Trabajaba de noche porque durante el día tenía una cita tras otra. Y porque trabajar de noche le gustaba: sola, en su propio espacio, marcando su propio ritmo. Las mañanas eran para tomar café, sentir ese primer impacto que vivifica la sangre, y los días solían ser para los clientes, las sesiones y las entrevistas.
De noche, en la soledad de su estudio, podía concentrarse por entero en las imágenes, seleccionarlas, mejorarlas y realzarlas. A pesar de que trabajaba casi exclusivamente en formato digital, Mac tenía en mente el escenario de una cámara oscura cuando llegaba el momento de crear la copia. Añadía filtros, iluminaba, ensombrecía, eliminaba imperfecciones o zonas confusas, y a partir de ahí elaboraba la copia maestra. Pulía entonces las áreas específicas, alteraba la densidad y añadía el contraste. Daba forma a la copia paso a paso, realzando ángulos o suavizándolos para adecuarla a su propio tono y crear una imagen que expresara un momento concreto en el tiempo, hasta que experimentara en carne propia lo que esperaba que experimentase el cliente.
Luego, como hacía casi todas las mañanas, Mac se sentaba frente al ordenador para repasar los archivos con las imágenes en miniaturas de sus fotos y comprobar si su yo diurno coincidía con las decisiones de su yo nocturno.
Se arrebujo en su pantalón de franela y sus calcetines gruesos; el pelo, de un vivo tono rojizo, era una maraña de puntas disparadas y mechones sueltos. Estaba sumida en el más absoluto de los silencios. En las bodas solía estar rodeada de gente, de conversaciones, de emociones. Y la opción era distanciarse de todo ello, o bien aprovecharlo para buscar el ángulo perfecto, el tono adecuado y el momento preciso.
Ahora, sin embargo, estaba sola con las imágenes, unas imágenes que podía lograr que fueran perfectas. Se tomó el café, comió una manzana para compensar la galleta rellena de la otra mañana y examinó los varios centenares de imágenes que había captado el día anterior y las diversas docenas de fotos retocadas durante la sesión nocturna.
Su yo diurno felicitó a su yo nocturno por el trabajo bien hecho.
—Todavía me quedan cosas por hacer —musitó Mac—. Cuando dispusiera de un material inigualable para someterlo a la consideración de sus clientes recién casados, volvería a repasarlo antes de reunirse con ellos para visionar las imágenes en formato diapositiva y elegir las definitivas.
Sin embargo, a eso se dedicaría otro día. Por si la memoria le jugaba una mala pasada, consultó la agenda primero y luego subió a ducharse y a vestirse para su primera cita.
Con unos tejanos y un jersey bastaría para hacer las instantáneas en el estudio, pero luego tendría que cambiarse para la consulta programada para esa misma tarde en la casa principal. La política de Votos exigía que asistieran con traje a las consultas de la clientela.
Mac revolvió en el armario en busca de unos pantalones negros y una camisa negra. Podría echarse por encima una chaqueta después de la sesión y cumpliría con la etiqueta. Fue probándose distintas joyas hasta encontrar la que convenía a su estado de ánimo, se aplicó unos toques de maquillaje y valoró el efecto final.
En su opinión, el estudio necesitaba más atenciones que la fotógrafa.
«Elizabeth y Charles —se dijo mentalmente mientras empezaba a prepararlo todo para la sesión—. Fotografía de compromiso». Recordó que se habían mostrado intransigentes durante la consulta. Formales, simples, directos.
No entendía por qué no se habían buscado un amigo que les hiciera las fotos con una cámara compacta. Y recordó con una sonrisita que casi se le había escapado el comentario… pero que, por suerte, Parker le había leído el pensamiento y la había advertido con una mirada asesina.
—El cliente manda —se recordó en voz alta mientras colocaba un telón de fondo—. Si quieren una sesión aburrida, será aburrida.
Elevó las luces y colocó un filtro; que las fotos fueran aburridas no significaba que no pudieran ser bonitas. Sacó el trípode, pensando, más que nada, que los clientes querrían verla rodeada de un gran equipo. Cuando hubo elegido los objetivos, comprobado la luz y cubierto un taburete con una tela, los clientes llamaron a la puerta.
—Justo a tiempo. —Mac invitó a entrar a la pareja y cerró la puerta para impedir que se colara una corriente glacial—. Hoy hace un frío terrible. Dadme los abrigos.
Su aspecto era perfecto, pensó. Una Barbie y un Ken de clase alta. La rubia moderna, de peinado impecable, y el héroe guapo, refinado y agobiado.
Una parte de ella deseaba despeinarlos un poco para que parecieran más humanos.
—Oh, no, pero gracias —respondió Elizabeth obsequiándola con una sonrisa—. Nos gustaría entrar ya en materia. Hoy tenemos un día muy apretado. —Mientras Mac guardaba la ropa la ropa de abrigo de sus clientes, Elizabeth echó un vistazo al estudio—. ¿Esto era la caseta de la piscina?
—Exacto.
—Es… interesante. Supongo que esperaba algo más sofisticado. De todos modos, está bien. —Dio un par de vueltas para examinar unas fotos enmarcadas que había en la pared—. La boda de la prima de Charles se celebró aquí en noviembre y fue maravillosa. No para de deshacerse en elogios hablando de ti y de tus socias, ¿verdad, Charles?
