En 1947, en los altos acantilados desde los que se domina el mar Muerto, electrizó al mundo el mayor descubrimiento de manuscritos de la historia. Seis décadas después, estos manuscritos siguen conservando todo su misterio. Fueron escritos en hebreo, arameo y griego, y algunos recogían claramente los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, los eruditos continúan debatiendo sobre quiénes fueron sus autores. Algunos hablan de la rica historia de una comunidad religiosa de hace más de dos mil años, los esenios, cuyas ideas parecen precursoras del cristianismo. Por la época en la que se escribieron —alrededor de la del nacimiento del cristianismo—, los investigadores esperaban que pudieran aportar pruebas del Jesús histórico. Pero la búsqueda de ese vínculo está siendo bastante complicada para los expertos. Actualmente, nuevos ojos están mirando los antiguos pergaminos e, impulsados por seductoras pistas, están dando forma a nuevas interpretaciones de los textos. Gracias al empleo de nuevas tecnologías y de herramientas ideadas para los forenses modernos, los investigadores siguen pistas hacia nuevas cuevas en las que puede haber más textos. Utilizan el ordenador y rayos infrarrojos para descubrir palabras que antes eran invisibles. Estos textos que, a diferencia del Nuevo Testamento, nunca habían sido corregidos ni tocados, ¿podrían arrojar una nueva y significativa luz o revelar algún secreto de la cristiandad o quizá hasta sobre el propio Jesús? ¿Podrían contener algo comprometedor, algo que cuestionase, y hasta refutase, las tradiciones establecidas?
A 395 metros bajo el nivel del mar, las orillas del mar Muerto son el lugar de más baja altitud y más árido de la Tierra. En once cuevas, todas dentro de una distancia de 3 kilómetros, en los espectaculares acantilados que se alzan alrededor, fue donde se encontraron los manuscritos del mar Muerto. Estos pergaminos revolucionaron al mundo arqueológico y les ha dado a historiadores y traductores una labor gigantesca, que aún hoy en día no se ha terminado. Es más: los expertos todavía esperan encontrar nuevos documentos y, regularmente, hay algunas expediciones que trabajan en la zona con modernos radares de penetración para buscar cuevas que se pudieron haber pasado por alto. El potencial cultural e histórico del lugar es enorme según todos los expertos. La simple idea de descubrir nuevos documentos que puedan proporcionar nuevas pistas animan a seguir las investigaciones en este desierto; el desierto de Judea mencionado en los evangelios por el que Jesús caminó y donde Juan el Bautista habló de una voz.
EL DESCUBRIMIENTO
En 1947, un pastor beduino que buscaba una cabra perdida, llamado Mohamed ed-Dhib (el Lobo), arrojó una piedra en la ahora llamada cueva número 1. Sonó como si la piedra hubiese golpeado con cerámica, con algo artificial.
En su interior, encontró diez vasijas; en una de ellas había varios fardos cuidadosamente envueltos en lino. Al regresar al campamento, donde lo esperaban sus primos mayores, Jumaa Mohamed y Jalil Musa, todos ellos pastores de la tribu Taamireh, dedicados al contrabando entre Transjordania y Palestina, desplegó una larga tira de piel en la que había unos extraños escritos. Los beduinos sabían que su hallazgo era antiguo, pero desconocían cuál era su verdadera antigüedad. Intentaron vender los pergaminos en Belén, donde se los quedó un zapatero apodado Kando. Kando no podía apreciar su valor, pero era un árabe cristiano del rito ortodoxo sirio, y le pareció que los manuscritos estaban escritos en siríaco antiguo, por lo que decidió ofrecérselos al metropolitano —titulo equivalente a arzobispo— Mar Athanasius Yeshue Samuel, cabeza de la Iglesia Siria en Jerusalén. Las idas y venidas entre Belén y Jerusalén duraron tres meses, y al final Mar Samuel pagó a Kando 24 libras palestinas (97 dólares), de las que 16 fueron para los descubridores beduinos.
¿Quién iba a imaginarse que esos sucios bultos hechos jirones representaban el mayor hallazgo de manuscritos de la historia y permitían atisbar la mente de los judíos que hace dos mil años luchaban por sus ideas religiosas en las calles de Jerusalén? Fueron necesarios más de cincuenta años de investigaciones para descifrarlos y todavía hoy los expertos tienen diferentes teorías a la hora de dar una interpretación histórica de estos documentos ocultos.
