16

Bob se quedo mirando a Carter desde el otro lado de la mesa que ocupaban en el Café de la Amistad, con los ojos nublados y boquiabierto.

—Cojonudo.

—No contestó al teléfono. Cuando conseguí echar a Corrine de casa la llamé. A su casa (a los dos números) y al móvil. No respondió. Pensé en ir a verla, pero si no había contestado al teléfono… Ella creyó que yo… No habría tenido que imaginar eso, pero en esa situación no la culpo. En realidad, no. —Carter se quedó pensativo contemplando su té verde—. Tengo que darle una explicación. Está claro que tendré que explicarme ante ella. Pero me siento perdido. No sé por dónde empezar.

—Dos mujeres van a por ti. Dos. Carter, tío, eres cojonudo. El rey de las nenas.

—¡Por favor, Bob, no te enteras de nada!

—Yo me entero de todo, tío. —Su expresión boquiabierta se convirtió en una sonrisa de rendida admiración—. Aquí lo que pasa es que tienes a dos tías buenas coladas por ti. Y además he oído que has empezado un rollito con Parker Brown. Un trío de las más buenas.

—Que yo… ¿qué? ¿Quién…? No. ¿De dónde has sacado eso?

—Estabas ligando aquí mismo, en el Café de la Amistad, la otra noche. En una cafetería, además de tomar café, la gente habla.

—¿Desde cuándo se ha convertido esto en un culebrón? Tomamos un café y hablamos de Mackensie. Somos amigos. Casi. Nada más que eso. Ni siquiera eso, en realidad.

—Mejor. —Bob asentía con aire de entendido—. Porque iba a decirte, tío, que no salgas nunca con dos amigas. No es que no mole, es que es mortal. Te arrancarán la piel a tiras y luego se irán de compras juntas.

—Es bueno saberlo, Bob —Carter captó la inocente expresión de sarcasmo de su amigo—, pero no estoy saliendo con Parker. ¿Y desde cuando un hombre y una mujer no pueden tomar un café… un té… juntos en un lugar público sin…? Da igual. —Carter se rindió al notar que le entraba dolor de cabeza—. No importa.

—Muy bien. Volvamos al tema. Dos tías buenas midiéndose por Cartman. Apuesto a que si hubiera entrado la pelirroja, habríamos tenido pelea de chicas. Dos peleándose por ti, Cart. —A Bob se le iluminaron los ojos al imaginárselo—. Eres el rey de las nenas.

—No quiero ser ningún rey. —Con razón se había callado el incidente durante todo el día. ¿Qué mosca le había picado ahora para creer que Bob podría darle algún consejo en un momento dado, en una situación determinada?—. Intenta estar de mi lado en esto, Bob.

—Lo procuro, pero no paro de imaginarme una pelea de chicas. Ruedan por el suelo y se arrancan la ropa… —Bob bebió un sorbo de su café con leche descremada y canela—. Es muy real.

—No hubo ninguna pelea.

—Pero podría haberla habido. Vale, digamos que no quieres hacer malabarismos con las dos. A mí me parece que tienes madera para eso, pero me da la sensación de que quieres que te ayude a decidir con cuál te quedas.

—No, no y no. —Carter hundió la cabeza entre las manos—. No hablamos de corbatas, Bob. Esto no es un estudio comparativo. Estoy enamorado de Mackensie.

—¿De verdad?… Oye, no me habías dicho que sentías un amor con mayúsculas por ella. Creía que sólo teníais un lío. —Bob se retrepó en la silla frotándose el mentón—. Ésta ecuación es distinta. ¿Se cabreó mucho?

—Adivínalo, y luego multiplícalo por dos.

Bob asintió con aire de comprender la situación.

—Además de llevarle unas flores y disculparte, tienes que ser tu quien dé el primer paso; por ahí van los tiros. Una cosa así cuando eres inocente… porque eres inocente, ¿verdad?

—Bob.

