18

Mac recogió el equipo que necesitaba para el ensayo y comprobó sus notas mientras Carter, sentado a la barra de la cocina, corregía ejercicios. Una pistola de clavos silbaba y explotaba en el piso de arriba.

—No es posible que te concentres con este follón.

—Doy clase a adolescentes. —Carter escribió en bolígrafo rojo unos comentarios al margen—. Puedo concentrarme durante una guerra termonuclear si es necesario.

Mac, curiosa, echó un vistazo por encima de su hombro mientras él ponía la nota.

—Ha sacado un notable. No está mal.

—Éste alumno ha mejorado muchísimo. Se ha superado. ¿Lista para marcharte?

—Todavía puedo quedarme un rato más. Siento haber olvidado decirte que tenía que trabajar esta noche.

—Ya me lo has dicho. No pasa nada.

—Una boda el día de San Valentín siempre da tono. Parker y yo tenemos que hacer acto de presencia en todos y cada uno de los pasos en el ensayo de esta noche. Y mañana también. —Mac se inclinó para darle un beso—. La gente de mi ramo suele trabajar el día de San Valentín.

—Entiendo.

—Te enviaré una tarjeta sensiblera y sentimentaloide por correo electrónico. Y te he comprado un regalo. Un gran paso para mí, porque es mi primer regalo de San Valentín. —Mac sacó un paquete fino del cajón de su escritorio—. Te lo daré ahora por si el ensayo nos lleva más tiempo de lo que planeamos y decides marcharte.

—Esperaré. Me has comprado un regalo. —Se quitó las gafas y las dejó sobre la barra—. Es el segundo regalo que me haces. El cardenal… —le recordó.

—Eso fue más bien un detalle. Esto es un regalo. Ábrelo.

Carter deshizo la cinta que lo envolvía y abrió la cubierta.

—Como gustéis.

—Me llamó la atención porque está manoseado y raído. Es como si lo hubieran leído dos millones de veces.

—Es cierto, y es perfecto. —Carter la tomó por el mentón para atraerla hacia sí—. Gracias. ¿Quieres que te dé el tuyo?

—Te responderé con un pseee.

Carter abrió su maletín y sacó un estuche pequeño envuelto en papel blanco y con una cinta roja de satén. Al ver el tamaño y la forma, Mac notó un vacío en el estómago y una opresión en la garganta.

—Carter.

—Eres mi pareja. Ábrelo.

Mac desenvolvió el estuche con el corazón en un puño. Conteniendo el aliento, lo abrió. Y cuando vio el destello de unos pendientes, dejó escapar un suspiro.

Eran unos pendientes de diamantes. Dos diminutos corazones colgaban de un tercero formando un elegante trío.

—Dios mío, Carter… son maravillosos. Son… qué pasada.

—No todo el mérito es mío. Sherry me ayudó a elegirlos.

—Son increíbles. Me encantan. Yo… —Se le trabó la lengua. Incapaz de pronunciar lo que tenía en el pensamiento, Mac lo asió por el cuello—. Gracias. Sin duda soy tu pareja. Oh, tengo que probármelos.

Se giró en redondo, se quitó las sencillas criollas que llevaba para ponerse los pendientes nuevos y se lanzó hacia el espejo que había en el extremo opuesto a su zona de trabajo.

—¡Oh, uau, cómo brillan! —Mac sacudió la cabeza para admirar el resplandor.

—Si te los pones ahora mismo es porque te gustan.

—Estaría loca si no me gustaran. ¿Qué tal se ven?

—Un poco apagados si los comparo con tus ojos, pero te quedan bien.

—Carter, me has dejado sin palabras. Nunca sé lo que… Espera. —Inspirada, Mac corrió a buscar el trípode—. Llegaré tarde, pero unos fabulosos pendientes en el día de San Valentín ponen en jaque mate a la puntualidad. Ni siquiera Parker me lo tendría en cuenta.

—¿Qué vas a hacer?

—Tardo dos minutos. Quédate aquí —le dijo Mac mientras sacaba la cámara de la bolsa.

—¿Quieres hacerme una foto? —Al ver que ella se organizaba, Carter cambió de posición en el taburete—. Siempre me siento incómodo en las fotos.

