22. LAS PROFECÍAS SOBRE EL NAZISMO

El fenómeno de la vertiginosa ascensión de Hitler al poder, la posterior guerra mundial y la caída del nazismo han llamado la atención de todo tipo de investigadores, desde los historiadores más rigurosos hasta los amantes de las ciencias ocultas y la adivinación. Hay muchos que creen que la figura de Hitler y sus siniestras hazañas fueron profetizadas en numerosos textos antiguos. Incluso hay quienes opinan que ya la Biblia predijo la existencia de un hombre que «destruiría a poderosos y al pueblo de los santos», en una clara alusión del pueblo judío. Algunas predicciones las hicieron figuras muy conocidas, como Nostradamus; otras, casi se perdieron para la historia, blanco de la persecución del régimen nazi por sus blasfemas palabras y sus oscuros vaticinios. En cualquier caso, todas estas profecías ofrecen el escalofriante retrato de una fuerza malvada y siniestra que aterrorizaría el mundo.

Algunos investigadores afirman que las primeras profecías que anuncian el auge y caída de Hitler y los suyos están en el Antiguo Testamento. Los partidarios de esta teoría se apoyan en un paralelismo entre Amán —figura que aparece en el libro de Esther— y el fin de los jerarcas más relevantes de la Alemania nazi. Amán era el ministro principal o valido de Asuero, nombre que dan los judíos a Jerjes, Gran rey de los persas. Amán era «el segundo en honores después del rey», según dice el Libro de Esther (13, 3), y había tenido que disputar ese puesto con el judío Mardoqueo, tío de la nueva esposa de Asuero, la seductora Esther, el cual, tras perder el pulso con Amán, siguió intrigando contra él. De ahí viene sin duda la animadversión de Amán hacia los judíos y su intento de neutralizar su influencia, que sin duda era grande en el reino de Asuero. Es curioso que la política antisemita de los nazis tuviera la misma excusa: neutralizar lo que según ellos era un excesivo y disimulado predominio hebreo en la sociedad alemana.

Amán acabó sus días colgado junto a sus diez hijos de las horcas que, en un principio, se habían destinado a los judíos. En el texto hebreo aparecen, además, tres letras que se han interpretado como equivalentes al año 5707 del calendario judío, fecha que corresponde al año 1946 en el calendario actual.

En 1946, el tribunal internacional de Nuremberg sentenció a morir en la horca precisamente a once jerarcas nazis, aunque hubo también una condena en rebeldía: la del secretario de Hitler, Martin Bormann, desaparecido sin que se sepa hasta la fecha si logró escapar o murió en la confusión de los últimos días del Reich.

El más destacado de los condenados era Hermann Göring, número dos del régimen por su condición de delfín de Hitler y mariscal del Reich (es decir «el segundo en honores después del rey», como dice el Libro de Esther refiriéndose a Amán, lo que enriquece la teoría de la profecía). Además, era comandante en jefe de la poderosa Luftwaffe o Fuerza Aérea y acumuló muy diversos altos cargos: presidente del Reichstag, ministro del Interior de Prusia, montero mayor…

Göring logró suicidarse con una cápsula de cianuro poco antes de la ejecución de la sentencia, que sí se aplicó, en cambio, a los otros jerarcas nazis, diez en número como los hijos de Amán, y reos, como éstos, de perseguir a los judíos: Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores; Wilhelm Keitel, jefe del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas (OKW, Oberkomando der Wehrmacht); Ernst Kaltenbrunner, jefe del Organismo Supremo de Seguridad del Reich (RSHA); Alfred Rosemberg, ideólogo del racismo y ministro de Territorios Ocupados; Hans Frank, gobernador general de Polonia; Wilhelm Frick, ministro del Interior hasta 1943; Julius Streicher, director del periódico antisemita Der Stürmer; Fritz Sauckel, comisario general para la Mano de Obra (eufemismo para el trabajo forzado); Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas; Arthur Seyss-Inquart, antiguo gauleiter (jefe del partido) de Austria y comisario general de los Países Bajos.

En la Biblia se encuentra lo que puede interpretarse como más pistas sobre el nazismo en el Libro de Daniel, uno de los profetas menores. Entre otras cosas, cuando Nabucodonosor persigue a los judíos que se niegan a adorar su estatua de oro, ordena que los arrojen a un horno encendido (Daniel, 3, 8-22).

La acción del Libro de Daniel se sitúa en el siglo VI a. C., aunque en realidad fue escrito tres siglos más tarde y relata como profecías acontecimientos ya históricos, relativos a los reyes persas Ciro, Cambises, Darío y Jerjes, a Alejandro Magno y a las dinastías fundadas por los diadocos, los generales de Alejandro que se repartieron su Imperio.

