El 1 de Enero Mac se dio la vuelta para apagar de un golpe el despertador y terminó tumbada boca abajo en el suelo de su estudio.
—Mierda. Feliz Año Nuevo.
Se quedó echada, mareada y atónita, hasta que recordó que no había llegado a subir la escalera para meterse en la cama, y que la alarma que sonaba era la del ordenador, programada para despertarla a mediodía.
Se obligó a levantarse y caminó a tientas hacia la cocina para prepararse un café.
¿Por qué alguien querría casarse en Nochevieja? ¿Por qué convertir en un ritual sagrado una fiesta pensada para beber como cosacos y practicar sexo a lo loco? Y, por si fuera poco, encima había que arrastrar a familiares y amigos, por no hablar de los fotógrafos de bodas.
Claro que cuando la recepción terminó a las 2 de la mañana, Mac habría podido irse a dormir como cualquier persona normal en lugar de pasarse tres horas dedicándose a descargar y repasar el material fotográfico del enlace Hines-Myers.
Pero qué bien le habían salido las fotos. Algunas eran extraordinarias.
O puede que todas fueran malas y se hubiera confundido presa de la euforia.
No, las fotos eran buenas.
Mac añadió tres cucharadas de azúcar al café solo y se lo tomó de pie frente a la ventana, mirando la nieve que cubría los jardines y prados de la propiedad de los Brown.
Habían hecho un buen trabajo con esa boda. Y quizá Bob Hines y Vicky Myers tomarían nota y procurarían salir airosos en su matrimonio.
En cualquier caso, conservarían el recuerdo de esa jornada. Habían quedado plasmados los momentos significativos y también los insignificantes. Mac los puliría y definiría para luego poder imprimirlos. Bob y Vicky rememorarían su día gracias a esas imágenes a partir de la semana siguiente, pero también sesenta años después.
Y eso era tan potente como un café solo y con azúcar en un frío día de invierno.
Mac abrió un armario y sacó un paquete de galletas rellenas Pop-Tarts. Se comió una de pie y se puso a repasar el programa del día.
El enlace Clay-McFearson (Rod y Alison) era a las seis. Eso significaba que la novia y sus acompañantes llegarían antes de las tres y el novio y los suyos a las cuatro. Por lo tanto, Mac tenía hasta las dos. Después asistiría a la reunión que el equipo siempre celebraba en la casa principal, justo antes de la ceremonia.
Tiempo más que suficiente para ducharse, vestirse, repasar las notas y comprobar el equipo. La última vez que había consultado el parte meteorológico había visto que se anunciaban cielos despejados y una máxima de cero grados. Podría sacar buenas fotos de prueba aprovechando la luz natural y quizá convencer a Alison (si estaba animada) para que se hiciera un retrato vestida de novia en el balcón, con la nieve al fondo.
La madre de la novia, que si Mac no recordaba mal, se llamaba Dorothy («Llamadme Dottie»), era algo impertinente y mandona, pero se ocuparían de ella. Si Mac no lograba manejarla, como Dios existe que Parker lo conseguiría. Parker podía y sabía manejar a cualquier persona o situación.
El entusiasmo y la determinación de Parker habían convertido Votos en una de las empresas líderes del estado en organización de bodas y festejos en tan solo cinco años. Y la empresa había convertido a su vez la tragedia del fallecimiento de sus padres en algo positivo, y la maravillosa residencia victoriana y los increíbles terrenos de la propiedad de los Brown en un negocio próspero y único.
Ella misma era una de las razones del éxito, pensó Mac zampándose la última galleta.
Al dirigirse a la escalera que conducía al dormitorio y al baño del primer piso, se detuvo ante una de sus fotos preferidas: una novia resplandeciente y extasiada, con el rostro levantado al cielo, los brazos extendidos y las palmas de las manos hacia arriba, bajo una lluvia de rosáceos pétalos de rosa.
«Portada del Today’s Bride —se dijo Mac—. Porque soy así de buena».
Vestida con calcetines gruesos, pantalones de franela y sudadera, subió la escalera para quitarse el uniforme de adicta a las Pop-Tarts, de las que no se quitan el pijama porque siempre están cansadas, y transformarse en una sofisticada reportera fotográfica de enlaces.