—Ya lo arreglaré. Recuerda que soy una profesional. —Le sonrió por encima de la cámara mientras fijaba ésta al trípode—. Estás monísimo.

—Ahora harás que me dé un ataque de timidez.

Mac fijó el ángulo y decidió el encuadre.

—La luz está bien, creo. Lo intentaremos. —Dándole al control remoto, se puso junto a él—. Feliz día de San Valentín. —Lo abrazó y le besó en los labios.

Se dejó llevar por el momento, dejó que él la atrajera hacia sí.

Captó el instante, y cuando se retiró para mirarlo a los ojos, plasmó un momento distinto.

—Y ahora… —murmuró ella volviéndose para que sus mejillas se tocaran— sonríe. —Accionó el control remoto, y luego otra vez, para asegurarse—. Ya está. —Se volvió hacia él y entrechocaron la nariz—. Tampoco ha estado tan mal.

—Quizá tendríamos que probar otra vez —sugirió Carter tomándola por la nuca—. Creo que he parpadeado.

—Tengo que irme —dijo Mac con una carcajada. Se deshizo de su abrazo, fue a comprobar las fotos y desmontó la cámara del trípode.

—¿No me dejas verlas?

—No hasta que haya terminado de retocarlas. Entonces podrás considerar, la foto, la segunda parte de tu regalo.

—Esperaba que eso vendría al terminar el trabajo.

—Vaya, doctor Maguire… —Mac volvió a enfundar su cámara—. De acuerdo, digamos que tu regalo constará de tres partes.

Carter se levantó para ayudarla a ponerse el abrigo. Mac aupó la bolsa del equipo.

—Ahora te tocará esperar.

—Eso se me da bien —dijo Carter abriéndole la puerta.

Eso parecía, pensó ella, y se marchó a paso ligero hacia la mansión.

—No se cómo salirme de ésta, pero alguna manera habrá.

—Mac. —Parker, en la suite de la novia, alzó una copa flauta a contraluz para ver si estaba manchada y la dejó encima de la mesa—. Solo es una cena.

—No. Sabes que no es verdad. Es una cena para conocer a sus padres. Una cena en familia, nada menos.

—Hace dos meses que sales con Carter. Ya era hora.

—¿Dónde está eso escrito? —preguntó Mac—. Quiero ver donde esta eso escrito en el libro de las normas. —Dejó caer las servilletas de un modo que arrancó un suspiro a Parker y luego las arregló con esmero—. Ya sabes lo que significa que un hombre te lleve a casa de su madre para que la conozcas.

—Sí. Significa que quiere que las dos mujeres que forman parte de su vida se conozcan, que quiere presumir de las dos.

—No quiero que presuman de mí. No soy un caniche. ¿Por qué no podemos seguir como estamos ahora? Él y yo.

—Porque a esto se le llama tener una relación. Búscalo en el diccionario.

Laurel entró con una bandeja de fruta y queso y pilló al vuelo la última frase.

—Si tienes que estar siempre poniéndote de culo, Mac, ¿por qué no le dijiste que no?

—¿Ves estos pendientes de diamantes? —Mac señaló los corazones colgantes—. Me cegó el destello. Fue muy listo él, porque, como quien no quiere la cosa, me lo pidió después de decirle que tenía una celebración esta tarde a primera hora, pero que podríamos quedar luego. Me tendió una trampa.

—Burra —sentenció Laurel.

—Ya lo sé. ¿Crees que no lo sé? Y aunque lo sepa, aunque sepa incluso que lo de burra me viene por la fobia que le tengo a mi madre, no por eso es menos real.

—No —coincidió Parker—. Pero podías haberle dicho esto mismo a él.

—Para él es importante. Lo vi, a pesar de que me lo propuso con mucha naturalidad. Carter se merece a alguien que quiera ir a esa cena en familia y conocer a su madre. Ojalá se hubiera pospuesto, o hubiera sido la semana pasada y todo hubiese terminado ya… pero la semana pasada estaban en España, según creo. No es que sea importante lo de la semana pasada, lo digo porque me habría gustado que hubiera sido la semana anterior.

—Sabemos de sobra cómo es, Mac —sentenció Laurel—. Porque todas hemos seguido el tema.

