4. Las cartas de Caranegra y Carablanca

I wander thro’ each charter’d street

Near where the charter’d Thames flow

And mark in every face I meet

Marks of weakness, marks of woe.

William Blake, «London», 1792[181].

El movimiento de cercamientos y el tráfico de esclavos marcaron la entrada del capitalismo industrial en el mundo moderno. En 1832 Inglaterra estaba en gran parte cercada, sus campos privatizados (algunos incluso mecanizados), a diferencia del siglo anterior, en el que sus campos estaban por lo general abiertos (país «adalid», por utilizar el afortunado término técnico) y vasallos, mujeres y niños podían subsistir gracias al hacer-común. En 1834, la esclavitud ya había sido abolida en todo el Imperio Británico, mientras que un siglo antes, el 11 de septiembre de 1713, el Asiento[182] otorgaba licencia al Imperio Británico para el tráfico de esclavos africanos en las Américas. Tanto los comuneros expropiados como los africanos cautivos constituyeron la mano de obra disponible para la explotación de la industria de las plantaciones (tabaco y azúcar) y las fábricas de las ciudades (lana y algodón). Se tratara de siervos por contrato [indentured servant], de jóvenes del África Occidental, de antiguas lecheras o de silvicultores sin bosques, los amos de la humanidad los consideraban, con indiferencia, como simples cuerpos trabajadores productores de plusvalía, y así surgió el modelo laboral atlántico, posible gracias a un proceso previo de descomunalización.

Existe un tópico legal según el cual la Constitución de Estados Unidos está escrita mientras que la de Inglaterra no. Estrictamente hablando esto no es cierto, en la medida en la que ambas provienen de la Carta Magna de 1215. La gran diferencia entre el desarrollo constitucional de Inglaterra y el de EEUU no es que una constitución esté escrita y la otra no, la diferencia es África. El mantenimiento y la expansión del trabajo no remunerado en plantaciones donde los esclavos producían plusvalía fue imprescindible para la historia constitucional y revolucionaria americana, mientras que la clave del notable desarrollo inglés fue el cercamiento institucionalizado de tierras y la privatización de todo recurso y estructura comunitaria. Las multitudes atlánticas se hallaban divididas por una cuestión racial dentro de la emergente constitución[183]. Durante este proceso, las Cartas de Libertades fueron puestas en cuestión: la dinámica de cercamientos a la que se opusieron los comuneros ingleses ignoró convenientemente la Carta del Bosque mientras que el movimiento por la abolición de la esclavitud hizo uso de la Carta Magna y contribuyó a su reapropiación por parte de la clase obrera del Reino Unido.

Dos episodios extraídos del siglo XVIII, en la era de la Ilustración, revelan cómo la lucha para conservar los comunes en Inglaterra estuvo interconectada con el esclavismo transatlántico. Para empezar, en 1722 algunos comuneros ingleses adoptaron la práctica de ennegrecerse la cara como «falsos negros» a fin de proteger los derechos consuetudinarios. Ello dio lugar a la aprobación de la infame Waltham Black Act [Ley negra de Waltham], parte de un proceso de criminalización de la raza y de racialización de los delitos. Esta ley hizo que disfrazarse (o ennegrecerse [blacking])[184] fuese ilegal y lo hizo en un momento importante del desarrollo del supremacismo blanco. Por otra parte, medio siglo después, en 1774, un antiguo esclavo africano se blanqueó el rostro estando en Inglaterra para obtener un recurso de habeas corpus contra el cautiverio de un compañero. El primer episodio criminalizaba el disfrazarse de negro. El segundo tuvo lugar al comienzo del movimiento abolicionista, cuando el activista y académico Granville Sharp probó que la Carta Magna prohibía la esclavitud.

El análisis de las cartas fue fundamental para la Ilustración. El historiador francés del siglo XX Marc Bloch escribió que 1681 fue «un año realmente notable en la historia de la mente humana», porque en ese año el monje benedictino Jean Mabillon, que había estudiado los fueros medievales en profundidad, publicó De re diplomatica [Sobre la diplomática], en la que se establecieron los principios del estudio crítico de documentos. La diplomática se convirtió en el fundamento de la crítica histórica, que incluía a su vez la cronología, la epigrafía, la paleología, la escritura y la filología.

