Mac oyó un golpe amortiguado y un resoplido, y abrió un solo ojo. Acurrucada en la cama, vio que Carter renqueaba al recoger sus zapatos.
—¿Qué hora es?
—Pronto. Vuelve a dormirte. Había conseguido levantarme, ducharme y casi vestirme hasta que he tropezado con algo y te he despertado.
—No importa. De todos modos, más vale que me levante, porque hoy quiero empezar pronto. —A Mac se le volvieron a cerrar los ojos.
Con los zapatos en la mano, y cojeando levemente, Carter fue darle un beso en la coronilla. Mac murmuró de placer antes de volver a quedarse dormida.
Cuando recuperó el sentido, los rayos del sol iluminaban el dormitorio.
No tan pronto después de todo, musitó para sus adentros al darse la vuelta para levantarse. Pero si algo bueno tenía el ser empresaria y no haber quedado con nadie por la mañana, era que aprovechabas para dormir. En el momento en que Mac iba a entrar en el baño, se detuvo, hizo un gesto de resignación y volvió sobre sus pasos para hacerse la cama.
«Ahora soy la nueva Mac», se recordó. La Mackensie Elliot ordenada y organizada en todas las facetas de su vida privada y profesional. La que tenía un nuevo armario, diseñado de fábula, para que cada cosa estuviera en su lugar, y lo estaba.
Ahuecó las almohadas, tensó las sábanas y extendió bien la colcha. «¿Lo ves? —se dijo como cada mañana—. Sólo has tardado un par de minutos». Asintiendo satisfecha, paseó la mirada por el dormitorio.
No había ropa tirada por ahí, ni zapatos olvidados bajo una silla o joyas esparcidas de cualquier manera sobre el tocador. Era la habitación de una adulta, de una mujer con buen gusto… que sabía controlar la situación.
Se duchó y se recordó que había que colgar la toalla. Cuando volvió al dormitorio, se permitió el placer de abrir el armario y quedarse frente a él, mirándolo.
—A esto me refería yo.
Su ropa colgaba en hileras precisas, distribuidas según su uso y color. Su impresionante colección de zapatos descansaba por pares en el interior de unas cajas transparentes para protegerlos que iban amontonadas por estilos: zapatos de vestir, zapatos informales, sandalias, botas, zapatos de salón, zapatos con la puntera abierta, zapatos con tacón de aguja o con tacón de cuña.
Artículos de belleza.
Bolsos, ordenados también por usos y colores, en unos amplios cubos de fácil acceso. En el interior de los cajones lacados en blanco, de los compartimientos, guardaba los pañuelos y las bufandas, condenados en el pasado a verse mezclados en un revoltijo, ahora perfectamente doblados, así como sus jerséis de arreglar y sus medias.
Vestirse se había convertido en un placer absoluto, que no le creaba malestar alguno. Ya no tenía que revolver maldiciendo y preguntándose dónde diablos habría puesto la blusa azul de manga francesa, para tener que conformarse, luego, con otra blusa, también azul, porque no había podido encontrar la primera.
Ahora, en cambio, la blusa azul de manga francesa estaba en el lugar que le correspondía.
Se puso una camiseta blanca, un jersey de pico azul marino y unos tejanos. El atuendo más adecuado para trabajar por la mañana y hacer una sesión de fotos a primera hora de la tarde. Satisfecha y pagada de sí misma, salió del dormitorio.
Y volvió sobre sus pasos para meter el pijama en el canasto de la ropa.
Cuando bajaba la escalera, Emma entró por la puerta principal.
—Me he quedado sin café. Échame una mano.
—Claro estaba a punto de… Oh, Carter debe de haberlo preparado antes de irse.
—No es que te odie porque tengas a alguien que te prepara café mientras tu duermes, pero necesito cafeína para que se despierte mi lado altruista. —Emma se sirvió una taza e inhaló el aroma antes de dar el primer sorbo—. Esto es vida. Que bien.
Mac se sirvió otra taza y bebió con ella.
—¿Quieres ver mi armario?
—Ya lo he visto tres veces. Sí, es la reina de todos los armarios del reino.
—Creo que la reina es el armario de Parker.
—El de Parker es la diosa de todos los armarios. Tú te quedaste con la reina. Ha llamado la novia del sábado —empezó a explicarle Emma—. Ahora quiere cambiar las flores de la niña y en lugar de que la criatura vaya con un cestito lleno de pétalos de rosa, quiere que lleve una poma rosa pálido.
