30. EL CÓDIGO DA VINCI A EXAMEN

¿Cuál es la verdadera historia que hay detrás de El código Da Vinci y su sorprendente retrato de Jesús y María Magdalena? ¿Es posible que los verdaderos orígenes del cristianismo fueran ocultados o modificados por los fundadores de la Iglesia? ¿Leonardo Da Vinci dejó pistas heréticas secretas en algunas de sus obras de arte? ¿Hay algo real en el libro de Dan Brown? ¿Y en esas teorías de complots urdidos en la sombra por poderes ocultos de la Iglesia católica, según cuenta su libro?

El código Da Vinci describe con audacia la leyenda del Santo Grial y cuestiona los orígenes de la fe cristiana. Según la novela, existe una creencia secreta tan poderosa que ha estado más de mil años custodiada por un misterioso culto medieval. Se trata de una verdad tan revolucionaria que es incluso responsable de la muerte de reyes. Esta herejía aparece codificada en las obras de uno de los mejores artistas de la historia… Eso es lo que narra el libro. Sin duda el argumento es sorprendente y fascinante y por ello ha seducido a millones de lectores en todo el mundo. La obra combina con astucia la historia verdadera con acontecimientos totalmente ficticios. En realidad, ningún material herético u ortodoxo de El código Da Vinci es nuevo. Todo lleva siglos publicado en obras teológicas e históricas. Para separar la verdad del mito, primero debemos retroceder dos mil años y analizar la extraña historia alternativa sugerida en la novela y comprobar qué partes son reales y cuáles son mera invención literaria, inexactitudes históricas o deliberadas tergiversaciones.

El código Da Vinci empieza con la muerte de un conservador del Museo del Louvre de París, asesinado y colocado en la misma posición que el Hombre de Vitrubio, dibujo realizado por Leonardo, que aparece en el suelo del museo, con un mensaje críptico escrito a su costado y un pentágono dibujado en el pecho con su propia sangre. A partir de ahí surgen una serie de acertijos, revelaciones, iconos, rompecabezas e hipótesis narradas a un ritmo vertiginoso y con trama policíaca en las más de quinientas páginas del libro. La primera pista lleva hasta la iglesia del Temple de Londres donde se encuentra una serie de efigies de antiguos caballeros que protegen un linaje sacro. Después, las claves están en una iglesia de París con un monumento que sugiere el nacimiento en Egipto de la hija de Jesús y de un linaje de descendientes. Más tarde, los secretos se esconden en una capilla en Escocia llena de símbolos de una antigua conspiración para conservar ese linaje sacro. Finalmente, un culto misterioso tiene intención de revelar esta asombrosa verdad al mundo.

El argumento de la novela de Dan Brown se basa en una historia que existía mucho antes de que se escribiera El código Da Vinci y de la que ya se ha hablado en estas páginas. En la obra se desarrolla la idea de que María Magdalena, una de las seguidoras de Jesucristo, era también su pareja; de hecho, incluso, llegaron a casarse. Esta teoría ha aparecido en numerosas leyendas que se encuentran recogidas en el ensayo El enigma sagrado, escrito por Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, que ya se analizó en el capítulo 5. De hecho, estos autores demandaron por plagio a los editores de El código Da Vinci. «Es más posible que un hombre estuviese casado, tuviese hijos y reivindicara un derecho al trono —afirma Richard Leigh— que hubiese nacido de una virgen, anduviese sobre el agua y resucitase de los muertos».

Pero El código Da Vinci va más allá y también asegura que en el momento de la crucifixión, María Magdalena estaba embarazada y se vio obligada a huir para salvar su vida y la de su hijo. Una leyenda francesa que data de alrededor del año 900 dice que huyó a Egipto, donde su secreto permanecería a salvo. Allí, dio a luz a una hija a la que llamó Sara, la única y verdadera descendiente de Jesús y heredera de su reino en la Tierra. «El nombre de la niña, Sara, en hebreo significa “princesa”. Así, creo que el nombre es una referencia al linaje», explica la experta Margareth Starbird, autora del libro María Magdalena y el Santo Grial.

TRAS EL SANTO GRIAL

Los historiadores aseguran que no hay ninguna prueba de que exista un linaje de Jesús hasta nuestros días. Aun así, la leyenda cuenta que, en el año 42 de la era cristiana, Sara, con 12 años, María y otras personas cruzaron el Mediterráneo y llegaron a la costa del sur de Francia en un barco sin remos llevando consigo la «sangre real». Y a partir de ahí, El código Da Vinci afirma que los descendientes de Sara emparentaron con el linaje de los reyes de Francia en la Alta Edad Media, los merovingios.

Es cierto que los merovingios reinaron en Francia durante cerca de trescientos años (476-750). Pero en 751, su poder había pasado a la historia. Así que, según El código Da Vinci, necesitaron realizar un nuevo esfuerzo para mantener vivo el linaje sacro. Para el historiador y escritor Richard Leigh, los intentos modernos de interpretar el convulso marco histórico en que se desenvuelve la forma de pensar esotérica, gnóstica y caballeresca de la Edad Media, inevitablemente han acabado en la creación de una sociedad secreta o semisecreta conocida como Priorato de Sión. De hecho, en 1099, se fundó un auténtico Priorato de Sión, pero en el mundo ficticio de El código Da Vinci su objetivo es nada menos que proteger el linaje de Jesús y María Magdalena. Para ello, el Priorato creó uno de los grupos más enigmáticos de la historia, los caballeros templarios, monjes guerreros de las Cruzadas.