Entre los seléucidas que gobernaban la parte asiática, cita a Antíoco IV Epifanes, del que dice: «Surgirá al fin en lugar de éste un hombre despreciable, a quien no se conferirá la dignidad real, sino que se introducirá mediante la astucia y se apoderará del reino a fuerza de intrigas. Las fuerzas enemigas serán completamente derrotadas por él y aniquiladas, así como un jefe de la Alianza». (Daniel, 11, 21-22).

La Alianza se refiere al pueblo de la Alianza con Dios, es decir el pueblo hebreo, y ese «jefe» que cita Daniel es el sumo pontífice del templo de Jerusalén Onías III, que fue depuesto por Antíoco Epifanes. Los que creen en las profecías bíblicas del nazismo ven una prefiguración de Hitler en dicho Antíoco, por la forma en que éste llega al poder, sin derecho legítimo, mediante engaños e intrigas, y por la persecución que desencadena contra sus súbditos judíos, culminando en lo que para éstos es el mayor sacrilegio, «la abominación de la desolación», la profanación del Templo.

Antíoco está a punto de derrotar definitivamente al reino lágida de Egipto, cuando una intervención exterior lo salva: «Vendrán contra él las naves de los quittim, y tendrá que desistir de su propósito» (Daniel, 11, 30). Los quittim son los romanos, y en la lógica profética prefigurarían a los estadounidenses, llegados en sus naves para salvar a Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Pero el versículo continúa de forma aún más dramática; Antíoco ve cómo la llegada de los quittim le impide el triunfo, «pero desahogará su furor contra la alianza santa». Como es sabido, los planes de exterminio de los judíos se aceleraron conforme avanzaba la Segunda Guerra Mundial y la intervención de Estados Unidos y la URSS iba haciendo patente que Hitler no lograría «su propósito».

LAS PREDICCIONES DE NOSTRADAMUS

En el siglo XVI de la era cristiana, vuelven los vaticinios sobre el ascenso del nazismo y el poder de Hitler, al menos eso es lo que interpretan varios expertos en los libros de Michel de Nostradamus. El célebre visionario Nostradamus comenzó a escribir en el año 1555 sus Centurias, unos diez libros o capítulos que contienen cien asombrosas predicciones cada una, escritas en estrofas de cuatro versos, llamadas cuartetas. Sus seguidores creen firmemente que el vidente predijo la Revolución francesa, el Gran Incendio de Londres, el asesinato de John Fitzgerald Kennedy o los ataques del 11 de septiembre a las Torres Gemelas. También aseguran que, en el primer volumen de sus Centurias, Nostradamus auguró la aparición de tres Anticristos: el primero sería Bonaparte; el segundo, Hitler, y el tercero está aún por venir, aunque los más catastrofistas especulan con una posible tercera guerra mundial relacionada con el integrismo islámico más radical.

Los investigadores consideran que de toda la obra de Nostradamus hay cuatro cuartetas que podrían hacer referencia explícita a Hitler o, al menos, guardan un paralelismo directo con su trayectoria vital. En la primera de ellas, Nostradamus escribió:

De lo más profundo del Occidente de Europa,

de gente pobre un joven niño nacerá

que por su lengua seducirá a muchos.

Al repasar la historia familiar de Hitler comienzan las primeras coincidencias. Casualidades o no, lo cierto es que el origen de Hitler es muy humilde, «de gente pobre». Su padre, Alois Hitler, era agente de aduanas en Braunau, un puesto fronterizo entre Austria y Baviera donde nació Adolf el 20 de abril de 1889. En 1876, el hombre que habría de convertirse en el padre de Adolf Hitler cambió su apellido Schicklgruber por el de Hitler. Los Schicklgruber fueron una familia campesina durante muchas generaciones en Waldviertel, en la parte noroccidental de la Baja Austria. Alois había nacido en la pequeña aldea de Strones, en 1837, hijo ilegítimo de una sirvienta que trabajaba en casa de un propietario supuestamente judío.

Se casó con su sobrina Klara Pölz, también campesina, su tercera esposa y madre de Adolf y de otros cinco hijos.

Prosiguiendo la interpretación de los versos de Nostradamus, sus dotes para la retórica y la demagogia política hacen que «por su lengua» seduzca a muchos. En este punto, ningún historiador duda de la increíble capacidad de argumentación de Hitler para defender sus ideales y, sobre todo, de su facultad de convencimiento y de elocuencia. También fue cierto que «su fama aumentará en el reino de Oriente».

Lo que puede interpretarse en un doble sentido: por una parte puede hacer alusión a la fascinación que sintieron los austríacos ante su compatriota que había llegado a canciller de Alemania, que permitió la anexión de Austria por el Reich o Anschluss (11 de marzo de 1938) sin disparar un solo tiro, entre el entusiasmo generalizado de la población austríaca. Hay que tener en cuenta que el nombre nativo de Austria es Österreich, literalmente el imperio del Este o de Oriente en alemán arcaico.