—Sí. Eso nos decidió a elegir vuestra empresa.
—La organizadora del enlace y yo trabajaremos juntas durante los próximos meses. ¿Hay algún lugar donde pueda retocarme antes de empezar? —preguntó Elizabeth.
—Por supuesto.
Mac la acompañó al tocador que había junto al estudio preguntándose qué querría retocar esa mujer. Luego regresó.
—Dime, Charles —Mac le aflojó mentalmente el impoluto nudo Windsor de la corbata—, ¿qué compromisos tenéis hoy?
—Tenemos una reunión con la organizadora de la boda para formalizar el trámite. Luego Elizabeth se reunirá con un par de diseñadoras de vestidos que tu socia nos ha recomendado.
—Eso es fantástico —comentó Mac. «Se te ve tan entusiasmado como si tuvieras que ir a una revisión dental».
—Hay mil y un detalles. Supongo que tú debes de estar acostumbrada.
—Cada boda es única. ¿Te importa colocarte detrás del taburete? Comprobaré la luz y el enfoque mientras Elizabeth se arregla.
Charles se desplazó obediente, tieso como un palo.
—Relájate —dijo Mac—. Esto va a ser más fácil y rápido de lo que crees, y seguramente más divertido también. ¿Qué tipo de música te gusta?
—¿Música?
—Sí, pongamos música. —Mac se acercó a la cadena musical y eligió un disco—. Natalie Cole cantando baladas. Romántico, clásico. ¿Qué te parece?
—Bien. Muy bien.
Mac lo pilló consultando el reloj a escondidas en el momento en que se daba la vuelta para fingir que ajustaba la cámara.
—¿Habéis decidido adónde iréis de luna de miel?
—Nos inclinamos por París.
—¿Hablas francés?
Por primera vez, Charles sonrió espontáneamente.
—Ni una palabra.
—A eso lo llamo yo lanzarse de cabeza a la piscina —dijo Mac mientras Elizabeth regresaba con el mismo aspecto de mujer perfecta que ya tenía al marcharse.
El traje debía de ser de Armani, un sastre de corte impecable.
El color azul añil le favorecía, y Mac se imaginó que Elizabeth había elegido el gris pizarra de Charles para que resaltara a su lado.
—Creo que empezaremos contigo sentada, Elizabeth, y Charles detrás de ti. Un poco hacia la izquierda, Charles. Elizabeth, gírate hacia la ventana, un poquito más. Apóyate en Charles… y relájate. Charles, ponle la mano en el hombro izquierdo. Y tú apoya encima la tuya. Enseñaremos ese espectacular anillo de compromiso. —Mac hizo un par de fotos para romper el hielo inicial.
—Inclina la cabeza.
—Apoya el peso del cuerpo en el pie de atrás.
—Cambia los hombros de posición.
Tímido, advirtió. Tímido como persona, tímido con la cámara y un poco con la gente. Y ella tenía un miedo espantoso a hacer el ridículo, a no dar con la imagen perfecta.
Mac intentó que se sintieran cómodos y les pidió que le explicaran cómo se habían conocido y prometido… aunque les había hecho esas mismas preguntas el día que la llamaron para pedir hora. Los novios respondieron lo mismo que la vez anterior.
No logró sacarlos de su caparazón.
Podría dejarlo correr, que se salieran con la suya si eso era lo que querían, pensó. Pero no era lo que les convenía.
Mac se alejó de la cámara. Los novios aflojaron la tensión y entonces Elizabeth se volvió y sonrió a Charles. Charles le guiñó un ojo.
Vale, vale, pensó Mac. Eran humanos, después de todo.
—He hecho unas cuantas fotografías formales, muy bonitas. Ya sé que esto es lo que os gusta, pero querría pediros un favor.
—Tenemos la agenda muy llena —empezó a justificarse Charles.
—No nos llevara más de cinco minutos. Levántate, Elizabeth. Deja que mueva el taburete. —Mac arrastró el mueble y cogió la cámara, que descansaba sobre el trípode—. ¿Qué tal un abrazo? A mi no, entre vosotros.
—No me parece que…
—Abrazarse es legal en Connecticut, aunque no estéis prometidos. Haremos un pequeño experimento, y al cabo de un par de minutos podréis marcharos. —Mac agarró el fotómetro, lo comprobó y lo ajustó—. Elizabeth, pon la mejilla derecha en su pecho, pero haz como si me miraras. Vuelve la cara hacia mí. Mírame. Charles, inclina la cabeza hacia ella, pero con el mentón apuntando a la cámara. Respirad hondo y soltadlo todo, dejaos ir. Estáis abrazados a la persona que amáis, ¿no? Disfrutadlo. Los ojos hacia mí, mirándome directamente. Pensad en lo que sentisteis la primera vez que os besasteis.
¡Eso era!
Esbozaron una sonrisa espontánea. Dulce la de Elizabeth, incluso un poco tímida, y encantada la de él.
—Una más, solo una más. —Mac sacó tres antes de que la pareja volviera a ponerse tensa—. Ya está. Tendréis copias para revisar antes de…
—¿No podríamos verlas ahora mismo? Son digitales, ¿verdad? —preguntó Elizabeth presionándola—. Me gustaría tener una idea de cómo serán.
