por los pasillos, portazos, Von Essen y Adolfsson que, de repente, aparecieron en la sala de la unidad de investigación con los galones y el arma reglamentaria y, con cara seria, se llevaron a Sandberg y a Salomonson, cogieron un coche del garaje, colocaron las luces en un lateral del techo en cuanto salieron a la calle y pusieron rumbo a Kalmar a toda máquina.

Dos horas antes, se había producido una violación en Björnö, a diez kilómetros al norte de Kalmar y, a diferencia del caso de la semana anterior, aquí no cabía la menor duda de que se trataba de lo peor de lo peor. La víctima era una niña de catorce años. Junto con su hermana, dos años mayor, y con la amiga de la hermana, de la misma edad, bajó a la playa después de desayunar para bañarse, tomar el sol y pasar el día con su hermana y con la amiga.

Al cabo de una hora, la víctima fue a comprar helados y refrescos a un quiosco cercano. Seguro que no fue casualidad, puesto que era la más pequeña… Cuando atajó por el bosque vecino, el autor del delito se abalanzó sobre ella por detrás, la arrastró entre los arbustos, la golpeó hasta dejarla medio inconsciente y la violó. Al ver que, después de transcurrida media hora, la niña no volvía, la hermana mayor y la amiga empezaron a preocuparse y fueron a buscarla. Tampoco eso fue ninguna casualidad, después del caso Linda y los reportajes en los medios. Cien metros más allá, encontraron a la hermana pequeña. El autor de los hechos estaba sentado a horcajadas sobre ella. Las jóvenes empezaron a gritar y el violador se alejó de allí a la carrera.

Media hora después, la víctima iba camino del hospital de Kalmar, la policía ya había llegado al lugar de los hechos, habían acordonado la zona y estaban interrogando a los primeros testigos. Una unidad canina se dirigía hacia allí y esperaban que llegase dentro de un cuarto de hora. En resumen, la movilización era total y las patrullas que acudían a la zona tenían, además, una buena descripción por la que guiarse. Según la hermana mayor y la amiga, la persona a la que buscaban guardaba un parecido notable con el violador que la víctima de violación de Växjö había descrito hacía poco más de una semana. Se habían fijado particularmente en los tatuajes. Gruesos trazos azules enroscados que podían representar serpientes o dragones, en ambos brazos, desde los hombros hasta las manos.

—A mí esto no me da muy buena espina —dijo Anna Sandberg cuando entró con los colegas en la comisaría de Kalmar, mientras pensaba en su propio caso de Växjö que, aquella misma mañana, había decidido archivar por inventado.

—Lo dices por los tatuajes —dijo Salomonson.

—Sí —respondió Anna—. No me da buena espina.

—No te obsesiones con eso —le recomendó Adolfsson para animarla—. Hoy en día, todos los delincuentes con amor propio llevan ese tipo de tatuajes. Parecen alfombras chinas.

—Ya está, Janne, ya puedes estar tranquilo —dijo Svanström agitando un montón de papeles para animar a Lewin, que estaba hundido en la silla, frente a su mesa, detrás de montañas de otros documentos.

—Te escucho impaciente —respondió Lewin retrepándose en la silla.

—No era tan sencillo como yo pensaba —constató Eva Svanström—. Pero la cosa ha sido así. Al menos, según Margareta Eriksson, con la que he estado hablando hace un momento, y parece que la señora tiene la cabeza en su sitio. Además, es la presidenta de la comunidad.

Hacía más de tres años, más o menos cuando se constituyó la cooperativa, Margareta Eriksson le vendió el piso del primero a Marian Gross, que se mudó enseguida. Al mismo tiempo, le compró a su vecina Lotta Ericson, la madre de Linda, el piso de la última planta en el que ahora vivía. Finalmente, la madre de Linda se mudó a la planta baja, al apartamento en el que llevaba viviendo desde entonces y en el que mataron a su hija hacía menos de un mes. Aquel apartamento había sido anteriormente una oficina, luego lo tuvieron realquilado y después, se quedó vacío cuando se constituía la cooperativa. Y la propietaria era la madre de Linda, no la comunidad.

—O sea, Margareta Eriksson quería un piso más grande, pese a que vive sola —dijo Svanström—. Por un lado, necesitaba un par de habitaciones para usar como oficina debido a su actividad como contable; por otro, había vendido la casa de veraneo y se había quedado con unos cuantos muebles que quería conservar y para los que necesitaba espacio.

—Mientras que Lotta Ericson se arreglaba perfectamente con un piso más pequeño, puesto que su hija se había mudado —comentó Lewin.

—Exacto —afirmó Svanström—. ¿Y qué más quieres que haga por ti? —preguntó sonriendo.

—Pues lo cierto es que hay otro par de cosas —respondió Lewin.

—Ya me lo imaginaba —dijo Svanström—. Si empezamos por el principio y si lo que estás pensando es que Margareta Eriksson (con ka y dos eses) y Lotta Ericson (con ce y una ese) quizá sean familia, la respuesta es no.

—O sea que lo habías sospechado —dijo Lewin.

