¿La habían besado así alguna vez, de un modo que al encontrarse los labios y las lenguas, todo su cuerpo vibrara? ¿La habían seducido tanto, de palabra y gestos, como con ese único y asombroso beso?
¿Cómo era posible que se hubieran vuelto las tornas de esa manera? Ella había pensado seducirlo y, medio en broma, medio en serio, llevárselo arriba, a la cama. Creyó que sería algo fluido y relajado, como la velada misma, y que eso desharía el nudo de lujuria que la atenazaba cuando estaba cerca de él.
Debía ser simple, básico.
Pero no lo fue.
Carter le rozó las mejillas y el entrecejo con los labios, y esos serenos ojos azules la observaron mientras le desabrochaba la blusa. Apenas la tocó, pero a ella se le cortó la respiración. Casi ni la rozó, pero pasó a ejercer el control.
De pie, bajo la suave luz, con esos ojos clavados en ella, Mac se dejó llevar.
Cuando hubo desabrochado la blusa, Carter le recorrió con la yema de un dedo la clavícula y bajó hasta la protuberancia de sus pechos. Tan solo un susurro, un leve roce. Pero a ella se le erizó la piel.
—¿Tienes frío? —preguntó él cuando vio que temblaba.
—No.
Y Carter sonrió.
—Entonces… —Lentamente, le deslizó la blusa por los hombros y dejó que cayera al suelo—. Preciosos —murmuró pasando los pulgares por las copas bordadas del sujetador.
Mac exhaló, se quedó sin respiración y luego volvió a recuperar el aliento.
—Carter, me dejas sin sentido.
—Me encantan tus ojos. Mares mágicos. —Le recorrió con los dedos el torso, dejando en su estela la huella de una vibrante sensación—. Siempre he querido contemplarlos cuando te tocara. Como ahora.
Paciente, sin tregua, exploró su cuerpo. Las protuberancias, los huecos, las curvas y los ángulos. Mientras Mac reaccionaba temblando, él le desabrochó un botón de la cintura y le bajó la cremallera.
De nuevo le acarició los costados, centímetro a centímetro. Y le deslizó los pantalones cadera abajo, por las piernas.
—Ahora levanta un pie —dijo cogiéndola de la mano.
Mac obedeció como una mujer en trance y notó que se le aceleraba el pulso, al pasear él la mirada por su cuerpo como antes había hecho con las manos. Lentamente.
—Me gustan tus botas. —Carter esbozó una sonrisa.
Mac desvió la mirada y vio que iba vestida con los botines de tacón fino, el sujetador y las braguitas.
—Menudo estilazo.
Sonriendo, Carter metió el dedo en la cinturilla de las braguitas y la atrajo de nuevo hacia él, arrancándole una exclamación.
En esta ocasión su boca enfebrecida se apoderó de la suya, como un relámpago de fuego. Y mientras ella se derretía, Carter la volvió de espaldas y le mordisqueó el cuello haciéndole inclinar la cabeza hacia atrás.
Se demoró con una mano en su suave piel, en los ángulos y las curvas, mientras con la otra se desabrochaba la camisa. En contacto con su cuerpo, Mac le pasó el brazo por la nuca y empezó a moverse sinuosamente.
«No vayas demasiado deprisa», se recordó Carter. Quería saborear cada momento, el roce, el aliento… Tenía a Mackensie en sus brazos.
Notaba los fuertes latidos del corazón de ella bajo su mano y pensó que solo eso ya era un milagro. Mackensie estaba con él, le sentía, le deseaba… Y esa noche, por fin, los sueños del muchacho, los deseos del hombre serían eclipsados por la realidad de estar con esa mujer.
Se quitó los zapatos y se recreó con el sabor y la textura de su nuca. Atrapó el tirante del sujetador con los dientes y lo apartó para liberar la bella curva de sus hombros.
Mac se arqueó contra él, estremecida.
«El placer —pensó Carter—. Tanto placer que dar y que tomar…». Quería complacerla, saturarla de sensaciones y contemplarla elevándose y cabalgando. Sintiendo los latidos de su propio deseo, Carter le desabrochó el sujetador con una mano y con la otra rozó la estrecha uve de sus braguitas. Le acarició la cara interna del muslo y jugueteó con el dedo bajo el encaje.