También puede referirse a la triste notoriedad alcanzada por Hitler en Rusia, el país más oriental de Europa, tras la invasión lanzada sin previa declaración de guerra el 22 de junio de 1941. La campaña de Rusia alcanzó unos niveles de crueldad y encarnizamiento sin parangón en el resto de Europa y costó la vida a más de veinte millones de rusos. Los nazis realizaron durante su ocupación de los territorios soviéticos una auténtica guerra de exterminio, pues consideraban a la eslava una raza inferior, sólo un punto por encima de la judía.

Para muchos investigadores, la segunda cuarteta de Nostradamus es aún más clara. Dice así:

Vendrá a tiranizar la Tierra.

Hará crecer un odio latente desde hace mucho.

El hijo de Alemania no observa ley alguna.

Gritos, lágrimas, fuego, sangre y guerra.

Los dos primeros versos responderían al clima social que propició el ascenso de Hitler al poder. Tras la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, Alemania fue duramente castigada por el Tratado de Versalles, que estableció elevadas reparaciones de guerra que debía satisfacer a los vencedores. Esas condiciones no sólo pesaron terriblemente sobre la economía alemana, sino sobre la propia dignidad nacional, cuando la imposibilidad de pagar las reparaciones llevó a Francia y Bélgica a ocupar militarmente la cuenca minera del Ruhr, el corazón industrial de Alemania.

Otra de las humillaciones que salieron del Tratado de Versalles fue una serie de restricciones militares, que limitaban a niveles inanes su ejército y su marina e incluso prohibían que tuviese fuerza aérea.

El pueblo alemán, frustrado ante las intromisiones extranjeras y la precaria situación económica, buscó un jefe que le diera seguridad. Y eso precisamente era lo que ofrecía Hitler: seguridad. Seguridad no sólo en el campo del orden público —hasta entonces convulsionado por los enfrentamientos entre izquierdistas y derechistas— o en el económico, con una política que creaba empleo y daba fortaleza al marco, que había pasado por un proceso inflacionario delirante. También ofrecía seguridad en el plano de la psicología colectiva: le daba al pueblo alemán una explicación de su derrota en la Gran Guerra —algo que a los alemanes les resultaba difícil comprender— y de las penurias posteriores: todo se debe a la traición y a los manejos de los judíos, contra quienes canalizó las frustraciones fruto de la mala situación económica y las humillaciones de la política internacional.

Hitler estaba convencido de que su Reich duraría mil años y sería el Tercer Imperio (Reich significa «imperio» en alemán), después del Sacro Imperio de Carlomagno, que duró hasta la época napoleónica, y del Imperio alemán puesto en pie por el canciller Bismarck en el siglo XIX, que tuvo una vida mucho más corta, pues sólo llegó hasta 1918.

Los historiadores coinciden en que el poder de Hitler provino del pueblo de Alemania, donde se presentó a sus seguidores como «el hombre del pueblo». Según explica la experta Marla Stone, Hitler era un hábil demagogo, capaz de presentar eficazmente a cada público el mensaje que quería oír. «Sin duda, la mayoría del 33 por ciento de los alemanes que había votado en el año 1933 al partido nazi —señala— no podía imaginar entonces que su voto provocaría seis millones de judíos y veinticinco millones de soviéticos muertos. Así gradualmente la población comenzó a temer a la Gestapo, a las SS y a la policía secreta». O lo que es igual, la gente tenía miedo de enfrentarse al nazismo, al «hijo de Alemania» que «no observa ley alguna».

La tercera cuarteta es quizá la más fascinante y controvertida, debido a su enigmático último verso. Nostradamus escribió:

Y su revuelta verterá gran cantidad de sangre.

Bestias enloquecidas de hambre los ríos atraviesan.

La mayor parte del campo estará contra Hister.

Hitler era el capitán germano que promete lo imposible, la revuelta es el nacimiento del partido nazi y el derramamiento de sangre fue evidente. Para algunos investigadores, las bestias salvajes que cruzan ríos puede referirse a las invasiones de Polonia, Francia y Rusia, para las que hubo que salvar algunos de los grandes ríos europeos, pero ¿qué es Hister? Una teoría defiende que Hister es el apellido Hitler, fonéticamente próximo y basta con cambiar una letra para que sea idéntico. Otros piensan que se refiere al río Danubio, cuyo nombre latino es Ister, como referencia a Austria, país por donde pasa este río y también lugar de nacimiento del dictador.

