Entre los relatos perdurables a lo largo de los siglos en la civilización occidental y que han llegado a nuestros días destaca uno cuyo origen data de la Alta Edad Media, en una época de convulsas migraciones y de brutales guerras étnicas. Un relato de héroes y grandes batallas, de un poderoso y magnánimo rey, de fraternidad de nobles caballeros y su cruzada para crear un mundo perfecto. Todos estos elementos han ido creciendo y enriqueciéndose con las aportaciones de trovadores, juglares, escritores, novelistas o guionistas de cine, hasta convertirse en una de las historias más conocidas de la cultura occidental: la leyenda del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla (o mesa) Redonda. Al leer las fantásticas versiones, incluso, contradictorias de la historia surgen las dudas: ¿existió el rey Arturo? ¿Fue cierta esta leyenda?
Durante más de un milenio los bardos británicos han cantado al gran Arturo, el rey sabio que unió Britania y fundó el maravilloso reino de Camelot. El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda encarnaron los ideales de la caballería, héroes dispuestos a sacrificar su vida por honor, por amor y por su país. Su historia ha llegado a cada rincón del planeta. «Arturo es el rey ideal, el símbolo de la monarquía, del rey que intentó hacer el bien; quien, con todo en contra, luchó para crear una sociedad utópica. Para crear Camelot en una época de gran violencia», explica Christopher Snyder, profesor de historia de la Universidad de Marymount, en Arlington (Estados Unidos). Como en las antiguas Grecia y Roma, la historia de Camelot se ha ido forjando a lo largo de los siglos. Mucho se ha estudiado sobre la existencia auténtica de Arturo y su mundo. Se han encontrado emplazamientos bretones de mediados del siglo V que se han relacionado con algunos de los lugares que aparecen en las novelas: Camelot, Glastonbury, Avalon… En este entorno de mito, ¿existió realmente un Arturo histórico y real?
LA FICCIÓN ROMÁNTICA Y LA REALIDAD HISTÓRICA
La leyenda de Arturo y sus caballeros tiene todos los ingredientes necesarios de una historia imperecedera: poder, generosidad, intrigas palaciegas, guerreros, nobles valientes, doncellas virtuosas, amistad y traición, hechicería, batallas espectaculares… Todo un microcosmos que refleja las pasiones y los anhelos humanos. Así, más de mil quinientos años después de que comenzara a forjarse esta leyenda, la historia de Arturo sigue presente. Según los historiadores, hay suficientes pruebas que evidencian que hubo algo de cierto. «El problema es que el nombre de Arturo nunca existió», explica Scott Lloyd, autor de Pendragon. The Origins of Arthur. «Eso no significa que no existiera un personaje con ciertas características similares a la leyenda. Pero algo pasó a finales del siglo V o principios del VI que ha quedado enterrado bajo el halo de la ficción romántica», explica Bryn Walters, miembro de la Asociación de Arqueología Romana.
En 1469, sir Thomas Malory, un empobrecido caballero inglés, escribió la historia del mayor rey de Britania. Su libro Le Morte D’ Arthur consagró para siempre la leyenda del rey Arturo. El relato de Malory comenzaba con una Britania dividida y sin soberano. Los príncipes rivales estaban al borde de una guerra civil, reclamando la corona del rey Uther Pendragon, quien a su muerte dejó el reino sin un heredero reconocido. Para evitar un derramamiento de sangre y resolver el conflicto, los príncipes se sometieron a una prueba mística: todos tendrán la oportunidad de extraer la espada del rey, que el mago Merlín hizo aparecer clavada en una piedra con una inscripción que decía: «Quien sacare esta espada de esta roca, será el rey legítimo de Inglaterra». Muchos lo intentaron y todos fracasaron. Esto propició que el trono de Inglaterra quedara vacante a la espera de que apareciera quien había sido designado por la Providencia como el gobernante.
Entonces, un joven se acercó al arma: ninguno sabía —y él, mucho menos— que era el hijo y heredero del monarca. Al conseguir liberar la espada de la piedra, probaba su derecho a ser rey. Pero muchos de los caballeros no quisieron reconocer a Arturo como el nuevo soberano, hasta que Merlín reveló la historia que hay detrás del nacimiento del muchacho, demostrando así que por sus venas corría sangre de los Pendragon, y que por tanto era el legítimo heredero al trono de Inglaterra. Y es que Arturo «no conoció ni a su padre ni a su madre. Nació del obstinado deseo de un hombre hacia una mujer que no podía ser suya», cuenta Bonnie Wheeler, especialista en estudios artúricos.
El padre de Arturo, el rey Uther, fue consumido por la pasión por Igraine, la esposa de otro poderoso príncipe britano, el duque Gorlois de Cornualles. Para conseguirla, el rey Uther hizo un pacto con el mago Merlín, quien por medio de sus artes cambió la apariencia del rey para que todos lo confundieran con Gorlois. Engañada, Igraine hizo el amor con quien creía su esposo y concibió un hijo, consecuencia del adulterio, que fue entregado a Merlín. Lo bautizaron con el nombre de Arturo y el mago se lo llevó para educarlo lejos de la corte.
El libro de Malory cuenta cómo el joven rey Arturo dirigió a sus leales caballeros en una victoriosa cruzada para unir su fragmentado reino. Su fama hizo que muchos caballeros de todos los rincones de la cristiandad llegaran para ponerse a sus órdenes. Su corte se convirtió en una poderosa ciudadela, Camelot. Después, se casó con la princesa Ginebra y, con la dote de la reina, Arturo recibió una gran mesa redonda, donde reunió a grandes héroes en un círculo de fraternidad: sir Kay, sir Bedivere, los hermanos Gareth y Gawaine (Galván), Percival, Tristán, Galahad… y, sobre todo, el paradigma del caballero, Lancelot (Lanzarote) del Lago, llegado de «más allá del mar». Los caballeros de la Tabla Redonda iluminaron el mundo con las glorias de sus gestas; lucharon por los desvalidos, liberaron a los oprimidos, aplastaron a los perversos y depravados… «Todos los caballeros europeos querían ir a la corte del rey Arturo, seguir al más carismático de todos los reyes, el más ejemplar y admirable de los héroes», explica Bonnie Wheeler. Y entre todos sus caballeros, el que más luchó, amó y sufrió fue Lancelot. Juró servir a su rey, pero su corazón pertenecía a la reina Ginebra. Su amor abrió la puerta a un caos total y a la destrucción del reino perfecto de Camelot.
LUJURIA Y ENVIDIA
Según la leyenda, la lujuria había consumido al propio rey. De joven, Arturo tuvo relaciones con la mujer de otro hombre: lady Morgana. Pero su pecado superó el simple adulterio porque Morgana era su hermanastra. De su incestuosa unión nacería un hijo: el traidor Medraut o Mordred. Con el tiempo, los malvados planes de Mordred destruirían a Arturo y traerían la desgracia al reino. Todo esto también había sido profetizado por el mago Merlín antes de que finalmente fuera traicionado por su aprendiz Nimué, quien lo encerró en el corazón de la montaña Bryn Mirddim.