Se sabe que las cuevas donde se encontraron los textos fueron vaciadas artificialmente con el propósito de almacenar manuscritos en ella. Están repletas de orificios donde probablemente había estantes, igual que en una biblioteca moderna. «En la cueva número 4 se encontró el mayor filón de manuscritos del mar Muerto. Es posible que en sus orígenes hubiera en torno a trescientos setenta y cinco mil fragmentos de textos amontonados casi hasta el techo, mezclados con lodo, rocas, heces… todo lo que se fue acumulando con el paso de los años», explica Robert Eisenman, profesor de la Universidad Estatal de Long Beach (Estados Unidos) y autor de Santiago, el hermano de Jesús. En la cueva se podía leer y, además, era «un buen lugar para cuando los atacaban depositar aquí los manuscritos, o arrojarlos apresuradamente para protegerlos», señala el profesor James Vanderkam, de la Universidad de Notre Dame, miembro del equipo internacional encargado de la edición y traducción de los manuscritos y experto en escritos sagrados judíos.
La mayoría de los manuscritos datan aproximadamente de entre los años 200 a. C. y 66 d. C., y entre ellos se encuentran los textos más antiguos de que se dispone en lengua hebrea del Antiguo Testamento bíblico. Así, 24 manuscritos bíblicos encontrados en la cueva número 4 —correspondientes a los libros de Deuteronomio, Josué, Jueces y Reyes— son aproximadamente mil años más antiguos que los textos hebreos conocidos hasta entonces. Además, entre los documentos más antiguos e interesantes están los llamados textos sectarios o textos no bíblicos, de los que se han descubierto más de seiscientos. Y ahí es donde comienza el emocionante trabajo de interpretar lo que significan los manuscritos. Se sabía lo que decían los textos bíblicos porque eran copias de libros del Antiguo Testamento, pero los textos sectarios son totalmente nuevos y proporcionan información sobre las condiciones existentes en Judea que dieron origen al cristianismo. Las primeras lecturas de los expertos apuntaban a grandes revelaciones. Estudiosos de la Escuela Americana de Investigación Oriental, que examinaron los manuscritos, fueron los primeros en darse cuenta de su antigüedad. Sin embargo, en la década de 1940, la confusa situación política de la zona significó grandes dificultades para las investigaciones. Las cuevas estaban en la zona del mandato británico de Palestina antes de la creación del actual Israel. Cuando fueron descubiertos los manuscritos estalló la guerra, que dividió el territorio del mandato entre Jordania, Egipto y el nuevo Estado judío, quedando esa zona del mar Muerto bajo soberanía jordana. Casi perdido entre las noticias sobre la contienda, el 12 de abril de 1948, un comunicado hecho en Baltimore (Estados Unidos) por el cronista W. F. Albright sacó los pergaminos a plena luz. Informó que eran de la época de los Macabeos, de Herodes, y por lo tanto, de Jesús.
Durante años hubo un parón en las investigaciones. La guerra en la zona no facilitó el estudio de los manuscritos, aunque al saberse su valor se buscaron más en los acantilados cercanos a donde se descubrieron y comenzó un mercadeo de documentos de origen algo dudoso. Aunque la cueva número 4 fue la más importante de todas, el padre De Vaux, de la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén, y G. Lankester Harding, del Departamento de Antigüedades de Jordania, que en febrero de 1949 realizaron la primera expedición científica, exploraron un total de 277 cuevas, en 37 de las cuales encontraron restos de presencia humana; en muchas de ellas había manuscritos, lo que significó que muchos fragmentos circulaban por el mercado negro de antigüedades. Además, el equipo que descubrió la cueva número 4 se ofreció a pagar a los beduinos 30 piastras por cada centímetro cuadrado de manuscrito que encontraran. Fue un incentivo inadecuado porque rasgaron los pergaminos grandes en pequeños trozos para que les pagaran más, destrozando los textos, lo cual ha dificultado la labor de conservación y posterior interpretación. Los historiadores, antes de poder completar el rompecabezas, tenían que conseguir todos los trozos que fuera posible. A comienzos de 1949, en un paréntesis de la guerra entre árabes y judíos al proclamarse el Estado de Israel, el Servicio Arqueológico Jordano, con la colaboración del Museo Arqueológico de Palestina, inició la exploración sistemática de las grutas y las excavaciones en el área circundante a las cuevas de Qumrán, que se prolongó durante casi una década.
