A pesar de que al aspirante a policía Löfgren parecían haberle dado la vuelta como a un calcetín y se mostraba casi solícito; a pesar de que el interrogatorio se despachó en algo más de una hora; a pesar de que parecía haberse atenido a la verdad en prácticamente todo lo importante, en opinión de Lewin, estuvo mejor la primera vez que lo interrogaron, cuando se dedicó a despistarlos.
Tan pronto como Erik «Ronaldo» Löfgren quedó descartado de la investigación, se libró de sus reservas caballerescas a la hora de contar su relación sexual con Linda. La primera vez fue a mediados de mayo, en casa de Linda, en la finca de su padre. El pretexto era ver juntos un partido de fútbol que ponían en televisión. Pero resultó algo más, y la cosa se prolongó un mes, hasta que terminó el semestre en la escuela de policía, y también la relación. Se habían visto solos cuatro o cinco veces y, salvo la primera, siempre en el apartamento que Löfgren tenía en Växjö. En una ocasión fueron al cine, otra a una cafetería, pero por lo general veían la tele o algún vídeo, se lo tomaban con calma o se acostaban.
—¿Quién de los dos rompió? —preguntó Lewin.
No estaba del todo claro, según el joven Löfgren. Seguramente, la relación se había terminado por sí sola, pero si alguien tomó la iniciativa, fue él.
—No terminaba de ponerse cachonda —constató Löfgren encogiéndose de hombros—. Linda era una buena chica, muy divertida, bastante guapa además, y la verdad es que el sexo no estaba nada mal, pero tampoco era como para tirar cohetes. No podía decirse que tuviera ganas de suicidarme saltando por la ventana cuando no la tenía en mi casa, así que le propuse que rebobináramos y volviéramos a ser amigos normales y corrientes. Ni siquiera amigos para un polvo de vez en cuando, la verdad.
¿Qué clase de sexo practicaban? ¿Qué clase de sexo prefería Linda? ¿Y cuál de los dos tomó la iniciativa, si es que había algún tipo de juego especial entre ellos?
Sexo normal, sexo corriente, ni mucho ni poco, según Löfgren, y quien procuró que pasara algo fue él, naturalmente.
—Tenía buena condición física y eso. Y se corría y eso, si me la trabajaba. Era yo quien llevaba las riendas y ella quien se subía al carro, por así decirlo. No estaba mal, pero tampoco era una maravilla. Ya sé que no debería hablar así de ella, ahora que está muerta, pero como es tan importante para vosotros… Un seis, un seis y medio, quizá, en una escala de uno a diez, pero en parte dependía de que era bastante guapa, la verdad. En primer lugar, no tenía demasiada experiencia, y en segundo lugar… y ya sé que esto puede sonar un poco fuerte… es que no tenía ese destello, ya sabes.
—Ya, ya estoy enterado de que tú sí eres un experto en cuestión de mujeres, y por eso te hago esta pregunta. —Lewin asintió comprensivo, aunque le habría gustado coger la silla y aporrearle con ella la cabeza—. Entonces, no te dio la impresión de que lo que Linda quería era sexo algo más duro, ¿no? Quiero decir, para que terminara de ponerse cachonda —explicó.
—No —respondió Löfgren sorprendido—. Me habría dado cuenta. O sea, que yo se lo habría dado, naturalmente. Estoy muy seguro de que quería seguir el programa estándar, y eso es lo que le di.
¿Y los anteriores novios de Linda, su relación con los padres, los amigos, las amigas, los compañeros, con independencia del sexo?
No hablaron mucho de nada de eso. Al novio anterior sí lo había nombrado. Una catástrofe como amante, según Linda le había contado a Erik Roland Löfgren. En cuanto a los amigos, habían hablado sobre todo de sus amigas. Algo perfectamente normal, por otro lado, según Löfgren, puesto que conocía a varias y, además, se había acostado con dos de ellas.
—¿Lo sabía Linda? —preguntó Lewin.
—No. ¿Estás loco, Lewin? Nadie lo sabía. Es el abecé. No contarles nunca esas cosas a las tías. Eso es cosa de chicas —aseguró Löfgren—. Solo ellas se cuentan esas cosas. Vamos, que si yo estuviera liado con la chica de algún amigo, no iba a ir a contárselo. Es como pedir a gritos que te rompan las piernas.
—Así que Linda bien podía saber que te habías acostado con dos de sus amigas —constató Lewin.
—Bueno, ella no me dijo nada —respondió Löfgren con acritud. Se encogió de hombros—. Las tías son unas cotillas.
Según Löfgren, había una persona que había significado más para Linda que casi todas las demás juntas. Y era su padre.
