27. EN BUSCA DEL ARCA DE NOÉ

El monte Ararat, a 5200 metros sobre el nivel del mar, es la cumbre más alta de Turquía y la más grande del mundo por su volumen. Su nombre en armenio significa «la madre del mundo»; los turcos lo llaman Agri Dagi, «el monte áspero», mientras que los persas significativamente dicen Kuhi Nuh, «la montaña de Noé».

La cima está siempre cubierta por una capa de hielo de 40 000 metros cuadrados y 91 metros de alto. Si a esto se le suman temperaturas de hasta cuarenta grados bajo cero y vientos de 160 kilómetros por hora, se crea un entorno complicado y peligroso para la escalada. Está localizado en el este de Turquía, cerca de las fronteras de Armenia e Irán y a sólo 240 kilómetros de Irak. La mayor parte de la zona está militarizada y conseguir permiso para explorarla es muy difícil. A pesar de todas estas dificultades, el Ararat ha sido la meca de los buscadores del Arca de Noé durante todo el siglo XX, sin contar los múltiples testimonios, que durante dos mil años, han asegurado haber encontrado pruebas que certifican que el Arca encalló allí, tal y como indica el Antiguo Testamento. Más recientemente, Rex Geissler, coeditor de Los exploradores del Ararat, afirma haber reunido el testimonio de cerca de setenta personas que aseguran haber visto con sus propios ojos un objeto con forma de barco debajo del hielo del monte Ararat.

La historia del Arca de Noé, según los capítulos sexto al noveno del libro del Génesis, habla de una enorme embarcación construida por orden de Dios para salvar del diluvio a Noé, su familia y «de los animales puros, y de los animales que no son puros… sendas parejas de cada especie» (Génesis, 6, 19). Cuando remitió el diluvio «el día diecisiete del séptimo mes quedó anclada el Arca sobre los montes de Ararat». (8, 4).

El sentimiento religioso de unos y el espíritu aventurero de otros ha llevado a multitud de personas a realizar una ascensión llena de peligros al monte Ararat, en busca de una reliquia cuya existencia está cuestionada por muchos investigadores. Sin embargo, las religiones cristiana, judía y el islam creen en Noé y su Arca.

Si seguimos la narración de la Biblia, el versículo 15 del capítulo sexto del Génesis dice que el Arca de Noé medía 300 codos de largo, lo que equivaldría a entre 135 y 274 metros. En la exactitud de su tamaño hay bastantes discrepancias entre los historiadores, ya que hay divergencias respecto a la longitud exacta de esta unidad de medida. La mayoría de los estudiosos hebreos cree que el codo medía aproximadamente 45 centímetros. Esto significa que el Arca habría tenido 135 metros de largo, 22,5 metros de ancho y 13,5 metros de altura; con un espacio de suelo disponible de más de 9000 metros cuadrados, algo así como el tamaño de 20 canchas de baloncesto. La Biblia tampoco especifica claramente dónde llega a parar el Arca. El Génesis dice que se dirigió a las montañas de Ararat, pero no al monte. El problema de localización surge al tener en cuenta que Ararat era también el nombre de un reino que, a principios del segundo milenio antes de nuestra era, se extendía en un radio de 483 kilómetros alrededor del monte con el mismo nombre, entre los ríos Araxes y Tigris. Es el Urartu de los documentos asirios, citado también en la Biblia como el lugar adonde huyeron los hijos del rey Senaquerib tras asesinar a su padre (II Libro de los Reyes 19, 37). De ahí la confusión de muchos de los buscadores.

REFERENCIAS HISTÓRICAS

Lo cierto es que existen muchas historias parecidas sobre arcas flotantes en todas partes del mundo. El Corán, siguiendo con bastante fidelidad al Génesis, hace un relato pormenorizado del diluvio y de cómo Dios salva a Noé en la sura XI, versículos 2751, y dice que «el Arca se posó sobre el monte Chudí» o Judi (versículo 46), un macizo montañoso de casi cuatro mil metros de altitud situado en la región de Mosul, en el Kurdistán iraquí.

