20

A última hora de la mañana había empezado a nevar y a mediodía, desde las ventanas del estudio, se podía contemplar la blanca tempestad que caía. La nieve, espesa y rápida, iba borrando las huellas del breve deshielo de finales de febrero. Marzo llegaba clavando sus colmillos y dando zarpazos como los leones, pensó Mac.

La nieve que caía en un remolino constante y el ulular del viento que arreciaba con furia le hicieron desear arrebujarse bajo una manta con un libro y un tazón de chocolate caliente a mano. El inconveniente era que tenían un ensayo programado para las cinco. Por lo que parecía, la novia controladora y pelmaza no había podido imponer su voluntad a la Madre Naturaleza.

Sabiéndose al dedillo el simulacro que tenían para esas circunstancias, Mac preparó las prendas protectoras que debía ponerse ella, y poner al equipo, para ir caminando hasta la casa principal. Guardó sus notas, abrió un cajón para sacar unas tarjetas de memoria de recambio… y encontró la foto en la que aparecía con Carter. Estaba al lado de la que quería regalarle a él, envuelta ya en su caja.

—Todavía tengo que entregar la tercera parte —dijo en voz alta. Para quedarse satisfecha, puso la foto que quería quedarse encima de su mesa de trabajo—. Como recordatorio.

Subió al piso de arriba a vestirse para el ensayo y tuvo que salir como una flecha para coger el teléfono.

—Eh, profesor. ¿Por dónde andas?

—Estoy en casa. Han cancelado las clases de la tarde. Hace un tiempo de perros. He venido a recoger unas cosas y llevarme al gato. No quiero dejarlo solo por si no puedo regresar mañana.

—No salgas. —Mac se acercó a la ventana y vio que unas rachas violentas de viento azotaban los árboles haciendo que se estremecieran—. No vuelvas a salir con este tiempo. Quédate en casa… calentito y a salvo, que no tenga que preocuparme porque estás en la carretera. De todos modos, estoy preparándome para ir en plan trekking hasta la casa principal. Tenemos un ensayo a las cinco.

—¿Con este temporal?

—Tenemos planes para casos de emergencia con el ritual incluido del sacrificio de un pollo.

—Podría ayudaros, menos en lo del pollo.

—Sí, o podrías terminar en un ventisquero o patinando y estrellándote contra un árbol. Lo único que tengo que hacer es caminar unos cuantos metros. —Mac, todavía al teléfono, se puso a revolver la ropa hasta que eligió unos recios pantalones de pana y un jersey de cuello alto—. Parker ya debe de tener al teléfono al director del Servicio Nacional Meteorológico.

—Bromeas.

—No, sólo exagero un poco. —Se sentó para quitarse los calcetines gruesos que utilizaba para andar por casa y, encajándose el teléfono en el hombro, se bajó los pantalones de franela—. Haremos un ensayo vía telefónica si es necesario, o virtual si el cliente tiene un buen ordenador. Quitaremos la nieve a paletadas, abriremos senderos y limpiaremos el terreno. Ya lo hemos hecho otras veces. Si no nos lo impide una auténtica ventisca, mañana celebraremos una boda. Quizá podrías ser mi pareja. Y traerte al gato. De esta manera, los dos podríais quedaros a pasar el fin de semana.

—Allí estaremos. Preferiría estar contigo esta noche que aquí corrigiendo exámenes.

Mac se puso los pantalones y tiró de ellos para subírselos.

—Yo preferiría estar contigo que tener que tratar con una novia histérica y controladora.

—Creo que me ganas. No cojas frío. Si quieres, llámame luego, cuando hayas terminado. Podrías contarme cómo te ha ido.

—Te llamaré. Ah, espera. Entre los exámenes que vas a corregir, ¿está el de Garrett?

—De hecho, sí.

—Espero que saque un sobresaliente. Hasta mañana.

Mac colgó el teléfono, se quitó la sudadera y se puso el jersey. Luego cogió el maletín del maquillaje y un par de botas de vestir por si la novia insistía en desafiar a los elementos.

Cinco minutos después caminaba por la nieve inclinada hacia delante para vencer la helada ventolera. Se necesitaría un milagro, pensó, si no amainaba durante las próximas horas. E incluso con un milagro, se dispararía la tasa de desgaste entre los invitados. Tendría que echar mano de su habilidad para conseguir unas fotos para la clienta en las que la novia estuviera radiante.