Según el libro de Malory, el fin de Camelot comenzó una trágica noche, cuando Ginebra y Lancelot cayeron víctimas de su pasión. Mordred les tendió una trampa y el gran héroe de Camelot tuvo que luchar con sus amigos los caballeros, para escapar con vida. Era la traición de un caballero y debía ser castigada con severidad. La propia Ginebra era culpable de la traición. Arturo, con el corazón roto, no tuvo más remedio que condenarla a la hoguera. Cuando se estaba ejecutando la sentencia, Lancelot apareció para rescatar a Ginebra. El rescate de la reina rompió la hermandad de la Tabla Redonda. En el caos posterior, Mordred reunió un ejército y disputó el trono a su padre, el rey. Comenzó una guerra entre los que apoyaban al viejo rey Arturo y los que defendían los derechos del hijo no reconocido. En una terrible batalla en la fortaleza romana de Camboglanna —la Camlann de las leyendas— situada junto al muro de Adriano, se produjo el enfrentamiento decisivo que devoró a los héroes de Britania: los grandes caballeros de la Tabla Redonda murieron. Al final sólo quedaban Arturo y Mordred: el rey y su hijo bastardo enfrentados en un duelo a muerte. Heridos ambos mortalmente, el cuerpo de Arturo fue trasladado «espiritualmente» por mar hasta llegar a la isla de Avalon, donde dormiría en el tiempo, ni vivo ni muerto, hasta que Britania volviera a necesitarlo de nuevo. Así terminaba la leyenda de Arturo contada por sir Thomas Malory, a finales del siglo XV.
El libro de Malory está basado en una historia milenaria que se remonta a la Britania del siglo V. Pero en los primeros documentos, a Arturo no lo llamaban rey. Hasta los siglos XII y XIII no hacían mención de ninguna Tabla Redonda ni de Camelot. «A medida que nos remontamos en la historia, la figura de Arturo se hace menos importante, más insignificante. Si seguimos hacia atrás, llegamos a un momento en que la primera fuente que disponemos, ni siquiera lo menciona», indica el escritor e historiador Scott Lloyd. Para Jeremy Adams, profesor de historia de la Universidad Metodista, «la gente del siglo XII creía que había existido y que seguía ejerciendo algún tipo de influencia política, pero los historiadores tenemos bastantes dificultades en descubrir la procedencia de este rey Arturo». En lo que todos los eruditos coinciden es en que la historia del rey Arturo no es el relato de un solo hombre o de un solo momento histórico. Descubrir la verdad tras la leyenda requiere una búsqueda en el tiempo para entender cómo el gran símbolo del pueblo britano se creó y creció a lo largo de cientos de años.
LA PROSPERIDAD ROMANA
La verdadera historia de Arturo en el marco de Britania es la de cómo una isla celta se convirtió en una provincia romana, después en un reino sajón, en un territorio normando y, finalmente, en una nación unida y poderosa. Más allá del mito de Camelot, en el centro de la historia está el recuerdo de un antiguo príncipe guerrero, el héroe que salvó Britania en sus peores momentos: en la Edad Oscura que siguió a la caída del Imperio romano.
Así, mucho antes de que sir Thomas Malory describiera a Arturo como el rey de Camelot, los bardos de Britania cantaban a un poderoso caudillo llamado Arturo. Los historiadores han rastreado los orígenes de su historia hasta los siglos V y VI, pero de momento no han encontrado pruebas de la existencia del héroe. «Hay muchos investigadores que intentan descubrir quién fue el auténtico Arturo porque hay muchos candidatos posibles, pero los historiadores no pueden precisarlo porque ninguno tiene pruebas sobre su existencia», opina Christopher Snyder. No existen textos de aquella época que mencionen al rey Arturo. Según parece, la ausencia de documentos escritos y la propia leyenda son producto de una oleada de guerras y migraciones que remodelaron Europa después de la caída de Roma, en la llamada Edad Oscura. «Una época con un gran flujo de extranjeros que se mezclaron y juntos formaron una nueva cultura y una nueva nación que terminó siendo Inglaterra», explica el especialista Bryn Walters.
En la antigüedad, la isla de Britania era el hogar de un conjunto de tribus celtas. Compartían idioma y costumbres, pero nunca formaron una nación. Entonces, las legiones romanas invadieron las islas en el siglo I d. C. Durante los siguientes trescientos cincuenta años, las ciudades y leyes romanas convirtieron la isla en una tierra poderosa: Britania. El Imperio romano trajo una fuerte cultura, una civilización, un estado y un ejército unificado. La Britania romana era una sociedad muy moderna: estaba muy estructurada; el gobierno estaba jerarquizado, había calzadas y grandes edificios, las legiones romanas construyeron carreteras, fuertes y puestos avanzados. Pero casi todo desapareció en los siglos V y VI.
En la próspera era antes de la caída de Roma, el Imperio luchó por integrar y controlar a las tribus celtas de Britania. En la frontera septentrional, las legiones levantaron el Muro de Adriano: una muralla de piedra de 120 kilómetros para contener a las tribus bárbaras hostiles: los pictos, los salvajes habitantes de Escocia. Como en todas las colonias romanas, los nativos britanos tenían prohibido llevar armas. Para mantener la ley y el orden, los legionarios de lejanas tierras —como Galia, Europa del Este y Oriente Próximo— eran enviados a guarnecer las fortalezas de Britania. El nombre de «Arturo» se oyó por primera vez en el grito de batalla de la caballería romana en el Muro de Adriano. «El primer nombre conocido como Arturo es un comandante romano llamado Lucius Artorius Castus, que llegó a Britania en el siglo II d. C., después de una larga carrera militar. Su historia podría haber contribuido a la de Arturo», cuenta Christopher Snyder. Ciudadano romano de lo que actualmente son los Balcanes, Lucius Artorius Castus estaba al mando de una guarnición de caballería sármata, jinetes de las orillas del mar Negro. En 185 d. C., los pictos atacaron la muralla. Artorius Castus y sus hombres acudieron a rechazar la oleada bárbara. Hay datos históricos que sugieren que Castus y sus tropas estuvieron cerca del Muro de Adriano y algunos investigadores afirman que sus hazañas y las de sus jinetes forjaron la base de la leyenda del rey Arturo.
El comandante Artorius Castus podría ser un predecesor, o tal vez un antepasado, pero sobre todo aporta un nombre a la búsqueda histórica de Arturo. Él es el primero, pero no el último de los personajes que los historiadores creen que forjaron la leyenda. Sin embargo, los primeros relatos artúricos apuntan a una encrucijada posterior en el tiempo, tres siglos después de Artorius, y no en el cenit del Imperio romano, sino durante su caída.