—Claro. —Mac se fue con la cámara hacia el ordenador para enseñarles las fotografías—. Están sin retocar, pero se ve lo fundamental.
—Sí. —Elizabeth frunció el entrecejo para mirar la pantalla y Mac dio comienzo a la sesión de visionado—. Sí, son buenas. Ésta…
Mac detuvo el pase en una de las fotos formales.
—¿Ésta?
—Es lo que tenía pensado. Es muy buena. Los dos salimos bien y me gusta el ángulo. Creo que elegiré ésta.
—Lo anotaré. Vale más que veáis el resto para estar seguros. —Mac siguió pasando las fotos restantes.
—Sí, lo cierto es que son muy buenas. Mucho. Creo que la que he elegido es… —Elizabeth se quedó sin habla cuando la toma en la que los dos se abrazaban apareció en la pantalla—. Oh, vaya… es preciosa. ¡Qué maravilla!
—A mi madre le gustará la que habías elegido antes. —Charles que estaba detrás de su prometida, le acarició los hombros.
—Sí, desde luego. Nos la quedaremos y la enmarcaremos para regalársela, pero… —Elizabeth se dirigió a Mac—. Tenías razón tú; yo me equivocaba. Esto es lo que quiero, así quiero salir en mi fotografía de compromiso. Recuérdamelo en septiembre cuando intente decirte como tienes que hacer tu trabajo.
—Lo haré. Yo también estaba equivocada. Creo que será un placer trabajar contigo después de todo.
Elizabeth tardó unos segundos, pero luego estalló en carcajadas.
Los mandó a ver a Parker pensando que ahora su amiga le debía una. Le enviaba unos clientes que, al menos por el momento se mostrarían más receptivos a aceptar ideas y consejos.
Mac decidió terminar los paquetes que tenía que mandar a diversos clientes. En uno puso un juego de pruebas y en los restantes, las versiones definitivas presentadas en los álbumes. Para los novios, para la MDNA y para la MDN, y las fotos adicionales que habían pedido varios miembros de ambas familias y los acompañantes de los novios.
Cuando lo hubo empaquetado todo, Mac decidió que le quedaba tiempo suficiente para comer, rápidamente, una ensalada de pasta, que le había sobrado, antes de cargar los paquetes en una carretilla para llevarlos a la casa principal.
Comió un par de bocados de pie, delante del fregadero. El gélido país de las hadas, pensó mirando por la ventana. Todo inmóvil, perfecto.
Tomó su vaso de Cola-cola light y, cuando iba a beber, un cardenal impactó de lleno contra la ventana con un ruido sordo y un destello de color rojo. El refresco que tenía en la mano saltó por los aires como una erupción y le manchó la blusa.
Con el corazón en un puño, contempló a aquel pájaro idiota que ahora volvía a emprender el vuelo. Y entonces se miró la camisa.
—Maldita sea.
Se la quitó y la dejó sobre la lavadora-secadora que había empotrada en el office. Vestida sólo con el sujetador y los pantalones negros, limpió el líquido que había caído sobre el mármol y, enfadada, agarró el teléfono al oír que sonaba. El visor le indicó que se trataba del móvil de Parker y respondió de mal humor.
—¿Qué pasa?
—Ha venido Patty Baker a recoger sus álbumes.
—Bueno, pues se ha adelantado veinte minutos. Iré enseguida, y ellas también irán… cuando sea la hora. Entretenla —ordenó Mac sin dejar de moverse de un lado a otro—. Y no me fastidies más. Cortó la comunicación y se dio la vuelta.
Y se quedó mirando al hombre que había en su estudio. El desconocido, con ojos desorbitados y ruborizado, dejó escapar un grito ahogado. Giró en redondo y, con un estrépito parecido a un disparo, se golpeó contra el marco de la puerta.
—¡Caray! ¿Te has hecho daño? —Mac soltó el teléfono, que fue a dar contra la mesa, y se precipitó hacia el tambaleante personaje.
—Sí. Muy bien. Lo siento.
—Estás sangrando. Uau, menudo trompazo te has dado en la cabeza. Será mejor que te sientes.
—Puede que sí. —Con la mirada confusa y algo perdida, el joven, que estaba apoyado en la pared, se deslizó hasta el suelo.
Mac se agachó, le apartó el pelo castaño que le caía sobre la frente y vio que le salía sangre por un rasguño que empezaba a hincharse hasta convertirse en un impresionante chichón.
—Bueno, no hay corte. Te has librado de los puntos. Menudo castañazo. Parecía que le hubieras dado a la pared con un martillo. Te iría bien un poco de hielo, y luego…
—Perdón. Eh, no estoy seguro de si te has dado cuenta… Me pregunto si no deberías…
Mac vio que la mirada de él apuntaba hacia abajo, y bajó a su vez la vista. Entonces se fijó, mientras intentaba priorizar, en que sus pechos, apenas cubiertos por el sujetador, estaban a punto de incrustarse en la cara del recién llegado.
—Uy… Lo había olvidado. Siéntate y no te muevas. —Mac se levantó de un salto y salió disparada.
El joven no estaba seguro de poder moverse. Desorientado y desconcertado, se quedó donde estaba, con la espalda apoyada en la pared. De todos modos, aun sintiéndose como si unos pajaritos de dibujos animados revolotearan alrededor de su cabeza, tuvo que admitir que esos pechos eran muy hermosos. Era inevitable fijarse en ellos.
