Durante más de cinco mil años, las colosales pirámides y los formidables obeliscos levantados por los faraones egipcios han asombrado al mundo. Estos monumentos representan una proeza técnica de tal magnitud que arqueólogos y científicos aún siguen buscando claves constructivas que expliquen cómo se levantaron. Para los historiadores resulta terriblemente frustrante que los egipcios no registrasen nada en este sentido. Conocen todos los detalles de su civilización: saben cómo araban el campo, lo que comían y cómo lo preparaban; pero no han encontrado representación alguna sobre la construcción de estas maravillas arquitectónicas, consideradas el mayor monumento del mundo antiguo y uno de los mayores misterios de todos los tiempos. En este sentido, la doctora californiana Maureen Clemmons no comparte la teoría sobre la construcción de las pirámides defendida hasta ahora por prácticamente todos los egiptólogos: la idea de miles de esclavos trasladando gigantescas piezas de piedra mediante rampas de madera, arena y ladrillo no le parece muy creíble. Para ella, ese trabajo representa un esfuerzo tan titánico que difícilmente pudo llevarse a cabo. Por eso, ha elaborado su propia hipótesis, que se basa en el aprovechamiento de un elemento tan natural como el viento. Ahora toda la comunidad científica considera verosímil que los constructores del Antiguo Egipto utilizasen la energía eólica.
Los antiguos egipcios eran marinos, y se servían de la fuerza del viento para navegar por el río Nilo. De hecho, el uso de la energía eólica comenzó en esta zona del planeta, pues es aquí donde se inventó la vela en una fecha anterior a 3500 a. C. Se cree que el egipcio fue el primer pueblo del mundo que consiguió dominar el viento para propulsar sus barcos. No resulta, por tanto, aventurado pensar que pudieran aprovechar la misma técnica de navegación para aplicarla también en tierra. En 1997, la doctora estadounidense Maureen Clemmons, convencida de ello, se opuso por primera vez a las convicciones tradicionales acerca de la construcción de los grandes monumentos del Antiguo Egipto. Con una persistencia ejemplar, se planteó un objetivo: demostrar que esa civilización utilizó el viento para realizar sus proyectos de ingeniería. Así, lo que comenzó siendo un experimento científico poco relevante, ha recorrido un largo e interesante camino de pruebas y experimentos hasta convertirse en una teoría más entre las muchas que se barajan en torno a las grandes pirámides. Y es que no es tan sencillo, ni siquiera con los materiales y el conocimiento actuales, levantar y trasladar una piedra de 11 000 kilos con la única ayuda de una cometa.
UN EXPERIMENTO HUMILDE COMO PUNTO DE PARTIDA
Maureen Clemmons no es ni egiptóloga ni arqueóloga, pero su pasión por la ciencia la ha llevado a poner del revés los planteamientos convencionales con su innovadora tesis doctoral. Por eso afirma con rotundidad: «La teoría más extendida es la del trabajo manual y el uso de rampas. Yo estoy convencida de la inteligencia de los egipcios, y pienso que utilizaron rampas, trabajo manual y, también, cometas. No creo que una cosa excluya las otras. Creo que nuestra hipótesis incide en las teorías actuales y las fortalece».
El primer problema para la doctora Clemmons fue trasladar sus conjeturas del papel a la práctica. En 1997, rodeada de familiares y amigos, ensayó su teoría por primera vez. Intentó levantar un tronco de secuoya de 3 metros de largo con la única ayuda de dos cometas y los vientos californianos de Santa Ana. Se trataba de ponerse en el lugar de los antiguos constructores de pirámides: ¿qué materiales tenían los egipcios? ¿Con qué tecnología contaban? Si estuviéramos en su misma situación, ¿cómo utilizaríamos los elementos disponibles?
Los egipcios tallaban sus obeliscos en una sola pieza. Eran pilares finos, en forma de aguja. Creían en el carácter sagrado de estos objetos y los construían por parejas para los templos del dios solar. Su aspecto y su diseño evolucionaron a lo largo del tiempo. Los esbeltos obeliscos del Imperio Nuevo son muy diferentes de los primitivos, de menor tamaño, construidos siglos atrás. Como Mauren Clemmons y su equipo, parece que los egipcios también comenzaron con obeliscos pequeños. Los primeros pesaban unos doscientos kilos.