—Creía que había cambiado la poma por el cesto.
—Sí. Y también había cambiado el ramo en media luna por el ramo en cascada, y ha vuelto a cambiar otra vez. —Emma cerró sus grandes ojos castaños y ladeó la cabeza a derecha e izquierda—. Seré feliz cuando acabe con ésta.
—Éstas novias son las que dan la razón a la hermana de Carter.
—¿A Sherry?
—No, a su hermana mayor que dice que las bodas son agobiantes y, básicamente, una exageración. Y todo eso para un solo día.
—Pero ese día es especial. Y además, es nuestra forma de ganarnos la vida.
—Estoy de acuerdo contigo. Pero la novia del sábado nos va complicar la vida desde el momento en que empiece a enfilar el pasillo. Me llamó ayer y me pasó por fax una fotografía que encontró en una revista. Quiere que el sábado se la haga idéntica. Por mi, encantada. Lo que ocurre es que su vestido es completamente distinto, como lo es su tipo, su tocado y su cabello. Ah, y además resulta que no tenemos un arco de piedra sacado de un castillo irlandés para que ella pose debajo. Al menos, no a mano.
—Son los nervios. Los nervios de una obsesa del control. Necesito otro chute y luego tengo que irme a trabajar. —Emma llenó su taza hasta el borde—. Te la devolveré.
—Eso es lo que siempre dices.
—Te devolveré la colección entera —le prometió Emma escurriendo el bulto.
Una vez sola, Mac abrió un armario de la cocina. Pensó que le convendría tomar algo con azúcar y conservantes, además del café, y entonces descubrió una reluciente manzana roja delante del paquete de galletas Pop-Tarts. Le habían pegado una nota que ponía: «¡Cómeme a mi también!».
Mac soltó una carcajada, cogió la manzana y dejó la nota encima del mármol. «¡Qué encanto!», pensó mordiendo la fruta. Y divertido. ¿Qué podría hacer por él que no fuera casarse?, se preguntó.
Lo había destrozado con La Perla, había cocinado para él, había… ¡La fotografía!
Mac salió pitando hacia su zona de trabajo y conectó el ordenador: En realidad, no había olvidado la tercera parte de su regalo, sino que le había resultado imposible elegir una fotografía y decidir como se la presentaría.
—Tendría que estar trabajando, tendría que estar trabajando —musitó—. Pero sólo tardaré un minuto.
Le llevo más de cuarenta, pero eligió la fotografía: una que hizo después de que se besaran en la que aparecían con las mejillas pegadas. «Carter se ve tan relajado y feliz, y yo… a su lado, tal cual», pensó ella sin dejar de estudiar el resultado final. Retocó, recortó, imprimió y enmarcó. Para rematarlo, la metió dentro de una caja, que envolvió con una cinta roja, y añadió una ramita de muguete de seda en el lazo.
Encantada, imprimió otra foto distinta para ella y eligió un marco. Luego dejó la foto ya terminada en un cajón. No quería buscarle un sitio hasta que Carter tuviera la suya.
Puso música y bajó el volumen para que sonara de fondo. Se puso a trabajar, reconciliada con el mundo en general, hasta que la alarma que había conectado se disparó para avisarla de que había llegado el momento de arreglarse para su sesión de fotos en el estudio.
Tenía que hacer un retrato de compromiso. Ella era médico y él, músico. Mac tenía unas cuantas ideas al respecto y había pedido al novio que trajera su guitarra. Pondría un fondo gris medio, sentaría a los novios en el suelo y…
Mac, con un grueso cojín en las manos, se volvió al oír que la puerta se abría de golpe. Su madre entró en la sala como una exhalación, envuelta en un nuevo coquetón de visón recortado.
—¡Mackensie, mira! —Linda dio una vuelta sobre si misma y se detuvo, posando con una pierna delante de la otra.
—No puedes quedarte —le espetó Mac—. Estoy esperando unos clientes.
—Yo también soy una clienta que ha venido a pediros información. He pasado primero por aquí, pero tendremos que hablar con el resto del equipo. ¡Ay, Mac! —Linda se acercó a ella con sus esbeltas piernas, sus maravillosos zapatos y sus suntuosas pieles—. ¡Voy a casarme!
Mac, atrapada en el perfumado abrazo de su madre, se limitó a cerrar los ojos.
—Felicidades, una vez más.