—Vale. Lo que te aconsejo es que te dejes machacar primero. —Bob, con aire pensativo, dio un sorbo a su café con leche—. Luego has de hacerle entender que eres inocente. Suplicarle. Y adornarlo con algo que brille y vaya en una cajita así.

—¿Una joya? ¿Un soborno?

—No tiene por qué ser un soborno. Es una disculpa. Da igual que no hicieras nada, Carter. Eso nunca importa. Si quieres que esto acabe, que todo vuelva a ser como antes, recuperarla y volver a tener sexo con ella en esta década, ve a buscar algo que brille. Además, pronto será el día de San Valentín.

—Eso es superficial y manipulador.

—Te doy la razón, tío.

Carter estalló en carcajadas.

—Me quedo lo de hacerle un regalo que brille como plan B. Pero creo que tienes razón en lo demás. Sobre todo en dejar que primero me machaque. Tenía mala pinta. Aquello tenía muy mala pinta.

—¿Le diste un revolcón a la morena?

—No. Joder.

—Eres un hombre íntegro. Recuerda lo que te digo. Eres un íntegro, Carter, pero también eres el rey de las nenas, y estoy orgulloso de haberte conocido.

Mac estaba en su estudio trabajando en un juego de pruebas. Cuando terminó, lo empaquetó para enviarlo a una clienta sin olvidar incluir la lista de precios, su tarjeta de visita y otra lista con distintas opciones donde elegir.

Echó un vistazo al teléfono y se felicitó por tener la sangre fría de no devolver las llamadas de Carter. Quizá Corrine había estado jugando. Seguro que habría estado jugando, pero él se había quedado resistiendo en el campo de batalla.

Le costaría algo más que un par de disculpas por teléfono si quería arreglar las cosas. Por otro lado, si no había hecho nada malo, ¿por qué se disculpaba?

«No importa», se dijo.

Su productivo día merecía una buena recompensa. Se daría un baño de espuma, tomaría una copa de vino y pasaría la velada comiendo palomitas y mirando la televisión. Vería una película de acción, donde todo explota y no hay ni rastro de amoríos.

Metió su trabajo en una bolsa de entrega de Votos. De repente, oyó que se abría la puerta y se giró en redondo.

Linda, con un ataque de furia, entró al trapo.

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a llamar a una grúa para que se lleve mi coche a un taller de segunda? ¿Sabías que pretenden que pague doscientos dólares si quiero que me lo devuelvan? Vale más que me firmes un talón ahora mismo.

«Bien —pensó Mac—. Suena la campana para que comience el round. Por una vez en la vida, estoy lista».

—Ni en sueños. Dame las llaves.

—Te daré las llaves cuando me des doscientos dólares.

Mac se acercó a su madre, le agarró el bolso y vació su contenido en el suelo. Linda se quedó tan atónita que Mac tuvo tiempo de agacharse, revolver entre sus pertenencias y meterse las llaves en el bolsillo.

—¿Cómo…?

—¿Me atrevo? —Mac terminó la pregunta con frialdad—. Me atrevo porque me pediste el coche el domingo, porque no me lo devolviste y no te pusiste al teléfono durante cinco días. Me atrevo porque se acabó lo de utilizarme y abusar de mí. Y créeme cuando te digo que se acabó. Estoy harta. Hasta aquí hemos llegado.

—Nevaba. No quería arriesgarme a conducir desde Nueva York con una tempestad de nieve. Podría haber tenido un accidente. Podría haber…

—Llamado —la interrumpió Mac—. Pero dejando eso aparte, no hubo ninguna tormenta; solo cayeron cuatro copos que no llegaron ni a un centímetro. Eso, el domingo.

—Ari no quiso oír hablar de que volviera a casa en coche. Me invitó a quedarme, y eso fue lo que hice —explicó Linda encogiéndose de hombros—. Pasamos unos días juntos. Fuimos de compras y al teatro. ¿Por qué no puedo tener una vida propia?

—Me parece perfecto, pero practica en otra parte.

—Bah, no seas niña, Mackensie. Te dejé mi coche.