William Blackstone (1723-1780) hizo de las leyes una disciplina académica. Fue profesor en el colegio de All Souls en Oxford, reformó la editorial universitaria, escribió cuatro volúmenes de comentarios sobre las leyes de Inglaterra entre 1765 y 1769, «el libro de leyes más influyente que se haya publicado en lengua inglesa»[185], y en 1759 publicó The Great Charter and the Charter of the Forest [La Gran Carta y la Carta del Bosque], en las que por primera vez aplicó el método de análisis comparativo que dio a conocer Mabillon[186].

Blackstone demostró, en primer lugar, que existían tanto precuelas como secuelas (artículos precedentes y reediciones posteriores); en segundo lugar, analizó artículo a artículo y los comparó con los artículos (capitula) precedentes y con las versiones de Enrique III de noviembre de 1216 y de 1217 (que seguían las del rey Juan de 1215), y así pudo determinar que el texto de la tercera reedición de 1225 fue el ratificado en las numerosas confirmaciones posteriores de la Carta Magna[187]. Solo tras el 11 de septiembre de 1217, cuando se acordaron los artículos de paz que pusieron fin a la Guerra Civil, concedió Enrique III una nueva Carta y también nuevos fueros del bosque. La Carta del Bosque extendía, ampliaba o corregía artículos de la Gran Carta, y por ello ambos documentos fueron publicados como documento conjunto. Según Blackstone, «la Carta del Bosque original, y todos los registros auténticos que había de ella se han perdido». Su propia publicación parte de un original en la catedral de Durham cuyo sello verde estaba «aún intacto, pero el cuerpo del documento ha sido desafortunadamente roído por las ratas». Otros defectos fueron atribuidos a «las prisas de los antiguos amanuenses». Blackstone cotejó el original mutilado con un inspeximus copia de la edición de Eduardo I, de 1297. Un mes después de que los fueros fueran renovados en 1225, se realizó una «deambulación» en los límites de los bosques de Inglaterra. El rey volvió a dar su confirmación bajo la amenaza de sus barones, «el yugo de la esclavitud era ahora más pesado que nunca, en especial en lo tocante a los bosques». El artículo VII de la Gran Carta fue modificado para incluir rationalibe estoverium suum interim de communi, permitiendo a las viudas el uso razonable de los estovers del común.

Mientras que Blackstone se dedicó a conservar el conocimiento erudito sobre los estovers y los derechos consuetudinarios del bosque, la práctica fue conservada por el blacking de los «falsos negros». Esta práctica comenzó, según escribe su primer historiador, «en una época de confusión general, cuando las últimas maquinaciones perniciosas de la Compañía de los Mares del Sur habían acabado con todo lo que tenían por delante, arrasado lo que la industria y el buen hacer de muchas familias habían conseguido»[188]. La burbuja de 1720 en los Mares del Sur, cuando el frenesí especulativo del enriquecimiento instantáneo se adueñó del carácter de la sociedad, inauguró el periodo de corrupción más flagrante de la historia inglesa.

La coyuntura económico-mercantil estuvo caracterizada por la expansión del comercio subsiguiente a la Paz de Utrecht de 1714, que puso punto final a una de esas guerras dinásticas que eran, en realidad, las primeras guerras globales entre países europeos por cuestiones coloniales; en este caso se trataba de la Guerra de Sucesión española donde la cuestión de qué familia se sentaba en el trono era lo menos importante. Nuevos instrumentos de poder estatal como la banca, el sistema monetario, las compañías aseguradoras y la deuda soberana permitieron la concentración más intensa de capital jamás amasado. Además, el capitalismo financiero permitió violentos cambios de atención hacia donde la expropiación de los comunes resultase más beneficiosa. «Gran Bretaña se vio sumida en los sórdidos encantos del lucro», como escribió Alexander Pope.

La coyuntura político-militar estaba dominada por la amenaza a la sucesión protestante que representaba el pretendiente de los Estuardo exiliado en Francia, un católico a solo una corta travesía en barco desde Francia a las costas meridionales de Inglaterra. Desde la conquista normanda hasta el combate aéreo de la Batalla de Inglaterra, esta ha sido la zona más vulnerable de los baluartes de la isla y por ello el imaginario inglés, como señalaba Raymond Williams, sitúa la esencia de lo nacional en los alrededores de estas costas. El robusto vasallo descrito por el periodista William Cobbett (1720-1793), la ornitología sosegada del ecologista Gilbert White (1763-1835) o la burguesía formal de la novelista Jane Austen (1775-1817) fueron todos concebidos cerca de Farnham, precisamente donde comenzó la idea de los «falsos negros»[189]. La madera de la zona era demandada para los buques de guerra y las naves de la Compañía de las Indias, que atracaban en Portsmouth para ser reparadas o construidas de nuevo, con el objeto de globalizar el comercio de mercancías.