—Carter. —Mac le cogió la mano para que siguiera, pero él, apartándose, la volvió hacia sí.
—Lo siento. No he terminado todavía.
En esos mágicos ojos se habían formado tempestades y la piel de porcelana se había teñido con el rubor de la pasión. Por él, pensó Carter. Otro milagro. Mac lo abrazó y lo besó con impaciencia.
«Espera —pensó él bulléndole la sangre—. Aguarda, hay más». La condujo a la cama y se acostó con ella.
—Las botas… —insinuó Mac.
—Me gustan. —Y bajó la cabeza para tomarla por el pecho.
El cuerpo de la joven se estremeció, refulgió, dolorido y susurrante. Su mente se vació de todo lo que no fuera él y lo que él le ofrecía. Unas manos parsimoniosas y unos labios sabedores inundaron su cuerpo de sensaciones, en sucesivas capas, con sutileza, hasta que estas se fueron comprimiendo y Mac se quedó sin aire.
—No puedo, no puedo más…
—Espera… —Carter deslizó un dedo dentro de ella.
Un relámpago de alivio rasgó los velos.
Acarició su tembloroso cuerpo con los labios y usó la boca para destrozarla. Mac se elevaba y descendía. Rápido, muy rápido. Una sensación sucedió a otra, hasta que todo se diluyó en sombras, luces y movimientos salvajes. Un mar de sensaciones la inundó, una tempestad se desencadenó llevándola a la desesperación, truncándose con el siguiente oleaje.
Cuando al final Carter se adentró en ella, ambos gimieron a la vez.
El cuerpo de Mac se arqueó hasta casi hacerle perder el escaso control que le quedaba. Carter contemplaba sus ojos, ahora sombríos, vidriosos, mientras los dos se volvían locos con sus largas y lentas embestidas. La sintió ascender, la vio ascender, y se impregnó de ella.
—Mackensie… Mackensie. —Se dejo llevar por sus ojos, por su cuerpo, hasta ahogarse.
Se sentía ebria y drogada. Hasta los dedos de los pies se le habían entumecido. El aire entraba y salía de sus pulmones. Menos mal. Estaba segura de que había dejado de respirar varias veces mientras Carter la había…
Aniquilado, decidió.
Incluso entonces, tumbado sobre ella, como quien acaba de sufrir un traumatismo causado por la fuerza bruta, y con sus corazones latiendo acompasados como un par de frenéticas pelotas de tenis, Carter le rozó el cuello con los labios.
—¿Estás bien?
¿Que si estaba bien? ¿Estaba bien él de la cabeza? Estabas bien cuando resbalabas en el hielo y te agarrabas para no caer y romperte un tobillo. Estabas bien cuando te metías en una fantástica bañera de agua caliente después de un día duro. Pero no estabas bien cuando te habían vuelto del revés el organismo para ponértelo luego del derecho.
—Sí. —¿Qué podía decir?—. ¿Y tú?
—Mmm… Mackensie está desnuda en la cama, a mi lado. Estoy en el cielo.
—Todavía llevo puestas las botas.
—Sí, mejor aún. Perdona, seguro que peso. —Carter se dejo caer de lado y la volteó para tenerla encima.
—Carter, eres casi tan flacucho como yo. No pesas.
—Ya lo sé… lo de flacucho, quiero decir. Pero no parece haber manera de cambiarlo. Cor… una vez me dijeron que buscara un entrenador personal, pero no tengo tiempo para eso. El ejercicio no forma parte de mi ADN.
—Tienes un cuerpo larguirucho y muy bonito. No dejes que nadie te diga la contraria. Además, lo usas como un estibador.
—He estado reservándome. —Sonrió y examinó su cara—. Eres tan bonita.
—No es verdad. Te lo dice una profesional del gremio. Tengo una cara interesante y sé como manipular su atractivo. También tengo una constitución delgada, que armoniza bastante bien un eso… En fin, en realidad yo también estoy pensando en hacer ejercicio, porque mi cuerpo es como una percha. La ropa le sienta muy bien, pero, por el resto, es puro alambre.
—Eres preciosa. No dejes que nadie te diga la… lo contrario. Lo siento, no puedo evitarlo. Es lo contrario.
Mac rio y le dio un codazo.
—Sí, profesor. Cuantos cumplidos… para después del coito.
