«Llega tarde —pensó Carter—. A lo mejor no viene. Puede haberle pasado cualquier cosa». Si le funcionara bien el cerebro, le habría dado el número de móvil por si ella quería anular la cita.
Ahora no le quedaba otro remedio que quedarse allí sentado y solo.
¿Durante cuanto tiempo?, se preguntó. Los quince minutos que llevaba esperándola eran poco tiempo. ¿Media hora? ¿Una hora? Si la esperaba una hora entera, ¿no parecería un patético fracasado?
Seguramente.
«Eres un imbécil —se dijo obligándose a tomar un sorbo de té verde—. Has salido con otras mujeres… muchas veces. Has tenido una relación seria e íntima con una mujer que ha durado casi un año. Venga ya, si incluso has vivido con ella…
»Hasta que me dejó por otro y se marchó de casa. Pero esto no tiene nada que ver».
Había quedado para tomar un café… vale, un té en su caso. Y estaba enredando las cosas por un fortuito encuentro, a falta de un término más apropiado, como una adolescente boba que sueña con el baile de fin de curso.
Volvió a fingir que leía un libro y tomaba un té. Y se obligó a no vigilar la puerta de la cafetería como un gato hambriento que acecha una ratonera.
Había olvidado lo ruidoso que era el local, o hacía tiempo que ya no se fijaba. No recordaba que los estudiantes frecuentasen la cafetería. Bob tenía razón cuando le había dicho que había elegido mal el sitio.
Entre los reservados y los taburetes de colores se repartían los estudiantes de último curso de la academia y del instituto del barrio, grupos de veinteañeros y algún que otro profesor.
Las luces eran demasiado fuertes y las voces, estridentes.
—Siento llegar tarde. La sesión de fotos se alargó.
Carter parpadeó mientras Mac se sentaba en la silla de enfrente.
—¿Qué?
—Debías de estar muy enfrascado en la lectura —dijo Mac inclinando la cabeza para leer el título—. ¿Lawrence Block? ¿No deberías estar leyendo a Hemingway o a Trollope?
—Las novelas populares son una fuerza viable y con peso dentro de la literatura. Por eso son populares. Leer por mero placer es… uf, ya estoy dándote una clase. Lo siento.
—El estilo profesoral te va.
—Supongo que eso es bueno para cuando doy clase. No había caído en la cuenta de que estabas trabajando cuando viniste a verme. Podíamos haber quedado más tarde.
—Sólo tenía un par de entrevistas con unos clientes y una sesión. Tengo una novia que, por lo que sea, quiere que una profesional documente todos sus movimientos al detalle. Por mí, perfecto, porque eso representa dinero contante y sonante. He fotografiado las pruebas, las del vestido de novia, con la madre al lado llorando. Y los lloros me han entretenido más de lo que tenía programado.
Mac se quitó la gorra, se arregló el cabello con los dedos y contempló el local.
—No había entrado nunca. Parece que hay buenas vibraciones. —Esbozó una sonrisa a la muchacha que acudió a tomarle nota.
—Me llamo Dee. ¿Qué va a tomar?
—Esto será divertido. ¿Me traes un café con leche, doble de café y espolvoreado con vainilla?
—Marchando. ¿Otro té verde para usted, doctor Maguire?
—No, ya estoy bien, Dee, gracias.
—¿No eres un entusiasta del café? —preguntó Mac mientras Dee iba a preparar la consumición.
—A estas horas, no. Pero aquí está muy bueno… el café, quiero decir. Suelo entrar a tomarme un capuchino por la mañana, antes de ir a trabajar. También lo venden a granel, o sea que si te gusta… Mira, tengo que sacarme esto de encima como sea. No puedo pensar. Y si no puedo pensar, te vas a quedar dormida oyéndome hablar de tonterías, a pesar del café doble.
—Vale. —Mac se acodó en la mesa y apoyó el mentón en las manos—. Sácalo todo fuera.
—Estaba colado por ti cuando íbamos al instituto.
Mac arqueó las cejas y se enderezó en la silla.
—¿Colado por mí? ¿De verdad?
—Sí, bueno, en mi caso, sí. Y me mortifica sacar el tema ahora que han pasado casi doce años, pero si te lo explico, es porque tiene que ver con lo que pasó. Al menos por mi parte.
—Pero… ni siquiera recuerdo que hablaras conmigo.
