11. EL MISTERIO DEL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS

Durante siglos, las leyendas sobre extrañas desapariciones de naves se han centrado en un área que va desde el sudeste de Miami hasta Puerto Rico, sube en dirección nordeste hasta las islas Bermudas y regresa a Miami, abarcando cerca de un millón de kilómetros cuadrados. Esta zona, conocida como el Triángulo de las Bermudas desde que, en 1964, el periodista Vincent Gaddis tituló así su artículo para la revista Argosy, ha estado asociada a desapariciones de aviones y barcos sin dejar rastro y sin explicación ni motivo alguno, lo que ha inspirado una de las más ricas fantasías y el mayor número de extrañas historias marítimas y aéreas de todo el mundo. Ya Colón, cuando la atravesó en sus viajes, recogió en su libro de navegación problemas en las brújulas y extrañas luces en el cielo y, más tarde en los siglos XVI y XVII, los exploradores europeos informaban de inexplicables hundimientos y de avistamientos de barcos que flotaban a la deriva intactos y sin tripulación, este último, un motivo recurrente en las leyendas de navegantes y viajeros. Las explicaciones, más o menos exóticas y pintorescas, de tales fenómenos se han mezclado con teorías científicas que acaban con toda fantasía mitológica o paranormal. Y, sin embargo, la gente sigue creyendo que fuerzas extrañas y desconcertantes actúan sobre la zona…

EL VUELO 19, EL CASO MÁS CONOCIDO

El 5 de diciembre de 1945, la tripulación del vuelo 19 se preparaba para salir. Se trataba de un vuelo de instrucción rutinario que consistía en recorrer unos noventa kilómetros hacia las Bahamas y realizar un ejercicio de bombardeo de baja intensidad sobre un barco hundido. Al mando de la escuadrilla se encontraba el teniente Charles Taylor, instructor de vuelo y experimentado piloto con más de dos mil quinientas horas de vuelo, al que acompañaban cuatro oficiales más que pilotaban cada uno de los bombarderos Avenger. La tripulación de los aviones se completaba, además, con otras dos personas: un operador de metralleta y un artillero, excepto en uno de los aparatos, donde el artillero Allen Cosner solicitó ser relevado del servicio, petición que después algunos dijeron que fue provocada porque había tenido un presentimiento. El pronóstico meteorológico oficial de la base aérea de Fort Lauderdale, en Florida, no era excesivamente alarmante; indicaba que el viento soplaba hacia el este a una velocidad de unos cincuenta y cinco kilómetros por hora y se estaban formando nubes a distintas alturas.

A las dos horas de haber iniciado la misión, comenzaron los problemas y la climatología cambió radicalmente. La brújula del teniente Taylor dejó de funcionar y, a pesar de que éste se puso en contacto inmediatamente con el resto de la escuadrilla y compararon sus lecturas del instrumental, no lograron ponerse de acuerdo sobre el punto cardinal hacia el que se dirigía. El teniente Robert Cox volaba también por la zona y escuchó casualmente las llamadas del teniente Taylor. Intentó orientar al instructor de vuelo hacia el norte, mientras él se dirigía al sur para encontrarse con la escuadrilla. Sin embargo, mientras sobrevolaba el sur de la península y los cayos de Florida en condiciones de visibilidad máxima, Cox no descubrió ninguna pista que lo llevase a los cinco bombarderos Avenger y la señal radiofónica del vuelo 19 se debilitaba cada vez más.

Una unidad de rescate de la Marina también captó una transmisión de radio entre los pilotos del vuelo 19. Descubrieron que al menos uno de ellos creía que estaban volando en la dirección equivocada. Todos los operadores radiofónicos de la costa de Florida se esforzaban por establecer contacto con los pilotos en todas las frecuencias, pero lo único que podían hacer era escuchar cómo los cinco pilotos se enfrentaban a la tragedia que se avecinaba. La última orden que recibieron del teniente Taylor fue anunciar a sus subordinados que cuando alguno de ellos llegara a los últimos 40 litros de combustible, aterrizarían todos sobre el agua… Las posibilidades de ser rescatados en medio del Atlántico eran mayores si permanecían juntos. A las 7.04 de la tarde se recibió la última señal desde el vuelo 19. No volvió a oírse nada más desde aquel momento.

En pocos minutos, la Marina estadounidense dispuso un avión de salvamento Martin Mariner con una tripulación de trece personas para buscar los cinco aviones perdidos. Pero la comunicación con el Mariner también se cortó. Desde el petrolero S. S. Gaines Mill, que navegaba al lago de Cabo Cañaveral, se pudo observar una gigantesca bola de fuego cayendo lentamente sobre el océano. Sin embargo, cuando la embarcación llegó al lugar del accidente sólo quedaban manchas de aceite sobre la superficie del mar. Tras esta segunda desaparición, se desplegaron más unidades de rescate para peinar exhaustivamente distintos sectores marítimos en busca de cualquier resto que pudiera pertenecer a los aparatos desaparecidos. No tuvieron éxito. En una sola noche se esfumaron seis aviones y veintisiete personas sin dejar ningún rastro. Varias décadas después continúan sin ser localizados.