El Poema de Gilgamesh, encontrado en una tablilla cuneiforme en Nínive, la capital asiria, y posiblemente la fuente que inspiró al relato bíblico, cuenta en primera persona el desembarco de un arca en el monte Nisir, al nordeste de Babilonia. El mito hindú del diluvio contenido en el Satapatha Brahmana se refiere a una «montaña del Norte», donde Manu ata su barco a un árbol por consejo de su amigo el pez gigante.

Los griegos mencionan al monte Parnaso o las montañas de Tesalia, donde llegó la nave de Decaulión y Pirra tras el diluvio de la mitología helénica. Leyendas similares se narran desde Alaska hasta Perú. De hecho, básicamente todas las civilizaciones antiguas tienen historias similares sobre la destrucción del mundo a través de una gran inundación y sobre una nave salvadora, lo cual induce a pensar que se trata de un mito fundacional para muchos pueblos antiguos y que, posteriormente, fue adoptado por el cristianismo.

«Casi todos los buscadores del Arca acuden a Ararat gracias a una mezcla entre su fe y el reclamo sensacionalista del lugar», opina B. J. Corbin, investigador y coeditor de Los exploradores del Ararat. Un reclamo que comenzó ya en el año 275 a. C., con uno de los relatos del diluvio mesopotámico escrito por Beroso, un sacerdote caldeo del dios Bel, recogido por el erudito cristiano Eusebio de Cesárea, «padre de la historia de la Iglesia». El historiador judío del siglo I de nuestra era Flavio Josefo menciona las peregrinaciones a los restos del Arca de Noé.

Entre otros, habría intentado subir al monte Ararat para contemplar el Arca el apóstol Santiago —patrón de Armenia, al igual que de España— por lo que se levantó en su falda un monasterio armenio llamado de Santiago. El pequeño monasterio estaba junto al pueblo de Arguri, que según las tradiciones armenias se levantaba sobre el primer lugar donde se había instalado Noé tras el Diluvio, en el que había construido un altar para ofrecer sacrificios a Dios. De hecho, en lengua armenia, «él plantó la viña» se diría «argh urri», por lo que el nombre de la población hacía referencia al famoso incidente de Noé con el zumo de uva. Había un único árbol, el cual según los habitantes de Arguri era un madero del Arca que, clavado en el suelo, había echado raíces. Árbol, pueblo y monasterio fueron arrasados por una erupción volcánica en 1840 y no queda rastro de ellos.

El rey Haithon de Armenia escribió, en 1274, que en la cumbre del monte Ararat, «el más alto que existe», se ve «un gran objeto negro» que es el Arca de Noé. Marco Polo también describió en sus viajes haber encontrado testigos que situaban el Arca en la cima del Ararat.

En el año 1829 se volvieron a encontrar nuevos testimonios sobre el Arca. Tras su expedición al monte Ararat, el explorador alemán Friedrich von Parrot —primer occidental en llegar a la cima— contó en su libro Viaje a Ararat cómo en el monasterio de Echmiazidin vio un fragmento del Arca. En 1876, cuarenta y siete años después, el noble inglés James Bryce regresó de Ararat con —asegura él— una prueba de la existencia de la embarcación bíblica. Se trataba de una pieza de madera de algo más de un metro y con signos de haber sido trabajada por la mano del hombre que encontró a 4000 metros de altitud. No obstante, al no poder determinarse la antigüedad de su hallazgo, simplemente se desdeñó.

Después de este episodio, la búsqueda del Arca cayó en desgracia. Las teorías de la evolución de Darwin cuestionaban severamente las teorías bíblicas, y se optó por otras expediciones arqueológicas más tangibles para atraer a la opinión general, como las excavaciones de ciudades homéricas en el último tercio del XIX o el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón en 1920. En 1936, el joven arqueólogo neozelandés Hardwicke Knight reactivó el interés por el Arca al descubrir unos enormes maderos bajo el hielo en la cara norte del monte Ararat, lo que dio pie a medio siglo de incesantes investigaciones, búsqueda de pruebas y rumores sobre la existencia y localización del Arca de Noé, que duran hasta nuestros días.