Sin embargo, no acababa de estar seguro de lo que tenía que decir o hacer en esa situación. Y quedarse sentado ahí mismo, como ella le había dicho, le pareció lo mejor.
Cuando la chica regresó con una bolsa de hielo, llevaba puesta una blusa. Y, aunque no fuera muy correcto por su parte, sintió un amago de decepción. Ella volvió a agacharse y, ahora que no lucía sus pechos, él se fijó en que tenía las piernas muy largas.
—Toma, prueba con esto. —Mac le puso el hielo en la mano y se la guió hasta la dolorida frente. Luego se sentó en cuclillas, como un receptor en el campo de béisbol. En sus ojos esmeraldas fluía un mar de magia—. ¿Quién eres?
—¿Qué?
—Hum… ¿Cuántos dedos ves? —Mac le mostró un par de dedos.
—Doce.
Mac sonrió. Su sonrisa le dibujó unos hoyuelos en las mejillas. El joven notó que se le volvía a desbocar el corazón.
—No. Probemos de otra manera. ¿Qué estás haciendo en mi estudio… o qué estabas haciendo antes de que terminaras metido entre mis tetas?
—Ah. Tengo una cita… o es Sherry quien la tiene. Sherry Maguire. —Vio que la sonrisa de la joven se difuminaba y sus hoyuelos desaparecían.
—Bueno, pues te has equivocado. Tú lo que buscas es la casa principal. Yo soy Mackensie Elliot y cubro la parte fotográfica del negocio.
—Ya lo sé. Quiero decir que sé quién eres. Sherry no me ha explicado muy bien adónde tenía que ir, cosa muy habitual en ella.
—Y tampoco te ha explicado cuándo, porque no teníais cita hasta las dos.
—Me ha dicho que creía que era a la una y media, lo que quiere decir que llegará a las dos. Habría tenido que guiarme por la hora local de Sherry, o bien llamar para confirmarlo. Lo siento, de verdad.
—No pasa nada. —Mac inclinó la cabeza. Los ojos de ese hombre, unos ojos muy bonitos, volvían a enfocar correctamente—. ¿De qué me conoces?
—Ah, fui a la escuela con Delaney, Delaney Brown, y con Parker. Bueno, Parker iba un par de cursos por detrás. Y tú más o menos también. Durante un tiempo.
Mac cambió de posición y lo miró con mayor detenimiento.
Tenía el cabello castaño, espeso, rebelde, y necesitaba a todas luces un corte y un buen estilista. Unas frondosas pestañas enmarcaban sus ojos azules y nítidos. Tenía la nariz recta, la boca firme y el rostro alargado.
Mac era muy buena reconociendo caras. ¿Por qué no lograba situar la suya?
—Conocí a la mayoría de los amigos de Del, creo.
—Ya, bueno… no nos movíamos en los mismos círculos precisamente, pero le di clases una vez, cuando estudiábamos a Enrique V.
Y ese fue el dato que Mackensie necesitaba.
—Carter —dijo señalándolo—. Carter Maguire. No te casaras con tu hermana, ¿verdad?
—¿Qué? ¡No! Sustituyo a Nick. Ella no quería hacer la entrevista sola y él tenía un compromiso. Yo sólo… no sé qué demonios hago aquí, la verdad.
—Ser un buen hermano —dijo Mac dándole unos golpecitos en la rodilla—. ¿Crees que podrás levantarte?
—Sí.
Mac se puso de pie y le ofreció la mano para ayudarlo. A Carter volvió a darle un vuelco el corazón cuando se rozaron. Y cuando se levantó, la cabeza le martilleaba al mismo ritmo.
—¡Au!
—Y que lo digas. ¿Quieres una aspirina?
—Bueno, si no es pedir demasiado.
—Iré a buscarla. Mientras tanto, siéntate en algún otro lugar que no sea el suelo.
Mac regresó a la cocina; Carter ya iba a sentarse cuando le llamaron la atención las fotografías que había colgadas en la pared. Advirtió que eran fotos de revistas, y supuso que las habría hecho ella: novias hermosas, novias sofisticadas, novias sexis y novias risueñas. Unas eran en color, otras en blanco y negro para crear una atmósfera determinada. Algunas incluían ese extraño atractivo trucaje informático que permite dejar una mancha de un color intenso en una fotografía en blanco y negro.
Carter se volvió cuando notó que Mac se acercaba y le asaltó el fugaz pensamiento de que el pelo de esa mujer también era una mancha intensa de color.
—¿Haces otro tipo de fotografías además de las de novias?
—Sí —respondió Mac dándole tres comprimidos y un vaso de agua—, pero las novias son el tema central y más comercial en toda empresa que organiza enlaces.
—Son preciosas… creativas y personalizadas, pero esta es la mejor. —Carter se acercó y señaló una fotografía enmarcada de tres niñas y una mariposa azul posada sobre un diente de león.
—¿Por qué?
—Porque es mágica.
Mac le observó atentamente durante lo que pareció una eternidad.
—Exacto. Bien, Carter Maguire, voy a recoger el abrigo y nos iremos caminando a la reunión. —Mac le quitó la bolsa de hielo de la mano al ver que estaba derritiéndose—. Nos darán más hielo en la casa principal.