La búsqueda de los aviones se prolongó cinco días más, hasta finalizar el 10 de diciembre de 1945. Entonces una comisión de investigación comenzó a recopilar grabaciones, transcripciones, cartas de vuelo, datos meteorológicos y testimonios personales para intentar averiguar qué funcionó mal. El 24 de enero hicieron públicas sus conclusiones. La causa principal de la desaparición del vuelo 19 fue «la desorientación y confusión del jefe del vuelo, Charles Taylor».

Con el paso del tiempo, el expediente del vuelo 19 ha sido revisado en varias ocasiones por otros militares, investigadores o escritores especializados en enigmas paranormales, haciendo crecer una leyenda sin la cual hoy, probablemente, no hablaríamos del misterio del Triángulo de las Bermudas. Por su magnitud dramática y las extrañas circunstancias en que se desarrolló, el incidente del vuelo 19 se convirtió en el más célebre, aunque no fue ni mucho menos la primera desaparición misteriosa en la zona.

EL ORIGEN DEL TOPÓNIMO Y DEL NEGOCIO

Durante el siglo XIX hubo, al menos, tres avistamientos de barcos fantasmas: cargueros y buques mercantes que fueron vistos surcando las olas pero sin ningún tripulante a bordo. A lo largo del siglo XX hasta hoy se han esfumado aviones comerciales, militares y privados. Se habla de incontables naufragios y siniestros aéreos… El historiador y escritor Gian Quasar, una de las máximas autoridades en el Triángulo de las Bermudas, asegura en su libro Los misterios del Triángulo de las Bermudas que «aunque se suele decir que las desapariciones están en torno a veinte aviones y cincuenta buques a lo largo de toda la historia, actualmente la cifra podría elevarse a doscientas aeronaves y hasta dos mil barcos».

El Triángulo de las Bermudas no es un topónimo reconocido en la geografía oficial, pero desde hace siglos los navegantes le han dado diferentes nombres. Siglos atrás se conocía como el Mar de los Sargazos, el Cementerio del Atlántico, el Triángulo de la Muerte o el Mar de la Perdición o del Diablo… Fue a raíz de la desaparición del vuelo 19 cuando periodistas y escritores comenzaron a relacionar estas leyendas antiguas con la reciente tragedia.

En 1950, la agencia Associated Press publicó un reportaje que recopilaba gran parte de los accidentes inexplicados de la zona. A éste le siguieron otros trabajos periodísticos similares. En 1952, George X. Sands escribió un artículo titulado «El triángulo de agua», para la revista Fate, y durante la década de los cincuenta la zona se conoció también como el Triángulo Mortal[3], ya que hasta 1964 no recibiría el nombre por la que conocemos hoy esta porción del Atlántico. El periodista Vincent Gaddis acuñó el término «Triángulo de las Bermudas» en la revista Argosy y la leyenda comenzó a extenderse.

En esos días, los medios de comunicación cubrían historias de barcos y aviones perdidos, pero eran pocos los que iban más allá buscando alguna explicación a estas misteriosas desapariciones. Hasta que Charles Berlitz escribió El Triángulo de las Bermudas (1974), un auténtico éxito que llegó a vender cinco millones de ejemplares. En sus páginas sugería que estos misteriosos accidentes podían ser causados por extraterrestres, por la influencia de extrañas anomalías energéticas, incluso por el desaparecido continente de la Atlántida.

En la misma época, el director de cine Richard Winner produjo un documental en el que hablaba del Triángulo Diabólico, ya que el nombre Triángulo de las Bermudas, en su opinión «recordaba más a una luna de miel en compañía de una suegra o un ex novio». Winner cuestionaba también la forma geométrica del área, que para él es en realidad un trapecio y no un triángulo. En su filme recogía testimonios de testigos que hablaban de extrañas alteraciones y tragedias inexplicables, e inmediatamente se convirtió en una película de culto. El Triángulo de las Bermudas y su historia centenaria ya se habían hecho un hueco en la cultura popular.