Así estalló el detonante de los sucesos conocidos como los «falsos negros» de Waltham:

El señor Wingfield, que tiene una buena parcela de árboles para madera en sus dominios cercanos a Fartham, taló una parte de ellos: los pobres fueron admitidos (como es costumbre) para recoger los restos de madera; pero algunos abusaron del derecho recibido y se llevaron lo que no estaba permitido, lo que enfadó al señor; y como ejemplo para los demás, hizo que algunos pagaran por ello.

La voz pasiva hace que la cuestión resulte confusa: ¿Quién arbitraba las disputas sobre los comunes? ¿Era consuetudinario este «derecho» o estaba a merced del capricho del señor? ¿Quién asignaba las cantidades de leña? En este caso se supone que era ese Wingfield quien dictaba el derecho, pero esto fue cuestionado por dos vías. La primera línea de oposición la propuso Charles Withers, inspector general de bosques, que en 1729 observó:

[…] que la gente del campo por doquier piensa que tiene una suerte de derecho [énfasis del autor] sobre la madera de los bosques, y si esta idea ha sido transmitida por tradición, de la época en que estos bosques fueron declarados como tales por la Corona o de cuando hubo grandes luchas y contiendas por ellos, no lo puedo determinar con seguridad.

No menciona que hubiera leído la Carta de Libertades[190].

William Waterson, vicario en Winkfield, expuso que: «La relajación o más bien aniquilación de las leyes del bosque en los últimos años ha sido el acicate fundamental para comprar y construir en el bosque». Waterson se dedicó a investigar el uso y abuso de los derechos comunales de sus parroquianos porque cuando llegó por primera vez al lugar «la gente no sabía merced a qué derechos poseían sus fincas o en qué manera eran libres de o sujetos a las leyes del bosque». Defendió activamente el derecho a extraer turba[191] y se convirtió en el historiador local, a la búsqueda de documentación legitimadora como la Patente isabelina, los Decretos de la Cancillería de 1605 o la Inspección de 1613.

La segunda vía de oposición a la que se tuvo que enfrentar el propietario de Farnham Park fue la acción directa de los blacks [falsos negros]. El relato continúa:

Fue entonces cuando los «negros» convocaron a los myrmidons [alguaciles, en la jerga del siglo XVII], arrancaron la corteza de varios árboles y dañaron los cuerpos de otros, para evitar su crecimiento, y dejaron una nota en uno de los árboles mutilados para informar al señor de que esta era su primera visita, y que si no devolvía el dinero recibido por daños, deberá esperar una segunda de… los «negros». Los «negros» tenían simpatías jacobinas y podían ser leales al pretendiente del otro lado del Canal. Su líder declaró su intención de jurar fidelidad al acuerdo hanoveriano en una posada de Waltham Chase […] lo que en concordancia hizo; pero aparecieron 15 de su tribu tiznada, algunos con abrigos de piel de ciervo, otros con gorros de cuero, etc., y todos con caballos y bien armados. Había igualmente al menos 300 personas congregadas para ver al «jefe negro» y sus «falsos negros».

Así es que los «negros» de Waltham podían no ser leales a los whigs[192].

Trescientas personas suponían una multitud considerable. Se habría corrido la voz: «Vienen los “negros”». Pero ¿por qué «falsos negros»? El color no era sólo un disfraz, se disfrazaban como negros, esto es, como africanos. ¿Y por qué falsos? Se trataba una palabra del argot y la jerga del momento que se refería a la impostura o al engaño, sugiriendo malas artes. Había más implicaciones que la del camuflaje, algo sucedía.

Los comuneros de Hampshire recogían leña con bastante libertad, sin distinguir entre bosques reales o montes privados. Los cruzaban a diario, observando la maduración de nueces y bayas, cazando algunos conejos: «La coexistencia de turberas en los bosques y tierras comunales junto a los setos, bosquecillos y montes de los terratenientes, hace que la recogida de leña en particular parezca ser un derecho general». La defensa de lo común fue parte integral de la toma de conciencia de clase. Los «negros» de Waltham protestaron: ellos no tenían «otro objetivo sino hacer justicia, y asegurar que el rico no insulte ni oprima al pobre». Se les había asegurado que la caza [chase] (término usado para una porción de terrenos de campo abierto utilizada para alimentar animales de caza) estaba «originariamente pensada para engordar ganado, y no para engordar venados de la clerecía, etc.»[193].