—No te hablé. No podía. Yo era de una timidez patológica en esa época, sobre todo en las relaciones sociales. En todo, y en especial cuando se trataba de chicas. Con las chicas que me atraían, claro. Y tú eras tan…
—Un café con leche, doble de café y con vainilla. —Dee dejó la taza grande sobre la mesa y la acompañó de un platito con un par de galletas—. ¡Buen provecho!
—Sigue —insistió Mac—. Yo era tan… ¿qué?
—Ah, tú, sí. El pelo, los hoyuelos, todo…
Mac cogió una galleta, se inclinó para mordisquearla y se quedo mirándolo.
—Carter, cuando íbamos al instituto yo parecía una estaca a la que le hubieran crecido unas zanahorias por arriba. Tengo fotografías que lo demuestran.
—Para mí no. Eras alegre, apasionada, segura de ti misma… —«Y todavía lo eres», pensó Carter. «Solo hay que mirarte»—. Me siento como un imbécil contándote esto, pero siempre tropiezo con la misma piedra. Y si encima de lo patoso que soy, me pongo palos en las ruedas… En fin, pues eso.
—¿El beso de la otra noche tuvo que ver con que estuvieras colado por mí?
—Tengo que confesar que influyó lo suyo. Todo fue tan surrealista…
Mac cogió la taza de café.
—Ya no somos esos chicos que iban al instituto.
—Ostras, eso espero. Yo era un pardillo.
—¿Y quién no? Mira, Carter, la mayoría habría utilizado ese enamoramiento de instituto como una estrategia para ligar, o se lo habría callado. Lo que me has contado me interesa, y también me interesas tú, porque no has hecho ninguna de las dos cosas. ¿Siempre eres tan directo cuando citas a alguien a tomar un café?
—No lo sé. Eres la única mujer por la que he estado colado.
—Caray.
—Lo que acabo de decir ha sido una idiotez. —Carter, volviendo a ruborizarse, se pasó la mano por el pelo—. Ahora te he asustado. Ha sonado obsesivo, de poner los pelos de punta, como si hubiera colocado unas fotografías tuyas en un altar y encendiera velas para invocar tu nombre. Joder, eso aún es peor… Corre ahora que estás a tiempo. No te lo reprocharé.
Mac se echó a reír y tuvo que dejar el café sobre la mesa para no derramarlo.
—Me quedaré si me juras que ese altar no existe.
—Te lo juro —dijo Carter trazando una equis sobre el pecho—. Tanto si te quedas porque te doy pena, como si lo haces porque te gusta el café, ya me vale.
—El café es muy bueno —dijo Mac bebiendo otro sorbo—. No me das pena, pero no estoy muy segura de lo que siento. Eres un hombre interesante, y me ayudaste cuando lo necesitaba. Besas fenomenal. ¿Por qué no voy a tomar un café contigo? Y dime, ya que estamos aquí, ¿por qué alguien patológicamente tímido se metió en la enseñanza?
—Tuve que superarlo. Quería dar clases.
—¿Desde siempre?
—Prácticamente. Antes quise ser un superhéroe. Uno de los X-men.
—El profesor supermutante. Podrías haber sido el Educador.
Carter le sonrió.
—Acabas de desenmascarar mi identidad secreta.
—¿Y cómo fue que Chico Tímido se convirtió en el poderoso Educador?
—Con estudio y tesón. Y gracias a ciertas ayudas de orden práctico. Me apunté a un curso de la universidad para hablar en público y las dos primeras semanas las pasé sudando de terror. Pero me sirvió. Y entremedio trabajé de profesor asistente en varias clases. Tuve a Delaney durante el segundo curso. Ah, por si sale el tema… —Carter iba girando la taza—, alguna vez le pregunté por ti. Por todas vosotras, para no concretar tanto. Por el Cuarteto, como él os llamaba.
—Todavía nos llama así de vez en cuando. Ahora es nuestro abogado. El de la empresa.
—He oído decir que es bueno.
—Lo es. Del lo organizó todo… bueno, los temas legales. Cuando sus padres murieron, la propiedad pasó a ser de Parker y de Del, pero él no quería vivir allí. En aquella época ya se había independizado. Parker no habría podido mantener la finca como vivienda, como su domicilio particular, quiero decir. Y aunque hubiera podido, no creo que hubiese soportado vivir ahí sola. La mansión, los recuerdos… Demasiada soledad. No.