PRIMEROS TESTIMONIOS DE SUCESOS INEXPLICABLES

Los primeros navegantes que cruzaron el Atlántico en el siglo XV temían atravesar una región llamada el Mar de los Sargazos, donde la conjunción de la inmensa profundidad marina, la falta de viento y las corrientes circulares inmovilizaban las naves y propiciaban el crecimiento de unas algas que los marineros a veces tomaban por serpientes marinas. El escritor Gian Quasar afirma que el mismo Cristóbal Colón notó algunos fenómenos extraños, y dejó recogido en su cuaderno de bitácora que en tres ocasiones su brújula señalaba inexplicablemente una dirección equivocada; que, a veces, el mar se levantaba sin que hubiera viento, y que poco antes de llegar al Nuevo Mundo observó una luz levitando en el horizonte que muchos historiadores han interpretado como un meteorito. Si pensamos que Colón era un marino experto, el hecho de que dejara constancia de estos acontecimientos habla por sí mismo de lo inusuales que pudieron parecerle.

Claro que no todo el mundo considera a Cristóbal Colón un genio de la navegación. En 1975, Larry Kusche, bibliotecario de la Universidad del Estado de Arizona, piloto comercial e instructor de vuelo, decidió investigar sesenta de los casos más significativos ocurridos en esta enigmática zona y el resultado fue su libro El misterio del Triángulo de las Bermudas solucionado. Según sus conclusiones, Colón y sus hombres sentían un miedo razonable ya que estaban convencidos de que la Tierra era plana y podrían caer por uno de los bordes, y por otra parte, porque el instrumental de la época —brújula y astrolabio— era bastante impreciso en sus mediciones. Por lo tanto, no era de extrañar que reflejara en sus libros estos sucesos motivado por el temor. Sin embargo, la hipótesis de Kusche se basa en una premisa burdamente incorrecta. En la época de Colón estaba ya muy generalizada la idea de que la Tierra era redonda, y desde luego Colón estaba convencido de ello: era imprescindible la forma esférica de la Tierra para su proyecto de alcanzar la India navegando hacia el oeste.

Los marinos decimonónicos llamaban familiarmente esta región la Tumba del Atlántico y el Mar de la Perdición. Lo cierto es que los cayos de Florida son una especie de cementerio de naufragios, donde se encuentran restos de naves desde el siglo XVII hasta nuestros días. Uno de los primeros casos extraños documentado ocurrió durante la guerra de la Independencia de Estados Unidos. En 1780 desapareció el barco de guerra estadounidense General Gates, pero ninguna nave inglesa se atribuyó su hundimiento. Otro caso llamativo tuvo lugar en 1840. La nave francesa Rosalie fue hallada a la deriva con todo su cargamento intacto, pero nunca se encontró a la tripulación. Sin embargo, tras las investigaciones realizadas por Larry Kusche, se ha comprobado que el Rosalie no constaba registrado en ningún archivo de compañías aseguradoras de la época, por lo que muchos expertos, incluido él, dudan de que realmente existiera. Treinta y dos años después, el Mary Celeste fue hallado en condiciones parecidas. Todo estaba en orden dentro del barco, incluso la comida servida sobre la mesa, pero su tripulación de diez marineros había desaparecido dejando el café aún templado en sus tazas. En este caso, «tampoco podemos hablar estrictamente de un misterio bajo el influjo del Triángulo de las Bermudas —explica Larry Kusche— ya que ocurrió a casi cinco mil kilómetros al este de esa área». No obstante, incluso hasta hoy mismo, multitud de vuelos y naves han desaparecido sin dejar huella en esta zona. Y en los casos reales recogidos en archivos, ¿a qué pueden atribuirse estas enigmáticas desapariciones?

CASOS DOCUMENTADOS

Se ha tratado de encontrar explicaciones de todo tipo para este fenómeno: desde causas naturales y científicamente probadas —como huracanes, terremotos submarinos, naves obsoletas y fallos humanos— hasta otros motivos como serpientes marinas, fenómenos electromagnéticos, fuentes de energía provenientes de la Atlántida o alienígenas. Para la comunidad científica las desapariciones tienen explicación y no ocultan ningún misterio. Para otros, en cambio, hay fuerzas extrañas y desconocidas tras estos incidentes. No hay ningún gobierno, incluido el de Estados Unidos, que reconozca que existe algo fuera de lo normal en esta zona, y de hecho, la Comisión de Denominaciones Geográficas ni siquiera reconoce el nombre «Triángulo de las Bermudas».

La explicación más sencilla a estas desapariciones es que, en lo que concierne a los primeros siglos, la piratería es un factor que debe tenerse en cuenta. El Caribe ha sido uno de los campos de maniobras favoritos para los piratas más famosos de la historia, entre los que se cuentan Barbanegra, Cálico Jack —acompañado de dos mujeres piratas— o el César Negro. La zona era uno de los pasos directos en las rutas comerciales hacia Europa, y una vez en alta mar no había reglas. Alguna de estas naves misteriosamente desaparecidas pudieron haber topado con piratas que saquearan los barcos y vendieran a la tripulación como esclavos o, peor aún, los arrojaran por la borda. Ésta es la teoría que defienden muchos historiadores, como la profesora de la Universidad de Indiana Sarah Knott.