En 1954, el metropolitano Samuel publicó un anuncio en el Wall Street Journal poniendo en venta cuatro manuscritos del mar Muerto. En febrero de 1955, el Estado de Israel los compró anónimamente por 250 000 dólares y comenzó inmediatamente un plan para la construcción del Santuario del Libro, un pabellón del Museo de Israel diseñado especialmente para exhibir los manuscritos del mar Muerto, con una construcción inspirada en las vasijas en las que se encontraron. Los manuscritos se convirtieron en una seña de identidad del nuevo Israel, que no ahorró medios para obtener la mayor parte posible de ellos. En el Santuario del Libro se pueden contemplar algunos de los más espectaculares, como el gran Rollo de Isaías desplegado en toda su longitud, aunque también hay en exhibición copias y otros documentos judíos de la época de la Segunda Rebelión (132-135 de nuestra era).
Los manuscritos contenían todos los libros del Antiguo Testamento con la excepción del de Esther, un magnífico tesoro para el judaísmo, más antiguos incluso que la Biblia como la conocemos actualmente. Si ésta fue la simiente del judaísmo, algunos investigadores pensaron que también podría ser la del cristianismo. Así, desde el primer descubrimiento, se sabía que un tesoro casi tan importante como los propios manuscritos sería encontrar en ellos una palabra: Jesús, como conexión con el cristianismo. En la actualidad, todavía no finalizada la labor de interpretación de los miles de fragmentos hallados, aún no se ha hallado ese vínculo.
Pero no todos los documentos que se encontraron son bíblicos. Uno de los hallazgos más fascinantes fue el llamado Rollo de Cobre (actualmente en el Museo de Amman), que tuvo que ser cortado en tiras para poder ser abierto; contenía una lista de tesoros y sesenta localizaciones en diversos puntos de Palestina. Otro manuscrito, llamado el Rollo del Templo, contenía una serie de normas de vida de la secta esenia, dadas directamente por Dios, y detalladas instrucciones para construir un Templo de Jerusalén que no tenía nada que ver con el existente en la época, el de Herodes. Este rollo fue incautado por los israelíes tras su victoria en la guerra de los Seis Días (1967) en Belén, donde lo conservaba desde hacía muchos años el famoso zapatero Kando, que pretendía 1 300 000 dólares por él.
EL JUDAÍSMO COMO BASE DEL CRISTIANISMO
Las cuevas estaban cerca de una antigua comunidad llamada Qumrán, a orillas del mar Muerto, en especial la cueva número 4. Hoy en día, las ruinas de Qumrán se cuecen en silencio bajo el sol, pero para los arqueólogos, estas piedras hablan como un libro abierto. El asentamiento terminó de forma violenta, evidentemente destruido por un ataque militar, romano con toda probabilidad. Se cree que aquí vivía un grupo judío heterodoxo, los esenios, aunque algunos expertos piensan que también podían ser saduceos. Según el historiador Flavio Josefo, los esenios eran uno de los tres grupos judíos principales de la época, junto con los fariseos y los saduceos. Esta secta judía fue descrita en la época de Jesús por el historiador romano Plinio y por los judíos Josefo y Filón. «Creo que se los puede llamar radicales. Se consideraban a sí mismos conservadores del estilo correcto de vida. Creían que eran ellos quienes interpretaban correctamente la Ley de Moisés. Y además trataban de vivir de acuerdo con sus interpretaciones de dicha ley», observa el profesor James Vanderkam.
En obediencia a la Ley de Moisés, llevaban una vida estricta y creían en los baños rituales de inmersión total en agua de tres a siete veces al día para purificarse, algo que no resultaba fácil en el desierto. Por ello construyeron un elaborado sistema que canalizaba el agua de lluvia desde Jerusalén, a unos treinta kilómetros de allí, y la vertían desde los acantilados en unos pequeños acueductos que llegaban hasta las cisternas donde la guardaban para su uso personal y para los baños rituales. Entre el numeroso material arqueológico, en las cuevas se descubrieron aljibes de inmersión, una especie de cisternas con escalones para que la gente bajase por ellos y se sumergiera a modo de ritual de purificación. «Si se examinan los documentos, sobre todo los de normas comunitarias, se ve que era algo que se exigía diariamente a los miembros de la comunidad», indica Robert Eisenman.
