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Växjö, sábado 5 de julio

¿No tenía yo razón? Sí, tenía yo razón, iba pensando Bäckström mientras pasaba por la recepción del hotel para ir a desayunar el sábado. Los diarios vespertinos habían salido ya, allí estaban, pese a que no eran más de las ocho y cuarto de la mañana, en el expositor de prensa, junto al mostrador de recepción. Bäckström cogió los dos ejemplares y puso rumbo al comedor para reunirse con sus colegas. Si esto constituye una complicación menor, ya podemos esperar que no surjan complicaciones mayores, se dijo.

Toda la primera página y buena parte del resto trataba sobre su asesinato, y el punto de vista era exactamente el que él había supuesto: «JOVEN POLICÍA ASESINADA… Estrangulada, violada, torturada». Vaya, pensó Bäckström. Se guardó los diarios bajo el brazo, cogió una bandeja y empezó a servirse el desayuno. Nadie puede investigar un asesinato con el estómago vacío, se dijo mientras se ponía en el plato una buena ración de huevos revueltos, beicon y minisalchichas.

—¿Has visto la prensa de la tarde, Bäckström? —dijo Lewin cuando se sentó a la mesa con los demás—. Me estaba preguntando cómo se sentirán los familiares cuando lo vean.

Pero ¿tú eres tonto o qué?, pensó Bäckström, que ya estaba hojeándolos con la mano izquierda mientras con la derecha se llevaba los huevos y una salchicha a la boca.

—Es sencillamente… una putada —aseguró Thorén, que casi nunca decía tacos.

Otro, pensó Bäckström. Gruñó entre bocado y bocado y continuó leyendo.

—¿Por qué no les pararán los pies los políticos? —se sumó Knutsson—. Deberían legislar sobre ese tipo de comportamiento. Es un abuso tan tremendo como… en fin, tanto como el que ha sufrido la víctima.

Pues sí, imagínate. ¿Por qué no harán nada los políticos? ¿Por qué no prohíben a los periódicos que escriban toda esa basura?, se preguntaba Bäckström sin dejar de comer y hojear el diario.

Y así se pasaron sus cinco minutos mientras Bäckström callaba y comía y hasta que terminó con el desayuno y con el periódico. El único que no había dicho una palabra en todo el rato era Rogersson. Que, por otra parte, rara vez hablaba a aquella hora del día.

Bueno, al menos uno que es lo bastante sensato como para mantener la boca cerrada, pensó Bäckström al mismo tiempo que el primer representante del tercer poder se les acercaba, se presentaba y les preguntaba si podía hacerles unas preguntas. Entonces sí que abrió Rogersson la boca:

—No —dijo, y se ve que, en combinación con la expresión de la mirada, fue aquella respuesta más que suficiente para el que preguntaba, que, amilanado, se largó de allí inmediatamente.

Rogge es bueno, pensó Bäckström. Ni siquiera le había hecho falta rugir y enseñar los dientes, recurso que, por lo demás, era su mejor baza.

—A mí me preocupa más otra cosa —dijo Bäckström—. Pero de eso ya hablaremos cuando estemos solos.

La primera ocasión para ello no se presentó hasta que aparcaron al otro lado de la verja cerrada de la explanada de la comisaría.

—Supongo que todos habéis tenido tiempo de leer la prensa vespertina —dijo Bäckström.

—Pues a mí se me ocurrió esta mañana poner las noticias de la televisión y no te creas que tenían mejor pinta —dijo Lewin.

—Hablando en plata, es una putada, ni más ni menos —convino Thorén que, al parecer, empezaba a superar su rechazo por las groserías de nivel medio que ofrece la lengua sueca.

—Lo que me preocupa a mí —continuó Bäckström— es que todo lo que dijimos ayer está en los periódicos de hoy. Pasad de la forma de expresarlo y de todo lo demás y de las putas especulaciones y centraos en los datos que figuran ahí, porque la única conclusión lógica es que este barco pierde agua como un colador. —Bäckström señaló el edificio de la comisaría que iba a convertirse en su lugar de trabajo los próximos días—. Y si no arreglamos eso, tendremos un marrón mucho peor de lo que merecemos.

Ninguno de los compañeros puso la menor objeción.

Bäckström vio en primer lugar al jefe de la policía provincial y colega de Växjö que sería el jefe de la investigación y, por tanto, su superior inmediato. Eso, formalmente, pensó Bäckström, porque era el orden establecido cuando él y sus colegas de la judicial central iban a las provincias para recoger los restos del naufragio tras las actuaciones del paleto del jefe local.

—A pesar de lo terrible de las circunstancias, estoy contento y más tranquilo desde que supe que tú y los tuyos podíais venir y ayudarnos. En cuanto tuve claro lo ocurrido, llamé a tu superior el… jefe Nylander, para pedirle ayuda… somos viejos amigos de cuando estudiamos… y si resultara que he avisado de que viene el lobo sin necesidad, será solo culpa mía. Gracias por venir, Bäckström. Muchas gracias.

