El reinado de Ramsés II posiblemente sea el más prestigioso de la historia de Egipto, tanto en el aspecto económico como en el cultural y militar. Ramsés II es uno de los faraones más conocidos debido a la gran cantidad de monumentos e inscripciones que dejó a lo largo de los sesenta y siete años de mandato. Ningún otro faraón levantó tantas y tan grandiosas estatuas de sí mismo, ni ha dejado tantos vestigios de su activa regencia. Sin embargo, más de tres mil años después, historiadores, egiptólogos y arqueólogos todavía no han resuelto muchos misterios de su larga vida, sus batallas, su relación con sus súbditos o con su familia. Se sabe que el tercer faraón de la XIX Dinastía de Egipto gobernó entre 1290 y 1224 —otros historiadores dicen 1279-1212 a. C., más tiempo que ningún otro faraón lo hiciera antes ni después— y que tuvo numerosas esposas y una extensa prole: sus vástagos podrían haber sido más de noventa. Algunos expertos creen que es el faraón mencionado en el Éxodo bíblico, el responsable de la expulsión de los judíos de Egipto. También a él le atribuyen el primer tratado de paz que se firmó en la historia. Los sensacionales descubrimientos hallados en los años noventa en la tumba KV-5 de El Valle de los Reyes han aportado nuevas pistas sobre este esquivo personaje del antiguo Egipto, pero, de momento, aún hay numerosas cuestiones sin aclarar sobre Ramsés II o Ramsés el Grande.
EL ASCENSO AL PODER
En 1290 a. C., Ramsés II comenzó su reinado. En ese período, conocido como el Imperio Nuevo, Egipto conoció su último y más brillante esplendor, gracias a una etapa de prosperidad económica. Los jeroglíficos se usaban desde hacía mucho tiempo. Las pirámides de Giza habían sido construidas unos mil años antes. Y el sistema religioso que incluía diversos dioses se había convertido en el foco espiritual de una población que creía firmemente en la vida después de la muerte. Hubo muchos faraones antes y habría muchos más después de Ramsés II, pero pocos pudieron igualarlo en el tiempo que pasó en el poder: durante sesenta y siete años su presencia fue una fuente dominante de la civilización.
Al contrario de muchos de sus predecesores, Ramsés II no nació dentro de la realeza. Su familia formaba parte de la milicia egipcia. Pero cuando su abuelo Ramsés I fue nombrado corregente del faraón Horemheb, que no tenía hijos, el joven Ramsés II entró en la línea sucesoria del trono. En 1306 a. C., Horemheb murió dejando su reino a Ramsés I y así comenzó la XIX Dinastía.
Durante esta próspera época en la historia de Egipto, conocida como la era dorada, todos los soberanos trataron de mantener la posición del Estado dentro y fuera de sus fronteras, que había sufrido cambios importantes durante los años anteriores. Uno de los más devastadores ocurrió durante la XVII Dinastía. El lazo de unión más poderoso de Egipto, la religión, sufrió importantes cambios: el faraón Ajnatón intentó imponer un sistema basado en la creencia de un solo dios en lugar de los numerosos dioses egipcios, que fueron reemplazados por Atón, el Sol. Fue un cambio muy drástico para los egipcios, que echaban de menos sus sistemas de creencias, pero poco podían hacer contra el poder supremo del faraón. A su muerte, los monarcas que lo sucedieron, incluido Tutankhamón, pasaron mucho tiempo intentando reparar el mal causado por Ajnatón.
En 1306, Ramsés I, al igual que los faraones anteriores a él, intentó ganarse la lealtad de sus súbditos con la reinstalación de las antiguas creencias en las que muchos dioses presidían el país. Mientras tanto, su hijo Seti recibía formación militar con el fin de recuperar el terreno perdido. El imperio de Egipto estaba siendo reconstruido y tanto Seti I como su hijo Ramsés II fueron fundamentales en ese resurgimiento del país.