—Cada vez que creo que controlo la situación, que sé por dónde voy, aparece algo nuevo. Y sabéis de sobra que van a analizarme, que hablarán de mí.

—Personalmente, creo que es mejor pasar el mal trago de golpe —comentó Laurel retirándose para examinar la mesa—. Tirarse de cabeza en la gran piscina familiar. Más fácil y rápido que si entras poco a poco.

—En eso no te falta razón —afirmó Mac al cabo de un rato.

—A ti se te dan bien las personas —apuntó Parker—. Consigues que hablen de sí mismas, llegas a conocerlas. Eso es lo que tienes que hacer.

—Bien pensado. Mirándolo por el lado bueno, quizá está agradable boda íntima terminará convirtiéndose en una juerga de borrachos que durará toda la noche.

—El PDNA parece follonero —comentó Laurel.

Mac, animada, abrazó por detrás a sus amigas.

—Tendré pensamientos positivos. Más vale que bajemos a ayudar a Emma. Es hora de que empiece el espectáculo.

No hubo ninguna juerga de borrachos ni se le brindó escapatoria alguna. Mac agradeció haber estado tan acertada al quedar con Carter en casa de sus padres porque así podría conducir en soledad y disponer de tiempo para calmarse.

«Tirate a la piscina», se recordó. Era buena nadadora. En general. Siguió las indicaciones que Carter le había dado, señalizadas con todo detalle, y llegó al hermoso y tranquilo vecindario.

Encontró exactamente lo que se esperaba: una casa genuina, estilo Nueva Inglaterra, típica de la clase media-alta; la nieve derritiéndose sobre el extenso césped; unos árboles crecidos, con carácter; los arbustos bien podados y las verjas inmaculadas.

Digno, pero sin ser estirado. Acomodado, pero no ostentoso.

¿Qué diantre estaba haciendo allí?

Con el corazón en un puño, Mac aparcó a la izquierda del doble camino de entrada, tras el Volvo de Carter. «Cuántos coches…», pensó. Le pareció terrible ver tantos coches aparcados junto a aquella recia casa de dos plantas con un porche bien cómodo para sentarse.

Bajó la visera y se miró en el espejito por si tenía que retocarse el maquillaje. «¿Y si hay alguien mirando? Le pareceré ridícula y cursi. Caray, Mac, sobreponte».

Salió del automóvil y cogió del asiento de atrás un cesto de flores. Había considerado ese simple gesto una media docena de veces. Regalar a la anfitriona las flores sobrantes de una boda, ¿era un detalle de mal gusto?

La votación se había inclinado a favor de que el detalle era dulce y considerado, pero…

Ya era demasiado tarde.

Mac subió los peldaños del porche deseando fugazmente haber comprobado su maquillaje y llamó a la puerta.

Tardó unos cuantos segundos (porque no estaba preparada), pero sintió un amago de alivio al ver el rostro familiar de Sherry.

—¡Hola! ¡Qué pasada, son preciosas! Mamá alucinará. Bienvenida al manicomio de los Maguire. —Tiró de Mac para que entrara—. La Wii —aclaró Sherry gesticulando hacia el lugar de donde provenían los gritos—. ¿Conoces el juego? Se lo regalamos a papá por Navidad. Nick y Sam, que es mi cuñado, se enfrentan a los niños en un partido de béisbol. Espera, te aguanto esto mientras te quitas el abrigo. Casi todos están en el salón. ¡Oh, llevas los pendientes! ¿Verdad que son fabulosos? Dame el abrigo.

Sherry devolvió el cesto a Mac y se quedó con el abrigo. Mac, advirtiendo que todavía no había pronunciado ni una sola palabra, sonrió.

—Mamá se está agobiando con la cena. Está nerviosa. ¿Tú no? La primera vez que conocí a la familia de Nick yo estaba tan nerviosa que me escondí en el baño durante diez minutos. No se me ocurrió que Georgia, la madre de Nick, también estaría hecha un flan. Luego me contó que se había cambiado de vestido tres veces antes de que yo llegara. Eso me hizo sentir mejor. O sea, que mamá está nerviosa. Lo digo para que te tranquilices.

—Gracias. Me sirve.