EL ANHELO POR LA LLEGADA DE UN HÉROE SALVADOR
El drama comenzó a principios del siglo V con un duro invierno y una devastadora invasión de lo que hoy es Francia: la tierra romana de las Galias. En vísperas de Año Nuevo de 406, tres tribus germánicas cruzaron el congelado río Rin y arrasaron la Galia; las últimas legiones romanas en Britania abandonaron la isla para unirse a la batalla. Fue el final del dominio romano de Britania. Siglos de orden y prosperidad dieron paso al caos. Britania fue cercada. Por el oeste, invasores irlandeses acechaban la costa. En el norte, los pictos franqueaban el Muro de Adriano. Por el este, anglos, jutos y sajones atacaban desde el mar. La historia de lo ocurrido quedó registrada en uno de los escasos documentos que han sobrevivido de la época: un apasionado sermón escrito por un clérigo británico, Gildas el Sabio. Pero el documento de Gildas, De excidio et conquestu Britanniae, deja suelto un elemento crucial: no menciona a ningún Arturo en sus textos. El clérigo aporta la historia de un país que suspiraba por un héroe, Britania, sitiada por los bárbaros y dividida por la guerra civil.
Cuando Roma abandonó Britania, la provincia se fracturó en zonas tribales, dividiéndose en un mosaico de principados enfrentados. Según Gildas, los nuevos señores de Britania eran una plaga tan corrupta como los atacantes bárbaros, con reyes tiranos, jueces pocos honrados y «siempre explotando al inocente». Cuando la autoridad romana se disolvió, los tiranos locales que la sustituyeron se dedicaron a expandir su poder tomando ciudades, regiones, provincias… creando el escenario perfecto para la aparición de la historia de Arturo. Así, cuando los ataques de los bárbaros y las luchas civiles sembraban el caos, los britanos soñaban con un héroe que unificara el país, repeliera al enemigo y recuperara la gloria perdida de la época de Roma.
Antes de que apareciera la figura de Arturo, Britania tuvo que soportar al peor de los reyes, un hombre que en lugar de combatir a los invasores, los invitó a quedarse, todo un tirano y traidor: el rey Vortigern. Los historiadores debaten sobre su nombre y sobre la fecha en que gobernó. Parece ser que Vortigern no es un nombre, sino que se corresponde con un título que significa Superbus tyrannus, el gran rey de los britanos. Era un hombre muy poderoso, capaz de reunir un consejo para tomar una decisión para la defensa de Britania. Sin embargo, en la leyenda, Vortigern se convirtió en un personaje despreciable, en un terrible y detestable tirano. Todos los expertos coinciden en que fue un poderoso terrateniente, que se hizo con la poca autoridad que quedó en la Britania central del siglo V, tras la caída del Imperio romano. Vortigern permitió a los mercenarios sajones establecerse en las tierras del reino, usándolos como un ejército particular para reprimir cualquier tipo de levantamiento en su contra y para defender Britania de una oleada de ataques bárbaros. Su gobierno supuso un ciclo de acontecimientos que terminó con la llegada de Arturo.
Según Gildas el Sabio, decidió contar con el peor enemigo de Britania como ejército privado: los sajones. Según crónicas posteriores, Vortigern forjaría su ruinosa alianza con el más peligroso de los jefes bárbaros, Hengist, el legendario caudillo de los sajones, intentando de esta forma enfrentar a unos bárbaros con otros, siguiendo lo que era una práctica normal —aunque de negativas consecuencias— en el Imperio romano, que en cierto momento llegó a depender militarmente de la recluta de bárbaros. Pactó con los sajones y les regaló tierras a condición de que lucharan contra otros bárbaros. El pacto de Vortigern con Hengist haría que los sajones se apoderaran para siempre de las ricas y fértiles tierras inglesas. Jutos, anglos y sajones llegaron en el siglo V desde las tierras bajas costeras continentales, de lo que hoy es Dinamarca y Alemania. La arqueología indica que no se produjo una invasión súbita, sino que se trató de una migración lenta y constante porque sus propias tierras se estaban inundando. Los sajones y frisios vivían en tierras muy bajas, en terrenos húmedos e inundados porque la plataforma continental se estaba desplazando y la zona septentrional de Europa se hundía. «Empezaron a llegar a Britania como ladrones, pero poco a poco se fueron quedando. Necesitaban tierras de labranza y en la costa oriental de Britania eran bastante buenas», explica Snyder. Matthew Bennet, experto de la Academia Militar de Sandhurst, indica que los sajones tenían pequeñas barcas costeras, para surcar el litoral y para atravesar el canal de la Mancha por Dover, justo el punto más estrecho, y donde, según la tradición, desembarcaron los caudillos sajones Hengist y Horsa. Las tierras de Kent se convirtieron en el primer reino germánico en Britania.
El pacto de los sajones de servir como mercenarios al rey Vortigern desembocó en una serie de guerras étnicas, una lucha épica que reclamaba la presencia de un líder para rescatar a los britanos, vencer al usurpador y expulsar a los invasores sajones de su territorio: el legendario rey Arturo. Así, el tirano Vortigern está a caballo entre dos mundos diferentes: la historia documentada y la fantasía del mito artúrico. Y es que la búsqueda de Arturo siempre se mueve entre esta imprecisa frontera entre la realidad y la imaginación. «A principios de la Edad Media, los historiadores pocas veces pensaban en la realidad histórica, como en la actualidad. Distinguir entre realidad y ficción no era algo que los preocupara demasiado», aclara Christopher Snyder.
Cientos de años después, un personaje cargado de misterio y llamado Nennius escribió en Gales, entre 796 y 830, una historia repleta de mitos sobre los britanos, la Historia Britonum, en la que se hace la primera mención escrita de Arturo. Según Nennius, el trato de Vortigern con los sajones fue un acuerdo desleal alimentado por la lujuria. Vortigern se volvió loco de deseo por la hija de Hengist, el jefe de los mercenarios: la bella y pagana Rowennah. El relato de Nennius afirma que el caudillo sajón Hengist vendió a su hija a Vortigern por el precio del reino inglés. Tras el trato, el rey yació con Rowennah. Con la bendición de Vortigern, Hengist reunió cuarenta barcos de guerreros y tomó Kent, las tierras de labranza más ricas de Britania. Esta melodramática historia no fue escrita hasta trescientos años después de la muerte de Vortigern.
La historia de Gildas resulta más real: cuando los sajones fueron empleados por los britanos como mercenarios, recibieron tierras y provisiones por sus servicios, pero no se conformaron con ello y se rebelaron para conseguir más tierras. Entonces, éstos se vieron obligados a dejar sus tierras a medida que los sajones extendían sus asentamientos. Relatos legendarios cuentan que los refugiados britanos, enfurecidos por la expansión sajona, volvieron su ira contra el tirano Vortigern. Un ejército de britanos sitió su fortaleza y algunos relatos afirman que le prendieron fuego, pero, según Nennius, el castigo llegó del cielo y Vortigern pereció de forma miserable.