Bäckström asintió. Menudo palurdo, pensó. Tómate un par de váliums y vete a casa con tu mujer, que ya se encarga el tío Bäckström de despellejar al lobo por ti.

—Pues sí, y yo soy el primero en corroborar lo que acaba de decir mi jefe —secundó Olsson—. Os damos la bienvenida y os agradecemos que estéis aquí.

Otro, pensó Bäckström. ¿De dónde saldrán?

—Gracias —respondió Bäckström. Mira, dos locas posadas en la misma rama piando a coro, pensó, ¿y qué tal si nos ponemos y hacemos algo de provecho?

Pero antes había que establecer el reparto de tareas y, sobre todo, cómo iban a ejecutarse.

—Supongo que seguiremos la norma habitual —comentó Bäckström. Porque digo yo que leer de corrido sí sabréis, pensó.

—Si no tienes nada en contra, Bäckström, yo quisiera encargarme de las relaciones con nuestro entorno… la información a los medios y esas cosas, además de las cuestiones de personal y el resto de los temas de administración. Vamos a ser muchos. Por un lado, vosotros seis; luego nosotros, unos veinte. Y además hemos pedido refuerzos de Jönköping y Kalmar, así que en total seremos más de treinta efectivos para este caso. No te importa, ¿verdad?

—Ni lo más mínimo —dijo Bäckström. Mientras todos hagan lo que yo diga, pensó.

—Y luego, tenemos un problema de tipo práctico —prosiguió Olsson, intercambiando una mirada con su superior—. ¿Lo explico yo, jefe?

—Sí, Bengt, cuéntaselo tú.

—Este es un suceso escandaloso, terrible, ni más ni menos, y estamos en vacaciones y hay poco personal y muchos de los colegas que han venido a ayudarnos son jóvenes, quizá sin mucha experiencia… así que ayer el jefe y yo decidimos buscar a un terapeuta de situaciones de crisis para la unidad de investigación, de modo que quienes trabajan con el caso estén bajo la supervisión constante de un profesional y reciban la ayuda necesaria para procesar toda esta historia… en otras palabras, debriefing —concluyó Olsson, dejando escapar un hondo suspiro, como si estuviera necesitando ya el apoyo del que hablaba.

No me lo puedo creer, me cago en todo, pensó Bäckström, aunque, como es lógico, no pensaba decirlo.

—¿Tenéis en mente a alguien en concreto? —preguntó esforzándose por demostrar tanta empatía como los demás.

—Una psicóloga con mucha experiencia que ha trabajado con nosotros aquí, en la comisaría, pero que también imparte cursos sobre debriefing en la escuela de policía de la ciudad. Además, lleva muchos años trabajando en el ámbito municipal. Y es una conferenciante muy solicitada.

—¿Y cómo se llama? —preguntó Bäckström.

—Lilian… Lilian Olsson, aunque la llaman Lo —explicó Olsson—. Pero no somos familia, ¿eh? Ni remotamente.

No, claro, es solo que os parecéis mucho, pensó Bäckström, joder, qué práctico sería que todos los imbéciles tuvieran el mismo apellido.

—Por supuesto, no creo que haya problema —dijo Bäckström—. Doy por sentado que no participará en el trabajo de investigación propiamente dicho. —Más vale hablar claro desde el primer momento, pensó.

—No, naturalmente —dijo el jefe de la policía provincial—. Ella pensaba participar en la primera reunión para presentarse, para que todos sepan cómo ponerse en contacto con ella y esas cosas. Le hemos preparado un despacho en la comisaría.

Bueno, ha ido bastante bien después de todo, pensó Bäckström una vez terminada por fin la reunión con el jefe de policía. Todos sus colaboradores estaban donde había que estar. Lewin trabajaría directamente a sus órdenes y examinaría todo el material relativo a la investigación que fuesen recibiendo. Separar lo grande de lo pequeño, lo importante de lo insignificante. Procurar que le siguiéramos la pista a lo que pudiera ser valioso y desterrar las chorradas a los archivadores de la última balda de la estantería.

Rogersson se encargaría de los interrogatorios, en tanto que Knutsson y Thorén podrían trabajar cerca el uno del otro y llevar el papeleo interno y externo de la investigación. Incluso había conseguido organizar la cosa para Svanström. En razón de su amplia experiencia práctica con los documentos de una investigación de asesinato, sería la jefa de los civiles contratados y responsable de registrar toda la documentación que ya amenazaba con inundar el espacio de la unidad.

Lo más importante: Bäckström llevaría el timón. No, nada mal, pensaba cuando entró en la gran sala de reuniones donde trabajarían en lo sucesivo y donde ya esperaba la mayoría de los colegas. Nada mal, pese a todo, y pese a que una chiflada más iba a involucrarse en su trabajo y en el de sus colegas, aunque no debería ni haber puesto el pie en la comisaría. Al menos, no según mis cánones, pensó Bäckström.

