10

Carter repasó por tercera vez la mesa de la habitación que, en teoría, era el comedor. Raramente lo utilizaba, porque solía comer en la barra de la cocina o en su despacho. De hecho, era la primera vez que ponía el mantel.

Le había quedado muy bien: ni excesivamente recargado, ni demasiado informal. Una vajilla blanca sobre un mantel azul oscuro y, para animar el conjunto, servilletas de rayas amarillas. Le pareció bien. Deseó que estuviera bien.

Quitó el trío de velas decorativas de la mesa; el efecto era demasiado estudiado. Luego volvió a ponerlas en su sitio. Se veía inacabado si las quitaba.

Tras pasarse los dedos por el pelo y ordenarse a si mismo que dejara de obsesionarse, Carter giró en redondo y se marchó a la cocina…

Allí estaba el verdadero problema.

El menú era el adecuado. La profesora de ciencias domésticas le había ayudado a decidirse tras darle unos consejos y pasarle su receta de vinagreta de miel para que aliñara la ensalada de verduritas del huerto.

Le había hecho una lista sobre el modo, el momento de preparar los platos y el tiempo de espera, y le había dado unos cuantos consejos muy útiles para la presentación.

La presentación, al parecer, era tan importante como la comida. De ahí la compra del mantel y las alegres servilletas.

Incluso había hecho una prueba. Todo estaba en su sitio y el resultado era… impecable.

Disponía casi de una hora para volverse completamente loco. En ese estado de ánimo, abrió el cajón donde guardaba la lista de Bob. La lista que se prometió a sí mismo que ignoraría.

—Música. Maldita sea. Tendría que haber pensado en eso —murmuró como si hablara con Bob—. No se me ha ocurrido.

Corrió a la sala de estar para revisar su colección de cedés. El gato se desperezó, saltó de la butaca donde estaba y caminó renqueando hasta él.

—No voy a poner Barry White. Me da igual que Bob diga que hay que encestar a la primera. Sin ánimo de ofender al señor White, pero no voy a seguir el cliché. ¿Te parece bien?

Tríada frotó su cabeza contra la rodilla de Carter.

Mientras él se obsesionaba buscando cedés, la puerta se abrió y Sherry entró como una exhalación.

—¡Hola! ¿Puedo dejarte esto aquí?

—Sí ¿Por qué? ¿Qué es?

—Es el regalo de Nick para el día de San Valentín. Un maletín de médico. Le he grabado las iniciales y he pasado a recogerlo. ¡Le encantará! Sé que si me lo llevo a casa, no podré resistir la tentación y se lo daré. Por eso tienes que esconderlo tú. De él y de mí. —Sherry olisqueó el ambiente—. ¿Estás cocinando?

—Sí ¿No me dirás que huele a quemado? —Carter se levantó como una flecha.

—No, huele muy bien. Francamente bien. —Como vio que su hermano iba corriendo a la cocina, Sherry fue tras él—. Y no como esos bocadillos tostados de queso que sueles… ¡Vaya, Carter, mira eso! Hay comida en el horno. Oh, qué mesa tan bonita… Velas, copas de vino y… Estás cocinando para una mujer. —Sherry le clavó un dedo en el vientre como siempre había hecho desde que eran niños—. ¡Mackensie Elliot!

—Basta —Carter noto unos espasmos nerviosos en el estómago—. Te lo ruego. Ya estoy desquiciado.

—Me parece perfecto. Qué dulce… Nick cocinó para mí la primera vez que salimos juntos. Fue un desastre —suspiró Sherry con aire soñador—. Me encantó.

—¿Te encantó que fuera un desastre?

—Se esforzó tanto… Demasiado, porque, de hecho él es bueno en la cocina. Lo fastidió todo porque estaba muy preocupado queriendo impresionarme. Ay… —Sherry suspiró y se llevó la mano al corazón—. Fue tan dulce…

—No sabía que tenía que arruinar la cena. ¿Por qué no habrá un manual de instrucciones para estas cosas?

—No, no, eso no hay que hacerlo. Él sí, porque, bueno, porque él… —Sherry abrió la nevera para husmear—. Has marinado un pollo ¡Carter, estas marinando! Si esto no es amor…

—Márchate. Largo.

—¿Irás así vestido?

—Estoy a punto de perder los nervios, Sherry. —La voz de Carter sonó peligrosamente mordaz.

—Cámbiate de camisa. Ponte la azul, la que mamá te regaló. Te favorece mucho.

