13

No estaba seguro de lo que él pensaba hacer y mucho menos de lo que pretendía ella. Pero cuando Mac salió disparada por el césped cubierto de nieve, Carter instintivamente la cogió en brazos.

—¿Qué? ¿Qué haces?

—Llevas unos zapatos demasiado ligeros.

—¡Y también! ¡Bájame! ¿Cómo voy a dar una imagen dura y a imponerme si me llevas en brazos? Bájame, bájame o nos tomarán la delantera.

—En el momento en que la soltó, Mac salió zumbando. Con paso largo, pensó Carter. Como una gacela saltando por la nieve con sus largas piernas. Él no tenía ninguna gracia y lo sabía. Pero podía ser rápido cuando debía.

La adelantó. Resbaló con torpeza en el sendero por culpa de sus zapatos, destrozados y rebozados de nieve, y eso redujo el impacto de la barrera, pero interceptó el paso al furioso padrino y a su querida actual.

—Lo siento. El señor y la señora Lester no desean la presencia de la señorita Poulsen en esta boda.

—Ella viene conmigo y vamos a entrar.

Carter se fijo en que el padrino, más que furioso, iba algo bebido.

—Repito que lo siento. Pero tenemos que respetar el deseo de los novios.

Casi sin aliento, Mac llegó hasta ellos.

—Sabes perfectamente, porque te lo hemos dicho varias veces, que tu amiga no está invitada a la fiesta.

—Donny —protestó Roxanne tirando de la manga al padrino—. Dijiste que no sería un problema.

Una mezcla de rabia y vergüenza hizo subir los colores a Donny.

—No habrá ningún problema porque lo digo yo. Es la boda de mi hermano y puedo traer a quien quiera. Meg se ha cruzado. Que le den. Ella no es nadie para decirme lo que debo hacer. Apartaos de mi camino. —Hizo un gesto de amenaza a Mac y a Carter—. Vosotros sólo sois unos mandados.

—Ella no entrará —dijo Mac. Calculó que después de tantos viajes al bar, el ego, el orgullo y el resentimiento nadaban en un mar de alcohol.

¿Por qué no llegaban los refuerzos?

—Lo has dicho hace un momento. Es la boda de tu hermano. Si ella tiene para ti más importancia que su felicidad, marchaos los dos. Esto es propiedad privada y tú amiga no esta invitada.

—Donny —Roxanne volvió a tirarle de la manga—. No tiene ningún sentido…

—He dicho que tú vienes conmigo. —El padrino giró en redondo y se encaró con Mac—. ¿Quién carajo te has creído que eres? No eres nadie para hablarme así de mi hermano. Y ahora, ¡fuera de mi vista! —Con los ojos inyectados en sangre el padrino la empujó.

Carter se interpuso inmediatamente entre los dos.

—No vuelvas a tocarla. Estás borracho y esta claro que eres un imbécil. Voy a tener eso en cuenta. Tranquilo y cálmate. Estoy seguro de que en el fondo no querías hacer eso.

—Pues mira, sí quiero.

Y el padrino dio un puñetazo en plena cara a Carter. Del impacto, Carter echó hacia atrás la cabeza, pero no se movió del sitio. Roxanne chilló y Mac soltó un taco. Antes de que diera un paso adelante, Carter la empujó tras él para apartarla.

—Ella no va a entrar. Y tú ya no vuelves dentro. Lo único que has demostrado es que eres demasiado egoísta para pensar en nadie, excepto en ti mismo. Has puesto en ridículo a la señorita Poulsen y debería darte vergüenza. Pero no tendrás oportunidad de avergonzar a tu hermano y a su esposa en un día como hoy. O te marchas por tu propio pie o seré yo quien te ayude.

—¿Por qué no lo ayudamos todos? —Dijo Del poniéndose junto a Carter mientras Jack aparecía por el otro lado.

—No creo que sea necesario —Parker rodeó el sendero y se abrió camino hasta ellos. De pie, clavó los ojos en el padrino, con la altanería de una reina del hielo vestida de Armani—. ¿Verdad que no, Donny?