En El código Da Vinci estos caballeros fueron enviados por el Priorato de Sión para buscar documentos en las ruinas del Templo de Salomón, en Jerusalén, que supuestamente recogían una genealogía de la descendencia de Jesús. Según la novela, los documentos y la asombrosa verdad que contenían fueron posiblemente utilizados por los templarios para chantajear a la Iglesia. En poco tiempo, los templarios se hicieron ricos y poderosos y se convirtieron en enemigos que había que eliminar. Así, el viernes 13 de octubre de 1307, el rey Felipe IV de Francia, llamado el Hermoso, llevó a cabo un ataque sorpresa contra los caballeros templarios en sus dominios. Sus miembros fueron encarcelados, y sus jefes, torturados y ejecutados, lo que conmocionó a la Europa de entonces.

Como ya se ha dicho en este libro, los caballeros templarios existieron realmente y también su persecución. En lo que la novela de Dan Brown difiere de la historia es en la interpretación de los motivos y los resultados de la matanza. En El código Da Vinci, algunos consiguieron escapar y huir con los secretos de los documentos de la Sangre Real. Los documentos fueron entregados al Priorato de Sión para ser guardados en lugar seguro. Según la novela, la Iglesia inició una búsqueda de los documentos con la intención de destruirlos. Esta búsqueda de los documentos sobre la Sangre Real se convirtió en la búsqueda del Santo Grial.

«Hoy en día a menudo pensamos en dicha búsqueda como la de un objeto material: un tesoro, un cáliz de oro, algo así. Pero en las versiones medievales de la historia, era la búsqueda de algo trascendente o espiritual», señala Karen Ralls, profesora de historia de la Universidad de Oxford. En el libro María Magdalena y el Santo Grial, Margaret Starbird afirma que la idea del Santo Grial como un cáliz o un recipiente que contuvo la sangre de Cristo es un símbolo arquetípico de lo femenino. La tierra como recipiente, la madre como recipiente, el útero como recipiente. Y es ahí donde la propia María Magdalena podría ser el propio Santo Grial, como sugiere El código Da Vinci.

La ficción continúa narrando que a través de los siglos, el Priorato de Sión escondió esta verdad a la Iglesia, y que los manuscritos que demostraban el linaje sacro fueron pasando de un gran maestre a otro hasta que, al final, llegaron a las manos del gran maestre más famoso de todos, Leonardo Da Vinci… o eso dice el libro. También asegura que Leonardo codificó este conocimiento secreto en sus obras de arte. En La Última Cena, por ejemplo, la novela afirma que la figura de aspecto femenino sentada a la derecha de Jesús no es san Juan, como todo el mundo cree, sino una mujer: María Magdalena. A partir de ahí continúan las especulaciones del autor. ¿Estaba Leonardo intentando decirnos algo? ¿Realmente escondió pistas en sus cuadros? ¿Es éste el secreto más asombroso de todos los tiempos que la Historia oficial se ha encargado de ocultar?

EL MATRIMONIO DE JESÚS Y MARÍA MAGDALENA

Los primeros relatos sobre María Magdalena no incluidos en el Nuevo Testamento estuvieron escondidos en el desierto durante casi dos mil años y fueron descubiertos por un campesino en 1945 cerca de la población de Nag Hammadi, en la región de Luxor, en Egipto. Allí se hallaron trece códices escritos después de la muerte de Jesús, posiblemente en el siglo II, que arrojaban una nueva luz sobre los primeros años del cristianismo y que contenían ideas sobre la religión cristiana que no aparecen en la Biblia. Estos papiros despertaron el interés de todos los especialistas del mundo, ya que son una de las pocas fuentes directas existentes de los llamados «evangelios gnósticos», y cuentan versiones muy poco ortodoxas sobre la vida de Jesús.

Entre los más de cien textos cristianos —además de La República de Platón— que contienen los códices, los estudiosos de las Escrituras le han dado especial importancia al Evangelio de Tomás, al que algunos llegan a considerar «el quinto Evangelio», aunque el actualmente más conocido por el gran público, gracias a una fuerte campaña de prensa, es el Evangelio de Judas.

Según propone El código Da Vinci, la idea de que María Magdalena pudo haber sido esposa de Cristo y madre de su hija, fue al poco tiempo censurada por la primera Iglesia, razón por la cual, supuestamente, estos Evangelios gnósticos tuvieron que ser escondidos en los desiertos de Egipto.

María Magdalena, así llamada porque era de Magdala (posiblemente la población de Tariquea, en Galilea, junto al lago Tiberíades), es citada por los cuatro Evangelios canónicos (es decir, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan) como una de las mujeres que, junto a los doce apóstoles, acompañaban a Jesús (Lucas, 8, 1). La escritora Margaret Starbird señala que «es citada en ocho listas diferentes que incluyen a otras mujeres; en siete de ellas es mencionada en primer lugar». Se habla de ella casi exclusivamente al final del relato de la Pasión, como uno de los testigos de la muerte en la cruz que luego intervinieron en los ritos funerarios de Jesús, así como una de las personas a quienes se apareció Jesús después de resucitar. En una ocasión, la aparición es a ella sola (Juan, 2, 11-18), lo que indicaría una especial distinción por parte de Cristo.

Aparte de eso, no se cuenta nada de María Magdalena, salvo que Jesús «había sacado siete demonios» de ella (Marcos, 16, 9, y Lucas, 8, 2), es decir, que le había practicado un exorcismo.

El nombre de María es en hebreo Miriam, que quiere decir «lugar alto donde reside la divinidad». Es obvio que la Virgen que concibió en sus entrañas al Hijo de Dios tenía que llamarse María. Se podría argumentar, por tanto, que el nombre de María Magdalena también indica que llevó en su seno la semilla de la divinidad, o sea, un hijo de Jesucristo. Sin embargo, la verdad es que ese nombre, el de la hermana de Moisés en los tiempos antiguos, era muy común entre los judíos de la época de Jesús. El Nuevo Testamento cita siete Miriams o Marías; cinco —incluida la Virgen— en los Evangelios, otra distinta en los Hechos de los Apóstoles, y otra más en la Epístola a los Romanos.