En California, el experimento con troncos de secuoya significó un humilde comienzo, pero supuso el primer paso de un viaje de siete años de duración y fue lo suficientemente importante como para que una investigadora «extraoficial» atrajera la atención de otros estudiosos, entre ellos unos ingenieros aeronáuticos de gran renombre y prestigio, como Hans Hornung, director del laboratorio aeronáutico del Instituto de Tecnología Caltech, en California. «Al principio nos sorprendió la idea tan extravagante de la doctora Clemmons y fuimos reticentes, pero ella sólo nos preguntaba si eso era posible», afirma. Maureen Clemmons fue muy persistente: «Respiré hondo, llené mis pulmones de aire. Creo que estuve veinte minutos sin respirar a la espera de una respuesta. Y cuando terminé vi que estaban haciendo ecuaciones sobre una servilleta. Dijeron que lo único que necesitaban para levantar un obelisco de cien toneladas eran: seis minutos y cuarenta y siete segundos», recuerda.
En 1999, el prestigioso Instituto Tecnológico de California (Caltech) firmó con ella un acuerdo: había nacido el proyecto Cometa. La doctora Clemmons pudo reunir un grupo de expertos en diferentes campos llamado a abordar uno de los mayores misterios de la antigüedad: el doctor Mory Gharib, profesor de aeronáutica; Daniel Correa, supervisor para la construcción; el estudiante de aeronáutica Emilio Graff; el especialista en el desplazamiento de cargas pesadas Troy Chaput; la doctora Elizabeth Barber, experta en tejidos, y hasta contó con un meteorólogo de la NASA, Edward Teets.
EL PROYECTO COMETA
El objetivo de Clemmons era levantar dos obeliscos y mover piedras del tamaño de las utilizadas en la construcción de las grandes pirámides. El lugar elegido para los experimentos de campo fue el desierto de Mojave, en el sur de California. Primero se probó con los obeliscos que, debido a su enorme peso y a su forma de aguja, suponían un reto mayor. El profesor de aeronáutica Mory Gharib lo explica así: «En un objeto en forma de aguja, el centro de gravedad no está necesariamente en el centro, por lo que son varios los retos que se presentan cuando se pretende levantar un cuerpo de estas características, tan grande y pesado».
El primer obelisco que los investigadores decidieron levantar pesaba tres toneladas y media, más que una piedra normal de las pirámides. Si lo conseguían, el siguiente obelisco sería tres veces mayor. El primer paso fue diseñar un sistema de elevación estable, seguro y, sobre todo, adecuado a lo que los antiguos egipcios habrían hecho con los conocimientos y materiales de que disponían. Partieron, por tanto, con dos condiciones previas para el diseño: primero, que resultara seguro y, después, que se pudiera construir sin recurrir a elementos de alta tecnología.
En la práctica, casi todas las teorías se desarrollan a partir de una evidencia histórica que es comprobada a posteriori, pero en este caso el proceso evolucionó al revés. El método se conoce como «de orden inverso»: los primeros ensayos se hicieron con materiales modernos, que paulatinamente fueron reemplazados por los que utilizaban los antiguos egipcios. «El proceso de orden inverso tiene una cierta lógica, porque se sabe que los egipcios habían dominado la fuerza del viento en sus barcos y que tenían materiales como la madera para el armazón de las cometas, tela para revestirlas y cuerdas para su manejo. El problema es que no podemos asegurar que los conectaran entre sí», afirma el egiptólogo Robert Partridge, presidente de la Manchester Ancient Egypt.
Los historiadores saben que para los antiguos egipcios, el viento era mucho más que una parte de su tecnología: era algo mágico. Amón, uno de los principales dioses del panteón egipcio, representaba también el viento. A pesar de esa importancia, según el equipo de investigadores del proyecto Cometa, nunca se profundizó en las pruebas a favor de su teoría del aprovechamiento del viento en la construcción de las pirámides. Hasta ese momento, egiptólogos y arqueólogos sólo habían dirigido su atención hacia un punto preestablecido.
COMETAS QUE TRABAJAN COMO GRÚAS
En Tebas, la capital del Imperio Nuevo, la doctora Clemmons trabajó con un arqueólogo e ingeniero en geología formado en la Universidad de Londres, Colin Reader. A la sombra de los grandes monumentos intentaron relacionar sus recientes logros científicos con las pistas históricas y arqueológicas que los egipcios dejaron tras de sí. Sobre el terreno, su escepticismo creció. «Necesitaron algún tipo de ayuda. Nuestra credulidad se ve muy forzada si admitimos que hicieron todo esto valiéndose tan sólo de la fuerza humana. Cómo encauzaron esa ayuda, de qué se sirvieron… Eso no lo sabemos. Pero exploremos las avenidas, salgamos al campo, hagamos el trabajo práctico, y veamos qué descubrimos, porque la respuesta tiene que estar en algún sitio», explica Reader ante el gran misterio de la construcción de las pirámides.