—Tenemos cosas mejores que hacer. Vamos, Roxie. Éste lugar es una cutrez.

—Me asegurare de que se marchen. —Dijo Del sacudiendo la cabeza disgustado—. Volved a la casa. ¿Cómo tienes la cara Carter?

—No es la primera vez que me dan un puñetazo. —Carter intentó mover la mandíbula—. Aunque siempre duele.

—Una bolsa de hielo —Parker observó con frialdad al PCYM y a la PDLS mientras estos se alejaban—, Emma.

—Acompáñame, Carter.

—No pasa nada. De verdad.

—Una bolsa de hielo. —El tono de Parker no admitía un «no»—. Daré la señal de que todo esta despejado y volveremos. Que nadie se vaya del pico.

—¿Has visto lo que ha hecho? —murmuró Mac.

—¿Quién?

—Carter. Él… cada vez que pienso que lo tengo todo controlado, entonces me descoloca. Me tiene desorientada.

«Aquí hay otra que también esta cruzada», pensó Del mientras Mac se iba corriendo por el sendero para finalizar el trabajo.

Dos horas después Mac terminó la jornada y buscó a Carter hasta que dio con él en la cocina de Laurel. Estaba sentado solo en el rincón de los desayunos, leyendo. Cuando ella entró, alzó la vista y se quitó las gafas.

—¿Todo despejado?

—Más o menos. Siento haber tardado tanto. Carter, tendrías que haberte ido a casa. Es más de medianoche. Debí enviarte algún mensaje. Ay, tu pobre cara… —Mac torció el gesto al ver el morado que le había salido en la mandíbula.

—No es tan grave. Pero decidimos que era mejor que me quedara. Si salía, a lo mejor habría tenido que explicar cómo me había magullado. —Carter se llevó los dedos con cautela al moretón—. Miento fatal, y esto era más sencillo. Además, como me prometiste, había pastel.

Mac se sentó frente a él.

—¿Qué estás leyendo?

—Ah, Parker tenía una novela de John Irving que todavía no había leído. Me han cuidado, me han entretenido y me han dado de comer. Tus socias se han asegurado de que no me faltara de nada. Y Jack y Del han venido a hacerme compañía. He estado muy a gusto.

—Ni siquiera temblaste.

—¿Cómo?

—Cuando ese cabrón de mierda te gritó. Apenas reaccionaste.

—Iba bastante borracho así que pocas fuerzas iba a tener. Pero se equivocó poniéndote las manos encima.

—Ni siquiera subiste el tono de voz. Lo hiciste callar… lo vi en su cara, incluso antes de que llegara la tropa. Y sin tocarlo ni levantar la voz.

—Debe de ser porque me dedico a la enseñanza. Y por mi dilatada y variada experiencia con abusones. ¿Se han marchado los recién casados sin problemas?

—Sí. No saben nada del incidente. Supongo que ya se enterarán, pero disfrutaron del día… que de eso se trataba. Y casi todo gracias a ti.

—Bueno, menuda experiencia. Sólo me ha costado una mandíbula magullada y un par de zapatos.

—Y todavía sigues aquí.

—Te esperaba.

Mac se quedó mirándolo y luego se abandonó al instinto que le dictaba el corazón.

—Creo que será mejor que vengas a casa conmigo, Carter.

Él sonrió.

—Será mejor, sí.

«Todos nos equivocamos, ¿o no?», se dijo Mac mientras abría la puerta de su estudio. Si aquello era una equivocación, ya lo arreglaría. Más tarde. Cuando estuviera más despejada y pudiese pensar con mayor claridad. De momento era pasada la medianoche y Carter estaba allí, con su traje de tres piezas y sus zapatos destrozados.

—No soy tan ordenada como tú.

—«Ordenada» lo usan los quisquillosos —afirmó Carter sonriéndole abiertamente—. Es de esas palabras que te recuerdan a tu tía abuela Margaret con sus cubreteteras.