El enigma aumenta al analizar la cuarta estrofa, aún más misteriosa. En ella Nostradamus predice:

Cerca del Rin, de las montañas austríacas,

Un hombre que defenderá Hungría y Polonia

y nunca se sabrá qué se hizo de él.

Identificar a Hitler con «un hombre que defenderá Polonia» causa no poco desconcierto. Al fin y al cabo, la Segunda Guerra Mundial se desencadenó por la agresión de la Alemania nazi contra Polonia. Sin embargo, buena parte del territorio polaco fue anexionado al Reich y fue posteriormente defendido por la Wehrmacht frente al avance soviético. Los soldados alemanes defendieron también ferozmente Hungría ante la ofensiva del Ejército Rojo.

De todas formas aún se han hecho otras interpretaciones. Dado que las Centurias de Nostradamus están escritas de forma deliberadamente oscura, en un francés arcaico y pintoresco, entreverado de palabras en español, italiano, hebreo o latín, algunos investigadores interesados en encontrar profecías interpretan que esa cuarteta habla de un hombre que se defenderá de Hungría y Polonia.

Los nazis, en efecto, justificaron su invasión de Polonia en 1939 fingiendo un ataque previo polaco. Más difícil es encontrar sentido a «defenderse de Hungría», puesto que Hungría era un aliado del Reich, que incluso entró en guerra al lado de Alemania, participando en la invasión de Rusia. Solamente en octubre de 1944, cuando el gobierno húngaro intentó firmar la paz con la URSS por su cuenta, hubo un conflicto entre Hungría y Alemania, el cual provocó un golpe de Estado utilizando a los elementos húngaros más filonazis.

El último verso de la cuarteta se interpreta como una alusión al final de Hitler, dando pábulo sobre todo a quienes creen que su suicidio junto a Eva Braun, el 30 de abril de 1945, fue una farsa y que el cadáver que se mostró era el de uno de los incontables dobles del Führer. De ser cierto, la huida de Hitler no sólo sería una de las más extraordinarias de la historia, sino que además contaría con el respaldo de una profecía de Nostradamus.

VATICINIOS DEL SIGLO XIX

Avanzando en el tiempo, hemos de viajar hasta el siglo XIX para volver a encontrar pruebas escritas de profecías sobre Hitler. En 1830, el adivino y místico bávaro Matthias Stormberger manifestó una destacada precisión en sus predicciones del mundo del siglo XX. Así, auguró el nacimiento del ferrocarril, el automóvil y el avión. De ellos dijo que «se construirán artilugios de hierro y monstruos férreos ladrarán por el bosque. Llegarán carros sin caballos ni aparejo, y el hombre surcará el aire como un pájaro». También supo predecir la Primera Guerra Mundial cien años antes, y dio los detalles sobre un conflicto que se convirtió en la Segunda Guerra Mundial, sobre la Gran Depresión y una tercera adversidad, otra guerra mundial. Stormberger dejó escrito estas explícitas palabras:

Dos o tres décadas después de la primera guerra vendrá una segunda aún más larga. En ella se implicará la práctica totalidad de las naciones del mundo. Millones de hombres perecerán, sin ser soldados. Del cielo caerá fuego y muchas grandes ciudades serán destruidas.

Tal y como él predijo, veinte años después del fin de la Primera Guerra Mundial comenzaba la Segunda Guerra Mundial, que superó ampliamente los cuatro años de duración de la primera, y en la que, por primera vez en la historia, la mayor parte de los muertos no eran militares, sino civiles inocentes. Frente a los medios militares anteriores, las nuevas formas de hacer la guerra desarrollaron extraordinariamente los bombardeos aéreos intensivos sobre las grandes ciudades.

Por la misma época, otros personajes que no eran precisamente adivinos ni videntes supieron adelantarse y prever los acontecimientos futuros. Uno de ellos, el reconocido historiador Jacob Burckhardt, dejó escrito en su correspondencia un retrato clarividente de los totalitarismos que asolarían Europa en el siglo XX:

Veo una Europa gobernada por tergiversadores que harán que el pueblo marche en ejércitos industrializados, en campos, al son de los tambores.

También el poeta Heinrich Heine se adelantó en noventa años a los acontecimientos. Nacido en Düsseldorf en 1797, en 1820 comenzó a hacer una serie de predicciones en las que muchos ven el presagio del régimen nazi. La más famosa era una advertencia dada en 1821 que decía:

Aquellos que comienzan quemando libros acaban quemando hombres.

Hasta 1840, más de noventa años antes del III Reich, Heinrich Heine escribió proféticas obras y sátiras, y las palabras del poeta hasta nuestros días han alimentado la controversia, como su afirmación:

Tor surgirá sacudiéndose el polvo de los ojos y blandiendo su martillo hará pedazos las grandes catedrales góticas.

