6

A la mañana siguiente Mac habría agradecido que el sol fuera un poco más suave, pero, por lo demás, todo era perfecto.

«Ya ves —pensó—. Eres joven y tienes aguante».

Vestida con el pijama, desayunó un café con un pastelito del mismo sabor, mientras observaba a los pájaros lanzarse en picado sobre el comedero. «La señora cardenal también disfrutaba su desayuno esta mañana —observó—. Va con su compañero, del plumaje brillante, y con unos vecinos sin identificar».

Necesitaría el zoom para poder reconocerlos. Y quizá algún libro o alguna guía también, porque sólo con la vista no distinguiría nada en concreto, a menos que se tratara de un zorzal o un arrendajo azul.

Mac se detuvo de repente y se apartó de la ventana. ¿Pero qué importaba aquello? Sólo eran pájaros. Y no se iba a especializar en fotografía de la naturaleza ni en, en… avegrafía.

Molesta consigo misma, atravesó el estudio para revisar la agenda y los mensajes. Bien, tenía una cita por la tarde con una antigua novia de Votos que ahora estaba encinta y quería unos retratos de su embarazo. «Me divertiré», pensó. Además, le ponía el ego por las nubes que sus fotos de la boda hubieran gustado tanto, para que la futura mama, quisiera hacer otro reportaje.

Eso le dejaba toda la mañana libre para terminar un encargo, acudir a una entrevista en la casa principal y estudiar el retrato de boda de la clienta para encontrar nuevas ideas con que plasmar su estado de buena esperanza.

Le quedarían un par de horas libres, en las que podría preparar el estudio y trabajar en la página web. En definitiva, iba a ser un día bien aprovechado.

Pasó a lo siguiente y apretó el botón del play de su contestador conectado al número de la empresa. Se ocupó de los temas necesarios, se felicitó por ser tan buena chica y, a continuación comprobó su número privado.

Al ver que tenía tres mensajes, se le hizo un nudo en el estómago.

—Maldita sea —musitó cuando la voz de Carter le propinó un derechazo en el vientre.

«Ah, hola… Soy Carter. Me preguntaba si querrías salir a cenar, o al cine. A lo mejor prefieres el teatro al cine. Tendría que haber mirado qué dan antes de llamarte. No se me ha ocurrido. También podríamos volver a tomar un café si eso es lo que quieres. O… no se me dan bien estas cosas. Y tampoco sé hablar con una cinta. Pero eso a ti te dará igual. Si te interesa alguna de las cosas que te propongo, llámame cuando te vaya bien. Gracias. Eh… adiós».

—Te maldigo, Carter Maguire, porque eres un encanto y me vuelves loca. Tendrías que ser un plasta. ¿Por qué no pienso que seas un plasta? Ay, ya sé que te llamaré. Sé que voy a devolverte la llamada. Me estoy metiendo en un buen lío.

Mac calculó que lo más probable era que Carter habría ido a trabajar y no estaría en casa. Ella, en cambio, sí que prefería hablar con el contestador.

Cuando oyó el click de la máquina, se relajó. A diferencia de Carter, Mac tenía mucha experiencia con los contestadores.

—Carter, soy Mac. Me gustaría ir a cenar, o al cine o, si quieres, al teatro. Me parece bien quedar para tomar un café. ¿Qué tal el viernes, ya que al día siguiente no hay colegio? Llámame y dime qué prefieres. Te toca a ti.

«¿Lo ves? No tiene por qué ser una cosa seria —se recordó—. Puedo marcar el tono pensando que me estoy divirtiendo con un tío muy agradable».

Satisfecha, se dio el lujo de trabajar una hora con el pijama puesto. Luego se vistió con calma, fue a la casa principal para acudir a la entrevista concertada y regresó como una exhalación para aprovechar el tiempo libre que le quedaba antes de la sesión.

La luz de los mensajes parpadeaba.