No prestó atención a la cama deshecha (¿para qué si tendría que volver a deshacerla?) ni al follón que reinaba en el dormitorio. La ducha caliente se alió con el azúcar y la cafeína y le quitó las telarañas que todavía la rondaban antes de poder concentrarse seriamente en el trabajo de aquel día.
Contaba con una novia que estaba interesada en probar su veta creativa, una madre de la novia (o MDNA, para abreviar) que era una sabelotodo y un novio tan cegado por el amor que haría cualquier cosa para que su pareja fuera feliz. Además, tanto la novia como el novio eran sumamente fotogénicos.
Éste último detalle hacía que su trabajo fuera un placer, y también un desafío. ¿Cómo conseguiría que el reportaje fotográfico de la boda de sus clientes fuera espectacular, único y exclusivo?
«Los colores de la novia —pensó Mac repasando la escena mentalmente mientras se lavaba el pelo, corto, rojizo y enmarañado—. Plata y oro. Elegante, glamurosa».
Había echado un vistazo a las flores y al pastel (cuyos últimos toques estaban previstos para ese mismo día), los adornos y las mantelerías, el vestuario de las acompañantes y los tocados. En la lista de las canciones que tocarían los músicos había subrayado el primer baile de los novios, y luego el que bailarían el novio con su madre y la novia con su padre.
Así pues, durante las próximas horas, su mundo giraría en torno a Rod y Alison.
Eligió el traje, las joyas y el maquillaje que luciría con el mismo cuidado con que había preparado su equipo. Una vez lista, Mac salió al jardín dispuesta a recorrer el corto trecho entre la caseta de la piscina, donde tenía el estudio y su pequeño apartamento, y la casa principal.
La nieve centelleaba como esquirlas de diamantes sobre una piel de armiño, y el aire era gélido y limpio como el hielo de las montañas. Sin duda; tendría que hacer fotografías en el exterior, con la luz del día, y también de noche. Una boda invernal, un enlace blanco, la nieve cubriendo la tierra, el hielo resplandeciendo entre los árboles, goteando en los sauces desnudos y muriendo en el estanque. Y a lo lejos, la caprichosa y antigua mansión victoriana con los innumerables perfiles de su techumbre, las ventanas arqueadas y los ojos de buey, altos y generosos, de un azul pálido contrastando con el duro caparazón del cielo. Las terrazas y el desahogado pórtico proclamaban la temporada con sus luces navideñas y sus guirnaldas.
La examinó, como acostumbraba, mientras recorría los senderos libres de nieve. Le encantaban sus líneas, sus ángulos, con sus sutiles matices de amarillo claro, de un blanco crudo que contrastaba con el suave y delicado azul.
De pequeña, aquel había sido su hogar tanto como el suyo propio. A veces incluso más, admitió Mac, porque su casa siempre estuvo gobernada por los caprichos y antojos de su madre.
Los padres de Parker habían sido cálidos, acogedores, cariñosos y, como Mac había descubierto de adulta, estables. Le brindaron un puerto seguro donde guarecerse de la tormenta de su infancia.
Sintió su pérdida tanto como la había sentido su propia hija, y de eso hacia ya siete años.
La propiedad de los Brown era ahora su hogar. Su negocio y su vida. Un buen lugar en todos los sentidos. ¿Qué puede haber mejor que trabajar en lo que a una le gusta y hacerlo con sus amigas del alma?
Fue al cuarto de los abrigos a dejar la parka y las botas y se desvío hacia los dominios de Laurel para curiosear.
Su amiga y socia estaba subida a un taburete e iba añadiendo con paciencia unos lirios de agua a un pastel de boda de cinco pisos. Cada una de las flores surgía de la base de una hoja dorada de acanto; el efecto final deslumbraba por su gran elegancia.
—Es una obra maestra, McBane.
Laurel añadía los lirios con el pulso firme de un cirujano.
Llevaba el pelo rubio recogido en la nuca en un mono despeinado que, curiosamente, favorecía el ángulo triangular de su rostro. Concentraba en la tarea su mirada clara, del color de las campanillas.
—Estoy encantada de que Alison se decidiera por el centro de lirios y no por las figuras de los novios. Es lo que ha determinado este diseño. Ya verás cuando llevemos el pastel al salón de baile y lo coloquemos encima de la mesa.
Mac sacó la cámara.