Hay que señalar que Thor, como se escribe en lengua germánica, era sinónimo de «trueno», mientras que el rayo se representaba con su martillo. Además el dios Tor era el equivalente a Júpiter en el panteón germánico (por eso el jueves, dies Jovis, día de Júpiter, se dice thursday en inglés) y como tal tenía el poder de descargar rayos y truenos sobre la Tierra, una buena metáfora de los bombardeos aéreos.

En 1933, la lista de los veinte mil volúmenes quemados por la Alemania nazi incluía las predicciones de Stormberger, los escritos de Burkhardt y las obras completas de Heine.

LOS TEÓSOFOS Y LA SUPERIORIDAD DE LA RAZA

En 1860, más de medio siglo antes de la aparición de Hitler, surgió una nueva filosofía religiosa que iba a convertirse en la ideología del III Reich. La voz pertenecía a Helena Petrovna Blavatsky. Madame Blavatsky, como la llamaban, fue uno de los profetas más influyentes y fascinantes de su época. En 1875 fundó la Sociedad Teosófica, que aunaba conceptos religiosos de la Nueva Era, la cristiandad, el paganismo y el ocultismo. Su libro más importante, La doctrina secreta, pronto inspiró al nacionalsocialismo. En él presentaba una historia de la humanidad dividida en siete etapas evolutivas que denominaba «razas raíces». Para que la última raza, la superior —a la que llamó aria—, permaneciera, era necesario eliminar las razas primitivas. Una derivación de la teosofía de madame Blavatsky fue la ariosofía, doctrina que aseguraba que toda la sabiduría y las civilizaciones más avanzadas provenían de los caucásicos o arios.

El teósofo alemán Guido von List aunó ambas corrientes espirituales y se convirtió en un fiel creyente en el poder y los derechos adquiridos de la raza aria. En consecuencia, sus profecías destilan cierta esperanza en una figura salvadora, lo cual no le resta una sorprendente cercanía con la realidad. En 1910, Von List dijo:

Que los acorazados de Odín disparen truenos, centellas y balas de cañón, y traigan el orden a nuestro alrededor subyugando a las razas inferiores de este mundo.

También proclamó una misteriosa profecía que decía lo siguiente:

Un extraño llega de arriba trayendo el orden, sentándose a la mesa y provocando aquiescencia y conformidad en todo.

Lo importante no son las palabras en sí, sino los comentarios posteriores a ellas, en las que List hablaba, en 1910, exactamente de un Führer que uniría no sólo a Alemania y Austria sino a todo el pueblo germano. Según Nicholas Goodrick-Clarke, catedrático de la Universidad de Exeter (Gran Bretaña) fue aún más lejos. «Sugirió —afirma— que una fuerza milenaria regresaría en 1932 para llevar la revolución a Alemania, y que no pasaría más de un año para la proclamación del III Reich».

Los ecos de la teosofía de madame Blavatsky, amplificados por la teoría de la supremacía del pueblo ario de Von List, acabarían resonando en las ideas de Lanz von Liebenfels, considerado por muchos historiadores el padre del nacionalsocialismo. Liebenfels estaba convencido de que la quinta raza o raza de la esperanza, su coetánea, alcanzaría en poco tiempo la cima de la espiritualidad. Su actividad como propagandista fue incansable, y elaboró incontables disertaciones y folletos sobre los que él llamaba «los claros» (die Licht) y «los oscuros» (die Dunklen) con todo tipo de detalles sobre su anatomía, sus conductas sexuales o su comportamiento en la guerra.

En 1904, Liebensfels ya hablaba de la raza aria como los «hombres de Dios» o Gottmenschen y defendía la esterilización de los enfermos y las razas inferiores, teoría que más tarde usarían los nazis para justificar las atrocidades en campos de exterminio como el de Auschwitz. De entre todas sus publicaciones destacaba la revista Ostara, un panfleto extremista que tenía en el joven Hitler a uno de sus más ávidos lectores. Años más tarde, éste citaría párrafos enteros de Ostara en su obra Mein Kampf (Mi lucha), escrita en 1924 y considerada como el catecismo del movimiento nacionalsocialista. Peter Levenda, autor del libro La alianza maléfica, recoge el testimonio de Liebensfels sobre una visita que hizo Hitler a su oficina de Viena para discutir teorías ocultistas. Al parecer, le dio tanta lástima de sus evidentes penurias económicas que Liebensfels le regaló a Hitler varios ejemplares de la revista y le pagó el billete de vuelta en autobús.