EL ICONO DE LA UNIDAD
Otros escritores aseguran que el asedio que terminó con Vortigern fue una victoria del último romano que ostentó el poder en Britania, un héroe que unió a los britanos y expulsó a los sajones: Ambrosius Aurelianus, un hombre que pudo ser el modelo histórico del legendario rey Arturo. En la leyenda, el rey Arturo es coronado tras pasar una prueba mística. La espada hincada en la piedra se convertía en un icono de la unidad británica, el instrumento gracias al cual un príncipe honesto haría resurgir a una tierra destruida. Pero, en la vida real, la salvación de los britanos sólo fue posible tras un gran derramamiento de sangre, la sangre de los sajones.
Ambrosius Aurelianus era un terrateniente rico y poderoso, dueño de grandes extensiones de tierra en el sur de Britania. Luchó para contener a los sajones e impedir que penetraran en las ricas zonas agrícolas del sudeste. Ambrosius Aurelianus es una de las últimas figuras documentadas de la Britania posromana. Su historia abre una puerta a la época de Arturo y las guerras sajonas. Hasta mediados del siglo V, los anglosajones estuvieron confinados en pequeñas asentamientos en la costa. Poco a poco, se fueron recibiendo más colonos y las fronteras se fueron ampliando. A principios del siglo VI, las tribus germánicas eran dueñas de vastos territorios en toda la isla. «En el año 449, la germanización en la baja Britania era tan elevada que la toma del poder se hizo inevitable», explica el historiador Jeremy Adams. Los caudillos britanos no suponían una amenaza. En lugar de unirse para luchar contra los invasores, los príncipes rivales se enfrentaron unos a otros. Los britanos sólo podían soñar con un héroe que llegara en su defensa.
Desesperados e incapaces de frenar la matanza, la leyenda dice que los caudillos britanos se reunieron con los sajones para hablar de paz. En la ficción, el círculo de Stonehenge marcó el lugar del encuentro. Aunque estas piedras llevaban en pie miles de años antes de la época artúrica, la leyenda dice que Stonehenge fue erigido en el siglo V para marcar el gran acto de traición de las guerras sajonas. La historia afirma que caudillos britanos y sajones accedieron a deponer las armas y hablar de paz. «Todos acordaron ir desarmados, pero los sajones aprovecharon el momento para matar a los caudillos britanos», explica Adams. Según el escritor y clérigo del siglo XII Geoffrey de Monmouth, los sajones asesinaron a un total de 460 barones y cónsules en la que se denominó Matanza de los Ancianos, en cuya memoria se levantó el anillo gigante de piedra. La incorporación de Stonehenge a la leyenda artúrica proviene, pues, del autor que más contribuyó a crear el mito del rey Arturo.
«Arturo procedía de una pequeña calle de Oxford, en la cual había vivido Geoffrey de Monmouth hacia el año 1130. Cuando Geoffrey decidió escribir su Historia regum Britanniae (Historia de los reyes de Britania) entre 1135 y 1139, tomó elementos reales y relatos orales y los mezcló, dando lugar al Arturo de ficción que todos conocemos y que centra el interés de todos los historiadores», indica la especialista en estudios artúricos Bonnie Wheeler. El libro de Geoffrey de Monmouth se remontaba a seiscientos años atrás para narrar la historia de los reyes de Britania con una nueva perspectiva. Antes de Geoffrey, Arturo era un oscuro guerrero de la Alta Edad Media; después de Geoffrey, se transformó en un monarca modelo. «En el mundo actual es difícil imaginar el gran impacto que tuvo este libro. Sabemos que terminó la Historia entre 1136 y 1139. En 1150 había cientos de copias del manuscrito circulando por Europa. Es algo extraordinario para un manuscrito medieval de su extensión y complejidad», dice Wheeler. Según el escritor Scott Lloyd, el libro de Geoffrey se hizo tan popular e influyente que dictó la historia de Britania durante los siguientes doscientos o trescientos años.
PRIMERAS REFERENCIAS LITERARIAS
En el siglo XI, las leyendas de Arturo se extendieron por transmisión oral; en el siglo XII se escribieron los importantes relatos de Geoffrey de Monmouth, Chrétien de Troyes, Gottfried de Estrasburgo y Robert de Borron, éste ya a principios del XIII, etc. El libro de Monmouth es el primer texto que recoge una historia completa del legendario rey Arturo. También ilustra cómo la historia británica está entrelazada con mitos celtas y prerromanos, como Stonehenge. Monmouth usó la obra de Gildas como base, pero de ella eligió lo que necesitaba para su libro y rechazó lo que no precisaba. En la historia de Geoffrey aparece un héroe que venga la Matanza de los Ancianos: el rey guerrero Arturo. Pero en la historia de Gildas —escrita en la misma época en que ocurrían los sucesos—, el héroe no es Arturo sino Ambrosius Aurelianus, al que se refiere como el último romano en Britania, cuya familia llevaba la púrpura, es decir, que era de alto rango. «Ambrosius era un caudillo militar y puede que fuera el precursor de Arturo o alguien en torno al cual se construyó la leyenda. No sabemos mucho de él, pero sí que fue un importante dirigente de finales del siglo V», indica Snyder.
Algunos investigadores actuales creen que, como último romano, Ambrosius pudo haberse aprovechado de los viejos fuertes, calzadas y tácticas romanas para formar una nueva tradición militar. Su legado alcanzó tal fama que su nombre está presente en todo el país. Así, lugares en Gran Bretaña actuales, como Ambrosden, Amberley, Amesbury (antiguamente Ambresbery), parecen estar directamente relacionados con el nombre de Ambrosius. Muchos historiadores creen que en su día pudieron ser emplazamientos militares y Ambrosius pudo usarlos para levantar una frontera ante la oleada de los pueblos germánicos.
Gildas registró la reunificación de los britanos bajo el mando de Ambrosius y la forma en la que empezaron a tener victorias sobre los sajones. Pero si Ambrosius es Arturo, su carrera se extendería desde la legendaria Matanza de los Ancianos, en el siglo V, hasta la batalla final de Arturo en el siglo VI, casi cien años. «Puede que estemos hablando de dos personas: Ambrosius el Viejo y Ambrosius el Joven. Entonces sería una dinastía», señala Bryn Walters, de la Asociación de Arqueología Romana. En la mítica historia de Geoffrey de Monmouth, Ambrosius y Arturo proceden del mismo árbol genealógico. Geoffrey dice que Ambrosius es el hermano de Uther Pendragon, el padre mítico de Arturo. En algún momento del siglo VI, el poder de Ambrosius tuvo que pasar a un hombre más joven. «En la historia nos falta un personaje, el que transmitió la potestas, y su heredero fue el que batalló. ¿Sería el misterioso Arturo el heredero de Ambrosius Aurelianus? No puedo afirmarlo, pero existe la posibilidad de que sea así», añade Walters.