—Oh, no seas así —protestó Linda, soltándola con un mohín que duró medio segundo, antes de volver a girar en redondo con una carcajada—. Alégrate por mí. ¡Soy tan feliz! Mira lo que me trajo Ari de París.
—Sí, un chaquetón precioso.
—Es cierto. —Linda, inclinando la cabeza, acarició las pieles con el mentón—. ¡Pero eso no es todo! —Le mostró la mano y movió los dedos. En el dedo anular lucía un enorme brillante de talla cuadrada montado en platino.
«Menudo pedrusco», pensó Mac. El más grande que había tenido hasta el momento.
—Es impresionante.
—Ari es un encanto. Estaba muy triste sin mí. Me llamaba día y noche desde París. —Linda hizo amago de abrazarse y volvió a girar—. Por supuesto, no quise hablar con él durante los primeros tres días. Estuvo muy mal que se marchara sin mí. Y, por supuesto, me negué a verlo cuando regresó.
—Por supuesto. —Mac le siguió la corriente.
—Me pidió de rodillas que fuera a Nueva York. Me envío una limusina con chófer… llena de rosas blancas. Y con una botella de Dom. Había estado enviándome una docena de rosas cada día. ¡Cada día! Al final, cedí y hablé con él. Oh, fue tan romántico… —Linda, cerrando los ojos, se llevó las manos al pecho—. Como en un sueño, o en una película. Cenamos solos, en casa. Encargó un catering con todos mis platos favoritos, mucho champán, velas y más rosas. Me dijo que no podía vivir sin mí, y entonces me regaló esto. ¿Habías visto alguna vez algo semejante?
Mac observó a su madre mientras esta contemplaba el anillo.
—Espero que seáis muy felices. De verdad. Me alegro mucho, pero tengo una sesión.
—Oh. —Linda la hizo callar con unos aspavientos—. Pospón la cita, haz el favor. Esto es importante. Tu madre se casa.
—Por cuarta vez, mamá.
—Por última vez. Y con el hombre perfecto. Quiero que vosotras organicéis mi boda, y que no se hable más. Necesito que os superéis a vosotras mismas. Ari me ha dicho que no reparará en gastos. Quiero una ceremonia fantástica, romántica y elegante, sofisticada y fastuosa. Estoy pensando que el vestido de novia será rosa pálido. Un Valentino, seguramente; me sienta bien. O quizá busque algo más retro que recuerde a las películas antiguas de Hollywood. Y llevaré un sombrero maravilloso en lugar de un velo. —Con los ojos centelleando, Linda se ahuecó el peinado—. Me haré un recogido liso y le diré a Ari que me compre unos pendientes espectaculares que vayan a juego. Unos diamantes rosas, creo. Y quiero cantidades inmensas de rosas blancas y rosadas. De este tema hablaré con Emmaline. Las invitaciones tendrán que salir inmediatamente. Estoy segura de que Parker podrá encargarse de eso. Y luego está el pastel. Lo quiero enorme, El Taj Mahal de los pasteles de boda; Laurel tendrá que dar el do de pecho. Y…
—¿Cuándo? —la interrumpió Mac.
—¿Cuándo, qué?
—¿Cuándo has planeado casarte?
—Ah, en junio. Quiero ir de novia el mes de junio. Quiero que sea primavera, estar en el jardín y…
—¿Éste junio? ¿Dentro de tres meses? No hay ni un solo hueco.
—Qué más da… —Linda, con una carcajada argentina, hizo ademán de descartar esos asuntos mundanos—. Soy tu madre. Echa a alguien. Veamos…
—No echamos a los clientes, mamá. No podemos cargarnos la boda de otra persona porque quieras que te encontremos fecha en junio a toda prisa.
Un asombro y un dolor genuinos (Mac reconoció que eran genuinos) asomaron a su expresión.
—¿Por qué tienes que ser tan mala conmigo? ¿Por qué tienes que estropear mi boda? ¿No ves que soy feliz?
—Sí, lo veo. Y estoy muy contenta por ti. Lo que pasa es que no puedo ofrecerte lo que quieres.
—Tú lo que quieres es darme un escarmiento. Te da rabia que sea feliz.
—Eso no es verdad.
—¿Qué va a ser si no? Voy a casarme y resulta que mi hija tiene una empresa que organiza bodas. Como comprenderás, lo más natural es que tú te ocupes de la mía.
—En junio no puede ser. Hace tiempo que hemos cerrado el mes de junio, un año ya.