Siguiendo a Sherry, Mac entrevió gente moviéndose en un espacio abierto y luminoso. Carter estaba riendo con un hombre muy apuesto con el pelo blanco y la barba recortada. De la cocina salía un aroma buenísimo a comida casera.

«Uno de esos momentos», acertó a pensar Mac. Un momento en familia. Nunca había vivido algo así, pero era capaz de reconocerlo cuando lo veía.

—Eh, hola a todas. Ha llegado Mac.

El movimiento se detuvo. Como una foto fija, pensó la joven, que acababa de convertirse en el centro de atención.

Carter fue el primero en moverse. Se alejó del mármol donde estaba apoyado y fue a saludarla.

—Has venido. —Le dio un beso por encima de los fragantes lirios de agua y de las rosas Bianca. Como ella asía el cesto con ambas manos, Carter le pasó un brazo por los hombros y se volvió—. Mamá, te presento a Mackensie.

La mujer que se le acercó desde los fogones tenía una expresión grave y unos ojos claros. Su sonrisa era educada, cálida, con un deje de reserva, según le pareció observar.

—Encantada de conocerte, finalmente.

—Gracias por haberme invitado, señora Maguire —dijo Mac ofreciéndole el cesto— son unas flores de la celebración de hoy. Emma, ya conoce a Emma, es quien hace los arreglos. Hemos pensado que le gustarían.

—Son impresionantes —dijo Pam inclinándose para olerlas—. Y deliciosas. Gracias. Sherry, ponlas en la mesita de centro, ¿quieres hacer el favor? Las disfrutaremos todos. ¿Te apetece una copa de vino?

—Me encantaría.

—Diane, sirve a Mac un poco de vino.

—Es mi hermana Diane —dijo Carter.

—Hola. ¿Cabernet o Pinot? Tomaremos pollo.

—Ah, Pinot, gracias.

—Mi padre, Michael Maguire. Papá…

—Bienvenida. —El padre de Carter estrechó con fuerza la mano de Mac—. Irlandesa, ¿verdad?

—Ah, una parte de mí lo es.

—Mi abuela tenía el pelo como tú. Luminoso como una puesta de sol. Así que eres fotógrafa.

—Sí. Gracias —dijo Mac cuando Diane le ofreció una copa de vino—. Mis socias y yo tenemos una empresa que organiza bodas y celebraciones. Bueno, eso ya lo sabe usted porque estamos preparando la boda de Sherry.

Michael esbozó una sonrisa burlona.

—Como padre de la novia, acabo de recibir las facturas.

—Oh, papá…

Michael guiñó un ojo a Mac mientras Sherry ponía cara de circunstancias.

—Enviamos una petaca con la última factura.

La carcajada que él soltó fue estentórea, franca.

—Me gusta tu chica, Carter.

—A mí también.

Cuando se sentaron a cenar, Mac ya se había hecho una composición de lugar. Mike Maguire era risueño, adoraba a los suyos y era adorado por su familia. A pesar de ser médico, era su esposa quien tomaba el pulso a los demás. En su opinión, funcionaban como un equipo, un equipo que parecía sólido. Pero en las cuestiones de importancia, era Pam quien dirigía la función.

Sherry era la pequeña, un torrente de energía y diversión, una mujer segura, afectuosa y enamorada. Su prometido se comportaba, y era tratado, como si fuera un hijo. Supuso que la adoración, que, sin duda, él sentía por Sherry, le había hecho ganar muchos puntos.

Diane, la mayor, era del tipo mujer mandona. La maternidad era su especialidad, y a los niños se les veía contentos, pero ella parecía algo insatisfecha. No era joven ni empezaba la vida como Sherry, pero tampoco se la veía complacida y cómoda como a su madre. Su marido era un hombre tranquilo que gastaba buen humor con los niños. Mac tuvo la sensación de que su temperamento calmado a menudo la desquiciaba.

Comprendió las relaciones que existían entre ellos, sus personalidades, la manera en que estas creaban y recreaban imágenes distintas. Aquélla era la viva estampa de la tradición, la conversación de los domingos cenando en familia, fragmentos de sus vidas que se intercambiaban alrededor del puré de patatas.

Ella era el factor X. El elemento externo que, al menos por el momento, distorsionaba la imagen.