—Me dejaste un coche que no pude usar, que no habría podido usar ni aunque te hubieras molestado en darme tus malditas llaves.

—Fue un despiste. Me echaste tan deprisa ese día que no me extraña que me olvidara de dártelas. Y no contestes mal a tu madre —Linda se deshizo en lágrimas, unos hermosos lagrimones que bañaron sus dolidos ojos azules—. ¿Cómo puedes tratarme así? ¿Cómo es posible que me niegues la posibilidad de ser feliz?

«No funcionará —se dijo Mac a pesar de que ya notaba espasmos en el estómago—. Ésta vez, no».

—Mira, eso solía preguntarme yo, sólo que la pregunta iba al revés. Nunca supe encontrar la respuesta.

—Perdona. Perdona. Estoy enamorada. No sabes lo que es sentir algo así por alguien, no sabes que eso pasa por encima de todo, que sólo vosotros dos sois importantes. Sólo era un coche, Mackensie.

—Sólo era «mi» coche.

—¡Mira lo que le has hecho al mío! —A pesar de que las lágrimas todavía le rodaban por las mejillas, la rabia se apoderó de Linda—. Hiciste que se lo llevara la grúa a ese… antro de grasa. Y ese hombre horrible lo tiene secuestrado.

—Paga el rescate —le propuso Mac.

—No entiendo cómo puedes ser tan malvada conmigo. Y eso es porque eres incapaz de sentir. Fotografías sentimientos, pero no los tienes. Y ahora me castigas porque yo sí los tengo.

—Muy bien. —Mac volvió a agacharse, recogió del suelo el contenido del bolso de su madre y lo embutió dentro—. No tengo sentimientos. Soy una hija horrible. Y ya que es mi estilo, voy a pedirte que te vayas. Quiero que te marches.

—Necesito dinero para el coche.

—No te lo daré.

—Pero… tienes que dármelo.

—No —respondió Mac metiéndole el bolso entre las manos—. Ésa es la cuestión, mamá. No tengo que hacerlo. Y no voy a hacerlo. Es tu problema y tendrás que solucionarlo tú.

A Linda le temblaron los labios y el mentón. «No es manipulación —pensó Mac—, no del todo. Ella siente lo que siente. Y se cree la víctima».

—¿Cómo iré a casa?

Mac descolgó el teléfono.

—Llamaré a un taxi.

—No eres hija mía.

—¿Sabes qué? Lo más triste para las dos es que sí lo soy.

—Esperaré fuera. A la intemperie. No quiero estar en la misma habitación que tú ni un minuto más.

—Te recogerá delante de la casa principal. —Mac se volvió y cerró los ojos cuando oyó el portazo—. Sí, necesito un taxi en la propiedad Brown. Cuanto antes, por favor.

Con un horrible nudo en el estómago, Mac fue a cerrar la puerta con llave. Tendría que añadir una aspirina a su plan de relax post jornada laboral, aunque más bien necesitaría un frasco entero. Quizá se llevara la aspirina a alguna habitación a oscuras para intentar adormecer los sentimientos que parecía ser que no tenía.

Tomó la aspirina y se la tragó con un vaso de agua helada con la intención de aliviar la sequedad de la garganta. A continuación se sentó en el suelo de la cocina.

Hasta ahí había llegado.

Se quedaría allí sentada hasta que las rodillas no le temblaran, hasta que la cabeza dejara de darle punzadas. Hasta que se le pasara la necesidad de llorar desconsolada.

Cuando sonó el teléfono encima del mármol, Mac se levantó y lo cogió como pudo. Vio en la pantalla que era Parker y contestó.

—Estoy bien.

—Aquí me tienes.

—Ya lo sé. Gracias, pero estoy bien. Le he llamado un taxi. Llegará en un par de minutos. No la dejes entrar.

—Muy bien. Aquí me tienes —repitió Parker—. Para lo que necesites.

