Lo besó en la escalera y notó que ese era el perfecto colofón a larga jornada.
—No me extraña que nos atraigamos —comentó Mac acurrucándose unos segundos en él antes de tomarlo de la mano y seguir subiendo—. Los dos llevamos el gen de la memez. Seguro que es como una feromona.
—Eso tu. Yo prefiero creer que eso nos pasa porque somos considerados y bienintencionados por naturaleza.
—Sí. Unos memos —sentenció Mac riéndose. De repente, se detuvo sobresaltada al ver que él se había quedado atónito, estupefacto—. ¿Qué? ¿Qué pasa…? Ostras. Ostras, ostras…
Mac y Carter se quedaron contemplando lo que habría quedado de su dormitorio tras el paso de un tornado.
—Lo había olvidado. Olvidé contarte que en realidad soy una espía internacional, una agente doble. Mi archienemiga ha irrumpido en mi habitación buscando el código secreto. La batalla ha sido terrible.
—Me gustaría creerlo.
—Es Zen.
—¿Tu archienemiga?
—No, no. El objetivo final. Mira, quédate abajo hasta que termine de poner todo esto en su sitio. No tardaré mucho.
—Es como una tienda de ropa —comentó Carter asombrado—. Una boutique.
—Sí, para chaladas temporales —remató ella cogiendo un montón de ropa—. En serio, dame diez minutos. No es tan grave como parece.
—Aplaudo tu optimismo. Mackensie, siento que lo que ha pasado te haya afectado tanto.
—¿Por qué piensas que…?
—Tengo dos hermanas y una madre. Reconozco los síntomas de un furioso arrebato de limpieza.
—Oh. —Mac dejó la ropa sobre el sofá—. Olvidé que la estructura básica te resulta familiar.
—Te ayudaré a ponerlo todo en su sitio. Donde quepa. Ya que formo parte del problema.
—No. Sí. Quiero decir que sí que eras parte del problema. La punta del iceberg. Pero bajo la superficie había un mogollón… lo que faltaba del iceberg. Grande como el del Titanic. Desde la mortificante visita de mi madre hasta lo de Corrinda…
—¿De verdad vas a seguir llamándola así?
—Sí. En fin, eso ya lo sabes, pero lo que desencadena la tragedia, lo que fuerza al dedo a apretar el gatillo, vuelve a ser Linda. —Se acercó a la cama y se llevó una nueva tanda de ropa—. No me devolvió el coche. No quería hacerlo porque eso habría significado tener que regresar, cuando se lo estaba pasando tan bien en Nueva York; por eso no contestaba al teléfono.
Mac se giró después de haber colgado su ropa y descubrió que él la seguía con otro montón.
—Gracias. Además se despistó y no me dejó las llaves del suyo. Yo no habría podido usar su coche ni aunque hubiera querido. Ayer por la mañana estaba a punto de asesinar a alguien, pero entonces tuve una charla muy reconfortante con Laurel; ella es de las que no pasan ni una, cosa que admiro profundamente. Y entonces llamé a la grúa para que se llevara el coche de mi madre a un taller, el de un mecánico que conocemos.
—Brillante. Las justas consecuencias de un comportamiento inadecuado.
—Típico comentario del doctor Maguire. Justas, puede, pero es una faena, porque como Del conoce al mecánico, pactaron que ese hombre cobraría a Linda por la grúa y el depósito.
—Y supongo, ya que tu coche esta aquí delante, que ella terminó por devolvértelo. Menudo ataque de rabia debió de tener al ver que la grúa se había llevado el suyo.
—Te ahorraré lo que sigue. Fue horrible. Espantoso. Y aprendí que aunque no des tu brazo a torcer, aunque hagas lo correcto, sufres. Es como si te dieran un puñetazo en la cara —describió Mac con una tímida sonrisa—. Omitiré los detalles, pero todo acabó llamando yo a un taxi, echándola de casa y dando vuelta a la llave.
—Bien hecho. Antes de volver a ponerse a maquinar, se lo pensará dos veces.