Los esenios eran vegetarianos, no admitían mujeres y cedían todas sus posesiones a la comunidad. Entre las ruinas, los arqueólogos han encontrado restos de lo que algunos investigadores consideran un scriptorium en el que los escribas pudieron haber copiado las sagradas escrituras del Antiguo Testamento. «Muchos son textos poéticos como los salmos, pero expresan las ideas de este grupo. Varios de ellos tratan sobre el futuro, hablan del mesías, del final de la guerra…», indica James Vanderkam.
El profesor de historia judía de la Universidad de Chicago Norman Golb cree que la variedad de escritos contenidos en los manuscritos podría significar que no fueran originarios de Qumrán, sino que pudieron ser llevados allí durante un ataque de los romanos. «Los lugares en los que fueron encontrados —dice Golb— están situados en el lecho del río Awatti o cerca de él, tras haber dejado atrás Jerusalén. Siguiendo la historia de los judíos de Jerusalén en aquella época, creo que se vieron obligados a sacar los manuscritos de la ciudad. Siguieron los pasadizos secretos de los que Josefo habla en Las guerras judías, y los escondieron en cuevas, cisternas y por todo el territorio próximo al mar Muerto, con la esperanza de que aquel terror pasaría y podrían recuperarlos y llevarlos de nuevo a Jerusalén». Pero, según este experto, posiblemente no fueron los esenios quienes los transportaron ya que no tuvieron tanta importancia en su época. «Josefo dijo que no había más de cuatro mil en toda Palestina. Y eran una pequeña parte de una gran cantidad de habitantes judíos de la ciudad».
Aunque la opinión de Golb es respetada, la mayoría de los eruditos siguen identificando a los conservadores de los escritos judíos del mar Muerto con el grupo radical de los esenios que vivían en Qumrán.
Lo cierto es que, tanto si proceden de Jerusalén como de los esenios de Qumrán, son valiosos porque le dan un contexto histórico al siglo I de nuestra era. «Nos muestra el pensamiento del pueblo judío en un momento crucial de su historia», asegura Norman Golb. El período entre los dos primeros siglos antes de nuestra era y el siglo I de nuestra era fue una época de monumentales sucesos. Los romanos ocupaban Palestina y sobre el pueblo judío reinaba una dinastía extranjera, sostenida por Roma. La Primera Rebelión judía del año 66 de nuestra era fue aplastada por Tito, que conquistó Jerusalén en el año 70 y arrasó la ciudad y el Templo, que ya no era el de Salomón, sino el de Herodes, pero que de todas formas era el símbolo de la nación judía. La última resistencia hebrea se dio tres años después en Masada, y tuvo tintes apocalípticos. Masada es un peñasco escarpado que alza sus 396 metros junto al mar Muerto, con las faldas verticales y la cima plana, donde el rey Herodes había construido una fortaleza inexpugnable para defenderse no de invasores, sino precisamente de su pueblo, los judíos. Allí se refugiaron un millar de zelotes, como se llamaba a los nacionalistas radicales. No había forma de atacar sus empinadas murallas, pero los romanos, pacientemente, construyeron un inmenso terraplén, que todavía hoy asombra a los visitantes, desde el llano hasta el amurallado borde de la meseta, por donde pudieron subir sus máquinas de guerra para asaltar Masada. Los zelotes no eran adversarios para los legionarios romanos y no intentaron luchar por Masada; cuando comenzó el asalto la incendiaron y se suicidaron en masa, sobreviviendo solamente dos mujeres y cinco niños que habían escapado del suicidio ritual escondiéndose en los depósitos subterráneos de agua. Todavía hubo una segunda rebelión entre los años 133 y 135, pero también fue aplastada con contundencia por los romanos. En ambos casos, los supervivientes fueron expulsados en masa de su tierra, dando lugar a la Diáspora judía.
Mientras todo eso sucedía, los pensadores judíos intentaban reconciliar sus creencias y la Ley de Moisés con los constantes desastres que sufrían. Gran parte de ello está reflejada en los manuscritos sectarios del mar Muerto, donde se habla de Apocalipsis, de una guerra final, del mesías que vendrá a ayudar… «Son ideas singulares, preciosas, y se puede ver de dónde procede el cristianismo», afirma Robert Eisenman.