La imagen con la que se asocia más a María Magdalena, la de prostituta arrepentida, es un equívoco muy antiguo. De hecho, en las escrituras no hay ninguna prueba de que María Magdalena fuese una prostituta. En el Evangelio de san Lucas (6, 36-49) se narra que había una mujer en la ciudad que era una pecadora, la cual fue a casa de Simón, donde estaba comiendo Jesús, «y llevando un vaso de alabastro lleno de perfume, se puso por detrás, junto a sus pies, y llorando comenzó a regarlos con sus lágrimas, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los besaba y ungía con el perfume». El relato, si lo sacáramos de su contexto, tendría indudablemente un matiz erótico, lo que puede alimentar la idea de que Jesús tuvo a María Magdalena como compañera sentimental.

El problema es que Lucas no da ningún nombre. A la tradición le gusta proporcionar nombres y, por tanto, en Occidente esta figura se identifica con la de María Magdalena, según opina la teóloga y profesora del Nuevo Testamento Deirdre Good, del Seminario General de Teología de Nueva York.

Los padres de la Iglesia griegos distinguían tres personajes evangélicos distintos en María Magdalena: María de Betania, la hermana de Lázaro y la pecadora sin nombre. Los padres romanos y la tradición latina, en cambio, tendían a confundir a las tres en una sola. El papa san Gregorio Magno identificó a la prostituta del vaso de alabastro con María Magdalena en el siglo VI, convirtiéndola así en uno de los grandes protagonistas del arte occidental. La pintura europea, desde el Renacimiento al Barroco, ha representado innumerables veces a María Magdalena ricamente vestida y alhajada, para indicar su lujuriosa condición de ramera, o desnuda, más o menos cubierta con sus cabellos o con alguna piel de animal, como penitente arrepentida. Es indudable que esta última iconografía fue aprovechada por muchos artistas como excusa para pintar desnudos y hacerlos pasar por cuadros de devoción. Sin duda la profusión de desnudos de María Magdalena contribuyó a reafirmar la creencia de que era una meretriz.

Pero convirtiendo a la Magdalena en prostituta, san Gregorio no pretendía poner en cuestión ese aspecto «feminista» del cristianismo. «Gregorio —explica Good— no lo hizo para desprestigiar a las mujeres, sino para que la gente se diese cuenta de que incluso a ese tipo de pecadores tan despreciados, Dios los amaba lo suficiente para tenerlos en su gracia».

Tampoco existe ninguna prueba de que los Evangelios gnósticos fueron deliberadamente destruidos o escondidos; la mayoría de los historiadores creen que es muy posible que estos textos simplemente se perdieran. Además, señalan que las pocas referencias bíblicas a la relación de María Magdalena con Jesús en los Evangelios canónicos ni prueban ni desmienten que estuviesen casados y tuviesen una hija. Incluso si fuera así, no se trata de algo que necesariamente debiera suprimirse, ya que era lo más común en esa época, como indica Margaret Starbird: «A principios del siglo I, los padres judíos tenían el deber de encontrar una mujer para su hijo antes de que el joven cumpliese los 20 años. Había muy pocas excepciones».

Pero, si no había nada que ocultar respecto a María Magdalena, ¿qué puede haber de peligroso para la Iglesia oficial en los Evangelios gnósticos? El código Da Vinci se basa en estos pasajes escritos por sectores del primer cristianismo, que defendían la idea de encontrar a Cristo en el interior de cada uno en vez de a través de la Iglesia, un concepto que distingue a los gnósticos de otros cristianos y de la tradición heredada hasta nuestros días. Es esta noción lo que suponía una amenaza importante para las autoridades eclesiásticas; eso hace que la tesis de El código Da Vinci sobre una Iglesia que lleva dos mil años deformando la historia sea algo factible. El libro de la doctora Elaine Pagels, especializada en el estudio de los orígenes del cristianismo, Los Evangelios gnósticos, publicado en 1980, es una de las principales fuentes de Brown para esta teoría; incluso cita su estudio en El código Da Vinci.

LEYENDAS FRANCESAS SOBRE LA HIJA DE JESÚS

Las historias del Grial aparecen por todas partes, desde Palestina hasta Inglaterra. Pero una de las leyendas más extendidas narra que María Magdalena y su hija buscaron refugio en Egipto con el tío de la Virgen María, José de Arimatea. En Alejandría seguramente encontraron un ambiente judío al que se habrían adaptado para vivir. Entonces, según la leyenda, alrededor del año 42 de nuestra era, María, Sara y José dejaron Egipto y navegaron en una barca sin remos hasta la costa de las Galias, la provincia romana que actualmente es Francia, concretamente a la región de Provenza. «Hay una leyenda que dice que trajeron consigo la sangre real. La sangre real no se lleva en un bote con una tapa, sino que se refiere a que fluye en las venas de la niña», asegura Margaret Starbird. Algunas historias les siguen la pista hasta cerca del pueblo de Saintes-Maries de la Mer, en la costa de Provenza. Aquí, María y su hija vivieran el resto de su vida.

Hoy en día, existe en dicha población una iglesia que data del siglo IX y conmemora esta creencia. Está dedicada a dos figuras de las Escrituras: María Cleofás, hermana de la Virgen María, y la madre de Santiago el Mayor y de San Juan, que en los Evangelios es llamada simplemente Salomé, aunque la tradición la llama María Salomé.