—No tengo ninguna tía abuela que se llame Margaret.

—Si la tuvieras, seguro que sería una mujer ordenada que usa cubreteteras. Yo prefiero la palabra «organizada».

Mac dejó caer el abrigo sobre el brazo del sofá. A diferencia de Carter, no tenía un armario donde guardar los abrigos.

—Digamos que soy organizada en lo que se refiere a mi trabajo, a mi negocio.

—Ya me he fijado. Dabas la impresión de saber perfectamente lo que había que hacer, dónde había que estar, lo que había que buscar… incluso antes de que apareciera. —Carter dejó su abrigo encima del de ella—. Y eso sólo pasa cuando el instinto creativo se combina con la organización.

—Ambas cosas me funcionan en el trabajo. Para el resto, soy un desastre de mujer.

—Todos somos un desastre, Mackensie. Hay gente que esconde el desorden en un armario o un cajón (al menos de cara a la galería), pero el desorden sigue existiendo.

—Y unos tienen más cajones y armarios que otros. Pero como ha sido un día muy largo, vale más que dejemos de lado la interpretación filosófica y te confiese que si te cuento esto es porque mi dormitorio está manga por hombro.

—¿Vas a por nota?

—Siempre y cuando la actitud puntúe muy alto. Suba, doctor Maguire.

—Así que esto era la caseta de la piscina —dijo él siguiéndola por la escalera.

—Los Brown tenían una vida social muy activa y reformaron la caseta para recibir a sus invitados. Luego, cuando fundamos la empresa, hicimos reformas y la convertimos en un estudio. Pero aquí arriba es donde tengo mi espacio particular.

Una gran suite ocupaba el segundo piso y, como vio Carter, incluía una zona de estar, el lugar donde supuso que ella leería, se echaría una siesta o vería la televisión.

Dominaba el color, y el apagado y velado tono gualda de las paredes hacía de telón de fondo a todos aquellos intensos azules, verdes y rojos. Como un joyero, pensó él. Atiborrado de cosas, mezcladas y resplandeciendo. Ropa tirada sobre los brazos de las butacas. Jerséis de colores, blusas de tonos suaves. Los cobertores y las almohadas, esparcidos sobre la cama y el sofá, como si fueran piedras y ríos bravos.

Un espejo muy recargado colgaba sobre una cómoda pintada que servía de tocador. Allí se entremezclaban una multitud de objetos personales fascinantes: pendientes, revistas, botellas y botes. Las fotografías eran sus cuadros, retratos de seres queridos. Posando e improvisando, pensativos y alegres. Con esos personajes en la pared, nunca se sentiría sola.

—Hay muchas cosas tuyas en este espacio.

—Intento recoger un poco de vez en cuando.

—No, quiero decir que el espacio se identifica contigo. Abajo se ve tu faceta profesional y aquí, la personal.

—Y eso nos lleva a lo que te decía, cuando te comentaba que soy un desastre de mujer. —Abrió un cajón y metió en él un jersey olvidado—. Aunque tenga un montón de cajones.

—Hay mucho color, mucha energía aquí dentro. —Así era como él la veía. Color y energía—. ¿Cómo duermes?

—Con las luces apagadas. —Se acercó a él y le tocó la magulladura de la mandíbula—. ¿Todavía te duele?

—En realidad… sí. —Solos, en su dormitorio-joyero, Carter hizo lo que había deseado durante todo el día: besarla—. Así… —murmuró cuando notó el calor de sus labios—. Así me gusta.

Mac se abandonó entre sus brazos y suspiró apoyando la cabeza en su hombro. Sí, ya pensaría luego. Cuando no la abrazase, cuando no se sintiera aturullada por la fatiga y el deseo.

—Vamos a meterte en la cama —dijo Carter besándola en la coronilla—. ¿Dónde está el pijama?

Mac tardó unos segundos en procesar la información, y entonces se apartó un poco para mirarlo.

—¿El pijama?

—Estás muy cansada —afirmó él acariciándole la mejilla—. Mira qué pálida estás.