—¿Ves como eres un optimista? Está clarísimo. Ella nunca se para a pensar nada, Carter. Me la jugará mil veces más antes de que esto acabe. Y me tocará a mí actuar. Tendré que actuar y dejar que me atice en plena cara sin ceder ni un palmo.
—Pero lo harás.
—No me queda otro remedio. En fin, decidí que el disgusto se me pasaría ordenando cosas. Y he montado un follón de aquí te espero, porque mi objetivo era despejar el espacio y reestructurarlo. Algo muy simbólico para sacudirme de encima las viejas costumbres, mi mentalidad… Por lo tanto… —Mac se calló de golpe cuando, cargada de ropa, se giró y vio su imagen reflejada en el espejo—. Oh, no… Parece que me haya fugado de un manicomio para casos terminales. ¿No podrías haberme dicho que llevo el pelo como el lomo erizado de un gato?
—Me gusta tu pelo.
Mac se pasó los dedos por el cabello.
—Es otra de las cosas que me irritan. La noche que fui a tu casa estaba guapísima. Las chicas de MAC conocen bien su oficio. Además había ido a La Perla y llevaba el conjunto puesto. Mi tarjeta de crédito echaba humo, pero ahora que hemos pillado el contrato con los Seaman, se recuperará la mar de bien. De todos modos…
—¿Os han dado el trabajo? —Carter la cogió en volandas—. Es… joder, ¡qué suerte!
—Has reaccionado como esperaba.
—Compré una botella de champán para celebrarlo juntos cuando consiguierais el contrato, pero no la he traído.
—¿Compraste champán para celebrarlo conmigo? —Mac pensó que sus pupilas debían de tener forma de corazón de tanto mirarlo—. Eres el hombre más dulce del mundo.
—Lo celebraremos mañana.
—Mañana por la noche tengo una ceremonia.
—Pues a la primera ocasión que se presente. Felicidades. Es brutal.
—Brutal y bestial, valga la repetición. Será la ceremonia del año y vamos a tener que poner a prueba nuestra experiencia, tendremos que ir al límite si queremos superarnos.
—Debes de estar… ¿Qué es La Perla?
Poco a poco, la sonrisa de Mac fue haciéndose más amplia.
—Ah, o sea, que con dos hermanas y una madre, todavía no sabes todo lo que hay que saber sobre el sexo femenino. Tienes mucho que aprender, profesor. Ve abajo.
—No quiero —protestó Carter mordisqueándole los labios—. Te he echado de menos. Tu cara, tocarte… Mira, ha quedado un hueco en la cama. Parece que hay bastante sitio.
—Abajo he dicho. —Mac le clavó un dedo en el pecho para que retrocediera—. Te diré cuando puedes subir. Ya me darás las gracias luego.
—Puedo darte las gracias ahora y…
—Largo. —Y le dio un empujón.
Carter estuvo paseando por el estudio. Examinó las fotografías de Mac y hojeó revistas de novias. Se preguntó cuál sería la palabra para definir lo que le pasaba por dentro, la intensa alegría que sentía, y los ataques de impaciencia. Mackensie estaba arriba, y eso era fantástico. Mackensie estaba arriba y él no. Y eso lo estaba volviendo loco.
Se acercó a la puerta para comprobar que estuviera cerrada y se preguntó si debería llevarse el vino arriba. No le apetecía, pero a ella…
—¿Por qué no subes?
«Ya era hora», pensó él dejando el vino donde estaba.
Adivinó, por las sombras y la parpadeante luz que se proyectaban desde el dormitorio, que Mac había encendido unas velas. Notó un suave perfume en el ambiente, cautivador. Comprendió que debería haber subido el vino.
Cuando entró, se le paró el corazón.
Entre las parpadeantes sombras, bajo una luz dorada, en ese perfumado ambiente, Mac estaba echada sobre la cama, acodada de costado hacia él. Se había hecho algo en el pelo, lo tenía más liso, y se había sombreado ojos y labios de un modo exótico. Por su largo y hermoso cuerpo le caían unos diminutos flecos y volantes de encaje negro.
—Esto —dijo ella pasándose la mano por el costado— es La Perla.