El derecho comunal principal era el de acceso a forrajes para el ganado, «derecho de pasto» [common of herbage], tal y como le llama la Carta del Bosque. Para mantener una vaca bastaban dos acres[194] de terreno, incluso menos en zonas arboladas o marismas y la mitad de los aldeanos de Inglaterra tenían derecho al uso de prados comunales. Hasta el siglo XVII «todos o casi todos los hogares situados en bosques, montes o marismas disfrutaban del derecho a forrajear sus vacas y abejas». Toda la familia participaba de un común que les proporcionaba un medio de subsistencia, un colchón para compensar los bajos salarios y «seguridad social» para los ancianos. Las familias de jornaleros sin tierra se enfrentaron a los cercamientos:

Recogían leña, espigaban tras la cosecha y sus hijos recogían nueces y bayas, espantaban a los cuervos de las cosechas, cuidaban de los cerdos en la recogida de la bellota, atendían a las ovejas y recogían lana de los prados […] Del sotobosque venía el avellano, de rápido crecimiento, para construir rediles para las ovejas, para arreglar setos y construir cercas. Las pequeñas ramas servían para guiar las matas de habas, y un tronco de avellano largo y atado con hojas de acebo era una escoba perfecta para la chimenea[195].

Los juncos se utilizaban para techar las casas, como soporte para el revoco de las paredes, eran buenos para las camas y para envolver quesos frescos. También servían para tejer cestos, alfombras, sombreros y asientos. La arena se utilizaba para restregar y esparcir por los suelos de las viviendas una vez a la semana y para que absorbiera la suciedad, el polvo y la grasa. Los comuneros obtenían mentol de la menta, digitalina de la planta dedalera, aspirina de la corteza del sauce; los espinos se utilizaban como purgante, el beleño como narcótico sedante; la consuelda para las magulladuras, la celidonia para quitar verrugas, el diente de león como diurético y laxante, y la matricaria aliviaba a los que sufrían de migraña.

La flora britannica de hoy en día es producto de aquellas luchas. Tomemos por ejemplo el níspero. Sabe a manzana asada y se utiliza para mermeladas, conservas y relleno de pasteles. Los nísperos no debían plantarse en los nuevos setos porque «es mala política aumentar las tentaciones del ladrón; los pobres holgazanes ya son bastante inclinados a las depredaciones, y aún tendrían menos propensión al trabajo si cada cerca proporcionase medios para su subsistencia»[196]. Muchos nísperos son reliquias de huertos o parques. Otros son el resultado de la costumbre, común por aquel entonces entre los campesinos, de plantar árboles frutales libremente. El atractivo del procomún surge del mutualismo de los recursos compartidos. Todo se utiliza, nada se desaprovecha. Reciprocidad, conciencia de sí, voluntad de discusión, gran memoria, celebración colectiva y ayuda mutua son las características del comunero.

Estos no eran los rasgos más adecuados para un proletario que, aparte de no poseer nada, no iba a ser más que un esclavo obediente. Los inspectores que investigaron las condiciones del bosque de Windsor en 1809 observaron que «la ausencia de aldeas compactas y la dispersión de los monteses no permite la disciplina social». Los habitantes «aumentaron sus demandas sobre leña, madera caída, ramas y copas, y raíces»[197]. La comunalización podía parecer inevitable, parte del orden de la naturaleza, incluso para alguien como William Blackstone, autoritario partidario de la propiedad privada, que dijo que ya que los animales tiraban del arado y abonaban los campos, darles pastos era necesario para la agricultura, parte «de la necesidad del asunto».

Timothy Nourse, el teórico del jardín inglés como recinto cercado, denunció a los comuneros a principios de siglo: eran «rudos y salvajes de carácter», sostenían «principios de igualdad», eran «insolentes y tumultuosos» y «refractarios al gobierno». Los comuneros pertenecían a una «raza sórdida»[198]. Se les comparaba con los indios, con los salvajes, con los bucaneros, con los árabes. En septiembre de 1723, Richard Norton, guarda del bosque de Bere, pretendió «acabar con estos árabes y estos bandidos». Blackstone ya hizo notar que el papa había excomulgado a los barones por «ser peor que los sarracenos», los enemigos árabes y musulmanes de los cruzados.

