22

Por la noche, después de la cena en el hotel, Bäckström reunió a los de su círculo más íntimo para hablar tranquilamente sobre el caso sin que una panda de polis paletos intentara imponerles sus absurdos puntos de vista.

—Si vamos por turnos, tú puedes ir tomando notas, Eva —propuso dirigiéndose a la única mujer del grupo. ¿Para qué si no le sirven a uno las tías flacas?, pensó.

—Claro, jefe —gorjeó Svanström mostrando en la mano lápiz y papel.

—Vamos por turnos —repitió Bäckström—. ¿Cómo entró el asesino? —preguntó. Y además, es una cobista, pensó.

—Ella lo dejó entrar —suspiró Rogersson, que parecía tener la cabeza en otra parte—. Poco después de que Linda llegara a casa, llamó al timbre y ella le abrió. No se trata solo de alguien a quien conoce, sino de alguien que le gusta.

—O al menos, alguien de quien se fía —intervino Thorén—. O a quien no teme dejar entrar en su casa.

—Alguien que, en cualquier caso, puede haberla engañado —apuntó Knutsson.

—Pero ¿tú eres idiota, Erik? —dijo Rogersson dirigiéndose a Knutsson—. Y tú también, Thorén —añadió mirándolo con encono—. La víctima va a meterse en la cama. Son las tres de la mañana. Lo primero que hace el tío es quitarse los zapatos y dejarlos en la zapatera. No creo que fuera el inútil de Gross, que llamó para pedirle dos cucharadas de Nescafé.

—Y otra cosa que no tiene nada que ver —terció Bäckström, impulsado seguramente por la misma idea que atormentaba al bueno de Rogersson—. ¿Qué me decís de una cerveza nocturna?

En el peor de los casos, podemos cargarlo a la cuenta del patrono, pensó.

Por una vez, se diría que todos estaban de acuerdo. La era de los milagros tampoco parecía ser historia, pues Thorén y Knutsson se ofrecieron a ir a buscar algunas de la reserva que tenían en la habitación.

—Compramos una caja entera el viernes, pero apenas hemos tenido tiempo de probarlas —explicó Thorén.

Esos dos están como cabras, pensó Bäckström.

—De acuerdo —dijo Bäckström cinco minutos después, y se lamió la espuma del bigote—. Dime, ¿tú qué piensas, Lewin?

Bäckström miró con interés a Lewin, que también parecía estar pensando en otra cosa. Espabila de una vez, jodido cachondo, pensó.

—Pienso como Rogersson —aseguró Lewin—. Era una persona a la que conocía y a la que apreciaba. Y tampoco creo que tuvieran pensado verse. Simplemente, se presentó sin avisar.

—Estoy de acuerdo con Janne —dijo Svanström—. Alguien que le gusta apareció de forma totalmente inesperada.

¿Y a ti quién coño te ha preguntado?, se dijo Bäckström.

—Y entonces, ¿cómo sabía que ella estaba en casa? —objetó Thorén.

—Tenía el coche aparcado en la calle, y quizá vio luz en el piso, o puede que simplemente probara suerte. —Lewin se encogió de hombros.

—Vale —dijo Thorén, que parecía dispuesto a negociar al respecto—. Pero yo sigo creyendo que la engañó.

—Si consideramos cómo terminó, ¿no? —intervino Rogersson, ya más irónico que enojado—. En eso estoy totalmente de acuerdo contigo. No creo que, cuando Linda lo dejó entrar, contara con que la cosa fuese a acabar como acabó.

—¿Y qué creéis que ocurre en el salón? —continuó Bäckström. Son como niños, se dijo. Peleas, peleas y más peleas.

—Ella se quita la ropa, y él también se desnuda. Luego entran en faena —dijo Rogersson—. Con pleno consentimiento, si quieres saber mi opinión. Supongo que empieza trabajándoselo con la mano, simplemente, puesto que él se corrió en el sofá y no encontraron restos de saliva de la víctima.

—Pero, a ver —lo interrumpió Thorén, frenándolo simbólicamente con las manos—. Eso no lo sabemos. Puede que ella solo quisiera sentarse a charlar un rato.

—Exacto —asintió Knutsson—. El asesino va a la cocina para coger algo, dice que va en busca de un vaso de agua, ve el cúter. Vuelve y le suelta que, por lo que a él se refiere, se ha terminado la charla.

—Joder, qué cosa más complicada —dijo Rogersson lanzando un suspiro—. ¿Qué tiene de malo un poco de sexo consentido?

—Yo me inclino otra vez por la versión de Rogersson —intervino Lewin—. La ropa pulcramente doblada; y seguramente Linda sacó la llave del bolsillo del chaleco o de los pantalones antes de dejarlos en el brazo del sillón. No es lo que haría un asesino ni en lo que habría pensado la víctima si hubiera tenido un arma en la garganta.