En Egipto, antes de las grandes pirámides, antes de los colosales obeliscos, antes incluso de que los faraones gobernaran el país, era el viento el que imprimía forma y vida al desierto; un aire fuerte que soplaba siempre en una misma dirección. Como el cielo nocturno y las crecidas del Nilo, el viento era una de las pocas constantes en la vida de los antiguos egipcios. El meteorólogo de la NASA Edward Teets ha analizado los «patrones eólicos» del país y ha descubierto que se producen regularmente con un ritmo constante de repetición anual.
Los vientos, sobre todo los del noroeste y nordeste, por la situación del Mediterráneo al norte de Egipto, se convirtieron en una importante herramienta para los egipcios, ya que los barcos de vela transformaron su forma de viajar, comerciar y comunicarse. Por eso, desde una época muy temprana, los egipcios dominaron este elemento natural y usaron velas en sus barcos para viajar de norte a sur. De sur a norte no las necesitaban, pues los impulsaba la corriente del Nilo. No obstante, a pesar de la importancia del río, de la navegación a vela y del viento, apenas existen testimonios escritos sobre ello, y tampoco hay pruebas arqueológicas y se conservan muy pocas pinturas al respecto. Pero se sabe que navegaban a vela y que tuvo que existir una industria.
Al mirar las velas de un barco, la doctora Clemmons observó que tienen un gran empuje y que, literalmente, arrastran el barco por el agua. En su investigación, lo interesante de las cometas fue que no sólo producen empuje, sino también alzamiento. Esto la llevó a trabajar tridimensionalmente. En los laboratorios de experimentación del Instituto Tecnológico de California, los investigadores calcularon el tamaño de las rocas egipcias, así como cuánta fuerza se podía generar con diferentes velocidades del viento y cometas de distinto tamaño. «Utilizamos dos sensores para medir la posición de las alas y un cable principal para medir la fuerza generada por las cometas. Lo primero que observamos es que la fuerza requerida para alzar el obelisco se vuelve constante si se aplica verticalmente a lo largo de todo el proceso. Ante un resultado que nos complace, como éste, siempre se piensa que, probablemente, estemos en el buen camino», recuerda Emilio Graff, estudiante de aeronáutica en Caltech y miembro del equipo de investigación.
Pero no es lo mismo un estudio teórico en laboratorio que la experiencia posterior en el campo de pruebas. Los ingenieros aeronáuticos demostraron que sabían mucho de vientos, pero no tanto de cometas. Para su aplicación hubo que recurrir a Tim Nelson, experto en el vuelo de cometas. Las primeras pruebas no fueron sencillas y enseguida probaron que, cuando una cometa coge aire y se hincha por primera vez, se produce una fuerza repentina hasta doce veces más potente de lo normal. El experimento podría resultar peligroso. «¿Cuántos hombres se necesitan para arrancar un gran árbol? El viento puede hacerlo en segundos. ¿Cuánto cuesta volcar un camión cisterna? El viento lo hace en segundos. De esta fuerza es de lo que estamos hablando», afirma Maureen Clemmons.
Fue en esta poderosa fuerza del viento en la que se apoyaron para alzar el primer obelisco. Sujetaron una cometa de nailon de 140 metros cuadrados a un obelisco de 3,5 toneladas colocado sobre una plataforma. Un bien pensado entramado de cuerdas ligado a un sistema de frenado y otro de poleas tiró de la pesada pieza. Se estudiaron los ángulos con el fin de no desperdiciar ni un ápice de la fuerza del viento. La estructura debía guiar la piedra hasta ocupar su lugar. Hasta ese momento todos los materiales usados en el experimento eran modernos. Había una razón: el proceso de orden inverso. Es decir, empezaron con elementos conocidos, retrocediendo después a lo desconocido, usando un elemento cada vez, para estar seguros de encontrar el origen del problema que puede llegar a presentarse. En la segunda etapa, como los egipcios no tenían nailon ni acero, los investigadores emplearon materiales similares a los del diseño original. Es probable que las cometas fueran de lino y que cualquier estructura que hubiera fuese de madera. Además, tenían cuerdas que podrían haber usado como tiro.