—Oh. Gracias.
Mac le hizo señas con el índice.
—¿Por qué no vienes y así lo verás mejor?
Carter se acercó a ella.
—Me has dejado sin respiración. —Se sentó sobre la cama y le acarició el costado deslizando el dedo entre sus curvas—. ¿Llevabas esto puesto la otra noche?
—Ajá.
—Si lo hubiera sabido, nunca habrías llegado al coche.
—¿De verdad? ¿Por qué no me demuestras lo que habrías hecho si lo hubieras sabido?
Carter se inclinó sobre ella y, en un fulgurante instante, le rozó los labios con la boca. Luego la devoró. Una necesidad refleja, una urgencia salvaje y perversa lo espoleó, fustigándolo a ir deprisa. Sofocó la ahogada exclamación de Mac reclamando.
La excitación, el deseo y el amor lo devastaron, preso por la urgente necesidad de sentir su boca en la suya, su cuerpo debajo. El sabor de esa mujer, su primer aroma, le hizo bullir la sangre.
La conquistaba con la boca, la saqueaba con las manos.
El cuerpo de Mac le explosionó debajo, arqueándose y contorsionándose. Ella agarró y tiró de su camisa, arañándole la piel con las prisas; se la quitó y la lanzó por los aires. Rodó con él. Su respiración se volvió quejumbrosa. Rodaban pegados el uno otro, buscándose. Buscaban el placer más hondo y oscuro, el que deja resbaladiza la piel y dispara el corazón.
Tacto, sabor, posesión.
Ser deseada, necesitada de esta manera y desear y necesitar al otro. Parecía imposible. Era como si la quemaran viva, como si notara, como si fuera consciente del momento en que el fuego prendía en cada centímetro de su cuerpo. Mientras, él se consumía.
Balanceándose, Carter se colocó encima de ella, la levantó por las caderas y la penetró. Mac, ahogando un grito, se quedó sin resuello.
Atónita, desorientada e indefensa, se debatía para aferrarse, y se agarró a las sábanas enredadas como lo habría hecho a una cuerda de salvamento. Carter le asió las manos y forcejeó con ella hasta levantarle los brazos por encima de la cabeza. La penetró una vez y otra, y otra más. Con un ritmo primigenio y duro que los impelió al límite y les hizo traspasarlo.
Cuando Carter se derrumbó encima de ella, sus manos seguían unidas. La luz de las velas parpadeaba sobre los dos cuerpos mojados, entrelazados. Él volvió la cabeza y le dio un beso con una ternura exquisita.
Mac se quedo inmóvil, sumida en sus fantasías.
—He estado un poco brusco —murmuró él—. ¿Te he…?
—¿Sabes que? —lo interrumpió Mac sonriendo en la cimbreante oscuridad—. Voy a volver a Nordstrom. Compraré todas las existencias que tengan de La Perla. Todo lo que sea de mi talla, me lo quedaré. No voy a ponerme otra cosa.
—Cuando salgas, ve a comprarme vitaminas. Un buen complejo vitamínico y minerales.
Mac estalló en carcajadas. Ambos se acostaron de lado hasta quedar de frente.
—Tienes unos ojos tan serenos que nadie diría que te portas como un animal en la cama.
—Es tu cuerpo el que me obliga. ¿Tienes frío?
—Ahora no; puede que nunca más vuelva a tener frío. ¿Puedes quedarte?
—Sí.
—Te debo unos huevos revueltos.
Emmaline, en jarras, se plantó en medio del desastre que se había convertido el dormitorio de Mac.
—No tenía ni idea, ni la más remota idea, de que Carter y tú fuerais unos acróbatas del sexo.
—Lo somos, pero esto tengo que resolverlo sola.
—La pregunta es: ¿por qué?
—Me estoy organizando.
—En este mundo, organizarse normalmente significa poner las cosas en su sitio.
—Eso vendrá luego. ¿Quieres este bolso de mano? Nunca lo utilizo.
—Emma se acerco a un montón de ropa y accesorios y revolvió en él hasta coger la cartera marrón.