LA OFENSIVA CONTRA LOS SAJONES
Puede que nunca se sepa si se trata de una leyenda. Lo que sabemos es dónde confluyen las historias de Arturo y Britania: en la batalla de Mons Badonius, en inglés moderno Badon Hill, la colina de Badon. Una batalla decisiva entre nativos britanos y sajones, que forjó el destino de la isla en los años venideros y produjo la leyenda del rey Arturo. La figura de Arturo está asociada con este período y la mayoría de los expertos la sitúan a mediados de esta época, sobre el año 500, justo cuando se cree que tuvo lugar la batalla de Badon Hill.
A principios del siglo VI, la expansión sajona amenazaba con engullir toda la isla. La arqueología, la historia y la leyenda coinciden en que, alrededor del año 500, algo cambió el curso de los acontecimientos: podría tratarse de la monumental batalla de Badon Hill. La leyenda dice que fue el momento en que los britanos pasaron a la ofensiva contra los sajones y los vencieron tras una serie de combates. La tradición cuenta que los britanos se unieron, al fin, bajo el estandarte de un caudillo invencible. Nennius afirma que Arturo fue el comandante de las batallas, el dux bellorum. En esta crónica, escrita cientos de años más tarde, Arturo aparece primero como jefe de los britanos. Nennius aporta una lista de doce batallas legendarias libradas supuestamente por el enérgico Arturo. La batalla de la colina de Badon fue una de las más duras. La leyenda describe a los enemigos como un poderoso ejército luchando en territorio britano: si ganaban los sajones, los britanos estarían condenados y el enemigo dominaría la isla.
Según los textos, fueron tres días de feroz combate. Los guerreros anglosajones lucharon principalmente a pie, lo que permitió a los britanos una ventaja fundamental, ya que ellos utilizaron caballos. Desde la época de los romanos, la caballería había sido decisiva para el control de Britania. A caballo, los guerreros podían superar a los que luchaban a pie. «Britania era famosa por su caballería, que podía controlar el tiempo, el lugar y el ritmo del conflicto. En Badon Hill, los sajones no montaban. Podían ser fácilmente repelidos por una fuerza móvil de jinetes bien armados», según indica Matthew Bennet, de la Academia Militar de Sandhurst. Algunos historiadores afirman que éste fue el originen de los caballeros del rey Arturo.
En Badon Hill, con el destino de Britania en juego, la caballería dirigida por un caudillo supremo, precursora de Arturo y sus caballeros, pudo cambiar la historia, venciendo a sus enemigos sajones. Esta visión épica de esta batalla proviene de Geoffrey de Monmouth y fue escrita más de seiscientos años después de que sucediera. Pero si existió realmente un Arturo, en Badon Hill éste llevó a los britanos a la victoria. El triunfo de la colina de Badon está confirmado en el relato de Gildas el Sabio. «Tenemos pruebas de que Badon Hill ocurrió. Además, hay evidencias arqueológicas que indican el estancamiento de la expansión sajona a principios del siglo VI», afirma Snyder. Gildas se refiere a esta batalla como un momento decisivo en la historia de los britanos. Tras derrotar a los sajones, hubo un período de relativa paz y los britanos disfrutaron de una generación de prosperidad y seguridad. Una edad de oro que la leyenda atribuye a Arturo.
Fuera Arturo o Ambrosius, según Gilas la paz sólo duró una generación. Al final del siglo VI, la fuerza o el personaje que unió a los britanos y los llevó a la victoria, el «espíritu de Arturo», se había perdido. Claro que, si hubo un resurgimiento britano en el siglo VI, una «época artúrica», ¿por qué se ha perdido la identidad del caudillo que los guió a la victoria? Una teoría apunta al propio nombre de Arturo y a los estandartes y títulos de los que hacían alarde los guerreros. Según Walters, Arturo es un nombre que proviene de un título. Hay muchos títulos nobiliarios que comienzan por art’, arth’, arthel’ en los textos antiguos. Tenían que ver con un oso. «Hubo algún personaje en la Historia que tuvo un estandarte con un oso y era conocido por ese símbolo», cree. De arth’, la palabra celta que significaba «oso», a Arturo, el rey, la leyenda pudo haber evolucionado a partir de un hombre que ni siquiera se llamaba Arturo. Con los siglos, trovadores y escritores transformaron el «oso» de Badon Hill en un poderoso rey medieval, y la paz y la prosperidad del siglo VI en la caballeresca gloria del Camelot de Arturo.
LA CREACIÓN DEL MITO
La leyenda y la literatura sobre Arturo evolucionaron juntas. La imagen de sus armas, sus nombres y sus armaduras reflejan los cambios de la tecnología y de la política de los tiempos cambiantes. En el siglo XII, los relatos sobre Arturo daban forma a la vida cotidiana en las cortes europeas. Un rey mítico y sus legendarios caballeros se convirtieron en los modelos dominantes de la época, símbolos de una época caballeresca: el rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda.
Hubo una figura misteriosa, que no tiene nombre, que mantuvo la estabilidad en Britania y la paz durante una generación. En la oscuridad de esa época se convirtió en una luz. La leyenda dice que aquel hombre acabó siendo rey y que fundó una comunidad ideal: Camelot, con su Tabla Redonda, que sirvió de modelo de gobierno benigno y bien estructurado y fue el arquetipo de las órdenes de caballería. Con el tiempo, el héroe de Badon Hill adquirió el legendario nombre de Arturo. Pero los documentos de esa época no mencionan las glorias de Camelot, la fraternidad de la Tabla Redonda ni el amor de Lancelot y Ginebra, piedras básicas del mito artúrico. Y es que el Arturo que ha fascinado durante siglos es el que vive en la literatura, «en un mundo de utopías, al que asociamos con la Tabla Redonda, la pompa de la corte y lo caballeresco, no con una figura artúrica que pudo vivir en una choza en el siglo VI», explica Bonnie Wheeler, especialista en estudios artúricos.
Pero ¿cómo se pasa de un guerrero terrenal a las glorias etéreas de la leyenda? A través del mito. Contando una y otra vez sus relatos, los britanos remodelaron su pasado. El mito comenzó cuando los caudillos de la época oscura desaprovecharon la oportunidad de salvar a su país, luchando entre ellos. «Britania era una zona políticamente destrozada. Había siete reinos sajones y diez o doce reinos galeses. Estaba completamente dividida», señala Adams. A finales del siglo VI, varios asentamientos anglosajones del siglo V se convirtieron en siete reinos: Wessex, Mercia y Kent extendieron su poder y crearon poderosos Estados. «Los jutos y los sajones regresaron. Ya no estaban ni Arturo ni Ambrosius para proteger a los britanos y los sajones ganaron», señala Walters.