—¿Sabes una cosa, Parker? Ella no cambiará jamás, eso me toca a mí. De todos modos, no sabía que doliera tanto. Pensé que me sentiría bien, tranquila y satisfecha, que quizá disfrutaría un poco del triunfo. Pero no es así. Es terrible.

—Para no dolerte, habrías tenido que ser otra persona. Hiciste lo que debías, por si te sirve de ayuda. Lo que consideras correcto. Linda ya reaccionará. Lo sabes.

—Prefiero ponerme como una moto. —Cansada y llorosa, Mac dobló las rodillas y escondió el rostro en ellas—. Es mucho más fácil cuando me pone como una moto. Ahora, en cambio, es como si notara que se me ha partido el corazón. ¿Tú sabes por qué me pasa esto?

—Porque es tu madre. Y eso no lo cambia nadie. Pero piensa también que te sientes fatal cuando dejas que te utilice.

—Esto es aún peor. Pero no te falta razón.

—Ha llegado el taxi. Se marcha.

—Muy bien. —Mac volvió a cerrar los ojos—. Me encuentro bien. Hablaremos mañana.

—Llámame si me necesitas antes.

—Lo haré. Gracias.

No recuperó el entusiasmo para el plan de una bañera de espuma acompañada de velas y vino, pero se dio un baño caliente de todos modos. Luego se puso los pantalones de franela más viejos que tenía, su dulce consuelo. Se le habían quitado las ganas de dormir y pensó que una buena solución sería atarearse en casa: limpiaría el dormitorio, organizaría el armario y el vestidor y haría el baño a fondo, para que no se dijera.

No era el momento de dedicarse a las tareas domésticas, pero eso la mantendría ocupada durante horas. Puede que días. Y lo mejor de todo era que se trataba de una limpieza, de un acto simbólico que reflejaba su postura frente a Linda.

Renovarse o morir. Y todo limpito y ordenado cuando hubiera terminado. Un nuevo orden de su vida.

Abrió el armario y resopló a dos carrillos. Decidió que la única manera de empezar era como en los programas de reformas que daban en la tele: sácalo, selecciona y tira.

Tal vez podría quemarlo todo y empezar de cero. De algún modo quemar puentes parecía ser lo que mejor se le daba. Agarró lo que le cupo entre los brazos y lo lanzó sobre la cama. Tras el tercer cargamento, se preguntó por qué necesitaba tanta ropa. Aquello era una enfermedad, eso era. No existía ni una sola persona que necesitara quince blusas blancas.

Decidió que se quedaría con el cincuenta por ciento. Ése sería su objetivo. Cribar el cincuenta por ciento de su armario. Y compraría unos preciosos colgadores tapizados que había visto. Coordinados por colores. Y unas cajas transparentes para apilar los zapatos. Como Parker.

Cuando hubo amontonado el contenido de su armario encima de la cama y del sofá, Mac se quedó un tanto desconcertada. ¿No debería haber comprado primero los colgadores y las cajas? Y quizá también unos elementos para organizar los armarios. Y unos compartimientos para los cajones. Ahora tenía un lío descomunal, espantoso, y le faltaba un lugar donde poder dormir.

—¿Por qué, en nombre de lo más sagrado, sé llevar un negocio, ser empresaria, y en cambio soy incapaz de controlar mi propia existencia? Mackensie Elliot, esto es como tu vida: montañas de cosas, y tú, sin saber qué hacer con ellas.

Lo arreglaría. Lo cambiaría. Se las apañaría. Si había echado a su propia madre de casa, sin duda podría solucionar el tema de la ropa, los zapatos y los bolsos. Cortaría en seco con el revoltijo que había en su vida, con su follón mental. Había que minimizar.

Se volvería Zen.

Su casa, su vida y su dichoso armario serían remansos de paz y tranquilidad. Compartimentados en unas cajas de plástico transparente para zapatos.

Y empezaría en ese mismo instante. Era un nuevo día, un nuevo comienzo y una nueva Mackensie Elliot, más curtida, lista y formidable. Con los ojos relucientes, bajó a buscar un paquete de bolsas grandes de jardinería.