—Siempre has sido hermosa. Tienes el pelo rojizo y los ojos de una bruja marina. Y se te marcan los hoyuelos. —Carter pensó que si le daba quince minutos más, podría lamerla como a un helado y ver como volvía a elevarse.
Mac inclinó la cabeza para sonreírle. Él había cerrado los ojos y tenía la expresión relajada. Así era como debía de estar cuando dormía, pensó. Si se despertara antes que él, lo vería de esa manera.
Le acarició la mandíbula con un solo dedo, perezosamente.
—Ésta pequeña cicatriz me intriga. ¿Qué es?
—Un error de cálculo en una valla.
—¿Saltas vallas? ¿Vallas y muros como el capitán Jack Sparrow?
—Ojalá. Apuesto a que te atrae Johnny Depp.
—Estoy viva. Soy una mujer. Siguiente pregunta.
—Éste hombre atrae a todas las generaciones. Interesante. Las mujeres maduras lo encuentran atractivo, sexualmente quiero decir, y también las adolescentes de mi clase.
—Yo lo vi primero. Ahora bien, de hecho acabo de encontrar a otro hombre muy atractivo sexualmente. Un error de cálculo en una valla —le espetó Mac sonriendo.
—Ah, eso… Escapaba de un par de chicos que querían divertirse dándome una paliza. Tuve que subirme a una valla y, con mi acostumbrado estilo ágil y desenvuelto, que por desgracia no se parece al de los piratas ni al de los actores que los representan, resbalé. Me hice un buen corte con el alambre.
—Auu… ¿Cuándo fue eso?
—La semana pasada.
Mac, riendo a carcajadas, se puso encima de él.
—Qué brutos esos enanos.
—Es cierto. Yo tenía diez años, pero ellos eran unos enanos muy brutos.
—¿Te libraste?
—Ésa vez, sí.
Carter tiró de su pelo para atraerla hacía sí y besarla. Suspirando, Mac recostó la cabeza en su hombro.
¡Qué bien se estaba acurrucada así!, pensó. Piel contra piel, ambos corazones latiendo acompasadamente, y junto a un hombre ridículamente atractivo en todos los aspectos, pero pendiente de cada centímetro cuadrado de su cuerpo.
Podría quedarse así, tal cual, durante horas. Días. Medio dormida, calentita, entre los brazos del delicioso Carter Maguire.
Y por la mañana, podrían…
De repente, Mac abrió los ojos. ¿En qué estaba pensando?
¿Qué estaba haciendo? ¿Por la mañana? ¿Horas, días? Un súbito ataque de pánico le hizo incorporarse.
—¿Qué pasa?
—¿Qué? Ah, nada, nada. ¿Qué quieres que pase?
Carter se sentó junto a ella, todo despeinado y sexy, hasta el punto de que Mac comprendió que su corazón y sus hormonas la amenazaban con destruirla.
Tenía que salir de allí. En ese preciso instante. Volver a la realidad. Volver a la cordura antes de hacer alguna idiotez como enamorarse.
—Yo, es que… ¡Caray, mira que hora es! Tengo que irme.
—¿Irte? Pero…
—Ha sido fantástico. Todo… de verdad, fantástico. —Maldita sea, sólo llevaba las botas puestas—. He perdido la noción del tiempo y se me ha hecho tarde.
Carter, atónito, miro el reloj.
—No es muy tarde. No te…
—Es noche de colegio —dijo la joven intentando por todos los medios parecer alegre mientras andaba a la búsqueda de su ropa interior y el pánico se acercaba galopando como un caballo salvaje.
¿Dónde estaba el sujetador? ¿Dónde había ido a parar el sujetador?
A la porra con el sujetador.
—Tengo un millón de cosas por hacer y mañana empiezo muy pronto.
—Pondré el despertador. De todos modos, yo me levanto antes de las seis. Quédate, Mackensie.
—De verdad, ojalá pudiera. De verdad. —¿Cuántas veces era capaz de decir «de verdad» en cinco minutos? Estaba a punto de batir el récord—. En fin, el deber me llama. No, no te levantes.
«Por favor, por favor no se te ocurra levantarte», pensó Mac saliendo de la cama.
—Quédate —le dijo Carter acariciándole la mejilla mientras ella se ponía la blusa—. Quiero dormir contigo.