—Si te prometo que me cambiaré de camisa, ¿te marcharás?

—Sí.

—Pero antes de irte elige la música, por favor. Yo ya no aguanto más la presión.

—Yo te cubro. Sube a cambiarte de camisa —Sherry lo agarró de la mano y lo sacó de la cocina—. Elegiré la música ambiental y me marcharé antes de que hayas vuelto. Sube el regalo contigo, ¿vale? Y no me digas donde lo has escondido porque vendré a fisgonear y me lo llevaré antes del día de San Valentín.

—Hecho.

—Ah, Carter —añadió cuando su hermano empezaba a subir la escalera—. Enciende las velas diez minutos antes de que ella llegue.

—De acuerdo.

—Y pásatelo bien.

—Gracias. Y tú, márchate.

Se cambió de camisa con toda la calma del mundo para dar tiempo a su hermana. Luego escondió en el armario de su despacho el paquete envuelto con papel de regalo.

Cuando bajó, encontró una nota enganchada al reproductor de cedés. «Aprieta el play cinco minutos antes de que ella llegue. Besitos».

—Es como estar en la guerra —musitó Carter arrugando la nota antes de entrar en la cocina y ponerse a preparar el pollo.

Troceó, chafó, salteó, pesó, cronometró… y sólo se quemó una vez. Mientras el fragante pollo se estaba guisando, encendió las velas, las mismas que había colocado sobre el estrecho aparador. Dispuso los cuencos de aceitunas y anacardos, y cuando faltaban cinco minutos para la hora, conectó el estéreo. Alanis Morissette. Buena elección.

A las siete, Mac llamó a la puerta.

—Me ha entrenado Parker —dijo cuando él fue a abrir—. Por eso soy de una puntualidad obsesiva. Supongo que no pasa nada.

—Claro que no. Dame el abrigo. Ah, y…

—El postre —dijo Mac ofreciéndole la cajita de Votos que usaban para los pasteles—. Pastel de crema italiano, mi favorito. Qué casa más bonita, Carter. Se parece a ti —añadió paseándose por la sala de estar y admirando una pared llena de libros—. Ah, tienes un gato.

—No pensé en preguntarte si eras alérgica.

—No lo soy. Hola, amigo. —Mac iba a agacharse, pero se detuvo en seco e inclinó la cabeza—. Éste gato tiene tres patas.

—Es Tríada. Lo atropelló un coche.

—¡Ay, pobrecito! —Se arrodilló y se puso a acariciarlo. El animal estaba encantado—. Debió de ser horrible para los dos. Gracias a Dios que estabas en casa.

—No, en realidad volvía de la escuela. Ellos… el coche que iba delante de mí lo atropelló y se dio a la fuga. No entiendo a los que actúan así. Cuando me detuve en el arcén, pensé que estaría muerto, pero no, estaba tumbado, con una conmoción, supongo. El veterinario no le pudo salvar la pata, pero por el resto, está bien.

Mac siguió acariciando el lomo del gato y miró a Carter.

—Estoy segura.

—¿Quieres una copa de vino?

—Me encantaría. —Mac acarició con cariño a Tríada por última vez y se levantó—. Me gustaría ver qué es lo que huele tan bien.

—Creía que eras tú.

—Aparte de mí —dijo ella mientras colgaba con esmero su abrigo en el armario del recibidor.

—Ven. —La cogió de la mano para llevarla a la cocina—. Estás preciosa. Debería habértelo dicho de entrada.

—Sólo si estas siguiendo un guión.

Carter notó que acababa de torcer el gesto y agradeció que la atención de su invitada se centrara en la cocina en lugar de en su cara.

—Te lo digo de verdad, huele muy bien. ¿Qué se cuece por aquí, Carter? —Mac se acercó a los fogones para oler la cacerola.

—Veamos… Tenemos una ensalada de verduritas del huerto, pollo al romero con una reducción de vino blanco, patatas rojas estofadas y espárragos.

Mac se quedó boquiabierta.

—Me estas tomando el pelo.

—¿No te gustan los espárragos? Puedo…

—No, no es eso lo que quiero decir. ¿Lo has hecho todo tú?

Mac levantó la tapa.

—Se supone que no puedes levantar la tapa hasta que… Bueno, da igual. —Se encogió de hombros mientras Mac volvía a oler el pollo y tapaba de nuevo la cazuela.

—Cuántas molestias, Carter.