—Claro, le habría costado mucho y habría estado muy sola. El hecho de que vosotras viváis allí y trabajéis juntas lo cambia todo.
—Nos cambió la vida a todas. Parker ya le daba vueltas a la idea del negocio y un buen día nos lo planteó. Luego preguntó a Del si podíamos montar la empresa en la casa y él se portó de maravilla. Se trataba de su herencia, también, y se arriesgó muchísimo por nosotras.
—Parece que acertó. Según mi madre y Sherry, Votos es el mejor lugar para celebrar una boda en Greenwich.
—Hemos recorrido un largo camino. El primer año no lo vimos nada claro. Tuvimos miedo, porque todas habíamos puesto nuestros ahorros, más lo que pudimos mendigar, pedir prestado o robar. Los costes de apertura, los permisos, las existencias, el equipo y los gastos para convertir la casa de la piscina en mi espacio y la casa de invitados en el de Emma. Jack hizo los planos gratis. ¿Conoces a Jack Cooke? Del lo conoció en la universidad.
—Sí, un poco. Recuerdo que eran íntimos.
—Yale es un pueblo… —comentó Mac—. Jack es arquitecto y dedicó muchas horas a planificar las reformas. Nos ahorró Dios sabe cuanto en facturas y malos comienzos. El segundo año no despegábamos y todas tuvimos que echar mano de otros trabajos para ir tirando. Pero el tercer año pudimos darle la vuelta al asunto. Sé lo que es trabajar angustiada para conseguir lo que quieres.
—¿Por qué elegiste ser fotógrafa de bodas? Me refiero a ti en concreto. No creo que sólo fuera para seguir con tu grupo de amigas.
—No, no fue sólo por eso. Ni siquiera creo que fuera lo más importante. Me gusta fotografiar a la gente: las caras, los cuerpos, las expresiones, los movimientos… Antes de que inauguráramos Votos trabajé en un estudio de fotografía, ya sabes, donde la gente lleva a los niños para hacerles un retrato o se monta una sesión de publicidad. Me daba para pagar las facturas, pero…
—No estabas satisfecha.
—La verdad es que no. Me gusta fotografiar a las personas en momentos especiales, definitivos. Es lo máximo, el súmmum.
—Pero hay muchos otros momentos también. Las bodas, tanto el rito en sí como la manera de adaptar la celebración a la medida de los que participan… ése es un gran momento.
Sonriendo, Mac alzó la taza con ambas manos.
—Drama, sentimiento, teatro, dolor, alegría, amor, pasión, humor: lo tiene todo. Y eso es lo que ofrezco a las parejas con mis fotografías. Les presento ese día como un viaje… y con un poco de suerte, capto el momento definitivo, fuera de lo corriente, único. Es una manera larga y complicada de decirte que me gusta mi trabajo.
—Lo entiendo, sé a qué te refieres cuando hablas del momento definitivo, de la satisfacción que da. Es como cuando puedo ver que la mente de un alumno se ha empapado con lo que he estado intentando meterles a todos en la cabeza. Eso compensa las horas de rutina.
—No creo que mis maestros disfrutaran de momentos así gracias a mí. Lo único que quería era acabar pronto y largarme para hacer lo que me viniera en gana. Nunca consideré que fueran personas creativas. Los tenía más bien por unos guardianes. Fui una alumna horrorosa.
—Eras lista. Y eso nos lleva otra vez a la obsesión adolescente. Pero te diré que me fijé en que eras lista.
—Tú y yo no fuimos a clase juntos. Ibas un par de años por delante de mí, ¿no? ¡Espera…! ¿Verdad que fuiste ayudante del profesor en mis clases de literatura?
—Literatura norteamericana del señor Lowen, que se daba en la quinta hora. Y ahora, por favor, olvida lo que acabo de decir.
—Ni hablar. Verás, no es que quiera salir corriendo, pero tengo que irme. Me espera otra sesión. De hecho, tengo que hacer el retrato de compromiso de tu hermana.
—No sabía que lo ataríais todo con tanta rapidez.
—El doctor tiene la tarde libre y por eso hemos quedado. Quiero captar el ambiente en el que se mueven y verlos juntos.