En esta región provenzal se conservan otras leyendas que cuentan que el malvado rey Herodes metió a varios seguidores de Jesús en barcas sin velas ni remos que fueron empujadas mar adentro, para que sus pasajeros perecieran. Entre éstos se citan a las dos Marías a las que está dedicada la iglesia local, a la Magdalena, a Lázaro el resucitado y su hermana Marta, y hasta al ciego de Jericó (Marcos 10, 46-52). A ellos se uniría Sara, que llegó a la barca andando sobre las aguas. Algunos dicen que era una abadesa egipcia, lo que justificaría el color oscuro que se le adjudica, aunque también se le han atribuido orígenes más fantásticos. En otras versiones legendarias, Sara estaba en la costa del sur de Francia, recibió allí a las Marías y se convirtió al cristianismo. Según las leyendas francesas, los numerosos pasajeros se desperdigaron, quedándose en la costa sólo María Cleofás y María Salomé, con Sara como sirvienta.

En el templo de Saintes-Maries de la Mer se exhibe una imagen de rostro negro a la que localmente se llama «Sara la egipcia». Los gitanos, por su parte, la llaman María la Kali (la Negra en lengua caló) y la veneran especialmente.

Parece que la teoría de la localización del Santo Grial de Dan Brown no coincide con la creencia popular. Así, la idea más extendida de la localización del Santo Grial no lo sitúa en Francia como indica El código Da Vinci sino en Glastonbury, Inglaterra, donde se alza una majestuosa abadía del siglo XII, levantada sobre restos de una iglesia anterior que se remontaría incluso al tiempo de la llegada de los sajones en el siglo VII, que es supuestamente lugar de enterramiento del mítico rey Arturo.

La tradición asegura también que allí es donde José de Arimatea llevó el Grial para guardarlo. José incluso dejó a la vista un recuerdo de su visita: clavó en el suelo su cayado, y éste se convirtió en un arbusto espinoso de una especie oriental, conocido como el Espino Sagrado de Glastonbury. Según la profesora de historia de la Universidad de Oxford Karen Ralls, a mediados del siglo XIV, el abad John de Glastonbury fue quien introdujo la leyenda sobre el Grial y José de Arimatea, pero no fue hasta finales del siglo XV cuando los propios monjes de la abadía empezaron a propagar esta historia. Incluso la leyenda habla que a partir de entonces surge un manantial de un agua extraña, de color rojizo, símbolo de la sangre de Cristo derramándose de la copa sagrada. Esta agua sigue fluyendo desde el llamado Pozo del Cáliz, y creyentes y peregrinos llegan de todas partes del mundo en busca de las propiedades sobrenaturales y curativas del manantial.

EL CONCILIO DE NICEA

Una de las tramas más famosas del libro de Dan Brown es la que sostiene que Leonardo Da Vinci y otros artistas eran partícipes de una serie de herejías que no se atrevían a expresar en público por miedo a represalias religiosas. Así la obra de Leonardo estaría llena de pistas que apuntan a unos conocimientos secretos sobre María Magdalena con la intención de mantener vivos los hechos que las autoridades eclesiásticas habían obligado a ocultar. «Es muy posible que haya algo de verdad en las leyendas. Yo creo que la unión sagrada de Cristo y María Magdalena era el centro de la historia cristiana y que desgraciadamente, incluso trágicamente, se perdió a principios del nacimiento del cristianismo y no se incluyó dentro de la historia», defiende Margaret Starbird.

Según El código Da Vinci, en el año 325 de nuestra era, la adoración a María Magdalena se vio relegada a la clandestinidad tras el Concilio de Nicea, convocado por el emperador romano Constantino con el fin de construir una sola Iglesia y encontrar una forma uniforme y simple de cristianismo con la que todos los obispos, frecuentemente enfrentados, estuvieran de acuerdo. La Iglesia condenó las creencias de los gnósticos como herejías y decidió lo que es adoptado como texto oficial para el Nuevo Testamento. Por tanto, Constantino ordenó que destruyeran los textos gnósticos, dejando sólo los Evangelios canónicos que ahora podemos encontrar en la Biblia. De nuevo, esta teoría de El código Da Vinci no es original. Según Timothy Freke, coautor del libro Los misterios de Jesús, «la verdad sobre los orígenes del cristianismo se pierde porque sólo se permite la supervivencia de una historia que es la escrita por el obispo Eusebio, el relaciones públicas de Constantino, su propagandista».

Pero parece ser que, según afirman la mayoría de los historiadores religiosos, en el Concilio de Nicea no hubo ningún debate sobre la censura de ninguno de estos textos, ni se seleccionaron los libros que se convertirían en la versión oficial de la fe. Una vez más, no hay ningún documento de los concilios cristianos que pruebe la inclusión o exclusión de los libros que se identificarían con los textos no canónicos de la biblioteca de Nag Hammadi, según señala, entre otros expertos, George Gorse, profesor de historia del arte del Pomona College. En realidad, el canon evolucionó durante varios siglos y los 27 libros que forman ahora el Nuevo Testamento no fueron recopilados hasta cuarenta y dos años después del Concilio de Nicea. La afirmación de que otros documentos sobre los orígenes cristianos fueron destruidos en este período es una mera exageración. La quema de libros sucedió, pero se produjo siglos después y por razones diferentes.

