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Un verano muy extraño. El más extraño hasta donde alcanza la memoria, tanto de la humanidad como de las gentes de ahora, siempre que tengan la edad suficiente, claro. Empezó en mayo y no parecía que fuera a terminar nunca. Día tras día bajo un sol implacable, siempre con algún nuevo récord de temperatura en alguna localidad; nuevas cotas que, además, se repartían con justicia por todo el país.

El martes, 8 de julio, se produjo también un nuevo récord nacional. El antiguo récord sueco lo tenía Småland, precisamente, desde hacía sesenta años. El 29 de junio de 1947 se registraron treinta y ocho grados a mediodía en Målilla. Si era Nuestro Señor quien controlaba también el tema del tiempo, parecía haberse desentendido de cuidar de los suyos. ¿Cómo, si no, podía explicarse que, a las tres de la tarde del martes, 8 de julio, estuvieran a treinta y ocho con tres grados Celsius en Väckelsång, varios kilómetros al sur de Växjö? A la sombra, por supuesto.

En Växjö se estaba relativamente fresco. Cuando Lewin y Eva Svanström dejaron la comisaría poco después de la una para ir al centro a comer, algo tarde, la plaza de Oxtorget temblaba en la calima, pese a que no hacía más de treinta y dos miserables grados.

Sin saber por qué, Lewin sintió aquel desasosiego tan familiar. Además, había pasado la mayor parte del tiempo de vigilia en la oficina de la comisaría, con el aire acondicionado, de modo que tampoco iba muy preparado.

—Quizá deberíamos quedarnos aquí, no salir a la calle —propuso, sonriéndole indeciso a Eva Svanström. Pero ¿qué es lo que está pasando?, pensó. En Suecia, en pleno verano.

—Pues a mí me parece fantástico —respondió Eva feliz extendiendo los brazos en un gesto muy poco sueco—. Venga, Janne, vamos a comer. Te prometo que te cederé el sitio que esté a la sombra.

Las noticias de la noche y de la mañana siguiente trataron también principalmente de aquel acontecimiento, y en los medios de comunicación de la zona dieron muestras de una cantidad notable de lo que podría llamarse patriotismo local. Las temperaturas más altas del suelo sueco seguían dándose en esta Småland de Dios. En las páginas del Barometern se habían lanzado incluso a llamar a Småland la nueva Riviera del norte de Europa, mientras que el Smålandsposten se mostraba mucho más comedido, ya que todo hijo de Småland sabe las penurias que acarrea la jactancia.

Exactamente igual que en los principales diarios de la mañana, habían entrevistado a diversos expertos, tanto de los que advertían del efecto invernadero como de los que lo negaban remitiéndose a la historia y a las variaciones de temperatura a largo plazo y, por ejemplo, al hecho de que se hubiesen cultivado viñedos en la región de Norrland en la Edad del Bronce, y, por lo demás, se concentraron en dar a los lectores una serie de consejos médicos.

Se trataba de mantenerse a la sombra y sin mucha actividad, evitar todo esfuerzo físico innecesario, beber mucho líquido y proteger la cabeza con una gorra o un sombrero. Todo lo cual revestía especial importancia para las personas mayores o las muy jóvenes y para quienes tenían hipertensión o problemas coronarios. Y, naturalmente, bajo ningún concepto y ni por un instante había que dejar a los niños o a los perros en un coche aparcado y cerrado.

En los diarios de la tarde, lo de siempre. Tras cumplir con su deber y mencionar las noticias meteorológicas imprescindibles, se centraron en las sustanciales, como el vínculo entre el calor insoportable que sufrían aquel verano y el incremento de la delincuencia. Sin olvidar el caso Linda.

Uno de los expertos interrogados en el principal dragón vespertino daba incluso cuenta de la clara vinculación existente entre la frecuencia de asesinatos y asesinos en serie, y la temperatura ambiente. Según sus investigaciones, a más temperatura, mayor probabilidad de aumento de la frecuencia. El periodo estival resultaba más crítico que el invernal, con independencia de que fueran esquimales u hotentotes. Y no era casualidad que la mayoría de los asesinos en serie conocidos, por ejemplo, en Estados Unidos, prefiriese actuar en los estados del sur, California y Florida, a hacerlo en el Medio Oeste o en los estados del norte. El calor desencadena la violencia y, muy en particular, en los delincuentes con trastornos psíquicos, en los desequilibrados e inestables, afirmaba para concluir.