Que distintas resultaban, a los ojos de Carter, la menuda y curvilínea rubia del traje de chaqueta rojo, y la pelirroja larguirucha del albornoz a cuadros escoceses.
Aunque las dos se quedaron paralizadas, y las dos le lanzaron una mirada que era una mezcla de terror y turbación. Sin embargo, esa similitud se desvaneció cuando Mac se puso triste y Linda adoptó la expresión calculadora de una mujer astuta.
—Bueno, bueno… Mackensie no me había dicho que tenía compañía. Y que se trataba de un hombre tan guapo. Mackensie, ¿dónde están tus modales? Cualquiera diría que has crecido en la selva. Me llamo Linda Barrington y soy la madre de Mackensie. —Le tendió la mano sin moverse de su sitio—. Encantada de conocerte.
—Carter Maguire. —Se acercó a ella para estrechársela, pero Linda le retuvo la mano entre las suyas.
—Buenos días, Carter. ¿Dónde te ha encontrado Mac?
—Me gusta pensar que soy yo quien la ha encontrado a ella.
—¡Vaya, un encantador de serpientes! —Con una risueña carcajada, Linda se echó hacia atrás el cabello—. ¿Eres de Greenwich, Carter?
—Sí, mi familia es de aquí.
—Maguire, Maguire… No sé si los conozco. Mackensie, por el amor de Dios, dale a este hombre un café. Siéntate, Carter. —Dio unos golpecitos en un taburete para indicarle que tomara asiento—. Y ahora, cuéntame.
—Ojalá hubiera tiempo, pero Mackensie y yo tenemos que prepararnos para una celebración.
—¿Ah, sí? ¿Tú también eres fotógrafo?
—No, sólo la ayudo.
Linda le dirigió una mirada rápida y coqueta.
—Sin duda pareces muy capaz de ayudarla. Hazme compañía al menos mientras me tomo el café, y tú, Mac, sube a vestirte. Ve a arreglarte. Pareces una golfilla.
—Estaba pensando en lo bonita que estás —dijo Carter dirigiéndose a Mac—. Sabes a una mañana de domingo.
Linda dejó escapar unas risas.
—Ya decía yo que eras un encantador. Puedo reconocerlos de lejos. Vigila, Mackensie, o te lo van a robar. Veamos, Carter, siéntate y háblame de ti. Insisto.
—Toma el coche. —Mac agarró las llaves del cestito que había sobre el mármol—. Toma el coche y lárgate.
—Mira, Mackensie, puedes ahorrarte las groserías. —Linda, de todos modos, aceptó las llaves.
—Querías el coche y ya tienes las llaves. Mi oferta durará exactamente treinta segundos.
Linda, con aire de ofendida, recogió su abrigo.
—Disculpa el comportamiento de mi hija, Carter.
—No hay nada que disculpar. En absoluto.
—Esperemos que éste sea tolerante o terminarás sola. Para variar. —Fulminando con la mirada a Mac, Linda salió del estudio como una exhalación.
—Muy tonificante… Ojalá no le hubieras dado las llaves —comentó Carter acercándose a Mac.
Ella lo detuvo con un gesto de la mano.
—No, por favor, no hagas eso. Siento que te hayas visto metido en medio del fregado, pero por favor, no hagas eso.
—¿Qué es lo que no tengo que hacer?
—Lo que ibas a hacer, fuera lo que fuese. —Mac dio un paso atrás alzando todavía más la mano—. No sé en qué estaría yo pensando. No lo sé. En el fondo, sabía que era una equivocación. Y que tenía que pararlo antes de que se complicara. Pero me dejé llevar. Es culpa mía.
—Supongo que ya no hablas de tu madre.
—Lo siento. Lo siento, Carter. En cuanto a esto, a lo nuestro… No puedo seguir adelante. No puedo seguirte a donde tú quieres. No es por ti, es…
—Basta —la interrumpió Carter—. Déjate de tópicos. Tú estas por encima de eso. Los dos lo estamos.
—Se trata de mí. —Mac notó que se le iba a quebrar la voz y la endureció—: No estoy preparada para esto. No soy de las que tienen relaciones duraderas. Soy de las que les entra una crisis de pánico y se marcha corriendo de tu casa porque se siente demasiado cómoda en ella.
—Ah, eso lo explica todo.
—Así soy yo. ¿Lo entiendes? No soy la persona que andas buscando.
—Habla por ti, Mackensie, y no des por sentado lo que yo quiero.