—¿Has oído lo que te he dicho? El dinero no es ningún problema. Ari pagará lo que le pidáis. Lo único que tenéis que hacer es cambiar las fechas.
—No se trata de dinero, ni es algo tan simple como cambiar a alguien la fecha. Es cuestión de que nos hemos comprometido, de mantener nuestra integridad. No podemos darte lo que quieres cuando a ti te apetece, pero la razón principal es porque esas fechas ya están pedidas.
—¿Y esas personas son más importantes que yo, que tu propia madre?
—Ésas otras personas ya han reservado la fecha, encargado las invitaciones y hecho sus planes. Sí, en este caso son más importantes.
—Eso ya lo veremos. —El mal genio aguzó la voz de Linda y le hizo entrecerrar lo ojos de la rabia—. Todos saben que es Parker quien dirige la empresa. Ella es la que tiene la última palabra. Obedecerás cuando ella te lo diga. —Linda se dirigió colérica hacia la puerta y allí se giro en redondo—. Tendría que darte vergüenza tratarme así.
Cansada, Mac se acercó a su mesa de trabajo y, tras oír el portazo que dio su madre, cogió el teléfono.
Lo siento —dijo Mac cuando Parker respondió a su llamada—. Primero quiero decirte que lo siento. Mi madre va hacia tu casa para hablar contigo. Me temo que vas a tener que deliberar con ella.
—De acuerdo.
—Vuelve a casarse.
—¡Vaya, qué sorpresa!
Mac rio a pesar de tener los ojos humedecidos.
—Gracias quiere celebrarlo aquí, en junio.
—Imposible. Estamos completos.
—Lo sé. Se lo he dicho, pero según parece tu eres mi jefa, la jefa de todas nosotras.
—Te diré lo que digo siempre: ya me encargo yo. Eso no es problema para mi.
—Pero resulta que si es mi problema.
—Piensa que como soy tu jefa, voy a encargarme yo de solucionarlo. Ya te llamaré.
Parker, sentada en el despacho de la mansión, se levantó de la silla y se acercó a un espejo. Examinó su aspecto, se colocó bien un mechón de pelo, se retocó el pintalabios y sonrío… porque parecía que estuviera preparándose para la batalla.
Lo estaba deseando.
Bajó con parsimonia la escalera, aun cuando oyó que el timbre sonaba con insistencia repetidas veces. Se detuvo para arreglar una rosa que había en el jarrón de la mesa del vestíbulo y, esbozando una sonrisa glacial, abrió la puerta.
—Hola, Linda. He oído que hay que felicitarte.
—Veo que no le ha faltado tiempo —Linda entró como una exhalación y echó un vistazo alrededor—. Debe de ser extraño ofrecer tu casa a gente extraña por dinero.
—De hecho, lo encuentro muy gratificante —replicó Parker mostrándole la sala de estar—. Podemos sentarnos aquí.
Desembarazándose del coquetón, Linda se dirigió a un sofá. Dejó las pieles sobre el brazo con actitud desdeñosa, se arrellanó en su asiento y cruzó las piernas.
—Comprendo que debería haber acudido a ti primero, pero me dejé llevar por los sentimientos y fui a casa de mi hija. Quería compartir con ella la buena noticia.
—Claro —respondió Parker tomando una silla. Se sentó imitando la postura de Linda y cruzó las piernas—. Debes de estar nerviosísima. El anillo es una preciosidad.
—¿Verdad que sí? —El placer iluminó el rostro de Linda, que alzó la mano para admirar mejor la joya—. Ari es tan detallista y tan romántico… Me siento como si tocara el cielo con las manos.
—Creo que Mac me ha dicho que él vive en Nueva York. Tendrás que mudarte.
—Muy pronto. Pero primero tengo que arreglar mil y un detalles. Mi casa, mis cosas…
—Y Eloisa. Estoy segura de que le encantará la idea de vivir en Nueva York cuando tenga vacaciones en la universidad o no esté con su padre. —Parker ladeó despacio la cabeza calibrando la mirada inexpresiva de Linda.
—Oh, Eloisa pronto volará del nido. Por supuesto, tendrá un dormitorio para cuando venga a vernos. Al menos, hasta que tenga su propio piso. Mientras tanto, tengo que planificar una boda. No soñaría en encargar los detalles a otra persona que no fueras tú. Como es natural, queremos que la ceremonia refleje la posición y el estatus de Ari. Es un hombre muy importante y, ya que hablamos de negocios, te diré que puede permitirse lo mejor. Yo trataré con las demás, los temas de los que se ocupan, pero prefiero aprovechar, ahora que estoy aquí, para compartir contigo mis impresiones.
