La madre de Linda estaba en su casa de veraneo en Sirkön, a orillas del lago Åsnen, a unos veinte kilómetros al sur de Växjö. Le hacía compañía una amiga y, según esta, se concentraba en sobrevivir día tras día. Puesto que comprendía que la policía tuviese interés en hablar con ella, se pondría a su disposición en la medida de lo posible.
—Salúdala de mi parte y dale las gracias —dijo Rogersson—. Mi colega y yo llegaremos dentro de una hora, más o menos.
—¿Necesitas que te dé indicaciones? —preguntó la amiga.
—No, creo que nos arreglaremos —dijo Rogersson—. En el peor de los casos, volveremos a llamar. Dale las gracias de nuestra parte, por favor.
Bäckström había decidido acompañar a Rogersson. Le apetecía salir y moverse un poco. Preferentemente en un coche cómodo con aire acondicionado, mientras que Rogersson y él despellejaban tranquilamente a todos los imbéciles que estaban ausentes y que, por lo general, le amargaban la existencia. Además, la madre de Linda despertaba en él cierta curiosidad.
—Abajo, a la izquierda, se ve el lago —dijo Rogersson media hora después, asintiendo en dirección a las aguas azuladas que relucían entre los abedules bajo la calima—. Ya apenas faltan diez kilómetros hasta Sirkön. Un terreno clásico para gente como tú y como yo, Bäckström.
—Yo creía que el aguardiente solo se hacía en Escania —dijo Bäckström, que ya se sentía más animado, pese a los golpes y cuchilladas inmerecidos que se había llevado últimamente.
—Historia criminal sueca —explicó Rogersson—. Una de nuestras desapariciones más destacadas de los últimos cien años. Totalmente equiparable a Viola Widegren, de 1948. Aquí fue donde el pequeño Alvar Larsson desapareció de casa de sus padres una fría mañana de abril azotada por el viento, en 1967 —continuó Rogersson con un punto casi solemne en la voz—. Leí un interesante artículo sobre el particular en Nordisk Kriminalkrönika, hace unos años. No parecía que fuese un asesinato, precisamente. Así que, presumiblemente, se cayó al lago y se ahogó mientras estaba jugando por ahí.
—No me lo creo ni por un momento —dijo Bäckström—. Por supuesto que lo asesinaron. Algún pederasta de esos. Seguro que los hay a porrillo por esta zona. Sentados en la típica cabaña roja, descargándose porno infantil de la red.
—Ya, bueno, pero eso no sería en 1967 —dijo Rogersson—. Me refiero a lo de la red.
—Entonces andaban con otras porquerías, seguramente —dijo Bäckström—. Aunque, de todos modos, lo que más valoro es tu visión del ser humano. Verdaderamente, eres un hombre afable, por así decirlo.
¿Qué narices le ha pasado a Rogersson?, pensó Bäckström. Es como si tuviera un resacón. Esperemos que la madre de Linda sea tan generosa con la cerveza como el padre, se dijo.
Una cabaña roja con las ventanas blancas, un viejo árbol, como un ángel de la guarda, que protegía el entorno y que proyectaba su sombra sobre la explanada de grava que se extendía ante la casa, y donde aparcaron el coche. El mástil de la bandera, un cenador de lilas, la caseta de la letrina en la fachada lateral, muelle, cobertizo para el bote con una sauna y una playa propia junto al lago. Senderos limpios en la parcela, donde unas piedras marinas marcaban el camino hasta la zona de césped bien cortado.
La esencia de la casa rústica sueca y, por supuesto, estaban sentadas en el cenador. Naturalmente, nada de cerveza, que es tan natural como el zumo de arándanos casero con mucho hielo, y copas altas, lo más seguro de alguna fábrica de vidrio cercana, que habrían costado lo que varias cajas de cerveza normal y corriente. Y de no ser porque tanto tú como tu mirada están en otro sitio completamente distinto, habría podido decirse que eres una mujer exquisita, pensó Bäckström haciendo un gesto de asentimiento hacia la madre de Linda. Lotta Ericson, cuarenta y cinco, pero pareces mucho más joven, se dijo.
—Avisa si empieza a resultarte mínimamente penoso —le dijo Bäckström con la voz más dulce de su repertorio.
—No creo que haya problema —respondió la madre de Linda y, si no hubiera sido por los ojos, casi habría podido decirse que sonó alegre.
Me pregunto cuánto válium te has metido desde que te despertaste, guapita, pensó Bäckström.
Durante las horas que siguieron, el inspector Jan Rogersson demostró del modo más convincente la meticulosidad que le atribuía su colega, el comisario Lewin.
En primer lugar, le preguntó por Linda. Su niñez y cómo se crió. Los años en Estados Unidos, la separación y cómo fue volver a Suecia.
«Era una niña alegre y despierta, que disfrutaba con todo el mundo y con la que todo el mundo disfrutaba, y así ha sido siempre, también cuando se hizo mayor…».
«Un periodo difícil de nuestra vida…», «… adaptarse a un nuevo entorno…». «Linda hizo nuevas amistades, empezó en una nueva escuela…». «Yo también empecé en otro lugar de trabajo como maestra mientras seguía estudiando…», «… cuando conocí a mi marido, yo era secretaria… así fue como nos conocimos…», «… desde que nos casamos y tuve a Linda y luego nos fuimos a Estados Unidos, me dediqué principalmente a ser esposa florero…», «… aburrirme, me aburría, desde luego, aunque Henning se encontraba como pez en el agua, y la persona a la que Linda y yo menos veíamos de cuantas nos rodeaban era a él, precisamente…», «… apenas le veíamos el pelo, la verdad…».