En 1305, después de la muerte de su padre, Ramsés I, Seti I pasó a ocupar el trono. En aquel momento, Ramsés II sólo tenía nueve años pero, como heredero, ya era educado para su futuro puesto. Aprendió a leer, escribir, religión y formación militar. Al cumplir diez años, su padre lo nombró general del ejército. Pero no era más que un título, ya que, como futuro rey, su seguridad era fundamental y cualquier acción que la pusiera en peligro, como una campaña militar, estaba descartada. Alrededor de los 14 años, cuando su padre ya llevaba siete años en el poder y siguiendo el ejemplo de los dos reinados anteriores, Ramsés fue nombrado corregente, el puesto más importante en el Antiguo Egipto, pues suponía compartir el trono con el faraón titular. Las inscripciones de esa época lo describen como un «astuto joven dirigente». Las intenciones de Seti estaban dirigidas a asegurar desde muy pronto la autoridad de Ramsés en la mente del pueblo egipcio. Seti anunció en vida a sus súbditos su intención de designarlo heredero y, vinculándolo al poder en calidad de corregente, zanjó cualquier duda de quién sería el siguiente rey.
Al joven príncipe le fue otorgado un palacio real y un importante harén: tener muchas mujeres era necesario para poder asegurar el futuro de la XIX Dinastía. Como heredero, concebir el mayor número de descendientes era una de sus obligaciones. Y parece ser que se tomó muy en serio esta obligación. A lo largo de su vida tuvo, al menos, media docena de esposas principales y varias mujeres de menor rango, además de numerosas concubinas. Durante la década que duró el reinado de su padre, Ramsés ya era padre de más de diez hijos y muchas hijas. La descendencia estaba asegurada y, con ella, la continuidad de la XIX Dinastía.
Además de ser un padre joven, tenía otras muchas responsabilidades. Desde que fue asociado al poder por su padre, lo acompañó en sus empresas militares. A los 15 años luchó a su lado en Libia. Un año después, junto a la frontera de Siria. Con 22 años ya dirigía la guerra sin la ayuda de Seti. Sin embargo, las campañas militares sólo le ocupaban dos o tres meses al año. Durante los meses restantes, se encargaba de supervisar la explotación de canteras para la construcción de los enormes monumentos que se han convertido en sinónimo de la antigua civilización egipcia. Durante esos años, por ejemplo, supervisó lugares como Aswan, y allí posiblemente nació su enorme interés por la construcción. «Era ambicioso, y sus edificios son los más grandes que existen entre la Gran Pirámide y la llegada de los romanos. Estaba empeñado en construir lo que nadie antes había edificado», explica Kenneth A. Kitchen, arqueólogo y profesor de la Universidad de Liverpool. Después de todo, tanto la construcción como la estrategia militar y engendrar hijos formaban parte de las tareas de un faraón, y Ramsés II fue excelente en estas tres ocupaciones.
EL FARAÓN OMNIPOTENTE
Ramsés II estaba muy bien preparado cuando ascendió al trono tras la muerte de su padre, en 1290. Se desconoce la edad exacta que tenía en el momento de ser coronado tercer faraón de la XIX Dinastía, pero algunos estudiosos creen que acababa de cumplir 20 años. Se había formado durante una década y cuando, finalmente, llegó al poder una de sus primeras labores fue levantar monumentales construcciones para proyectar su omnipotente imagen, algo a lo que estaban obligados todos los faraones. «Quiso dejar su huella en todos los lugares importantes. Como sus monumentos fueron tan grandes y él fue uno de los últimos faraones, sus obras han sobrevivido mejor que las construcciones de reyes anteriores», indica la conservadora de Arte Egipcio del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Catherine H. Roehring. «Fue muy longevo y, por lo tanto, tuvo mucho tiempo para construir estatuas de sí mismo y, además, más grandes y mejores que las de otros reyes», explica la egiptóloga y escritora Barbara G. Mertz. Así, el nombre de ningún otro faraón se halla tan a menudo en monumentos antiguos como el de Ramsés II.
El objetivo de tanto monumento y esplendor era despertar en el pueblo —que tenía escasas posibilidades de ver al faraón— admiración y, al mismo tiempo, temor. «Sólo a través de las estatuas podían ver su magnificencia, su poder y su grandeza», explica Rita Freed, conservadora de Arte Egipcio, Nubio y de Oriente Próximo del Museo de Artes de Boston. «La mayor parte del arte y la literatura egipcios —añade— es propaganda y, por lo tanto, tenemos sólo una visión unilateral de las cosas: la imagen de héroe, gran militar y buen padre que quería dejar Ramsés II». Así, esa especie de obsesión por construir templos enormes y espectaculares era la forma de dejar perpetuado que se trataba de un poderoso rey y tan grande como cualquier faraón anterior.