PREDICCIONES ASTROLÓGICAS

A medida que se acerca la época histórica que ocupó el III Reich, las predicciones se hacen cada vez más numerosas. Los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial vieron una notable popularización de la astrología. Elsbeth Ebertin era una de las más populares astrólogas de la época, editora de la revista Mirada al futuro. En 1923, un lector le pidió que predijera el futuro de su hijo, nacido el 20 de abril de 1889 (fecha real del nacimiento de Adolf Hitler). En el número de julio del mismo año, Ebertin publicó una predicción sorprendentemente cercana a lo que sería la trayectoria hitleriana. El resumen de su carta astral comenzaba así:

Un hombre de acción, nacido el 20 de abril de 1889 con el sol en 29 grados de Aries en el momento de su nacimiento puede exponerse a un peligro por acciones excesivamente incautas y probablemente hará estallar una crisis incontrolable.

A ello añadió que la persona en cuestión, de la que no sabía más que sus datos de nacimiento, sería tomada muy en serio y su destino era ser un valiente jefe militar en batallas futuras, que se sacrificaría por la nación germana e impulsaría un movimiento de liberación alemán. Aunque en 1923 sólo el círculo más íntimo lo llamaba Führer, Ebertin usó esta misma palabra para definir a esa persona nacida el 20 de abril de quien un lector pedía la carta astral.

Uno de los personajes más decisivos en la vida de Hitler fue Dietrich Eckhart, sin cuya colaboración posiblemente éste no hubiera llegado a ser lo que fue. Poeta y traductor, tenía mucho talento, era brillante y ejercía una tremenda influencia sobre el austríaco. Según Nicholas Goodrick-Clarke hasta el punto que fue el mentor de Hitler y lo preparó para convertirse en un futuro líder. Ambos se conocieron en 1919, cuando Hitler, soldado en el ejército alemán, recibió la orden de infiltrarse en un grupúsculo radical que respondía al nombre de Partido Obrero Alemán. Hitler acabó uniéndose a ellos y colaboró activamente desde un principio, hasta que el grupo se transformó en el Partido Nacionalsocialista Alemán o, más reducido, partido nazi.

Sin embargo, Eckhart supo de Hitler mucho antes: durante una sesión de espiritismo a la que asistió una noche de 1915. Según el propio Eckhart relata, una voz le dijo que un alemán llevaría a la raza aria hasta la victoria final sobre los judíos, y que era su misión guiar a ese mesías. En cuanto Eckhart vio a Hitler, supo que era el hombre de quien le había hablado aquella voz años antes, que cumpliría la profecía de un glorioso futuro de esplendor para los alemanes, y se convirtió inmediatamente en su mentor.

Los dos hombres no podían ser más distintos. Eckhart era un poeta y traductor, consumidor habitual de drogas, y Hitler era vegetariano, abstemio y ni siquiera fumaba, pero Eckhart se empeñó en llevarlo a todo tipo de reuniones y actos sociales, presentándolo como el salvador de Alemania. También lo ayudó a moldear su ideología y a utilizar todos los recursos del lenguaje corporal y mejorar la oratoria persuasiva innata de Hitler. Su autoestima crecía progresivamente, aunque Hitler en esa época se llamaba a sí mismo «el tamborilero» —der Trammler—, el que tocaba para otro. Un día se dio cuenta de que él era el salvador de Alemania, tal y como lo presentaba Eckhart en público, y su actitud cambió radicalmente. Ahora él era el Führer. Y en 1923, Eckhart agonizante por culpa de un ataque cardíaco, pedía a sus acólitos que siguieran a Hitler con estas palabras: «Él bailará, pero soy yo quien canta la canción».

Siete años más tarde, en 1930, aparece otro vidente, Erik Jan Hanussen, el astrólogo más famoso de Centroeuropa, una auténtica estrella de la época, propietario de un Cadillac y un impresionante yate, que llegaría a ser conocido como el Nostradamus de Hitler y el profeta del III Reich. Sus predicciones astrológicas y sus sesiones de hipnotismo y mentalismo impresionaban enormemente al público que acudía a sus espectáculos. Por aquel entonces, Hitler se había rodeado de un pequeño grupo de fanáticos, pero el partido no estaba lo suficientemente consolidado. Faltaba un pequeño empuje, y las profecías de Hanussen serían las encargadas de proporcionárselo.

En 1932 comenzó a extenderse el rumor de que Hitler había tenido una serie de encuentros con él, y en marzo de ese mismo año predijo públicamente que aquél se convertiría en canciller de Alemania en un plazo de doce meses. En el momento de esta predicción, la situación de Hitler no era precisamente esperanzadora.