—Esto no estaba en la lista, pero lo hemos pasado genial —añadió ella con una amplia y luminosa sonrisa.
—Duerme conmigo.
—Oh, qué detalle, Carter. Me encantaría… en otra ocasión. Tengo tres celebraciones, una presentación… Voy liada, muy liada. —Le dio un beso a toda velocidad—. Tengo que marcharme ya. Gracias por todo. Te llamaré.
Y salió volando.
«Oh, soy terrible. Estoy como una cabra», pensó Mac mientras conducía hacia su casa. Seguramente iría al infierno. Se lo merecía. Ahora bien, había hecho lo correcto, lo único que podía hacer. Por ella y por Carter.
«Sobre todo por Carter», se dijo.
¿Irse al infierno? Menuda estupidez. Tendrían que darle una medalla, erigirle una estatua, qué caramba, por hacer lo correcto.
Había hecho lo correcto, y punto en boca. Ahora las cosas saldrían bien. Todo iría bien.
Perfecto.
Vio que las luces de la casa principal estaban encendidas y pensó: «Gracias a Dios». Parker y Laurel estarían de acuerdo con ella. Apoyarían su decisión. Eso era lo que necesitaba. Mac se detuvo con un chirrido frente a la casa. Unos pensamientos positivos de amiga le irían bien para deshacer aquel nudo que sentía en el estómago.
Entró como una exhalación en la casa y subió a toda prisa la escalera dando voces.
—Estamos aquí arriba. —Parker salió al descansillo—. Ostras, ¿qué te pasa? ¿Has tenido un accidente?
—No, lo he hecho a propósito. O puede que no. Había una lista.
—Vale. Queda claro que no estás herida. Estamos en la salita de mi cuarto repasando los últimos detalles, para aprovechar que aún no nos hemos acostado.
—¿Emma también?
—Sí.
—Bien, muy bien, mejor aún.
Pasó zumbando junto a Parker y entró en la salita, donde Laurel y Emma estaban tomando un té con galletas y revisando unos dossieres.
—Eh, nos imaginábamos que llegarías mañana por la mañana arrastrándote avergonzada. —Laurel dejó caer su lápiz—. Estábamos pensando en instalar una cámara de vídeo.
—¿Qué tal fue la cena? —preguntó Emma.
—Me marché. Tenía que marcharme. —Mac, con los ojos un tanto desorbitados, se quitó el abrigo—. Vosotras habríais hecho lo mismo.
—Vaya, pues sí que fue bien… —Laurel cogió la bandeja—. Toma una galleta.
—No, no. Había hecho un ensayo el martes. ¿Os lo podéis imaginar? Y esta noche ha preparado una cena maravillosa con velas y reducciones de vino.
—Reducciones de vino. —Parker se sentó entre murmullos—. Gracias a Dios que has salido viva de ésta. Tendríamos que llamar a la policía.
—Esperad, no entendéis la situación. —Mac, procurando calmarse, respiró hondo varias veces, pero no pareció servirle de nada—. Se lo tomó muy en serio y la noche salió redonda. Me lo pasé muy bien. Bob había hecho una lista.
—¿Quién demonios es Bob? —preguntó Laurel.
—Da igual, pero Carter estaba avergonzado. Es tan mono… Se le ponen rojas las orejas.
—Ayyy —exclamó Emma.
—Sí, ya lo sé. ¿Qué quieres que haga? Estaba emocionadísima. Tenía que acostarme con él.
—En mi caso, cuando a un tío se le ponen rojas las orejas, me arranco la ropa. —Al ver que Mac no parecía querer galletas, Laurel cogió una—. Es decir, que practicasteis el sexo.
—No practicamos el sexo. Tuvimos un sexo asombroso, matador, para fundirte las neuronas, el mejor de toda la historia de la humanidad.
—Esto se pone interesante. —Parker se cruzó de piernas—. ¿Fue un sexo tierno, de esos suaves, que harían llorar a los ángeles o un sexo con tambores selváticos y acrobacias?
—Fue… Nadie me había hecho sentir de esa manera, y yo jamás había impresionado tanto a alguien. —Mac se sentó en el brazo de la butaca de Parker y contempló el fuego intentando encontrar las palabras—. Es como saber que eres el centro, lo único que él ve, que sólo te ve a ti. Y eso es tan tierno y excitante… es terrorífico, increíble. Es saber que existe una persona que sólo te ve a ti. Y que cuando te toca, no existe nadie más para él.