La idea de El código Da Vinci de que la Iglesia quiere acabar con la leyenda de María Magdalena ha encontrado apoyo en aquellos que la vinculan con un antiguo mito egipcio. Basándose en esta teoría, la primera Iglesia estaría ansiosa por borrar todo lo que conectaba la historia del Nuevo Testamento con rituales paganos de adoración, como la divinidad egipcia Osiris y su esposa, la diosa Isis, que en el cristianismo primitivo se habrían transformado en Jesús que muere y resucita y en su esposa María Magdalena. Así, a los ojos de la primera comunidad cristiana, puede que Cristo y la Magdalena fuesen la personificación de ese mismo principio de unión sagrada que aparece en el mito de Isis y Osiris. Sin embargo, los teólogos tradicionales aseguran que considerar a María Magdalena como una diosa es ir más allá de lo que nos cuentan las fuentes existentes. Además, la Iglesia considera santa a María Magdalena, y como tal la celebra el día 22 de julio desde tiempos antiguos, antes del siglo X en Oriente y a partir del siglo XII en Occidente, adquiriendo aún más fuerza su culto a partir de la Contrarreforma. Existen multitud de templos dedicados a esta advocación, y muchas monjas a lo largo del tiempo han elegido como nombre de religión el de María Magdalena, alcanzando algunas de ellas a su vez la canonización, de modo que en el Santoral romano hay varias Marías Magdalenas. No cabe por tanto pensar que la Iglesia hubiera querido menospreciarla ni borrarla de la Historia.

LOS REYES MEROVINGIOS

Como se explicó en el capítulo 5, el padre Bérenger Saunière, un humilde párroco de pueblo, cuyo apellido adoptó Brown para dárselo a Jacques, el ficticio conservador del Louvre asesinado en El código Da Vinci, inició una reforma de su iglesia de Rennes-le-Château. Según cuenta la leyenda, durante la reforma, Saunière encontró los llamados dossieres secretos, que apoyarían la idea de un linaje sacro prolongado hasta nuestro tiempo a través de una dinastía de reyes franceses medievales, monarcas que podrían ser descendientes de Jesucristo.

En El enigma sagrado, los autores llegaron a la conclusión de que fue posible que Jesús estuviera casado y hubiera tenido hijos, y que éstos se casaran para pasar a formar parte de la dinastía merovingia, protagonista de increíbles historias, como que tenían capacidad de curar con las manos y de hablar con las bestias o de disfrutar de una especie de comunicación extrasensorial con el mundo natural. El último de los merovingios fue Dagoberto II, que se casó con una princesa visigoda y cuyo reino sólo duró tres años. Murió asesinado y algunos historiadores creen que existen algunos indicios, no pruebas, de que la Iglesia tuvo algo que ver en su muerte.

Los merovingios y esta leyenda aparecen en los dossieres secretos encontrados en el interior de una columna visigótica de Rennes-le-Château, de la que se hace eco El código Da Vinci. En realidad, la conexión entre Jesús y Dagoberto, el último de los merovingios, no está demostrada. Dagoberto existió, pero no hay pruebas que indiquen su pertenencia a un linaje sacro, y otros relatos de su muerte aseguran que fue víctima de un clan enemigo. Además, la columna visigótica removida durante la reforma de Saunière no tiene un hueco lo suficientemente grande como para que pudieran guardarse allí documentos secretos. Otra vez, un misterio más de novela que de la realidad histórica.

EL PRIORATO DE SIÓN Y LOS TEMPLARIOS

Las historias sobre un linaje sacro no acaban aquí. Según El código Da Vinci, hay otra serie de documentos mucho más antiguos que contienen nada menos que una genealogía que se remontaría hasta Jesús y María Magdalena; estas antiguas escrituras son llamadas los documentos del Sangraal; Sangraal, una palabra medieval para designar al Santo Grial. Y es que cuando se menciona el Grial por primera vez, es citado como una sola palabra, Sangraal. En la Edad Media, alguien, de manera arbitraria, separó la palabra después de la «n» y antes de la «g» y el resultado fue San Graal, Santo Grial. Sin embargo, si separamos la palabra Sangraal después de la «g», sale Sang Raal o Sang Real, es decir, Sangre Real. Al menos ésta es la teoría que defiende Richard Leigh en su libro El enigma sagrado.

Con los documentos del Sangraal la historia se traslada de Francia a Jerusalén, a las ruinas del templo de Salomón, donde El código Da Vinci asegura que estaban escondidos estos antiguos pergaminos. El jefe de la Primera Cruzada, Godofredo de Bouillon, es, según Leigh, de ascendencia merovingia.

En julio de 1099, los cruzados rompieron las defensas sarracenas de Jerusalén, conquistaron la ciudad, y convirtieron al triunfante Godofredo de Bouillon en soberano de Tierra Santa. Aunque rechazó la corona de rey, porque dijo no poder llevarla donde Jesucristo había llevado una de espinas, Godofredo adoptó el título de Protector del Santo Sepulcro. Según El código Da Vinci, ese mismo año estableció el Priorato de Sión, la misteriosa sociedad encargada de proteger al linaje sacro durante diez siglos.

Existen pruebas documentadas de que en 1099, cuando Jerusalén fue capturada por los cruzados, un grupo de jóvenes religiosos se instaló en una abadía situada en la cima del monte Sión y formó una orden: la Orden de Sión. De hecho, un Priorato de Sión medieval existió en realidad. Pero en la novela este Priorato tenía una misión secreta: hacerse con los documentos del Sangraal; para llevárselos de Jerusalén, el Priorato creó una unidad militar, una orden de caballeros llamados los caballeros templarios. En El código Da Vinci, supuestamente, los templarios entregaron los documentos del Sangraal a sus maestros, el Priorato de Sión, guardianes del linaje sacro. Ellos conservarían el secreto.

Ya sabemos que, en realidad, la Orden del Temple no tiene nada que ver con sectas ni sociedades secretas. Era una institución de la Iglesia, lo que se llama una orden militar, es decir, una orden religiosa cuyos miembros hacían los votos de pobreza, castidad y obediencia, aunque en realidad fuesen guerreros, y la Orden como tal tuviese como misión la guerra contra los infieles. Pero no existe ninguna prueba de que algunos caballeros, tras la disolución de la orden, escaparan hacia Jerusalén llevando los documentos del Sangraal, como pretende El código Da Vinci. Lo mismo puede decirse de su pretendida relación con el Priorato de Sión.