SIMILITUDES ENTRE LOS TEXTOS
Los primeros eruditos en estudiar los manuscritos comprendieron que eran algo muy valioso para el judaísmo, pero advirtieron que también afectaban al cristianismo. Comenzaron a cotejar frases similares entre el Nuevo Testamento, el añadido cristiano a la Biblia hebrea, y los manuscritos del mar Muerto. Descubrieron que hay ideas en los pergaminos que tienen cierta relación con las ideas de los primeros textos cristianos y que pertenecían claramente a los antiguos judíos. Así, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles (4, 32-37 y 5, 1-10), se describe cómo en la primitiva Iglesia, la llamada Iglesia de Jerusalén, los seguidores de Jesús entregaban sus propiedades a la comunidad para resolver cualquier necesidad económica que la gente pudiera tener. Para muchos investigadores, ésta es una conexión con el grupo esenio asociado a los manuscritos. Según los textos encontrados, este grupo debía entregar las propiedades privadas para que no hubiera distinciones debidas a la riqueza.
Otras similitudes existen, en opinión Robert Eisenman, entre el Documento de Damasco y el Nuevo Testamento cristiano. El llamado Documento de Damasco es en realidad un antecedente de los manuscritos del mar Muerto. Fue encontrado en 1897 en la genizah (depósito de textos inservibles) de una vieja sinagoga de El Cairo por el erudito Solomon Schester. Databa de la Edad Media y encerraba una información preciosa sobre la secta de los esenios, que en un momento dado había salido huyendo de sus enemigos en Jerusalén hacia Damasco, de donde viene su nombre. Sorprendentemente, en las cuevas del mar Muerto aparecieron nueve copias fragmentarias del Documento de Damasco, mil años más antiguas que el manuscrito de El Cairo.
Hay varios textos del Nuevo Testamento que recuerdan pasajes del Documento de Damasco: el que habla de arrojar redes, como simbolismo de los primeros cristianos como pescadores (Mateo, 13, 47); las referencias al cáliz que «es la nueva alianza en mi sangre» (Lucas 22, 20), según el relato de la Última Cena que hacen los tres evangelios sinópticos y el texto del camino en el desierto. Según James Vanderkam, ambos grupos adoptaron la profecía de Isaías 40, 3: «Preparad en el desierto un camino para Yahvé».
«En los manuscritos —explica Eisenman— están en el desierto de Judea dándonos a entender que han ido allí a esperar la llegada de Dios. En el Nuevo Testamento, en los cuatro evangelios, se habla de Juan Bautista y la voz que clamaba en el desierto, preparando el camino del Señor». La posibilidad de que Juan el Bautista hubiera pasado algún tiempo con la comunidad de Qumrán es verosímil para algunos eruditos, ya que en los evangelios (Mateo 3, 1-3, Marcos 1, 4, Lucas 1, 80 y 3, 2-4) se indica que estuvo un tiempo en el desierto cerca de esta área.
«No sabemos —añade— si algunos de los seguidores de Jesús leyeron los manuscritos, pero lo que sí podemos decir es que en los textos encontramos algunas de las ideas que aparecen en el Nuevo Testamento. Se repiten algunas de las frases. Como que el grupo de los manuscritos se refiere a sí mismo como “los hijos de la luz” y hablan de sus rivales como “los hijos de las tinieblas”, y esas mismas expresiones son utilizadas en el Nuevo Testamento». En los manuscritos, los esenios escribieron que Dios había dividido a la humanidad en dos bandos. Uno, del que formaban parte ellos, era el de los hijos de la luz. Los que se encontraban fuera de su comunidad eran los hijos de las tinieblas, a los que se debía evitar por impuros: eran los distintos enemigos de los esenios, tal vez los sacerdotes del Templo de Jerusalén, los fariseos, los saduceos, san Pablo, los romanos o cualquiera que no se guiara estrictamente por la Ley de Moisés. Jesucristo se refiere a los «hijos de la luz» en Lucas 16, 1-9 contraponiéndolos a «los hijos del mundo», y, según la interpretación de algunos expertos, estos versículos podrían recoger su crítica a los esenios por su forma de vida, por rechazar a los pecadores, frente a la idea del cristianismo del amor universal.