—Votos no va a poder organizar ni celebrar tu boda, Linda. No tenemos fechas libres en junio. De hecho, tenemos reservados el verano y el otoño también.
—Parker, eres una mujer de negocios —dijo Linda gesticulando—. Te estoy ofreciendo un acontecimiento importantísimo que dará a tu empresa una gran publicidad y, sin duda, atraerá a futuros clientes. Ari conoce a gente muy importante, y me refiero a clientes de gran categoría. Como me hace muchísima ilusión celebrar aquí la boda, en casa de una antigua amiga, una amiga a la que sigo echando de menos, te compensaremos el hecho de haberte avisado con tan poca antelación. ¿Cuánto calculas que costaría tener una fecha disponible, digamos el tercer sábado de junio?
—Tienes razón cuando dices que soy una mujer de negocios. —Parker vio que Linda sonreía de satisfacción—. Mi negocio consiste en servir a nuestra clientela. Tenemos un cliente el tercer sábado de junio. Hemos firmado un contrato, y cuando doy mi palabra, la mantengo. Vale más que pienses en celebrar la boda en Nueva York. Si quieres, puedo darte los nombres de otros organizadores de enlaces.
—No quiero nombres. He dicho que quiero casarme aquí. Para mí es importante, Parker. Quiero casarme en un lugar donde me sienta en casa, donde tenga un familiar, donde haya gente a la que quiero y en la que confío que cuidará de todos los detalles. Quiero…
—El llanto no me afecta. —La voz de Parker se volvió fría como el hielo cuando a Linda se le inundaron los ojos de lágrimas—. Y me da igual lo que quieras. Aquí no te vas a casar. Así que… —Parker se puso en pie—. Si eso es todo, tengo mucho trabajo.
—Siempre te has creído mejor que nosotros, siempre mirándonos por encima del hombro como si fueras muy importante. Una Brown de Connecticut. ¿Y ahora, qué eres, si tienes que alquilar tu mansión e ir arriba y abajo sirviendo bebidas y haciendo de recadera de los demás?
—Soy una Brown de Connecticut, que sigue una honrosa tradición familiar y se gana la vida. —Parker recogió el chaquetón de Linda y se lo ofreció—. Te acompaño a la puerta.
—Cuando le diga a Ari cómo me has tratado, te va a echar del mundo de los negocios. No podrás organizar ni una fiesta infantil en este lugar. Te arruinaremos.
—Oh, Linda, no tienes ni idea de lo feliz que me hace oírte hablar así, porque eso me permite decirte algo que siempre he querido, desde hace años. Durante todo el tiempo que te he visto minar y manipular emocionalmente a mi mejor amiga, durante los años que he observado cómo la reñías o la ignorabas según tu conveniencia.
El estupor dejó lívida a Linda.
—No puedes hablarme así.
—Acabo de hacerlo y seguiré. No te queremos más en esta casa. De hecho, nunca fuiste bienvenida, te tolerábamos. Pero eso se acabó. Sólo te dejaremos entrar por esta puerta si Mac quiere. Ahora, sal de mi casa, métete en el coche y márchate de mi propiedad.
—Y pensar que quería hacerte un favor.
Parker aguardó junto al umbral a que Linda se metiera en su automóvil. Calculó que cuando estuviera a mitad de camino, ya se habría creído sus propias palabras. Creería que había intentado hacerles un favor. Esperó a que el coche petardeara por el caminito, agarró su abrigo y se dirigió al estudio de Mac.
Mac salió a recibirla.
—Parks, yo…
—No te disculpes conmigo. Me cabrearías. —Observó el estudio y se fijó en el telón de fondo y en los almohadones que había en el suelo—. Tienes que hacer la foto de compromiso. Y pronto —añadió consultando el reloj—. Seré breve.
—¿Cómo fue la entrevista?
—No nos han dado el trabajo.
—¿Se echó a llorar o a gritar?
—Un poco de ambas cosas, sin contar los sobornos y los insultos.
—Es increíble. Ésta mujer es increíble. Está convencida de que el mundo gira a su alrededor. —Cansada del tema, Mac se masajeó la cuenca de los ojos—. Dentro de una hora habrá dado la vuelta al tema y pensará que lo único que hacía era hacernos un favor, porque en el fondo lo que intentaba era potenciar nuestra empresa. Luego dirá que se ha sentido aliviada interiormente cuando no hemos aceptado, porque su boda era demasiado importante para nuestro negocio.