—Te lo digo porque lo veo claro. Estás… tan colgado que te imaginas que lo nuestro tiene futuro, quieres que lo tenga. Eres tradicional hasta la médula, Carter, y no tardarás mucho en querer un compromiso sólido, un matrimonio, una familia, la casa y el gato de tres patas. Estás programado así, y lo que debes saber es que yo tengo los cables cruzados. —Mac dejó en el fregadero las varillas para montar que no había utilizado—. Ni siquiera me conoces. Hemos tenido una aventura, un rollo, para recordar el pasado. Tu enamoramiento te tenía intrigado, y a mí me ha halagado mucho, pero hemos dejado que las cosas vayan demasiado lejos. Nos hemos lanzado a lo loco por un camino en pendiente, pero hay baches y socavones. ¡Ni siquiera nos hemos peleado! ¿Cómo puedes pensar que…?
—Mira, estamos a punto de hacerlo —la interrumpió Carter—. No sé si piensas peor de ti que de mí en estos momentos. ¿Me estás preguntando si quiero un compromiso, un matrimonio, una familia, la casa y el maldito gato, que ya tengo, por cierto? Pues sí, quiero tenerlo todo, tarde o temprano. Y no por eso soy un idiota.
—Yo no he dicho que…
—¿Baches y socavones? Bienvenida al mundo real. Los hay en todas partes. Y uno tiene que maniobrar para esquivarlos, pasar por encima o atravesarlos si quiere llegar al otro lado. Tu problema es que no paras de meterte de cabeza en el socavón de tu madre y permites que eso te fastidie el viaje entero. Ella no tiene la culpa de que tu capacidad de maniobra sea penosa. Tú la tienes.
—Lo sé perfectamente… Espera un momento. ¿Mi capacidad de maniobra es penosa? —Un atisbo de rabia le coloreó las mejillas—. Sé muy bien adónde voy y conozco mi camino. Sólo he tomado un atajo. Deja de hablar con metáforas.
Carter enarcó las cejas.
—Y estoy seguro de que ese atajo te ha servido para largarte bien lejos. A la mierda el atajo. Nuestra historia es importante, Mackensie. Aunque ninguno de los dos se lo habría imaginado jamás, existe.
—Te aprecio mucho, Carter, te lo aseguro. No lo dudes. Por eso quiero decirte que tenemos que ir más despacio. Hay que pensarlo bien.
—¿Por qué dejas que ella dirija tu vida?
—¿Qué? No es cierto.
—Tu madre es una mujer egoísta, que solo se ve a si misma y te machaca emocionalmente porque te dejas. Te rindes y consientes que se salga con la suya en lugar de plantarle cara.
—¡Eso es ridículo e injusto! —La rabia de su voz contrastó con la calma de Carter, y se sintió como una tonta—. Le he prestado el maldito coche para que se largara. Y eso no tiene nada que ver.
—Creo que más te valdría reflexionar sobre esta relación tan perversa.
—Es asunto mío.
—Eso es cierto.
Mac respiró hondo una vez, y luego otra.
—No quiero pelearme contigo. No podría pelearme contigo ni aunque quisiera. Tengo que trabajar y prepararme para la celebración y… Dios.
—Entendido. Me quitaré de en medio.
—Carter no nos tiremos los trastos a la cabeza. —Mac se pasó una mano por el cabello mientras él recogía su abrigo—. No quiero hacerte daño. No quiero que pienses que tú, que todo esto, no significa nada para mí.
—Demasiados noes, Mackensie. —Carter examinándola con atención, se puso el abrigo—. Podrías mirar la otra cara de la moneda y elegir lo que quieres. —Se acercó a la puerta—. Ah, deja que te aclare que no estoy colgado. Estoy enamorado de ti. Y eso es algo con lo que tú y yo vamos a tener que cargar.
Salió del estudio y cerró despacio la puerta tras de sí.
Lo superaría. Tuviera lo que tuviese clavado en el corazón, en sus entrañas, era imperdonable que eso le ocupara la mente durante una celebración. «Quítatelo de la cabeza —se ordenó Mac—. Hoy no se trata de él, como ayer no se trataba del imbécil del hermano del novio».
—¿Vas a decirme qué te pasa? —Le preguntó Emma siguiéndola alrededor de la pista.
—No. No es el momento.
—He visto el coche de tu madre aparcado frente al estudio. Y no he visto el tuyo.
—Ahora no, Em.
—Esto se está complicando. Hablaré contigo después.
—No quiero hablar. No tengo tiempo para comer galletas mientras hacemos terapia. Estoy trabajando.
«Ya, ya…», pensó Emma. Y se fue derecha a buscar a Parker.
—Algo le pasa a Mac.
—Sí, lo sé. —Parker estaba de pie junto a la larga mesa de la entrada supervisando cómo iban cargando los regalos en la limusina que había aparcada fuera—. Ya nos ocuparemos luego.