«Ah, soy Carter, otra vez. ¿No es un poco fastidioso esto? Bueno espero que no. He visto que tenía mensajes cuando he llegado a casa para almorzar. En realidad, me interesaba saber si habías llamado. Y lo has hecho. Me temo que el viernes tengo que ir a una cena de la facultad. Te invitaría, pero si aceptas y vienes no querrás volver a salir conmigo. Prefiero no arriesgarme. Si te va bien cualquier otra noche, aunque sea, ja ja, una noche de colegio, me gustaría mucho salir contigo. Si te apetece, podríamos ir a cenar y al cine. ¿Es demasiado? Seguro que sí. Me estoy liando. Me gustaría añadir que aunque no lo parezca, ya he salido antes con otras mujeres. Supongo que ahora te toca a ti».

Mac sonrió. No había dejado de hacerlo durante todo el mensaje.

—Muy bien, Carter. A ver cómo encajas ésta. —Mac presionó la tecla de rellamada y esperó hasta oír el pitido—. Hola, profesor ¿adivinas quién soy? Te agradezco que me hayas ahorrado la cena de la facultad. Tu sensatez y tu caballerosidad te han hecho ganar puntos. ¿Qué tal el sábado por la noche? ¿Por qué no vamos a cenar primero y ya veremos qué hacemos luego? Puedes recogerme a las siete. Y sí, esto te obliga a confirmar de nuevo.

Mac, de un humor excelente, puso música, se desplomó frente al ordenador y, canturreando, empezó a revisar las fotografías de boda de la clienta que esperaba. Tomó notas de las posibilidades y los ángulos que se le iban ocurriendo. Luego consultó su archivo para recordar el equipo, la iluminación y las técnicas que había utilizado en los retratos nupciales.

Teniendo en cuenta el cutis oliváceo, el pelo oscuro y los exóticos ojos castaño oscuro de la clienta, Mac eligió un telón de fondo color marfil. Y como recordaba que era una mujer un poco tímida y algo recatada, decidió reservarse lo que creía que podría ser la foto del encargo hasta haber creado un buen ambiente para la futura mamá.

Ahora bien, ella sí podía prepararse. Agarró el teléfono y presionó con decisión la tecla que correspondía a Emma mientras abría la puerta del cuarto del atrezo.

—Oye, necesito un saco de pétalos de rosa rojos. Tengo una clienta que llegará de un momento a otro, si no iría yo misma a robártelos. ¿Querrías traérmelos a casa? Por si acaso, trae también un par de rosas rojas de tallo largo. Pueden ser de seda. Gracias. Adiós.

Animada, revisó su maletín rosa claro de maquillaje profesional y puso un CD de música New Age que pensó que convendría a la sesión. Estaba ajustando la luz de fondo cuando apareció Emma.

—No me has dicho qué tono de rojo querías para las rosas. Y es importante, ¿sabes?

—Para esto, no. Y siempre puedo manipular el color con el Photoshop. Además… —Mac se acercó a Emma y tomó las rosas que esta le ofrecía— son perfectas.

—Los pétalos de rosa son auténticos, así que…

—Se lo cargaré en la factura. Mira, ya que estas aquí, ¿te importaría posar? Tu tez es parecida a la de ella y las dos sois más o menos de la misma altura. Ven. —Mac le puso las rosas en la mano—. Ponte allí, en escorzo, de cara a la ventana, y mira a la cámara.

—¿Para qué es?

—Para una sesión de fotos de embarazada.

—Ah, es para Rosa. —Emma adoptó la postura que le pedía.

—La semana pasada Laurel preparó el pastel para su fiesta premamá. ¿No te encantan las clientas que repiten? ¿Ser testigo de estos momentos tan importantes de sus vidas?

—Sí. La luz está bien, creo. Al menos para las tomas convencionales.

—¿Qué vas a hacer con los pétalos?

—Los usaré después, en la sesión de verdad… cuando haya convencido a Rosa de que se desnude.

—¿Convencer a Rosa de que se desnude? —Emma lanzó una gran carcajada—. Te deseo mucha suerte.

—Tú la conoces, ¿verdad? Quiero decir antes de que fuera clienta nuestra. Era tía segunda tuya o algo así…

—Es la nieta de la prima política del tío de mi madre, creo. Pero sí, la conozco. Yo conozco a todo el mundo, y todos me conocen a mí.

«Puede que acabe de tener un golpe de suerte», pensó Mac.