OTRAS CREENCIAS HERÉTICAS: LOS CÁTAROS

Otros enemigos de la Iglesia oficial que han dado lugar a leyendas esotéricas son los cátaros, nombre de origen griego que significa «puros». Los cátaros no eran ninguna secta secreta, puesto que actuaban con toda normalidad a la luz del día; eran una herejía del cristianismo o incluso, según algunos estudiosos, llegaron a ser una religión distinta, tan grandes eran sus divergencias con la doctrina católica. El catarismo se desarrolló en el siglo XII especialmente en el sur de Francia, por lo que sus adeptos fueron también llamados albigenses, por la ciudad de Albi, uno de sus centros principales. Era una herejía de naturaleza dualista, es decir, que creía en la existencia de dos principios enfrentados, el Bien y el Mal. Negaban la existencia de la Santísima Trinidad, considerando que Jesucristo y el Espíritu Santo eran meras emanaciones de Dios. Negaban la libertad de las criaturas humanas y no creían en la resurrección de la carne ni en el Infierno. Criticaban los vicios y la avaricia de los miembros del clero oficial y rechazaban los sacramentos, en vez de los cuales tenían prácticas peculiares como el consolamentum, que tenía los efectos del bautismo, la confesión y la comunión, o la endura, un ayuno que se llevaba hasta la muerte y que los cátaros consideraban como una especie de martirio.

Con tales creencias en una época en que no existía libertad religiosa, no es extraño que la Iglesia pretendiese extirpar la doctrina cátara; tras varios intentos infructuosos de reconversión de los cátaros, lanzó contra ellos en 1208 la llamada Cruzada albigense, solución militar seguida de la labor de «limpieza» de la Inquisición, institución creada específicamente contra los cátaros. En estas operaciones represivas, Roma contó con la colaboración del rey de Francia, a quien le preocupaba el carácter también heterodoxo en lo social de los cátaros, que amenazaba las estructuras del reino.

«Fue la primera cruzada que tuvo lugar en Europa, en territorio europeo, en vez de en Tierra Santa. También fue la primera cruzada que enfrentó a cristianos contra otros cristianos», detalla Richard Leigh, autor de El enigma sagrado. Los soldados del rey francés fueron enviados para defender la fe ortodoxa. La cruzada albigense continuó durante cuatro décadas en las que redujeron todos los pueblos cátaros del sur de Francia, lo que le sirvió al rey de Francia para incautar sus propiedades.

Así, se utilizó la herejía como una excusa para una apropiación masiva de las tierras. En uno de los últimos ataques contra los cátaros, una leyenda vuelve a aparecer. La historia data del siglo XIII, y dice que el día antes de la toma de la fortaleza de Montségur por el senescal de Carcasona en 1244, tras largos meses de sitio, cuatro monjes huyeron por el escarpado acantilado con un misterioso tesoro cátaro que podrían ser los documentos del Sangraal que la Iglesia quería destruir. Pero se trata de mera especulación. Un universitario alemán nazi, Otto Rahn, que en los años treinta se instaló en la ciudad de Ariège, en la antigua región cátara, fue quien, adelantándose siete décadas a Dan Brown, conectó a los cátaros con el Grial, publicando un fantasioso libro titulado La Corte de Lucifer.

LAS PISTAS ESCONDIDAS EN LA ÚLTIMA CENA

El artista florentino Leonardo Da Vinci es una figura muy carismática y enigmática; según el best seller de Dan Brown, sería el gran maestre del Priorato de Sión, cuyas creencias ocultas podrían estar expresadas en sus pinturas, sobre todo en La Última Cena. Junto a Jesucristo, según la novela, la figura que debería ser Juan es en realidad María Magdalena. Los dos, Jesús y ella, están en el centro del cuadro, sugiriendo un papel de iguales. Además, añade misterio el hecho de que en la pintura aparece la mano de Pedro con un cuchillo apuntando hacia el lado izquierdo (la derecha de Cristo y los apóstoles), representando quizá la hostilidad de algunos por el papel relevante que Jesús otorgaba a María Magdalena. También aparece la mano de Tomás levantada, con el índice estirado hacia arriba, en un gesto amenazante, tal vez expresando los celos de los apóstoles hacia la Magdalena y su papel como pareja de Cristo. En el centro de la pintura, la composición de las figuras de Cristo y la supuesta Magdalena forma una V, un antiguo símbolo que representaba las deidades femeninas de la fertilidad, lo que también puede interpretarse como alusión a esa función portadora de la semilla de la estirpe de Jesús, de Santo Grial viviente que habría sido María Magdalena.

«Leonardo Da Vinci, como todos los artistas, incluía símbolos en sus obras de arte para que el público reconociese su significado visual. Pero no se trataba de símbolos heréticos introducidos en secreto en sus cuadros», explica George Gorse, profesor de Historia del Arte del Pomona College. En el Renacimiento, se pintaron numerosas Últimas Cenas. Juan siempre está al lado de Cristo y siempre tiene ese aspecto femenino, tanto en las cenas como en la numerosa iconografía de la época que lo sitúa en escenas alrededor de la Pasión. Es el único apóstol barbilampiño, lleva el cabello largo y tiene finas y bellas facciones, lo que no quiere decir que sea una mujer. La androginia aparece por otra parte en algunas obras de Leonardo, de quien se dice que sentía debilidad por los efebos afeminados. Su san Juan es un provocativo ejemplo de ello y, por cierto, levanta el dedo exactamente igual que el apóstol de La Última Cena. Además, algunos historiadores del arte opinan que el cuchillo que sostiene Pedro apunta claramente a Bartolomé, uno de los doce apóstoles cuyo martirio consistió en que lo desollaran vivo.