Muchas de las mayores construcciones arquitectónicas egipcias fueron levantadas durante el Imperio Nuevo. Majestuosos templos que se alinean en el paisaje y que se han convertido en símbolos de la antigua civilización. Y los más impresionantes se construyeron durante el reinado de Ramsés II. Su extenso programa constructivo era símbolo evidente de poder en esa época. Así, no sólo se dedicó a llenar las riberas del Nilo de hermosas y enormes construcciones, sino que también usurpó la autoría de muchas de ellas a sus predecesores, incluido su padre, y superó con creces en labor constructora a otros faraones. Trasladó la capital a Pi-Ramsés, en el delta del Nilo, que ya había sido capital durante la XV Dinastía, así como durante la dominación de los hicsos, que la llamaron Avaris. Destruida en las guerras contra los hicsos, Ramsés II la reconstruyó, empleando para ello el trabajo esclavo de los israelitas como veremos más adelante; en la Biblia se la denomina simplemente Ramsés o Rameses. También amplió el templo de Abidos, hizo importantes reformas en el templo de Amenofis III, erigió el enorme complejo funerario del Ramesseum en Tebas, o los templos en Nubia, entre los cuales el más famoso es el de Abu Simbel, el templo tallado en roca más grande jamás construido. En él hay cuatro estatuas de Ramsés sentado de más de veinte metros de altura. Era la manera de establecer su posición: el tamaño indicaba importancia en el arte de Egipto. El templo está dedicado a los dioses Amón y Ra, pero incluso el propio Ramsés aparece como divinidad.
Hay que recordar que en el Antiguo Egipto el rey era considerado un ser divino. Su labor era interceder e intermediar entre los dioses y el pueblo. Y la más importante responsabilidad del faraón, como dios viviente, era mantener el orden en la civilización. Ramsés se tomó el papel de deidad muy en serio. Aunque no fue el primer faraón en hacerse adorar como un dios, sí lo fue en hacerlo tan obviamente y en dedicarse templos y estatuas de forma sistemática. Además, fue de los pocos faraones —junto a Hatshepsut o Amenhotep III— que realmente creían, o pretendían creer, que habían sido engendrados por el todopoderoso dios Amón-Ra.
En Abu Simbel, detrás de las cuatro estatuas sentadas, se levanta la entrada a un templo que se interna unos sesenta metros en la montaña. En él se observan ocho figuras de Ramsés con la imagen del dios de los muertos, Osiris, que vigila el pasillo que termina en una cámara sagrada. Dentro de ésta, se erigen estatuas de los grandes dioses de Egipto y Ramsés aparece sentado entre ellos. Es más, según indica la conservadora Rita Freed, «aparece Ramsés el rey adorando a Ramsés el dios, creando una imagen muy interesante ya que él mismo se dignifica como dios. Ningún otro rey lo había hecho antes de forma tan descarada».
Por todo, en Egipto todavía hoy se pueden encontrar incontables estatuas de Ramsés II. Eran símbolos de un rey que en realidad era visto por muy pocos, pero era idolatrado por todos. Aunque algunos eruditos consideran a Ramsés II como el faraón de la opresión y no sólo por su notable actividad de construcción en todo Egipto llevada a cabo por enormes cantidades de esclavos. Edward F. Wente, egiptólogo y profesor en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, puntualiza: «Es un error ver al faraón como un tirano que se imponía a su pueblo. Simboliza mucho más las aspiraciones del pueblo de alcanzar el cielo y representa al pueblo ante los dioses. Si Egipto servía a los dioses, los dioses servirían al pueblo y lo bendecían y le traerían prosperidad».
EL VALIENTE GUERRERO
En los primeros años de su reinado, los esfuerzos de Ramsés estuvieron encaminados a mantener la paz interior alcanzada por sus predecesores. Durante los tres primeros años, Ramsés II vivió una vida tranquila. Centró su atención en construir enormes monumentos y tallando y retallando jeroglíficos y relieves por todo el país. No emprendió su primera campaña militar como faraón hasta el quinto año de su reinado. En 1286 empezó una expedición con la intención de controlar la totalidad de la costa oriental del Mediterráneo y recuperar las fronteras del imperio de la época de los Tutmosis. Sus esfuerzos resultaron un éxito, y él y sus tropas regresaron victoriosos tras haber reconquistado a los hititas una franja costera desde lo que hoy llamamos Suez hasta lo que sería el norte del Líbano.