El equipo utilizó al principio un sistema de poleas de metal; pero enseguida se replantearon su uso. Los registros arqueológicos contienen datos de poleas egipcias, generalmente de tambores o discos muy resistentes de madera. No obstante, aún existen discrepancias sobre lo avanzado que llegaría a ser ese sistema de poleas. «Si nosotros las usamos como un complemento mecánico, los egipcios parece que las usaron como un medio para desviar o cambiar la dirección de empuje y, también, como retroceso», afirma el egiptólogo Robert Partridge.
LAS TEORÍAS MÁS ACEPTADAS
La edad de oro del levantamiento de obeliscos en el Antiguo Egipto fue hace treinta y tres siglos, en el Imperio Nuevo. En esa época se alzaron más de noventa obeliscos para celebrar conquistas militares y honrar a Amón-Ra, el dios solar. Cómo se realizó el levantamiento de estas monumentales piedras sigue siendo un misterio y también un objeto de debate entre los historiadores. El interés reside en que no nos han llegado registros sobre ello, como también ocurre con las pirámides. No hay indicios de cómo lo hicieron.
La teoría más ampliamente aceptada es la de los pozos de arena: los obeliscos eran introducidos en un pozo de arena y, cuando se extraía ésta, bajaban hasta un pedestal, en el fondo del pozo. En el último momento, se usaban cuerdas para ponerlos en pie. Así no había problema de que el obelisco quedara colgando libremente, con toda la presión ejercida sobre este punto, sino que estaba sujeto y se deslizaba. Era un proceso muy simple y sencillo.
La aplicación exclusiva de la fuerza bruta es la segunda teoría más aceptada. Pero desde una perspectiva técnica, la idea de miles de hombres empujando no tiene un sentido lógico. «Resulta inimaginable que tantos hombres trabajaran al unísono para mover y colocar las piedras en el sitio previsto», opina el profesor Mory Gharib y, como él, muchos historiadores.
De la misma forma que los egipcios dieron un paso adelante con la construcción a escala masiva, el equipo del proyecto Cometa quiso enfrentarse al gran reto de incrementar el tamaño de las piedras y, al mismo tiempo, «degradar» su tecnología hasta ponerla a la altura de la que tenían los faraones. Así, tras casi dos años de investigaciones y mucha planificación, el equipo de la doctora Clemmons, en abril de 2001, se preparó para levantar un obelisco de 3,5 toneladas. Sólo utilizaron un andamio y una cometa de 140 metros cuadrados. El meteorólogo de la NASA Edward Teets se encargó de controlar el viento. Su puesto era crucial, pues, para que todo funcionara sin problema era necesario encontrar el momento justo en que la corriente alcanzara la velocidad ideal de 24 kilómetros por hora.
Finalmente, los 3500 kilos del obelisco se alzaron. Se esperaba que se tardara menos de una hora, pero costó mucho más y hubo que intentarlo de nuevo. Con los medios de comunicación pendientes del experimento y con mucha expectación, en la prueba final la cometa levantó la piedra de 3,5 toneladas en un tiempo récord de 25 segundos. Pero ni siquiera para unos especialistas de principios del siglo XXI fue tan sencillo como parece que fue para los antiguos constructores de pirámides. Este primer gran éxito en la primavera de 2001, lo rememora satisfecho Emilio Graff: «La cifra oficial que salió en la prensa fue de 25 segundos empleados, algo impresionante si se piensa en que se trataba de una piedra de 3,5 toneladas que finalmente terminó colgada de su estructura como un péndulo».
EL RETO DE LOS VIEJOS MATERIALES
La ciencia siguió trabajando. La doctora Clemmons creía estar muy cerca de demostrar que los antiguos egipcios usaron el viento para levantar sus enormes monumentos. Entonces intervino el supervisor de la construcción, Daniel Correa, para ayudar al equipo a cimentar su éxito. Con la vista puesta en un reto aún mayor, docenas de nuevos voluntarios se incorporaron al equipo. Durante los dos meses siguientes, el campo de pruebas del desierto californiano de Mojave se convirtió en una gran nave de construcción. En su centro, el nuevo obelisco de cemento, con un tamaño que triplicaba el de su antecesor y un peso de 11 toneladas. Un tamaño todavía pequeño comparado con los obeliscos originales, que pesaban entre 50 y 455 toneladas. En realidad, los egipcios usaban granito, pero se trata de una piedra demasiado cara para el experimento. Así que, con el fin de proporcionar mayor consistencia a la pieza, los investigadores utilizan cemento reforzado con un enrejado de rebar, un subproducto del acero.