—Éste color parece caca seca. A lo mejor no lo llevas nunca porque es horroroso.
—Es verdad. No se en que estaría pensando ese día. Ponlo con lo que voy a dar. En esa pila —añadió Mac con un gesto.
Emma tiró el bolso al montón que le indicaba su amiga.
—Veo que te deshaces de estos zapatos.
Mac echó un vistazo al par de zapatos de puntera abierta y color lima, con un tacón vertiginoso, que Emma estaba examinando.
—Me destrozan los pies. Me salen ampollas cada vez que me los pongo.
—Son unos zapatos fabulosos.
—Ya lo se, pero no me los pongo nunca por lo de las ampollas. —Mac negó con la cabeza cuando vio el brillo de los ojos de Emma—. No son de tu talla.
—Ya lo se, pero es que no es justo que Laurel y Parker tengan el mismo número y tu y yo seamos la excepción. Es una injusticia. —Sin soltar el zapato, Emma giró sobre si misma—. ¿Cómo podéis practicar el sexo tu y Carter metidos aquí dentro?
—Nos las arreglamos. Casi siempre voy a su casa. Sobre todo últimamente, porque cuando ve el panorama, quiere ayudarme. Y no puedes meter a un hombre a organizar un armario y un vestidor. Ha empezado a contar mis zapatos.
—Nunca entienden lo de los zapatos.
—Por cierto, ponlos con lo que me quedo en aquel otro montón. Son demasiado bonitos para tirarlos. Me los pondré cuando tenga que estar sentada.
—Muy buena idea.
—¿Lo ves? Él nunca entendería algo así. Y frunciría el ceño, como cuando se pone a pensar.
—Y aparte de que frunce el ceño cuando se pone a pensar, ¿cómo te van las cosas con Carter?
—Nos va muy bien. Es casi perfecto. No entiendo porque se me cruzaron los cables y me puse a desbarrar. ¿Y esta blusa? Tengo varias iguales y quiero sacarme alguna de encima. ¿Cuál doy?
Emma examinó dos blusas negras bastante exageradas.
—Son negras. No hay límite para las blusas negras. Son prendas básicas que siempre hay que tener en un armario.
—¿Lo ves? Por eso te he pedido que vinieras.
—Creo que a quien necesitas es a Parker, Mac. Me has dicho que empezaste el martes. El martes pasado.
—Parker no puede entrar aquí. Echaría un vistazo y su sistema nervioso se colapsaría. Tardaría meses en salir del coma. Jamás le haría una cosa así. Además he encargado material: cajas para los zapatos, colgadores y esa cosa que lleva unos ganchos para colgar bolsos o cinturones, creo. Miré elementos para compartir armarios pero me hice un lío. Por otro lado, he decidido que me deshago de un veinticinco por ciento. Pensaba deshacerme del cincuenta, pero eso fue antes de que recuperar el juicio.
—Llevas casi una semana con esto.
—No he podido dedicarle mucho tiempo, entre el trabajo y Carter. Además, es curioso, pero me cuesta subir aquí. Ahora bien, esta noche voy a hacer un intensivo.
—¿No vas a ver a Carter?
—Hoy tiene una reunión de padres en la academia. Y tampoco nos vemos todas las noches.
—Ya. Sólo las que terminan con S y con O. Estás feliz. Éste hombre te hace feliz.
—Es verdad. Pero hay algo que…
—Ay.
—No, es una tontería. Me ha preguntado si quiero dejar algunas cosas en su casa.
—¿Cómo un poco de ropa y un cepillo de dientes? Mac.
—Ya lo sé. Lo sé, lo sé. Es lógico, y todo un detalle por su parte. Pero me entraron ganas de cruzarme y ponerme como una moto. No lo hice, pero tuve ganas. Me refiero a que… mira mis cosas. Tengo tantas… Si empiezo a mezclar mis prendas con las suyas ¿cómo sabré donde las he dejado? ¿Y si dejo algo en su casa y luego llego aquí y lo necesito?
—Supongo que ya sabes que vas buscando los defectos, los obstáculos, los inconvenientes… Lo sabes, ¿verdad?