—Intentará largarse. —Emma, al igual que Parker, lucía una sonrisa de compromiso—. Estoy preocupada porque no está furiosa, que es como se pone cuando trata con su madre. Se queda hecha polvo, pero el puntito de ira no se lo quita nadie.
—De momento no hay nada que hacer. Luego ya veremos. Ahora viene el último baile —calculó Parker tras consultar el reloj—. Querrá hacer unas fotos al aire libre cuando los novios se marchen. Si está de mala leche, se irá derecha a casa. Le cortaremos el paso estudiando el terreno.
Si se hubiera parado a pensarlo, Mac se habría dado cuenta de que algo se traían entre manos. Pero el alivio de haber terminado, de saber que había concluido su trabajo y que lo había hecho bien, le hizo olvidar el resto.
Cuando la limusina salió deslizándose por el caminito de entrada, Mac apartó la cámara.
—Reunión breve cuando hayamos terminado —anunció Parker.
—Oye, me voy al estudio. Ya haré una copia de tus notas.
—No tardaremos mucho. Hemos de asegurarnos de que todo salga perfecto en la presentación de mañana. Buenas noches y conduzcan con cuidado —dijo Parker sonriendo a un grupo de invitados que se marchaban—. Creo que estos eran los últimos. Hagamos un barrido. ¿Te ocupas de la segunda planta?
Molesta, Mac subió pisando fuerte la escalera. «Lo que yo querría es estar en casa, maldita sea». Quería estar sola y trabajar. Trabajar hasta que viera doble. Luego se iría a la cama y dormiría las penas.
Pero no, las cosas había que hacerlas en su momento. Normas de Parker.
Los ayudantes habían dejado impecables las suites de la novia y del novio, pero comprobó los baños por si acaso. Una vez encontraron a un invitado que se había dormido aovillado en la bañera de la habitación de la novia, la que tenía unas patas en forma de garra. El problema fue que lo descubrieron… a la mañana siguiente.
Cuando terminó la ronda de reconocimiento, Mac se planteó zafarse de la reunión saliendo por una de las puertas laterales. Pero las otras se enojarían e irían a buscarla.
No quería un nuevo enfrentamiento, otra escenita emocional. «Ya he llenado el cupo», pensó. Sería una buena chica, iría a la sesión resumen de clausura y repasarían el informe para la propuesta del día siguiente.
«Mejor, así no me dará tiempo de pensar». Pensar ocupaba uno de los últimos lugares de la lista de actividades que tenía pendientes.
No la sorprendió encontrar a Laurel sirviendo té y unos minibocadillos. En las reuniones de Votos tenían por costumbre tomar un tentempié.
—Una celebración muy agradable —comentó Laurel con naturalidad—. Nadie se ha puesto a dar puñetazos, no hemos tenido que echar a patadas a los impresentables y, que sepamos, no se han usado las habitaciones para echar un polvo a escondidas.
—Las celebraciones de los domingos suelen ser tranquilas —apuntó Emma quitándose los zapatos y estirándose.
—Olvidas el enlace Greenburg-Fogelman.
—Ah, sí. En ese hubo de todo, y aún me quedo corta.
Mac, incapaz de sentarse y quedarse quieta, se acercó a la ventana.
—Empieza a nevar. Al menos el tiempo ha esperado a que termináramos.
—Y hemos terminado —dijo Parker entrando en la sala—. El equipo de la limpieza ha empezado por la sala de baile. A lo mejor mañana la señora Seaman quiere volver a dar una vuelta y todo tendrá que brillar como los chorros del oro. Laurel, ¿y el pica-pica?
—Un surtido de pastelitos, café, té y zumo de naranja natural, y luego, durante mi presentación, que será la última, tendremos la degustación de pasteles. También habrá una selección de bombones con los nombres del novio y de la novia o con un monograma dorado. Les presentaré estilos distintos. Traeré fotografías y dibujos de los pasteles, de la boda y del novio, así como varias propuestas por si quieren dulces para los invitados; haré lo mismo con las opciones del carrito de los postres. He preparado unas cajas de bombones para regalar a la novia y a su madre, y un par más por si vienen acompañadas. Me he cubierto las espaldas.
—Muy bien. ¿Emma?
—A la novia le gustan los tulipanes y me dijo que los quería como flor emblemática de la celebración. Me he decantado por la boda en el jardín, porque se celebrará en abril. Pondré montones de tulipanes en jarrones de cristal fino, de distintas formas y medidas. Y rosas, claro. Haré arreglos florales con todo eso, combinando colores primaverales y aromas. Y luego, las flores para el ojal: un tulipán blanco montado en una ramita de lavanda. Tengo tres ramos de seda diseñados especialmente para ella. Y hay uno en el que sobresalen los tulipanes, porque creo que ese es el que va a elegir. Si es ella quien decide, claro.