—Aunque, naturalmente, desde un punto de vista económico, yo era una mujer privilegiada. Cierto que teníamos separación de bienes, pero lo primero que hizo cuando me volví a Suecia fue darme el piso donde… donde ocurrió todo… y allí vivimos hasta que Linda, de repente… ya cuando estaba en el instituto… pues de pronto decidió que, como su padre había tenido a bien volver a casa, que se iba a vivir con él en el campo… aunque cada vez que venía al centro, se quedaba conmigo…
¿Novios?
—El primero fue un chico de color que estaba en la misma clase cuando vivíamos en Estados Unidos… Linda solo tenía siete años, como él… Se llamaba Leroy y era tan mono que daban ganas de comérselo… Fue el primer gran amor de Linda…
¿Y después? ¿Novios con los que tuviera relaciones sexuales?
No muchos, según su madre, aunque advirtió que Linda era muy reservada sobre esas cosas. La más prolongada de las relaciones de Linda había durado más o menos un año, y había terminado seis meses atrás.
—Hijo de amigos de la familia. Una de las pocas familias con las que aún me relaciono desde que me separé de mi marido. También un chico encantador, todos le llaman Noppe, pero su nombre es CarlFredrik. A mí me parece que Linda se cansó de él, simplemente. Hubo tantos cambios cuando empezó en la escuela de policía…
¿Era Linda problemática, díscola, tenía enemigos, alguno que incluso quisiera hacerle daño?
No por lo que su madre sabía. Su queridísima hija no tenía enemigos, porque cuando más rebelde la recordaba, era como todas las adolescentes, como le habían confirmado las amigas que tenían hijas de la misma edad, aunque Linda rara vez se ponía imposible. ¿Facetas negativas? Linda podía ser muy terca. Además, un poco ingenua. Demasiado honrada, y su opinión de las personas era mejor de lo que merecían.
A lo largo de los veinte años que llevaba como investigador de asesinatos, Rogersson había dirigido cientos de interrogatorios con familiares de víctimas de asesinato. De ahí que no fuese casualidad que la madre de Linda constituyese el último punto de su lista de preguntas, y tampoco fue casualidad que la mujer reaccionase como todos los demás. ¿Por qué quería que le hablase de sí misma? Si ella no tenía nada que ver con el asesinato. Ella también era una víctima. Alguien le había arrebatado a su única hija, y solo le quedaba seguir viviendo con el dolor como único acompañante el resto de sus días.
Rogersson le dio la respuesta habitual. Que se trataba de encontrar al asesino de Linda. Que a él no se le había ocurrido pensar que ella tuviese nada que ver con el asesinato, pero que lo interesante del interrogatorio era que, a veces, él descubría detalles que la madre de una víctima no veía, precisamente porque el dolor se lo impedía. Y ella se lo tomó mejor que la mayoría.
¿Había tenido otras relaciones después de que su hija se mudara? ¿Se había interesado alguno de ellos por Linda? ¿Había conocido a alguna persona que pudiera querer hacerle daño?
Claro que había mantenido relaciones con otros hombres después de que ella se fuera. Con varios, de hecho, pero siempre fueron breves u ocasionales, y de la última hacía ya varios años. Uno de sus compañeros de trabajo, un compañero de trabajo de una amiga, otro al que había conocido a través del trabajo, incluso el padre separado de uno de sus antiguos alumnos. Además, varios encuentros fugaces con otros hombres, casi siempre cuando estaba en el extranjero. Uno de ellos le gustaba de verdad e incluso mantuvo el contacto con él un tiempo. Pero todo quedó en llamadas telefónicas, correos electrónicos, cada vez menos frecuentes hasta que se acabó.
Debía de ser un maricón, pensó Bäckström. Un maricón cegato, se dijo.
La idea de que alguno de esos hombres hubiese asesinado a su hija le era totalmente impensable. Por la sencilla razón de que no pintaban nada en aquel contexto, no eran hombres que Linda hubiese conocido siquiera, a la mayoría de ellos no los había visto jamás y había unos cuantos que ni siquiera sabían que ella tuviese una hija.
—Debió de ser un chiflado, sencillamente —dijo la madre de Linda—. Ya digo que Linda confiaba en todo el mundo. Y que podía ser muy ingenua.
—¿Qué coño hemos venido a hacer aquí? —preguntó Bäckström en el coche cuando volvían a la comisaría—. Si quieres saber mi opinión, no hemos sacado una mierda. —Chúpate esa, tú y tu puta meticulosidad, pensó.
—Bueno, el zumo no estaba nada mal, teniendo en cuenta que era zumo —objetó Rogersson—. Tenía la impresión de que la madre intuía algo, o de que se le había ocurrido algo. Algo que le pasó por la cabeza.
—Ya, ¿algo como qué? —dijo Bäckström. Rogge no solo es alcohólico, también es adivino, pensó.
—No tengo ni idea —respondió Rogersson—. Ya te digo, era una sensación. No es la primera vez que me equivoco. —Rogersson se encogió de hombros—. En estos momentos estará hecha un lío. A saber cuántos tranquilizantes le habrán metido.
—Para mí que estaba totalmente ida —dijo Bäckström. Como la mayoría de las tías, aunque mucho más guapa, pensó.
—Pues precisamente por eso, quizá deberíamos volver a hablar con ella —dijo Rogersson.
—Por lo menos es un verdadero bombón —constató Bäckström—. En cuanto recupere su ser, quiero decir. O sea, como cualquier otra tía —explicó—. Avísame cuando vayas a volver y te acompaño —añadió.