Se oyeron tres suspiros de fondo y se hizo un momento de reverente silencio.
—¿Por qué no estás en la cama acurrucada junto a él? —preguntó Emma.
—¡Pero qué dices! —Mac se giró de golpe para mirar a Emma de frente—. ¿No has estado escuchando?
—Escuchando, imaginando y muriéndome de envidia.
—Tenía que marcharme. Quería quedarme, por eso tenía que marcharme. —Mac, gesticulando exageradamente, se puso en pie—. Quería quedarme acurrucada allí, con él. Quería quedarme a vivir en esa condenada cama, por eso tenía que salir de esa casa.
—Te entró el pánico —espetó Parker.
—Claro que me entró el pánico. ¿Y a quién no le entraría? Él va y se queda tan dulce, soñoliento, satisfecho… y con esa pequeña cicatriz de subirse a una valla.
—¿Carter se sube a las vallas? —preguntó Emma.
—No, déjalo… No cambiemos ahora de tema. Os digo que fue como si me hubieran hipnotizado o drogado. Tenía que salir de allí. Y… ay, me porté como un hombre. —Mientras recordaba la anécdota, Mac se llevó las manos a la cabeza—. ¿Sabéis esos que se apartan de ti al minuto siguiente, se levantan y dicen: «Ha sido fantástico, bonita. Mañana tengo que despertarme temprano. Te llamaré»?
—Oh, Mac, no me digas que…
Mac hizo un gesto de advertencia a Emma.
—Tenía que hacerlo. Fue por instinto de supervivencia. Mío y de Carter también. Se suponía que el sexo acabaría con mi lascivia, no que me dejaría atontada. Es una pasada, eso es. Ése hombre es demasiado para mí. Es dulce, divertido, inteligente y muy amable. Es sexy y lleva esas gafas que… Además, se le ponen rojas las orejas. Le encanta dar clases. Le vi dando una clase y es… Se me ha quedado clavado aquí dentro. —Mac se llevó la mano al pecho—. El sentimiento, la necesidad… no me los quito de aquí dentro.
Mac cogió la taza de té que tenía más a mano y se la bebió de un solo trago.
—Me presta atención. Me escucha y piensa en lo que digo. Me hace reflexionar.
—Pues alguien va a tener que pararle los pies —sentenció Laurel con un gesto de negación—. Mac, cariño, te has enamorado de él.
—Eso, ni lo sueñes. ¿Por qué crees que me marché de esa manera? Noté como si me fueran a tragar las arenas movedizas. Sólo que son unas arenas blandas, cálidas y preciosas. No estoy hecha para éstas cosas. No creo en ellas. No duran. Sólo cuenta el momento, una sucesión de momentos, hasta que todo se va a la porra o se erosiona y desaparece. Decidme, ¿cuántas bodas de divorciados hemos organizado? Caray, incluso hemos celebrado bodas de divorciados por segunda vez. ¿Quién quiere algo así? Conozco lo que pasa cuando todo termina. No vale la pena.
—Saquémosle punta al tema —propuso Laurel—. Tienes miedo de enamorarte de un hombre al que acabas de describir como la Mary Poppins de los hombres. Prácticamente perfecto en todos los sentidos —explicó cuando las demás la miraron con aire desconcertado—. Te entró el pánico y huiste después de haber practicado el sexo como si fuera una experiencia religiosa, con un tío al que respetas y admiras y por el que estas loca; y todo porque tu madre es un putón orejero.
—¡Laurel!
—No —dijo Mac interrumpiendo a Emma—. Es cierto. Mi madre es un putón orejero. Pero ella no lo sabe, y eso es lo que quiero decir. Ella cree que se ha pasado la vida buscando amor cuando en realidad ha ido tras el dinero, la posición y la seguridad, y ella juraría que todo lo ha hecho por amor. Mi padre se largó para no verla más, cosa de la que no le culpo, pero tampoco quiso verme a mí, y eso sí que se lo reprocho, y sólo porque no valía la pena hacer el esfuerzo.
—Ellos no son como tú, Mac —dijo Parker con calma.