Tres años después del descubrimiento de Hardwicke Knight, la revista cristiana The New Eden publicó una historia singular según la cual en 1917 el piloto ruso Vladimir Roskovitski pudo ver un barco del tamaño de un bloque de casas mientras sobrevolaba el monte Ararat. Tras oír su testimonio, el zar Nicolás II envió hasta allí una expedición militar que tomó fotografías e incluso se habla de que llegó a rodar algunas tomas en película cinematográfica. Pero estos documentos fueron enviados al zar unos días antes de la Revolución rusa y, presuntamente, los bolcheviques se hicieron con todo el equipo de escalada y las fotos durante las revueltas siguientes. Sin embargo, cuarenta y siete años más tarde el editor de The New Eden, Floyd Gurley, afirmó que él mismo inventó la historia del piloto ruso, una farsa en la que muchos aun dicen haber participado.

En la década de los cuarenta continuó la aparición de restos del Arca de Noé en el monte Ararat, hasta que en 1955, y por primera vez en la historia, se grabaron imágenes del lugar. Estas imágenes forman parte de un documental realizado por el ingeniero francés Fernand Navarra durante su visita a Ararat, acompañado de su hijo de 13 años, Raphaël. Navarra narró su experiencia en el libro Yo descubrí el Arca de Noé, donde, al igual que en el documental, cuenta cómo tras cuatro días de escalada divisó lo que parecía ser madera en el fondo de una grieta de 12 metros de profundidad. Navarra, convencido de que se trataba del Arca, intentó llegar hasta allí, pero se dio cuenta de que, aunque la madera era perfectamente visible, se encontraba dentro de una gruesa capa de hielo. Aun así consiguió seccionar un pedazo de madera de 1,5 metros de longitud. En los años cincuenta todavía no se había inventado la datación por carbono 14; no obstante, las pruebas disponibles en la época arrojaron un resultado de aproximadamente cinco mil años de antigüedad, lo suficiente para encajar en la mayoría de las fechas propuestas por los historiadores bíblicos para el Diluvio universal. Este descubrimiento, que no cuenta con el apoyo de ninguna autoridad académica, motivó aún más a los buscadores del Arca.

NUEVAS PISTAS

La búsqueda del Arca tomó un nuevo rumbo cuando en 1960 la revista Life publicó unas imágenes facilitadas por un experto de la aviación turca, el capitán Ilhan Durupinar. Se trataba de una depresión o huella —llamada desde entonces Durupinar en honor a su descubridor— en forma de barca, excavada en la roca a 24 kilómetros al sur de Ararat, similar en formas y dimensiones a la que, hipotéticamente, podría haber sido el verdadero Arca de Noé. Ese mismo año, la Fundación de Investigaciones Arqueológicas se desplazó a Turquía para estudiar esta estructura, dictaminando que se trataba probablemente de una formación de lava y que no parecía tener la huella de ninguna embarcación.

Sin embargo, la Fundación recaudó fondos para realizar una nueva expedición en 1969, que contaría con Fernand Navarra como guía. Sus excavaciones arrojaron el resultado que buscaban: encontraron más madera bajo el hielo. Cuando se analizó esa madera comparándola con la que Navarra extrajo en 1955, se descubrió que eran idénticas en tipo y edad: una especie de roble que no existía en cientos de kilómetros a la redonda. Y ésta es precisamente la prueba en la que se apoyan los defensores de la existencia del Arca de Noé: si esta especie no es originaria del Ararat, la forma más fácil de que llegara hasta esos 5000 metros de altura era flotando sobre el agua. Sin embargo, años después, al realizar la datación por radiocarbono, resultó que el roble tenía entre 1700 y 1900 años de antigüedad, bastantes menos de lo que se había pensado al principio. El descubrimiento resultó decepcionante para los buscadores del Arca: eran árboles demasiado jóvenes como para haberse utilizado en la construcción de la nave.

