15

Ni Linda ni el coche aparecieron el lunes. El martes, cuando se le agotó la paciencia, Mac llamó a los teléfonos de su madre, al fijo y al móvil, pero la llamada fue a parar directamente al buzón de voz.

El miércoles se planteó seriamente poner una denuncia por robo. Pero luego le tocaría pagar la fianza para sacar a su madre de la cárcel.

Por eso decidió que lo mejor era ir a la casa principal a desayunar.

—Parker ha tenido que marcharse con urgencia. La novia del sábado se ha levantado con un grano o algo parecido y la ha llamado. Emma está esperando un paquete que tiene que llegarle a primera hora, o sea que sólo desayunaremos tú y yo.

—¿Eso quiere decir que no habrá tortitas?

—No tengo tiempo para las tortitas… Dios, ojalá la señora Grady se sacudiera de encima la arena de la isla y regresara a casa. Tengo que preparar unas hojas y unas flores de azúcar. Cómete una magdalena.

—¿Te ha dicho Parker cuando volverá?

Laurel alzó los ojos y dejó de estirar la masa para hacer las flores de azúcar.

—¿No te ha devuelto el coche?

—Tanto el coche como Linda están desaparecidos. Le he dejado una docena de mensajes. Le van a sangrar las orejas y se le va a caer el pelo cuando los oiga. La he amenazado diciéndole que voy a denunciar que me lo han robado.

—Hazlo. Allí está el teléfono.

—A lo mejor me arrestan a mí por haber sido tan estúpida como para darle las llaves. Me acercaré a su casa. Tengo otra sesión de fotos y necesito recoger un papel que encargué y que el lunes no estaba listo. Además, creo que me apetece comprarme unos zapatos.

—¿No sabes nada de Carter?

—¿Por qué lo dices?

—Porque vas a comprarte unos zapatos, que para ti es un premio de consolación. ¿Lo has llamado?

—¿Qué quieres que le diga: «Lo siento»? Ya se lo dije. ¿Me he equivocado? Me equivoqué, sí, pero eso no cambia lo que siento.

—¿Y cómo te sientes?

—Confundida, asustada, estúpida… por partida doble, porque tengo ganas de verlo —admitió Mac—. Echo de menos poder hablar con él. Por eso creo que es mejor que no nos veamos y que no hablemos.

—Tu lógica no parece de este mundo.

—Además, es muy posible que no quiera verme ni hablar conmigo.

—Cobarde.

—Puede. Soy una cobarde que se ha quedado sin coche. —Mac guardó unos segundos de silencio mientras Laurel estiraba la masa—. Podrías prestarme el tuyo.

—Podría. Pero eso sería ceder, que es lo que haces una y otra vez con Linda. Yo te quiero demasiado para tratarte así.

—No sería ceder. Es por trabajo. Podría embutir mi equipo en su ridículo coche de juguete, pero curiosamente me dejó el coche y se llevó las llaves. No es culpa del cliente que yo no haya aguantado el tipo o que mi madre, por puro egoísmo, no me haya devuelto el coche.

—No, no lo es. —Laurel, con sumo cuidado, se puso a marcar las primeras flores con un molde cortador.

—Estoy cabreadísima. Admito que el cabreo me ayuda a compensar la pena que siento por el tema de Carter, pero en este momento prefiero ser desgraciada e ir a mi bola. ¿Por qué se comporta así mi madre? Y no me digas «porque tú se lo permites». Te juro, y te lo juro por lo más sagrado, que no tenía intención de dejarle el maldito coche. No me habría vuelto a pillar, si no hubiera sido por unas circunstancias muy especiales.

—Me gustaría creerlo, pero ya ves, Mac, tú pagas un precio, como siempre, y ella, como siempre también, no paga nada. Nunca hay consecuencias para Linda. Tu madre te devolverá el coche cuando le convenga y le vaya bien. Y tú discutirás con ella, la pondrás verde y te lamentarás. Ella te echará encima la mierda de siempre y luego se olvidará de todo, porque ha conseguido y hecho lo que quería. Y por si fuera poco, seguirá gobernando tu vida mientras tú no paras de refunfuñar y quejarte.