Emma hizo una pausa, se frotó el pie izquierdo y volvió a consultar la lista.
—He montado otros ramos distintos para sus damas, también combinando los colores primaverales, porque ella no se ha decidido por ninguno en concreto. Le enseñaré varias fotos, además de las muestras que he preparado. Ya ha estado en mi taller y ha visto el muestrario y los arreglos, pero he adaptado algunos a su estilo.
»Laurel me ha ayudado a esbozar un par de ideas para la zona de la pérgola. Creo que usaré cornejos. Pondré unos arbustos tiernos de cornejo en unas urnas blancas como telón de fondo. Y los adornaré con lucecitas. Para regalar a las madres propongo unos porta ramilletes en lugar del ramo habitual. He hecho unos cuantos para mostrárselos. Y les he empaquetado unos arreglos florales para cada una, para que se los lleven a casa.
—Tenemos muchas fotos de los espacios decorados para las bodas de primavera —dijo Parker mirando a Mac.
—He seleccionado las mejores para esta clienta. Y también otras para recrearme en los detalles. Como el tiempo es muy variable en abril, supongo que querrán unas carpas.
—Carpas de seda —precisó Parker.
Mac asintió.
—He leído tu propuesta, y he visto también los esbozos de Laurel. No tenemos fotos para este montaje en concreto, pero contamos con otras parecidas. He reunido un dossier muy completo con fotografías de compromisos y bodas, y otro aparte con fotografías nuestras que han salido en revistas. Hojearon los álbumes cuando vinieron… y al decirme tú que a la madre se le iluminaron los ojos cuando se le comentó la posibilidad de editar un libro de arte, le he preparado un ejemplar. Haré un retrato de la madre y de la hija durante la presentación. Lo pasaré a papel, lo enmarcaré y luego se lo regalaré a mamá bien envuelto.
—Fabuloso. —Parker sonreía—. Perfecto. Por mi parte, he hecho tres guiones, de estilos diferentes, que comprenden desde los ensayos hasta la despedida. Y después de darle muchas vueltas, he decidido que empezaré por el mejor.
—El de la princesa de cuento de hadas del siglo veintiuno —corroboró Emma—. Es mi preferido.
—Llevamos dedicadas a este proyecto unas cien horas entre las cuatro —señaló Laurel—. Tengo todos los dedos cruzados.
Emma asintió convencida.
—A mí me da muy buena espina.
—A ti todo te da buena espina. Pero si eso se cumple, voy a tener una montaña de trabajo.
—Está a punto de cumplirse —precisó Parker en el momento en que Mac se levantaba—. ¿Estás bien, Mac?
—Me duelen los pies.
—Vale más que saques lo que llevas dentro. —Le aconsejó Laurel eligiendo un minibocadillo—. Somos tres contra una.
—No me pasa nada. Y no entiendo que tengamos que vomitarlo todo cada vez que una de nosotras está de mal humor.
—Somos chicas —le recordó Emma—. Y tu madre se ha llevado tu coche.
—Sí, mi madre tiene mi coche ahora. Me acorraló esta mañana y me he enfadado. Y estaré enfadada cuando decida devolvérmelo, porque me lo devolverá sin gasolina y a lo mejor con una abolladura en el guardabarros. Punto final.
—Noto cuando estás enfadada —comentó Parker encogiendo las piernas—. Y hoy no estabas así.
—Ahora sí lo estoy.
—Porque eso es sólo una parte del problema. Carter estaba en tu estudio cuando ella llegó, ¿verdad?
—Casi se le echa encima, como siempre hace cuando le ponen por delante cualquier cosa que tenga un pene. ¿Os imagináis qué corte?
—¿Se lo tomó mal él? —preguntó Emma.
—¿El numerito de mi madre? —Mac se levantó y se acercó de nuevo a la ventana—. No lo sé. No estoy segura. Estaba demasiado ocupada sintiéndome mortificada para darme cuenta. Por eso le di las llaves, para que se marchara.
—No te preguntaré para qué quería tu madre el coche —dijo Laurel sirviéndose una taza de té—. ¿Qué más da? Lo que me sorprende es que estés enfadada con Carter.
—No lo estoy. Estoy enfadada conmigo misma. Por dejar que sucediera, por haberme permitido ir tan lejos, sin pensarlo, por no quedarme con los pies pegados al planeta Realidad.
—Ahora ya no estás hablando de Linda, la Espeluznante —concluyó Laurel.