—No era tan difícil —aseguró Eva Svanström—. Lo comprendí enseguida, en cuanto vi cómo se habían ido mudando. Margareta Eriksson, con ka y dos eses. La grafía normal o, por lo menos, la más habitual. Y así se llama desde que se casó. Lotta Ericson, en cambio, se llamaba de soltera Liselott Eriksson, con ka y dos eses. El nombre completo, Liselott Jeanette Eriksson. Cuando se casó, pasó a llamarse Liselott Wallin Eriksson, y al mudarse a Estados Unidos, cambió el segundo apellido por Ericson, con ce y una ese. Siempre la han llamado Lotta, desde pequeña. Tras separarse y volver a casa, se deshizo primero del Wallin y, unos años después, solicitó un cambio de nombre. De modo que desde hace ocho años se llama Lotta Liselott Jeanette Ericson.

—Ajá —dijo Lewin.

—Crees que el asesino llamó primero a la puerta equivocada —concluyó Svanström.

—Sí —afirmó Lewin—. Eso es lo que estaba pensando. Fue por lo que explicó Margareta Eriksson en el periódico, y que ella y la madre de Linda tenían el mismo apellido. Claro que todo ha sido gracias a ti. Fue por lo que dijiste de que podía tratarse de algún viejo amor que hubiese aparecido de pronto.

—Para encontrarse con Linda —dijo Svanström—. Y salió mal, porque llamó a la puerta del antiguo apartamento. ¿Estás seguro? Linda no había cumplido los dieciocho cuando la madre vivía en el último piso.

—Para encontrarse con Linda o con la madre de Linda, o con las dos. La verdad es que ya no estoy seguro —admitió Lewin retorciéndose en la silla—. Aunque lo más probable es que carezca por completo de interés.

—Si yo quisiera presentarme en casa de un viejo amor… en plena noche, después de tres años… creo que llamaría primero —dijo Eva Svanström.

—Estás pensando en los teléfonos, ¿verdad? Era lo próximo que pensaba pedirte que hicieras —dijo Lewin con una sonrisa apagada—. Creo que debemos comprobar si Lotta Ericson ha cambiado de número.

—Sí, ya que hemos empezado… —convino Svanström.

—Exacto —dijo Lewin—. Exacto.

¿Qué tiene de malo otro tiro a ciegas?, pensó.

—¿Qué opinas tú de la violación de Kalmar, Rogersson? —preguntó Bäckström asomando la nariz al despacho de su colega.

—Una historia de lo más triste —respondió Rogersson.

—¿Tendrá algo que ver con nosotros? Quiero decir con Linda —dijo Bäckström.

—Ni lo más mínimo —aseguró Rogersson.

—Vale, pues piensas lo mismo que yo —dijo Bäckström.

—Tendré que reconciliarme con la idea —repuso Rogersson con una sonrisa burlona.

—Les pregunté también a Knoll y a Tott. Por separado, por si acaso —dijo Bäckström.

—¿Y?

—Knoll no lo creía, pero le parece interesante de todos modos. Según él, habría que comprobarlo con los colegas de la unidad VICLAS.

—¿Y qué pensaba Tott? —preguntó Rogersson.

—Que no, pero que quizá habría que hacer un seguimiento e intercambiar unas palabras con los colegas de VICLAS.

—Qué ideas más fascinantes. ¿De dónde se sacan todo eso? —dijo Rogersson.

—Luego le pregunté a Lewin —continuó Bäckström—. ¿Quieres la cita exacta? —preguntó.

—Por supuesto —respondió Rogersson.

—Contando con que Lewin solo conoce del asunto de Kalmar la versión que Sandberg le dio por teléfono, él considera que es altamente improbable que se tratara del mismo asesino que en el caso Linda.

—Sí, muy propio de Lewin —convino Rogersson—. Cambiando de tema. ¿Qué te parece si pasamos de esto y nos vamos al hotel a tomarnos un par de cervezas fresquitas antes de la comida?

—En eso sí que creo yo —dijo Bäckström.

—Pon las noticias de las cuatro —dijo Rogersson ya en la habitación, dos horas y dos cervezas frías más tarde.

—¿Por qué? —quiso saber Bäckström sorprendido, alargando el brazo en busca del mando a distancia.

—Me gustaría comprobar si mi despacho sigue donde siempre —dijo Rogersson.

—Menuda historia —dijo Bäckström cinco minutos después, mientras encendía el televisor—. Esas son las ventanas de la central de operaciones del Jeta, las que aquellos chiflados volaron en pedazos. Si el Jeta se ha prestado a unas prácticas como esas, debe de estar completamente loco.

—Hoy a mediodía estuve hablando con los compañeros —comentó Rogersson—. Piensan como tú. Que ahí está la cosa.

—Vaya, no me digas —dijo Bäckström.

—Menuda historia —repitió Bäckström cinco minutos después.

—Es como la historia del Grand Hotel de Lund —dijo Rogersson—. Le habrá cogido el gusto a romper espejos.

—O se le habrá ido la pinza —apuntó Bäckström—. Puede que esté intentando quitarse la vida. No debe de resultarle muy fácil, con esa mierda de barbilla que tiene. Pero no termina de salirle bien.

—¿A qué te refieres?

—Pues que cada vez que se mira al espejo, se pega un tiro en la frente, pero en el espejo, claro —dijo Bäckström.