O quizá recurrir al alcohol.

Al llegar a la casa principal, lo metió todo dentro del cuarto de los abrigos y pateó el suelo para quitarse la nieve. Comprobó si había alguien en la cocina de Laurel y vio a su amiga untando, con un fondant rosa claro, la parte central de un pastel de tres pisos.

—Espera. Tengo abajo el pastel de marquetería con el glaseado blanco, las flores rosa y lavanda y las figuritas tradicionales de los novios para poner encima.

—Ha cambiado al rosa claro, plisado, con un ramillete de violetas encima. Supongo que no te llegó el orden del día, o es probable, y te lo digo sinceramente, que cuando ella se decidió por este pastel, yo no te lo enviara.

—No te preocupes. Ahora lo anoto. —Mac arrastró fuera el material y empezó a escribir—. ¿Cuántas veces te imaginas que cambió de novio antes de quedarse con el que va a casarse mañana?

—Tiemblo sólo de pensarlo. Apuesto que de doce a dieciocho.

—Se admite la apuesta.

—Hecho. Me da mala espina esta novia —comentó Laurel atacando el tercer piso—. Parker está hablando con ella desde que ha caído el primer copo de nieve. Emma está en su taller, arreglando las flores.

—¿Seguimos con la poma para la damita que llevará las flores?

—Por ahora. Mi misión era hacer un fondant que combinara con el color de las rosas. —Laurel cogió el capullo que Emma le había dado y lo sostuvo al lado del fondant—. Creo que puedo decir: misión cumplida. Ahora ahueca el ala. Todavía me quedan por hacer un par de acres de pasta de azúcar rosa y blanco antes de que pueda montar esta criatura.

—Iré a ayudar a Parker.

Parker estaba echada en el suelo de su despacho, con los ojos cerrados, hablando por los auriculares con un tono reposado y pacificador.

—Ya lo sé, Whitney. Es muy injusto. Pero… no, no te echo la culpa, ni mucho menos. Yo me sentiría igual. Me siento igual que tú. —Parker abrió los ojos y miró a Mac. Luego volvió cerrarlos—. Estoy aquí para lo que necesites. Todas nosotras. Y tenemos unas cuantas ideas que podrían… ¡Whitney! Quiero que me dejes hablar. Escúchame. Calla y respira. Respira. Bien, ahora escucha lo que te digo. El tiempo queda fuera de nuestro control. Son cosas que pasan en la vida. Lo que cuenta es lo que hacemos, y una de las cosas que vas a hacer es casarte con el hombre que amas y empezar una hermosa vida con él. El tiempo no puede cambiar eso.

Mac, escuchando apenas, abrió el mueble bar y sacó una botella de agua fría para su amiga.

—No llores, cariño. Te diré lo que vamos a hacer. Vamos a preocuparnos del día de hoy. A las cinco, tendremos una conferencia por teléfono con Vince y contigo, con el padrino, los testigos y las damas de honor y con vuestros padres. Repasaremos todos los puntos programados para mañana. Espera, espera un momento. Primero, lo de hoy. Iremos paso a paso, tardemos lo que tardemos. Sé que estabas deseando ensayar la cena esta noche. —Parker, con los ojos cerrados, estuvo escuchando durante un rato—. Si, Whitney, pero estoy de acuerdo con tu madre y con Vince. No vale la pena que os juguéis todos la vida en la carretera intentando llegar aquí o al restaurante. De todos modos, si estás de acuerdo, he organizado que una empleada del catering os prepare una cena maravillosa. Ésta chica vive a un par de manzanas de vosotros. Os la llevará a casa y se encargara de montarlo todo. En tu mano está convertir eso en una fiesta, Whitney o en una tragedia. He hablado con tu madre y a ella le encanta la idea. —Mac se agachó y puso la botella en la mano de Parker. Parker la cogió.

—Tu madre tendrá la casa llena y será la anfitriona de la fiesta de su hija. Cenaréis y tomaréis vino con la familia, los amigos… dormitareis un poco, a la lumbre de la chimenea… Tendrás una cena de ensayo única, personalizada y eso transforma este inconveniente en algo hermoso y divertido.