—Podría ser una buena fotografía para colgar en la página web, ¿no te parece?
—Desde luego. ¿Has podido dormir?
—No he pegado ojo hasta las cinco, pero me he quedado en la cama hasta mediodía. ¿Y tú?
—Caí frita a las dos y media. Me he levantado a las siete para terminar el pastel del novio, los postres… y esto. Me pondría a dar saltos de alegría sólo de pensar que la próxima boda será dentro de dos semanas. —Laurel miró alrededor—. No se lo digas a Parker.
—Supongo que está levantada.
—Ya ha venido aquí dos veces. Seguro que ya ha pasado un par de veces por todas partes. Creo que he oído llegar a Emma. Quizá estén las dos arriba, en el despacho.
—Ahora mismo subo. ¿Vienes?
—Dame diez minutos. Llegaré a tiempo.
—A tiempo es tarde para Parker —dijo Mac sonriendo—. Inventaré alguna maniobra de distracción.
—Dile que hay cosas que no pueden hacerse deprisa y corriendo. Y que la MDNA va a recibir tantas felicitaciones por el pastel de boda que nos la sacaremos de encima sin problemas.
—Pues mira, eso quizá funcione.
Mac fue a comprobar el vestíbulo de la entrada y la imponente sala de estar donde se iba a celebrar la ceremonia. Advirtió que Emmaline y sus elfos ya se habían puesto a trabajar para sustituir los adornos de la boda anterior por los nuevos. Cada novia tenía su propio gusto, y ésta en concreto, en lugar del tul lavanda y crudo que había servido para la boda celebrada en Nochevieja, quería que hubiera montones de cintas y guirnaldas en plata y oro.
La chimenea del salón estaba lista para ser encendida antes de que empezaran a llegar los invitados. Las sillas, enfundadas de blanco con unos lazos plateados que resplandecían, ya estaban dispuestas en filas. Emma había decorado la repisa de la chimenea con velas doradas montadas en candelabros plateados; las flores preferidas de la novia, los lirios de agua blancos, se arracimaban en altos jarrones de fino cristal.
Mac dio una vuelta a la sala, examinó los ángulos y la iluminación y estudió la composición, siempre tomando notas. Luego enfiló la escalera que conducía al tercer piso.
Como era de esperar, encontró a Parker en la sala de reuniones adyacente a su despacho, equipada con el portátil, la BlackBerry, varias carpetas, el móvil y unos auriculares. Se había recogido su espeso cabello castaño en una coleta larga, estilizada y sencilla. Su peinado combinaba con el traje, de un sereno gris perla, que armonizaría y se complementaria con los colores del vestido de la novia.
A Parker no se le escapaba ni una.
Sin alzar la vista levantó un dedo en el aire y siguió trabajando en su portátil. Mac, que comprendió la señal, fue hacia la cafetera para llenar dos tazas. Se sentó, dejó a un lado su dossier y abrió la libreta de notas.
Parker se apoyó en el respaldo de la silla, sonrió y tomó una taza.
—Va a salir redonda.
—No lo dudo.
—Las carreteras están despejadas y hará buen tiempo. La novia se ha levantado, ha desayunado y le han dado un masaje. El novio ha hecho sus ejercicios y se ha ido a nadar. Los del banquete cumplen con lo previsto y no falta ni uno solo de los acompañantes. —Parker consultó el reloj—. ¿Dónde están Emma y Laurel?
—Laurel está dando los toques finales al pastel, que es fabuloso. A Emma no la he visto, pero sé que ha empezado a decorar los espacios para la ceremonia. Son una maravilla. Quiero hacer fotos al aire libre. Antes y después.
—Que la novia no esté mucho rato a la intemperie. No quiero que vuelva con la nariz roja y moqueando.
—Puede que tengas que sacarme de encima a la MDNA.
—Tomo nota.
Emma entró a toda prisa con un refresco de cola sin azúcar en una mano y un dossier en la otra.
—Tink tiene resaca y no va a aparecer, así que cuento con menos gente. Despachemos rapidito, ¿vale? —Vestida con una sudadera, se apoyó en la mesa y su negra melena rizada se balanceó sobre sus hombros—. La suite de la novia y la sala de estar ya están decoradas. El vestíbulo y la escalera, casi terminados. Los ramos, los prendidos y las flores para el ojal, comprobados. Hemos empezado por el salón principal y el salón de baile. Luego volveré a ocuparme de eso.