«Es mono —pensó mientras iba por el abrigo y la bufanda—. Muy, muy mono». ¿Se había dado cuenta de que era mono en el instituto? Quizá Carter había tardado en madurar. Pero había madurado muy bien. Tanto que incluso había sentido cierta decepción al confundirlo con el novio.
Pero un HDNA (o hermano de la novia)… aquello era harina de otro costal. Si es que estaba interesada, claro.
Se puso el abrigo, se lio la bufanda al cuello y, al recordar la ráfaga de viento que se había colado antes, se encasquetó un gorro. Cuando bajó, Carter estaba dejando el vaso de agua en el fregadero, como un niño bueno.
Mac recogió una bolsa de ropa enorme que contenía álbumes y se la tendió.
—Nos vamos. Lleva esto. Pesa mucho.
—Sí. Sí que pesa.
—Yo llevaré esta otra —dijo Mac cogiendo una segunda bolsa y otra tercera más pequeña—. Tengo una novia que está esperando mis álbumes terminados y otra a la que debo entregarle unas pruebas. En la casa principal, donde celebraremos la reunión.
—Quiero disculparme por haber entrado en tu estudio. Llamé pero no contestó nadie. Oí la música y pasé, y entonces…
—El resto es historia.
—Sí. Eh… ¿no apagas la música?
—Ah, sí. No me había dado cuenta. —Mac agarró el mando a distancia, apagó la cadena y lo soltó.
Cuando ya se dirigía a la puerta, Carter se adelantó y la abrió por ella.
—¿Vives todavía en Greenwich? —preguntó Mac con un hilo de voz al notar el latigazo del frío.
—Más que todavía… diría que de nuevo. He vivido un tiempo en New Haven.
—Te refieres a Yale.
—Sí. Hice allí un posgraduado y también enseñe durante un par de años en Yale.
Mac aguzó la mirada para observarlo mientras caminaban por el sendero.
—¿En serio?
—Pues sí… Hay gente que se dedica a dar clases en Yale. Es muy aconsejable por los estudiantes que van allí.
—Digamos que eres como un catedrático.
—Soy como un catedrático, sólo que ahora doy clases aquí en la academia Winterfield.
—Regresaste para dar clases en el instituto que es tu alma máter. Qué bonito…
—Echaba de menos este lugar y enseñar a los adolescentes es interesante.
Mac pensó que más bien debía de ser imprevisible, aunque quizá ahí radicaba el interés.
—¿De que das clases?
—De literatura inglesa y de escritura creativa.
—Enrique V.
—Exacto. La señora Brown me enseño el jardín un par de veces cuando trabajé con Del. Sentí mucho lo del accidente. Era una mujer fantástica.
—La mejor. Vayamos por aquí. Hace demasiado frío para dar toda la vuelta. —Mac le hizo pasar al caldeado cuarto de los abrigos, donde ya se notaba la calefacción—. Deja aquí tus cosas. Es muy temprano todavía. Tomaremos un café para hacer tiempo. —Mac se quitó el abrigo, la bufanda y la gorra sin dejar de hablar ni de moverse—. Hoy no hay celebraciones, así que la cocina principal está libre.
Volvió a coger las bolsas mientras Carter colgaba con esmero su abrigo; nada que ver con la manera en que la joven había lanzado el suyo, apuntando hacia el colgador. Mac bullía de actividad, de pie, inmóvil, esperando que él volviera a coger la bolsa grande.
—Buscaremos un lugar donde puedas… —Se interrumpió al ver que Emma entraba en la cocina principal.
—¡Aquí estás! Parker estaba a punto de… ¿Carter?
—Hola, Emmaline, ¿cómo estás?
—Muy bien. Bien, sí. ¿Cómo…? Sherry. No había caído en que ibas a venir con Sherry.
—No estaba tan claro —intervino Mac—. Él te lo explicará. Dale un café, por favor, y un poco de hielo para la frente. Tengo que entregar esto a una novia. —Agarró la bolsa pesada que sostenía Carter y se marchó.
Emma frunció los labios mientras examinaba el rasguño.
—Au. ¿Cómo te lo has hecho?
—Me he dado contra una pared. Deja correr lo del hielo, no hace falta.
—Bueno, pero entra, Siéntate y toma un café. He vuelto para preparar unas cosas para la entrevista. —Emma lo precedió y le señaló un taburete que había frente a un largo mostrador color miel—. ¿Has venido para dar apoyo moral a los novios?
—Represento al novio. Ha tenido una urgencia.
Emma asintió mientras iba a buscar una taza y un platito.
—Es lo que pasa con los médicos. Y tú eres el hermano valiente.
—He agotado las excusas para no venir, pero no ha servido de nada. Gracias —dijo Carter cuando Emma le sirvió el café.
—Tranquilo. Solo tendrás que quedarte sentado y comer galletas.
Carter se echó un poco de crema de leche en el café.
—¿Me lo pones por escrito?
Emma se rio y empezó a llenar una bandeja con galletas.
—Confía en mí. Además, te apuntarás un buen tanto como hermano. ¿Cómo están tus padres?
—Bien. Vi a tu madre la semana pasada, en la librería.