—Te acompañaré hasta el coche. —Carter sacó unos billetes y los sujetó con el platito de la taza.
Se adelantó al gesto de Mac, cogió su chaqueta y la ayudó a ponérsela. Luego abrió la puerta y salió tras ella a la gélida intemperie.
—Tengo el coche a casi dos manzanas de aquí. No hace falta que me acompañes. Hace un frío que pela.
—Da igual. De todos modos he venido caminando.
—¿Caminando?
—No vivo muy lejos y por eso he venido andando.
—Ya. Así que te gusta caminar. Pues ya que vamos juntos, déjame que te haga una pregunta que no pude hacerte por el tono que tomó nuestra conversación —dijo Mac mientras iban dejando atrás otros restaurantes y cafeterías—. ¿Doctor Maguire?, ¿eso quiere decir que te sacaste el doctorado?
—El año pasado, finalmente.
—¿Finalmente, dices?
—Era el principal objetivo de mi vida desde hacía diez años; por eso he dicho «finalmente», porque es la palabra más adecuada. Empecé a pensar en hacer la tesis cuando todavía no me había licenciado. —«Cosa que debe de haberme convertido a sus ojos en el mayor empollón de Empollolandia»—. ¿Te parece bien que nos veamos otro día? Ya sé que me precipito, pero es que la cabeza no para de darme vueltas pensando en esto. Y si tu respuesta es no, preferiría saberlo.
Mac se quedó en silencio hasta llegar al coche, sacó las llaves y lo miró a los ojos.
—Estoy segura de que llevas encima bolígrafo y papel. Y más que segura de que los tienes muy a mano.
Carter se abrió el abrigo y, del bolsillo interior de la americana de tweed, sacó una libretita y un bolígrafo.
Mac los tomó, buscó una página en blanco y escribió en ella.
—Te daré mi número particular porque prefiero que uses éste y no el de la empresa. ¿Por qué no me llamas?
—Lo haré. Dentro de una hora sería demasiado pronto, ¿no?
Mac se rio y le puso la libretita y el bolígrafo en la mano.
—Tengo el ego por las nubes, Carter. —Se volvió para abrir la portezuela, pero él ya se le había adelantado. Halagada y divertida, Mac entró en el coche y dejó que fuera él quien cerrara la portezuela. Entonces bajó el cristal de la ventanilla—. Gracias por el café.
—De nada.
—Vete y no te enfríes, Carter. —Desaparcó y se marchó, y él se quedo mirando su automóvil hasta que las luces traseras desaparecieron de su vista. Luego volvió a la cafetería y de allí caminó otras tres manzanas bajo un frío gélido hasta llegar a casa.
El breve respiro del que disfrutaban en enero dejó a Mac con demasiado tiempo libre en sus manos. Sabía que podría emplearlo para organizar su archivo y actualizar sus páginas web, ordenar el lío impresionante que tenía en el armario o poner al día la correspondencia atrasada. También podría emplearlo leyendo un buen libro o calentando el sofá mientras disfrutaba de un DVD y unas palomitas.
Sin embargo, como no podía parar quieta, terminó desplomándose en el confidente que Parker tenía en su despacho.
—Estoy trabajando —dijo esta sin levantar la vista.
—¡Qué alguien llame a la prensa! Parker está trabajando.
La susodicha siguió tecleando en el ordenador.
—Después de este descanso hay reservas para varios meses. Hablamos de meses, Mac. Éste va a ser nuestro mejor año. De todos modos, todavía nos quedan dos semanas libres en agosto. Estoy pensando en ofrecer algún paquete para finales de verano, algo que atraiga a los que quieren bodas sencillas. Sería estilo montaje rápido. Podríamos desarrollar la idea cuando abramos la casa en marzo, si antes no hemos pillado alguna reserva.
—Salgamos.
—¿Eh?
—Salgamos fuera. Las cuatro. Seguro que Emma ya ha quedado, pero la obligaremos a que anule su cita y dejaremos destrozado a algún pobre tipo que ninguna de nosotras conoce. Será divertido.
Parker dejó de escribir y giró la silla hacia Mac.
—¿Salir adónde?
—Me da igual. Al cine, a un bar de copas… A beber, a bailar, a putañear… Alquilemos una limusina, vayamos a Nueva York y montémonos una juerga.
—¿Quieres alquilar una limusina para ir a Nueva York a tomar unas copas, a bailar y a putañear?