—¿Qué quieres que haga? ¿Atizarle con el trípode hasta matarla?

—Te ayudaré a esconder el cadáver.

—Ya lo sé —dijo Mac suspirando—. Eres una buena amiga. Y yo no suelo portarme como una cobarde o una abusona.

—Claro que no. Ni mucho menos. Por eso me pones de los nervios cuando parece que lo seas, cuando ella te provoca para que seas así. Oblígala a pagar de una vez por todas, Mackensie. Te aseguro que cuando lo hayas hecho, la próxima vez ya irá rodado.

—¿Cómo? Créeme si te digo que tengo ganas. En realidad, no puedo llamar a la policía. Le di las malditas llaves. Y creo que… sé, mejor dicho, que se llevó sus llaves con esa jodida actitud pasivo-agresiva. Aunque…

—Me gusta esa mirada. Ahora no tienes los ojos de una ingenua cobardica. ¿Qué pasa?

—Dejó su coche en casa.

—Oh, oh. Vamos a cargarnos el juguete. Iré a por el abrigo y el viejo bate de béisbol de Del.

—No. Caray, qué carácter más violento.

—Me encanta destrozar las cosas. Es terapéutico.

—No vamos a abollarle el coche. El coche no tiene ninguna culpa de todo esto. Pero voy a pedirle a la grúa que se lo lleve.

—No está mal, pero llevárselo en grúa hasta su casa significa que ella no va a tener que molestarse en venir a recogerlo.

—No pensaba en su casa. —Mac entrecerró los ojos para reflexionar—. ¿Recuerdas que hace unos meses un tío le dio por detrás al coche nuevo de Del y tuvimos que llamar a la grúa? Pensaba en el mecánico que se encargó de todo. Tiene una grúa, un taller y un aparcamiento. Maldita sea, ¿cómo se llamaba? ¿Dónde está Parker con sus mágicas tarjetas de visita?

—Llama a Del. Se acordará. Y deja que te diga que por cosas como estas somos amigas tú y yo. Cuando vas a hincarle el diente a algo, Mac, eres un encanto.

—Préstame el coche.

—Haz las llamadas y el coche es tuyo.

Se sentía justiciera. Fuerte. Cuando terminó la sesión y hubo alambre de calibre veinte para Laurel, decidió que se merecía unos zapatos nuevos. Quizá, considerando el trauma y la victoria de las últimas semanas, también se merecía unos pendientes.

«Los pendientes, por lo de Linda —decidió Mac—. Los zapatos, por lo de Carter. Una celebración y una lamentación».

Tal vez podría pasarse por su piso de camino a casa. Aprovechando que se sentía fuerte y justiciera. Ambos eran personas inteligentes que se gustaban. Podían encontrar una solución de compromiso, un término medio.

No quería perderlo. No quería pasar su vida sin Carter.

Mac paseó por las galerías comerciales hasta que dio con el Santo Grial: la sección de calzado de Nordstrom.

Quizá también le faltaban unas botas nuevas. Una nunca tiene bastantes botas. Unos zapatos nuevos y unas botas nuevas le darían una mayor sensación de seguridad en sí misma, justo lo que necesitaba para ir a casa de Carter. Podía presentarse con una botella de vino, en son de paz. Hablarían, y él la miraría de esa manera tan especial. «Parece que esté jugando a ser Linda —pensó Mac—. Llevo el coche de Laurel».

De todos modos, podía ir a verlo, y llevarle el vino. Podía invitarlo a cenar. Sería un gesto divertido, una manera de romper el hielo. «Mira, te he traído este vino. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche y lo traes contigo?». Claro que entonces tendría que detenerse a comprar comida preparada. O podía atacar las provisiones de la señora Grady.

«No, no», pensó mientras elegía un par de botines azul eléctrico que parecían diseñados para ella. Tenía que cocinar, demostrarle que le importaba tanto que por eso se tomaba todas esas molestias. Él importaba. Todo importaba.