En su viaje hacia el mundo antiguo, el equipo continuó reemplazando gradualmente algunos materiales modernos por otros disponibles en el Egipto faraónico. Había que sustituir las poleas de acero con cojinetes y las cometas de nailon, y se pusieron manos a la obra para hacer desaparecer cualquier rastro de tecnología actual. Lo primero en cambiar fue el andamio de metal, pues los egipcios no conocían el acero y, desde luego, no eran soldadores. Lo más probable es que utilizaran madera. En la antigüedad importaban de Líbano madera de cedro y de pino. Por eso, con algunos postes telefónicos fabricaron un andamio en forma de A y reemplazaron el acero del resto de la estructura. El reto era que la estructura aguantara la presión de 11 000 kilos.
Por otra parte, la evidencia arqueológica demuestra que los egipcios usaban cuerdas de cáñamo. El equipo tuvo que recurrir a los test de laboratorio para que determinaran su aguante. Primero se probó en seco en una máquina de resistencia a la tracción, después se aplicó agua. Los datos indicaron que estos cordajes podían ser efectivos con cargas similares a las que soporta el nailon siempre que estuvieran mojados. Se evitaba así que los nudos se deshicieran y que la cuerda se rompiera prematuramente.
La sensación que provocó este proceso de regresión histórica en todo el grupo fue de admiración unánime hacia los egipcios: este pueblo desarrolló durante miles de años un sistema inequiparable para el levantamiento de piedras, que la maquinaria y la tecnología modernas no han podido igualar en cuanto a eficacia y pericia. «Nadie ha hecho nada así desde entonces. Ése es el problema. Nosotros hemos perdido totalmente la tecnología y la destreza que ellos usaron», indica el egiptólogo Robert Partridge.
Durante un viaje a Egipto, el análisis de un obelisco inacabado que sigue en su lecho de roca, abandonado por un desconocido faraón, proporcionó algunas pistas al equipo de investigación. Si no se hubiera agrietado, habría sido el obelisco más grande y pesado del mundo. Mucho más ancho que todos los conocidos hasta el momento, puede que fuera un proyecto demasiado ambicioso, incluso para unos constructores tan asombrosos como los egipcios, que no consiguieron transportarlo. Todo el equipo de Maureen Clemmons se trasladó allí. Estaban seguros de que la investigación de campo, aunque a una escala modesta, los llevaría a conocer algunas técnicas y herramientas útiles para mover un objeto tan enorme.
PIEDRAS DE HASTA OCHENTA TONELADAS
Otras de las teorías convencionales sobre la construcción de las pirámides hablan de rampas y trineos para el transporte de bloques de piedra de dos toneladas y media como promedio. Los bloques se subían en un mecanismo formado por trineos que rodean la pirámide o seguían una sola y larguísima rampa. Algunos cálculos señalan que para llegar a la cúspide de la Gran Pirámide de Gizeh, teniendo en cuenta el máximo gradiente para una rampa, tendría que haber medido más de un kilómetro y medio de largo. Otro problema añadido es que el hombre puede manejar los bloques pequeños, pero la Gran Pirámide contiene piedras enormes, algunas de hasta ochenta toneladas, que desafían cualquier explicación constructiva. Además, los criterios actuales chocan cuando se enfrentan a los antiguos materiales. Estos grandes bloques debieron suponer un problema especial para los constructores y no sabemos cómo lo resolvieron.
Las piedras rectangulares de la pirámide son de manejo más sencillo que el obelisco, cuya forma geométrica desplaza el centro de gravedad. Sin embargo, el gran desafío es que las pirámides requieren múltiples movimientos y una precisión casi inalcanzable. El profesor de aeronáutica Moy Gharib reconoce que «desde el punto de vista técnico, las pirámides son un reto más allá de lo que nuestra tecnología puede acometer».
Confiando en que el alzamiento del obelisco de 11 toneladas daría más claves para resolver esta cuestión, el equipo regresó al campo de pruebas en septiembre de 2002. Había pasado más de un año desde que levantaron el obelisco de 3,5 toneladas utilizando la fuerza del viento. Por primera vez iban a utilizar una combinación de materiales modernos y antiguos: la cometa era antigua; las poleas, de acero; el obelisco era mayor y toda la estructura era de madera.