Otros casos de barcos abandonados a la deriva, en los siglos XVII y XVIII, se explican por la incidencia de enfermedades contagiosas transmitidas por los esclavos que transportaban. «Era bastante corriente que tanto la tripulación como los africanos contrajeran enfermedades como la oftalmia, que provoca la ceguera. Hay casos documentados de muertes masivas entre la tripulación y los esclavos que transportaban, e incluso de marinos completamente enloquecidos y aterrorizados que preferían saltar por la borda antes que perder la vista para el resto de sus días», señala la profesora Madeleine Burnside, directora de Mel Fisher Maritime Heritage Society, de Florida.

No obstante, ni la piratería ni las enfermedades pueden explicar la historia del Cyclops, un barco carbonero de la Marina estadounidense, que salió el 4 de marzo de 1918 de Barbados con destino a Norfolk, en el estado de Virginia, donde nunca llegó. Medía más de 150 metros de eslora y llevaba a bordo 309 hombres. Sorprendentemente, a pesar de ser uno de los primeros barcos equipados con radio, nunca llegó a hacer ninguna llamada de socorro. La Marina sospechó que podía tratarse del ataque de un submarino enemigo.

La existencia de un calamar o pulpo gigante es otra teoría fantástica que surgió años más tarde para explicar la desaparición del Cyclops y otros navíos en similares extrañas circunstancias. En 1896, unos muchachos encontraron en la playa de San Agustín un enorme esqueleto —de 200 pies (unos 60 metros) de largo, decían— e informaron del hallazgo a la Universidad de Yale. Los científicos de la época identificaron los restos como pertenecientes a un pulpo gigante.

Basándose en parte en este hallazgo, en 1918 la literatura y los periodistas hablaban de un cefalópodo gigante que salía de las aguas para engullir embarcaciones como si fueran insectos diminutos. El Literary Digest especuló con la posibilidad de que el Cyclops hubiera caído en los tentáculos de uno de estos animales. Al poco tiempo, se descubrió que el esqueleto del animal encontrado en la playa de San Agustín pertenecía a una ballena.

Por muy peregrino que pueda parecer, la especie de cefalópodo llamada pulpo gigante no es ningún mito, pero sólo se da en el nordeste del Pacífico. Hay otra especie, el architeuthis, del cual se descubrió un ejemplar en el año 2005 cerca de Tokio, que tiene también grandes proporciones —mide cerca de nueve metros de longitud— y además reacciona de forma extremadamente violenta al ser capturado. Estos animales pueden hundir una pequeña embarcación, como un bote de pescadores. Los pulpos más abundantes en las Bermudas son de pequeño tamaño y suelen vivir en las zonas rocosas de la costa, nunca en la zona del Triángulo, cuyo fondo es arenoso.

¿ATRAÍDOS POR LA ATLÁNTIDA?

Otra teoría aún más extraña que la de los monstruos marinos tiene que ver con la Atlántida, el mítico continente repleto de riquezas y adelantos que fue arrasado y hundido, según narra Platón, por una catástrofe de origen volcánico. El secreto de su existencia y su localización real ha inspirado tanto a historiadores como a charlatanes, entre los que destaca Edgar Cayce, el célebre vidente que en 1930 creyó haber resuelto el enigma de la Atlántida cuando el alma de un atlante entró en contacto con él mientras se encontraba en trance.

Cayce estaba convencido de que el continente perdido se hallaba bajo el mar, donde hoy está la isla de Bimini, y profetizó que en 1968 emergería desde el fondo del mar. Si fuera cierto que aquí existió una civilización avanzada, la tecnología que usaban también se habría hundido con ellos en las profundidades. Según Cayce y sus seguidores, los potentes cristales que los atlantes utilizaban para obtener energía permanecerían aún enterrados. Los seguidores de esta fabulosa teoría indican que posiblemente fueran fuentes de radiaciones naturales que pueden afectar de algún modo a los aparatos de radio y las brújulas próximas. Ésta podría ser la explicación de las anomalías en los campos magnéticos que se han registrado a veces en el Triángulo de las Bermudas, una posibilidad que no convence a todo el mundo.

Para probar la existencia de la Atlántida, los seguidores de Edgar Cayce señalan el Camino de Bimini, una formación rocosa regular que parece hecha por la mano del hombre. El geólogo Eugene Shinn, miembro de la U. S. Geological Survey (USGS), ha investigado durante más de treinta años esta zona. A mediados de la década de los setenta se entregó al estudio del Camino de Bimini. Tomó muestras de roca en varias partes de esta especie de calzada submarina y, en su laboratorio, las sometió a un análisis exhaustivo con el fin de determinar su origen, composición y antigüedad. No encontró nada que probara o siquiera indicase que aquello era una obra humana.