—Buscar los defectos no quiere decir que no existan. Me estoy acostumbrando a estar con él, como pareja oficial, y ahora me deja espacio en su armario. Cuando lo que estoy intentando es apañármelas con el mío.
—Y estas haciendo un trabajo fabuloso.
Mac observó los diversos montones.
—Un trabajo que va progresando.
—Tú también. Y tu relación con Carter. Las relaciones siempre progresan.
—Ya sé que tienes razón. Es que… quiero que todo cuadre. —Mac resopló mientras examinaba las pilas—. Quiero organizar mi vida y sentir que la controlo. Tener claridad de ideas. Quiero saber qué voy a hacer con ella, como me pasa en el trabajo.
—¿Lo amas?
—¿Cómo se puede saber una cosa así? Por mucho que me lo pregunte, la respuesta siempre es sí. Sí, lo amo. Pero la gente se enamora y se desenamora continuamente. El enamoramiento es terrible, excitante, pero el desamor es espantoso. Ahora todo va muy bien, y me gustaría que siguiera así.
—¿Sabes cuánto me gustaría a mí enamorarme de un hombre que me amara?
—No te veo eligiendo el ramo de novia.
—Te equivocas de plano. Si tuviera lo que tú tienes ahora, no estaría de pie, en medio de este follón, intentando organizar mi vida. Estaría deseando inventarme una nueva vida. Si tú… —Emma se interrumpió cuando oyó que la puerta principal se cerraba de golpe.
—¿Mac? ¿Estás en casa?
—¿Qué está haciendo aquí Jack? —quiso saber Emma.
—Ah, lo olvidé. ¡Arriba! —gritó Mac—. Parker me ha comentado que tenía que hablar con él y le he pedido que le dijera que se acercase al estudio. Ya que ando perdida entre compartimientos de armario, ¿por qué no consultar con un arquitecto?
—¿Quieres que un arquitecto, que un hombre, que Jack te organice el armario?
—No, quiero que me haga entender, qué necesito para organizarlo yo.
Emma miró a Mac con reticencia.
—Acabas de pisar el terreno de Parker.
—Es posible, pero ¿has visto su armario? Es como los que salen en las revistas. Debe de ser como el de la reina de Inglaterra, pero sin los sombreros estrafalarios. ¡Jack! Justo la persona que quería ver.
Jack se quedó en el umbral, alto, con sus tejanos, su camisa de trabajo y sus botas… Muy masculino.
—No quiero entrar. No hay que tocar nada en la escena de un crimen.
—El único crimen que veo es éste. —Mac señaló su armario—. Un armario vacío con una estúpida barra y un estante. Tienes que ayudarme.
—Te dije que necesitábamos diseñar el armario cuando reformamos el espacio.
—Entonces tenía prisa. Ahora no. Necesito al menos dos barras, y a la derecha… otra más baja. Y más estantes. Quizás unos cajones.
Jack miró alrededor.
—Vas a necesitar una nave más grande.
—Estoy liquidando mis cosas. No te metas conmigo.
Jack entró en el dormitorio y metió los pulgares en las trabillas del pantalón.
—Espacioso.
—Sí y eso es parte del problema. Me he sentido obligada a llenar el espacio. Tú podrías mejorarlo.
—Claro que puedo. Podrías mejorarlo sólo con un poco de material de la ferretería.
—Fui a mirar, pero quiero algo más… Más.
—Yo lo chaparía de cedro, ya puestos. Hay espacio suficiente para hacer unos módulos empotrados, Pasar una barra corta al lado y quizá poner unas cajoneras allí. No lo sé. Lo pensaré. Conozco a alguien que podría encargarse de las obras.
Mac esbozó una sonrisa.
—¿Lo ves? Sabía que me dirías como hacerlo.
—De volver a meter tus cosas dentro, te ocupas tú.
—Eso no hay ni que hablarlo. Ya que estas aquí…
—¿Quieres que te diseñe el armario escobero?
—No, pero gracias. Quiero el punto de vista de un hombre.
—En eso puedo ayudarte.
—¿Qué significa cuando le dices a una mujer que deje unas cuantas cosas en tu casa?