Los hititas, al igual que los egipcios, tenían técnicas militares muy avanzadas y temidas por sus enemigos. La invasión de sus tierras por Ramsés causó gran tensión entre ambos países. Al año siguiente, las dos potencias se prepararon para combatir, un enfrentamiento conocido por la batalla de Kadesh. Kadesh era una ciudad fortificada hitita que cerraba el paso por el valle del río Orontes (hoy Nahr-el-Asi), situada al norte de la actual Damasco, a la altura de la ciudad libanesa de Trípoli. Se convertiría en la frontera de los imperios egipcio e hitita, el freno de los intentos egipcios de reconquistar lo que había sido el imperio de Tutmosis I, al inicio del siglo XV a. C., que llegó hasta el Éufrates. Ni Seti ni Ramsés II lograrían pasar más allá de Kadesh. Allí fue donde por fin se encontraron los ejércitos egipcios con la coalición sirio-hitita del rey Muwatallis y uno de los momentos más celebrados del reinado de Ramsés II y del que existe más información. Sin embargo, si se analizan los diferentes documentos de la época, el desenlace de la batalla es incierto: lo que ocurrió fue registrado por ambos lados y las versiones difieren notablemente. Los expertos sostienen que, posiblemente, la verdad está a medio camino entre lo que resaltaron los egipcios y lo que destacaron los hititas.
Según se cuenta, Ramsés separó a su ejército de veinte mil hombres en cuatro unidades. La fuerza de avanzada capturó lo que creyeron espías hititas. Sin embargo, estos supuestos espías en realidad fueron colocados ahí por los hititas para tender una trampa a los egipcios haciéndoles creer que sus enemigos se encontraban a más de 150 kilómetros. Ramsés, sin sospechar el engaño, continuó guiando a su primera unidad hacia el norte, a una zona cercana a Qadesh. Cruzando el arroyo de al-Mukadiyeh, acampó sobre la orilla septentrional. Mientras estaban estableciendo el campamento, los egipcios recibieron noticias aterradoras: los hititas, en realidad, estaban a menos de tres kilómetros. Ramsés estaba enfurecido por haber caído en una emboscada. El resto de su ejército estaba a mucha distancia cuando fueron atacados por los hititas. Al final, los refuerzos llegaron justo a tiempo para salvar a su jefe.
El resto de la historia es muy contradictoria. Tras tres mil quinientos años es muy difícil estar seguros de los acontecimientos que se desencadenaron después de que aparecieron los refuerzos militares de Ramsés. En los documentos de ambos lados, las versiones cambian. «Al leer la descripción de los hechos según Ramsés, se puede pensar que fue una de las estrategias militares más brillantes de la historia, ya que adivinó lo que ocurriría y ordenó a su tropa que se ocultara y aparecieran en el momento preciso», explica la egiptóloga Barbara G. Mertz. Sin embargo, los historiadores aseguran que Ramsés desconocía la estrategia de los hititas y que fue su valentía y la ayuda de sus ejércitos los que hicieron que ganara la batalla. «No logró echar a los hititas. Se puede decir que fue un empate para los dos países», cuenta Kenneth A. Kitchen, profesor de arqueología en la Universidad de Liverpool.
El hecho de que la proclamación como vencedor de Ramsés fuese verdad o no es menos importante que la forma en que él se presenta a sí mismo ante los dioses. Su hazaña se cantó en una de las muestras más brillantes de la poesía épica egipcia: el Poema de Kadesh, profusamente grabado en los templos de Luxor, Karnak y Abidos y donde él siempre aparece como héroe. Las numerosas descripciones de la batalla, donde se autoproclama vencedor —que tuvo que luchar prácticamente solo contra los enemigos guiado por el dios Amón—, están realizadas con intención de transmitir a los dioses que él merecía su poderosa posición como rey de un imperio, aunque al final fuera incapaz de derrotar a los hititas.