Claro que sin poder demostrar la existencia de la Atlántida, la hipótesis de los cristales que emanan energía y que interrumpen el rumbo de barcos y aviones en las Bermudas no dejan de ser una simple fantasía. «Lo único que tendrían en común la Atlántida y el Triángulo de las Bermudas es su condición de historias mitológicas», afirma el escritor experto en el continente perdido, Richard Ellis.

ESPECIAL METEOROLOGÍA EN LA ZONA

Hay algo más tangible que los continentes perdidos y con más posibilidades de causar accidentes, y son las especiales condiciones meteorológicas de la zona. Las inclemencias del tiempo, la niebla y los vientos aparecen con gran rapidez y muchos marineros no están preparados para ello. Si se analiza con detenimiento los informes de Fort Lauderdale en el caso del vuelo 19, indican que antes de que despegara el escuadrón predominaba un viento con dirección sudeste, el habitual en el sur de Florida y las Bahamas, pero que durante el vuelo las condiciones climáticas cambiaron bruscamente.

Está comprobado que las tormentas de la zona pueden provocar anomalías en las brújulas magnéticas, que dejan de funcionar correctamente, como le ocurrió al instructor de vuelo Charles Taylor aquella tarde del 5 de diciembre de 1945. En esta situación, para regresar a Florida los pilotos solían volar hacia el oeste siguiendo al sol, pero inexplicablemente, Taylor no lo hizo, a pesar de que, según se puede escuchar en las grabaciones conservadas, algunos de los pilotos que lo acompañaban, mucho menos experimentados que él, sí intentaron proponerle continuar hacia el oeste.

Las autoridades finalmente atribuyeron la tragedia del escuadrón a la desorientación y confusión de Taylor, pero unos meses después, el 23 de agosto de 1946, ante el descontento y las presiones de los familiares de los fallecidos, el fiscal militar de la Marina inició una revisión del caso que lo llevó a afirmar que el teniente Taylor había sido erróneamente culpado de aquel infortunado accidente y que los cinco aviones desaparecieron como resultado de causas desconocidas.

El investigador de accidentes aéreos Peter Leffe ha examinado toda la información disponible para reconstruir el vuelo 19 minuto a minuto. Sus pesquisas han descubierto que los problemas comenzaron antes incluso del despegue de los cinco aviones. El teniente Taylor, jefe de la misión, pidió ser relevado de sus obligaciones aquel día. De hecho, llegó tarde a la sala de reuniones y el vuelo despegó con retraso. No se sabe exactamente por qué no quiso volar, pero el motivo podría estar relacionado con que no se encontraba bien de salud o sufría algún trastorno relacionado con el estrés.

A pesar de su estado de salud, Taylor era un experto aviador, con unas dos mil quinientas horas de vuelo a sus espaldas, aunque no estaba especialmente familiarizado con la zona. El resto de los pilotos, por el contrario, contaban con mucha menos experiencia. El itinerario fijado consistía en volar hacia el este para realizar unas prácticas de bombardeo, después volar un número determinado de kilómetros en dirección nor-noroeste y girar después al sudoeste, lo que lo hubiera llevado de vuelta a Fort Lauderdale. La misión también incluía un ejercicio de navegación aérea en el que debían prescindir del radiocontrol de apoyo en tierra y basar sus cálculos en el tiempo, la velocidad y la distancia.

Un componente fundamental para la planificación de estos vuelos son las corrientes aéreas predominantes, que añaden velocidad a los aparatos si soplan a favor. Probablemente el vuelo 19, con viento del sudoeste a favor, se alejó más de lo que tenía planeado. Menos de dos horas después de salir de la base, Taylor comenzó a apreciar los primeros problemas. En la tercera etapa del vuelo, cuando debían girar al noroeste, posiblemente el teniente descubrió que se habían equivocado. A continuación, surgieron los problemas con la brújula y el instructor del vuelo debió entonces guiarse por el horizonte. Taylor veía tierra y quizá pensó que se encontraba sobre los cayos de Florida.

Las grabaciones de las conversaciones de Taylor desvelan que otro piloto, el teniente Cox, que sobrevolaba el continente lo oyó por casualidad. Taylor le dijo que creía estar sobre los cayos y tenía que encontrar el camino de vuelta a Fort Lauderdale. Mientras Cox volaba hacia el sur a su encuentro, la señal emitida por la radio de Taylor se hacía cada vez más débil. Este dato hace suponer, con bastante seguridad, que Taylor estaba adentrándose en el océano y distanciándose de su emisora base. Se alejaban cada vez más porque Taylor volaba sobre las Bahamas, islas que confundió con los cayos de Florida. Es más: nunca estuvo cerca de los cayos. De hecho, los operadores de radio de la costa, a partir de sus cálculos, señalaron la posición del vuelo 19 en pleno océano Atlántico. Las últimas transmisiones interceptadas, situaban al escuadrón a 230 kilómetros de la costa.