—¿Por qué no te quedas un rato? La ayudarás a sentirse más cómoda.

—Te dedicaré un rato —dijo Emma tras consultar su reloj—. Sobre todo porque me muero de ganas de ver cómo te las apañas para conseguir que se quite la ropa.

—No te chives —la interrumpió Mac cuando oyó que alguien llamaba a la puerta—. Tendré que guiarla paso a paso.

Lo primero que pensó Mac cuando abrió la puerta fue:

«¡Uau! ¡Menudo bombo!». Y mientras la invitaba a entrar, su mente se lanzó a imaginar cómo podía explotar esa imagen, mostrarla y magnificarla.

El hecho de que Emma estuviera presente facilitaba las cosas; Emmaline era la mejor cuando se pretendía que los demás se sintieran cómodos.

—¡Oh, Rosa, mírate! —exclamó Emma con calidez—. ¡Estás fabulosa!

Rosa, con una espontánea carcajada, hizo un gesto de negación mientras Mac le cogía el abrigo.

—Estoy enorme.

—Enormemente fabulosa. Debes de estar impaciente. Sentémonos un minuto. ¿Habéis elegido ya el nombre?

—Siempre pensamos que ya lo tenemos, y luego cambiamos de idea. —Con el aliento entrecortado y una mano en el promontorio de su barriga, Rosa se sentó en una butaca—. Hoy toca Catherine Grace si es niña, y Lucas Anthony si es niño.

—Son unos nombres preciosos.

—¿No sabes aun el sexo del bebe? —preguntó Mac.

—Decidimos que no lo preguntaríamos.

—A mi me encantan las sorpresas, ¿a ti no? Y es fantástico que Mac te fotografíe en tu estado.

—Mi hermana no paró de pincharme. Supongo que, en un momento dado, me gustará recordar el pasado y verme como si me hubiera zampado un globo aerostático.

—Estás preciosa —dijo Mac sencillamente—. Y te lo demostraré. ¿Por qué no te levantas para que pueda hacer unas fotos de prueba? ¿Quieres tomar algo antes? ¿Agua, té…?

Rosa saco una botella de agua del bolso.

—Bebo como un camello y orino como un elefante.

—El baño esta allí mismo por si lo necesitas. Y cuando quieras que descansemos, dilo.

—Vale. —Rosa se levantó con dificultad de la butaca—. ¿Llevo bien el pelo? ¿Voy bien vestida? ¿Qué tal me ves?

Se había recogido el cabello oscuro en una cola… muy bien peinada; Mac iba a cambiar eso. También había elegido unos sencillos pantalones negros y un jersey azul claro que enfundaba su voluminoso vientre. «Empezaremos por aquí», decidió Mac mentalmente.

—Estás muy bien. Vamos a hacer unas fotos de prueba. ¿Ves la cinta adhesiva del suelo? Ponte encima de la X.

—Ni siquiera me veo los pies. —Rosa se colocó sobre la marca con cierta inseguridad mientras Mac comprobaba la luz con el fotómetro.

—Vuélvete de un lado y gira la cabeza hacia mí. Levanta el mentón, no tanto… así, y apoya las manos en tu bebé. —Mac miró a Emma.

Su amiga entendiendo la señal, se levantó y se puso detrás de ella.

—¿Ya has concertado la guardería?

Emma se puso a dar conversación a Rosa y le hizo reír. Mac tomó la primera Polaroid. Se la frotó contra el muslo para acelerar el revelado, la miró y la acercó a Rosa.

—¿Lo ves? Estás preciosa.

Rosa se quedo contemplando la instantánea.

—Aunque este enorme, no te negaré que se me ve contenta. Es muy bonita, Mac, de verdad.

—Pues haremos otras aun mejores. Vamos a probar unas cuantas más en esta misma pose.

«Empezamos a calentar motores», observó Mac para sus adentros dando alas a la conversación entre Rosa y Emma. En ese momento se lanzó a darle unas rápidas instrucciones: inclina la cabeza a la derecha, mueve los hombros… En plena sesión entregó a Rosa una de las flores de tallo largo que le había traído Emma y, con ese motivo de atrezo, disparo unas fotografías.