—Oh, Mac. —Emma le dirigió una mirada solidaria—. Te has peleado con Carter.
—No. Sí. No. —Mac, irritada, se giró en redondo—. No puedes pelearte con alguien como él. Las personas chillan o explotan en una pelea. Se dicen cosas y luego se arrepienten. A eso se le llama pelearse. Pero él, en cambio, es muy razonable.
—Maldita sea su estampa —afirmó Laurel ganándose una mirada asesina.
—Inténtalo. Intenta hacer que alguien como Carter comprenda que vais por un camino equivocado, ya verás como todo lo que dices rebota en el frontón de su serena lógica.
—Has roto con él. —Por el tono de voz que utilizó, se vio a las claras que las simpatías de Emma viraban radicalmente hacia Carter.
—No sé lo que he hecho. Además, ¿cómo puedes romper con alguien cuando no se sabe si estáis juntos? Oficialmente. Es por mí, es por mi culpa, y él no quiso escucharme siquiera. Sé que la situación se me ha ido de la mano. Me vi arrastrada, me dejé llevar, no sé… Y cuando mi madre ha entrado esta mañana en casa, he sentido que, de un sopapo, aterrizaba en la realidad.
—¿Vas a dejar que ella apriete la tecla que más le convenga en este tema? —le preguntó Parker.
—No. No es eso. —Mac habló enfurecida porque en cierto modo le preocupaba que ese fuera el motivo. El motivo exacto—. No quiero hacer daño a Carter. De eso se trata. Carter cree que está enamorado de mí.
—¿Cree? —repitió Laurel—. ¿O sabe?
—Lo ha exagerado mucho. Mi persona, la relación…
—Y éste hombre que sólo sabe ser razonable, el frontón de la serena lógica —apuntó Parker torciendo el gesto e inclinando la cabeza—, según tú, ¿ahora vive en un mundo de fantasías?
—Puede que sea otra de sus facetas —justificó Mac sintiéndose de repente cansada y vencida.
—Creo que la cuestión no es qué siente o deja de sentir Carter por ti, sino cuáles son tus sentimientos hacia él. ¿Estás enamorada de él, Mac?
Mac se quedó mirando fijamente a Parker.
—Me importa mucho. Eso es lo que siento.
—A eso lo llamo yo escurrir el bulto —dijo Laurel—. Ésta pregunta se responde diciendo sí o no.
—¡No lo sé! No sé qué hacer con todos estos sentimientos que me roen por dentro. Carter entra en mi vida incrustándose de cabeza contra la pared y la que se queda grogui soy yo. Dijiste que no era mi tipo, como me llamo Mackensie que lo dijiste. Y tenías razón.
—De hecho, creo que ésta es una de las raras veces en que me he equivocado. Pero eso tendrás que decidirlo por ti misma. Lo que me joroba, Mac, lo que me decepciona de verdad es que uses a Linda como excusa para ponerte a hablar de amor. Porque ella no te llega ni a la suela de los zapatos.
—Necesito tiempo, eso es todo. Necesito tiempo para encontrar mi equilibrio, mi ritmo. Y cuando estoy con él, no tengo ni una cosa ni la otra.
—Pues tómate tu tiempo —le aconsejó Parker—. Has de estar segura.
—Lo haré. Lo necesito.
—Y una cosa. Si te quiere, yo estoy de su lado.
El lunes, Kathryn Seaman llegó con su hija Jessica exactamente a las diez de la mañana. Mac supo que esa clase de puntualidad era la que tocaba la fibra sensible de Parker. Sin embargo, a ella le resultaba un poco inquietante.
El exceso de trabajo, los nervios y la vorágine emocional le rondaban como una mezcla espasmódica por el vientre cuando fue a la sala de recepciones a reunirse con sus socias y con las clientas potenciales. La cascada de tulipanes de Emma les trajo la primavera a pesar del fuego que crepitaba cálido en la chimenea. Parker había dispuesto los maravillosos juegos de té y de café de porcelana de Meissen de su abuela, la cristalería Waterford y la cubertería georgiana de plata, complementos perfectos para la vistosa repostería de Laurel.
Si la clienta buscaba la personificación del lujo, la sofisticación y el elemento femenino, podía darse por satisfecha.
Después de la charla ritual sobre el tiempo, Parker fue al grano.
—Nos encanta que estés valorando la idea de organizar vuestro gran día con Votos. Comprendemos que es importante que te sientas cómoda con todos los detalles que una boda comporta para que esta refleje vuestra identidad y lo que tú y Josh representáis el uno para el otro. Queremos que disfrutéis de este día y de cada uno de los días que faltan hasta entonces, sabiendo que nuestro principal objetivo sois vosotros. Vuestros deseos son órdenes; queremos que vuestro día sea perfecto y hermoso, y que su recuerdo os acompañe toda la vida.