LA CONFUSIÓN DEL PILOTO

Las grabaciones de las transmisiones radiofónicas de los pilotos del vuelo 19 también descubren que las capacidades físicas de Taylor se fueron debilitando y su confusión mental fue aumentando por momentos, hasta el punto de confundir en varias ocasiones su nomenclatura, FT-28, por MT-28. Un compendio de errores trágicos se fueron acumulando. El cansancio y la confusión son un problema grave para los pilotos, y si a ambos se suma ciertas limitaciones en el campo de visión o un fallo en los instrumentos de navegación se produce la desorientación espacial, una situación tan peligrosa que puede acabar en una caída en picado al no poder controlar el aparato adecuadamente.

Según lo que se sabe de los hechos ocurridos aquel día, mientras el sol desaparecía, los bombarderos Avenger estaban cada vez más cerca de quedarse sin combustible. Finalmente, Taylor decidió que en cuanto a uno de ellos estuviera cerca de acabársele el combustible, todos juntos aterrizarían sobre el agua. A pesar de las escasas posibilidades de supervivencia, el reglamento militar obligaba a que los pilotos siguieran todas las instrucciones del jefe en este tipo de vuelos de instrucción y a obedecerlo, aunque éste tomara decisiones equivocadas. Todos lo siguieron. Taylor decidió este amerizaje conjunto porque seguramente pensó que sería más fácil localizar a cinco aeronaves juntas. Prácticamente es el último dato del vuelo 19, puesto que a las 7.04 de la tarde se cortó toda comunicación con Taylor y sus pilotos.

Pocas horas después, también se perdió el contacto con el avión Mariner que salió para rescatar al escuadrón. Según la investigación de Peter Leffe, este avión despegó de Florida, giró hacia el este, se adentró en el mar, y allí se esfumó del radar. Hubo testigos que aseguraron ver una enorme bola de fuego precipitándose sobre el océano. «No es muy frecuente, pero un avión lleno de queroseno fácilmente inflamable puede explotar si alguien, por ejemplo, enciende un cigarrillo en su interior», explica Leffe. Además, la conclusión de sus investigaciones es que no hay nada anormal en el trágico accidente del vuelo 19, sino una suma de problemas —como las condiciones meteorológicas adversas, la desorientación y el instrumental que no funcionaba adecuadamente—, que acabaron por desbordar la capacidad del piloto.

La Guardia Costera de Estados Unidos tampoco es demasiado propensa a creer en misterios paranormales, quizá porque desde las costas de Florida reciben cerca de veinticinco llamadas de socorro al día, con una media mensual de setecientas alarmas. Atribuyen la mayor parte de los accidentes a errores humanos —sobre todo porque hay gente que no sabe navegar o lo hace bajo los efectos del alcohol—, a los fallos mecánicos y a las duras condiciones meteorológicas de la zona. Según Bart Hagermeyer, jefe del Servicio Nacional de Meteorología en Melbourne, Florida, en la zona «chocan corrientes de aire cálidas y frías que forman numerosas tormentas tropicales y huracanes. Muchas veces, estos fenómenos evolucionan con extremada rapidez, de modo que toman por sorpresa tanto a los servicios de meteorología como a los navegantes, ya sean expertos o novatos». También son frecuentes —con unos quinientos cada año— los tornados sobre la superficie del mar, en ocasiones capaces de levantar trombas de agua que pueden alcanzar hasta los trescientos kilómetros por hora en su interior. «A pesar de que se pueden esquivar, también es posible encontrarse dentro de uno al menor descuido y, entonces, es muy fácil que el tornado haga desaparecer por completo la embarcación atrapada», explica Hagermeyer.

Estos peligrosos y caprichosos fenómenos meteorológicos incidieron claramente, según muchos expertos, incluido Peter Leffe, en la trágica desaparición del vuelo 19, máxime si se tiene en cuenta que en aquellos años no se contaba con los complejos sistemas electrónicos actuales. Antes de que salieran los cinco aviones se encontraron con vientos de entre 35 y 45 kilómetros a la hora y nubes a poco más de 700 metros de altitud. Pero aquella tarde el tiempo empeoró rápidamente y el escuadrón se metió en una borrasca. Tanto los truenos como la electricidad estática generada por los rayos pudieron provocar problemas en las comunicaciones por radio y mal funcionamiento en las brújulas y que el vuelo 19, atrapado dentro de la tormenta, perdiera la orientación. El desastre fue causado, cree la mayoría de los investigadores, por una combinación de climatología adversa y fallos humanos, como ocurre con frecuencia en todos los accidentes de las Bermudas. Sin embargo, podrían existir otros motivos que nos explicaran desapariciones aún sin aclarar del todo.