—¿Y la niña con las flores?
—Irá con una poma de rosas blancas envuelta en una cinta dorada y plateada. Tengo preparada su corona, de rosas y gipsófilas, para dársela a la peluquera. Es una hermosura. Mac, necesitaría unas fotos de los adornos si tienes tiempo. Si no, las hago yo.
—Ya me encargo.
—Gracias. La MDNA…
—Estoy en ello —la interrumpió Parker.
—Necesito… —Emma se quedó en silencio al ver que Laurel entraba en el despacho.
—No llego tarde —anunció Laurel.
—Tink no va a aparecer —le contó Parker—, y Emma está escasa de personal.
—La ayudaré yo. Me falta colocar el centro sobre el pastel y arreglar los postres, pero ahora tengo tiempo.
—Repasemos el horario.
—Espera. —Emma alzó su refresco dietético—. Primero brindemos. Feliz Año Nuevo para todas: cuatro mujeres sorprendentes, estupendas y guapísimas. Por mis amigas del alma.
—Que además son listas y peleonas. —Laurel alzó su botella de agua—. Por mis amigas y colegas.
—Por nosotras. Por la amistad y la inteligencia partida por cuatro —añadió Mac—. Y por lo bien que nos lo hemos montado con Votos.
—Y por 2009 —sentenció Parker brindando con su taza de café—. Las sorprendentes, estupendas, guapísimas, listas y peleonas amigas del alma van a tener el mejor año de su vida.
—Has dado en el clavo. —Mac entrechocó su taza con las demás—. Por los «días de la boda» pasados, presentes y futuros.
—Por el pasado, el presente y el futuro —repitió Parker—. Veamos. Empecemos con el programa.
—Me ocuparé de la novia desde que llegue —empezó a exponer Mac—, y luego del novio, cuando aparezca. Tomaré unas fotos por sorpresa mientras se cambia la novia y posando si me lo piden. Luego los retratos oficiales, en el interior y el exterior. Ahora fotografiaré el pastel y los adornos, y también montaré el equipo. Antes de la ceremonia, sacaré unas tomas de la familia, de las damas de honor, los testigos y los pajes de los novios. Después del enlace, necesitaré cuarenta y cinco minutos para hacer las fotos de la familia, de todos los invitados y de los recién casados.
—Los adornos florales, de las suites de la novia y del novio, han de estar listos antes de las tres. Los del vestíbulo, la sala de recepciones, la escalera, el salón principal y el salón de baile, antes de las cinco. —Parker miró a Emma.
—Hecho.
—El del vídeo llega a las cinco y media. Los invitados, de cinco y media a seis. Los músicos de la boda, un cuarteto de cuerda, empezarán a las seis menos cuarto. Los músicos se instalarán en el salón de baile antes de las seis y media. La MDN, junto con su hijo, aparecerá a las seis menos diez; la MDNA, acompañada de su yerno, justo después. El novio y sus testigos tienen que ocupar sus lugares a las seis. —Parker iba leyendo el plan—. El PDNA, la novia y sus acompañantes, preparados a las seis. Descenso y procesión. Duración de la ceremonia: veintitrés minutos; receso y momentos familiares. Los invitados son conducidos al salón principal a las seis y veinticinco.
—Momento en que se abre el bar —intervino Laurel—. Música y servicio de aperitivos.
—De las seis y veinticinco a las siete y diez, fotografías. La familia, los invitados y los recién casados se presentaran a las siete y cuarto.
—Cena y brindis —Emma retomó la palabra—. Listo, Parks.
—Quiero asegurarme de que nos trasladaremos al salón para dar comienzo al primer baile antes de las ocho y cuarto —siguió diciendo Parker—. La novia tiene un interés especial en que su abuela esté presente para el primer baile de los novios y, después del baile de la novia con su padre y del novio con su madre, quiere que también vea bailar a su padre con la madre de él. La mujer tiene noventa años y puede que no aguante hasta muy tarde. Si logramos que corten el pastel a las nueve y media, quizá la abuela no se lo perderá.
—Ésa mujer es un encanto —intervino Mac—. Saqué unas fotografías muy bonitas de Alison con ella durante el ensayo. —Había anotado que quería hacerles más—. Personalmente, creo que se quedará durante toda la fiesta.