«Después de quince o veinte años de guerra, Ramsés se dio cuenta de que no conseguiría ganar y decidió firmar la paz. De esta manera se inaugura un período de prosperidad económica y cultural, una época dorada que duró varias generaciones», señala el profesor Kitchen. Logró firmar con el rey hitita Hattusil un tratado de paz, que algunos historiadores consideran el primero del que se tiene noticia histórica aunque otros señalan que hay precedentes en las relaciones egipcio-hititas. Esta declaración de paz se selló con un matrimonio. Ramsés tomó como esposa a una princesa hitita para demostrar sus buenas intenciones; sin embargo, su nueva esposa no fue más que una de tantas mujeres de su vasto harén. Asegurada la paz, desde ese momento Ramsés se dedicó al mantenimiento de su imperio que iba desde Sudán en el sur hasta el Mediterráneo al norte; desde Libia en el oeste hasta el Orontes al este.
PERPETUANDO LA DINASTÍA
Es imposible viajar por Egipto sin ser testigo de las numerosas obras construidas por Ramsés y comprobar su poder. Las inscripciones y relieves describen su determinación por mantener su civilización y en las paredes de muchos templos muestra lo orgulloso que estaba de sus numerosos hijos. Tenía una familia enorme y contaba siempre a la vez con dos reinas principales. «Hay más nombres de reinas registradas junto a Ramsés de los que hay junto a cualquier otro monarca egipcio», indica la egiptóloga Barbara G. Mertz.
De entre su más de media docena de esposas principales, una destaca sobre el resto: Nefertari. De acuerdo con varios documentos antiguos, Nefertari fue la mujer más querida por Ramsés. El faraón la honraba haciendo que su presencia fuera conocida en todo el imperio. En Abu Simbel, junto al enorme templo, hay otro más pequeño dedicado a la diosa egipcia Hathor y a su querida esposa donde se hallaron dos figuras talladas idealizadas que representan a Nefertari y, a su lado, otras cuatro estatuas de su devoto marido. Nefertari dio a Ramsés numerosos hijos, pero como ella, ninguno le sobrevivió.
Ramsés lloró durante años la muerte de su querida esposa y muestras de su devoción están reflejadas en el lugar destinado para su entierro, en El Valle de las Reinas. A 12 metros debajo de la superficie de la tierra se encuentra su tumba de 1740 metros cuadrados maravillosamente decorados. La tumba de Nefertari, en opinión de numerosos expertos, es la tumba más hermosa de cuantas se conocen. La momia desapareció hace mucho tiempo, pero gracias a los esfuerzos de conservación de la Organización de Antigüedades Egipcias y del Instituto Getty de Conservación de Los Ángeles, muchos de los relieves han sido restaurados y reparados. Siguiendo las creencias de la religión egipcia, las diferentes escenas que Ramsés hizo pintar en las paredes son escenas que aseguraban a Nefertari su paso al otro mundo sin encontrar ningún obstáculo. La riqueza del lugar se interpreta como prueba del amor de Ramsés II, el cual quería que Nefertari hiciera su viaje más allá de forma segura y con la esperanza de reencontrarse algún día. El faraón la sobrevivió más de cuarenta años.
A pesar de la tristeza por la pérdida de Nefertari, Ramsés II, como soberano de un imperio, debía seguir procreando para asegurar la continuidad de uno de sus hijos después de su muerte. La sucesión era fundamental. Antes de que llegara al trono su abuelo hubo un período de gran confusión en relación con la sucesión real. «Uno de los motivos por los que se nombra rey a Ramsés I fue porque tenía un hijo y un nieto que aseguraban la sucesión», asegura la conservadora Rita Freed. En la antigüedad, el elevado índice de mortalidad requería tener grandes familias porque una elevada proporción de los hijos morían. El faraón podía permitirse cuidar, educar y alimentar a una gran prole, que después formaría parte de la élite de la administración real y del ejército.