—Yo pienso lo mismo, Janne —convino Svanström.

—Pues parece que él tenía más prisa que ella —constató Knutsson—. Ahí sí estaremos de acuerdo, ¿no? Se quita los pantalones, tira al suelo los gayumbos. Mientras que la chica, Linda, se lo toma con calma.

—Supongo que quería excitarlo un poco —dijo Rogersson encogiéndose de hombros—. Si pensamos en lo que ocurrió cuando fueron a parar a la piltra de la madre, debió de conseguirlo más allá de todo pronóstico.

Ninguno de los demás pronunció una palabra. Knutsson y Thorén se limitaron a mirar con expresión incrédula. Lewin parecía más interesado en el techo de la habitación de Bäckström, en tanto que Svanström lo anotaba todo con diligencia.

—¿Quieres decir que Linda se prestó voluntariamente a eso también? —preguntó Bäckström—. ¿Que todo fue cuestión de un juego sexual que degeneró en otra cosa? —A pesar de lo formal que parecía, pensó.

—Lo primero que ocurre en el dormitorio bien puede ser un coito normal —dijo Rogersson—. Según ha dicho el bueno del forense, no presentaba lesiones en la vagina ni alrededor. Me parece verosímil que consiguiera convencerla de que se dejara atar con una corbata o dos mientras tanto, sin que ella se negara. O bien entonces o después.

—¿Y luego? —preguntó Bäckström. Rogge es listo, pensó. Aunque se pilla unas curdas como si trabajara con los colegas de Tallin.

—Pues luego, creo yo, la cosa degenera —prosiguió Rogersson—. Cuando él va a metérsela por detrás. Pero ya es demasiado tarde. Bien atada, con la mordaza, para que no pueda gritar, y entonces saca el cúter, para obligarla a hacer lo que él quiere. Y es en ese momento cuando le inflige todas esas heridas que el bueno del doctor nos ha descrito de forma tan exhaustiva. Desgarramientos en el canal anal, en el cuello, en los brazos, las muñecas y los tobillos. Cuando él empieza a tironear y a zarandearla y ella pelea por liberarse.

—A nuestro hombre se le ha ido la pinza —explica Bäckström.

—Al hijo de puta se le cruzan los cables, sí —dijo Rogersson con vehemencia—. Por cierto, ¿no hay más cerveza?

—¿Y quién puede ser? —Bäckström iba guiando a sus hombres—. ¿A quién buscamos?

—El asesino es probablemente un hombre —dijo Thorén con solemnidad—. Vale, vale, estoy de broma —añadió—. Estaba pensando en los colegas del grupo de perfiles psicológicos criminales. ¿No es así como suelen escribirlo en los perfiles que hacen? El asesino es probablemente un hombre. Seguramente conoce a la víctima pero tampoco puede descartarse que sea un completo desconocido y que se haya cruzado con ella poco antes de la comisión del delito —prosiguió con voz grave.

—¿Estás pensando en cambiar de trabajo? —preguntó Bäckström—. Un joven que conoce a Linda —prosiguió animando a hablar a los demás.

—¿Joven? Peter no dijo nada de joven —apuntó Knutsson.

—Y entonces, ¿qué edad tiene? —preguntó Bäckström. Son como niños en la edad rebelde, pensó.

—Sí, bueno —farfulló Knutsson—. Entre veinte y veinticinco, más o menos, unos años mayor que Linda.

—Pues eso —replicó Bäckström. Eso es lo que acabo de decir, ¿no? Idiotas, pensó—. ¿Y la conoce mucho o poco?

—Lo que yo pienso… —comenzó Lewin, y sonó como si hubiera estado pensando acerca del asunto—. Es que Eva y yo hemos estado hablando.

—Te escucho —dijo Bäckström. O sea que también habláis, pensó.

—Un joven de unos veinticinco años, treinta a lo sumo. Que conoce bien a Linda, aunque no se han visto demasiado. Un hombre que a ella le sigue gustando, aunque hace mucho que no coinciden. Con el que ya ha tenido relaciones sexuales, al menos una vez. Probablemente solo sexo normal y corriente, porque tengo la impresión de que era lo que a ella le gustaba. Tampoco creo que tuviera mucha experiencia en ese campo. La verdad es que le pregunté al forense después de la reunión, y según él, no hay nada que indique que hubiera practicado antes el sexo anal ni juegos sexuales sadomasoquistas. Ninguna vieja herida ya curada, ni cicatrices ni nada por el estilo. Además, creo que se fía de él. Y que llevan tiempo sin verse. Y entonces aparece de pronto, en plena noche.

—Todavía está lo bastante encariñada con él como para abrirle la puerta —interviene Svanström—. Yo opino que no tiene por qué ser tan joven. Puede muy bien ser un hombre algo mayor.