Unos golpecitos en la puerta la sobresaltaron hasta el punto de que casi se estremeció de alivio. Parker, pensó. Gracias a Dios. Lo que ahora necesitaba eran los superpoderes de la Chica Organizadora.

Con la mirada perdida y el cabello disparado, abrió la puerta de cuajo.

—Parker… oh. Oh, claro. Perfecto.

—No contestabas al teléfono —empezó a decir Carter—. Sé que estás enfadada. Si me dejas entrar, aunque sólo sean unos minutos, me gustaría explicarme.

—Cómo no —le espetó Mac alzando las manos—. Adelante. Es el broche perfecto. Tomemos una copa.

—No quiero beber.

—Por supuesto. Tienes que conducir —sentenció ella con aspavientos mientras se dirigía a grandes zancadas hacia la cocina—. Como yo no conduzco… —Plantó una botella de vino sobre el mármol y cogió el sacacorchos—. ¿Qué, no hay plan esta noche?

—Mackensie…

Mientras atacaba el corcho, Mac pensó que de algún modo Carter había logrado que su nombre sonara como una disculpa y una advertencia al mismo tiempo. El hombre tenía mano en eso.

—Sé lo que debió de parecerte, lo que seguramente parecía. Lo que pareció. —Carter se colocó en el otro lado del mármol—. Pero no fue así. Corrine… Deja que lo haga yo —se interrumpió él al verla pelearse con el corcho. Mac se limitó a advertirle con un dedo—. Vino de visita. Apareció.

—Te diré una cosa. —Mac se metió la botella entre las rodillas y, mientras tiraba del sacacorchos, se iba enfureciendo cada vez más—. Porque tú y yo nos peleáramos, porque yo tuviera necesidad de marcar unos límites razonables, eso no significa que te pusieras a entretener a tu misteriosa y sexy ex a los cinco minutos.

—No estuve entreteniéndola. Ella no es… Maldita sea. —Rugió Carter acercándose para cogerle la botella en el momento justo en que Mac hacía saltar el corcho.

Le dio un puñetazo en plena mandíbula. Del impacto, Carter dio un paso hacia atrás.

—¿Te sientes mejor ahora?

—No quería… Te has metido en medio. —Mac dejó el vino en el mármol y se tapó la boca para evitar que le entrara la risa floja—. Ostras, qué situación tan ridícula.

—¿Podemos sentarnos?

Mac negó gesticulando y se acercó a la ventana.

—Nunca me siento cuando estoy atacada de los nervios. Y tampoco me pongo a conversar con calma y tranquilidad.

—¡Menuda noticia! Te marchaste. Te fuiste corriendo sin darme la oportunidad de que pudiera explicarte la situación.

—Es una manera de verlo. Eres un hombre libre. Tú y yo no decidimos que nuestra relación sería exclusiva, ni siquiera lo hablamos.

—Lo di por sentado. Nos estamos acostando. Pongas los límites que pongas, estoy contigo. Sólo contigo. Y espero de ti lo mismo. Si eso me convierte en un tío tradicional y mojigato, no puedo evitarlo.

Mac se volvió hacia él.

—Mojigato. No es una palabra que se oiga a menudo. Y no es verdad Carter. Eso no te convierte en un mojigato, sino en una persona decente. Lo que intento decirte es que, en cierto sentido no tenía ningún derecho a enfadarme. Pero ese sentido es una idiotez. El otro punto es que tuvimos una discusión, y cuando fui a tu casa para intentar resolverlo, estabas con ella.

—Yo no estaba con ella. Ella estaba allí.

—Ella estaba allí. Y tu le servías vino. Le diste mi vino.

—No le di tu vino.

—Bueno, ya es algo.

—No tomamos vino. No hubo vino de ninguna clase. Le dije que tenía que marcharse. La hice llorar. —Carter, acordándose del día se masajeó la nuca—. Se marchó con lágrimas en los ojos, y tu no contestabas al teléfono. Si hubieras esperado un poco. Si hubieras entrado en casa y me hubieses dado la oportunidad de…

—Nos presentaste con mucha educación.