—Sí, la de la rubicunda tez… Carter, estoy haciéndome un lío. Creía que te quedabas.

—Y me quedo. Llevas de pie todo el día, en guerra casi todo el rato. Estás cansada. —Le desabrochó la chaqueta del traje con una práctica que le recordó a esa vez en que le había abrochado el abrigo—. ¿Qué te pones para dormir? Oh, igual duermes sin… —Sus ojos se posaron en ella—. Sin ropa.

—Yo… —Mac sacudió la cabeza, pero no acertó a ordenar ni uno solo de sus pensamientos—. ¿No quieres acostarte conmigo?

—Me acostaré contigo. Y dormiré contigo, porque necesitas dormir.

—Pero…

Carter la besó, con dulzura, lentamente.

—Puedo esperar. A ver, el pijama. Espero que digas que duermes con pijama, porque si no, uno de los dos no va a pegar ojo esta noche.

—Eres un hombre extraño, Carter, y desconcertante. —Mac se volvió, abrió un cajón y sacó unos pantalones de franela y una camiseta descolorida—. Éste es mi pijama.

—Bien.

—No tengo nada que te vaya bien.

—De hecho, yo no me pongo… Oh. Ja, ja.

Él cambiaría de idea cuando estuvieran en la cama, pensó Mac mientras se desvestían. Ahora bien, acababa de apuntarse un buen tanto con sus buenas intenciones. Sí, estaba cansada, le dolían los pies y tenía la cabeza tonta, pero eso no significaba que no pudiera reunir fuerzas para practicar el sexo.

Sobre todo si se trataba de disfrutar a tope del sexo.

Cuando Carter se metió en la cama, Mac se aovilló junto él, le acarició el pecho y acercó los labios a su boca. Lo excitaría, lo seduciría y luego…

—¿Te he contado la conferencia que voy a dar sobre el análisis metodológico y teórico de la novela centrado en el tema del localismo, en su sentido literal y metafórico?

—Ah… ajá…

Carter, a oscuras, sonrió mientras le acariciaba la espalda con suavidad, acompasadamente.

—Es para los alumnos del último curso.

Con un tono pausado y monótono que aburriría a un muerto, empezó a explicarle la conferencia. Y se la contó procurando que pareciera un rollo. Calculó que dormirla le llevaría cinco minutos como mucho.

Mac cayó fulminada en dos.

Satisfecho, Carter apoyó la mejilla en la coronilla de la joven, cerró los ojos y él también se abandonó al sueño.

Mac despertó con el sol de invierno en la cara. Calentita.

En algún momento de la noche, él se había acurrucado a su lado y ahora Mac se encontraba pegada a él, de espaldas. Cómoda, descansada y relajada.

Había querido que durmiera, y ella había dormido. Era curioso cómo conseguía salirse con la suya sin exigir ni forzar nada.

A la chita callando.

En fin, no era el único.

Carter le pasó el brazo por la cintura. Ella le cogió la mano y se la llevó al pecho. «Tócame». Se estrechó contra él y entrelazaron las piernas. «Siénteme».

Sonrió cuando notó que su mano se movía para abarcar su pecho. Y cuando sus labios la besaron en la nuca. «Saboréame».

Mac se volvió y sus ojos se adentraron en el azul claro de sus pupilas.

—Me siento… renovada —murmuró. Y sin dejar de mirarlo, le acarició el pecho y bajó la mano por su vientre hasta encontrarlo—. Eh, tú también.

—Suele pasar que ciertas partes de mi cuerpo se despiertan antes.

—¿Ah, sí? —Mac rodó hasta tumbarlo de espaldas y sentarse encima de él—. Creo que voy a tener que aprovecharme de eso.

—Si es preciso… —Con una perezosa caricia matutina, Carter se aplicó a su torso y sus caderas—. Estás más bonita aun cuando te despiertas.

—Tengo el pelo revuelto, pero la parte de ti que se despierta antes no se ha dado cuenta. —Mac tiró de la camiseta para quitársela y la lanzó por los aires—. Ésa parte ni siquiera sabe si tengo cabello.