A principios del siglo VII, el dominio de los sajones ya se extendía por toda la isla y los britanos nativos se vieron confinados al oeste, en lo que hoy es Gales y Cornualles. Otros huyeron cruzando el canal de la Mancha, al norte de Francia, a lo que se ha llamado Bretaña. Sin un jefe que organizara la defensa, la orgullosa tierra de Britania se marchitaba y moría. Los sajones se afianzaron tanto en el país que se consideraban a sí mismos como nativos. En el siglo X se habían unido para formar una nación: Inglaterra, la tierra de los anglo-sajones. Despreciaban a los britanos calificándolos de intrusos, de «galeses», la palabra que los sajones utilizaban para denominar al extranjero. Los britanos, confinados en sus fortalezas del oeste, soñaban con las glorias pasadas y con el rey que rechazó a los invasores. Los que sobrevivieron en Gales y Cornualles, en el oeste de Britania, añoraban la época en la que tenían el control de la isla. En casi todas las leyendas, ese período corresponde con la época de Arturo.
A medida que las generaciones transmitían las crónicas de las victorias, el héroe de Badon Hill se fue convirtiendo en un guerrero invencible. Los trovadores lo elogiaban y los monjes comenzaron a escribir su historia. Si nos remontamos a las primeras fuentes, en la primera parte del siglo IX, ya se hablaba de Arturo de forma legendaria: luchó en doce batallas y en todas resultó victorioso. En una dio muerte a 960 soldados en un solo día. Las familias nobles galesas, con sueños de grandeza, reivindicaban el legado del héroe y remontaban sus orígenes a Arturo. «Según las fuentes escritas del período medieval, era tradición que las familias aristocráticas de Britania llamaran Arturo a sus hijos y a los reyes. También era costumbre en Gales, Escocia e, incluso, en Irlanda», señala Snyder. Puede que cuando la nueva generación de príncipes llamados Arturo alcanzara la mayoría de edad, sus hazañas se confundieran con la leyenda y Arturo terminó siendo virtualmente inmortal. Su esfuerzo había sido tan titánico y sus metas —la defensa de la paz, el orden, el imperio de la ley— tenían tanta nobleza que la leyenda se apropiaría del personaje convirtiéndolo en un símbolo nacional.
LA SOMBRA EN FRANCIA
La búsqueda de Arturo, de Camelot y de la Tabla Redonda nos transporta a muchas épocas y lugares: a sangrientas batallas en Badon Hill, a fortalezas inglesas en Gales y Cornualles, incluso al otro lado del canal de la Mancha, en las tierras de Francia, donde los britanos en el exilio eran llamados bretones. Los britanos que se vieron obligados a exiliarse en la costa de Francia, en la región de Bretaña, se aferraron al legado de su patria. Sus canciones sobre Arturo se fundieron con una nueva y poderosa cultura y tradición militar. «Arturo era una figura muy importante en la colonia británica de Bretaña, donde un enorme asentamiento britano había transformado el país. Los gobernantes de Bretaña, en lugar de dividirse como los celtas, formaron un reino de gente que hablaba celta y francés romance. Era una Bretaña más grande, porque incluía además la mitad de lo que hoy es Normandía», explica Jeremy Adams, de la Universidad Metodista.
Pasaron los siglos. En la costa de Francia comenzó a surgir una gran fuerza militar, mezcla de celtas y francos, hijos de caudillos vikingos y de los britanos exiliados: los normandos. En el año 1066, el duque normando Guillermo puso sus miras en las riquezas de la Inglaterra sajona, al otro lado del canal. Sus tropas se dirigieron a Britania cantando a un príncipe que había humillado a los sajones quinientos años antes. Y la leyenda de Arturo volvió a casa. En tierras separadas, bretones y britanos alimentaban recuerdos de un mismo héroe. Con el tiempo se convirtieron en relatos de gloria de un rey llamado Arturo y sus caballeros. Así, los mitos de diverso origen se fusionaban en la historia artúrica. Y cada escritor añadía algo nuevo, modificándola y contándola de una forma diferente. «Arturo es un personaje importante en la literatura bretona. Durante mucho tiempo se ha defendido que toda la tradición artúrica de la Edad Media es el resultado de la poesía bretona», dice Adams.
Cinco siglos después de la batalla de Badon Hill y cuatro después de que los sajones se hicieran con el poder, la historia de Arturo y la de Britania llegaban a un momento clave: la conquista de la isla por los normandos, que cruzaron el canal de la Mancha en el año 1066. La fuerza invasora era una alianza, entre el duque de Normandía, Guillermo el Conquistador con sus caballeros y su leal flanco izquierdo, los bretones. En la batalla de Hastings, el 14 de octubre de 1066, destruyeron a los sajones y tomaron la Corona de Inglaterra. «El ejército bretón —cuenta Adams— estaba mandado por un tal Arturo. Los bretones se unieron a los normandos en un acto de venganza». Las canciones bretonas sobre Arturo llevadas desde Francia comenzaron a fundirse con el mito de Arturo proveniente de Cornualles y Gales. Para reforzar su reino, los nuevos caudillos ingleses representaron a los sajones como ocupantes peligrosos; el legado de Arturo fue la propaganda perfecta.
El narrador de la conquista normanda, el escritor, erudito y clérigo del siglo XII Geoffrey de Monmouth, fusionó folclore galés con fábulas francesas para reinventar a un rey Arturo justo. El héroe de Geoffrey estaba hecho a medida del nuevo orden de Inglaterra. Según Adams, los orígenes de Geoffrey de Monmouth no están claros, pero parece que su familia podía ser bretona y galesa; para él, la tradición artúrica era un método de enfrentarse a la resistencia sajona. «Su propósito era fortalecer el poder normando», afirma Adams.
LOS CABALLEROS Y SU TABLA REDONDA
En la época posterior a la conquista normanda, los relatos sobre el rey Arturo se extendieron por todas las cortes europeas. Los trovadores de los siglos XII al XV transformaron el antiguo guerrero britano en un monarca medieval. Sus jinetes del siglo VI se convirtieron en caballeros, iconos de un nuevo modo de comportamiento: la caballería. La evolución de la historia heroica de Arturo reflejaba siglos de cambiantes modelos sociales. La imagen de sus leales caballeros, sus ropajes y formas de luchar representan la historia de la carrera de armamentos de la Edad Media.
En el siglo XV, la cota de malla dio paso a elaboradas armaduras metálicas. Los caballeros con su brillante coraza, icono artúrico de los caballeros, proceden de esta era. Eran guerreros especializados que comenzaban a entrenarse a partir de los 7 años, que dominaban todas las armas y aprendían a usar lanzas, escudos y caballos. El entrenamiento y el combate culminaban en la aventura artúrica por excelencia: dos hombres enfrentándose en la justa o torneo. Era sobre todo un espectáculo. La idea era que la gente viera cómo deportistas bien entrenados intentaban derribar de su montura a su adversario. Era una técnica muy difícil. Los cronistas dieron forma a los legendarios compañeros de Arturo para reflejar el mundo real de los caballeros de la época. Los verdaderos caballeros de las cortes comenzaron a copiar lo descrito en la literatura y a imitar al arte. En las historias artúricas todo era perfecto: la corte ideal, el rey perfecto, los caballeros con su forma de comportarse… y, entonces, los caballeros reales para reafirmar su prestigio y encumbrarse intentaban imitarlos.