»Con este objetivo, os plantearemos unas ideas. Antes de que os enseñe la primera propuesta, ¿tenéis alguna pregunta?
—Sí. —Kate Seaman abrió una libreta de notas que apoyaba en el regazo. Mientras su hija estallaba en carcajadas poniendo cara de paciencia, Kate empezó a bombardear a Parker con preguntas.
Las respuestas eran afirmativas invariablemente. Se encargarían de eso, solucionarían lo otro, sabían dónde encontrar lo de más allá o tenían una muestra de aquello. Cuando las preguntas se centraron en el paisajismo, Emma tomó el relevo.
—Además de las flores para la boda, utilizaremos plantas de temporada y maceteros en los parterres y en los jardines, y seleccionaremos especialmente lo que plantemos para destacar los arreglos florales por los que Jessica se decida. Soy consciente de que estaremos a principios de estación, pero os prometo que el día de vuestra boda ya será primavera.
—Si esperaran hasta mayo…
—Mamá —la interrumpió Jessica dándole unos golpecitos en la mano—. Nos conocimos en abril y nos hemos propuesto ser sentimentales. Creo que tenemos tiempo de sobra para planificarlo con tranquilidad. Aunque veo que ya están saliendo mil y un detalles.
—Para eso estamos aquí —le dijo Parker.
—Ahora mismo queremos dar la fiesta de compromiso en el club y repartir las participaciones.
—Podemos encargarnos de eso.
Jessica hizo un mohín de sorpresa.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Lo único que necesitamos es la lista. Tenemos varios modelos de tarjetones. El estilo más personalizado es diseñar un tarjetón a partir de vuestra foto de compromiso, o de una foto tuya y de Josh que te guste en especial.
—Me encanta la idea. ¿A ti no, mamá?
«Ahora entro yo», pensó Mac.
—La foto de compromiso puede ayudaros a decidir si os va este estilo o queréis algo más tradicional. Fijar la fecha y el lugar de la celebración, encontrar el vestido perfecto y haceros la foto de compromiso son los primeros detalles que, una vez decididos, te dejan campo libre para ocuparte del resto. Además, marcan el tono de la boda.
—Supongo que tienes algún ejemplo de las fotos que has hecho.
—Sí. —Mac se levantó, tomó la carpeta con las fotos de compromiso y la ofreció a Kate—. Opino que el retrato de compromiso es tan importante como el del enlace. Da fe de la promesa, la intención, la alegría y los proyectos de futuro. ¿Qué unió a estas personas? ¿Por qué han querido prometerse? Mi trabajo consiste en lograr que este retrato hecho a la medida de ellos sirva para anunciar a los amigos, a la familia y a todo el mundo que Jessica y Josh se han encontrado el uno al otro.
—¿En tu estudio? —preguntó Kate.
—Sí, o en cualquier otro escenario que convenga más a la pareja.
—En el club —decretó Kate—. En la fiesta de compromiso. Jessie tiene un vestido de noche sensacional. Ella y Josh están guapísimos vestidos de etiqueta. Y Jessie llevará los rubíes de mi madre.
Con los ojos nublados, se acercó a su hija para cogerla de la mano.
—La idea es perfecta y me encantaría llevarla a cabo —terció Mac—, pero yo había pensado en otra cosa para el retrato. Tú y Josh os conocisteis montando a caballo, una pasión que compartís. Me gustaría haceros una foto de los dos montando.
—¿Montando? —Kate frunció el ceño—. Esto no es una fotografía. No quiero que Jessica salga con unos pantalones de equitación y un casco de montar en su retrato de compromiso. Quiero que deslumbre.
—Yo pensaba que podría deslumbrar con mayor sutileza. De un modo más romántico, con un poco más de imaginación. Tienes un caballo castrado de color castaño. Trooper.
—¿Cómo lo sabías?
—En nuestro trabajo tienes que conocer a los clientes intentando no parecer siniestra —añadió Mac arrancando unas risas a Jessica.
—Os veo, a ti y a Josh, montados en Trooper. Josh con un esmoquin, el lazo de la pajarita deshecho y los primeros botones desabrochados, y tú detrás de él, con un vestido de noche divino y vaporoso… luciendo los rubíes de tu abuela —agregó—. Te veo cogida a él de la cintura, con el pelo suelto, al aire. El fondo es solo una nota de color, con unas formas difuminadas.
—Oh, Dios mío… —Jessica lo dijo casi en un suspiro—. Me encanta. Lo encuentro precioso. Mamá…
—Es… hermoso. Mágico.