—Es como si el sol hubiera prendido fuego.

—Qué estilo tienes, Carter —Mac se inclinó y le mordisqueó el labio inferior—. Ahora voy a salirme con la mía.

—Vale.

Mac se echó hacia atrás al tiempo que Carter se incorporaba.

—¿Te importa si…? —Y Carter le envolvió el pecho con la boca.

—No. —Notó un espasmo en el vientre—. No me importa en absoluto. Caray, qué bien lo haces…

—Es que vale la pena.

Dulce, firme, cálida, suave. Mac era todas esas cosas. Se daría un festín con esa mujer, rompería su ayuno con los cautivadores y seductores aromas de ella. Mac se apretó contra él instándole a que siguiera, balanceándose hasta excitarlo.

Se levantó un poco y se echó hacia atrás intentando quitarse los pantalones de franela. Le obligó a echarse, alzó su delgado y pálido cuerpo, tachonado por la fina luz que se colaba por las ventanas, y entonces lo tomó, envolviéndolo.

Mac se arqueó, atrapada en su propia ola de placer, y se movió hasta conciliarse con el ritmo de su sangre. Lento, espeso y profundo, seda contra seda, acero y terciopelo. En ese silencio matutino sólo se oyeron suspiros, respiraciones trémulas, un nombre susurrado.

El ritmo se aceleró cuando el placer se tornó casi dolor. Mac veía cómo él la observaba, se vio a sí misma reflejada en sus ojos mientras ese dolor se dilataba y acrecentaba. El ritmo era galopante… hasta volverse apremiante, rápido. Mac cabalgó, ambos cabalgaron, hasta alcanzar la cima del dolor, hasta que el dolor se quebró estallando en mil pedazos.

Cuando se quedó inmóvil, Carter la dejó sobre el lecho y la abrazó, como había hecho por la noche.

Como flotar, pensó ella. Como flotar por un largo y tranquilo río de aguas cálidas y cristalinas. Sabiendo que si se hundía, él estaría allí para abrazarla.

¿Por qué no podía quedarse con eso, disfrutar simplemente de eso sin crearse trabas, sin buscarse problemas o preocuparse por los errores y el mañana? ¿Por qué permitir que palabras como «quizá», «si» y «probablemente» estropearan algo tan hermoso?

—Me gustaría quedarme aquí —dijo Mac en voz baja—. Así, tal cual. Todo el día.

—De acuerdo.

Ella esbozó una sonrisa.

—¿Nunca tienes pereza? ¿Te dedicas a hacer el vago alguna vez?

—Estar contigo no tiene nada que ver con la pereza. Podríamos decir que es un experimento. ¿Cuánto tiempo podemos quedarnos en esta cama sin comer ni beber y sin tener que salir? ¿Cuántas veces podemos hacer el amor un domingo?

—Ojalá pudiera descubrirlo, pero tengo que trabajar. Hoy tenemos otra celebración.

—¿A qué hora?

—Mmm… a las tres, y eso significa que tengo que estar allí antes de la una. Y además he de bajarme las fotos de ayer.

—Te conviene que me vaya.

—No. Estaba pensando en que podríamos darnos una ducha y tomar café juntos. Incluso podría preparar unos huevos revueltos en lugar de ofrecerte mis galletas Pop-Tarts de costumbre.

—Me gustan las Pop-Tarts.

—Seguro que tú siempre desayunas en plan adulto.

—Confío mucho en los pastelitos rellenos Toaster Strudel.

—Son buenísimos. Si te doy agua caliente, café y unas galletas Pop-Tarts acompañadas de unos huevos, ¿querrás quedarte en la ceremonia de hoy?

—Me encantará… si incluyes un cepillo de dientes y una maquinilla de afeitar. Supongo que no tendrás un par de zapatos que te sobren.

—Tengo muchos zapatos, pero doy por sentado que hablas de calzado masculino.

—Lo prefiero. Los tacones me duermen los dedos de los pies.