Por eso le fastidiaba tanto el asunto.

—Eres… Meredith, ¿verdad?

Mac se volvió y vio a una rubia que le sonaba vagamente familiar.

—No, lo siento.

—¿No eres la fotógrafa de bodas?

—Sí, pero me llamo Mackensie.

—¡Claro! Lo siento. Soy Stephanie Gorden. Nos conocimos en la boda de mi primo, el sábado pasado.

—Ah, sí. ¿Cómo estás?

—Rodeada de zapatos. Divinamente. ¡Qué botas tan fantásticas! Corrine y yo hemos hecho novillos esta tarde. ¡Corrine, ven a conocer a Mackensie!

«¡Qué mala suerte!», pensó Mac. ¿Cómo podía el destino ponerle en la mano aquellas botas fabulosas y darle una patada en el culo al mismo tiempo?

—Corrine, te presento a Mackensie. Es fotógrafa de bodas y además muy, muy buena amiga de Carter.

—¿Ah, sí?

Corrine era perfecta. La patada en el culo se remataba con una bofetada.

Corrine se deslizaba sobre unos exquisitos zapatos de salón rojos con la puntera abierta y su brillante pelo oscuro le caía sobre los hombros en románticos rizos. Sus ojos, profundos y sensuales, escrutaron a Mac mientras curvaba sus suaves y delicados labios en una fría sonrisa.

—Hola.

—¿Qué tal? Preciosos zapatos.

—Sí. Creo que voy a quedármelos.

Incluso su voz era perfecta, pensó con amargura Mac. Suave y un poco rota.

—¿Conoces a Carter Maguire?

—Sí. Fuimos juntos al instituto. Durante un tiempo.

—¿De verdad? —Con aire ausente, Corrine eligió un par de sandalias de tacón fino y bajo—. Nunca me habló de ti. Y tuvimos una relación bastante larga.

—Corrine y Carter —dijo alegremente Stephanie—. Era casi una sola palabra. Qué gracia haber coincidido así contigo. Acababa de explicarle a Corrine que había oído que Carter estaba saliendo con alguien y que os había visto juntos en la boda de Brent.

—Qué curioso.

—¿Qué tal está Carter? —preguntó Corrine dejando de nuevo las sandalias—. ¿Todavía vive enterrado entre sus libros?

—Creo que de vez en cuando sale a tomar un poco el aire.

—No hace mucho que sales con él, ¿verdad?

—El suficiente, gracias.

—Vosotras dos deberíais cambiar impresiones —dijo Stephanie golpeando amistosamente con la cadera a su amiga—. Corrine podría darte un montón de sugerencias sobre Carter, Mac.

—Qué divertido. Pero me gusta descubrir las cosas por mi misma. Carter es un hombre fascinante, increíble, demasiado complejo para cambiar cuatro impresiones sobre él. Perdonadme, he visto un par de zapatos con el talón abierto que parecen diseñados para mí.

Mientras Mac se dirigía al otro extremo de la sección, Stephanie arqueó las cejas.

—¿Increíble, Carter? Debe de haber cambiado desde que lo dejaste, Cor. Tengo que decir que estaba bastante bueno cuando lo vi el sábado. Quizá habrías tenido que aguantar un poco más con él.

—¿Quién dice que no puedo recuperarlo si se me antoja? —insinuó Corrine mirándose los zapatos de salón—. De hecho, puede que vaya a hacerle una visita con mis zapatos nuevos.

Stephanie se rio por lo bajo.

—Qué mala eres…

—Lo que pasa es que me aburro. —Corrine torció el gesto mientras seguía con la mirada a Mac. Ésas botas tendrían que haber sido para ella, pensó. Le quedarían infinitamente mejor que a aquella larguirucha con pelo de zanahoria y culo estrecho—. Además, ¿por qué debería quedarse ella con Carter? Yo lo vi primero.

—Creía que Carter te aburría.