Empezó como de costumbre, todos se presentaron y dijeron cuál era su puesto. Y como eran treinta y cuatro personas, la ronda llevó su tiempo, pero hasta eso podía aguantarlo, dado que se libraría de dos de ellas en cuanto hubieran terminado las presentaciones. La portavoz de prensa de la policía y la cuidadora de almas de la unidad de investigación. Y mira qué práctico, ellas fueron las últimas en presentarse. La portavoz fue extraordinariamente breve y clara: ella y solo ella era responsable de todos los contactos con los medios, después de consensuar con el jefe de la investigación.

—Fui policía durante veinte años antes de empezar en este trabajo —declaró—. Conozco a la mayoría de los que estáis en esta sala y, puesto que vosotros también me conocéis, sabéis que conmigo no se juega cuando me pongo ya sabéis cómo. Después de leer la prensa vespertina y sintiéndolo mucho, me veo en la obligación de recordar a todos los presentes que existen unas normas de confidencialidad que hay que cumplir. Y si alguno las ha olvidado, ha llegado el momento de repasarlas. Naturalmente, lo más fácil es cerrar el pico y hablar del caso exclusivamente con quienes trabajan en él, y solo cuando haya razón para ello. ¿Alguna pregunta?

Nadie tenía nada que preguntar, de modo que la portavoz asintió y se marchó de allí. Porque lo cierto era que tenía un montón de cosas que hacer. Vaya tela, pensó Bäckström. Me pregunto cómo era cuando trabajaba de policía. Y bastante guapa también es. Aunque tirando a vieja. Ese jamelgo debe de rondar los cuarenta y cinco, pensó Bäckström, que era diez años mayor.

Lilian Olsson, en cambio, la terapeuta de cámara de la investigación, psicóloga en ejercicio y psicoterapeuta, necesitó bastante más tiempo, como era de esperar. Dado que colmaba al milímetro las expectativas de Bäckström, una rubia menuda y flaca con cincuenta otoños lluviosos a sus espaldas, como mínimo, no le sorprendió en absoluto.

—Y bueno, yo soy Lilian Olsson… aunque quienes me conocen me llaman Lo y espero que vosotros también lo hagáis… Y en fin, soy psicóloga en ejercicio y psicoterapeuta… y qué hacemos los psicólogos, os preguntaréis —prosiguió Lo—. Pues soy psicóloga… soy terapeuta… doy cursos y conferencias… trabajo como asesora… y en mi tiempo libre… trabajo en varias organizaciones altruistas… para mujeres maltratadas… para hombres maltratados… para las víctimas de delitos violentos… y en estos momentos, además, estoy escribiendo un libro… y la mayoría de los que estáis aquí… bueno, no pasa nada porque uno se sienta mal… muchos de nosotros damos una imagen sensible, de desconcierto, como de crisis… mientras que otros se refugian en una actitud de macho, suplicante y negadora a la vez… luego están los que abusan del alcohol y del sexo… de sí mismos y de sus semejantes… muchos tenemos trastornos alimentarios… todos somos semejantes… tenemos que afirmar… tenemos que concienciarnos… tenemos que dar el paso hacia… tenemos que liberarnos de ese equipaje tan pesado que nos inhibe… tenemos que atrevernos a demostrar nuestra debilidad… atrevernos a pedir ayuda… atrevernos a dar el paso para salir de todo esto… y de eso se trata, en suma… del proceso de liberación, sencillamente… así de sencillo… de modo que en realidad, es bastante fácil y obvio. Y mi puerta está siempre abierta para todos vosotros —concluyó Lo abrazando con aquella sonrisa suya tan blanda a todos los presentes.

Bla, bla, blá, pensó Bäckström; se irguió en la silla y miró la hora de reojo. Más de diez minutos del precioso y escaso tiempo de la unidad de investigación que se habían esfumado solo porque una de tantas tontas del culo necesitaba casi un cuarto de hora para decirnos que ella también tenía la puerta abierta de par en par.

—Bueno —dijo Bäckström en cuanto la mujer salió y cerró la puerta—. Pues entonces ya podemos ponernos a ver si hacemos algo. Tenemos a un puto chiflado por ahí suelto y hemos de procurar meterlo en el trullo. Cuanto antes, mejor. —Y en realidad, deberíamos hacer jabón con ese hijo de su madre, pensó Bäckström.

Pero eso no lo dijo. Porque eso era algo que entendía cualquier policía de verdad, sin que hubiera que decírselo con todas las letras. Durante la actuación de la señora terapeuta, él ya les había echado el ojo a un par de jóvenes talentos que, a juzgar por la expresión de su cara, eran de lo más prometedores. Quizá incluso haya en estas dependencias un futuro Bäckström, pensó Bäckström. Por increíble que pudiera parecer.