Hizo un rollo entero de fotografías, unas fotografías muy bellas y convencionales de una mujer embarazada.

—Ahora vamos a probar algo distinto. Con un ángulo diferente y otra con camisa.

—Oh, no he traído ninguna.

—Ya tengo yo.

Rosa se palmeó el prominente vientre.

—Es imposible que tu ropa me vaya bien.

—No se trata de que te vaya a la medida. Confía en mí. —Mac fue al cuarto de atrezo y saco una camisa blanca de hombre—. No te la abroches.

—Pero…

—Las líneas rectas de la camisa contrastaran con la pronunciada curva de tu vientre. Confía en mí. Y sino te gusta cómo quedas, no pasa nada.

—Oh, qué divertido… —Emma destilaba entusiasmo—. Los bombos son monísimos.

—Estoy en la trigésimo octava semana. El mío es como el Everest.

—Tiene una forma preciosa —le dijo Mac—. Y tu piel es magnífica. El tono, la textura…

—Además, aquí estamos solas —le recordó Emma—. Me encantaría ver cómo sale la foto. La luz es bellísima, muy favorecedora.

—Bueno, puede que sí… Pero se me verá gorda. —Con reticencia, Rosa se quitó el jersey.

—¡Yo quiero una como ésta! —exclamó Emma acariciándole la barriga—. Lo siento, pero es que… es algo magnético. Es cosa de mujeres. Somos las únicas capaces de hacer algo así.

—Festejemos la feminidad. —Mac le puso la camisa a Rosa, jugueteó con las líneas rectas y le subió los puños un par de vueltas—. Vamos a dejarte el pelo suelto. Es por el contraste que te decía, y resulta más femenino. Voy a retocarte el brillo de los labios, ¿vale? Se verán más marcados.

Ahora se había sonrojado, pensó Mac mientras trabajaba. No importaba. Lo aprovecharía.

—Gira un poco de lado, adelanta el hombro… ¡Bien! Sujétate la barriga. Muy bonito. Solo tengo que ajustar la luz.

—¿Seguro que no se me ve ridícula o hecha unos zorros? Me siento como una vaca que hay que ordeñar.

—Rosa —suspiró Emma—, se te ve sexy.

Mac plasmó la sorpresa, la satisfacción… y finalmente el orgullo.

—Dedícame una gran sonrisa. Bien. Mírame. Caray, ¡fíjate en tu aspecto! Es perfecto. ¿Estás bien? ¿Necesitas un descanso?

—No, me encuentro bien. Lo que pasa es que me siento un poco idiota, supongo.

—No lo pareces. Confía en mí. Emma, arréglale la manga de la derecha. Ahí donde… perfecto —dijo Mac mientras Emma arreglaba la camisa—. A ver, Rosa, vuélvete un poco hacia mí.

Un poco más. Así. Y rodea tu vientre con las manos. Bien.

Al disparar, vio que el momento se acercaba. Vio la magia del instante. «Ya casi estamos», pensó.

—Quiero que mires hacia abajo y luego levantes la vista… sólo los ojos, y mírame. Contempla el secreto que guardas, tu fuerza. Piensa, durante un momento, cómo entró ahí ese secreto. ¡Uau! Rosa, eres fantástica.

—Ojalá llevara un sujetador más bonito.

Mac bajó la cámara y aprovechó la brecha que se acababa de abrir.

—Quítatelo.

—¡Mackensie! —exclamó Rosa con una risita horrorizada.

—Vamos a probar con una foto de estudio. Te encantará. —Mac gesticulaba y su voz sonaba imperiosa—. Siéntate y relájate, descansa un rato. Necesito preparar el equipo.

—¿A qué se refiere con una foto de estudio? ¿Voy a salir desnuda?

—Ya lo descubriremos —respondió Emma cogiendo a Rosa por el brazo—. Ven a sentarte. Veamos qué se trae entre manos esta mujer. ¡Mac! —le gritó Emma cuando oyó que sonaba el teléfono—. ¿Quieres que lo coja?