—¿Por qué? ¿Lo dices por el pollo?

—Te has tomado muchas molestias. Me imaginaba que harías dos bistecs a la parrilla o vaciarías una lata de ragú en una cazuela y luego dirías que lo habías preparado tú. Esto, en cambio, es lo que yo digo cocinar. Te has tomado un tiempo y unas molestias considerables. Estoy alucinada. Fíjate en la mesa tan bonita que has preparado… —Mac entró en el comedor y dio la vuelta a la mesa—. Eres un hombre de recursos, ¿a que sí?

—¿Por qué no se me ocurrió lo del ragú? —Carter tomó la botella de vino que había descorchado antes—. He comprado blanco por el pollo, porque no sabía qué vino prefieres. Al parecer este es bueno.

—¿Al parecer?

—No sé gran cosa de vinos. Lo tuve que mirar.

Mac aceptó la copa que él le ofrecía y probó el vino sin apartar la vista de sus ojos.

—Tu búsqueda valió la pena.

—Mackensie. —Carter se inclinó hacia ella y la rozó con los labios—. Ahora. Me siento mucho mejor.

—¿Mejor que…?

—Todos los hombres que están a un radio de treinta kilómetros y no pueden besarte en la cocina.

—Me has dejado deslumbrada, Carter.

—Forma parte del plan. Aún tengo que solucionar un par de cosas. Siéntate.

—Si quieres, te ayudo.

—Tengo un método… espero. Y si te incluyo en él, cambiará, el método quiero decir. El martes por la noche hice una prueba, por eso creo que lo tengo todo controlado.

—¿Una prueba?

Mientras bajaba el fuego, Carter se preguntó por qué sería tan bocazas.

—Verás, no estaba seguro del resultado, y además cada cosa requiere su propio tiempo. Por eso hice unas pruebas con la cena.

—¿Ensayaste esta cena?

—Más o menos. La mujer de Bob se reunía con su grupo de lectura y él se vino a casa a cenar. Yo cociné. Los dos comimos Así que puedes estar tranquila. ¿Cómo van los estudios?

—¿Los estudios?

—Para la presentación del lunes.

—Estoy preparada. Y menos mal, porque a partir de mañana estamos hasta las cejas de trabajo. Hoy hemos tenido una reunión de repaso, y esta tarde hemos hecho dos ensayos generales. El segundo ha ido fatal, porque la dama de honor y el padrino, que han cortado hace poco, cuando se descubrió que él se había enrollado con su socia, no se hablan.

—¿Y cómo manejáis algo así?

—Con la sensación de estar manipulando dinamita. El negocio de las bodas no es para cobardicas.

—Ya lo veo.

—Y el lunes haremos una presentación tan espectacular a la señora de Muebles Seaman que va a tener que levantarse y aplaudirnos.

—¿Muebles Seaman son vuestros posibles clientes?

—Técnicamente lo es la hija, pero la madre paga los gastos.

—La mesa y las sillas donde cenaremos son de ellos. Supongo que eso te dará buena suerte.

Se sentaron a la mesa y en las sillas de la suerte, a la luz de las velas y arropados por el vino y la música. Mac se dio cuenta de que estaba siendo seducida.

Y eso le encantaba.

—Mira, Carter, esto está tan bueno que ya he dejado de sentirme culpable porque esta semana hayas cenado lo mismo un par de veces.

—Piensa que es como si estuviera cenando unas sobras de categoría. Las sobras suelen ser la parte fundamental de mi dieta casera —Carter miró al gato, que se había situado junto a su silla y lo observaba con sus ojos amarillentos.

—Supongo que tu compañero está esperando su parte.

—No está acostumbrado a verme comer en la mesa. Casi siempre ceno en la barra, imagino que por eso está confundido. ¿Quieres que lo saque fuera?

—No, me gustan los gatos. De hecho, me he casado varias veces con gatos.

—No lo sabía. Las cosas no debieron de salir bien.

—Eso depende de como lo mires. Tengo muy buenos recuerdos de esos matrimonios, aunque fueran efímeros. Cuando éramos pequeñas, las cuatro jugábamos al «día de la boda». Muy a menudo. —Mac río acercando la copa a sus labios—. Supongo que ahí empezó todo, aunque en ese momento no lo supiéramos. Teníamos disfraces y complementos, e íbamos intercambiando los papeles. Nos casábamos entre nosotras, con nuestros animales, con Del si Parker podía sobornarlo…

—La fotografía de tu estudio. Con la mariposa.