—Y creo que encontraréis que la idea encaja muy bien con el lema de la boda que os hemos preparado. Parker.
Parker se levantó y se acercó a un caballete que habían instalado en el salón.
—Os enseñaremos unas fotografías como muestra de nuestros trabajos anteriores, generales y en detalle, y para que os hagáis una idea de lo que podemos hacer. De todos modos, como la vuestra será una boda única, os mostraremos diseños de cómo podría ser vuestro día.
Parker levantó la hoja que tapaba la primera propuesta.
—El país de las hadas.
Mac pensó que sus socias debieron de sentir la misma punzada de emoción que ella cuando oyó que la novia sofocaba un grito.
—Creo que lo hemos conseguido. ¿No os parece que hemos triunfado? Ay, qué cansada estoy… —Emma se desperezo en el sofá—. Y me siento un poco mareada. He comido demasiados dulces para calmar los nervios. ¿Verdad que lo hemos conseguido?
—Como no nos contraten, voy a hacer una colecta para encargar que den una paliza a Kathryn Seaman. —Laurel apoyó los pies en el montón de álbumes que había sobre la mesita de centro—. Ésa mujer es dura de pelar.
—Quiere mucho a su hija —comentó Parker.
—Sí, eso se supone, pero caray, nos hemos dejado la vida para presentar la boda perfecta y no hemos conseguido que la madre se comprometa.
—Lo hará. En caso contrario, no nos hará falta la colecta. Yo misma la asesinaré. —Parker, masajeándose la nuca, caminaba arriba y abajo—. Necesita pensarlo, hablarlo con su marido, y Jessica tiene que comentarlo con Josh, porque él también tendrá algo que decir. Es lógico. Es normal.
—Kate es quien lleva las riendas —señaló Mac—. Creo que lo único que quiere es torturarnos. Se quedó con la boca abierta cuando vio el pastel de bodas Palacio Real.
Laurel se mordisqueó el labio.
—¿Tú crees?
—La estaba observando. Me he dedicado a observarla como el gato que vigila al ratón… aunque quizá era yo el ratón y ella el gato. Pero la observaba. Se le han iluminado los ojos al ver el pastel. Casi he oído sus pensamientos: «Éste pastel en forma de palacio no va a ser para nadie más que no sea mi niña». Hemos triunfado en todo. Las dos han suspirado de emoción con los cornejos y las lucecitas de colores. ¿Y qué me decís del ramo en cascada de tulipanes? Jessie se lo ha adjudicado. Y cuando la madre menciona, como quien no quiere la cosa, que su marido es un patoso, Parker echa mano a su mágica colección de tarjetas y saca una de un profesor particular de baile.
—Ése ha sido un buen tanto —coincidió Emma—. Resumiendo, mamá quiere lo que quiere la niña, y la niña nos quiere a nosotras. Es una corazonada. —Dejó escapar un suspiro y se levantó—. Tengo que ir a plantar cincuenta y cinco narcisos para una fiesta de despedida. Llevaos unos tulipanes.
—Voy a ver si me han devuelto el coche. Tengo una sesión al aire libre y un montón de recados pendientes. —Mac se dirigió entonces a Parker—. Si mi madre no aparece, ¿puedo tomar prestado tu coche?
Algunos, pensó Parker, dirían que se estaba metiendo donde no la llamaban, que no era asunto suyo. No la conocían lo más mínimo.
Ella se dedicaba a solucionar problemas. Y si no intentaba arreglar el de una vieja amiga, ¿qué sentido tenía lo que hacía?
Entró en el Café de la Amistad decidida a dar lo mejor de sí, por su bien y por el bien de todos.
El bullicio de las conversaciones reflejaba el gentío que había en el local el sábado por la noche. Pudo distinguir el zumbido de la batidora y la vibración del molinillo mientras reconocía el terreno. Vio a Carter en una mesita para dos y, esbozando una sonrisa, se acercó a él.
—Hola, Carter. Gracias por haber venido.
—De nada. Has tenido una celebración hoy, ¿verdad?
—Ésta tarde, y salió muy bien. —«No tiene ningún sentido que perdamos el tiempo», pensó—. Mac estaba deprimida y molesta, pero ha hecho un esfuerzo por los clientes.
—Siento que se haya enfadado conmigo.
—Y ella también lo siente por ti, pero —prosiguió Parker antes de que él pudiera meter baza— su madre está en el origen de todo esto. Supongo que los tres ya lo sabemos, aunque reaccionemos de manera diferente.
—Estaba avergonzada. Me refiero a Mackensie. Y no tenía por qué. Por mí, no.