—Le encanta ese trabajo —dijo Emma pasándole una galletas—. Mac debe de estar a punto de terminar con su cliente. Voy a entrar los dulces y vuelvo a buscarte.
—A lo mejor podría quedarme aquí escondido, pero supongo que perdería el título de hermano valiente.
—Lo perderías. Ahora vuelvo.
Carter había conocido a Emma a través de Sherry debido a la amistad que existía entre sus respectivos padres desde que eran niños. Le resultaba extraño pensar que Emma haría el ramo de novia de su hermana. Más extraño aún era pensar en su hermana pequeña con un ramo de novia. Era algo tan desconcertante como tropezarse con una estúpida pared.
Se frotó la frente y torció el gesto. No tanto por el hecho de que le doliera, que le dolía, sino porque todos le preguntarían qué le había pasado. Tendría que justificar su torpeza una y otra vez… Y cada una de esas veces le vendría a la mente, como un relámpago, Mackensie Elliot vestida con un sujetador minúsculo y unos pantalones negros cortos de tiro.
Se comió una galleta intentando dilucidar si aquello era un aliciente o un fastidio.
Emma regresó para recoger otra bandeja de galletas e invitarlo a que fuese a la sala.
—Vale más que salgas. Estoy segura de que Sherry llegará de un momento a otro.
—Porque ya llega diez minutos tarde —añadió Carter cogiéndole la bandeja—. Sigue un horario personalísimo.
La casa era muy parecida a como la recordaba. Sin embargo, ahora las paredes eran de un dorado apagado y cálido, cuando en su recuerdo habían sido de un verde elegante y sobrio. Las anchas y elaboradas molduras resplandecían igual que antaño, el espacio seguía siendo desahogado y el mobiliario tan bruñido como siempre.
El arte y las antigüedades, y unas flores adornando unos antiguos jarrones de cristal exquisitos, daban un aire de riqueza y estilo al ambiente. No obstante, tal como recordaba, esa casa, lejos de parecer una mansión, era un hogar.
Se percibía un aroma femenino en ella, una mezcla de notas florales y cítricas.
Las mujeres estaban sentadas, conversando con intimidad en una gran sala de estar de techos encofrados. Un fuego crepitaba y siseaba en la imponente chimenea y los invernales rayos del sol inundaban la estancia al colarse por tres ventanales de medio punto. Estaba acostumbrado a encontrarse en inferioridad numérica con las mujeres; de los tres hijos que habían tenido sus padres, él era el segundo y el único chico.
Supuso que sobreviviría durante la próxima hora.
Parker se levantó airosa de su butaca sonriendo con extrema educación y se acercó a él tendiéndole las manos.
—¡Carter! Cuánto tiempo… —Le dio un beso en la mejilla y tiró de él para conducirlo hasta el fuego—. ¿Te acuerdas de Laurel?
—Ah…
—Éramos muy pequeños. —Con suavidad y gran naturalidad, Parker le dio un codazo cariñoso para que se sentara en una de las butacas—. Emma nos ha contado que has regresado para dar clases en Winterfield. ¿No es un poco raro esto de volver para ser maestro?
—Al principio sí. Me quedaba esperando a que nos pusieran deberes, y entonces caía en la cuenta de que, ah, claro, me toca a mí. Siento que Sherry no haya llegado todavía. Sigue sus propios biorritmos, que por lo general van con retraso. Puedo llamar…
El timbre interrumpió sus palabras y Carter sintió un profundo alivio.
—Iré yo —se ofreció Emma levantándose para ir a abrir la puerta.
—¿Qué tal esa cabeza? —Mac se repantigó en la butaca con la taza de café en las manos.
—Bien. No ha sido gran cosa.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Parker.
—Oh, me he dado un golpe. Siempre ando haciendo cosas por el estilo.
—¿De verdad? —Mac disimuló su sonrisa tras la taza de café.
—¡Lo siento, lo siento! —Sherry entró como una exhalación. Todo en ella era color, energía, movimiento y risas—. Nunca llego puntual y me da mucha rabia. Carter, eres un hacha… —Su rostro feliz y sofocado adoptó entonces una expresión de angustia—. ¿Qué te ha pasado en la cabeza?
—Me han atracado. Eran tres, pero los he dejado tiesos.
—¿Qué? Ay, Dios mío, te…
—Me he dado un golpe en la cabeza, Sherry. Eso es todo.
—Ah. —Sherry se dejó caer sobre el brazo de la butaca que ocupaba su hermano, tranquila y relajada—. Siempre le pasan cosas de éstas.
Carter se levantó, casi empujó a su hermana para que ocupara su butaca y miró alrededor para ver dónde podía colocarse con discreción. Emma, que estaba en el sofá, se acercó más a Laurel y golpeó suavemente el cojín.
—Siéntate, Carter. Bueno, Sherry, dime, ¿estás muy nerviosa?
—¡Estoy como un flan! Nick habría venido pero le ha salido una operación de urgencia. Es uno de los inconvenientes de casarse con un médico. Ahora bien, supongo que Carter podrá darnos la perspectiva masculina, ¿no? Sobre todo porque me conoce, y también conoce a Nick. —Sherry se inclinó para cogerle la mano a Parker y dio un saltito de alegría sin moverse de la butaca—. ¿Te lo puedes creer? ¿Recuerdas que jugábamos a las bodas de pequeñas? Recuerdo que estuve un par de veces ahí fuera con vosotras. Creo que me casé con Laurel.