—Eso era antes. —Corrine, suspirando, se sentó y examinó un montículo de zapatos donde elegir—. El problema contigo, Steph, es que estás casada. Has olvidado la emoción de la cacería, la competición, el resultado final.

Se quitó los zapatos de salón y se calzó unas sandalias de tacón de aguja en rosa metálico.

—Los hombres son como los zapatos. Has de probártelos y llevarlos durante un tiempo… mientras te favorezcan. Luego los metes en el armario y te vas a comprar unos nuevos.

Se puso en pie y se giró un poco para estudiarse en el espejo.

—Y de vez en cuando, recuperas algo del armario y te lo vuelves a probar para ver cómo te sienta.

Corrine echó un vistazo alrededor y frunció el ceño cuando vio que Mac se estaba probando las botas azules.

—Pero jamás dejes que otra revuelva dentro de tu armario.

«La rutina tiene su sentido —pensó Carter—. Te obliga a hacer cosas, te garantiza cierta comodidad y hace que tengas las manos y la cabeza ocupadas».

Cuando llegó a su casa, colgó el abrigo y fue al despacho a dejar encima de la mesa las tareas que debía hacer esa noche. Entonces comprobó los mensajes.

Sintió una punzada de tristeza cuando la voz de Mac no resonó en la habitación, pero eso también formaba parte de la rutina.

Parker le había aconsejado que le diera tiempo, y un poco de espacio. Le daría tiempo, un par de días más. Podía esperar. La espera se le daba bien. Y si algo quería más que nada en el mundo, era que ella fuera a buscarlo.

Bajó a la planta baja para dar de comer al gato y prepararse un té. Acodado en el mármol, se tomó la infusión mientras repasaba la correspondencia del día.

Se preguntó si era posible llevar una vida tan normal y corriente, tan seria y formal. ¿Estaría en la misma onda (léase rutina) al cabo de un año? ¿Al cabo de una década…? ¡Qué horror!

Se sentía muy cómodo antes de que Mackensie volviera a entrar en su vida.

—No pensaba vivir solo para siempre. Pero tenía mucho tiempo por delante, ¿verdad? Tiempo para disfrutar de cierta rutina, de mi casa, de mi trabajo, de la libertad que te da estar soltero. Tengo treinta y pico, joder.

»Y estoy hablando con un gato, que no es la manera como me gustaría pasar las noches que me quedan de vida. No te ofendas Pero nadie quiere acomodarse y ya está, estar con alguien porque la única alternativa es vivir solo. El amor no es un concepto amorfo inventado por la literatura, por la poesía, inalcanzable. Es real y vital, y es necesario. Maldita sea. Cambia las cosas. Lo cambia todo. No puedo volver a ser como era antes de quererla. Es ridículo esperar algo así.

Cuando terminó su cena, el gato se sentó, miro a Carter durante un buen rato y empezó a asearse.

—Bueno, ella no es tan razonable como tú. Te diré algo, ya que ha salido el tema. Yo le convengo. Soy exactamente lo que necesita. La entiendo. Vale, no, no la entiendo. Retiro eso. Pero la conozco, que es algo muy distinto. Y sé que puedo hacerla feliz, cuando ella supere su terquedad y lo admita.

En aquel momento Carter decidió que le daría veinticuatro horas. Si no se ponía en contacto con él en ese periodo de tiempo, tendría que tomar las riendas de la situación. Necesitaría una estrategia, un guión para saber lo que tenía que decir y como actuar. Se levantó y fue a buscar papel y lápiz.

—Seré imbécil. A la mierda con la estrategia y los guiones. Ya lo arreglaremos como sea. —Enfadado consigo mismo se pilló un dedo en el cajón.

«Típico», pensó chafándoselo para aliviar el dolor. Decidió que se consolaría preparándose un bocadillo caliente de queso.

Si Mac hubiera entrado en razón, ahora estarían juntos, quizá preparando la cena. Con tantas cosas como tenían de que hablar… Carter quería saber si Mac había conseguido su gran contrato. Quería celebrarlo con ella, que lo compartieran juntos. Quería explicarle el curioso relato que le había entregado uno de sus alumnos… y las excusas que le había dado otro por no haber hecho los deberes.