EL PODER DEL MAR

El capitán John Willis salió en su lancha, Miss Charlotte, el 2 de mayo de 1998. Las aguas estaban tranquilas, y después de navegar un buen trecho, Willis se echó un rato a descansar antes de comenzar con la pesca. De repente, la lancha se bamboleó violentamente, y una ola de grandes dimensiones lo arrojó de su cama e hizo zozobrar al Miss Charlotte, llevándolo hasta el fondo del mar. La investigación posterior reveló que este accidente fue causado por un fenómeno conocido como «olas gigantes». Las costas de Florida y el entorno de las Bermudas son célebres por estas olas extremas e impredecibles que alcanzan alturas muy peligrosas. Las olas comunes miden entre 2 y 3 metros, y por cada cien mil normales surge una que llega a los 8 metros. Su energía es, por tanto, cuatro veces mayor que la de una ola normal, y muchas embarcaciones no son capaces de resistirlo.

Junto a estas olas asesinas las potentes corrientes marinas que recorren el Triángulo de las Bermudas aumentan las posibilidades de naufragar. El profesor Arthur Mariano, de la Universidad de Miami, asegura que la fuerza de estas corrientes explica algunos casos legendarios de extrañas desapariciones, sobre todo si tenemos en cuenta que no hace mucho los marineros se guiaban casi exclusivamente por las estrellas, la luna, el sol y los astros. «Era muy fácil —indica— que una corriente de este tipo desviase el rumbo de un navío. Si a esta desorientación se le añade una tormenta en alta mar, las posibilidades de naufragio aumentan considerablemente».

La corriente más importante de la zona es la corriente del Golfo, una especie de autopista líquida que lleva las aguas cálidas del sur hasta el norte y de este a oeste atravesando el Triángulo de las Bermudas. Es una corriente muy rápida que avanza a unos ocho kilómetros por hora y su presión puede dar lugar a pequeños torbellinos de corta vida pero muy intensos que, al igual que los tornados en el exterior, dificultan la navegación y crean grandes olas.

Otra de las consecuencias de estos remolinos oceánicos es el fenómeno conocido como dispersión turbulenta. Incluso si no hay una corriente muy fuerte, la dispersión turbulenta disemina cualquier objeto que se encuentre en el agua a lo largo de un área muy extensa y en muy poco tiempo, lo que explicaría la gran dificultad en encontrar restos de un accidente marítimo o para localizar a posibles supervivientes. En cuestión de tres días, los restos pueden esparcirse por un área de 16 kilómetros cuadrados. La dispersión turbulenta, por tanto, proporciona algunas claves científicas sobre por qué nunca se encontró ningún cuerpo ni restos de los aparatos del desafortunado vuelo 19. La teoría de Arthur Mariano sobre aquel accidente es que «los bombarderos Avenger cayeron al agua destrozados por la tormenta y esparcidos en pequeñas piezas. Sus restos se hundieron rápidamente en el océano debido a la acción de la dispersión turbulenta».

SUCESOS PARANORMALES

Mientras que para la comunidad científica el Triángulo de las Bermudas no supone ningún misterio y casi todos los sucesos más o menos inusuales ocurridos pueden razonarse perfectamente en términos científicos, hay quien asegura que hay algo fuera de lo normal en la zona, pero sus teorías muchas veces cruzan una delgada línea entre lo racional y la ciencia ficción.

Bruce Gernon experimentó un incidente al límite de lo racional, en 1970, que cambió su vida para siempre. Estaba volando sobre las Bahamas, cuando se introdujo con su avión en un extraño banco de nubes de forma circular. Gernon intentó salir de éste volando por el borde en dirección sur. Sin embargo, según sus impresiones, continuó trazando círculos sin hallar ninguna vía de escape. «Entonces vi una especie de túnel a través de las nubes y pensé que sería mi única salida. Cuando me adentré en él, ocurrió algo inesperado: las mismas nubes formaban ahora franjas que se extendían a lo largo del círculo, mientras rotaban lentamente en sentido contrario a las agujas del reloj», recuerda. Bruce Gernon calculó que tardaría unos tres minutos en llegar al otro extremo del túnel, pero no le llevó más de veinte segundos. Hoy en día está convencido de que lo que realmente hizo fue «volar a través del material del que está hecho el tiempo», por eso ha bautizado aquella fantasmagórica neblina con el nombre de niebla electrónica.