Carter se interrumpió y frunció el ceño.

—Yo… sí.

—Estuve a punto de arrearte con la dichosa botella de vino por culpa de eso «Ah hola, Mac, esta es la mujer con quien viví un maldito año y de la que intento contarte lo menos posible». Y ella a tu lado, con su escote y su peinado perfecto, pidiéndote con melindres que le pongas una copita del vino que ha traído la imbécil.

—Pero…

—Por no hablar de que nos habíamos conocido un par de horas antes en la sección de calzado de Nordstrom.

—¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo?

—Vuestra mutua amiga como-se-llame ya nos había presentado en «mi» zapatería durante «mi» terapia de calzado.

La sola idea la ponía a cien.

—Y con sus malditos zapatos de salón rojos, con la puntera abierta, me repasa de arriba abajo levantando una ceja con aire sarcástico. Y sonríe. —Mac blandió un dedo ante él—. Me sonríe, la muy bruja, con sus labios bien esculpidos. Pero yo hago como que no me afecta, que se joda, ella y sus posturitas. Iba a comprarme mis fabulosas botas azules y unos adorables zapatos plateados con el talón abierto, una buena botella de vino para llevarla a tu casa… después de parar en el mostrador de MAC para comprarme un nuevo perfilador de ojos y retocarme un poco, porque quería estar guapa cuando fuera a verte. Sobre todo después de haberme fijado bien en ella. Fue cuando vi una chaqueta de DKNY fantástica y los jerséis de cachemira estaban rebajados. Por eso voy a volverme Zen. Bueno, en parte es por causa de la grúa y de mi follón emocional, pero ahí está la causa de todo.

Carter, noqueado, dejó escapar un largo suspiro.

—He cambiado de idea. ¿Podría tomar una copa de vino?

—No entiendo cómo se te pudo ocurrir por un solo momento que me quedaría con vosotros —siguió diciendo Mac mientras iba a por una copa—. ¿Qué? ¿Esperabas que tuviera un cara a cara con ella, que montáramos un combate a sangre y fuego?

—No, ese era Bob.

—Si hubieras tenido ese único cerebro que los hombres parecen pasarse entre ellos, me habrías presentado… como la mujer con quien sales, no como si fuera una mensajera de reparto.

—Tienes toda la razón. En eso me equivoqué. Mi única excusa es que estaba desbordado. Era una situación confusa, inexplicable, y quemé el bocadillo de queso.

—¿Le preparaste un bocadillo?

—No, no. El bocadillo era para mí. Lo estaba preparando cuando apareció ella y olvidé que tenía la plancha al fuego porque… —se le ocurrió que mencionar lo que había pasado desde la llegada de Corrine hasta que se le quemó el bocadillo no era muy buena idea y prefirió tomar un largo sorbo de vino— ella me interrumpió. En cualquier caso, ¿estás diciéndome que tú tropezaste con Corrine y Stephanie Gorden mientras ibas de compras?

—Eso mismo…

—Hay algo ahí que… —musitó Carter—. Ya entiendo. Eso explicaría que… —Se dio cuenta de que volvía a acercarse a un terreno pantanoso—. ¿Puedo decir, para resumir, que yo no quería estar allí con ella? Te quería a ti. Es a ti a quien quiero. Estoy enamorado de ti.

—Ahora no te saques el enamoramiento de la manga porque me va a dar un ataque de nervios ¿quieres que me vuelva más loca de lo que ya estoy?

—Dudo que eso sea posible, pero no, no quiero que te vuelvas loca.

—Iba vestida para matar.

—¿Cómo dices? ¿Qué?

—No creas que no se porque se dejó «caer» en tu casa. Me mira y piensa «Bah, a esta me la meriendo», se viste para matar y se presenta en tu casa. Se te insinúo, no lo niegues.

Carter quería fundirse allí mismo. Tuvo que hacer un autentico esfuerzo, un esfuerzo físico, para seguir erguido.