Tenía que admitir que la táctica de la amnesia temporal había sido muy creativa. Quería compartir todo eso con ella: lo importante, lo insignificante, los pequeños detalles que conformaban sus vidas. Tenía que demostrarle que ella también deseaba lo mismo, y que sus deseos podían convertirse en realidad.

Puso el bocadillo en la plancha y abrió un armario para coger un plato. Al oír que alguien llamaba a la puerta se sobresaltó y casi se golpeó la cabeza con un canto.

«Mackensie», pensó, y salió corriendo de la cocina.

Fue a abrir con su imagen clavada en la mente y se sintió desconcertado durante unos segundos, el tiempo que tardó en procesar a Corrine.

—Carter —dijo ella. Toda sonrisas, entró, dio una grácil vuelta sobre sí misma y se le echó a los brazos. Levantó la cabeza clavándole sus ojos oscuros y brillantes y le dio un beso en la boca—. Sorpresa… —dijo con un ronroneo.

—Ah, sí. Menuda sorpresa… Corrine… —Carter se desasió de ella—. Estás… tienes muy buen aspecto.

—Oh, estoy destrozada. He pasado por tu casa tres veces antes de reunir fuerzas para parar el coche. No me rompas el corazón, Carter, diciéndome que no te alegras de verme.

—No. Es decir… te aseguro que no me lo esperaba.

—¿No vas a invitarme a entrar?

—Ya estas dentro.

—Siempre tan literal. ¿Cierras la puerta o vas a tenerme implorando aquí fuera con este frío?

—Lo siento. —Cerró la puerta—. Me has pillado desprevenido. ¿Qué quieres, Corrine?

—Más de lo que merezco. —Se quitó el abrigo y se lo ofreció con una mirada de súplica—. ¿Querrás escucharme?

Debatiéndose entre las buenas maneras y la sorpresa, Carter colgó el abrigo.

—Creo que eso ya lo hice.

—Fui una estúpida, una desconsiderada contigo. Tienes todo el derecho a darme una buena zurra en el trasero. —Corrine entró en la sala de estar—. Cuando pienso en lo que hice, en lo que dije… Carter, qué avergonzada estoy. Fuiste tan bueno conmigo… me fuiste tan bien… A tu lado me convertí en mejor persona. He estado pensando en ti, he pensado mucho en ti.

—¿Y qué ha pasado con… —tuvo que rebuscar en su memoria para acordarse del nombre—, James?

Corrine puso sus seductores ojos en blanco.

—Fue un error. El castigo por haberte herido. No tardé mucho en darme cuenta de que aquello no era más que una aventura sin importancia. Él era un niño comparado contigo, Carter. Dime que me perdonas, por favor.

—Eso es agua pasada, Corrine.

—Quiero compensarte, si me dejas. Dame una oportunidad y te lo demostrare. —Se acercó a él y le acarició la mejilla—. Sé que recuerdas cómo nos iba, lo bien que nos iba juntos. Podríamos recuperar eso, Carter. —Se estrechó contra él—. Podrías volver a tenerme. Sólo tómame.

—Creo que deberíamos…

—Ya nos portaremos bien luego. —Se apretó contra él mientras Carter intentaba zafarse—. Te deseo. Te deseo tanto… No puedo pensar en nada más.

—Espera. Basta. Esto no va a…

—De acuerdo. Tú mandas. —Corrine, con una deslumbradora sonrisa, se echó atrás la melena—. Hablemos primero, como tú quieras. ¿Por qué no me sirves una copa de vino y…? ¿Se quema algo?

—No… Ah, mierda.

Carter corrió hacia la cocina y la sonrisa de Corrine pasó a ser glacial. Esto iba a costarle más tiempo y esfuerzo de lo que había pensado, pero no importaba. En realidad, el hecho de que Carter no estuviera comiendo ya de la palma de su mano, como esperaba, lo convertía en alguien más deseable a sus ojos. Y seducirlo sería mucho más gratificante.