—Vale, dejemos correr lo último. Salgamos de aquí, Park. Vayamos de juerga esta noche.
—Mañana tenemos dos entrevistas largas donde hemos de estar las cuatro, aparte de las citas de trabajo.
—¿Y qué? —exclamó Mac alzando las manos—. Somos jóvenes y aguantamos lo que nos echen. Vayamos a Nueva York y rompamos los corazones y las pelotas a hombres que no conocemos ni pensamos volver a ver.
—Me has dejado muy intrigada. ¿Por qué quieres salir? ¿Qué te pasa?
Mac se levantó con ímpetu del confidente y empezó a caminar arriba y abajo. Aquél despacho era precioso. «Perfecto como Parker», pensó. Colores suaves y sutiles. Elegancia y clase con un refinamiento y una eficacia casi brutales.
—No me quito de la cabeza a un tío que piensa en mí. Y sólo de pensar que está pensando en mí, me agobio. No sé si en realidad pienso en él porque él piensa en mí o si pienso en él porque es un encanto, es divertido, dulce y sexy. Pero es que viste de tweed, Parker… —Mac se detuvo y alzó las manos al cielo—. Los abuelos visten de tweed. Los viejos que salen en las antiguas películas inglesas visten de tweed. ¿Por qué encuentro sexy que él vista de tweed? Ésta pregunta me tiene mareada.
—Hablamos de Carter Maguire.
—Sí, sí, de Carter Maguire. El doctor Carter Maguire… es el prototipo de catedrático de humanidades. Bebe té y habla de Rosalinda.
—¿Qué Rosalinda?
—¡Eso es lo que dije yo! —Sintiéndose apoyada, Mac giró en redondo—. La Rosalinda de Shakespeare.
—Ah, Como gustéis.
—Cabrona, tenía que haber imaginado que lo sabrías. Eres tú quien debería salir con él.
—¿Por qué iba yo a salir con Carter? Como si hubiera mostrado interés por mí…
—Porque fuiste a Yale. Y, joder, ya sé que no tiene nada que ver, pero si lo digo, es por algo. Me apetece salir a hacer burradas. Me niego a quedarme sentada esperando a que me llame. ¿Sabes cuándo fue la última vez que me rebaje a esperar que un tío me llamara?
—Veamos… Supongo que nunca.
—Exacto. No es mi estilo.
—¿Cuánto tiempo llevas esperando?
Mac echó un vistazo a su reloj.
—Unas dieciocho horas. Estaba colado por mí en el instituto. ¿Qué clase de hombre se te pone en bandeja diciéndote algo así? Me ha dado el control y eso me asusta. Vayamos a Nueva York.
Parker se balanceó en su silla.
—Si vamos a Nueva York a beber y a romper el corazón a desconocidos, ¿se arreglarán tus problemas?
—Sí.
—Bien, entonces vamos a Nueva York. —Parker conectó el teléfono—. Ve a buscar a Laurel y a Emma. Yo me encargo de los detalles.
—¡Bravo! —Mac bailó de alegría, se echó sobre Parker para plantarle un sonoro beso y salió disparada de la habitación.
—Sí, sí… —musitó Parker marcando decidida el número de la compañía de limusinas—. Ya veremos si mañana por la mañana tú y tu resaca seguís cantando y bailando.
Mac, en el asiento trasero de una limusina negra, estiró las piernas bajo su minifalda negra y se quitó los zapatos de tacón dispuesta a pasar las dos horas que duraba el viaje hasta Manhattan.
A continuación, dio unos sorbos a su segunda copa del champán que Parker había metido en la nevera.
—Es fantástico. Tengo las mejores amigas del mundo.
—Sí, piensa que te hacemos un gran favor —intervino Laurel alzando su copa—. En limusina, bebiendo champán, yendo al club más fashion de Nueva York… y todo gracias a los contactos de Parker. Los sacrificios que hay que hacer por ti, Mackensie.
—Em ha anulado su cita.
—No tenía una cita —corrigió Emma—. Tenía un «a lo mejor salgo esta noche».
—Pues eso es lo que anulaste.
—Sí. Y me debes una.
—Y a Parker también, por haberlo organizado. Como siempre. Mac brindo por su amiga, que estaba instalada al otro lado de la limusina hablando con una clienta por el móvil.