—Estaba preparándome un bocadillo ¿No cuenta para nada este detalle? Hacía el bocadillo y pensaba en ti ¿Cómo iba a imaginarme, como iba a suponer que ella se presentaría y me daría un beso?

—¿Te besó?

—Joder, habría tenido que traer algo que brillaba. Ella… en fin me cogió desprevenido.

—¿Y te hiciste con un bate bien grueso para defenderte de su acoso físico?

—Yo no… ¿Estás celosa? ¿Estás celosa de verdad?

Mac se cruzó de brazos.

—Eso parece. Y no creas que es un cumplido.

—Lo siento, pero no puedo evitarlo —Carter sonrió—, no significa nada para mi. Pensaba en ti todo el tiempo.

Curioso —Mac tomó un sorbo de vino—. Es muy bonita.

Ella lo fulminó con la mirada.

—No tienes ni idea, ¿verdad? ¿Necesitas la lista de Bob para entender que toca decir algo como, por ejemplo: «Ella no se puede comparar contigo»?

—Es cierto. Nunca se ha podido comparar contigo.

—Por favor. Con unos labios de picadura de abeja, ojos de gacela y copa D. —Mac bebió un poco más y le acercó la botella—. Sé que es una frivolidad que me dé rabia su aspecto, pero el mío deja mucho que desear. Y el de ella es impresionante. Entiendo que te cogiera desprevenido, pero lo cierto, Carter, es que me dejó fuera de combate. Las dos veces. Lo único que sé es que tuviste una relación seria con esa mujer, que vivisteis juntos, y que ella rompió contigo. Fue ella y no tú. Tú la amabas y ella te hizo daño.

—Yo no la amaba. En cuanto al daño que me hizo, supongo que tuvieron que ver mucho las circunstancias. Me doy cuenta de que he complicado las cosas, sobre todo porque he evitado hablar de ello. No estoy en mi mejor momento. La conocí en una fiesta en casa de los Gorden. Los amigos mutuos. Yo había regresado hacía poco, tan solo unos meses atrás. Empezamos a salir, primero por divertirnos, luego, eh… más en serio.

—Empezasteis a acostaros. Me atengo a tu semántica, profesor.

—Humm. Ella creyó que al final yo terminaría volviendo a Yale y no entendía por qué quería quedarme aquí a dar clases. Al principio lo nuestro fue algo superficial, sin importancia. Lo de vivir juntos, bueno, vino rodado.

—¿Cómo puede venir rodada una cosa así?

—Ella tenía que mudarse a un apartamento más grande. Algo salió mal, no recuerdo los detalles exactamente, pero ya había avisado a los propietarios y tenía que marcharse. Yo tenía mucho espacio, y sólo iba a ser por unas semanas o quizá un mes. Hasta que encontrara otro lugar. Y de algún modo…

—Nunca encontró ese otro lugar.

—Yo lo permití. Era muy agradable cenar en casa acompañado o salir con ella a cenar. Salimos bastante a menudo, ahora que lo pienso. Me gustaba estar en pareja, que hubiera alguien en casa. Tener sexo a menudo. Y ya veo que necesito a Cyrano.

—A todos nos gusta tener sexo a menudo.

—Pensé que tendría que pedirle que se casara conmigo. Y entonces me di cuenta de que eso era lo que se esperaba de mí. Todos daban por sentado que… Me sentí culpable, porque no quería pedirle que se casara conmigo. Vivía con ella, me acostaba con ella, pagaba las facturas, hacía…

Como un agente de policía, Mac alzó la mano.

—¿Pagabas sus gastos?

Carter se encogió de hombros.

—Al principio ella intentaba ahorrar para el nuevo apartamento, pero luego… se convirtió en una costumbre. Lo que quiero decir es que vivíamos como si estuviéramos casados, y yo no la amaba. Quería amarla. Debió de notarlo, porque vi que ella no era del todo feliz. Empezó a salir. ¿Por qué iba a quedarse metida en casa si yo me enterraba entre libros y exámenes? Corrine se dio cuenta de que yo no era, ni le daría, lo que ella quería, y encontró a otro.