A fin de cuentas, el único lugar donde no se había aburrido con él era en la cama.

Corrine endulzó su expresión cuando le oyó regresar.

—Lo siento, estaba preparándome algo para cenar. Corrine, agradezco tus disculpas y tu… ofrecimiento, pero… Lo siento —repitió él al oír que volvían a llamar a la puerta.

—No pasa nada. Esperaré.

Carter, haciendo un gesto de impotencia, fue a abrir. Su cabeza, sobrecargada ya, se puso en alerta roja cuando vio a Mac.

—Hola. Esto es una ofrenda de paz —dijo Mac enseñándole botella de vino—. Me he portado fatal y espero que me des la oportunidad de rectificar. Si te apetece, había pensado que podrías venir a casa a cenar esta noche. Si quieres, trae una botella de vino. Por cierto, esta marca que ves aquí es bastante buena.

—Tú… yo… Mackensie.

—¿Quién esta ahí, Carter?

«Oh, oh», fue lo único en que Carter pudo pensar. Aquello no iba a acabar bien. En ese momento Corrine apareció por detrás, y Carter vio que Mac se quedaba de piedra.

—Esto no es…

—Oh, vino, qué simpática. —Corrine tomó la botella de la mano de Carter, que se había quedado paralizado—. Carter estaba a punto de servirme una copa.

—En realidad, yo… Mackensie Elliot. Ella es Corrine Melton.

—Sí, ya lo sé. Bien, disfrutad del vino.

—No, espera. —De un salto, Carter la agarró por el brazo—. Espera. Espera, por favor. Entra en casa.

Mac se lo quitó de encima.

—¿Estás de broma? —Y entonces lo amenazó—. Si vuelves a tocarme, te dejo la mandíbula más morada que antes.

Se marchó a grandes zancadas hacia un coche que Carter se fijó en que no era el suyo. Entonces Corrine lo llamó desde el umbral.

—¡Carter, cariño! Vuelve, no vayas a pillar un resfriado.

«¿Rutina? —pensó él—. ¡Mira que estar preocupado por si caía en la rutina!».

Mac entró en la mansión hecha una furia.

—¿Dónde estáis todas? —vociferó.

—¡Aquí, en la cocina! Te hemos llamado al móvil —grito Emma—. Ven.

—Cuando os cuente el día que he tenido, no os lo vais a creer. Primero me he tropezado con la ex de Carter, muy sexy ella, en la sección de calzado de Nordstrom, y eso casi me estropea la inconfesable satisfacción de haber llamado a la grúa para que se llevara el coche de mi madre. ¿Por qué nadie se había molestado en decirme que es preciosa? —se quejó Mac mientras lanzaba su abrigo sobre un taburete—. Y por si fuera poco, además de aguantar a la sexy y seductora, con sus fabulosos zapatos de salón con la puntera abierta y su voz de Catwoman látigo en mano, me gasto sesenta pavos en una botella de vino como ofrenda de paz para Carter y ochenta más en el supermercado para comprar esta porquería con la que hacerle la cena, ¿y sabéis con qué me encuentro cuando llego a su casa? ¿Sabéis qué ven mis ojos? Os diré lo que he visto. La he visto a ella. A ella con un suéter negro de cachemira escotado hasta aquí, con tanto encaje rosa por debajo que le estaba diciendo: «Anda y métete dentro, cariño». Y él allí plantado, ¡presentándonos a las dos!, rojo como un tomate y con aire atontado.

»Y ahora esa lagarta se está bebiendo mi vino.

Parker alzó las manos al cielo.

—Espera un momento. ¿Carter estaba con Corrine, con su ex?

—¿Qué es lo que acabo de decir? ¿No me has oído? Y la lagarta le grita: «Ay, cariño, entra en casa no vayas a pillar un resfriado». Sólo que con una voz súper sexy. Él estaba cocinando. Lo he olido. Olía a pan quemado, vale, pero qué más da. O sea, ¿discutimos por una tontería y él se pone a preparar tostadas quemadas para esa y a servirle mi vino?