—¡No! —Mac entró en el estudio precipitadamente con un taburete en las manos—. Podría ser… Ahora no, que ha empezado el juego. —Puso el taburete en la marca y lo vistió con una sábana color marfil mientras el contestador grababa la voz de Carter.

«Imagino que ya sabes quién soy. El sábado, empezamos cenando y luego, bueno… humm. A las siete. Me va bien. Fantástico. Ah, no… no sé qué es lo que prefieres para cenar… o si hay algo que no te guste, que viene a ser lo mismo. Supongo que ya me lo habrías dicho si fueras una vegetariana estricta, ¿verdad? Lo habrías sacado en la conversación. Doy demasiadas vueltas. En fin, creo que con esto terminamos el juego de tocar y parar. Te veré el sábado. A menos que quieras llamarme para decirme… Ya me callo. Adiós».

—Es una monada —dijo Rosa volviéndose hacia Mac, que estudiaba el cayente de la sábana.

—Sí, lo es.

—¿Es una primera cita?

—Técnicamente es la segunda. O puede que, oficiosamente sea la tercera. No lo tengo muy claro. Rosa, hay otra sábana en el baño. Quiero que entres ahí, te quites la ropa y te envuelvas en la sábana si te da vergüenza. Por lo que he oído, los dolores del parto y el nacimiento van a acabar con tu pudor. Así que esto será pan comido.

—No sé si puedo…

—Trata del viaje que has iniciado, de lo que has aprendido en él. Es la vida, la luz que llevas dentro… Y el amor.

—Ah. —Cuando Rosa cruzó las manos sobre el vientre, tenía los ojos húmedos—. Creo que podría hacerlo, o al menos intentarlo. ¿Borrarás las fotos si no me siento cómoda al verlas?

—Por supuesto.

—Bueno, vale. De todos modos, tengo que ir al pis.

—No tengo prisa.

Emma esperó a que Rosa entrara al baño y cerrase la puerta.

—Eres buena, Elliot. Eres condenadamente buena.

—Sí, sí, es verdad.

—Y además tienes una cita el sábado por la noche.

—Eso parece. ¿Se me ha ido la olla, Emma, liando las cosas de este modo?

—La has liado bien liada, querida. Y te diré que serás tonta si no sigues hasta el final. Ojalá pudiera quedarme a ver toda la sesión, pero tengo que volver.

—Te enseñaré las copias.

—No sólo eres buena, sino una mujer segura de sí misma.

—¡Rosa! Tengo que ir a trabajar. Nos vemos otro día.

La puerta del baño se abrió tímidamente.

—¿Tienes que irte? Me gustaría que pudieras quedarte un ratito.

—A mi también. Pero te dejo en buenas manos. Si no te veo antes, que tengas un bebé feliz, hermoso, sano… que sea un milagro en tu vida.

Emma agarró su abrigo al vuelo y se despidió de Mac articulando un «Buena suerte» antes de salir disparada por la puerta.

Pasadas las cinco, Mac llegó a la casa principal. Quería alimentarse como es debido, necesitaba comida como la que la señora Grady amontonaba en el congelador. Dejó el ordenador portátil en la cocina y vio a Parker sentada frente al mármol, con la mirada fija en una copa de vino.

—Eh, es pronto para verte sentada y tomando vino.

—Acabo de terminar la reunión con Naomi y Brent. Ésta copa me la he ganado.

—¿Lo has solucionado?

—Claro que sí, pero no en un abrir y cerrar de ojos. Los novios vuelven a estar unidos por el amor, el compromiso y la decisión de celebrar su propia boda. La pelandusca de la socia queda fuera del juego. El novio hablará en serio con el padrino cabrón y mentiroso y le recordará que los protagonistas de la boda no son él ni esa mujer, y que si es incapaz de hacer de padrino porque no invitan a la PDLS, es su problema. La novia tendrá una charla con la DDH para manifestarle su apoyo y comprensión, pero se pondrá firme para hacerle entender que no se trata de su boda, y aunque le dé muchísima rabia que asista, el cabrón mentirosos no deja de ser el hermano de su marido. Además, lo hemos arreglado invitando a la boda a un tío bueno para que haga de pareja de la DDH… y el PCYM quede como un idiota, que es lo que se merece. —Parker se detuvo unos segundos y respiró hondo—. Me he ganado la copa, insisto.