Dos expertos en cometas controlaron el tiempo y la estrategia. Para ellos, lo más acertado era intentarlo después de las tres y media de la tarde, pues al atardecer los vientos del desierto californiano son más fuertes. Las pruebas no estaban exentas de peligro. Tenían que estar preparados y no dejar nada al azar. Para ayudar a la piedra a deslizarse, untaron el trineo con grasa animal. Pero los investigadores lamentaron esta idea cuando la arena en suspensión se pegó a la estructura, pues se incrementaba enormemente la fricción. Aunque no era un equipo de investigadores novatos —ayudados de la fuerza del viento habían levantado ya un obelisco de 200 y otro de 3500 kilos—, aprendieron que todo puede cambiar en un segundo. Mientras trataban de dominar la fuerza del viento, una racha repentina empujó la cometa hacia el suelo, justo en la dirección donde se encontraba un espectador. Todo quedó en un susto sin mayores consecuencias, pero el riesgo era demasiado grande. La tremenda potencia del viento, sumada a la extraordinaria fuerza de la cometa, habían causado un herido en las pruebas, y el equipo tenía que evitar que esto se repitiera.
Los investigadores tuvieron que introducir cambios en su proyecto, y éstos se inspiraron de nuevo en el mundo antiguo. La doctora Clemmons volvió a su mesa de trabajo y a los jeroglíficos, y encontró la columna Yed. Se dice que este pilar, tradicionalmente asociado con el dios Osiris, ayuda a los humanos a transformarse en seres espirituales en la otra vida. La palabra yed significa estabilidad. En sus estudios, la doctora observa en su ancha base y en las estrías que parecen una especie de capitel, una aplicación práctica para la construcción.
En la colina Quartz, donde realizaron las pruebas, el equipo se puso manos a la obra para fabricar pilares inspirados en la columna Yed, pero con postes telefónicos. Tres pilares reemplazaron a los hombres con el fin de que todo el sistema fuese más autónomo en su arranque y estabilización. Dos cuerdas alineadas en paralelo a la dirección del viento aseguraban que nadie corriese peligro.
PRUEBAS QUE CONECTAN DOS MUNDOS
En mayo de 2003, ocho meses después del último trabajo de campo, lo volvieron a intentar, pero había muchas más cosas diferentes en esta ocasión. Reincidiendo en la técnica de retrospección histórica, el equipo estaba más cerca que nunca de conectar su proyecto con el mundo antiguo. El viento racheado alcanzaba los 50 kilómetros por hora y parecía un buen presagio. Ayudaría a levantar la piedra de 11 toneladas siempre y cuando la cometa no se cayera, porque nunca lo habían intentado en condiciones parecidas. Ni con tantos cambios como habían introducido en el experimento: el obelisco era mucho mayor; la torre era de madera y no de acero; las poleas, también de este material, no llevaban rodamientos; en vez de cuerdas de nailon usaban cáñamo de dos tipos, trenzado y enrollado. El único material moderno que quedó fueron el freno de la cuerda y la propia cometa, confeccionada con nailon, pero con un diseño que llamaba la atención de los críticos.
Si los egipcios habían usado cometas, la cuestión era descubrir cómo serían. Lo más lógico es que utilizaran materiales muy simples, que a su vez producirían una cometa también muy simple. Sin embargo, los investigadores optaron por una solución alternativa, aunque inspirada en descubrimientos arqueológicos. Eligieron un diseño que recordaba a las alas sobredimensionadas del ave que adorna la cúspide de los antiguos templos egipcios. Su aspecto se parece más a una cometa que a un pájaro, y, a los ojos de este equipo de investigadores, demuestra que los egipcios poseían conocimientos de aerodinámica. «Observamos que su envergadura es relativamente ancha comparada con la longitud del tronco del ave, lo que conocemos por aspect ratio. Estas alas son las que más se acercan en el vuelo a los 90 grados», afirma Emilio Graff. En una representación egipcia, los investigadores intuyeron un sistema de poleas y ocho hombres tirando de cuerdas, alzando una cometa hasta el cielo. Su planteamiento es que, aunque no hubiera cometas representadas en el arte egipcio, esto no significaba necesariamente que no las conocieran.