—Eres la mejor —susurró Mac.

Parker volvió a mirarla y puso los ojos en blanco.

—Muy bien. Deja que sea yo quien se preocupe de mañana. Te prometo que de una manera u otra, haremos que tu día sea maravilloso. Y lo más importante de todo será que te casas con Vince. Ahora quiero que te relajes, que te diviertas. Vamos a divertirnos con todo esto. Te llamaré más tarde. Sí. Te lo prometo. Ve a ayudar a tu madre. —Parker se quitó los auriculares—. ¡Caray con la chica!

—Apuesto a que ya no le preocupa la poma.

—No, está demasiado ocupada maldiciendo a los dioses. —Parker se incorporó, abrió la botella y dio un trago largo—. No la culpo por estar enfadada. ¿Quién no lo estaría? Pero una boda en invierno significa que existe la posibilidad de que nieve. Es marzo y estamos en Connecticut. Pero para su mentalidad, la nieve es un insulto personal destinado a arruinarle la vida.

—Mensaje recibido.

—Tenemos que rastrillar el camino de entrada y el aparcamiento, y limpiar los senderos, los porches y las terrazas. —Parker bebió de nuevo e hizo lo que había aconsejado a Whitney, respirar—. El personal de carreteras ha salido. Tendremos que confiar en que hagan su parte.

—¿Y los vehículos?

—Cambiaremos la empresa de limusinas por los todoterrenos Hummer. El novio está deseando librarse de la limusina y cargar al padrino y los testigos en su monovolumen. He hablado con todos los ayudantes. No habrá problema.

—Entonces más vale que vaya a por una pala.

A las ocho, con el temporal reducido a una caprichosa nevisca, Mac se instaló en la cocina con sus amigas para devorar un cuenco del estofado de buey de la señora Grady.

—¿Cuándo volverá a casa? —preguntó—. No estamos quedando sin provisiones.

—A primeros de abril —comentó Parker—. Como siempre. Saldremos adelante. Y mañana, también. Acabo de hablar con una novia feliz y un poco borracha. Se lo están pasando muy bien. Tienen un karaoke.

—Hemos rastrillado; el parte dice que mañana estará despejado, con una máxima de tres grados. El viento ya ha empezado a amainar. El pastel esta en la nevera y es un prodigio de belleza.

Emma asintió a Laurel.

—Las flores también.

—Los muchachos llegarán a primera hora de la mañana para limpiar el camino, el pórtico y las terrazas —agregó Paker—. O sea, que eso ya podemos tacharlo de la lista.

—Gracias a Dios —dijo Emma aliviada.

—El PDNA hará fotos esta noche durante la fiesta del ensayo con su digital de bolsillo. Las combinaré y las montaré de manera divertida en el pequeño álbum que regalaremos a la novia. Y ahora —Mac se levantó con esfuerzo—. Me voy a casa, a meter este cuerpo dolorido dentro de una bañera caliente.

Se marchó a su casa bajo la nevisca y acompañada por el resplandor de las farolas del sendero. La escena le hizo pensar en Carter, en el día en que le propuso caminar sobre la nieve en lugar de hundirse.

Lo llamaría. Se zambulliría en un baño caliente, con una copa de vino, unas velas encendidas… y Carter al otro lado del teléfono. Se preguntó como reaccionaria él ante el sexo telefónico y estalló en carcajadas. Nunca dejaba de sorprenderla. Seguro que debía de ser todo un campeón en sexo telefónico.

Entró en la casa, atenta al silencio. Le gustaba la tranquilidad, su propio espacio. Era curioso que se sintiera cómoda, además, estando él allí. Era como si ese espacio les perteneciera a los dos. El silencio y el espacio de ambos.

Un extraño pensamiento.

Mientras se quitaba el abrigo se quedó mirando la foto que había colocado en su zona de trabajo. Quizá aquello no era tan extraño. El encuadre en que aparecían los dos juntos era precioso.

«Estamos en un buen momento», pensó Mac subiendo al dormitorio. Sin seguir un modelo, no exactamente, viviendo… en ese espacio agradable y cómodo. En una especie de orden y fluidez.