En esta línea, muchos investigadores afirman que los manuscritos son prueba de algo que historiadores académicos contemplaban desde hace mucho: que el nacimiento del cristianismo no supuso una innovación o una quiebra del sistema judaico, sino que constituyó una continuación, aunque posteriormente incorporase influencias cosmopolitas que lo diferenciaron del judaísmo. Para Eisenman no hay ninguna duda: estos textos confirman que las raíces del cristianismo son claramente judías. Según este experto, la versión del cristianismo de Pablo de Tarso —un judío cosmopolita que vivía fuera del estrecho ambiente de Palestina, entre gentiles, y era ciudadano romano— es una modificación de las formas estrictamente judías, llevadas a Grecia y a Roma, y convertidas en una religión universal que aceptaba a los gentiles. Pero los primeros cristianos eran judíos y estaban imbuidos de la cultura, incluida la cultura literaria y los pensamientos, de las personas entre las que vivían y con las que se relacionaban. «Eso es lo que los manuscritos han revelado —indica— que como mínimo el cristianismo tomó prestados conceptos, ideas y textos de los manuscritos, pero que luego evolucionó y se convirtió en algo muy distinto del judaísmo». El lenguaje era similar pero el contexto cambió según fue evolucionando el cristianismo. «Creo que cualquiera que lea este documento verá que las características del cristianismo están aquí una tras otra: bautismo, inmersión en ríos, purificación del cuerpo, Espíritu Santo, bautismo del alma, limpieza del alma, hacer un camino en el desierto… Pero el camino está relacionado con las leyes impuestas por Moisés», indica Robert Eisenman.
Para la mayoría de los eruditos, las referencias al Apocalipsis y el mesías son una interpretación de los momentos que se vivían entonces de lucha contra un ejército de ocupación, los romanos, y de cómo podían enfrentarse a las turbulencias políticas con la ayuda de Dios.
Los movimientos mesiánicos de los manuscritos no mencionan a Jesús, pero existen pruebas de que «esperaban la llegada de dos mesías: uno que sería descendiente de David, y el otro sería un sacerdote. En el Nuevo Testamento, Jesús es el mesías descendiente de David según nos lo indican las genealogías de los evangelios. Pero también tiene aspectos sacerdotales, sobre todo en la Epístola a los Hebreos», dice James Vanderkam. Efectivamente, en esta carta de san Pablo, dirigida probablemente a la comunidad cristiana de Jerusalén, se compara a Cristo con el rey-sacerdote Melquisedec (Hebreos 7, 17).
UN TESORO SIN DESCUBRIR
Los escribas del mar Muerto escribieron en pergaminos de piel de cabra y en papel hecho de fibras de papiro. Aunque algunos de los manuscritos de dos mil años de antigüedad se encuentran en un extraordinario buen estado, hay miles de otros fragmentos que están muy deteriorados. En diversas instituciones arqueológicas, desde hace años, los científicos trabajan como neurocirujanos para salvar dichos fragmentos y utilizan las más modernas herramientas para desvelar los secretos que encierran los manuscritos. La restauración ha sido continua desde que se descubrieron. Su primera tarea consistió en corregir los errores de conservadores anteriores, como unir los fragmentos con cinta adhesiva corriente. Tras retirar la cola de los delicados fragmentos para poder conservarlos, se están restaurando los soportes de cuero de los manuscritos debido a que la enorme salinidad ambiental de la zona los ha deteriorado. Otros equipos investigadores internacionales llevan años intentando resolver el mayor rompecabezas del mundo. Y es que la labor de traducir estos antiguos manuscritos está siendo muy complicada, no sólo debido a la enorme cantidad encontrada y a que más de trescientos documentos están deteriorados y fraccionados, sino además porque están escritos en una complicada caligrafía, la cual carece de vocales, y donde las palabras suelen estar todas juntas, de modo que según cómo se separen se les puede dar un sentido u otro.
Bruce Zuckerman, profesor de la Universidad de Southern California, y su equipo han creado un software para limpiar los textos difíciles de leer. «Muchas veces, en los manuscritos del mar Muerto, igual que en otras inscripciones antiguas, pueden variar temas enteros de historia y de religión según la lectura de una sola letra. Leer bien esa letra, puede cambiar la historia», cuenta Zuckerman. «A veces, mis colegas y yo estamos alrededor de una gran mesa trabajando con setecientos rompecabezas, cada uno de los cuales tiene diez mil piezas, que están todas revueltas». Esto da idea de la dificultad que los investigadores están teniendo para interpretar los textos de los manuscritos. Por medio de su trabajo con el ordenador, el profesor Zuckerman está iluminando zonas oscuras de los mismos, abriendo nuevas palabras y un nuevo entendimiento, tras reparar letras e incluso rellenar espacios en blanco. En su labor utilizan rayos de luz infrarroja, como si fueran rayos X, para detectar y ver a través de la suciedad que se ha ido acumulando con el paso del tiempo.
