La asociación Hombres de Växjö contra la Violencia Machista había tenido una acogida muy positiva en los medios de comunicación y, a pesar de que era verano y la gente estaba de vacaciones, medio centenar de hombres se habían ofrecido a participar. En la práctica, aquello era mucho más de lo que realmente necesitaban. La vida nocturna de Växjö, sobre todo en verano, no era trepidante precisamente, por decirlo con suavidad, y, para equilibrar los recursos y la necesidad, habían distribuido a los voluntarios según los días de la semana. Además, habían decidido que los Hombres Igualitarios patrullarían las calles y las plazas por parejas. Esto ofrecía otras ventajas aparte de las de la planificación. Por un lado, desde el punto de vista de la seguridad de los propios Hombres Igualitarios; por otro, como control interno, si es que alguna persona poco seria hubiese superado la criba de la asociación a pesar de todo.
Por si eso fuera poco, se habían adaptado al clima reinante y habían impreso camisetas con las palabras HOMBRE IGUALITARIO en rojo, tanto en la parte delantera como en la espalda. Una forma sencilla de incrementar la visibilidad, tan importante desde el punto de vista de la prevención de la criminalidad. Al mismo tiempo, una señal de reconocimiento positiva para aquellas a quienes pretendían proteger y ayudar. Incluso una especie de documento de identidad que ni siquiera tenían que sacar del bolsillo en caso de apuro.
En cuanto a las comunicaciones, habían optado por tratarlas con la mayor simplicidad posible, de modo que los Hombres Igualitarios que prestaban servicio en el mismo turno se apuntarían el número de móvil de las demás patrullas antes de salir. Naturalmente, también un número especial de emergencias de la policía, por si se vieran en una situación peliaguda. Para terminar, también habían sido previsores, anticipándose a los conflictos. Como preparativos para la actividad otoñal, cuando cabía esperar que el tiempo fuera otro, habían encargado a una empresa de confección de la comarca unos chubasqueros con un forro de quita y pon y el mismo logotipo. Finalmente, aunque no menos importante y mucho menos en Småland: el interés de diversos patrocinadores había sido tal que, en realidad, habrían tenido que llevar un chándal corporativo para que hubieran cabido todos los logotipos.
De ahí que resultara más lamentable aún que ya en la primera semana de actividad hubiesen tenido que enfrentarse a un triste incidente que, en el peor de los casos, habría podido terminar en desgracia. La noche del miércoles, dos de los miembros de la junta de la asociación que patrullaban junto con otros dos equipos el sector comprendido entre el cementerio de Tegnér, el centro de salud, la estación de bomberos y la catedral, intentaron mediar entre seis jóvenes que estaban peleándose delante del McDonald’s de Storgatan, a la altura de Liedbergsgatan.
Todos los implicados eran de origen extranjero y todos, salvo los dos protagonistas, eran chicos o quizá jóvenes. El miembro de la junta Bengt Karlsson intentó aplacar los ánimos exaltados hablando con ellos, lo que constituía la primera medida del modelo en tres pasos para el tratamiento de conflictos (conversación-mediación activa-detención física) que habían adoptado como base del trabajo.
A pesar de lo cual, dos de los jóvenes empezaron a pelearse, animados por los demás, con independencia del sexo, y, dadas las circunstancias, Karlsson y su colega se vieron obligados a pasar directamente al punto tres del modelo, intentando separar a los combatientes. El efecto de su intervención fue evidente. Los camorristas se reconciliaron de inmediato. Junto con sus animadores y aunando esfuerzos, se abalanzaron sobre los Hombres Igualitarios y, de no ser porque el compañero de Karlsson había dado la alarma ya en la fase número uno, la cosa habría podido terminar muy mal.
Al cabo de unos minutos, uno de los equipos de Hombres Igualitarios acudió corriendo desde la estación de ferrocarril e intentó ayudar en la medida de lo posible con la técnica prescrita, y más o menos al mismo tiempo, llegó un coche patrulla con Von Essen y Adolfsson. A causa de la escasez de personal reinante en la comisaría de Växjö, tuvieron que ponerse el uniforme y hacer un turno extraordinario en las guardias de la sección de seguridad ciudadana. El primero en salir fue el ayudante de policía Adolfsson; se ignora cómo lo hicieron él y su colega, pero en el transcurso de medio minuto habían conseguido separar a todos los implicados y Adolfsson había reducido a los dos más activos, tumbándolos boca arriba.
—Ya está bien —dijo Adolfsson—. Y vosotros, quedaos quietos hasta que mi colega os haya tomado los datos a todos.
Tras otro cuarto de hora de parlamento, y de haber anotado el nombre de los seis jóvenes inmigrantes y de los cuatro Hombres Igualitarios, Adolfsson los señaló a todos con la mano para disolver la reunión.
—Vosotros, en esa dirección —dijo Adolfsson a los jóvenes apuntando a Dalbo, hacia el norte, que sería lo más acertado teniendo en cuenta el origen del grupo, puesto que era el Rinkeby, el Hjälbo y el Rosengård de Växjö.
—Y los demás, en dirección contraria —indicó Von Essen a los Hombres Igualitarios de Växjö, señalando hacia el hospital.
—Es que tenemos que patrullar por el centro —objetó uno de los Hombres Igualitarios—. ¿Qué vamos a hacer por la zona sur?
—Yo os sugeriría que os dierais una vuelta —respondió Von Essen diplomáticamente—. Por cierto, ¿cómo tienes la nariz?
Las lesiones físicas visibles de todos los implicados se limitaban, por suerte, a que a uno de los Hombres Igualitarios le rompió la nariz uno de los dos a los que intentaba ayudar. Por desgracia, en el ardor de la batalla, había caído en las garras de Adolfsson, que lo tumbó en el suelo, y aún le dolían el cuello y la espalda.
—Si quieres te llevo al hospital. O a casa, si lo prefieres —dijo Adolfsson—. Si no, tenemos un botiquín de primeros auxilios en el maletero. Echa la cabeza hacia atrás y respira.
—Es que no es tan fácil, como comprenderás —dijo Von Essen conciliador, al tiempo que le daba una gasa al Hombre Igualitario herido—. Distinguir en el ardor de la batalla entre los malos y los buenos cuando están rodando por el suelo todos en el mismo montón, ya sabes.
El Hombre Igualitario afectado lo comprendía perfectamente. No tenía la menor queja contra ellos. Jamás en la vida se le ocurriría denunciar a un adolescente que, por error, le había golpeado la nariz, y ni siquiera en sueños se le ocurriría quejarse del ayudante de policía Adolfsson, que solo había intentado ayudarle.
—Un poco de sangre en la nariz no es nada del otro mundo —dijo el Hombre Igualitario sonriendo bravucón—. Ha sido un malentendido sin importancia, nada más.