—¿Quién es el tío bueno?

—He sobornado a Jack —confesó Parker tomando un sorbo de vino—. Me ha costado una caja de Pinot Noir, pero ha valido la pena.

—Jack está muy bueno —coincidió Mac—. Bien hecho, maestra.

—Estoy agotada. ¿Cómo ha ido la sesión?

—Es curioso que lo preguntes. ¿Y si te lo enseño? —Mac abrió el ordenador portátil y, mientras este se cargaba, empezó a revolver en la nevera—. ¿Qué vas a cenar?

—No lo sé. Sólo son las cinco.

—Tengo hambre. Hoy no he almorzado. Pastel de pollo con verduras, ñam —exclamó Mac sacando una tartera—. Cenemos pastel de pollo con verduras.

—Muy bien, pero primero quiero darme un baño caliente con mucha calma. Y quiero cenar con el pijama puesto.

—Me parece perfecto. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Pero mira primero estas fotos. —Mac se sentó frente al ordenador y tecleó para mostrarle las primeras fotos de la sesión.

—¡Ostras, está como un tonel! —rio Parker inclinándose hacia delante—. Y se la ve contenta y desorientada. Qué dulce… Son muy bonitas, Mac.

—Sí, son bonitas —afirmó la joven. Y entonces le enseñó la segunda tanda.

—Éstas son fantásticas: sexis, femeninas, poderosas, divertidas. Me encantan. Sobre todo esta en la que ella inclina hacia abajo la cabeza y mira directamente a la cámara. Parece un poco bruja. Y la luz refuerza la impresión.

—Voy a pulirla aún más. Hicimos una última tanda.

De nuevo, Mac abrió un archivo y se arrellanó en el asiento.

Parker, en cambio, se enderezó.

—Dios mío, Mac, son increíbles. Son… parece una diosa romana.

Parker examinó cada una de las fotos que desfilaban ante sus ojos. Aquélla tela blanca en la cintura se desplegaba bajo el turgente vientre y se remansaba como un río salpicado de pétalos de rosa color rojo sangre. La mujer, con el pelo cayéndole por los hombros, un brazo cruzado sobre el pecho y la mano en la cima de su fecundo y abultado vientre, miraba directamente a la cámara.

—Me encantan las curvas, los pliegues, las líneas. La luz, el modo en que esta realza sus ojos. La sabiduría y la fuerza de su mirada. ¿Las ha visto ella?

—Todas. Estaba tan nerviosa que he tenido que enseñárselas todas porque quería asegurarse de que eliminaríamos las que no le gustaran.

—¿Qué le han parecido?

—Se ha echado a llorar. En el buen sentido de la palabra. Debe de ser hormonal. Le han saltado las lágrimas y me ha dado un susto de muerte. Entonces ha dicho una cosa preciosa. —Mac hizo una pausa paladeando la alegría del recuerdo—. Ha dicho que nunca pensaría en sí misma como una mujer gorda y patosa, porque era soberbia.

—Oh.

—Sí, ya lo sé. A mí también se me han humedecido los ojos. Rosa quería encargar directamente esas fotos, ya, pero le he dicho que primero las quiero retocar y que, además, prefiero que no esté tan emotiva cuando elija.

—Cuanta satisfacción da hacer felices a los demás, que con tu trabajo aportes felicidad a sus vidas, ¿verdad? Aquí estamos, cansadas y hambrientas, pero habiendo hecho un trabajo de bandera.

—Entonces, en ese caso, ¿qué te parecería prestarme un pijama?

—¿Por qué no metes eso en el horno a temperatura baja y nos vamos a cambiar las dos?

—Trato hecho. Me apetece ver una peli para chicas. ¿Y a ti? ¿Cena y peli?

—Suena muy bien, la verdad.

—Hablando de cena y peli, el sábado por la noche tengo mi primera cita con Carter.

—Lo sabía —sentenció Parker advirtiéndola con el dedo.

—Pero voy a ir muy despacio. En algún momento entrará el sexo en juego, pero iré despacio.