—Ha dicho algo parecido cuando se iba.
—Es una habilidad. A lo mejor esta vez dura. Me refiero al matrimonio. Ha quedado clarísimo que el tío tiene pasta, y mucha.
—Míralo por el lado positivo: se muda a Nueva York.
Mac se quedó perpleja.
—No lo había pensado. Se me pasó por alto. Ése lado sí que es positivo. —Sin embargo, Mac suspiró y apoyó la cabeza en el hombro de Parker—. Oh, cómo me agota…
—Ya lo sé —respondió Parker dándole un fuerte abrazo—. Tienes que estar bien —le ordenó.
—Lo haré.
—¿Quieres venir a tomar helado después de la sesión?
—A lo mejor sí.
—Ya llegan los clientes. Me quitaré de en medio.
—Parker, aunque hubiéramos tenido la fecha libre…
—Ay, cariño —dijo Parker risueña antes de salir por la puerta—. Por encima de mi cadáver.
Mac hizo un gesto de impotencia y se obligó a no sentirse culpable. Al menos, hasta después de la sesión.
Carter metió un fajo de trabajos en su maletín, que se colaron en el compartimiento donde guardaba los exámenes y se mezclaron con ellos. «Mis deberes», se dijo. Se preguntó si los estudiantes eran conscientes de cuántos deberes se llevaban a casa cada día los profesores.
En la pizarra de atrás había escrito el enunciado de los trabajos que leería esa noche: «Analiza y compara las actitudes y la filosofía de Rosalinda y Jaques sobre el amor y por qué crees que cada uno se aferra a ellas».
«Lo optimista y lo pesimista. La melancolía y la alegría», pensó. Su objetivo al obligarles a estudiar en profundidad la obra había sido guiar a sus estudiantes bajo la apariencia de lo que podría parecer una comedia romántica intrascendente, llena de bromas y ocurrencias, hasta dar con las corrientes más profundas.
Y el objetivo de todo aquello, suponía, era hacer que los estudiantes pensaran.
—Perdone, ¿es el doctor Maguire?
Carter se volvió y vio a una mujer en la puerta.
—Sí. Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
—Me llamo Suzanne Byers y soy la madre de Garrett.
—Encantado, señora Byers. Pase.
—Esperaba encontrarlo antes de que se marchara de la escuela. No le robaré demasiado tiempo.
—No se preocupe.
—No pude ir a la reunión de padres porque tenía la gripe. Quería asistir sobre todo para hablar con usted. Supongo que ya sabe que Garrett no empezó demasiado bien el año pasado. Y este año tampoco ha estado muy brillante en el pistoletazo de salida.
—A mí me parece que ha progresado mucho, que está poniéndose al nivel que toca. Es listo. Su participación en clase es mucho más activa, y este último semestre han mejorado las notas de sus trabajos y también de los exámenes.
—Ya lo sé. Y esa es la razón por la que quería hablar con usted. Su padre y yo habíamos estado valorando si lo sacábamos de la academia.
—Espero que no lo hagan. Garrett…
—Lo estuvimos valorando —lo interrumpió la señora Byers—. Trabajamos con él, lo amenazamos, lo sobornamos e intentamos ponerle un profesor particular. Nada. Teníamos la sensación de que estábamos tirando el dinero con sus estudios. Hasta hace unos meses. Fue como si se le encendiera una lucecita. Habla de libros. Estudia en serio. Se decepcionó mucho cuando sacó un notable en el último examen que les puso usted. Me quedé sin habla durante diez minutos cuando me dijo, un poco acalorado, que sacaría un sobresaliente en el siguiente examen.
—Podría hacerlo. Tiene las aptitudes.
—Siempre está hablando de usted. El doctor Maguire dice, el doctor Maguire piensa… Sus notas en las demás clases van mejorando… no de manera espectacular, pero mejoran. Gracias usted.
—Gracias a Garrett.
—Usted lo animó para que se sintiera capaz. Para que lo consiguiera. Nos ha dicho que quiere elegir el curso que da usted el año que viene sobre escritura creativa. Piensa que le gustaría ser escritor. —Se le humedecieron los ojos—. El año pasado aprobó por pelos y tuvimos una reunión con el tutor. Ahora habla de Shakespeare y dice que le gustaría ser escritor.