Tras la muerte temprana de su favorita Nefertari, Ramsés tuvo otras esposas, como Isetnefret, que le dio cuatro hijos —entre ellos Merenpta, el sucesor—, la princesa hitita Matnefrure, su propia hermana (o hija) Henutmira, la dama Nebettauy, así como dos de sus más bellas hijas, una de Nefertari (Meritamón) y otra de Isetnefret (Bint-Anat). Su existencia fue tan larga que sobrevivió a la mayoría de las reinas principales, esposas secundarias y concubinas y de sus descendientes, entre ellos a su hijo favorito Khaemuaset, reputado mago y gran sacerdote de Ptah, hijo de Nefertari.
Se cree que Ramsés II fue padre de más de noventa hijos y, a diferencia de otros faraones, los exhibía con orgullo en muchos monumentos. Al tallarlos en piedra no dejaba dudas en la mente de sus súbditos que la Dinastía XIX iba a continuar mucho después de que él hubiera desaparecido. En el Ramasseum, su templo funerario, muchos de sus descendientes aparecen de forma destacada. «Al mayor de sus hijos le fue otorgado el título de Hijo Mayor del Rey, y como tal ayudó a su padre en las funciones de faraón y en la administración real», explica Kenneth A. Kitchen. Y es que a medida que el faraón envejecía, es posible que necesitara ayuda de sus hijos para la toma de decisiones.
EL ÉXODO DE LOS JUDÍOS
En los casi sesenta y siete años que reinó Ramsés, China ya había desarrollado su primer diccionario que incluía cuarenta mil caracteres. Siria y Palestina habían comenzado la Edad del Hierro. Los griegos invadían Troya. También es el período de la historia que se suele relacionar con el Éxodo de la Biblia, del que, según muchos expertos, Ramsés II fue responsable. El nombre de Ramsés aparece en la Biblia en varias ocasiones, aunque no para designar al contrincante de Moisés, al que siempre se refiere como Faraón, sino para nombrar lugares geográficos. La primera es el distrito «de lo mejor del país», en el delta del Nilo, donde José instaló a sus hermanos, según nos cuenta el Libro del Génesis (47, 11). En el Éxodo (1, 11) se vuelve a citar ese nombre, junto al de Pitom, como las dos «ciudades-tesoro», es decir, que servían de almacenes para las campañas militares, en cuyas obras se obligó a trabajar a los esclavizados israelitas. También aparecen en el libro de los Números (33, 3 y 33, 5), cuando se enumeran las etapas del éxodo israelita. «Debieron de escapar, pero se dice que Ramsés los echó de Egipto», explica Kenneth A. Kitchen.
EL DESCUBRIMIENTO DE SU TUMBA
En 1881 se encontró un escondite de momias reales, y la de Ramsés II era una de ellas. La momia descubierta era la de un hombre viejo, de cara alargada y nariz prominente, y actualmente se puede ver, protegida por una urna de cristal presurizado, en el Museo de El Cairo. Fue encontrada en el Valle de los Reyes, en la tumba KV7, en la mitad norte de la necrópolis, muy próxima a los descansos eternos de sus hijos y nietos, en KV5 y KV8. Se cree que, al final de la XXI Dinastía, el cuerpo de Ramsés II fue trasladado por los sacerdotes a un lugar más seguro, destino que sufrieron prácticamente todos los faraones enterrados en el Valle de los Reyes. En aquellos años, las momias eran reunidas en un mismo sitio con la intención de evitar los saqueos. Estos cambios de localización en relación con el lugar original en que fueron enterrados los faraones han sido motivo de numerosas especulaciones. Algunos egiptólogos sugieren que es imposible tener certeza sobre la verdadera identidad de las momias. Otros expertos indican que hay pruebas suficientes para asegurar que esos cuerpos pertenecían a monarcas poderosos del Antiguo Egipto. Si se tienen en cuenta las peculiaridades de Ramsés II, hay pocas dudas sobre la autenticidad de su momia. Así, se sabe que Ramsés tuvo un reinado muy largo y hay muy pocas momias que muestren el cuerpo de un hombre mayor, según razona la egiptóloga Rita Freed. «Murió posiblemente con más de 90 años. Al estudiar su momia vemos que tenía artritis, que cojeó durante sus últimos años y que tenía una infección en la mandíbula, que posiblemente le causó la muerte», señala Bob Brier, egiptólogo de la Universidad de Long Island.