—Pones límites a la relación antes de embarcarte en ella. Muy sabio por tu parte.

—Tu matiz de sarcasmo no se me escapa —aclaró Mac cerrando la puerta del horno y apoyándose en ella—. Lo de ayer fue una cosa rara, un ataque de pánico debido a que mis últimas citas han sido terriblemente aburridas.

—Te creo —dijo Parker levantándose y pasándole el brazo por los hombros antes de salir juntas de la cocina—. Las citas interesantes no abundan entre nosotras, menos para Emma.

—Porque no dedicas tiempo a salir por ahí.

—Ya lo sé. Vete a saber por qué. ¿Qué película te apetece: una que haga llorar o una que termine bien?

—Vale más que nos decantemos por UQTB, sobre todo comiendo pastel de pollo con verduras.

—Bien pensado. ¿Por qué no preguntamos a las otras si quieren apuntarse?

Tomaron la escalera para subir al tercer piso.

—Oye, Parks, ¿qué vas a hacer cuando seas muy vieja y no puedas subir peldaños?

—Supongo que haré instalar un ascensor. No abandonaré todo esto. Jamás.

—¿La casa o el negocio?

—Ninguna de las dos cosas.

Cuando alcanzaron el último tramo, la musiquita del móvil que Parker llevaba colgado del cinturón empezó a sonar.

—Mierda. Sube tú —le dijo Parker—. Ve a por los pijamas. Yo me encargo de esto y ahora vuelvo. —Abrió la tapa del móvil tras echar un vistazo a la pantalla—. ¡Hola, Shannon! ¿Lista para la semana que viene? —Parker, riéndose, se dio la vuelta para dirigirse a su despacho—. Lo sé. Hay mil y un detalles. No te preocupes. Lo supervisaremos todo.

«Novias…», pensó Mac mientras subía los últimos escalones. La mayoría se agobiaba con los detalles. «Si algún día me caso, que lo dudo, me concentraré en captar la imagen entera. Y dejaré que Parker cuide de los detalles».

Entró en el dormitorio de su amiga y vio sobre su exquisito lecho con dosel un mullido edredón con una funda de color paja. Unas alegres flores frescas decoraban la habitación. No había ropa tirada por ahí ni zapatos olvidados por los rincones.

«Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa», pensó Mac mientras abría el cajón de una cómoda donde encontró, como sabía que encontraría, cuatro pijamas cuidadosamente doblados.

—Yo también soy ordenada —musitó Mac—. Sólo que no soy tan obsesiva con este tema.

Se llevó uno de los pijamas a la habitación de invitados y lo lanzó sobre la cama. No se perdería un agradable baño tranquilo y caliente. Llenó la bañera y echó unas sales. Se metió en el agua impregnada de fragancias y empezó a pensar en películas para chicas con un final feliz.

Las pelis, sobre todo las de amor, siempre deberían tener un final feliz, pensó. Porque en la vida no solía darse. El amor se enfriaba, o se convertía en odio. O bien se quedaba en un punto intermedio, en una especie de distanciamiento o punto muerto.

También podía romperse como una ramita seca, si alguien daba un mal paso. Entonces hacía falta una semana en el balneario, siempre y cuando lo pagara otro, se dijo con amargura.

Conocía los sentimientos de Parker hacia la casa y hacia la empresa. Sin embargo, en opinión de Mac, nada duraba para siempre. Salvo la amistad, si se tenía mucha suerte, aunque en ese aspecto Mac era la suerte personificada.

Pero ¿el hogar, el amor? Eso era algo muy distinto. Y Mac no pretendía que durara toda la vida. Con el presente ya bastaba.

Tenía una cita el sábado por la noche. Con un hombre por el que se había sentido atraída sin conocerlo de nada. Sí, con eso le bastaba. Al cabo de una semana… en fin, nadie sabía lo que pasaría.

Para eso estaban las fotografías. Todo cambia, y la fotografía es un modo de conservar el pasado. Antes de que el futuro lo engulla todo.

Mac se hundió en el agua hasta el mentón en el mismo momento en que Laurel entraba en el baño.

—¿Qué haces? ¿Te has quedado sin agua caliente en casa?