Las elecciones de julio de 1932 le habían dado a los nacionalsocialistas 230 diputados, pero el canciller Von Papen disolvió enseguida las cámaras y, en una nueva elección celebrada en noviembre, los nazis sufrieron un sensible retroceso con la pérdida de dos millones de votos, mientras que los comunistas ganaban terreno a costa de ellos. En el plano personal, la amante de Hitler había tratado de suicidarse por primera vez; repetiría el intento en 1935. Hitler recurrió desesperado a Hanussen. Según afirma en sus investigaciones Peter Levenda, profesor en la Universidad del Sur de California, el vidente le aconsejó que volviera a su lugar de nacimiento y arrancara una raíz de mandrágora del cementerio a medianoche, el último día del año 1932. «Así solucionaría todos sus problemas y el 30 de enero de 1933 sería el dueño de toda Alemania». Según se cuenta, el 1 de enero de 1933, después de este conjuro, Hanussen posó sus manos sobre el Führer y entró en un trance místico del que salió asegurando que veía una victoria imparable para Hitler. Así ocurrió. «El 30 de enero, Hitler ya era canciller de Alemania. En cuestión de días, las predicciones de Hanussen se habían cumplido asombrosamente», cuenta Peter Levenda.

Unos días después, el adivino hizo otro pasmoso vaticinio. «Predijo —explica Levenda— que un importante edificio del gobierno ardería, y que este desastre traería un gran cambio en el futuro político germano. Cinco días más tarde —el 27 de febrero de 1933— se incendiaba el Reichstag (el Parlamento de Berlín), suceso que Hitler aprovechó para culpar a los comunistas, dar un golpe de Estado, declarar la ley marcial y tomar el poder absoluto».

El vidente Hanussen murió asesinado en abril de 1933, a las afueras de un bosque berlinés. No se sabe exactamente los motivos que llevaron a ordenar su eliminación; quizá era un hombre que sabía demasiado, o quizá Hitler se avergonzara de que su vidente personal se llamase en realidad Hermann Steinschneider y fuera un judío checo.

ESOTERISMO Y ESVÁSTICAS

Tras su ascenso al poder, Hitler inició una campaña, hecha de megalomanía y fanatismo, que lo llevará al dominio del mundo. Para defender el futuro de la raza aria y su supremacía intentó buscar sus raíces en el pasado. Así nombró a Heinrich Himmler jefe supremo —Reichsführer— de las SS, quien creó la Sociedad de la Herencia Ancestral del Reich, con el propósito de encontrar pruebas científicas y arqueológicas de los orígenes de la raza aria que demostraran los derechos naturales de ésta. Himmler estaba especialmente interesado en rastrear las que él llamaba culturas asilo. Para ello planeó expediciones a Perú, Etiopía y una que, finalmente, llevó a cabo con éxito al Tíbet, donde buscaba esvásticas en cualquier resto arqueológico para demostrar que los arios habían estado allí.

«Himmler creía firmemente en la idea de equiparar la pureza racial con el poder espiritual. Hitler le dijo a sus allegados, a sus consejeros más cercanos y amigos que su fin era crear un nuevo hombre. Éste es un concepto muy esotérico, muy espiritual si se quiere, pero pretendía crear un nuevo ser humano para purificar la raza que tenemos y llevarla a otro nivel de la evolución», explica Peter Levenda.

Entre los consejeros de Himmler se encontraba un miembro del partido, un hombre que presumía de ser vidente y experto en esoterismo, llamado Karl Maria Wiligut, y conocido como el Rasputín de Himmler, en referencia al legendario místico ruso que tanto influyó en la familia Románov, especialmente la zarina Alejandra. Siguiendo las visiones de Wiligut —que afirmaba tener un contacto ancestral con las antiguas tribus germanas—, Heinrich Himmler compró en 1934 un castillo en ruinas en Westfalia, el castillo de Wewelsburg, que fue adoptado como el centro de mando de las SS. El castillo de Wewelsburg se transformó en el Camelot de los superhombres arios. Para Peter Levenda, el castillo se diseñó según el modelo del rey Arturo y la Tabla Redonda artúrica, con doce asientos que los oficiales de alto rango de las SS utilizaban para meditar. Allí también asistían a todo tipo de rituales y ceremonias iniciáticas.

Pero si parece extraño que los nazis se empeñasen en buscar las raíces de la raza suprema o en recrear la corte del rey Arturo, hay que recordar que todavía tenían creencias aún más asombrosas, como la de la existencia de una civilización que vivía en el interior de la Tierra. Esta idea se basaba en una popular novela de la época titulada Vril, el poder de la raza venidera, escrita por Edward Bulwer-Lytton, el autor de Los últimos días de Pompeya y uno de los autores más significativos de la época victoriana y considerado con aquella obra pionero de la ciencia ficción y de la narrativa fantástica. En el libro se hace un retrato de una sociedad totalmente deshumanizada, en la que la tecnología y la manipulación del lenguaje por parte del poder anulan al hombre, coartan su capacidad de pensar y de sentir, en él se cuestionan los conceptos de progreso y civilización.