—Durante los fines de semana debe de ser cuando tienes más trabajo —comento Pam.

—Casi siempre. También hay muchas celebraciones entre semana, por la noche.

—Y entre semana también hay mucho trabajo —apuntó Carter—. Mac lo planifica todo. No es sólo ir por ahí con la cámara, sino lo que viene después. He visto un par de paquetes, que son los álbumes que hace Mackensie. Una obra de arte.

—Ahora todo es digital —comentó Diane, encogiéndose de hombros, mientras pinchaba un trozo de pollo.

—Básicamente. Aunque de vez en cuando todavía uso película. La cena esta buenísima, señora Elliot. Le debe de gustar mucho cocinar.

—Me encanta elaborar y presentar una gran comida. Y llámame Pam. Y también me gusta la idea de que cuatro mujeres, cuatro amigas, funden y lleven una empresa juntas. Gestionar tu propia empresa implica mucho aguante, mucha dedicación, por no hablar de la creatividad que hay que echarle…

—Es un negocio tan alegre… —intervino Sherry—. Es como estar siempre de fiesta. Flores, vestidos preciosos, música, champán…

—Las bodas cada vez se complican más. Tiempo, nervios y mucho gasto para un solo día. —Diane alzó un hombro torciendo el gesto—. A la gente le preocupa más sentar a los invitados o elegir el color de una cinta que lo que representa el matrimonio. Y los que se casan terminan tan cansados y estresados por estas cosas que el recuerdo de ese día acaba siendo confuso.

—Tu disfrutaste de tu día, Di —protestó Sherry con la mirada a encendida—. Ahora me toca a mí disfrutar.

—Lo único que digo es que cuando llegué al altar, estaba tan agotada que casi no recuerdo cómo dije «Sí quiero».

—Pues lo dijiste —comentó su marido sonriéndole—. Y fue muy bonito.

—Aunque fuera así…

—Tienes toda la razón —la interrumpió Mac—. Puede ser agotador, y en este sentido el día más intenso e importante de un vida puede convertirse en todo lo contrario, incluso en algo aburrido. Nosotras estamos ahí para evitarlo. Créeme, si hubieras contado con mis socias cuando planeabas tu boda, ese día no te habría quedado borroso.

—No quiero criticar lo que hacéis, de verdad. Sólo digo, que si los que tienen que celebrar algo así, no se sintieran obligados a hacer un montaje tan exagerado, en fin… no necesitarían empresas como la vuestra, que se encargara de todo.

—Es posible —dijo Mac alegremente—. De todos modos, aunque la novia se agobie y se preocupe, puede dejarnos a nosotras los detalles. Todos los que le apetezcan. Ella… lo siento Nick —añadió Mac con una sonrisa—, ella es el centro de atención ese día, y para nosotras incluso desde unos meses antes, cuando empezamos a ocuparnos. Es nuestro trabajo.

—Estoy segura de que sois muy buenas. De hecho, esto es lo que he oído, tanto de vosotras como de vuestra empresa. Lo que pasa es que yo soy de las que piensan que menos es más.

—Todo es cuestión de gustos y de personalizar, ¿no? —Dijo Pam cogiendo la cesta de los panecillos—. ¿Quieres más pan?

—Yo no quiero algo tan simple. Quiero divertirme.

—Eso nos quedó muy claro. —Mac dedicó una fugaz sonrisa a Sherry—. De todos modos, lo de menos es más, siempre depende de los gustos y de como lo personalicemos. Lo simple también implica cuidar el detalle. Hoy hemos celebrado una boda pequeña, simple. A última hora de la mañana. La hermana de la novia era la única dama. La novia llevaba un ramo pequeño, atado a mano, y unas flores en el pelo en lugar de velo. Luego, almuerzo con champán y un trío de jazz para bailar. Ha sido precioso. Ella estaba radiante. Y calculo que Votos ha dedicado unas ciento cincuenta horas a asegurarse de que todo fuera perfecto para ella. Estoy segura de que recordara cada minuto de este día.

Cuando terminó la velada, fueron a casa de Carter. Él esperó a estar dentro para abrazarla.

—Gracias. Imagino que debes de tener los nervios destrozados después de conocer a la tropa… y que te sometan al tercer grado.