Parker dedicó a sus amigas un gesto de reconocimiento y siguió procurando que las aguas se calmaran.
—Creo que estamos a punto de llegar. Vamos, Park, cuelga ya —le dijo Mac en un aparte—. Casi hemos llegado.
—Aliento, maquillaje, pelo… —enumeró Emma sacando un espejito.
Las pastillas de menta pasaron de mano en mano. Hubo retoque general de la pintura de labios. Cuatro pares de pies se calzaron los zapatos.
Y Parker colgó finalmente el teléfono.
—¡Ostras! La dama de honor de Naomi Right acaba de descubrir que su novio, que es el hermano y padrino del novio, ha tenido un lío con su socia. La DDH está que se sube por las paredes, como es de suponer, y dice que pasa de ser la DDH si no expulsan de la ceremonia a ese cabrón mentiroso. La novia está de los nervios y la apoya. El novio se ha cabreado y quiere estrangular al cabrón y mentiroso de su hermano, pero no es capaz de prohibirle que vaya a su boda o le haga de padrino. El novio y la novia no se hablan.
—Pinta fatal esta boda —musitó Laurel entrecerrando los ojos—. Es dentro de poco, ¿verdad?
—Una semana contando a partir del sábado. En la última lista había ciento noventa y ocho invitados. Va a ser un palo. He tranquilizado a la novia. Le he dicho que sí, que comprendo que este nerviosa, y sí, es lógico que apoye a su amiga, pero que también tiene que recordar que se trata de su boda, que va a casarse con el hombre que ama, y que el pobre está metido en un lío tremendo sin comerlo ni beberlo. Mañana me reuniré con los dos, a ver si se tranquilizan un poco.
—El cabrón mentiroso y la DDH engañada van a ir a la boda… y encima pensaran quedarse en la fiesta. La cosa se pondrá fea.
—Sí —suspiró Parker ante el comentario de Mac—. Pero eso podemos arreglarlo. Lo peor es que la socia esta en la lista de invitados… y el cabrón mentiroso dice que si la borran, no irá a la boda.
—Éste tío es un imbécil —sentenció Laurel encogiéndose de hombros—. El novio va a tener que echarle la bronca a su hermano.
—Lo tengo apuntado en la lista de sugerencias para la reunión de mañana, pero se lo diré con más tacto.
—Del trabajo, ya hablaremos mañana. Durante nuestra terapia de bebercio, bailoteo y ligoteo, quedan prohibidas las llamadas de trabajo —decretó Mac.
Parker no le dio su palabra, pero se guardó el teléfono en el bolso.
—Muy bien, chicas —dijo, y se echó hacia atrás el pelo— vamos a exhibirnos.
Las cuatro salieron de la limusina y pasaron junto a la cola de esperanzados que se había formado en la entrada del club. Parker dio su nombre en la puerta. Al cabo de unos segundos ya habían penetrado en la barrera del sonido.
Mac reconoció el terreno. Situada entre dos niveles de reservados, mesas y bancos, la pista de baile ocupaba el espacio central. A cada uno de los lados, bajo una lluvia de luces de colores, había dos barras de acero inoxidable.
La música atronaba, los cuerpos giraban… y el humor de Mac mejoró dos puntos.
—Me encanta que el plan salga redondo.
Primero fueron a la caza de una mesa y Mac consideró un buen presagio encontrar un pequeño banco donde meterse las cuatro juntas.
—Primero observa la especie —comentó Mac—. Regla número uno. Observa el plumaje y los rituales antes de intentar adaptarte.
—Y una mierda, me voy a por unas copas. ¿Seguimos con champán? —quiso saber Emma.
—Pide una botella —decidió Parker.
Laurel puso los ojos en blanco cuando Emma se dirigió contoneándose a la barra más cercana.
—Intentarán ligar con ella una docena de veces antes de que pueda pedir la bebida, y ya sabéis que siempre se siente obligada a dar conversación a los babosos. Moriremos de sed antes de que vuelva. Parker, tendrás que ir a buscarla. Ponte la capa invisible de Vade Retro y no te la quites hasta que nos hayan servido.
—Dale unos minutos de margen. ¿Qué tal tus miedos, Mac?
—Me van pasando. No me imagino al guapísimo doctor Maguire en un lugar como éste, ¿y tú? En un recital de poesía sí, pero aquí no.