—Su madre no para de darle motivos. —Parker miró a la camarera que se había detenido junto a su mesa—. Un té de jazmín, por favor.
—Muy bien. ¿Y usted, doctor Maguire?
—Buena idea. Tomaré lo mismo.
—Carter, quiero darte un poco de información de base para que entiendas sus razones. Lo que tú y Mac hagáis luego con todo esto, es cosa vuestra.
Parker se quitó los guantes y se desabrochó el abrigo sin dejar de hablar.
—No sé qué te habrá explicado Mac. Sé que maldeciría mis huesos si se enterara de que voy a contarte todo lo que sé, pero así están las cosas. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía cuatro años. Su padre, al que ella adoraba, la abandonó con la misma alegría con que abandonó a Linda. Es un hombre desconsiderado. No es que sea calculador como Linda, pero sí desconsiderado. Creció con todos los privilegios, y con un fabuloso fondo fiduciario. Parecerá hipócrita viniendo de mí, pero…
—No. Tú y Del y tus padres también, siempre colaborasteis con los demás. Y esa es la palabra que mejor define la situación.
—Gracias. Geoffrey Elliot viaja a donde le apetece, hace lo que le viene en gana y es de los que huye de los follones. Linda va a saco, te agobia y se monta la vida por su cuenta. El padre de Mac la dejó muy bien situada, pero ella se ventiló todo el dinero. —Parker sonrió—. Los críos oyen cosas, incluso cuando en teoría no saben lo que significan.
—Él debía de pasarle una pensión para la niña.
—Sí. A Mac no le faltó de nada: casa, comida y ropa. Y a su madre tampoco, claro. Los dos se casaron de nuevo antes que Mac cumpliera siete años. Linda volvió al cabo de dos.
Parker interrumpió la conversación cuando vinieron a servirles el té.
—Después de eso, hubo muchos hombres, montones de aventuras y un drama tras otro. Linda se alimenta de los dramas. Geoffrey volvió a divorciarse y se casó otra vez. Tiene un hijo con su tercera esposa y la familia pasa la mayor parte del tiempo en Europa. Linda tiene una hija de su segundo marido.
—Sí, Mac me dijo que tenía dos hermanastros.
—Apenas se ven. Eloisa pasó, y pasa, largas temporadas con su padre, que ha demostrado quererla mucho.
—Qué duro ver que tu hermana cuenta con algo que tú no tuviste.
—Sí. Y como casi siempre Mac era la única que estaba en casa, Linda esperaba y exigía todo de ella, la utilizaba. Es su estilo. Volvió a casarse. Y cada vez que se casaba, se mudaban a otra casa, a un nuevo vecindario. Mac cambiaba de escuela. Linda incluso la sacó de la academia cuando se divorció de su tercer marido. Y luego volvió a matricularla un par de años después, para que estudiara durante un tiempo, porque resultó que estaba liada con un hombre (casado, por cierto) del patronato de la escuela.
—No conoce lo que es la estabilidad —murmuró Carter—. Nunca la han apoyado.
Parker suspiró.
—Durante toda su vida, Mac ha tenido que aguantar los lloriqueos de su madre cuando la desairaban por un fracaso amoroso o un problema cualquiera. Linda se educó creyéndose el centro del universo, y procuró educar a Mac para que esta también lo creyera. Nuestra Mac es una mujer fuerte. Lista, segura, brillante en su profesión. Pero este rincón vulnerable de sí misma es como una herida abierta. Y Linda no para de hurgar en ella. Creció rodeada de gente insensible, y tiene miedo de la crueldad de los demás.
—No confía en nosotros, porque en toda su vida nadie le ha dado motivos para hacerlo.
—Tú sabes escuchar. Ésa fue una de las primeras cosas que me dijo de ti. Voy a darte ventaja, Carter, y en este punto ella también se enfadaría si me oyera. Ahora bien, si hago esto es porque la quiero.
—Me iría muy bien.
Parker lo tomó de la mano.
—Nunca la había visto como ahora; nunca ha estado con nadie como está contigo. Nunca la había visto tan entregada. Y eso, lo que hay entre los dos, lo que ve en ti, la asusta.
—Me lo había imaginado, al menos lo del miedo. Tú que la quieres tanto, ¿qué me aconsejas que haga?
—Esperaba que me lo preguntaras —respondió Parker con una sonrisa—. Dale un poco de espacio, de tiempo… pero no demasiado. Y no te rindas. Las únicas constantes de su vida hemos sido mi familia y yo, Emma y Laurel. Te necesita.
—No puedo rendirme —dijo Carter sencillamente—. Llevo esperándola toda mi vida.