El trabajo fue intenso durante todo 2003. En otoño, el equipo trabajó por primera vez sujeto a un plazo de tiempo. Estaban obligados a terminar su proyecto antes de que finalizase el año, pero los contratiempos fueron continuos. Estudiaron la forma de anular la fricción de los materiales y modificaron los rodillos de madera. Tan sólo necesitaban que la cometa recibiera un poco más de empuje. Sin embargo, el viento más fuerte planteaba muchas dudas. Necesitaban que alcanzara 40 kilómetros por hora como máximo y en el desierto californiano soplaba a 80 durante los experimentos. No podían arriesgarse a tener algún accidente: si se les hubiese roto la cuerda de cáñamo, habrían necesitado más tiempo de trabajo y más dinero. Y no tenían ninguna de las dos cosas. El proyecto no disponía de fondos propios y los experimentos eran muy costosos.
Entonces, la doctora Clemmons volvió su mirada a la costa de California. De alguna manera trataba de encontrar los principios de su teoría en la observación de los marineros de hoy en día. Buscó pistas sobre las herramientas náuticas usadas por los antiguos egipcios en los modernos barcos. Encontró una abrazadera, una engañosa sujeción para cuerdas, que le recordaba un diseño similar que había visto en los jeroglíficos. Observó que el sistema no sólo agarra, sino que además, al penetrar, hace presión. Esto la convenció para retroceder otro paso en la técnica. Encargó a un tallador que moldeara un nuevo freno para la cuerda, y este elemento se convirtió en el fundamental para el control del sistema de vuelo de la cometa. Todos los ángulos se pulieron con delicadeza con el fin de darles el mismo acabado que en el dibujo antiguo.
La idea tuvo éxito en el trabajo de campo, pero en el mundo de la egiptología no convenció a todos. Muchos especialistas ya se habían mostrado escépticos ante la innovadora interpretación del equipo de Maureen, que hablaba de cometas donde ellos sólo veían alas. Ahora también se sorprendieron. Para ellos, el diseño en zigzag de los jeroglíficos es sencillamente la interpretación del agua. «En realidad es un canal, pero se parece mucho a una abrazadera. Yo creo que se trata de una coincidencia más que de una auténtica conexión entre ambos», opina Robert Partridge.
Tras cinco intentos fallidos para levantar el gran obelisco de 11 toneladas, la moral no decayó. El equipo de Clemmons continuó con sus investigaciones. Quedaban tres meses para la expiración del plazo dado al proyecto, por lo que la presión creció. No obstante, Maureen Clemmons no cambió nada en sus planteamientos. Tan sólo incorporó otra polea al sistema y, finalmente, el freno. Con ello, aunque de forma parcial, se consiguió levantar unos metros la piedra de 11 000 kilos mediante la fuerza del viento y una cometa. Era algo que nadie había conseguido en la época moderna. La prueba avivó el deseo de continuar. Todavía faltaban los retos más difíciles: la conexión definitiva entre el proyecto de los científicos modernos y la técnica más avanzada del mundo antiguo, y buscar una fórmula para convencer al mundo de que algo así ocurrió hace cinco mil años.
EL ÚLTIMO INTENTO
Quedaban algunos detalles por pulir, como, por ejemplo, la cometa. Cuando los egipcios emplearon la fuerza del viento para navegar, lo hicieron con velas de lino. Como último paso del proceso de retroceso histórico, la doctora Clemmons acudió con unas muestras a una experta en tejidos antiguos, la doctora Elizabeth Barber. Quería saber qué clase de lino debía utilizar para la fabricación de las velas. Finalmente optó por uno de los tipos más fuertes y compactos que existen. Lo adquirió en el distrito Garment de Los Ángeles, y Ro Thall, un fabricante de cometas de Oregón, se encargó de la construcción final.
En un ensayo de campo preliminar, el equipo comprobó que el cordaje de cáñamo añadía demasiado peso a la cometa de lino, pero no había tiempo para más pruebas. Un revés frustrante. En esos momentos, dos semanas después del plazo, decidieron volver a usar la cometa de nailon. «Cuando tratamos de usar esos materiales antiguos no hubo más que problemas. Así es la ciencia: cuando tienes respuesta para una cuestión, hay cincuenta más esperando para sorprenderte», observa Emilio Graff.
