Al día siguiente, el Smålandsposten incluía un artículo sobre una discusión cultural tremenda que había estallado en la ciudad. Jan Lewin decidió en el acto recortar el artículo y añadirlo a sus notas de viaje.
El fiscal jefe y en la actualidad diputado democristiano, Ulf G. Grimtorp, se puso en pie de guerra contra aquella visión de la cultura populista y, a la larga, moralmente devastadora que, a su juicio, dominaba la actividad en la delegación de cultura del municipio de Växjö.
En particular uno de los proyectos había despertado tan acusada desaprobación. Se dirigía a jóvenes mujeres inmigrantes del municipio. Se titulaba «Proyecto pedalea y nada» y, en pocas palabras, consistía en enseñar a las jóvenes inmigrantes a montar en bicicleta y a nadar. Habían habilitado un internado estival durante tres semanas del mes de junio, un entorno rural apacible, un lago donde bañarse, instructores, bicicletas y flotadores. Las catorce participantes habían aprendido a montar en bicicleta y a nadar y habían superado la prueba final con honores.
A tres de ellas las entrevistaban en el periódico y las tres testimoniaban de forma unívoca que las habilidades físicas que habían adquirido les facilitaba la tarea de seguir adelante en la vida en un sentido puramente intelectual. Liberarse de los consabidos grilletes patriarcales que limitaban sus vidas y las de sus hermanas. Ganar fuerza, libertad y respetarse a sí mismas y, con ello, conseguir las condiciones mínimas indispensables para poder adquirir valores e intereses más tradicionalmente culturales. El funcionario municipal de la delegación de cultura, Bengt A. Månsson, que era responsable de aquel proyecto, así como de otros denominados «especiales», describía el «Proyecto pedalea y nada» como un éxito prácticamente sin precedentes.
—Quien considere que esto no tiene que ver con la cultura, no ha entendido lo más simple de la concepción de la cultura —afirmaba el jefe de proyecto Månsson, y para el invierno estaban planeando una continuación de aquella actividad, donde las jóvenes podrían aprender a esquiar y a patinar, el «Proyecto esquí y patín».
Según el diputado Grimtorp, aquello eran majaderías. Una excusa patética y transparente para que unos señores radicales de izquierdas y esnobs de la cultura pudieran tomar el sol con un grupo de jovencitas a costa del dinero de los contribuyentes, que tan duro habían tenido que trabajar para conseguirlo.
—Doscientas mil coronas —rugía Grimtorp—. ¿Y qué tendrá eso que ver con la cultura?
Un dinero que, a juicio de Grimtorp, debería haberse destinado a la actividad del teatro estatal de Växjö, la orquesta de cámara local, la biblioteca y sus diversas actividades. Por no hablar de que arriesgaba la concesión de becas destinadas a muchos jóvenes y prometedores artistas del vidrio, pintores y escultores de los pueblos alrededor de Växjö.
Este Grimtorp parece un tío gris, pensó Jan Lewin y, por alguna razón, empezó a pensar en aquel verano de hacía casi cincuenta años en que le regalaron la primera bicicleta de verdad. Una Crescent Valiant de color rojo. Seguramente, el mismo Valiant que el Príncipe Valiant de los tebeos. Jan le preguntó a su padre y este le habló del noble y valeroso príncipe y caballero Valiant.
El Príncipe Valiant vivió hacía muchos años. En una época en la que no existían las bicicletas. Lo que el príncipe tenía era un caballo. Un macho fuerte y rojizo que parecía haber sido tan rebelde e incontrolable como la primera bicicleta de Lewin. El caballo se llamaba Arvak, le contaba su padre, y se llamaba así por otro caballo, Arvakr, que, en la mitología islandesa, tiraba del sol llevándolo por el cielo y que, aquel verano de hacía casi cincuenta años en que Jan Lewin aprendió a montar en bicicleta, debió de tener mucho que hacer.
Acerca de todo aquello y mucho más hablaban los tebeos sobre el Príncipe Valiant que incluía la revista Allers Veckotidning. Jan Lewin y su padre se pasaron toda una noche rebuscando en un montón de cajones y cajas de cartón que había en el desván del viejo cobertizo de la casa de campo. Llegaron a encontrar cerca de cien tebeos, todos los cuales hablaban del noble caballero Príncipe Valiant y, antes de que Jan Lewin se durmiera, él y su padre solían leer uno y a veces dos tebeos sobre su vida, que era apasionante.
Aunque había algo raro, pensaba Jan. Él tenía una bicicleta que se llamaba Crescent Valiant por el Príncipe Valiant, porque su padre le había dicho que así era. En cambio el Príncipe Valiant tenía un caballo rojo que se llamaba Arvak, porque en aquella época no había bicicletas. Y entonces, ¿por qué su bicicleta roja no se llamaba Arvak el de Valiant, sino Crescent Valiant? ¿Y quién era Crescent?
Quizá Crescent fuese el nombre de pila, pensaba Jan Lewin. Príncipe Crescent Valiant, y por la mañana le preguntaría a su padre, que lo sabía casi todo de casi todas las cosas, pero luego se durmió y, por lo que él recordaba casi cincuenta años después, nunca llegó a formular aquella pregunta. En cambio, sí que reflexionó mucho sobre el asunto, porque no parecía nada sencillo, y eso que él ya sabía lo que significaba la mitología, aunque solo tenía siete años.