—No, ya lo sé. Y quizá es cínico creer que no son la excepción, tal y como está el patio, pero así es como lo veo yo. Además, me gusta la vida que llevo, me encuentro cómoda. —Más calmada, Mac volvió a sentarse—. Carter es un hombre que va en serio. En lo más hondo de su ser, es un hombre serio con una mentalidad tradicional; un hombre que está enamoradísimo de mí, eso es lo que pasa. Su enamoramiento está vivo desde hace años. Si le doy alas, empezará a pensar en contratarnos para la celebración. Terminará preguntando a Parker dónde debería comprar el anillo. Y yo no puedo hacerle eso. He acertado marchándome. Es mejor cortar de raíz antes de…
—¿Arriesgarte a ser feliz con alguien que está loco por ti? —sugirió Emma.
—Vale, si quieres decirlo así… sí. Como yo lo veo, es más o menos así.
—¿Puedo quedármelo?
Mac lanzó una mirada furibunda a Laurel.
—No tiene gracia.
—No, la verdad es que no.
—¿Dices que como tú lo ves, es más o menos así? —Emma analizó a Mac con sus grandes ojos oscuros—. Lo dices porque nadie ha estado loco por ti antes, no en serio, de una manera firme y auténtica. Y tú nunca has sentido eso por nadie. Lo sé porque yo me encuentro en la misma situación… diría que todas lo estamos. La diferencia es que, en mi caso, yo espero que eso me suceda algún día.
—Y de ahí viene lo de salir con uno detrás de otro.
—Déjalo, Laurel —le dijo Parker.
—Tienes razón. Lo siento. Me he puesto quisquillosa porque tengo celos. Unos celos de muerte. A mí nadie me ha mirado con esos ojos.
—Pero él me ve a través del filtro de un antiguo enamoramiento.
—No conozco a Carter tanto como tú, en el sentido bíblico de la palabra o como quieras llamarlo, pero yo diría, que ese hombre es más listo de lo que parece.
—El amor y la inteligencia no van de la mano.
—No. —Laurel hizo aspavientos—. Y aquí tienes la prueba, en carne y hueso. Estás enamorada como una imbécil de ese tío.
—Lo que dices no me sirve de nada. ¿Y tú, Parker?
—Tienes miedo de enamorarte de él. De que, como en el fondo es una buena persona, puedas pisotearlo, romperle el corazón y dejarlo hecho polvo.
—Suena un poco teatral, pero sí. Básicamente es eso.
—Y por eso estás dispuesta a creer que eres incapaz de tener una relación madura y comprometida. No sólo crees que no mereces amor, sino que dudas de tener las pelotas suficientes para poder conservarlo.
—Es un poco brutal, pero…
—Creo que lo infravaloras, a él y a ti también. —Parker se levantó y se acercó a la repisa de la chimenea para coger una fotografía enmarcada en plata—. ¿La recuerdas?
Mac cogió una foto donde salían los padres de Parker, abrazados y riendo, con la mirada alegre, llenos de vida, embebidos el uno en el otro.
—Claro que sí.
—La hiciste tú unos meses antes de que murieran. De todos los retratos que conservo de ellos, este es mi favorito. ¿Sabes por qué?
A Mac se le humedecieron los ojos. Siempre le pasaba.
—Se ve lo mucho que se amaban —siguió diciendo Parker—. Lo felices que eran el uno con el otro. Se peleaban y discutían, y a veces imagino que llegaron a aborrecerse. Pero se amaban. Se pasaron media vida esforzándose porque su relación funcionara. Y eso lo captaste tú en esta imagen. Porque tú lo viste. Lo reconociste.
—Eran excepcionales.
—Y tú también. No pierdo el tiempo con amigas que no lo sean. —Parker tomó la fotografía y volvió a dejarla sobre la repisa—. Date un respiro, Mac. El amor da miedo, y a veces es pasajero. Pero vale la pena correr el riesgo y ponerse nerviosa. Incluso vale la pena el sufrimiento.
No estaba segura. ¿Cómo iba a estarlo nadie? Sin embargo, Mac sabía que lo único que podía hacer, que tenía que hacer de hecho, era alejar sus pensamientos y centrarse en el trabajo. Sus socias, su empresa y sus clientes dependían de que ella hiciera bien su papel. Por eso tenía que tranquilizarse y respetar las prioridades.