—A ver, te basas en la profesión para hacer suposiciones y sacar conclusiones. Es como si dijeras que porque vendo neumáticos de coche, tengo que parecerme al muñecote de Michelin.
—Sí, tienes razón, pero ya me vale. No quiero liarme con él.
—¿Porque tiene un doctorado?
—Sí, y unos ojos muy grandes, azules, tan dulces y sexis cuando se pone las gafas… Por no hablar del inesperado y definitivo factor beso que podría hacerme olvidar lo más básico, que es que no estamos hechos el uno para el otro. Además, una relación con él más allá de una amistad desenfadada se convertiría en algo serio. ¿Y qué haría yo entonces? Encima, me ha ayudado a ponerme el abrigo, dos veces.
—¡Ostras! —exclamó Parker abriendo los ojos como platos por la sorpresa—. Tienes que cortar esto de raíz, rápido, acábalo. Ahora lo entiendo todo. No hay derecho a que un hombre te haga esto… Me faltan las palabras.
—Bah, cállate. Quiero bailar. Laurel, ven a bailar conmigo mientras Parker se pone la capa de Vade Retro, rescata el champán y… salva a Emma de su propio magnetismo.
—Por lo que parece, ha llegado el momento de adaptarse —sentenció Laurel cuando Mac la obligó a levantarse y se la llevó a la pista de baile.
Bailó con sus amigas, con los hombres que la sacaron a bailar o con los que sacó ella a la pista. Bebió más champán. En el baño de señoras rojo y plateado, se frotó los pies doloridos mientras Emma se unía al ejército de mujeres que se había movilizado frente a los espejos.
—¿Cuántos números de teléfono te han dado hasta ahora?
Emma se retocó el gloss labial con esmero.
—No los he contado.
—Aproximadamente.
—Unos diez, supongo.
—¿Y cómo vas a distinguir uno de otro?
—Eso es un don —respondió Emma, y luego se volvió para mirarla—. Me he dado cuenta de que se te ha puesto uno a tiro. El de la camisa gris. Te ha tirado los tejos en la pista.
—Se llama Mitch. Se mueve bien y tiene una sonrisa fantástica. Me da la impresión de que no tiene ni un pelo de tonto.
—¿Lo ves?
—Es curioso, porque Mitch tendría que ponerme —opinó Mac—, y no. A lo mejor ya no me pone nadie, y eso sería gravísimo, una injusticia.
—Puede que quien te ponga sea Carter.
—A ti te pone más de uno al mismo tiempo.
—Sí, sí. Pero yo soy yo y tú eres tú. Imagino que los hombres han nacido para eso, y si yo les pongo, tan contentos. Tú eres mucho más seria en estas cuestiones.
—No soy seria. No me digas eso, que es como darme un golpe bajo. Ahora mismo voy a bailar con Mitch, a ver si me excita. Te vas a tragar tus palabras, Emmaline. Bañadas en chocolate.
No funcionó. «Tendría que haber ido bien la cosa», pensó Mac cuando, después de bailar, se acodó en la barra con Mitch. Era guapo, divertido y corpulento; tenía un trabajo de lo más interesante como reportero de viajes, pero no le dio el coñazo contándole sus mil y una aventuras.
Mitch no se enfadó ni insistió cuando ella le respondió que no le apetecía ir a un lugar más tranquilo. Al final se intercambiaron los números del trabajo y se despidieron.
—Olvidémonos de los hombres. —A las dos de la madrugada Mac entró a rastras en la limusina y se estiró—. He venido a divertirme con mis amigas del alma y puedo decir: misión cumplida. Buf, ¿hay agua por aquí?
Laurel le pasó una botella y luego dejó escapar un gemido de dolor.
—Mis pies… se quejan como unos condenados.
—Me lo he pasado fenomenal —dijo Emma sentándose en la butaca lateral y apoyando la cabeza en el respaldo con las manos debajo a modo de almohada—. Tendríamos que hacerlo una vez al mes.
Parker bostezó y dio unos golpecitos en el bolso.
—He contactado con dos vendedores y con un cliente potencial.
«Cada cual es como es», pensó Mac cuando la limusina enfiló hacia el norte. Se quitó los zapatos, que en aquel momento le apretaban horrores, cerró los ojos y pasó el resto del trayecto durmiendo.