—Lo que se dice una auténtica niña de papá —dijo Löfgren—. Todo giraba en torno a su padre. Por un lado, él le daba todo lo que pedía. Y ni siquiera tenía que pedirlo. Era estilo Beverly Hills. No sé si lo conoces, pero son… o, bueno, eran… muy parecidos. Si hubieran tenido la misma edad, habrían parecido gemelos. Y además, la llamaba cada dos por tres. Una noche que estábamos en mi casa la llamó al móvil hasta tres veces. Y hablaban aunque no tenían nada que decirse, en realidad. «Hola otra vez, bonita»; «Hola otra vez, papá»; «Se me había olvidado decirte una cosa, bonita». Y todo ese rollo, ya sabes —los imitó Löfgren, fingiendo tener un teléfono pegado al oído.
—No te gustaba el padre de Linda —constató Lewin.
—Ya, pero el problema no era yo —gruñó Löfgren—. En todo caso, era él.
—Creía que solo lo habías visto una vez —dijo Lewin.
—Pues con una vez tuve más que de sobra —respondió Löfgren—. Me di cuenta enseguida de lo que pensaba de mí. Me refiero a la gente como yo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Lewin.
—Un tío de color —dijo Löfgren—. En su limitado mundo, todo lo demás carecía de interés. Un tío como yo estaba sentenciado desde el principio. Seguro que no es casualidad que haya vivido mogollón de años en Estados Unidos. El padre de Linda es un racistón de mierda.
—Pero Linda no lo era —objetó Lewin.
—No, su rollo era precisamente que tenía que gustarle la gente como yo. Fijo que de verdad lo pensaba. Que de verdad le gustaba la gente como yo solo porque somos como somos. ¿Cómo te parece que se siente uno?
—¿Linda y tú hablasteis de eso? —preguntó Lewin. Pues si era cierto, no debió de ser agradable, desde luego, pensó.
Una vez, según Löfgren. Y entonces le dijo lo que pensaba de su padre, y que creía que era racista.
—Linda se cabreó un montón —dijo Löfgren—. Claro que estaba de acuerdo conmigo, pero decía que en realidad no era culpa de su viejo. Era una especie de cuestión generacional y, a decir verdad, era el hombre más bueno del mundo y para él se trataba solo de individuos concretos y del ser humano concreto y otra basura parecida.
—Y su madre, ¿qué? —preguntó Lewin—. ¿Qué opinaba de su madre?
—No mucho, sinceramente —dijo Erik Roland con media sonrisa—. Discutían como locas y yo mismo las oí una vez que la liaron por teléfono. Menuda riña de gatos.
—Pues yo creía que Linda solía quedarse en casa de su madre.
—Sí, cuando venía a la ciudad, y cuando sabía que ella no estaba en casa. Si no, se iba con su papaíto. A veces hasta cogía un taxi desde el pub hasta el campo, a pesar de que debía de costar por lo menos quinientas. —Löfgren movió la cabeza despacio.
—¿Y por qué estaba tan enfadada con su madre? —preguntó Lewin.
—Pues yo creo que también tenía que ver con su padre, porque él era Dios, vamos —dijo Roland—. Y sé que Linda andaba siempre diciéndole que fue ella quien lo abandonó, que solo le interesaba el dinero y todo eso. Que su madre había engañado a su papaíto y que fue culpa suya que a su padre le diera un infarto y todo ese rollo.
—¿Tú llegaste a ver a la madre de Linda? —preguntó Lewin.
—Una vez —dijo Löfgren sonriendo—. Me la presentó un día que íbamos de marcha por el centro, Linda, yo y un montón de amigos de la escuela de policía. La primavera pasada. Antes de que nos enrolláramos. Pero lo único que hice fue saludarla. A la madre.
—¿Y qué impresión te causó? —preguntó Lewin.
—Pues me pareció bastante maja, la verdad. Creo que es profesora —asintió Löfgren.
—¿Alguna otra cosa que te llamara la atención? —preguntó Lewin. Me estás ocultando algo, se dijo.
—Bueno, pues vale —dijo el joven Löfgren sonriendo maliciosamente—. Estaba muy buena. O sea, que debe de tener por lo menos cuarenta tacos, pero lo que yo te diga…
—Explícaselo a este viejo —dijo Lewin.
—Ella sí que tenía gancho —prosiguió Roland—. Si quieres saber mi opinión, la madre de Linda es una tía diez. No sé si me entiendes. Si me hubiera hecho una propuesta directa, no me lo habría pensado.
—Sí, creo que te entiendo —dijo Lewin.
—Y por eso estaba la cosa tan tirante —explicó Roland—. Linda y su madre no se parecían en nada. Linda era una chica mona y agradable, una buena compañera. Su madre, en cambio… Eso sí que es un pedazo de tía. Eso sí que es un viaje a lugares nunca vistos.
—No me digas —respondió Lewin asintiendo pensativo. No me digas, pensó.