Carter se quedó mirando la botella de vino que seguía sobre el mármol.

—Yo no la amaba, pero de todos modos duele, y es humillante, que te dejen por otro, que te engañen. Tuvo un amante, y yo, sin saberlo. Confieso que me habría enterado si hubiera estado más pendiente de ella. Me dejó por otro, y aunque me dolió y me sentí avergonzado, fue un alivio.

Mac tardó unos segundos en digerir la información.

—Deja que lo resuma, que te lo esquematice, porque esta fórmula me la sé de memoria. Ella te manipuló para que le dieras alojamiento… sin pagar nada.

—No iba a cobrarle un alquiler.

—No compartía contigo los gastos de la casa y, de hecho, te hacía la pelota para que corrieras tú con los suyos. Es posible que le prestaras dinero de vez en cuando, un dinero que ella nunca te devolvía. Le hacías regalos: ropa, joyas… Pero si te negabas, ella recurría a las lágrimas o al sexo para allanar el camino y conseguir lo que quería.

—Bueno, supongo que sí, pero…

—Deja que termine. Cuando se cansaba de eso, o veía algo que brillaba más, mentía, engañaba, traicionaba y luego te contaba la historia como si fuera culpa tuya por no haberte preocupado por ella. ¿Acierto?

—Sí, pero eso no influye en…

Mac volvió a alzar la mano.

—Es Linda. Es… Corrinda. El mismo prototipo de mi madre, sólo que en una versión más joven. He vivido toda mi vida en ese ciclo, menos en lo que se refiere al sexo. Y sé que es más fácil verlo desde fuera. Tú y yo, Carter, somos un par de memos. Peor aún, nos dejamos convencer de que es culpa nuestra que se porten como unos egoístas y unos mezquinos. Si hubiera sabido de todo esto, yo no… sí, habría… habría reaccionado exactamente del mismo modo porque es un acto reflejo. Es el factor Linda.

—Eso no quita que fui responsable de esa situación y permití que se diera a pesar de no querer a esa mujer.

—Mira, yo quiero a mi madre. Quién sabe el porqué, pero la quiero. A pesar de la rabia y el rencor, de la impotencia y el odio, la quiero. Y sé que ella, con su egoísmo y sus lloriqueos de abusona, a su peculiar estilo, también me quiere. O, al menos, eso es lo que me gustaría creer. Pero nunca tendremos una buena relación. Nunca existirá entre nosotras la relación que yo querría. Y no es culpa mía. Lo de Corrinda, porque así se llamará a partir de ahora y para siempre, no fue culpa tuya.

—Ojalá no hubiera permitido que esto te hiciera daño, lo que pasó… Me habría gustado manejarlo mejor.

—La próxima vez que nos la encontremos, preséntame como es debido. Di que soy la mujer con quien estás saliendo.

—¿Estamos saliendo? —Carter la miró con sus tranquilos ojos azules—. ¿Salimos juntos?

—¿Te basta por ahora? ¿Entiendes que intento asumir que mi armario emocional está abarrotado, desorganizado, hecho un lío, y que no sé cuánto tardaré en ordenarlo?

—Estoy enamorado de ti. Eso no significa que quiera que estés conmigo y que vivas conmigo, porque es lo que se supone que tiene que pasar. Quiero estar cerca cuando lo soluciones, mientras lo solucionas. Quiero que cuando me digas que me quieres, sea verdad.

—Si hago eso, si soy capaz de decirte eso, será la primera vez que se lo digo a un hombre. Y será verdad.

—Ya lo sé. —Carter le cogió la mano y se la besó—. Puedo esperar.

—Ha sido una semana rarísima. —Mac se llevó las manos entrelazadas de los dos a la mejilla. Se sentía bien, pensó. La hacía sentirse bien tenerlo allí, con ella—. Creo que tendríamos que ir arriba para terminar de arreglar las cosas.