Entró en su cuarto y lanzó al armario las botas de vestir que, en definitiva, no había necesitado. Se quitó los pendientes y los dejó encima del tocador.

Entonces se detuvo en seco, suspirando hondo y mirando alrededor. Ésa mañana no había hecho la cama. La ropa había quedado tirada encima de una butaca. Y también los calcetines. Su hermoso armario… No es que fuera un desastre, pensó, pero ¿por qué había puesto la blusa gris con las blancas? Y la falda negra tenía que ir en el lado de las faldas, no en el de las chaquetas.

Y esa chaqueta era de Carter.

Había vuelto a las antiguas costumbres, pensó disgustada. Tenía un lugar para cada cosa, ¿por qué no podía meterlo todo en su sitio? Controlar su espacio, sus cosas, sus…

Era la vida, pensó.

Porque ella era un desastre, lo reconocía, pero así era la vida. La chaqueta de Carter colgaba entre las suyas, ¿y qué más daba?

Los calcetines se perdían, las sabanas se arrugaban. Su madre era una egoísta y su padre, un descuidado.

Y a veces nevaba durante el ensayo de una boda.

¿Qué había dicho Parker?

Algunas cosas en la vida quedan fuera de nuestro control. De cada uno dependía convertirlo en una fiesta o en una tragedia.

O bien podías negarte a dar el siguiente paso. Podías negarte a aceptar lo que más querías porque tenías miedo de perderlo algún día, pensó.

Mac bajó corriendo la escalera y cogió la foto.

—Él apareció —dijo con voz queda mientras contemplaba la imagen enmarcada de los dos—. Apareció en mi vida, y todo cambió.

Alzó la vista y vio la foto de tres niñas bajo un arco de rosas bancas. Y una mariposa azul sobre un ramo de violetas silvestres y dientes de león.

Con una exclamación ahogada se llevó una mano al pecho. Claro. Por supuesto. Estaba absolutamente claro, sólo con mirarlo.

—Dios mío, ¿a qué estoy esperando?

Con el gato calentándole los pies y la música un poco baja, Carter se estiró en el sofá de la sala de estar con un libro y un vaso ancho de whisky Jameson.

Recordó que había pasado veladas como esa en invierno, al terminar el trabajo, con el gato y un libro por toda compañía. Y eso ya le bastaba.

Deseó estar junto a la lumbre. Claro que entonces necesitaría una chimenea. De todo modos, el fuego habría añadido un agradable toque civilizado a eso de «pasemos la velada en casa». Al estilo de las grandes obras de teatro.

El profesor y su gato junto al fuego, leyendo en una noche de nevada.

Casi podía ver el retrato que habría hecho Mackensie, y la idea le divirtió y complació a la vez.

Deseó que ella estuviera allí. Estirada en el sofá de enfrente para que pudiera verle la cara cada vez que alzase la vista de la novela. Compartiendo el silencio de una noche de invierno y un fuego imaginario.

«Un día —pensó—, cuando esté lista». Una parte de él ya lo estaba el día que volvió a verla; no tenía ningún sentido negarlo. Tan pronto vio, amó, parafraseando a Rosalinda. Y el resto de él no tardó en seguir el ejemplo de sus ojos. Sin embargo, ella no había sentido esa chispa, la antigua llama que espera revivir, como le había pasado a él.

En esa ocasión se trataba de un hombre y una mujer, no de un chico y una chica.

No podía culparla por necesitar más tiempo.

—Bueno, un poco quizá sí —le dijo a Tríada—. No tanto por necesitar más tiempo como por no confiar en sí misma. ¿Cómo una mujer que derrocha tanto amor no cree en él? Sí, ya lo sé. La querida mamá, el padre ausente… Muchas heridas que lamerse.

Esperaría. La amaría y estaría con ella. Y la esperaría.

Volvió a retomar el libro y se dejó acunar por el silencio y el viaje por el que le llevaba la narración. Levantó el vaso de whisky y bebió un sorbo. Alguien aporreó entonces la puerta y, sobresaltándose, se derramó el whisky encima de la camisa.

—Vaya, mierda.

Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, al lado del libro. Tríada protestó cuando él apartó los pies.

—No es culpa mía. Es del loco que ha salido a la calle en una noche como ésta.

