Estocolmo, lunes 4 de agosto
El lunes por la mañana, la Unidad Nacional de Operaciones llevó a cabo unas prácticas de cierta envergadura en Kronoberg, el cuartel general de la policía de Kungsholmen, en Estocolmo. Habían acordonado las manzanas más próximas a la comisaría pero «por razones de tipo práctico y por consideración a los vecinos», decidieron no evacuar a quienes vivían allí o a quienes ya se encontraban en la zona. De modo que había bastantes espectadores de lo que allí sucedía y, en tan solo unos minutos, se plantaron los primeros cámaras de los canales de televisión de siempre.
En total cuatro miembros de la Unidad, enfundados en monos de color negro, con pasamontañas negros y las armas habituales, se deslizaron al suelo desde el tejado, por la fachada del edificio más próxima a la calle. A la altura de la novena planta colocaron —a juzgar por el sonido sordo de las explosiones— una pequeña cantidad de explosivo cerca de las ventanas, las reventaron y penetraron en el interior del cuartel general de la policía. Los teléfonos de la centralita de la dirección general de la policía central echaban humo, un portavoz de prensa muy concreto ya se encontraba en su puesto, y todos los representantes de los medios de comunicación sabían de antemano que, en realidad, se trataba de unas prácticas normales y corrientes, preparatorias del llamado «proyecto 11 de septiembre».
La Unidad Nacional de Operaciones ponía a prueba sus condiciones ante un estado de alerta por si se producía un ataque contra la dirección de la policía sueca; y más detalles no podían ofrecer, ya que, por razones fácilmente comprensibles, ofrecerlos iría contra la naturaleza misma de la actividad.
Y los medios de comunicación parecieron darse por satisfechos con ello. Todos los canales televisivos mostraron imágenes de las prácticas, sobre todo porque las imágenes eran buenas y había sequía de noticias. Habían entrevistado a un representante de la Unidad que, con palabras asequibles, explicó en qué consistía el estado de alerta.
—Practicamos continuamente —aclaró—. Y por la naturaleza misma de la actividad, es lógico que algunas de nuestras prácticas afecten a ciertas personas y a ciertos objetos, de modo que resulta imposible que los ciudadanos no se enteren. Por desgracia, es inevitable, pero naturalmente, lamentamos haber alarmado a la gente sin necesidad. La verdad es que sopesamos la posibilidad de evacuar a los vecinos, pero puesto que se trataba de unas prácticas diferentes, que se realizan fundamentalmente dentro de la actividad normal de la policía, decidimos no hacerlo.
Y con eso quedó zanjado el asunto. La gente del servicio de limpieza municipal, vigilada por la policía de a pie, retiró los restos de vidrio del césped y de la calle donde se encontraba la comisaría, la policía de a pie retiró el cordón policial sin ayuda de los del ayuntamiento y todo volvió a la normalidad. El tiempo seguía siendo el mismo de aquel verano tan extraño: entre veinte y treinta grados a la sombra, desde muy temprano por la mañana hasta última hora de la tarde.