—No, disfruto del momento. Hoy tengo pastel de pollo con verduras y una peli para chicas. ¿Te apuntas? Y no me refiero al baño.

—Quizá. Acabo de terminar, por quinta vez, de retocar el pastel de boda del enlace Holly-Deburke. Me iría bien un poco de ese pastel de pollo.

—Se esta calentando en el horno. Habrá que llamar a Emma por si acaso.

—Muy bien. Me encargo yo. Así tú puedes seguir disfrutando del momento.

Mac cerró los ojos y suspiró. Ah, la amistad. Eso era lo único con lo que siempre podría contar una mujer.

Por la mañana, todavía con el pijama de Parker puesto, Mac se dirigió a su estudio. Se había despertado al amanecer, aovillada como una gamba en el sofá de la sala de estar y tapada con un echarpe de cachemira.

Las dos porciones de pastel de pollo con verduras de la señora Grady que se había tomado la noche anterior le hicieron sentir asco ante la idea del desayuno, pero un café…

De todos modos, antes de programarse la mañana y como quien no quiere la cosa, se acercó al contestador.

No había mensajes.

La decepción que sintió de repente la avergonzó un poco. No se había quedado en casa esperando que la llamara… otra vez. La noche anterior se lo había pasado muy bien. Además, le tocaba llamar a ella si quería que el jueguecito durase más.

Por otro lado, todo aquello era una idiotez.

No pensaría en Carter Maguire, en sus gafas sexis o en su anticuada y arrugada chaqueta de tweed… ni en sus increíbles labios. Tenía que preparar café, organizar su trabajo y vivir su vida.

—¿Has quedado el sábado por la noche? Caray, esto son palabras mayores.

«¿Por qué habré tenido que abrir la boca? —se preguntó Carter—. ¿Por qué me ha parecido que el tema daría para tomar un café en la sala de profesores antes de las clases?».

—Bueno, voy a revisar el test que…

—Palabras mayores —repitió Bob clavando el dedo en la mesita del café para recalcar su comentario—. Tienes que llevarle flores. Rosas no. Las rosas son ostentosas, demasiado simbólicas. Una flor más natural, o uno de esos ramos con muchas flores.

—No sé… Puede. —«Fantástico, algo más por lo que preocuparse».

—Nada pretencioso o llamativo. Ella irá a buscar un jarrón donde meterlas y eso te dará tiempo para entrar, hablar y romper el hielo. Asegúrate de acertar con la reserva. ¿A qué hora has reservado?

—No he reservado todavía.

—Tienes que hacerlo —comentó Bob asintiendo con seguridad y dando un sorbo a su café con leche desnatada—. ¿Adónde la llevarás?

—No estoy seguro.

—Ha de ser un lugar un poco por encima de la media. No quieras impresionarla la primera vez, pero que tampoco parezca que no quieres gastar. Busca un buen ambiente, no muy estirado. Un lugar agradable y con solera.

—Bob, vas a provocarme una úlcera.

—Todo esto es munición, Cart. Munición. Tendrás que pedir un buen vino. Ah, y después de cenar, si dice que no quiere postre proponle que elija uno y os lo partís. A ellas les encanta. Compartir el postre es sexy. No te enrolles con el trabajo durante toda la cena. La pifiarás. Dile que te hable del suyo, y de lo que le gusta hacer. Luego…

—¿Tengo que tomar apuntes?

—No te iría nada mal. Si la cena se alarga hasta, digamos las diez, o más tarde, ten pensado otro lugar. Lo mejor es la música. Un local para ir a escuchar música. Si acabáis antes te conviene haber elegido una película. Todo esto si ella no te ha hecho señales para decirte «Vamos a mi casa». En ese caso…

—Alto ahí Bob. Déjalo. —De repente, sonó el timbre. «Salvado por la campana, literalmente», pensó Carter—. Tengo que dar la primera clase.

—Ya hablaremos luego. Te escribiré unas notas.

—Fantástico —respondió Carter escapando ya para incorporarse al tropel de estudiantes y profesores que había en el pasillo.

Pensó que quizá no llegaría vivo al sábado. Cuerdo, seguro que no.