Se levantó con reticencia, y entonces le vino al pensamiento la idea de que quizá alguien había tenido un accidente y llamaba a su puerta en busca de ayuda. Aceleró el paso imaginando una resbaladiza carretera con coches patinando y estrellándose. Cuando abrió la puerta, se encontró a Mac entre sus brazos.

—¡Carter!

—Mackensie. —La alarma le provocó un nudo en el estomago—. ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

—Todo. —Mac incrustó los labios en su boca—. Ha pasado de todo.

—¿Es en la finca? —Una imagen de fuego le vino al pensamiento—. ¿Ha habido un incendio? O…

—No —dijo ella aferrándose a él—. Tú me has encontrado.

—Tienes frío. Ven, dentro se esta más caliente. Tienes que sentarte. Lo que haya pasado no…

—Olvidé los guantes. —Se rio y le besó otra vez—. Y tampoco pensé en encender la calefacción del coche. Olvidé hacer la cama. No sé por qué creía que era algo tan importante.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza? —Carter la apartó un poco para mirarla a los ojos. No le pareció que estuviera conmocionada, pero tenía la mirada un poco extraviada—. ¿Has estado bebiendo? ¿Conducías bebida? No puedes…

—No he estado bebiendo. Pensaba en tomar un buen vino y practicar sexo telefónico en la bañera, pero eso fue antes de darme cuenta de que no había hecho la cama, ni metido los calcetines en la cesta de la ropa. —Mac notó un olor especial—. Aquí ha estado bebiendo alguien. ¿Eso es whisky? Carter, ¿bebes whisky?

—A veces. Ésta noche hace frío, y la nieve y… Espera un momento.

—¿Lo ves? Siempre me sorprendes. Carter bebe whisky cuando nieva de noche —comentó Mac haciendo una pirueta—. Y puede encajar un puñetazo en la cara. Compra pendientes de brillantes y se ríe con su padre en la cocina. Oh, ojalá hubiera tenido mi cámara para robar ese momento y enseñártelo. Tienes que darme otra oportunidad, cuando no esté intentando superar los nervios y la envidia. Pero tengo otra foto para ti. —Sacó una caja del bolsillo hondo de su abrigo—. Tercera parte del regalo.

—Dios santo, Mac, ¿has conducido hasta aquí con este tiempo para regalarme una fotografía? Podrías haberte hecho daño, tenido un accidente. Podrías…

—Sí, podría. Éstas cosas pasan. Pero no ha sido así, y ahora estoy aquí. Ábrela.

Carter se pasó la mano por el cabello.

—Dame tu abrigo.

—Ya me ocupo yo de mi abrigo. Abre la caja y mira lo que hay dentro. —Mac se quitó el abrigo y lo dejó sobre la barandilla—. Éste es mi estilo. Dejar tirado por ahí el abrigo. Y encima, a ti te da igual. A lo mejor un día te dará rabia. ¿Y que? Abre el regalo, Carter.

Carter deshizo el lazo y empezó a abrir la caja. El rostro de Mac apareció sonriéndole, con la mejilla pegada a la suya. Recordó el beso, la ilusión con que ella quiso hacerle ese regalo. La calidez del momento y la sensación del roce de su piel en la cara.

—Es preciosa.

—Lo es. Yo me he quedado una del beso. No te diste cuenta cuando hice la foto. Es un gran beso, una imagen fantástica. Pero esta… esta somos nosotros. Mirando hacia la cámara, hacia delante. Ésta noche, después del trabajo y de intentar arreglar lo que no puede controlarse, ni predecirse… lo bueno y lo malo, la felicidad y la tristeza… y entonces el armario. Tenía liadas todas las blusas, y vi tu chaqueta dentro.

—Oh, debí de haberla dejado cuando…

—Da igual. De eso se trata. No importa que mi madre sea mi madre, o que las cosas no salgan exactamente como piensas que tendrían que salir. Lo que importa son los momentos. Y eso lo sé mejor que nadie, pero nunca me lo aplico a mi misma. A mi, no. Lo que importa son las personas, cómo se sienten, como conectan, quiénes son, solas y acompañadas. Todo eso es lo que importa, por muy deprisa que pase el momento. Quizá porque pasa. Lo que importa es que tú eres la mariposa azul.