Otra de las teorías de Dan Brown que los historiadores rechazan es que la forma en V sea el símbolo de lo sagrado femenino. La distribución de las figuras en el cuadro de Leonardo es algo muy común en este artista, que siempre hacía una composición dinámica. Así, la forma de V de la parte centro-izquierda del cuadro sirve en realidad para crear un efecto dinámico que nada tiene que ver con simbolismos de lo sagrado femenino.

La conexión de Leonardo con el Santo Grial es históricamente poco probable. La leyenda del Grial, conectada a las leyendas artúricas, tuvo gran popularidad en la Edad Media, cuando, a partir de fuentes muy anteriores, Robert de Borron compuso su poema hacia 1180, mientras que Chretien de Troyes escribió por esas fechas Le Conte du Graal. Fue resucitada por el Romanticismo en el siglo XIX, cuando se editaron algunas de las obras medievales, pero en la Italia del Renacimiento despertaban poco interés. Por otra parte, Leonardo Da Vinci no pudo haber sido un gran maestre del Priorato de Sión, ya que eso no encaja con la personalidad solitaria e individualista del artista. «En los quince manuscritos de Leonardo, cientos y cientos de frases escritas, no hay ninguna prueba que demuestre que estuviese en ninguna organización religiosa secreta de los siglos XV y XVI», señala el historiador George Gorse.

LOS TEMPLARIOS EN EL REINO UNIDO

En El código Da Vinci, un posible escondite del Santo Grial es la iglesia del Temple en Londres, construida por los caballeros templarios y consagrada en 1185. Dentro de esta iglesia hay dos espacios diferenciados: una planta tradicional que acaba en un altar, adornado con una vidriera en la que se representan a dos templarios a lomos de un caballo y, al lado, se encuentra la primitiva iglesia, de planta circular siguiendo un esquema peculiar de las iglesias templarias, donde yacen en el suelo las figuras de diez caballeros

Lo más importante es la forma circular de la construcción que, según El código Da Vinci, se trataba originariamente de un templo pagano donde posiblemente se llevaron a cabo rituales sexuales y donde los templarios buscaban refugio en un mundo que rechazaba los documentos que ellos protegían y el linaje que juraron defender. Para los historiadores, el lugar no tiene ningún misterio; el diseño circular está inspirado en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, de planta circular, que lógicamente inspiró la arquitectura de los templarios, conectados desde su creación con ese santuario, cuya defensa era su razón de ser original. La vinculación arquitectónica con el paganismo es del propio Santo Sepulcro, inspirado en las más antiguas iglesias de Roma, a las que se da el nombre de martirium, que a su vez seguían el modelo del mausoleo de Augusto, de planta circular hasta el punto de que en el siglo XVII fue utilizado como plaza de toros por los españoles de Roma.

Según la novela, los documentos de la Sangre Real fueron guardados en este templo de Londres sólo durante una noche antes de ser llevados al norte, a otro escondite en Escocia: la capilla de Rosslyn, situada cerca de la ciudad de Edimburgo. Supuestamente fue construida por los templarios en 1466 y en El código Da Vinci es conocida como «la catedral de los Códigos». Posee multitud de fascinantes relieves de las tradiciones cristiana, judía, pitagórica, rosacruciana y otros cánones esotéricos. Según asegura la novela, estos relieves son pistas que unen a todos los grupos asociados con el linaje sacro. Lo cierto es que la capilla de Rosslyn, en el distrito de Midlothian, fue construida con los auspicios de sir William Saint Clair, último príncipe de Orkney (14101484), descendiente de los merovingios. Incluso, en el templo hay una losa funeraria que sugiere que este noble escocés era también un caballero templario. Además, en la novela, los Saint Clair, que históricamente estuvieron vinculados al Temple, como muestra el hecho histórico de que en los siglos XIII y XIV hubiera dos miembros de la familia grandes maestres de esa orden, son incluidos entre los primeros grandes maestres del Priorato de Sión. Por tanto, Rosslyn es el punto que vincula a los merovingios con los templarios y el Priorato.

La mayoría de los historiadores consideran esta vinculación como pura especulación: ni los relieves están relacionados con los templarios, ni la estrella de cinco puntas —que en El código Da Vinci es símbolo de lo femenino— con el Priorato de Sión, ni la losa funeraria es del fundador de Rosslyn, porque ni siquiera se encontró allí, sino que fue trasladada desde otro lugar. Tampoco la rosa —que es de donde supuestamente sale el nombre de Rosslyn— tiene nada que ver con llamada Línea Rosa, que la novela identifica como el primer meridiano que se usó como marcador geográfico de los husos horarios antes de adoptarse el de Greenwich. En la ficción literaria, la Línea Rosa pasa por esta capilla escocesa y justo por encima de la pirámide del Museo del Louvre, en París, el lugar donde comienza la trama del libro. Según El código Da Vinci, la Línea Rosa conecta una conspiración, a lo largo y ancho del continente, para conservar la antigua verdad del linaje sacro. Pero la realidad es que el primer meridiano no coincide con el meridiano que pasa por París y nunca se ha llamado la Línea Rosa ni va desde el obelisco de la iglesia parisina de Saint-Sulpice a Rosslyn.

DOSSIERES NO TAN SECRETOS

Llegados a este punto todo parece desmontar la historia de una gran conspiración para conservar el linaje sacro. Asimismo, hay una larga lista de afirmaciones no demostradas; los templarios no fueron creados por el Priorato de Sión; el Priorato no protegió el linaje sacro y no hay ninguna prueba que demuestre que los documentos de la Sangre Real existiesen jamás. Entonces, ¿cómo empezó esta increíble leyenda de dos mil años de antigüedad que acabó convirtiéndose en la novela más vendida en los últimos años? La genialidad de El código Da Vinci es su manera brillante de combinar historia, leyenda y fantasía en una intrigante trama. Además, cuanto más se retrocede en la historia contada por Dan Brown más razonables e interesantes son sus ideas. Pero, según los historiadores, cuanto más se acerca a los tiempos actuales, más se aleja de los estudios reales y el pensamiento académico.