—Y dijeron que no duraríamos —respondió Laurel arrancando de nuevo la risa franca y contagiosa de Sherry.
—Pues ya ves, aquí estamos. Y ahora soy yo la que se casa.
—La muy cerda me dejó por un médico —dijo Laurel con un gesto de impotencia antes de dar un sorbo a un vaso de agua con hielo en el que flotaba una rodaja de limón.
—Nick es increíble. Ya veréis cuando lo conozcáis. ¡Oh, Dios mío, voy a casarme! —exclamó Sherry llevándose las manos a las mejillas—. No sé por donde empezar. No sé organizarme, y la gente no para de aconsejarme sobre si tengo que pensar en aquello o reservar lo otro. Tengo la sensación de moverme en círculos, y sólo hace un par de meses que nos hemos prometido.
—Para eso estamos aquí —la tranquilizó Parker al tiempo que cogía una gruesa libreta—. ¿Por qué no empiezas diciéndonos que tipo de boda te gustaría? Di con tres o cuatro palabras cómo la imaginas.
—Humm… —Sherry lanzó una mirada implorante a su hermano.
—No, no, ni hablar. Ni me mires. Yo no sé nada.
—Tú me conoces. Sólo tienes que decir lo que crees que me gusta.
«Maldita sea».
—Come galletas y diviértete —musitó Carter.
—¡Exacto! —exclamó Sherry apuntándolo con el dedo—. No quiero que parezca que para mi no tiene importancia, que no es un acto solemne y todas esas cosas, pero quiero que sea divertido. Quiero hacer una fiesta brutal, loca, alegre… También quiero que Nick se quede sin habla como unos cinco minutos cuando me vea entrar. Quiero devastarlo… y que todos los invitados recuerden lo bien que lo pasaron. He ido a bodas preciosas, pero, caray, qué aburrimiento. ¿Sabéis lo que quiero decir?
—Perfectamente. Quieres deslumbrar a Nick y luego quieres celebrarlo, hacer una fiesta que tenga que ver con tu personalidad y con la de él, que refleje lo felices que sois.
Sherry sonrío a Parker.
—Eso es lo que quiero.
—Hemos fijado la fecha para octubre. ¿Sabes ya la cifra aproximadamente de tu lista de invitados?
—Intentaremos poner un tope de doscientos.
—Vale —Parker tomaba notas—. Dijiste al aire libre. Boda en el jardín.
Mientras Parker discutía los detalles potenciales con Sherry, Mac observaba. «Animada» era la primera palabra que le vino a la mente cuando intentó describir a la novia. Bulliciosa, alegre, bonita. Pelo rubio y con mechas, ojos azul verano, curvilínea, natural. Algunas de las fotos y el programa dependerían del vestido, de los colores, pero se centraría más en la persona que iba a lucir ese vestido de novia.
Memorizó ciertos detalles. Seis damas. Los colores de la novia serían el rosa pálido y el rosa chicle. Sherry sacó una fotografía del vestido, y Mac le pidió con un gesto que se la enseñara. Examinó el retrato y luego sonrió.
—Seguro que estarás soberbia con este vestido. Es perfecto para ti.
—¿Tu crees? Me quedaba perfecto y me decidí a comprarlo en un par de minutos, pero luego…
—No, a veces seguir tu instinto sale bien. Como en este caso.
El vestido se componía de una falda inmensa y acampanada de un blanco resplandeciente, un cuerpo palabra de honor y una brillante e inacabable cola.
—Una princesa sexy. —Mac aprovecho que había captado la atención de Sherry momentáneamente y quiso cotejar con ella su agenda—. ¿Querréis un retrato de compromiso?
—Ah… bueno, sí, pero no me gustan esos retratos tan serios que se ven por todas partes. Ya sabes lo que quiero decir: él detrás de ella y los dos sonriendo a la cámara. No es que quiera decirte como tienes que hacer tu trabajo, ni mucho menos…
—No pasa nada. Mi trabajo consiste en hacer que seáis felices. ¿Por qué no me decís lo que os gusta a ti y a Nick?
Sherry se regodeó esbozando una sonrisa ladina, Mac estalló en carcajadas y entonces vio que Carter volvía a ruborizarse.
«Qué mono».
—Aparte de eso.
—Nos gusta comer palomitas y ver películas malas en casa. Nick intenta enseñarme a esquiar, pero los Maguire tenemos un gen patoso a más no poder. Carter se lleva la palma, aunque yo no me quedo corta. Nos gusta salir con los amigos y todas esas cosas. Nick es médico residente de cirugía y por eso valora tanto su tiempo libre. No hacemos muchos planes. Supongo que somos bastante espontáneos.
—Lo entiendo. Si queréis, podría ir a tu casa. Haremos unas fotos naturales, en un ambiente relajado, no en la formalidad de un estudio.
—¿De verdad? Me gusta la idea. ¿Podemos quedar pronto?
Mac sacó su agenda electrónica y tecleó para visualizar el calendario.
—Tengo un par de huecos esta semana; la que viene está más libre. ¿Por qué no lo hablas con Nick y me decís el lugar y la hora que os conviene? Ya lo combinaremos.