Esta niebla electromagnética que describe Gernon era de un color gris extraño y causaba interferencias y mal funcionamiento del equipamiento electrónico y magnético de su avión. También sostiene que en sólo tres minutos —el tiempo que tardó en salir de la tormenta electrónica— hizo un recorrido que en circunstancias normales duraría media hora. La explicación que da a este suceso es que se trata claramente de un fenómeno conocido como «agujero de gusano»[4], una hipotética conexión espacio-temporal entre regiones separadas, que en la actualidad se investiga en el espacio. Es más: apoyándose en el mal funcionamiento de las brújulas y en la desorientación de los pilotos, Bruce Gernon cree que el vuelo 19 pudo haber topado con el mismo agujero de gusano en el que él mismo se introdujo, exactamente a la misma hora pero veinticinco años después que el escuadrón desaparecido.

El físico John Hutchison asegura que vivió una experiencia similar a la de Gernon cuando investigaba en el Triángulo de las Bermudas. Hutchison ha llegado a la conclusión de que no toda el área del Triángulo de las Bermudas es activa, sino que estamos ante una fuerza que se desplaza por la región. Sin embargo, la mayor parte de la comunidad científica rechaza cualquier teoría que incluya agujeros de gusano, viajes en el tiempo, niebla electrónica o magnetismos extraños.

Tampoco está previsto que el Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos investigue los episodios de niebla electrónica. Bart Hagermeyer —uno de sus responsables más veteranos— afirma que bastante tienen con ocuparse de la niebla meteorológica, «un fenómeno muy real y bien documentado que causa verdaderos estragos cuando aviones y barcos intentan atravesarla» y el Triángulo de las Bermudas ofrece las condiciones ideales para su aparición.

La niebla se da cuando el aire se enfría hasta la temperatura del rocío. Si tenemos un frente frío sobre la corriente del Golfo, que es cálida, nos encontramos con que el agua y el aire cercano a la superficie del mar están a unos 25 ºC y, por contra, el aire que pasa por encima sólo llega a unos 10 o incluso menos. Esta diferencia térmica hace que la niebla surja hasta provocar, incluso, condiciones de visibilidad nula en ciertas zonas. A veces resulta muy densa y persistente en algunos puntos de la costa Este de Florida, pero que no tiene nada de extraña y, de momento, es el único tipo de niebla que los meteorólogos reconocen.

Desgraciadamente, la falta de informes detallados y continuos, tal y como se hacen actualmente en las estaciones climatológicas, no permiten averiguar el peso real que tuvo la niebla regular en el fatídico desenlace del vuelo 19. Para el escritor Gian Quasar, la relación está muy clara, ya que la costa de Florida estaba cubierta de niebla aquella noche y los Avenger no disponían de luces para aterrizar. Quasar propone además una explicación alternativa a las más comunes. Según sus investigaciones, el vuelo 19 siguió volando hacia el oeste, cruzó la costa a la altura de Flagler Beach y acabó estrellándose en el pantano de Okeefenokee, al sur de Georgia. En algunos informes de la Jefatura de Transporte Aéreo norteamericana a los que accedió el investigador, aquella misma noche del 5 de diciembre de 1945 hay constancia de cinco aparatos sin identificar cerca del pantano de Okeefenokee a las 8.50 horas. Desde las localidades de Jacksonville y Brunswick también se informó del paso de cinco aeronaves, y un avión de carga Solomon detectó entre cuatro y seis aviones atravesando la costa a las 19.00, mientras aún se mantenía contacto con los Avenger. Para Quasar, muchos de estos casos sin resolver, incluyendo el célebre vuelo 19, no se han estudiado con el suficiente detalle y profundidad a pesar de que casos similares siguen dándose una y otra vez.

Como ocurrió en junio de 2005, cuando un avión Piper Aztec volvió a perderse dentro del área del Triángulo de las Bermudas. Se trataba de un vuelo privado en el que el piloto mantuvo contacto con un controlador durante todo el trayecto. La guardia costera de Florida empleó algunos de sus barcos y helicópteros en la localización del avión desaparecido, al mismo tiempo que se pedía a todos los aparatos que sobrevolaban la zona que estuvieran atentos a cualquier señal ELT (Transmisor de Localización de Emergencia en sus siglas en inglés) o, si disponían de las condiciones de vuelo adecuadas, intentasen buscar a los supervivientes. Pero tras veinticuatro extenuantes horas sin encontrar ni restos ni supervivientes, se suspendió el operativo de búsqueda.

«Los errores humanos, las condiciones meteorológicas adversas, las averías del instrumental y causas similares pueden ser los motivos que explican el 90 por ciento de las desapariciones en la zona. Sin embargo, hay un 10 por ciento que nadie ha podido explicar ni descubrir qué ocurrió y por qué no se hallaron restos», asegura el famoso ufólogo e investigador Rob Simone.