—¿Cuándo me di el trompazo?
—Típico —musitó Emma.
—Oye, ha sido ella quien ha preguntado.
—Tienes una relación monógama con una mujer. Una relación íntima —le explicó Mac.
—Y ahora ella quiere dejar sus extraños productos femeninos en el baño. Luego necesitará un cajón, y antes de que te des cuenta, comprará cuadrantes para la cama y tu cerveza tendrá que hacer espacio en la nevera a sus refrescos sin azúcar y al yogur desnatado. Y al final, hala, de visita a los anticuarios en lugar de ver el partido el domingo por la tarde.
—¿Eso es lo que se te ocurre? —intervino Emma—. Claro, ella puede revolcarse en la cama hasta rasgar las sábanas, pero, caray, no puede dejar el cepillo de dientes en tu baño, eso no. Ni ocupar unos centímetros de un cajón. Qué invasivo, qué exageración. ¿Por qué no le dejas el dinero en el tocador y llamamos a las cosas por su nombre?
—Uau. Eso no es lo que yo…
—¿Por qué tiene ella que sentirse cómoda? ¿Por qué tiene que esperar que le hagas espacio en tu vida para sus necesidades? Dios nos libre de que ella te quite tu precioso tiempo, tu sagrado espacio. Es patético. Los dos sois patéticos. —Y salió como una exhalación.
Jack se quedó con la mirada clavada en la puerta.
—¿Pero qué ha pasado? ¿Por qué se ha cabreado tanto conmigo?
—Es por mí. Todo ha empezado por mí.
—La próxima vez, avísame, que me saldré del campo de tiro. ¿Sale con alguien que… le esté dando problemas?
—No. No sale con nadie en especial. Yo sí, y eso la irrita porque cree que no lo valoro, que no valoro a Carter. Se equivoca. Sí lo valoro. Pero tiene razón cuando dice que mi línea de pensamiento es una espiral que va en pendiente, como tú acabas de decir. Y en el fondo, tiene razón. Es patético.
—No tienes por qué estar en una espiral en pendiente. A lo mejor te apetecen el yogur o las antigüedades. Depende.
—¿De qué?
—De la persona que deja sus cosas en tu cajón. ¿Tienes una cerveza?
—Sí.
—Tomemos una cerveza y te haré unos dibujos. Si quieres, diré al tío que conozco que venga a tomar medidas para echar esto abajo.
—Eso sí merece una cerveza.
—Vaya, vaya… Tú y Carter Maguire.
—Carter Maguire y yo —afirmó Mac mientras bajaban por la escalera—. ¿Es raro?
—¿Por qué va a ser raro?
—No lo sé. Como nos conocimos en el instituto cuando yo pasaba por mi fase artística de espíritu libre y él era un intelectualoide. Además, Carter daba clases a Del cuando a mí me dio el flechazo típico.
—¿Tuviste un flechazo por Del?
—El típico flechazo que dura cinco minutos —aclaró Mac mientras sacaba unas cervezas—. De hecho, creo que solo duró tres. Emma llegó a los cinco.
—Emma también… Mmm.
—Y por eso no me fijé en él. En Carter, quiero decir. Me dije: «Mira ese es el listo». Luego rebobinas hacia delante, llegas al presente y dices: «¡Ah, mira, es el mismo tipo!». Qué gracia…
—Te sienta bien.
—Me sienta fenomenal, casi siempre. —Mac le ofreció la cerveza y entrechocó su lata con la de él—. Cuando no me aterra. Nunca me había enamorado. Me había enamoriscado, encaprichado… pero el amor está a otro nivel, es algo bueno y terrible a la vez. Ésta noche tiene una reunión en la escuela, que es otra cosa extraña y curiosa. Imagínate enamorarme yo de un profesor, de un doctor en humanidades. Precisamente yo, la única de todos nosotros que no fue a la universidad. Hice cursos en escuelas de fotografía, de negocios, pero no viví toda esa historia del colegio mayor, el campus, etcétera. Y me enredo con un tío que corrige exámenes de final de curso, pone deberes y modera debates sobre Shakespeare.