La muerte de Ramsés marcó el final de una era. El poderoso imperio que había mantenido durante décadas se vio gravemente conmocionado. Su hijo decimotercero, Meremptah o Merneptah o Meneptah, que de las tres formas se transcribe, heredó el trono. Los expertos sostienen que posiblemente tenía 50 o 60 años cuando comenzó a reinar, pero no llegó a estar a la altura del poderoso legado de su padre. No gobernó durante mucho tiempo y cuando murió, su hijo, que por derecho debía gobernar, tuvo que disputarse la sucesión con varios hijos aún vivos de Ramsés II. Los historiadores creen que otro de los hijos de Ramsés consiguió continuar la línea sucesoria tras la muerte de Meremptah. Los numerosos conflictos que surgieron tras su muerte quizá no habrían ocurrido si no hubiera sobrevivido a tantos hijos: dicen que Ramsés llegó a enterrar, al menos, a doce de sus propios hijos antes de su muerte.
Hoy en día, al contemplar el cuerpo de Ramsés II, el cadáver no muestra al grandioso monarca que hizo erigir templos que deberían durar miles de años ni al faraón que derrotó a los hititas. La momia muestra a un anciano nonagenario, que sufría artritis, tenía la espalda curvada, las encías infectadas y los dientes desgastados. Fue encontrada en la tumba número 7 —o KV-7— de el Valle de Los Reyes y, lamentablemente, parte de su interior estaba destruida por numerosas inundaciones. En ella todavía trabaja un equipo de arqueólogos franceses que siguen buscando información sobre la vida de este monarca. Al mismo tiempo, otro grupo de arqueólogos se centran en la tumba KV-5, otro hallazgo relacionado directamente con Ramsés II.
El descubrimiento de la tumba KV-5 data originalmente de 1825, cuando el explorador británico James Burton excavó un túnel hacia las primeras cámaras. La KV-5 estaba llena de escombros y muy dañada también por las inundaciones. Burton cavó hacia lo alto de la tumba y esbozó la parte superior de lo que parecían varias cámaras. Unos setenta y cinco años después, Howard Carter —responsable del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón—, creyó que era un lugar insignificante y descartó nuevas excavaciones. Utilizó KV-5 para guardar los restos de otras excavaciones.
La KV-5 fue básicamente olvidada otros ochenta y cinco años, hasta que en 1987 un equipo de arqueólogos, que trabajaba en un proyecto de mapas, empezó a remover los escombros dejados por Carter y que alcanzaban tres metros de piedras. En 1988, los arqueólogos usaron el espacio donde Burton se arrastraba para entrar al interior de la KV-5. Durante los siguientes seis años, los arqueólogos se centraron en despejar los escombros de dos cámaras. Descubrieron que las tumbas estaban decoradas con importantes escenas históricas que mostraban a Ramsés II presentando a varios hijos fallecidos a diferentes dioses egipcios. «A medida que fuimos despejando el suelo de las cámaras, encontramos miles de piezas de barro, cientos de joyas y restos momificados que demostraban que las tumbas habían sido utilizadas para los hijos de Ramsés II. Después, descubrimos más y más nombres de sus hijos. Claramente, la tumba tenía mucha más importancia de la que James Burton o Howard Carter pensaban», explica el egiptólogo Kent Weeks, de la Universidad Americana en El Cairo.
En el invierno de 1994, los arqueólogos emprendieron una excavación a gran escala y hallaron una tercera cámara, con dieciséis columnas; además, una puerta al fondo indicaba que todavía había más. El 2 de febrero de 1995 descubrieron que la KV-5 era enorme y con un pasillo de más de treinta metros. «Es la tumba más grande del Valle de los Reyes y, posiblemente, la mayor de Egipto. Además, tiene un diseño único y se puede considerar como el primer ejemplo de un mausoleo familiar egipcio», indica Kent Weeks. Los arqueólogos afirman que al menos cuatro de los hijos de Ramsés están enterrados allí. Incluso, se habla que podrían encontrarse hasta cuarenta y ocho descendientes.
Lo cierto es que pasarán varios años antes de que a través de la KV-5 se puedan desvelar todos los secretos de Ramsés II y de su familia, de momento a salvo y escondidos en las paredes de estas tumbas. Mientras, su vida seguirá despertando la imaginación de muchos escritores, y su reinado y sus hazañas nos seguirán llenando de admiración.