—La cámara fue un regalo que me hizo mi padre, aunque no tenía edad para eso. Mi abuela utilizaba la cámara como pretexto para meterse con él. Luego sucedió que un caluroso de verano yo no quería jugar a las bodas porque quería ir a nadar, y Parker, para que se me pasara el mal humor, me declaro fotógrafa oficial de ceremonias en lugar de DDH.

—¿Cómo dices?

DDH, dama de honor. No quise ponerme el vestido y Paker me declaró fotógrafa oficial de ceremonias.

—Soberbio.

—Supongo que sí. Le añades el clarividente vuelo de esa mariposa y todos los elementos confluyeron en una revelación personal. Me di cuenta no sólo de que era capaz de conservar un recuerdo, un momento, una imagen, sino también de que quería dedicarme a eso. —Tomó un bocado del guiso—. Seguro que tú obligabas a Sherry a jugar a dar clases.

—Puede ser. De vez en cuando. Se dejaba sobornar con adhesivos.

—¿Y quien no? No se si tuvimos suerte o si fue una desgracia saber qué queríamos ser de mayores.

—En realidad, yo creía que impartiría mi sabiduría en las aulas del ambiente excelso de Yale mientras me dedicaba a escribir la gran novela norteamericana.

—¿Ah si? ¿Y por qué no lo has hecho, o no lo hiciste?

—Me di cuenta de que me gustaba jugar a dar clases.

Es cierto que le gustaba, pensó ella. Lo había visto con sus propios ojos.

—¿Escribiste el libro?

—Oh, tengo una novela empezada, como cualquier profesor de literatura que se precie. Y te aseguro que quedará inacabada para siempre.

—¿Qué tal es?

—Tiene unas doscientas páginas por el momento.

—¡No! —Le dio un golpecito en el hombro—. ¿De qué va la historia?

—Trata del amor en mayúsculas, de la pérdida, del sacrificio, de la traición y del valor. Lo de siempre. Se me ha ocurrido que le falta un gato de tres patas, y quizá una mentira.

—¿Quién es el protagonista?

—No me digas que te interesa saberlo.

—No te lo preguntaría si no fuera así. ¿Quién es el protagonista y a que se dedica?

—Se dedica (y ahora es cuando me quedaré contigo) a la enseñanza. Es profesor. —Carter sonrió y le llenó la copa. Siempre estaba a tiempo de llevarla a casa—. Lo traiciona una mujer, claro.

—Claro.

—Eso le destroza la vida, la profesión y el alma. Herido en lo más profundo, se ve obligado a empezar de nuevo y tiene que hacer de tripas corazón para enfrentarse a su sufrimiento. Ha de aprender a confiar de nuevo, a amar otra vez. Es absolutamente necesario que incluya la mentira.

—¿Por qué lo traiciona ella?

—Porque él la amaba pero pasaba de ella. Y ella lo destroza por llamar su atención. Supongo.

—Y el gato de tres patas sería una metáfora de su alma herida y de la decisión de asumir sus cicatrices.

—Muy bien. Has sacado un sobresaliente.

—Ahora, lo más importante. —Mac se inclinó hacia él—. ¿Hay sexo, violencia y lenguaje no apto para menores?

—Los hay.

—Vendido. Tienes que terminar esa novela. ¿En tu mundo se lleva eso de pública o muere?

—No tiene por qué ser un libro. He publicado artículos, ponencias y relatos para sobrevivir.

—¿Relatos? ¿Lo dices en serio?

—En publicaciones sin importancia. Ésas que sólo se distribuyen en el ámbito académico. Tú sí deberías publicar tus fotografías. En un libro de arte.

—A veces lo pienso. Supongo que me pasa como a ti con tu novela: cuando ya tienes trabajo, tiendes a aparcarlo. Parker ha tenido la idea de que editemos libros de regalo: flores para las bodas, pasteles de bodas, fotografías de bodas. Una selección de lo mejorcito de nuestro trabajo.

—Es una buena idea.

—Parker no suele tenerlas de otra clase. Sólo es cuestión de echarle el tiempo suficiente para montar el material de manera que podamos ofrecerlo a los que se dedican a publicar esta clase de libros. Mientras tanto tenemos tres celebraciones en tres días, y la del sábado será problemática. Deberías venir.

—¿A la boda de unos extraños…? No soy capaz. No me han invitado.