»Tú habrías sido una elección más lógica, ahora que lo pienso.
—¿Yo? —se extrañó Jack—. ¿Me habrías elegido a mí?
—Que no cunda el pánico. Sólo digo que tú habrías sido una elección más lógica. Los dos pensamos con imágenes, con conceptos. Necesitamos visualizar para crear. Los dos tenemos nuestra propia empresa y trabajamos con clientes. Somos de padres separados y tenemos hermanastros, aunque los tuyos son un encanto. Compartimos el mismo círculo de amistades íntimas y tenemos fobia al compromiso. Además, nos gusta tomar una cervecita de vez en cuando.
»Y nuestros nombres riman.
—Tienes razón. Acostémonos.
Mac estalló en carcajadas.
—Perdimos ese tren.
—Supongo que sí.
Mac, divertida por la situación, volvió la lata del revés.
—Nunca diste el paso.
—Si lo hubiera dado, Del me habría atizado con una pala en la cabeza hasta matarme. No quiere que nadie se meta con sus chicas.
—Sabe perfectamente que todas practicamos el sexo.
—Prefiere fingir que no, aunque ninguna de vosotras se ha acostado conmigo. Para mi desgracia. Éste es el factor clave.
—Supongo que tienes razón en eso. Por otro lado, a pesar de que tú y yo podemos parecer perfectos el uno para el otro, nos pelearíamos por defender nuestro propio cajón y terminaríamos odiándonos. Carter, en cambio, te hace espacio. Tiene una capacidad innata para ser sincero y aceptar las situaciones.
—Te brillan los ojos —comentó Jack—. Dime, ¿cómo arregláis el tema? ¿Quién hace las fotos de boda cuando es la fotógrafa quien avanza por el pasillo?
—¿Pasillo? —exclamó Mac atragantándose con la cerveza—. Yo no he dicho nada de recorrer el pasillo. Yo no… nosotros no… ¿Por qué crees que vamos a casarnos? ¿De dónde ha salido esta idea?
—Oh, no lo sé. —Jack hizo girar el taburete y señaló las fotografías que había colgadas en la pared—. Supongo que por estar rodeado de todas estas fotos, y porque te brillan los ojos.
—Eso es trabajo. Son fotos de trabajo. El hecho de que todo el día ande entre boda y boda no quiere decir que este pensando en casarme.
—Vale, no vayamos ahora a Loquilandia.
—No estoy en Loquilandia. Es sólo que… —Mac respiró hondo, fue a su escritorio y regresó con un gran bloc de notas y un lápiz—. Dibuja. Gánate la cerveza.
Pasó el resto de la velada ateniéndose al plan previsto. A medida que los montículos y las pilas se volvían más manejables, se inquietaba menos y se sentía más realizada. Volvería a tener espacio propio, pensó. Sería mejor que antes, y dentro de muy poco. Entonces podría controlar la situación.
Era muy agradable pasar la noche sola, ocuparse de sus cosas, tener su propio espacio. Podía disfrutarlo y, a la vez, echar de menos a Carter. Todo eso implicaba que sabía manejar bien la relación.
Podía quererlo, disfrutar estando con él y a la vez sentirse plenamente satisfecha cuando estaba sola. Y no como…
Cuando el teléfono sonó, Mac leyó el número que aparecía en pantalla.
Era Linda.
Cerró los ojos y se recordó que no podría pasarse la vida evitando a su madre. No contestar a sus llamadas era infantil. «Tienes que enfrentarte a ella y defender tu territorio», se dijo.
—Hola, mamá.
—¡Mackensie, tienes que venir! Por favor, por favor, ven ahora mismo.
El enfado cedió paso a la alarma y, del susto, a Mac se le desbocó el corazón.
—¿Qué pasa? ¿Qué te ha pasado?
—Date prisa. Ay, tienes que venir. No sé qué hacer.
—¿Te han hecho daño? ¿Te han…?
—Sí. Me han hecho daño. Por favor, ayúdame. Te necesito. Por favor, ayúdame.
—Llama a emergencias. Ya voy.