—Es fantástico.
—Me gustaría que vieras unas fotos de muestra —empezó a decir Mac.
—Las he visto en vuestra página web, como me dijo Parker. Y las fotos de las flores, el pastel y lo demás. Lo quiero todo igual.
—¿Por qué no echamos un vistazo a las distintas opciones? —apuntó Parker—. Para ver cuál te convendría. Podríamos adaptar alguna para ti.
—Aquí es donde necesito a Carter. Nick me ha dicho que haga lo que quiera, pero eso no me sirve.
«Maldita sea otra vez», pensó Carter.
—Sherry, yo no entiendo de estas cosas. Lo único…
—Me da miedo decidirlo sola. —Sherry abrió los ojos como platos y le dedicó la mirada de desamparo que practicaba con su hermano desde que tenía dos años—. No quiero equivocarme.
—No tienes por qué decidirlo ahora. —Parker utilizó un tono de voz alegre y confiado—. Y aunque te decidas, puedes cambiar de idea, no pasa nada. Tratarás cada tema en concreto con nosotras, individualmente. Eso te servirá de ayuda. Y podemos reservarte la fecha por ahora, ya firmarás el contrato más adelante.
—En realidad me gustaría mucho firmar hoy para poder tachar eso de la lista. Hay tantas cosas… Dame tu opinión, Carter, solo eso.
—¿Por qué no miras las distintas opciones? —Sonriendo, Parker entregó a Carter un álbum de anillas abierto por el apartado de las opciones—. Mientras tanto, Sherry, ¿habéis decidido si queréis música en directo o un DJ?
—Un DJ. Hemos pensado que es más enrollado y que podemos pactar con él, o con ella, supongo, la lista de temas. ¿Conoces alguno que sea bueno?
—Claro. —Parker sacó una tarjeta de visita de otra carpeta—. Éste ha trabajado en distintas celebraciones con nosotras, y creo que es de tu estilo. Llámale. ¿Alguien para que os filme en vídeo?
Carter, en el sofá, sacó las gafas de lectura y empezó a mirar las distintas opciones frunciendo el ceño.
Qué serio, pensó Mac. Y el cociente sexual de intelectualoide escaló varios puntos con aquellas gafas de montura metálica. Lo cierto era que parecía un chico estudiando para un examen. Parker y Sherry se habían puesto a deliberar, y Mac decidió que concedería al hombre un descanso.
—Oye, Carter, ayúdame a preparar café.
Él parpadeó al mirarla. Sus ojos azules quedaban enmarcados en una aburrida montura plateada.
—Trae el álbum, ¿vale?
Mac cogió la preciosa cafetera y lo esperó en la puerta. Carter tuvo que rodear la mesita de centro y ella se dio cuenta de que por poco no se había golpeado en la espinilla.
—El equipo ya se las arreglará. Tu hermana cree que, como eres el mayor y sustituyes al novio, necesita tu consejo. Consejo que imagino se pondrá por montera si no le cuadra con lo que quiere.
—Vale —respondió Carter mientras ambos se dirigían a la cocina—. ¿Puedo cerrar los ojos, señalar un menú de éstos y así terminamos?
—Puedes. Pero lo que deberías decirle es que crees que el número tres es el mejor para ella.
—El número tres. —Carter dejó el álbum sobre el mostrador de la cocina, se ajustó las gafas y leyó la descripción—. ¿Por qué este precisamente?
—Porque incluye muchas cosas… y tengo la sensación de que Sherry quiere que sea otro quien se ocupe de los detalles más delicados… Permite añadir varios elementos y le da bastantes opciones para elegir. También deberías decirle que elija el buffet en lugar del servicio de mesas que ofrece el paquete. —Mac se justificó incluso antes de que él le pidiera explicaciones—. Porque es más informal y permite que la gente se relacione. Eso le va. Y luego seguiremos con todo lo demás (aquí tú ya no entras); se reunirá con Laurel para hablar del pastel: sabor, diseño, tamaño, etcétera… y con Emma para tratar de las flores. Parker se ocupará del resto, y créeme cuando digo que se ocupa de verdad. Ahora mismo todo parece una montaña, pero una vez que Sherry se haya decidido, y teniendo en cuenta que ya tiene el vestido, la fecha, que ya ha quedado conmigo, etcétera… será capaz de pensar en las demás cosas.
—Vale —asintió Carter—. Muy bien. Le diré que escoja el número tres porque incluye todos los detalles y permite añadir extras. Además, tiene diversas opciones. Y que debería optar por el buffet porque es más cálido e invita a mezclarse con los demás.
—Captas rápido.
—Retener datos y textos me resulta fácil. Si me pide que la ayude con el ramo, saldré pitando.
—Eso lo respeto. —Mac le dio la cafetera—. A mí ya no me necesitan. Coge esto y representa tu papel. Y recuérdale que me diga las fechas que le van bien para que le haga el retrato de compromiso.
—¿No vuelves conmigo? —Carter parecía un poco asustado. Mac le dio unos golpecitos en la mejilla.
—Míralo por el lado bueno. Una mujer menos en la reunión. Ya nos veremos por aquí, Carter.
Mac salió de la cocina y Carter se quedó unos instantes inmóvil, con el café y el álbum en las manos.