Vaya, eso no me lo esperaba yo de Lewin, pensó Bäckström. Que aún pudiera poner en marcha el aparato.

—Ya, bueno, pero eyacula cuatro veces en poco más de una hora —objetó.

—Pues sí, de eso hace ya mucho —dijo Rogersson, como si pensara en voz alta.

—Bueno, me imagino que está muy cachondo —dijo Lewin—. Que se ha metido anfetaminas o algo así.

—Sí, o un tío mayor que ha estado jugando con el frasco de Viagra —dijo Thorén con una risita.

—Un drogadicto —dijo Rogersson, sin tenerlas todas consigo—. No me cuadra del todo con nuestra víctima. Y en particular, porque yo respaldo la teoría de que se fía de él. Estoy convencido de que se fía de él sin reservas. ¿Y creéis que se habría fiado de un drogadicto?

—No, no es un drogadicto. —Lewin menea la cabeza—. Esos no funcionan así. Es alguien que lo ha probado ocasionalmente. Que lo utiliza solo para el sexo.

—Y a quien Linda conocía, una persona en la que confiaba —dijo Bäckström moviendo la cabeza un tanto incrédulo—. Bueno, ¿y dónde vive? —continuó. Más vale cambiar de tema, pensó.

—Aquí —dijo Knutsson—. Vamos, que vive en Växjö.

—O en las proximidades; Växjö e inmediaciones —precisó Thorén.

—Un hombre de unos veinticinco o quizá un poco mayor, al que Linda conocía, al que tiene cariño y en el que confía por completo; que vive en la ciudad o por aquí cerca; que no es drogadicto pero que toma anfetaminas de vez en cuando, puesto que sabe cómo manejarlas para desinhibirse por completo, y que le funciona el rabo como una batidora —sintetizó Bäckström—. No tendremos la mala suerte de que la persona que estamos buscando sea un colega, ¿verdad? Un puto pirado que haya conseguido mantener la máscara todos los días menos uno…

—Sí, esa posibilidad la he tenido yo en mente desde que llegué aquí —confesó Rogersson—. Todos los colegas perturbados que uno ha conocido… Todas las historias que hemos oído… Por desgracia, no todo son infundios.

Lewin meneó dudoso la cabeza.

—Cosas peores han ocurrido en el Cuerpo de Policía, eso es cierto —dijo despacio—. Yo también he pensado en ello en algún momento, pero, de todos modos, no me lo creo —concluyó meneando la cabeza con vehemencia.

—¿Por qué no? —quiso saber Bäckström. ¿Porque no es como tú?, pensó.

—Es demasiado desinhibido para mi gusto —dijo Lewin—. Y todas esas pistas que ha dejado tras de sí. ¿No creéis que un colega las habría eliminado?

—Bueno, el cúter sí parece que lo ha limpiado —apuntó Bäckström—. Puede que no le diera tiempo —continuó—. Y pensaba que iba a entrar alguien.

—A mí hay algo que no me termina de convencer —afirmó Lewin—. Pero claro —se encogió de hombros—, no sería la primera vez que me equivoco.

—¿Algo más? —preguntó Bäckström mirando a su alrededor. ¿O lo hemos hecho tan bien que ya podemos tirarnos en la piltra después de echarnos un buen trago?, pensó.

—Yo creo que se trata de un hombre guapo —dijo Svanström de pronto—. Nuestro asesino, quiero decir. Linda era muy guapa —continuó—. Además, parecía muy preocupada por su aspecto y, desde luego, también por la ropa. ¿Tenéis idea de lo que vale la que llevaba aquella noche? Pues yo opino que él es igual. Cada oveja con su pareja, como suele decirse, ¿no?

Claro, y tanto tú como Lewin sois muy flacos, pensó Bäckström.

Antes de dormirse, Bäckström llamó a su periodista de cabecera en la radio local. Para ayudarle a mantener alta la temperatura, entre otras cosas.

—Me he enterado de que ya tenéis los resultados del análisis de ADN —dijo Carin—. ¿No vas a contármelo?

—No sé de qué me hablas —respondió Bäckström con voz clara—. ¿Llegaste bien a casa la otra noche?

Al parecer, llegó bien, aunque no entró en detalles. Además, Carin preguntó si no iban a volver a verse pronto. Y dijo que, como la vez anterior, no tenían por qué hablar de trabajo.

—Claro —dijo Bäckström—. Me parece estupendo, solo que ahora andamos muy ocupados e igual tienen que pasar algunos días. —Demasiado fácil, pensó.

—¿Debo interpretar que ya empezáis a ver la luz? —preguntó Carin con un ansia repentina en la voz.

You will be the first to know —respondió Bäckström con su mejor inglés televisivo.