—¿Cómo te lo diría? Bufff. ¿Crees que he superado el casting?

—Por supuesto.

Mac se agachó para acariciar al gato, que había ido a saludarlos.

—Tienes una familia muy agradable. Ya me lo figuraba. Os queréis. Y eso se ve.

—Sí nos queremos. No sé si pedirte disculpas en nombre de Diane. Le gusta volverlo todo del revés para encontrar defectos.

—No. La entiendo, porque yo suelo hacer lo mismo. Sólo que lo interiorizo más. Me han gustado todos, incluso ella. Son tan normales… Envidio la familia que tienes.

—Compártela conmigo. Ojalá pudiera decirte eso sin que pusieras esa mirada.

—Yo también. Es un defecto incorregible, no es culpa tuya.

—No me jodas.

Mac se quedó boquiabierta. Él pocas veces decía tacos.

—Es…

—Tú no tienes ningún defecto incorregible. Lo que te pasa, es que tienes muy arraigada la costumbre, de que el matrimonio, para ti, sólo puede contemplarse desde un único ángulo. Y lo que ves desde allí es el fracaso.

—Puede que tengas razón, seguro. Pero ese ángulo lo he cambiado mucho más por ti, contigo, que con cualquier otro. No sé si seré capaz de seguir así.

—No voy presionarte, pero tampoco te mentiré, diciéndote que no lo he pensado, que no he imaginado que podemos inventar una vida juntos. Me resulta difícil mirar en mi interior y saber, sin dudarlo, que esto es lo que quiero. Y mirarte a ti y saber que te equivocas pensando que no puedes tenerlo.

—No quiero hacerte daño. No se si puedes entender que eso, me aterra más, que el hecho de que seas tú quien pueda hacerme daño.

—No hace falta que me protejas. —Carter tocó los pendientes de diamantes que Mac llevaba puestos—. Cuando te los regale, pensaste que quizá había un anillo de compromiso en el estuche. Te quedaste de piedra.

—Carter…

—Me pregunto qué habrías dicho si hubieras visto un anillo. No quiero que me lo digas ahora. Es una pregunta retórica. Ahora bien, voy a hacerte una promesa para que te tranquilices. Ni anillos ni proposiciones, hasta que tú me lo pidas.

—Eres demasiado bueno para mí.

—Me obligas a repetirme. No me jodas.

—Lo digo de verdad. Y piensa que tengo una buena opinión de mí misma. Lo que yo tendría que hacer, Carter, es ponerme de rodillas y pedirte que te quedes conmigo. Pero no me salen las palabras. Las tengo aquí. Clavadas aquí dentro. —Mac se tocó el pecho con un puño—. Y cada vez que esto se suelta, aunque solo sea un poco, de repente algo pasa y se me vuelve a quedar todo aquí metido. Eres más de lo que merezco.

—No me hagas esto —protestó Carter asiéndola por los hombros—. No me apartes de tu vida. No me pongas donde no quiero estar.

—No sé qué te habría dicho si hubiera habido un anillo en ese estuche. Y eso me asusta. No lo sé, y no consigo ver si mis palabras habrían sido las más adecuadas para los dos. Yo tengo que ver las cosas. Sé que el ángulo no es el correcto. Es más, el objetivo es defectuoso, y lo sé. —Mac se apartó un poco de él—. Esto es lo que quiero cambiar, porque para mí es lo primero.

—Por algo se empieza. Me conformo por ahora.

—No deberías conformarte. Esto es asunto mío.

—No me digas lo que tengo que hacer ni a quién tengo que amar. Te he elegido a ti. Mañana te elegiré a ti y dentro de cincuenta años, también.

—Nunca he sido elegida. No me ha elegido nunca nadie.

Carter se acercó más a ella.

—Ya te acostumbrarás —le dijo tomándola por el mentón y besándola.

—¿Por qué? ¿Por qué soy la elegida?

—Porque mi vida se inundó de colores cuando tu entraste en ella.

Mac lo abrazó con fuerza y se apoyó en su hombro, embargada de emoción.

—Si me lo hubieras pedido, no habría podido decirte que no.

—Con eso no basta, no nos basta a ninguno de los dos. Cuando te lo pida, tienes que querer decir que sí.