De hecho, hay una historia secreta detrás de El código Da Vinci que empieza con el padre Berenguer Saunière, el misterio de Rennes-le-Château y el descubrimiento de los dossieres secretos, fundamentales en el libro. Estos dossieres secretos realmente salieron por primera vez a la luz pública en 1956, cuando un periódico francés, La Dépêche Du Midi, publicó unos artículos sobre ellos tras ser encontrados en la Biblioteca Nacional de Francia, en París. Resulta que fueron depositados por una asociación que se registró oficialmente en 1956 con el nombre de Priorato de Sión, una organización completamente moderna cuyo gran maestre era un hombre llamado Pierre Plantard. Éste y su círculo eran intelectuales de derechas y nacionalistas franceses que intentaban crear un mito moderno, utilizando historias y partes de hechos y leyendas, y asegurando que él mismo era parte de una sociedad secreta. Su grupo creó los dossieres secretos, que consistían en su mayoría en páginas y páginas de genealogía con el fin de demostrar que existe realmente un descendiente de los merovingios que es un rey perdido.

Estos documentos avivaron el interés de investigadores como Richard Leigh, que se sintió intrigado por la idea de un antiguo Priorato de Sión y tuvo como resultado la publicación de El enigma sagrado en 1982. Según afirma, hay documentos antiguos de transferencia de tierras que demuestran que hubo un priorato medieval así llamado, pero fue una orden católica bastante insignificante y que duró hasta 1619. Hasta 1956 no volvió a aparecer ninguna referencia histórica, con su renacimiento en el grupo de Pierre Plantard y su objetivo de restablecer una dinastía de 1600 años de antigüedad. Esta historia especulativa fue ingeniosamente incorporada en la ficción de El código Da Vinci y constituye una estupenda trama. Pero en Francia, donde tiene lugar la mayor parte de la leyenda, conocen muy bien la auténtica historia y pocas de las ideas de El código Da Vinci son tomadas como hechos. Según el periodista e historiador Jean-Luc Chaumeil, desde hace treinta años todo el mundo en Francia sabía que esto era un fraude.

FICCIÓN BASADA EN LA HISTORIA

En la novela, las acciones del Priorato de Sión obligan a que un grupo conservador religioso que busca suprimir el conocimiento del linaje sacro entre en acción: el Opus Dei. Se trata de una organización de la Iglesia católica cuyo nombre en latín significa la Obra de Dios. El Opus Dei fue fundado en 1928 por el padre Josemaría (escribía su nombre compuesto todo junto, para tener un nombre nuevo en la nomenclatura cristiana cuando fuera canonizado, como ocurrió) Escrivá de Balaguer, con el objetivo de difundir el mensaje de que todo el mundo puede llegar a la santidad a través de su trabajo diario y las labores cotidianas. Hoy en día cuenta con alrededor de sesenta mil miembros y está considerada por muchos entre las voces más conservadoras del mundo católico. Sus fieles sostienen que representan los valores tradicionales, pero sus detractores los acusan de extremismo religioso.

El código Da Vinci asegura que el Vaticano hizo una especie de acuerdo doloso con el Opus Dei para que recibiera dinero de la Iglesia. «Ésta es una afirmación muy perjudicial, la más indignante del libro y completamente falsa», afirma Andrew Soane, portavoz del Opus Dei en el Reino Unido. En el libro se afirma también que el grupo realiza prácticas medievales, como la automortificación, para conseguir la salvación. Es cierto que en el Opus Dei se practican esas penitencias, que no son exclusivamente medievales sino que han llegado hasta nuestros días en el seno de la Iglesia oficial; algunos miembros usan a veces el cilicio, una banda con pinchos metálicos que se coloca alrededor de la pierna o el brazo. «La idea es que, si practicas mortificaciones, cuando llegue la hora de caer en la tentación, tendrás más fuerza y aguantarás», explica Soane. Cualquier cosa que uno piense de sus creencias, hay algo que está claro: nunca existió una misión para extinguir el linaje sacro de la historia, sobre todo porque el Opus Dei no cree que exista un linaje sacro.

Otra incongruencia en el libro de Brown es que el malo de la novela es un monje asesino miembro del Opus, cuando en el Opus no hay frailes, ni monjas, ni miembros de ninguna orden religiosa, aunque sí sacerdotes seculares, integrados en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

Las teorías que Brown sostiene en esta obra han despertado muchas críticas en los medios académicos, incluyendo la redacción de varios libros que refutan uno a uno sus argumentos históricos y artísticos. Los expertos tienen diversas explicaciones sobre el éxito del libro, desde el gusto por las teorías sobre una conspiración, hasta el hecho de que muchas personas en la actualidad están intentando encontrar un vínculo con el pasado o llegar a los orígenes de la verdad o están más abiertas a buscar una nueva interpretación del cristianismo. Desde esta visión, esta novela de misterio en realidad ha servido como un gran catalizador.

La narración de Dan Brown, a pesar de estar supuestamente basada en hechos históricos, es totalmente ficticia. Plantea muchos interrogantes y deja que el lector saque sus propias conclusiones. Los más críticos aseguran que es muy contradictoria y, realmente, no proporciona respuestas. Centra la trama en los orígenes del cristianismo, en una época sobre la que la gente tiene mucha curiosidad. Introduce el tema del papel de la mujer en la historia del cristianismo y de la Iglesia y plantea la búsqueda del significado espiritual y el sentido de la vida en el siglo XXI, algo que resulta muy atractivo para millones de lectores, más si se lo cuentan con mucha acción y repleto de misterios y conspiraciones.