—No me imagino a Carter cayendo en ese juego —dijo Emma sacudiendo la cabeza—. De ningún modo.

—Pero ella estaba allí, te lo aseguro, con su escote de encaje rosa.

—Pues haberle dado a Carter una patada en el culo, otra patada a ella y haberte llevado el vino. —Laurel se acercó a Mac para acariciarle cariñosamente la espalda—. Pero yo me inclino a pensar como Emma. Volvamos a la sección de calzado de Nordstrom. Lo primero es lo primero. Dinos, antes que nada, si has comprado algo.

—Sección de calzado, de Nordstrom. ¿Tú qué crees que va a pasar?

—Luego nos los enseñas. ¿Cómo sabías que era la ex de Carter? ¿Te conocía ella?

—Iba con esa como-se-llame. La prima del novio de la boda del sábado. Me reconoció. Y las dos se pusieron a mirarme de arriba abajo, cosa que me sentó fatal. Como un tiro. Y la como-se-llame venga a reír y a decir que las dos deberíamos cambiar impresiones. Zorra subnormal.

—¿Y no crees que es extraño, una coincidencia que el mismo día te encuentres por la noche a esa mujer en casa de Carter? —intervino Parker—. ¿A quién más le huele a chamusquina?

Laurel y Emma levantaron la mano.

—Dios mío. —Disgustada, Mac se dejó caer sobre un taburete—. Me la ha jugado. Estaba paralizada, furiosa y… sí, celosa, tanto que no he entendido nada. De todos modos, ella no sabía que yo iría a su casa. Así que…

—Me parece que estaba asegurándose el tiro. La conozco un poco, ¿recuerdas que te lo comenté? —intervino Emma—. Y esa es de las que piensa: «Quiero lo que tú quieres, y sobre todo quiero lo que tú tienes». Seguro que fue a su casa para ver si podía quitártelo, y entonces…

—Voy y le regalo una botella de vino. —Mac se llevó las manos a la cabeza—. Soy idiota.

—No. Lo que pasa es que no eres mezquina o calculadora como ella. Y Carter tampoco —comentó Parker—. No estaba con ella, Mac. Ella estaba allí, nada más.

—Tienes razón. Tienes toda la razón. Y yo me marcho dándole pista libre. Pero él nos presentó.

—No supo controlar la situación, eso seguro —afirmó Parker—. ¿Qué quieres hacer?

—No lo sé. Esto es demasiado. Estoy agotada emocionalmente. Supongo que atiborrarme de helado y tragarme las penas.

—Podrías tomar caviar para celebrarlo.

Mac frunció el ceño sin apartar la vista de Parker.

—¿Celebrar qué? ¿Lo ridículas que son las relaciones?

—No, que Votos ha triunfado firmando el contrato para la boda de los Seaman. El trabajo es nuestro.

—Ah, ya… No, perdona, dame un minuto para cambiar el chip. —Mac se frotó la cara intentando calmar su rabia para poder saborear el triunfo—. ¿De verdad lo hemos conseguido?

—Lo hemos conseguido, y tenemos una botella de Cristal, el mejor champán francés, y huevas de beluga para demostrártelo. Estábamos esperándote para descorchar la botella.

—Qué día más raro. —Mac se presionó los ojos—. Ha sido un día terrible y extraño. ¿Y sabéis qué? Éste es un modo fantástico de acabarlo. Sácale el tapón al amigo, Parker.

—Cuando el corcho salte, declaro oficialmente este despacho zona antidepresiones.

—Ya está —dijo Mac levantándose—. Me están entrando ganas de bailar. ¡Abre la botella!

Coincidiendo con el estallido inaugural, Mac soltó un grito de alegría.

—Por nosotras —declaró Parker alzando la copa—. Por las amigas del alma, por unas mujeres que son más listas que el hambre.

Brindaron y bebieron. Mac pensó que podría superar cualquier cosa, cualquier percance, siempre y cuando tuviera a esas mujeres a su lado.