—Muy gracioso… De hecho, quizá podamos ayudarte. Parker tiene un surtido de zapatos de vestir para las ceremonias. Zapatos clásicos de color negro para los hombres y zapatos negros de salón para las mujeres.

—Qué eficaz.

—Es algo compulsivo, pero en realidad los hemos utilizado varias veces. ¿Qué número de pie tienes?

—Un cuarenta y ocho.

Mac levantó la cabeza de golpe.

—¿Un cuarenta y ocho?

—Me temo que sí.

—Eso es un portaaviones. —Apartó las mantas para examinarle los pies—. Tienes unos pies del tamaño de un destructor.

—Por eso tropiezo tanto. No creo que Parker sea tan compulsiva como para tener un cuarenta y ocho.

—No, ni siquiera Parker haría eso. Lo siento, pero te conseguiré el cepillo de dientes y la maquinilla de afeitar.

—Trato hecho.

—Creo que tendríamos que empezar por darnos una ducha. Nos irá bien entrar en calor, estar mojados, resbaladizos… —Mac bajó los ojos para mirarlo y sonrió—. Eh, ¡mira quién se ha vuelto a despertar! —Riendo, saltó de la cama y corrió hacia la ducha.

Mientras Mac se envolvía en la toalla, decidió que Carter era tan creativo en vertical como en horizontal. Sintiéndose suelta y relajada, sacó del armario un cepillo de dientes nuevo, una maquinilla desechable y un bote de crema de afeitar tamaño viaje.

—Aquí tienes. —Se volvió en el momento en que Carter se golpeó en el codo al salir de la ducha—. Quiero hacerte una pregunta. ¿Por qué no eres patoso cuando practicas el sexo?

—Supongo que porque me fijo. —Frunciendo el ceño, Carter se frotó el codo—. Además, verte con la toalla me ha distraído.

—Como vas a afeitarte, bajaré a preparar el café. De este modo no te distraeré para que no te cortes toda la cara. —Mac le dio unos golpecitos en la mejilla, y terminó incrustada en él y distrayéndole. Cuando logró soltarse, le lanzó la toalla por encima—. Quédatela, ya que es un problema. —Agarró el albornoz que colgaba de la puerta y se marchó desnuda.

Cuando desapareció, Carter cogió la maquinilla y la examinó desconfiado antes de mirarse el horrible moretón de la mandíbula.

—Bueno, veamos si podemos hacerlo sin quedarnos con la cara marcada.

En el piso de abajo, Mac canturreaba mientras echaba las medidas de café. En realidad no necesitaba el café para empezar el día despejada, pensó. Carter ya se había ocupado de eso. Dio un suspiro. Se sentía cuidada, valorada… era como un reto, algo muy excitante.

¿Cuándo fue la última vez que un hombre la hizo sentir así? A ver… Nunca. Y lo mejor de todo era que estaba contenta.

Abrió la nevera y cogió cuatro huevos. Con eso bastaría. Tomó un cuenco, unas varillas para batir y una sartén. Quería prepararle el desayuno, tal como sonaba. Tenía ganas de cocinar para él. Deseaba cuidar de él, como él cuidaba de ella. Debía de ser…

Mac perdió el hilo de sus pensamientos cuando oyó que alguien abría la puerta.

—¿Em? Si vienes a gorronear un café, vale más que traigas una de las tazas que te llevaste.

Se volvió esperando ver a su amiga pero, en cambio, a quien vio fue a su madre entrando en la cocina.

—Mamá… —Mac se quedó paralizada—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—He venido a ver a mi hija. —Linda, con una sonrisa de oreja a oreja, se acercó a ella abriendo los brazos para darle un colosal abrazo—. ¡Qué delgada estás! Tendrías que haber sido modelo en lugar de dedicarte a sacar fotos. Café… perfecto. ¿Tienes leche desnatada?

—No. Mamá, mira, lo siento, pero ahora no es un buen momento.