Limitados una vez más por la falta de tiempo y de recursos, los integrantes del equipo decidieron recuperar su proyecto sobre la construcción de las pirámides y concentrarse en el transporte y levantamiento de una piedra de 2 toneladas. El viento, esencial para conseguir demostrar su teoría con éxito, no parecía colaborar. Al contrario que los vientos unidireccionales que soplan en Egipto desde el noroeste, en el desierto californiano los investigadores se enfrentaban a vientos cambiantes que, durante las pruebas, restaron eficacia a la cometa. Pero, incluso con ésta a medio vuelo, el bloque de 2 toneladas se movía con facilidad sobre los rodillos de madera. Fue la confirmación de los experimentos previos de la doctora Clemmons, realizados con bloques de cemento y cometas pequeñas. Pero mover la piedra no es lo mismo que levantarla: en las pirámides cualquier error podría destruir el resto de la estructura.
Decidieron construir un pequeño marco en forma de A alrededor de dos piedras que forman la base de lo que iba a ser una pirámide de tres bloques. Los antiguos egipcios hacían rampas con ladrillos de adobe. La que levantó el equipo de pruebas, aunque de madera, era de una consistencia similar y de superficie suave. Y, a pesar de que la construyeron mucho más inclinada que los 10 grados que supuestamente usaron los egipcios, la piedra de 2 toneladas se movió.
El plazo sólo les permite dedicar un día a la construcción de la minipirámide, mientras los egipcios emplearon cerca de veinticinco años para la Gran Pirámide. Según se ha calculado, colocaban una piedra cada dos minutos. «Nosotros conseguimos arrastrar una piedra de 2 toneladas por una rampa y colocarla exactamente donde queríamos, sobre otras dos piedras del mismo peso. ¡Conseguimos la pirámide más pequeña del mundo!», recuerda la doctora Clemmons. Bueno, hasta la Gran Pirámide de Gizeh debió de comenzar con tres piedras. La prueba culminó con éxito pero eran conscientes de que el reto mayor seguía pendiente.
En enero de 2004, con el tiempo al límite, la presión era muy fuerte y la doctora Clemmons sabía que todo dependía de la última jornada en el desierto. Tras numerosas pruebas, el obelisco de 11 toneladas debía alzarse en esta ocasión a más de 3 metros del suelo. La última vez que lo intentaron se alzó unos cuarenta grados. Además, en el proceso se rompió una de las poleas y se atascó la cuerda, y el obelisco cayó al suelo. En aquel experimento, tras observar dónde habían estado los errores, se dieron cuenta de que había que devolverle sus guías, colocar cuerdas nuevas, conseguir poleas mayores para que pudieran usarse con este material… Además, como ya habían comprobado la resistencia del material antiguo en el laboratorio, consideraron que en esta ocasión podían utilizar nailon para esta prueba.
El equipo estaba preparado para que siete años de investigación y trabajo de campo dieran sus frutos. Troy Chaput, especialista en el desplazamiento de cargas pesadas, estaba pendiente del viento, que soplaba muy racheado y se necesitaba que llegara a 32 kilómetros por hora para comenzar la gran prueba. Como la vez anterior, la magia opera en realidad entre 38 y 40 kilómetros. Por eso, cuando empezó a moverse y levantarse el obelisco, a todos les pareció algo asombroso. En veintisiete minutos el obelisco se situó a 3 metros sobre el suelo. La última vez que llegó a esta altura, el bloque cayó. Hubo momentos en que el ruido hizo pensar que la estructura no aguantaría y que el desastre iba a ocurrir de nuevo. Pero esta vez continuó alzándose y, después, rodó hasta que llegó hasta su punto de destino. Tras cincuenta y siete minutos, el obelisco se quedó correctamente situado a la altura debida, a más de diez metros sobre el suelo.
Esa piedra pesaba 11 000 kilos, y haberla puesto en pie sin ayuda de la tecnología moderna, sin grúas ni otro tipo de elementos, excepto el viento y una cometa, hacía que el mundo pudiera observar la magnitud de los logros faraónicos bajo una nueva perspectiva. No demostraba que los egipcios lo hicieran, pero sí que pudieron haberlo hecho de esta forma. Y eso es lo más importante de todo. «Todo lo que dicen sobre perseverancia, tenacidad, esperanza e imaginación es muy importante. Los milagros no pueden producirse sin esas premisas», afirma Maureen Clemmons. El proceso duró siete años y en él colaboraron cerca de cien personas. Empezaron levantando pequeños monumentos, lo que las animó a intentarlo con bloques más voluminosos…
La teoría de la cometa presenta claras discrepancias con el pensamiento de la mayoría de los egiptólogos. Sin embargo, haber demostrado que funciona, puede que algún día la convierta en ortodoxa. De momento no es más inverosímil que otras hipótesis. Al contrario, ha probado que es verosímil.