—Serás parte del personal —decidió Mac de improviso—. En esta boda nos faltan hombres con la cabeza bien puesta. A veces contrato a un ayudante… sólo cuando es necesario. En general, me basto yo sola. Pero en esta ocasión sí, porque vamos a tener que manipular una dinamita que suda nitroglicerina. Las dos personas que suelen ayudarme no pueden venir. Te contrato.

—No sé nada de fotografía.

—Yo sí. Me pasaras el material que te pida, harás de sustituto y, cuando se tercie, de burro de carga. ¿Tienes un traje oscuro, que no sea de tweed?

—Sí… sí, pero…

Mac le dirigió una mirada penetrante y seductora.

—Habrá pastel.

—Ah, en ese caso…

—Jack hará de acompañante de emergencia de la DDH por culpa de PCYM.

—¿Qué es eso?

—La dama de honor y el padrino cabrón y mentiroso. Y Del nos ayuda, porque Jack le ha obligado. A ellos ya los conoces, y a nosotras también. —Se comió una patata—. Además habrá pastel.

No le convencieron sus razones, pero sí la idea de estar con ella en lugar de quedarse pensando en ella.

—De acuerdo, si estás segura.

—A las tres el sábado. Será fantástico.

—Y te veré en tu entorno natural.

—Sí, es cierto. Hablando de pasteles, estoy llena para el postre. Voy a digerir esta cena espectacular lavando platos.

—No, no quiero que te molestes.

—Tú has hecho la cena, dos veces. Yo lavaré los platos mientras tú te tomas un brandy y fumas un puro.

—No tengo brandy ni tampoco puros.

Mac se levantó y le dio unos golpecitos en el hombro.

—Un profesor de literatura tendría que reconocer una metáfora cuando la oye. Bebe otra copa de vino aprovechando que no tienes que conducir.

Le sirvió una copa antes de amontonar los platos.

—En realidad me gusta lavar los platos. Es la única tarea domestica que me gusta.

Llenó el fregadero de agua caliente, encontró el detergente en el armario de abajo y echó un poco en las cazuelas y las sartenes. Carter disfrutó mirando cómo se aplicaba ella a una tarea tan básica. Y esperó que Mac le estuviera contándole nada importante, porque tenía la mente confusa.

Aquello no tenía nada que ver con el vino, sino con el hecho de imaginarla allí, limpiando la cocina la semana próxima, el mes próximo o el año siguiente. Imaginarla sentada con él, compartiendo la cena.

Iba demasiado lejos y demasiado rápido, lo sabía, pero no podía evitarlo. El enamoramiento le había jugado una mala pasada y ahora se precipitaba por la pendiente del amor.

—¿Dónde guardas los trapos de cocina?

—¿Qué, perdona?

—Los trapos de cocina —repitió Mac abriendo un cajón al azar.

—No, ahí no. En el otro lado. Ya voy.

Carter se levantó, abrió el cajón de la derecha y sacó un trapo.

—¿Por qué no seco yo los platos? —propuso. Se dio la vuelta y entonces se le cayó el alma a los pies.

Mac estaba de pie, con la cabeza ladeada, leyendo la lista de Bob.

—Veo que has hecho una lista.

—No. Sí. No es mía. Quiero decir que sí es mía, pero no la escribí yo. No la hice yo. Mierda…

Mac siguió concentrada en la lectura.

—Es muy detallada.

—Fue cosa de Bob. Ya lo conoces. Está como una cabra… Creo que no te lo dije cuando te lo presenté.

—Parece un guión.

—Lo sé, lo sé. Lo siento. Se ha propuesto hacer de Cyrano. Es uno que…

Mac levantó la vista del papel y lo miró a los ojos.

—He comprendido la referencia a Cyrano, Carter.

—Ah, claro… Se casó hace un par de años y está esperando un hijo.

—Felicita a Bob.

—Se le ha metido en la cabeza que tiene que ayudarme en… ah… este terreno. Me la trajo el martes. Te he dicho que vino a cenar el martes, ¿verdad?

—Para la prueba.

—Sí, exacto, para la prueba. Debería haberla tirado cuando se fue, pero la metí en el cajón por si…

—¿Por si acaso? Como refuerzo, quieres decir.

—Sí. Sí, y no hay excusa que valga. No te culpo si te enfadas.

Mac dejó de concentrarse en la lista y le prestó toda su atención.

—¿Te parezco enfadada?

—Ah… No, ahora que lo dices, no. Y me alegro. Es un alivio. ¿Te parece… divertido?