«Una noche de descanso y empezaré la jornada muy temprano», decidió. Se concentraría de lleno, como una profesional, en las necesidades de los clientes.
Se pasó la noche inquieta, discutiendo consigo misma, y luego pensó, con amargura, que no perdía una noche de sueño por culpa de un hombre desde que tenía dieciséis años.
Preparó un café tan fuerte que habría podido ponerse en pie y empezar a aullar, pero el colocón de la cafeína le sirvió para disimular la fatiga. Pensó que si comía unas galletas rellenas parecería que tenía el apetito y la estabilidad emocional de una niña de seis años y se preparó lo que consideró que era un desayuno de adulta: yogur, fruta fresca y una magdalena que había robado del montón que Laurel había preparado.
Tras cumplir con la obligación de lavar los platos, Mac repasó las notas de la celebración de la jornada y comprobó el equipo. Una ceremonia bastante sencilla, se dijo mientras elegía lo que necesitaba. Una única invitada que haría DDH. La clienta quería intimidad y sencillez.
Sabía que la novia había optado por llevar un vestido de cóctel azul y un sombrero muy acertado en lugar de velo y tocado.
Como ramo, tres gardenias blancas con los tallos envueltos con una cinta de satén.
Muy buena elección, en opinión de Mac, puesto que esa iba a ser la segunda boda de la pareja.
«¿Lo ves?».
—No empieces —musitó.
El PDNA acompañaría a la novia por el pasillo, pero se saltarían la parte de entregarla al novio porque, en fin, eso ya lo había hecho antes.
Una vez comprobados el equipo, el horario de la boda y las notas, Mac consultó cuánto tiempo le quedaba. El suficiente para revisar rápidamente su correo electrónico.
Cambió la aplicación, escaneó y localizó de inmediato un correo sin abrir de «MaguireC101». Se levantó del ordenador y empezó a caminar arriba y abajo por el estudio.
Se dirigió a la cocina y se sirvió otra taza de ese café tan potente.
No tenía por qué abrir el correo en ese momento. De hecho, le convenía no abrirlo. Era preciso que se concentrara en el trabajo. Eso era lo más responsable. Lo que hacen los adultos, como tomar yogur y fruta fresca.
No podía ser urgente. La habría llamado si tuviera algo importante que decirle. O que discutir con ella.
Por ejemplo: ¿por qué me despachaste después de haber hecho que te corrieras?
Y no lo decía porque él tuviera por costumbre hablar de un modo tan soez.
Lo que tenía que hacer era ir arriba, ducharse, vestirse, acercarse a la casa principal y asistir a la reunión para revisar detalles y dar el visto bueno. No tenía tiempo para nada personal…
—Oh, por favor, ¿a quién estás engañando?
Mac se acercó al ordenador y abrió el correo electrónico de Carter.
Mackensie:
He sacado esta dirección de tu tarjeta de visita. Espero que te parezca bien que haya contactado contigo de esta manera. Como sabía que hoy estarías muy ocupada, he preferido no llamarte para no molestar.
Quería decirte en primer lugar que lo pasé muy bien ayer por la noche. Cada minuto que estuve contigo. Mi casa es hoy un lugar más alegre y pleno gracias a tu presencia.
—Ay… Carter.
Al margen de eso, y en nombre de Bob, su mujer y el hija que todavía no ha nacido, te expreso el alivio que siento por no haber tenido que asesinarlo. Te lo debe a ti.
Por último, y por si has estado buscándolo, encontré uno de tus guantes en los bajos del armario. Debió de caerse cuando cogiste el abrigo. Al principio se me ocurrió pedirte si podrías concedérmelo como prenda, tal y como las mujeres de la Edad Media hacían con sus caballeros. Sin embargo, pensándolo mejor, creo que algo así impone un poco; incluso a mi me daría miedo.
Te lo devolveré.
Mientras tanto, espero que la celebración de hoy os vaya muy bien. Mis mejores deseos a la feliz pareja.
CARTER
—Ostras…
Con la idea de que Carter Maguire era como una droga que le pedía el organismo. Mac releyó el correo de cabo a rabo. Y aunque eso hizo que se sintiera como una tonta, lo imprimió, se lo llevo arriba y lo metió en un cajón.