La fraternidad de los caballeros justos encontró su expresión en la legendaria Tabla Redonda, el más tópico de los objetos relacionados con las historias artúricas. Se trataba de una mesa hecha para que ninguno de sus miembros estuviera en un lugar de presidencia. Aunque Arturo era el rey, todos los caballeros tenían voz y podían ser escuchados. Algunos investigadores afirman que los soldados celtas se reunían en círculos de fraternidad por las mismas razones que los legendarios caballeros del rey Arturo. Pero la gran mesa de madera del mito es pura ficción, creación de poetas franceses después de que el Arturo de Geoffrey de Monmouth triunfara en toda Europa. «La Tabla Redonda aparece alrededor del año 1200, producto de autores franceses. No sabemos exactamente en qué se inspiraron, probablemente en los relatos de los trovadores de la Edad Media, que llevaban en su repertorio historias sobre reuniones de guerreros que dieron lugar al mito de los Caballeros», indica Snyder.
Muchos expertos comparten la teoría de que el ciclo del rey Arturo se compone de curiosas historias con las que los trovadores agradaban a las gentes de esa oscura y triste época y que, con frecuencia, se transmitían leyendas cuyo significado simbólico desconocían, añadiendo pasajes de su propia cosecha. Los relatos del ciclo artúrico, de origen pagano, fueron cristianizados por clérigos de la época para educar al pueblo y a los nobles. Las creencias ajenas al cristianismo se convirtieron en santos cristianos; los druidas, en sacerdotes; los guerreros, en caballeros cruzados, en el Santo Grial…
En el mito, la Tabla Redonda actúa como un imán reuniendo a héroes e historias de todas las tierras. La leyenda siguió creciendo en los siglos XII y XIII, y empezaron a aparecer nuevos personajes. El núcleo de la Tabla Redonda se construyó sobre tres antiguos nombres galeses: Cai, Bedwyr y Gwalchmai. Cai, un pícaro soldado en el mito galés, se convirtió en sir Kay, el legendario hermano adoptivo de Arturo. Bedwyr, un espadachín, terminó siendo sir Bedivere, portador de la espada del rey. El mejor amigo de Arturo, Gwalchmai, se convirtió en el temerario sobrino de Arturo, sir Gawaine.
Mientras se confundían siglos de historias francesas e inglesas, aparecía un híbrido de personajes que convirtieron la leyenda de Arturo en una tragedia épica. La prometida de Arturo, Guenhumara en la tradición galesa, se convirtió en la hermosa pero infiel reina Ginebra (Geneveve, Genoveva). Y de Francia llegó el gran caballero de toda la recreación artúrica: el querido amigo de Arturo y torturado rival, el amante de la reina: Lancelot del Lago. Finalmente, apareció Medraut o Mordred, el más complejo de los compañeros galeses de Arturo: camarada, sobrino, traidor, hijo y heredero. «Al final, se trata de la historia de una familia desmembrada; de unos amigos enemistados, de Gawaine contra Lancelot; de Mordred conspirando para destruir a Arturo», explica Wheeler.
LA CAÍDA DE CAMELOT
Arturo y Mordred enfrentados en un duelo mortal. Lancelot y Ginebra atrapados en un amor adúltero… Toda una tragedia gótica, con la Tabla Redonda como punto de partida, y el castillo más poderoso de la cristiandad como escenario: la legendaria ciudad de Camelot. En la historia clásica del rey Arturo la envidia y un amor prohibido provocan la caída de Camelot. La esposa de Arturo, la reina Ginebra, y Lancelot son descubiertos por el hijo del rey, Mordred, haciendo el amor. Éste maneja la traición de los amantes para socavar todo lo que Arturo ha construido. Un melodrama que no tiene nada que ver con los momentos de migración sajona y el conflicto étnico que condenó la era histórica de Arturo. Pero si no fuera por la tragedia de Camelot, pocos investigadores continuarían la búsqueda del antiguo rey Arturo.
Lancelot y Ginebra revelan cómo los autores medievales convirtieron mitos britanos en la ficción novelesca de Camelot. Así, muchas de las novelas del rey Arturo describen personajes y situaciones adaptados, a veces idealmente, de otros personajes o situaciones del siglo XII o de anteriores épocas. Camelot no es un nombre inglés, sino una innovación de escritores franceses. El primero en utilizarlo fue el poeta del siglo XII Chrétien de Troyes. «Hubo escritores que escucharon canciones y mitos recitados por los trovadores y los incorporaron a sus cuidadas y refinadas obras», indica Snyder. Los poetas franceses concibieron Camelot como el escenario del comportamiento del código medieval: la caballería. Y el centro de sus obras no era el rey británico, sino el caballero francés Lancelot del Lago, creación de la cultura cortesana de la Francia del siglo XII, un personaje puramente literario, que además de manejar la lanza y la espada, escribía poemas y tenía unos exquisitos modales tanto en la corte, como en el campo de batalla. El carácter y las hazañas de Lancelot promovían los ideales de la época: fuerza física y valor en combate, servicio leal al rey y a la cristiandad, sufrimientos y sacrificios sin esperar provecho personal… Un superhéroe de la época de la caballería. Incluso su trágico y prohibido amor por la reina fomenta el ideal caballeresco. «Su relación con la reina personifica los ideales del amor cortesano. Se siente inspirado por su reina Ginebra, hace grandes hazañas por su rey, por el reino y por la cristiandad. Pero, al mismo tiempo, sabe que está traicionando a su mejor amigo y a su rey, Arturo», explica Boulton.
Sin embargo, esta historia no aparece en el texto que introduce a Arturo en el mundo medieval: el libro de Geoffrey de Monmouth. Tampoco allí se menciona Camelot ni a Lancelot. En su lugar, describe la caída de Arturo como el fruto amargo de la insaciable ambición del rey y la traición de su pariente más cercano, Mordred. «La historia de Mordred siempre recoge la extraña relación con Arturo. A veces, era su hijo; otras, su sobrino, pero siempre estaba lleno de enemistad y odio hacia Arturo», dice la especialista Bonnie Wheeler.
En la historia de Monmouth, el camino a la perdición comenzaba con la búsqueda más audaz de Arturo, una misión para conseguir las glorias de la ciudad santa de Roma. Según Geoffrey, el emperador romano dio un ultimátum a Arturo para que pagara tributo a Roma. Reacio a inclinarse ante el emperador, Arturo reunió sus ejércitos para comenzar una cruzada que marchara sobre aquella ciudad. Así, el rey se fue a Roma dejando a Mordred como lugarteniente de Britania. Pero en vez de defender el reino, Mordred hizo un pacto con los enemigos de Arturo y se apoderó del trono. En la crónica de Geoffrey, esta traición provoca que Arturo deje Roma, regrese y desencadene la batalla final con Mordred, el conflicto que dejaría Britania en ruinas.