La Fundación no se desanimó y buscó una segunda opinión, la del inventor del sistema de datación mediante carbono 14, Willard F. Libby. Según Elfred Lee, uno de los integrantes de esta expedición, «Libby explicó que la prueba del carbono 14 puede no ser fiable en ciertos casos, sobre todo si las muestras estaban contaminadas, como parecían estar los fragmentos de madera extraídos del Ararat». Pero esto tampoco fue suficiente para convencer a los escépticos, y pronto comenzaron a alzarse voces desacreditando a Navarra, desde historiadores islámicos que aseguraban que la zona había estado densamente poblada de árboles antes del año 1000 después de Cristo, hasta un guía de la primera expedición, de 1955, que aseguraba haber visto a Navarra comprar la madera en una localidad cercana al monte Ararat. A pesar de las opiniones más escépticas, este acontecimiento sirvió para que el debate y los testimonios sobre el Arca de Noé afloraran.

Elfred Lee, dibujante especializado en arqueología e integrante de la expedición de 1969, recibió en su casa de Estados Unidos la llamada de un anciano de origen armenio, George Hagopian, quien le contó que en una época en que su villa natal en Armenia llevaba sufriendo cuatro años de intensa sequía y la nieve de las cumbres era apenas una pequeña mancha, uno de sus tíos le dijo que su abuelo y otros patriarcas del lugar ya habían visto la embarcación de Noé. Aprovechando la sequía, subieron al monte Ararat. El Arca estaba allí, al borde de un precipicio y con una escalera que no llegaba a tocar el suelo en uno de sus lados. Hagopian trepó hasta el tejado del Arca y se asomó por las —según su testimonio— cerca de cincuenta grandes ventanas que tenía el Arca. «Posiblemente el Arca del que hablaba George Hagopian se encuentre bajo el hielo en el cañón Ahora», afirma Elfred Lee. El cañón Ahora es una profunda hendidura de la cara norte del monte Ararat.

Pero los testimonios de esta asombrosa visión no quedaron ahí. Ed Davis fue otro de los testigos que acudieron a Lee asegurando haber visto el Arca desde una distancia de menos de un kilómetro y medio. Perteneciente al Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense, Davis estaba construyendo una ruta logística a través de Irán en el verano de 1943. En un descanso, su amigo y conductor, un joven llamado Badi, que era un chófer civil agregado al ejército, lo llevó al monte Ararat para ver el Arca. Al igual que Hagopian, Ed Davis mantuvo el secreto durante muchos años. No se conocían entre ellos, y Hagopian ya había muerto hacía tiempo cuando Davis reveló lo que había visto. El Arca descrita por el norteamericano se encontraba al fondo de una profunda sima, partida en dos, muy probablemente a causa de uno de los frecuentes movimientos sísmicos de la zona. Según su descripción, contenía grandes jaulas de madera de varios tamaños y otras más pequeñas de hierro. Sin embargo, este metal no empezó a utilizarse hasta el año 1500 a. C., por lo que, aceptando literalmente la cronología bíblica, Noé habría podido descubrir el hierro casi mil años antes, en 2300 a. C.

Las vívidas experiencias e imágenes que dibujó Elfred Lee animaron a una nueva generación de buscadores del Arca. Desgraciadamente para ellos, el recrudecimiento del conflicto kurdo provocó el cierre de la zona a los exploradores hasta su reapertura en 1982, gracias a los esfuerzos del ex astronauta James B. Irwin, octavo hombre en llegar a la Luna y el primero en conducir un buggy sobre la superficie lunar en 1971. Miembro del grupo religioso High Flight Foundation, realizó siete expediciones al monte Ararat en Turquía, en la década de los ochenta. En ninguna de ellas llegaron a encontrar la prueba definitiva de la existencia del Arca. En 1991 falleció de un ataque al corazón sin haber logrado su objetivo.