Por muy asombroso que parezca, los seguidores de esta teoría de la Tierra Hueca afirman que hay humanos viviendo bajo la superficie del planeta y que cuando Alemania cayó, Hitler y sus hombres escaparon en un submarino. Algunos añaden que en una de sus bases secretas, bajo el casquete polar, Hitler se unió a una raza superior que viaja en ovnis por el interior del planeta. Una leyenda contraria a la opinión de la abrumadora mayoría de los historiadores, que saben que Hitler se suicidó junto a Eva Braun en su búnker de Berlín el 30 de abril de 1945.

Esta muerte, para algunos, también tiene significados ocultos. La fecha escogida por Hitler era la víspera de una fiesta druida conocida como los Fuegos de Bel en el calendario religioso de los antiguos celtas. Así su suicidio no sería un acto de cobardía, sino un ritual de honor llamado «rito de Endura», que se realizaba en pareja, como hizo Hitler y su reciente esposa Eva Braun. Aunque tampoco hay que olvidar que otros dos de sus hombres de confianza, Karl Haushoffer y Josef Goebbels, también se suicidaron con sus esposas y en actos casi idénticos al de Hitler.

Por otra parte, existe un hecho material que resulta absolutamente determinante para conocer la fecha del suicidio de Hitler: en los últimos días de abril del cuarenta y cinco, el Ejército Rojo había llegado a sólo trescientos metros del búnker de la Cancillería donde se encontraba el Führer; si no se suicidaba, corría riesgo de ser capturado vivo, algo que él había decidido que no ocurriría, cuando supo la suerte de Mussolini. Es más, esa captura podría haberse producido si los soviéticos hubiesen sabido que Hitler estaba escondido tan cerca, pero no se enteraron hasta el mismo 30 de abril, según el testimonio de la teniente intérprete del Estado Mayor Elena Rzhevskaya, encargada del interrogatorio de prisioneros.

MISTERIOS SOBRE EL TERCER ANTICRISTO

El 8 de mayo de 1945, cinco años y medio después de la invasión de Polonia —detonante de la Segunda Guerra Mundial—, el ejército alemán se rindió a los aliados. Era el fin del Anticristo, pero ¿qué ocurría con las profecías? ¿Quedaría alguna por cumplirse aún y regresarían los nazis bajo otra forma para acabar su misión? Los profetas del pasado auguraban terribles cataclismos para el futuro. El profeta bávaro Stromberger escribió en el siglo XIX con extraordinaria precisión:

Tras la Segunda Gran Guerra, llegará una tercera conflagración universal que acabará decidiéndolo todo. Habrá armas totalmente nuevas. En un día morirán más hombres que en todas las guerras precedentes.

Y se atreve a poner fecha a la contienda: ni sus hijos ni sus nietos la vivirán, pero sí la generación siguiente. Hay quien fecha esta tercera generación entre 1990 y 2010. Pero él no estaba solo en sus profecías sobre un tercer cataclismo de destrucción. También Nostradamus nombró un tercer Anticristo que causaría grandes males en la Tierra, pero lo hizo utilizando palabras susceptibles de múltiples interpretaciones:

Mabus entonces muy pronto morirá, vendrá.

De gentes y bestias terrible descalabro.

Luego, de pronto, se verá la venganza.

Cien, mano, sed, hambre, cuando corra el cometa.

¿Quién es ese Mabus del que habla Nostradamus?

Escribiendo al revés Mabus sale «Subam»; todavía hay que forzar un poco el vaticinio, y darle la vuelta a la letra «b», para que resulte «d», en cuyo caso tenemos «Sudam», que pronunciando la «u» como «a», como se hace a veces en inglés, nos da el nombre de Sadam Husayn.

El problema es que Sadam Husayn podía parecer el Anticristo mientras se mantuvo la falacia de que poseía armas de destrucción masiva. Hoy, demostrada la inexistencia de tales armas y tras su deposición, detención y muerte en la horca, parece más bien un pobre diablo.

Para Occidente, Osama Bin Laden sería el candidato a Anticristo más creíble en estos momentos, aunque algunos aficionados a las profecías apocalípticas aseguran que éste está por llegar.

La interpretación de algunos investigadores es que si se suman las predicciones de Nostradamus, realizadas en el siglo XVI, y las de Stromberger, en el XIX, el resultado podría ser una tercera guerra mundial dirigida por un tercer Anticristo. Aunque posiblemente la profecía más escalofriante la hizo, en 1940, el propio Hitler al afirmar en un multitudinario mitin: «Nuestro deseo y voluntad es que este Reich dure mil años. Estaremos contentos de saber que el futuro será enteramente nuestro».

Claro que el Reich de los Mil Años se quedó, simplemente, en el Reich de los Doce Años.