Parpadeó conteniendo las lágrimas mientras Carter, sin palabras, seguía de pie frente a ella.
—El doctor Maguire, según Garrett, es demasiado guay para ser un chalado. Yo quería que usted supiera, que haga lo que el chico haga, se dedique a lo que se dedique en un futuro, nunca lo olvidará. Y quería darle las gracias.
Carter entró en el estudio de Mac con una gran pizza y el paso ligero. Ella estaba sentada en el sofá y apoyaba los pies sobre la mesa de centro.
—Pizza —dijo él entrando en la cocina para dejarla sobre la mesa—. Sabía que tenías una sesión de fotos esta tarde y yo un maletín a rebosar de trabajos para corregir, por eso he pensando en comprar una pizza. Además, es una comida festiva. He tenido muy buen día.
Mac gruñó un poco y Carter se acercó a ella preocupado.
—¿Estás bien?
—Sí. Más o menos. Así que hay pizza… Tengo casi cuatro litros de helado en el estómago. Puede que el doble.
—Helado —repitió Carter sentándose encima de la mesita—. ¿Habéis hecho una fiesta?
—No. Quizá. Supongo que depende de lo que entiendas por fiesta. Cuéntame por qué te ha ido tan bien el día.
Carter se levantó de un salto para darle un beso y luego volvió a sentarse.
—Hola, Mackensie.
—Hola, Carter. Menuda sonrisa traes.
—Hoy he tenido uno de esos grandes momentos que, para mi, te regala la vida. Tengo un alumno. Todo un desafío. Es de esos que se sientan, desconectan algún mecanismo de su cabeza y deambulan por todas partes menos por el aula.
—Ah, sí. Yo tenía ese mecanismo. Era muy práctico, sobre todo durante las clases sobre la guerra de la Independencia o los aranceles. Los aranceles me desconectaban el pensamiento de manera automática. ¿Tu alumno, el de los retos, se ha portado bien hoy?
—Se ha portado bien. Hemos encontrado otro interruptor, el que enciende el interés y las ideas. Se ve en los ojos, igual que el que desconecta.
—¿Ah, sí?
—Garrett es de esa clase de alumnos que obliga a esforzarse a los profesores. Y cuando encontramos ese interruptor, es muy gratificante… Es el del notable del examen que corregí el día de San Valentín, o el día anterior. Pienso en ese día como en nuestro día de los Enamorados.
—Claro, ya me acuerdo. Bien por Garrett.
—Su madre ha venido a verme hoy. La mayoría de las veces, cuando vienen a verte los padres, no es para hacerte un cumplido. En cambio, esa mujer ha venido a traerme un saco entero de cumplidos. Me ha dado las gracias.
—Te ha dado las gracias. —Mac inclinó la cabeza, picada por la curiosidad—. ¿Eso es el saco entero de cumplidos?
—Sí. No solo se trata de transmitir datos y teorías, o de poner deberes y puntuarlos. Se trata de… encontrar el interruptor. Yo encontré el de Garrett, y ella vino a darme las gracias. Veo que sonríes de oreja a oreja.
—Has cambiado una vida. Te dedicas a cambiar vidas.
—Yo no diría tanto.
—Lo digo en serio. Yo documento esas cosas, o al menos en parte. Y eso es importante, tiene un valor. Tú las cambias, y eso es asombroso. Voy a traerte un trozo de pizza, pizza que no voy a poder compartir contigo —dijo Mac levantándose—. Me sale el helado por las orejas.
—¿Por qué has tomado cuatro litros, o puede que el doble?
—Oh… —Mac se encogió de hombros mientras él la seguía hacia la cocina—. Avaricia.
—Me contaste que te tiras de cabeza al helado en momentos de tortura emocional.
Mac fue a coger un plato.
—A veces olvido lo bien que escuchas. Digamos que no he tenido un buen día. O puede que sí —añadió considerando las cosas—. Depende del cristal con que se mire.
—Cuéntamelo.
—No es importante. Y tienes la pizza Garrett. ¿Quieres una copa de vino para acompañarla?
—Sólo si te tomas tú una mientras me lo explicas. Podemos pasarnos un buen rato dándole vueltas al asunto o puedes ahorrarte tiempo y contármelo directamente.
—Tienes razón. Dando vueltas al tema le doy demasiada importancia, más de la que merece. —Otra mala costumbre que habría que cambiar, pensó—. Mi madre se casa otra vez.