—¿Soy… qué?

—Venga, profesor, doctor Maguire… Usted conoce de sobra las metáforas, las analogías y los símbolos. Te metiste volando en mi vida, aterrizaste en ella de un modo inesperado. Puede que milagroso. Y surgió el retrato. Lo que ocurrió fue que tardé bastante en verlo.

—No soy… Ah, el retrato. El «día de la boda», el que sacaste cuando eras una niña.

—Son epifanías. Tuve una entonces, y he tenido otra esta noche. Esto es lo que quiero —dijo Mac tomando la fotografía de entre sus manos—. La quiero… aquí. —Se volvió y eligió un lugar que vio en una de sus estanterías—. Quiero esto. Queda bien, ¿no?

Carter notó que le daba un vuelco el corazón.

—Sí. Es su lugar.

—No viene con garantía. ¿Cómo iba a tener garantía? No es un coche ni un ordenador. Es la vida, y la vida es un lío, y las cosas cambian. Te hago una promesa: intentarlo. Quiero prometerte que voy a intentarlo, Carter. —Regresó donde estaba él y acercó las manos a su rostro—. Carter Maguire, te quiero.

Cuando se le deshizo el nudo que le atenazaba el estomago, Carter se reclinó en la frente de la joven.

—¿Quieres volver a repetirlo?

—Es la primera vez que se lo digo a alguien… de esta manera, quiero decir. No sé por qué pensé que costaría tanto. No cuesta. Te quiero. Quiero lo que somos cuando estamos juntos. Amo lo que creo que podríamos llegar a ser. Y sé que voy a joderlo. Tú también, no eres perfecto. Nos haremos daño y reiremos juntos. Haremos el amor y también nos pelearemos. Quiero que prometamos que intentaremos no dejarlo correr. Lo único que podemos hacer es intentarlo.

Carter la besó en los labios. Allí tenía la promesa, pensó. Lo que había esperado. Mackensie a su lado, diciéndole que le quería.

—Me alegro tanto de que no hicieras la cama.

Mac ahogó una carcajada mientras le besaba y luego se echó hacia atrás.

—Eso y muchas otras cosas más me llevaron a un momento de absoluta claridad. Necesitaba contártelo. No podía esperar. Tú eres mejor que yo esperando.

—Valía la pena. Mira lo que he conseguido.

—Quiero decirte otra cosa. El día de San Valentín, nuestro día de los Enamorados, cuando no vi un anillo en el estuche, en parte me quedé decepcionada. Eso fue lo que me dio miedo, pero ahora ya no estoy asustada.

Carter la miró fijamente, y lo que vio en sus ojos hizo que le latiera con fuerza el corazón.

—Quiero pasar el resto de mi vida contigo, Mackensie.

—Y yo te pido que me lo pidas.

Carter le rozó la frente con los labios.

—Amo tu cara y tus manos —le dijo él antes de besarle las palmas—. Cómo te mueves cuando tienes la cámara en la mano, el modo en que curvas la espalda cuando estás inclinada sobre el ordenador. Conservo docenas de imágenes, retratos y momentos tuyos. Los tengo grabados en la cabeza, en el corazón. Quiero otra vida para disfrutarlos. Cásate conmigo.

—Sí.

—Sí. —La atrajo hacia si y la abrazó—. Mac ha dicho que sí. Casémonos en junio.

La joven se echó hacia atrás.

—¿En junio? Lo tenemos todo completo. Eso es lo que… —Carter sonrió y Mac lo miró fingiendo haberse enfadado—. Muy gracioso, Carter.

Carter volvió a abrazarla sin dejar de reírse.

—Aceptaré la primera fecha que tengáis libre, si a ti te conviene.

—Trato hecho. Y en nombre de mis socias, déjame decirte que Votos está encantada de ofrecerte sus servicios y promete organizarte la boda perfecta.

—Te tengo a ti. Ya es perfecta.

Mac se estrechó contra él, con fuerza, muy cerca, mientras se besaban. Y luego apoyó la cabeza en su hombro y suspiró.

Sus rostros le sonrieron desde la librería. Momentos que llegaban y pasaban, pensó. El amor era lo que los unía y les daba vida.

Y ella tenía amor.