Uno de los manuscritos estaba hecho sobre una delgada y larga lámina de cobre, algo muy inusual. Mientras que el 25 por ciento de los otros documentos eran copias de libros sagrados, el Rollo de Cobre era aparentemente el mapa de un tesoro, con un inventario de riquezas e indicaciones sobre dónde estaban enterrados el oro y la plata. El texto señala sesenta lugares distintos en los que se encontrará otra copia de este documento con su interpretación. «Mi teoría consiste en que hay dos documentos que son como una cerradura y una llave, y ambos son necesarios para averiguar dónde está el tesoro», cuenta Bruce Zuckerman. Es posible que el tesoro ni siquiera exista. Muchos han seguido las indicaciones y todavía no se ha encontrado ninguno. Por eso sigue fascinando.
Ése no es el único misterio de los manuscritos. Muchas de las referencias a lugares y personas están escritas en una clave que los eruditos han tenido que descifrar: un obstáculo más para llegar a su verdadero significado. Hay muy pocos nombres escritos en ellos, lo que significa que no hay mención alguna de Jesús, sino que los escribas emplearon palabras cifradas. Casi siempre se refieren a pueblos e individuos por medio de claves o epítetos, incluyendo a veces juegos de palabras para referirse a ellos y no siempre es evidente a quién se refieren. Según muchos investigadores, el empleo de estas palabras cifradas podría ser un método para protegerse y no ser perseguidos.
En todos los manuscritos aparecen frases como Maestro de Justicia, sacerdote malvado, Kittim (los asirios)… Aunque hay quien piensa que se refieren a Jesús o a Juan Bautista en estas citas, los historiadores creen que no se pueden aplicar a ellos, sino que lo más probable es que los escribas estuvieran describiendo a sus propios enemigos o sus problemas. Como ejemplo, se cree que el Maestro de Justicia es el fundador de los esenios; que el sacerdote malvado podría ser alguien con quien no estaban de acuerdo o que estaba enseñando un mensaje diferente. Lo que está claro es que no hay ningún manuscrito que permita asegurar que existió una influencia fundamental sobre Jesús, Pedro o sobre los primeros cristianos. Ése es el consenso de los investigadores, pero en ese consenso también se admite que el verdadero valor de los manuscritos es que constituyen una fuente histórica única sobre el pueblo judío en una época muy problemática y determinante, en la que se produjeron las infructuosas revueltas contra la ocupación romana señaladas anteriormente, cuyo resultado final fue la disolución del reino judío, la destrucción de su principal seña de identidad, el Templo de Jerusalén, y la deportación del pueblo hebreo, que empezó así una diáspora de dos mil años. Paralelamente, uno de los muchos grupos heterodoxos del judaísmo, los cristianos, se desgajó del tronco común y comenzó una historia que lo llevaría a convertirse en la cultura dominante del mundo.
«Los únicos grupos que sobrevivieron fueron los cristianos que seguían las enseñanzas de san Pablo, esto es, la Iglesia cristiana de san Pablo, que se convirtió poco después de que Jesús fue crucificado». Eisenman cree que ése es el cristianismo que hoy conocemos y que evolucionó a partir de los grupos judíos que escribieron los manuscritos del mar Muerto. «Pablo fue preparado por esa comunidad. Todo su vocabulario refleja su preparación en ese grupo. Es evidente que tuvo desavenencias y lo abandonó. Cuando Pablo y otros como él llevaron este material al extranjero, a un mundo grecorromano, dio un giro de 180 grados, absorbiendo los elementos de las religiones mistéricas, como el culto a Osiris», pretende Eisenman. Y fue entonces cuando el cristianismo cambió, cuando dejó de estar compuesto principalmente por miembros judíos, y las tradiciones judías perdieron importancia. «Hubo cambios en las distintas formas de pensar, pero creció a partir de una base judía», afirma James Vanderkam. «Ninguno —de la comunidad de Qumrán— pudo volver porque todos fueron exterminados, pero dejaron sus documentos, y nosotros hemos tenido la suerte de haberlos descubierto en los siglos XX y XXI», añade Robert Eisenman. Para muchos eruditos no hay duda: cristianos y judíos comparten un mismo pasado, aunque a algunos no les guste especialmente la idea. La originalidad del cristianismo y su ruptura con la tradición judaica no son tan grandes, como han contribuido a demostrar los manuscritos del mar Muerto.