—En cierto modo, sí —contestó—. Según la lista de Bob, estamos siguiendo el programa.

—No me he guiado por la lista de Bob. Te doy mi palabra —dijo Carter levantando la palma de la mano como si prestara un juramento—. Tengo mi propia lista. Es mental. Y acabo de darme cuenta de que también es una idiotez.

—¿Qué tal vamos según la tuya? —Mac sonrió, aunque Carter no acabó de interpretar el sentido. Podía existir un subtexto.

—Bien, cumpliendo los objetivos. Podríamos comernos el pastel.

Carter fue a cogerle el papel pero Mac se lo impidió alzando el índice a modo de advertencia.

—Veo que sólo teníamos que amontonar los platos… a menos, dice entre paréntesis, que te parezca que a mí me da la impresión de que no lavarlos es una guarrada. Bob cree, y ya conocemos a Bob, que lavar los platos juntos, si se presta, podría servir de precalentamiento.

Mortificado, Carter cerró los ojos.

—Mátame. Por favor.

—Lo lamento, pero esto no sale en la lista. En la lista dice que después de asegurarte de haber puesto la música apropiada (Barry White es la apuesta más segura), bailes conmigo. La cocina o la sala de estar son lugares que se prestan a eso. Dice que bailemos lentos, porque así entraremos en la fase de seducción de la noche. Y dice que es preferible que al llegar a este punto, hayas intuido ya si estaré dispuesta a seguir bailando arriba.

—¿Quieres que lo asesine? Porque lo he pensado.

—No oigo a Barry White.

—No creo que tenga nada de él… y aunque tuviera sus cedés, yo no… ¿Te he comentado que Bob está como una cabra?

—Hay una cosa que me intriga, Carter. —Mac dejo la lista sobre el mármol sin dejar de mirarlo—. Me pregunto por qué no estás bailando conmigo. —Se acercó a él y le pasó los brazos por la nuca.

—Oh.

—No iremos a decepcionar a Bob.

—Es un buen amigo. —Carter apoyó la mejilla en la coronilla de Mac y las cosas volvieron a su sitio—. No soy muy buen bailarín. Tengo los pies demasiado grandes. Si te piso…

Mac alzó el rostro hacia él.

—Cállate y bésame, Carter.

—Con mucho gusto.

Sin dejar de moverse, la besó en la boca. Con dulzura, en silencio, reconciliándose con el momento. Iba dando vueltas, con cautela, mientras Mac le pasaba los dedos por el pelo suspirando hasta ofuscarle la mente.

Mac volvió la cabeza con los labios le rozó la mandíbula.

—Carter…

—¿Mmm?

—Si prestas atención, ahora tendrías que notar que estoy dispuesta. —No cerró los ojos y siguió mirándole cuando sus labios se encontraron—. ¿Por qué no me llevas arriba? —Dio un paso atrás y le tendió la mano—. Si me deseas.

Carter le cogió la mano y se la besó.

—Es como si llevara toda la vida deseándote.

Tiró de ella y salieron de la cocina. A los pies de la escalera tuvo que detenerse para volver a besarla. Se preguntó si el vino, las ansias y las imágenes se le habrían subido a la cabeza a ella tanto como a él.

La guío hasta arriba, con el pulso acelerándosele a cada paso.

—Había pensado poner unas flores y unas velas por si acaso —dijo él mientras entraban en su dormitorio—. Pero luego decidí, y no es que sea muy supersticioso, que a lo mejor metía la pata. Y quería que estuvieras aquí tanto que no iba a arriesgarme. Te quería en mi cama.

—Prefiero oírte decir eso que tener velas y flores, créeme. —La habitación era como el resto de la casa, encajaba con él. Líneas simples, colores suaves, un espacio ordenado—. Quería estar aquí. Contigo, en tu cama.

Mac se acercó al lecho y entonces vio la fotografía del cardenal en la pared de enfrente. Conmovida, se volvió hacia él, jamás habría imaginado que pudiera desearlo tanto. Empezó a desabrocharse los botones de la blusa.

—No, por favor. Quiero desnudarte yo, si no te importa.

Mac se detuvo.

—No, claro que no.

Carter se inclinó y bajó la intensidad de la lámpara de la mesita.

—Quiero mirarte mientras te desnudo.

Le acarició la mejilla y recorrió su cuerpo con ambas manos mientras la acercaba hacia si. Y entonces unió su boca a la de ella.