—Oh, ¿por qué te empeñas en herir mis sentimientos? —Linda sabía hacer unos pucheros hermosos y eficaces y era consciente de ello. Sus ojos azul cielo irradiaban dolor y su dulce y sonrosada boca le hacía parecer indefensa, gesto que ella acompañaba de un ligero temblor.

—No era mi intención. Es que… hoy tenemos una celebración y…

—Siempre tienes celebraciones. —La cortó Linda con aspavientos—. ¿Puedes dedicarle cinco minutos a tu madre? —Dejó el abrigo sobre un taburete—. He venido hasta aquí para agradecerte que me invitaras al balneario. Y para disculparme. —Sus ojos azules adquirieron una pátina emotiva, como si estuviera a punto de derramar unas lágrimas—. No debí ponerme de mal humor contigo, porque te portaste de maravilla. Lo siento mucho.

Mac sabía que lo decía en serio. Y que eso duraría lo que tuviera que durar.

Intentando no dar crédito a unos sentimientos que serían pasajeros, sacó un tazón. «Que se tome el café y se marche a casa», pensó.

—Qué traje tan bonito… Te has vestido de fábula para dejarte caer por aquí.

—Ah ¿esto? —Linda se dio una vuelta entera para lucir el traje rojo intenso que le marcaba las curvas y contrastaba como el fuego con su cabellera rubia—. Es fantástico, ¿verdad? —Echó hacia atrás la cabeza y estalló en carcajadas.

Mac no pudo evitar esbozar una sonrisa.

—Lo es. Sobre todo cuando tú lo llevas puesto.

—¿Qué te parece? Las perlas quedan bien, ¿verdad? ¿No me hacen un poco señorona?

—Nada de lo que llevas tú te hace señorona —dijo Mac ofreciéndole el café.

—Ay, cariño… ¿No tienes una taza y un platito decentes?

—No. ¿Por dónde pasearás el traje?

—Almuerzo en la ciudad, en Elmo. Con Ari.

—¿Quién?

—Ari. Lo conocí en el balneario. Ya te lo conté. Vive en la ciudad. Cultiva olivos y viñas y… en fin, no estoy muy segura, pero da igual. Su hijo es quien lleva el negocio. Él es viudo.

—Ah.

—Podría ser el elegido. —Renunciando al café Linda se llevo una mano al corazón—. Oh, Mac ha sido una unión de mente y espíritu; hemos conectado en el acto. Debe de haber sido el destino quien me envió al balneario sabiendo que él estaba allí.

«Mis tres mil dólares fueron los que te enviaron al balneario», pensó Mac.

—Es muy guapo, y muy distinguido. Viaja por todo el mundo. Tiene una segunda residencia en Corfú, un apartamento en Londres y una casa de verano en los Hamptons. Al volver del balneario y en el momento en que entraba en casa, he oído que sonaba el teléfono. Era él que quería invitarme hoy a comer.

—Disfruta mucho. Deberías ir yendo porque hay un buen trecho hasta la ciudad.

—Lo hay, es verdad, y ayer el coche hacía un ruido extraño. Necesito que me prestes el tuyo.

—No puedo dejarte el coche. Lo necesito.

—Bueno, pues quédate con el mío.

«Con el que hace un ruido extraño, mira que bien», pensó Mac.

—Tu descapotable de dos plazas no me sirve. Mañana tengo entrevistas con varios clientes y una sesión al aire libre, lo cual significa que tendré que cargar con el equipo. Necesito el coche.

—Te lo devolveré esta noche. Por Dios, Mackensie.

—Eso es lo que dijiste la última vez que te lo preste, y no os vi ni al coche ni a ti en tres días.

—Fue un fin de semana largo que surgió de una manera espontánea. Tu problema es que nunca haces nada espontáneo. Todo tiene que estar programado y reglamentado. ¿Quieres que tenga una avería y me quede tirada en el arcén? ¿O que tenga un accidente? ¿No puedes pensar en nadie más que no sea en ti misma?

—Perdón. —Carter estaba al pie de la escalera—. Siento interrumpir. Hola, usted debe de ser la madre de Mackensie.