Desde que la prohibición fue levantada en 1982, diversas expediciones científicas han visitado el lugar sin poder encontrar pruebas concretas de la existencia de la mítica Arca de Noé, ni revelar pistas concluyentes del lugar final de descanso del Arca. Curiosamente, esta larga lista de infructuosas búsquedas y descubrimientos tibiamente acogidos por la comunidad científica no ha hecho sino acrecentar la fiebre del Arca. Entre 1985 y 1991 se contaron más de veintisiete expediciones al monte Ararat y se comenzaron a difundir imágenes fotográficas y vídeos de lo que antes sólo se había podido ver en dibujos. En 1989, el periodista turco Ahmet Ali Arslan, que había escalado el Ararat más de cincuenta veces acompañando a exploradores extranjeros, tomó fotografías, a 200 metros de distancia, de una formación rectangular que se encontraba bajo el hielo en la meseta oeste. Enseguida se organizó otra expedición, con un equipo de expertos norteamericanos y turcos, para sondear la zona con radares, pero se utilizaron aparatos tan primitivos que apenas se obtuvieron resultados. Antes de que se pudieran llevar equipos más complejos, las autoridades turcas volvieron a cerrar la montaña a los investigadores. A partir de ese momento, los estudios que se pudieron realizar fueron bastante escasos: analizar vorazmente las imágenes del cañón Ahora y la meseta oeste captadas desde un helicóptero, pero tan borrosas que no son una prueba convincente.

LOS EXPLORADORES DE LOS NOVENTA Y LA CIA

Tras los pobres resultados de las expediciones de los ochenta, exploradores como Ron Wyatt y David Fasold volvieron sus miras a Durupinar, la formación geológica con forma de barco descubierta por el capitán Durupinar, que fue anteriormente descartada. A pesar de que sus métodos no eran muy ortodoxos para la mayoría de la comunidad científica, lograron mostrar unas estriaciones en la roca con forma de casco. Cerca de Durupinar se halló un fragmento de cerámica donde aparecía una figura humana con un martillo en la mano y con la inscripción NOACH escrita al revés, palabra que podría identificarle como Noé. A pocos kilómetros, encontraron también un cementerio con lápidas que podrían haber pertenecido al Arca de Noé; una de ellas tenía ocho cruces, símbolo quizá de los ocho humanos que según el relato bíblico viajaban en el barco, y otras son idénticas a las anclas de piedra usadas tradicionalmente por los hebreos.

Mientras algunos investigadores intentaban localizar el Arca en Durupinar, comenzó otra búsqueda muy diferente en los despachos de los servicios de inteligencia estadounidenses. El rumor había comenzado a extenderse en los años setenta. Se decía que existían fotografías militares e instantáneas tomadas desde satélites de la CIA, que permanecían clasificadas. Un rumor que nadie sabía si era o no cierto. Porcher Taylor, profesor en la Universidad de Richmond (Virginia) en la actualidad, comenzó a interesarse por el misterio del Arca de Noé cuando era cadete en la academia militar de West Point, allá por 1973. En ella se comentaba que un satélite espía estadounidense KH-9 —a 643 kilómetros de la Tierra— desvió accidentalmente la trayectoria de su cámara en el transcurso de una misión rutinaria de vigilancia del corredor turco soviético: en lugar de identificar los misiles de una base soviética, a 64 kilómetros del monte Ararat, tomó imágenes del mismo monte. Los analistas fotográficos de la CIA vieron en esas imágenes la proa de un barco sobresaliendo de un glaciar.