—Espero que sí. El pastel y los postres se servirán con el baile empezado. A las diez y cuarto se lanzará el ramo.
—Lo del ramo ya está arreglado —añadió Emma.
—Luego, durante el baile, tocará lanzar el liguero. La última pieza será a las once menos diez, soltaremos las pompas de jabón y los novios se irán. Fin del acto a las once. —Parker volvió a consultar el reloj—. En marcha. Emma y Laurel tienen que cambiarse. Recordad que tenéis que llevar los auriculares puestos.
El teléfono de Parker vibró y la joven miró el visor para saber quién llamaba.
—La MDNA. Dale y dale. Es la cuarta vez que llama esta mañana.
—Que te diviertas —dijo Mac antes de salir huyendo.
Exploró las distintas salas, quitándose de en medio cuando coincidía con el enjambre del equipo de Emma, que rondaba por toda la casa distribuyendo flores, cintas y tules. Hizo fotos del pastel de Laurel y de los adornos de Emma e imaginó nuevos encuadres.
Jamás permitía que su método se convirtiera en rutinario. Sabía que una vez que lo hiciera todo de corrido, se le escaparían tomas, perdería oportunidades, claridad de ideas y originalidad en los ángulos. Y siempre que notaba que empezaba a aburrirse, pensaba en una mariposa azul posándose sobre un diente de león.
El ambiente olía a rosas y a lirios y se oía un rumor de voces y pasos. La luz se colaba por los altos ventanales proyectando hermosos rayos y haciendo brillar las cintas de oro y plata.
—¡Mac, los auriculares! —Parker bajó corriendo la escalera principal—. Llega la novia.
Mientras Parker se apresuraba a recibir a la novia, Mac subió a la carrera. Salió a la terraza principal sin preocuparse por el frío mientras la limusina blanca enfilaba el caminito de entrada. Cuando el automóvil se detuvo suavemente, Mac cambió de ángulo, se colocó en posición y aguardó.
La dama de honor, la madre de la novia…
—Moveos, moveos solo un poco —murmuró.
Alison salió del coche. La novia llevaba unos tejanos, y ¡vaya tejanos!, una chaqueta desgastada de ante y una bufanda de color rojo vivo. Mac activó el zoom y cambió los diafragmas.
—¡Eh, Alison!
La novia miró hacia arriba. Cuando salió de su asombro, su expresión era de divertida sorpresa. Para satisfacción de Mac, Alison levantó los brazos, se echó hacia atrás y estalló en carcajadas.
«Aquí empieza el principio del viaje», pensó Mac mientras capturaba el momento.
Diez minutos después, en la suite de la novia, que antaño había sido el dormitorio de Parker y en aquel momento estaba llena de gente, reinaba la confusión. Dos peluqueras manejaban distintos instrumentos haciendo gala de su talento, rizando, alisando y modelando, mientras las esteticistas sacaban pinturas y frascos.
«La esencia de lo femenino —pensó Mac mientras rondaba por el dormitorio procurando no molestar—. Los perfumes, los movimientos, los sonidos… La novia es el centro, y ésta en concreto no ha nacido para ponerse nerviosa». Alison se mostraba confiada, sonriente, y charlaba sin parar.
Ahora bien, la MDNA era otro asunto.
—¡Pero si tienes un pelo precioso! ¿No crees que deberías dejártelo suelto? Al menos algún mechón. Quizá…
—Un recogido es lo más adecuado para mi tocado. Relájate, mamá.
—Aquí hace demasiado calor. Considero que hace demasiado calor. Y Mandy tendría que echarse la siesta. Si no, lo fastidiará todo; lo sé.
—Lo hará perfecto —dijo Alison mirando a la niña que tendría que llevar las flores.
—A mí me parece que…
—¡Atención, señoras! —exclamo Parker entrando el carrito del champán, en el que había añadido una bonita bandeja de fruta y queso—. Los hombres vienen de camino. Alison, tu peinado es maravilloso. Fastuoso. —Sirvió una copa flauta de champán a la novia.