Mac salió corriendo de casa y agarró su abrigo al vuelo. Centenares de imágenes, cada una peor que la anterior, le cruzaron el pensamiento. Un intento de suicidio, un accidente, un robo…
«Las carreteras están heladas, son traidoras», pensó mientras ponía en peligro su propia vida y, con el pie clavado en el acelerador, circulaba bajo una desagradable cortina de gélida lluvia. Linda, que en el mejor de los casos era muy despistada conduciendo, podía haber tenido una avería con ese coche de juguete que tenía y…
No, no. Había llamado desde casa, no desde el móvil. Estaba en casa.
Mac procuraba gobernar el volante agarrándolo con manos trémulas. Tomó una curva a demasiada velocidad, coleó con el automóvil al llegar frente a la casita de muñecas que su madre tenía en Cape Cod y corrió por el resbaladizo caminito hasta llegar a la puerta. No estaba cerrada con llave. Le vino el pensamiento de que quizá habrían forzado la entrada.
¿La habrían violado, le habrían pegado…?
Saltó por encima de un jarrón de rosas hecho añicos y entró en la sala. Vio a Linda aovillada en el suelo, llorando.
—¡Mamá, mamá! Estoy aquí. —Mac se agachó junto a ella y, desesperada, se puso a mirar si tenía alguna herida—. ¿Dónde te han hecho daño? ¿Qué te han hecho? ¿Has llamado a la policía, a una ambulancia?
—¡Oh, quiero morirme! —Linda hundió la cara, devastada por las lágrimas, en el hombro de Mac—. No puedo soportarlo.
—No digas eso. No es culpa tuya. Pediré ayuda y…
—¡No me dejes!
—No te dejo, no te dejo. —Mac la acunó mientras le acariciaba el pelo—. Todo saldrá bien. Te lo prometo.
—No es posible. Se ha marchado y me ha dejado aquí.
—¿Pudiste verlo bien? ¿Era alguien que conocieras?
—Creía que lo conocía. Le confié mi corazón, y ahora se ha ido.
—¿Quién es? —Mac sintió que la rabia se apoderaba del poco miedo que le quedaba—. ¿Quién te hizo eso?
—Ari. Ari, claro. Creí que significaba algo para él. Me dijo que le había devuelto la alegría de vivir. Me dijo tantas cosas, y ahora me hace esto. ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo ha podido ser tan cruel?
—No pasa nada. Lo arreglaremos. Pagará por lo que te ha hecho.
—Dijo que tenía una urgencia, que no había tiempo. Tenía que ser esta noche. ¿No podía esperar unos días más? ¿Cómo iba a saber yo que había caducado mi pasaporte?
—¿Qué? —exclamó Mac apartándose de ella de golpe—. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué te ha hecho él exactamente?
—Se ha ido a París. A París, Mac. Se marchó sin mí. Me llamó desde su avión. Me dijo que tenía que irse esta noche, que tenía un negocio que no podía esperar, como me había prometido, para que yo pudiera arreglar lo del pasaporte. Negocios. —La furia se abrió paso entre el mar de lagrimas—. Miente. Hay otra mujer. Lo sé. Una puta francesa. Me lo prometió, ¡y ahora se ha ido!
Mac se levantó despacio mientras Linda se cubría el rostro con las manos sin dejar de llorar.
—Me has llamado a estas horas de la noche haciéndome creer que te habían hecho daño.
—¡Me han hecho daño! Mírame.
—Te estoy mirando, y veo a una niña mimada y enfadada que tiene una rabieta porque no se ha salido con la suya.
—Le quiero.
—No sabes lo que eso significa. ¡Casi me mato por llegar a tu casa!
—Te necesitaba. Necesito a alguien. Nunca entenderás lo que eso significa.
—Espero que no. Hay agua y cristales por el suelo. Más vale que lo recojas.
—No te marcharás, no me dejaras así, ¿verdad?
—Sí, me marcho. Y la próxima vez, no vendré. Por el amor de Dios, Linda, crece. —Mac apartó de un puntapié unos cristales rotos que encontró a su paso y se marchó.