Veinte años más tarde, cuando Taylor ejercía como abogado en Florida, asistió a una conferencia impartida por el doctor George Carver, un antiguo alto cargo de la CIA durante los setenta. Al abrirse el turno de preguntas, Taylor se atrevió a preguntarle por aquellos rumores sobre el Arca de Noé escuchados durante su estancia en West Point. «El doctor Carver contestó que la CIA no trabajaba en el asunto del Arca de Noé, pero que, efectivamente, esas fotografías existían», cuenta Taylor. Aquel día de 1993, Carver invitó a Taylor a seguir el asunto del Arca con él y éste aceptó. «Lo primero que me advirtió Carver es que jamás debía pronunciar las palabras “Arca de Noé” si no quería ver que se me cerraban todas las puertas en los servicios secretos», explica. Finalmente, en 1995, tras dos años de peticiones formales y negociaciones en la sombra, Taylor y Carver consiguieron que el Pentágono desclasificara algunas fotografías tomadas por una misión de reconocimiento estadounidense, en 1949. Las fotos estaban catalogadas con el título «La anomalía de Ararat». Esta anomalía parece ser algo enorme que sobresale bajo el hielo en la esquina noroeste de la meseta oeste del monte Ararat. En las fotos se apreciaba una estructura curvada y horizontal con aspecto de haber sido fabricada por la mano del hombre. La prueba tampoco se considera concluyente porque las imágenes no estaban tomadas lo suficientemente cerca para determinar con exactitud qué era la misteriosa forma bajo el hielo.

Porcher Taylor descubrió en los archivos del servicio secreto imágenes más precisas, pero aún clasificadas como top secret, tomadas con aviones espías U-2 y satélites KH-11, capaces de fotografiar un pomelo desde el espacio. «A pesar de que desde dentro de los servicios de espionaje —cuenta Taylor— se reconoce en voz baja que “la anomalía de Ararat” es un arca, todas mis peticiones para lograr la desclasificación de las imágenes han sido denegadas». La explicación de Taylor es que, si se tratara de una formación geológica, muchos podrían alegar que el gobierno de Estados Unidos pierde el tiempo estudiando rocas por el mundo, y «si verdaderamente existiera el Arca, habría quien criticase que el gobierno se dedique a investigar objetos con significado religioso en vez de verdaderos objetivos militares».

En septiembre de 1999, Taylor se las ingenió para lograr sus propias imágenes de alta resolución. Convenció a la compañía propietaria del Ikonos, un satélite comercial de alta resolución, para que, durante su primer viaje, calibrara su nuevo satélite utilizando las coordenadas del satélite espía estadounidense para «la anomalía de Ararat». El 5 de octubre se vieron por primera vez, públicamente, las imágenes más cercanas captadas desde el espacio; revelan una figura rectangular que salía del lado noroeste de la meseta oeste del monte. La mayoría de los expertos coincidieron en que es una formación que no sigue la estructura del resto de la montaña, pero no todos son capaces de asegurar tajantemente que se trate de una embarcación, o siquiera de algo construido por el hombre. En septiembre de 2000 se tomó otra imagen del mismo lugar: en ella aparecían una serie de agujeros. Un equipo de seis expertos en análisis fotográfico dio su opinión profesional: tres de ellos creían que podría tratarse de una estructura fabricada; otros dos llegaron a la conclusión de que se trataba simplemente de una roca; el otro la encontró de dudosa interpretación.

La ola de calor del año 2003 derritió grandes cantidades de nieve del monte Ararat y posibilitó tomar imágenes de satélite más claras que las existentes pero, por el momento, es imposible asegurar que lo que existe en la cima del Ararat es el Arca de Noé. El escritor y presidente de ArcImaging (Archaeological Imaging Research Consortium, la primera organización que obtuvo permiso del gobierno turco para investigar la montaña en 1981), Rex Geissler, propone continuar la investigación pero con la tecnología adecuada. Para él «es imprescindible utilizar radares de penetración potentes y explorar concienzudamente bajo el glaciar que hipotéticamente cubre el Arca». De momento, su grupo de investigación negocia con el gobierno turco para poder acceder otra vez a la montaña. Uno de los motivos por los que el gobierno no permite el acceso a la zona es porque es uno de los escondites preferidos por la guerrilla kurda; según cuentan los habitantes de la montaña, el lugar favorito entre los guerrilleros es una gran estructura rectangular a la que llaman el Arca Sagrada. Y mientras Geissler logra ese permiso, siguen sin conseguirse las pruebas científicas que demuestren la existencia de Noé y de su nave salvadora.