—Pienso que mi hija no debería beber antes de la ceremonia. Apenas ha comido hoy y…
—Oh, señora McFearson, me alegro de que esté vestida y preparada. Está usted preciosa. ¿Podría dedicarme unos minutos? Me encantaría que revisara la sala de estar antes de la ceremonia. Vale más asegurarse de que todo este perfecto, ¿no le parece? Os la devolveré enseguida. —Parker le puso una copa de champán en la mano y la sacó de la habitación.
—¡Uau! —exclamo Alison echándose a reír.
Durante una hora Mac estuvo repartiéndose entre las suites del novio y de la novia. Entre perfume y tules, gemelos y fajines. Se deslizó luego hacia los dominios de la novia, dio vueltas alrededor de las damas mientras éstas se vestían unas a otras y finalmente descubrió a Alison sola, de pie ante su vestido de boda.
«Esto lo resume todo —pensó Mac mientras encuadraba en silencio la foto—. El asombro, la alegría… y una leve nota de nostalgia». Disparó en el momento en que Alison alargaba la mano para rozar la pedrería del cuerpo.
El momento decisivo, Mac lo sabía; el instante en que los sentimientos de la mujer se reflejan en su cara.
Luego pasó, y Alison se la quedó mirando.
—No esperaba sentirme así. Soy muy feliz. Estoy muy enamorada de Rod, y preparada para casarme con él. Pero noto una opresión aquí arriba… —Y se rozó el pecho, por encima del corazón—. No son los nervios.
—Tal vez un poco de tristeza. Hoy termina un período de tu vida y es normal que te sientas triste porque te estás despidiendo. Pero yo sé lo que te conviene. Espera y verás.
Al cabo de un rato, Mac llegó acompañada de la abuela de la novia. Y se retiró unos pasos.
La juventud y la vejez, pensó. El principio y el final, los vínculos y la constancia. Y el amor.
Fotografío el abrazo, aunque no era aquello lo que buscaba.
Retrató el brillo de las lágrimas, pero no, tampoco era eso. Entonces Alison inclinó la frente hacia su abuela y, a pesar de esbozar una sonrisa, una lágrima se deslizó por su mejilla. A su espalda, la viveza refulgente del vestido daba una nota de luz.
Perfecto. La mariposa azul.
Tomó unas instantáneas improvisadas del ritual de la novia poniéndose el vestido y luego hizo los retratos oficiales con una luz natural exquisita. Como había supuesto, Alison se prestó a desafiar el frío y salir a la terraza.
Mac no hizo caso de la voz de Parker, que sonaba por los auriculares, y salió corriendo hacia la suite del novio para repetir el mismo ritual con Rod.
Al regresar a la habitación de la novia, adelantó a Parker en el pasillo.
—Necesito que el novio y sus padrinos bajen, Mac. Llevamos un retraso de dos minutos.
—¡Qué terrible! —exclamó Mac fingiendo estar horrorizada antes de colarse en la suite de la novia.
—Los invitados ya están sentados —anunció Parker por los auriculares unos minutos después—. El novio y los testigos están tomando posiciones. Emma, ve a buscar a la novia y a las damas.
—Voy.
Mac se escabulló de la suite y se colocó al pie de la escalera mientras Emma organizaba a las damas de honor.
—La comitiva esta lista. Pon música.
—Música —dijo Parker—. Que salga el cortejo nupcial.
La niña de las flores no tendría problemas por no haberse echado la siesta, pensó Mac mientras la damita bajaba la escalera casi bailando. La pequeña se detuvo como una veterana ante las indicaciones de Laurel y luego, vestida como una hada, siguió caminando con paso digno por el vestíbulo y la enorme sala de recepciones hasta enfilar el pasillo que delimitaban las sillas.
Las damas la seguían, resplandecientes en plata, y al final iba la dama de honor vestida de oro.
Mac se puso en cuclillas para enfocar a la novia y a su padre cuando ambos aparecieron en lo alto de la escalera, cogidos de la mano. La música que anunciaba a la novia empezó a sonar y el hombre se llevó la mano de su hija a los labios y a la mejilla.
Mac disparó y notó que los ojos le escocían.
¿Dónde estaba su padre? ¿En Jamaica, en Suiza, en El Cairo?
Apartó ese pensamiento de su mente para mitigar el dolor que le había provocado e hizo su trabajo.
A la luz de las velas que había colocado Emma, captó sonrisas y lágrimas. Recuerdos. Y permaneció invisible y aislada.