Trescientos años después, sir Thomas Malory retomó la historia, mezclando los relatos de los poetas franceses con la crónica de Geoffrey. Según Malory, la traición de Mordred nada tuvo que ver con Roma, sino con Lancelot y Camelot. En su libro describía un melodrama clásico, en el que Mordred interpreta al informador que revela la pasión prohibida entre Lancelot y la reina Ginebra. «No se trataba de un simple acto de adulterio; socavaba los cimientos del Estado. Y con ello la caída del Estado artúrico, a pesar de que era perfecto», explica Boulton. El rey condenó a la reina a ser quemada en la hoguera. Lancelot lo arriesgaba todo por salvarla de las llamas. El rescate de la reina desencadenaba la guerra civil, un amargo conflicto orquestado por Mordred. La Tabla Redonda y Camelot estaban condenados…
En Camlann, según la leyenda, hace mil quinientos años el rey de Britania libró su última batalla. Pero a diferencia de la batalla de Badon Hill, no hay rastros en la historia de lo que ocurrió en Camlann. Sólo aparece, trescientos años después, en una línea de una crónica galesa: en Annales Cambria se cita que «el conflicto de Camlann, en el que murieron Arturo y Medraut provocó la devastación de Britania». «En Annales Cambria —explica Adams— se dan las fechas de las batallas de Badon y Camlann. Pero el texto nos induce a interpretar a Arturo y a Medraut como amigos y no como enemigos. No nos da una interpretación clara». Esta vaga y confusa referencia se convertiría con los siglos en una mítica fábula sobre el bien y el mal. Cuando Geoffrey de Monmouth escribió su crónica en el siglo XII, Camlann se había convertido en el Apocalipsis británico. Los escritores artúricos posteriores describieron la batalla como una guerra civil. Los britanos se volvieron contra ellos mismos y en ella el personaje de Mordred traicionó a Arturo, provocando así su fin. Tras mil años de mitos, sir Thomas Malory recogía la batalla como un detestable enfrentamiento entre padre e hijo. Este peligroso duelo marcó el fin de una época que nunca salió del todo de la sombra del mito.
EL REY INMORTAL
El Arturo que conocemos hoy, basado en el cuento tejido por Malory en el siglo XV, fue escrito en el tramo final de la era medieval, en un país devastado por la guerra civil y acosado por los cambios. «Malory escribió en una época con grandes fracturas en Inglaterra, con disputas entre la realeza, como la guerra de las Dos Rosas, donde se disputaba quién iba a ser el rey de Inglaterra. El Arturo de la historia de Malory es un hombre que puede curar las heridas de la fractura, pero que al final es destruido por ellas», indica Bonnie Wheeler. A finales del siglo XV, las dos casas, de Lancaster y York, dividieron Inglaterra en la guerra de las Dos Rosas, una lucha por la Corona que duró veinte años. En pleno baño de sangre, Thomas Malory reunió todas las versiones del mito de Arturo en un relato épico. El libro de Malory se convirtió en el epitafio de una era, una elegía para llorar el final de la edad de oro de la caballería. La realidad es que en esa época la guerra incluía armas de fuego que supusieron el final de la caballería. Los caballeros perdieron sus características y su estatus social en el campo de batalla frente a los nuevos soldados con arcabuz. Sin embargo, en el relato de sir Thomas, la edad de oro de los caballeros termina con la batalla entre Arturo y Morded: padre e hijo, rey y heredero malgastan su vida y el destino de la nación en una contienda familiar. Claro que en el mito el rey no muere y sigue esperando en la isla de Avalon hasta su regreso cuando Britania vuelva a necesitar a su rey. «El mito proviene directamente de las valquirias. El Walhalla es la misma historia. Y la isla de Avalon es como el Jardín de Alá, el Walhalla, o el Paraíso», dice Bryn Walters.
Después de quince siglos, la misión de Arturo en Roma ha ofrecido a los historiadores recientemente una nueva y tentadora pista. Un nuevo modelo de Arturo que ha aparecido en los últimos años a partir de estudios de las crónicas romanas. «Hay un rey británico bien documentado que hizo ciertas cosas atribuidas a Arturo, como llevar un ejército al continente. Vivió en el mismo período. En mi opinión podría ser el Arturo original tanto como cualquier otro», indica Geoffrey Ashe, miembro del Comité de Investigación de Camelot. A finales del siglo V, según estos documentos romanos, representantes del Imperio romano solicitaron a los britanos ayuda frente al ataque de los bárbaros. Un rey llamado Riothamus acudió a la llamada de Roma y con doce mil hombres cruzó el mar. «La carrera militar de Riothamus en el continente ha hecho pensar a muchos investigadores que Geoffrey de Monmouth pudo utilizarlo como modelo para la descripción de su Arturo, y que, según contó, viajó de Britania al continente», afirma el historiador Christopher Snyder.
Riothamus luchó por Roma, pero a diferencia del poderoso Arturo de Geoffrey, este histórico rey de los britanos no regresó a su patria. Las crónicas sugieren que Riothamus murió camino de una ciudad llamada Avalon. Al final, la búsqueda siempre acaba en retazos de la historia. «Tenemos muchas fuentes, pero no nos aportan suficiente información. No nos dan suficientes fechas para continuar. No estamos seguros de dónde y cuándo ocurrió», afirma el escritor Scott Lloyd.
Los hilos de la historia artúrica se han entrelazado a partir de innumerables fuentes: desde la tradición celta hasta las glorias de Roma, pasando por las odas de la Edad Media y la llegada de los sajones, a la conquista normanda y la guerra de las Dos Rosas. Pero la búsqueda de un único personaje histórico en la base de la leyenda resulta confusa. «La primera posibilidad es que nunca existiera un personaje como Arturo. Otra teoría es que existiera pero que los historiadores todavía no lo hemos podido identificar, y la tercera hipótesis es que Arturo fuera una figura compuesta con elementos de personajes históricos y legendarios. Entonces, su historia provendría de los hechos de muchos personajes que existieron como Lucius Artorius Castus, el comandante romano del siglo II d. C.; Ambrosius Aurelianus, el líder britano del siglo V mencionado por Gildas, o Riothamus, el rey británico del siglo V. Todos ellos hicieron cosas atribuidas a Arturo. Al final, la unión de todos ellos puede dar forma al verdadero Arturo», indica Christopher Snyder.
Realidad o ficción, nadie puede negar el poder de Arturo, rey de los britanos. Su leyenda propició el auge de la caballería. Su legado forjó la historia de Inglaterra y todo el que sueñe con un mundo justo y armonioso puede buscar la inspiración en él. Sobrevivió durante siglos como un gran héroe y Arturo se convirtió para siempre en inmortal.