—Oh. —Carter observó su expresión mientras ella le servía el vino—. Y él no te gusta.
—No tengo ni idea. No lo conozco.
—Comprendo.
—No, no lo entiendes —lo interrumpió ella rozándole la mano—. No puedes entender que tu madre se case con alguien que tú no sabrías distinguir en una rueda de identificación. Dudo también que Eloisa lo conozca o que a Linda se le haya ocurrido que, como mínimo, nos lo tendría que presentar. En fin, la señora Elliot barra Meyers barra Barrington… Ostras, no sé cuál será el apellido a partir de ahora… Los miembros de la familia Elliot barra Meyers barra Barrington barra y el apellido que todavía no conocemos no cenan en familia. Por eso, conocer al marido de turno no es una prioridad.
—Siento que esto te afecte tanto.
—No sé si me afecta o no. Lo que no entiendo es por qué me sorprende. La última vez que vi a Linda fue cuando me llamó histérica a medianoche y cogí el coche en plena tormenta de nieve en la que no veía más allá de mis narices pensando que la habían violado, asaltado o yo qué sé.
—¿Qué? ¿Cuándo fue eso? —Carter le cogió la mano—. ¿La hirieron?
—Oh, fue… esa noche que teníais la reunión de padres en la academia; y no, no la hirieron. Sólo en el universo Linda. La encontré acurrucada en el suelo, «muriéndose» porque Ari, que es su nuevo prometido, tenía que tomar un avión a París por un asunto de negocios y no se la había llevado con él. Yo estaba a punto de llamar a la policía, a una ambulancia, y ella llorando a moco tendido por no haber ido a París. Di media vuelta y me marché. Merezco sacar nota, porque yo suelo arreglarlo calmándola, metiéndola en la cama y tragándome la rabia.
—¿Por qué no me habías dicho nada de todo esto?
—No lo sé. —Mac suspiró hondo y sacudió la cabeza—. De verdad que no lo sé. No era una escena madre-hija como para presumir de ella y supongo que intenté quitármelo de la cabeza. Me marché, y le dije que la próxima vez que me llamara no iría a verla. Le dije cosas muy duras y me marché.
—Era necesario que se las dijeras, y tenías que marcharte luego.
—Tienes razón, en las dos cosas. Hoy se presenta aquí con alas en los pies, vestida con sus nuevas pieles y un brillante gordo y cuadrado como una nevera, como si nada hubiera pasado. Qué me vas a contar a mí de encender y apagar interruptores… Me dice que se casa en junio. A Ari lo ha perdonado gracias a las pieles, al diamante y a que se le ha declarado. Ahora espera que nosotras le montemos la boda, cuando junio es como un desfile de novias en esta casa. Estamos al completo. Linda se pone como una moto. Y entonces decide atacar a Parker. Eso fue lo mejor. Parker le bajó los humos y le señaló la puerta. Luego vino lo del helado. —Mac tomó un sorbo de vino—. Tu día es mucho más bonito.
—Alguien tenía que decirle que lo tenéis todo lleno.
—No creas que se ha dado por enterada. Francamente, no creo que le haya entrado en la cabeza. Mi madre no ve nada más allá de sus propios caprichos. El resto no existe. La rabia, la sorpresa, incluso el dolor que siente cuando no consigue lo que se propone, son sinceros. Auténticos. Tiene la madurez emocional de la mosca de la fruta, cultivada por una madre que le consintió todos los caprichos y le hizo creer que era el centro del universo. Linda es el producto de todo esto.
—Eso no le da derecho a tratarte de esta manera.
—Sí se lo da. Puede hacer lo que le venga en gana. Soy yo la responsable de mis reacciones, y estoy trabajando en ello. Garrett y yo vamos mejorando. Linda no consiguió lo que quería.
—Ése no es el quid de la cuestión, sólo el resultado. Repetirá el ciclo. Volverá a herirte otra vez. Y cuando lo haga, se las tendrá que ver conmigo.
—Carter, no hace falta que cargues con este lío. Es un detalle muy bonito por tu parte, pero…
—No es un detalle. Se las verá conmigo.
Mac recordó que había encajado un puñetazo de un borracho colérico.
—Sé que sabes arreglártelas solo, pero se trata de mi madre y eso es algo que tengo que hacer yo.
—El ADN que compartís no la convierte en tu madre.
Mac guardó silencio.
—No —dijo finalmente—. En realidad, no.