El fenómeno de los «negros» debe pues entenderse dentro del contexto racial atlántico, así como de la microhistoria local de los bosquecillos. Su disfraz era una representación de caranegra [blackface][199] pero no como en las danzas y canciones licenciosas del vodevil del siglo XIX, todavía no eran gestos teatrales: los sublevados contra los peajes de Herefordshire en 1736 se llamaban a sí mismos levellers y se pintaban la cara de negro. Moll Flanders se vistió a la manera de los hombres, como las corsarias Ann Bonny y Mary Read[200] y Macheath se transformó en marrano[201] para unirse a los esclavos del África Occidental[202].

Los «negros» de Waltham declaraban sus propósitos con confianza en las posadas, sus intenciones eran claramente anunciadas e inscritas en los bosques, con una nota clavada en el tronco de un árbol y no es necesaria una semiología avanzada. No sucede lo mismo con sus personas. Con la cara ennegrecida, se vestían con pieles y cueros y emergían de la espesura como criaturas de los bosques, a diferencia de las pelucas empolvadas, las mejillas coloradas y las medias de seda de los whigs. Vivían con los animales salvajes del bosque. Hay algo del vagabundo y del pillo en esta actuación, que es descarada y poderosa, así como del comunero que negocia sus pastos, su brezo, su leña, su terreno: estos comuneros son cazadores recolectores que tienen sus equivalentes en África y las Américas.

Hasta cuarenta de los «negros» de Waltham fueron juzgados después de ser arrestados en mayo de 1723. Cuando la Comisión Especial de Oyer and Terminer[203] abrió sus sesiones en junio de 1723 algunos de ellos habían muerto ya en prisión, y cuatro fueron trasladados a Maryland. Walpole, el primer ministro whig, cerró las puertas y colocó los cepos de Richmond Park. Era únicamente el más importante de los potentados y aquel uno de sus ostentosos parques. ¿Pero por qué los cepos? A principios del siglo XX la memoria de estos ingenios de mutilación aún estaba viva y en The Woodlanders, de 1887, Thomas Hardy nos describe cómo podían lisiar de por vida al incauto viajero.

La Compañía de los Mares del Sur se creó para explotar las riquezas del Caribe y del Atlántico sur permitidas por el asiento, la licencia para el tráfico de esclavos; así, Inglaterra se transformó en la «mayor potencia esclavista del mundo atlántico»[204]. Su agente en Cape Coast Castle durante la primera década del siglo dijo: «Nada puede hacer prosperar a las colonias como la mano de obra barata, y esto es tan cierto como que los negros son el único pueblo trabajador del que se puede depender». En los barcos de la Compañía seis de cada siete esclavos debían ser adultos y el resto chicos y chicas de entre diez y quince años; en ellos se utilizaban empulgueras y abridores de mandíbula para la alimentación forzosa. Los seres humanos se habían transformado en materias primas, comprados y vendidos, embarcados y enviados durante el siglo XVIII a través del océano, de continente a continente: «Cada fábrica tenía su propio hierro de marcar, normalmente una réplica de sus iniciales […] El hierro de marcar estaba hecho de oro o plata. Los comerciantes preferían los de oro porque se decía que producían una cicatriz más nítida y distinguible»[205].

En Virginia se desarrolló una marca permanente, esto es, la piel blanca, pues el momento de la burbuja coincidió casi con la «invención de la raza blanca», por utilizar el título de la extraordinaria tesis de Ted Allen. ¿Cuándo y cómo se originaron «los salarios de la blancura»?[206] No fue durante la rebelión de Bacon de 1676 en Virginia, cuando tanto los siervos [bond servants] blancos como los negros se coordinaron para librarse de la esclavitud y escaparon hacia las tierras comunales del oeste. Se intentaba crear un cortafuegos entre los dueños de las plantaciones y los trabajadores dependientes con la cesión de ventajas materiales a los proletarios blancos, en detrimento de los proletarios negros; las leyes de Virginia, en las que se declaraba esclavos de por vida a los africanos y anglo-africanos y a sus descendientes, fueron decisivas para conseguir este propósito. En 1723, los esclavos protestaron ante el obispo de Londres, el rey y «el resto de gobernantes»: «Liberadnos de este cruel cautiverio», pedían. También en 1723 el fiscal general, Richard West, exponía sus objeciones a esa misma ley: «No veo por qué un hombre libre debe ser tratado peor que otro, por la simple razón de su complexión». Pero el gobernador entendió la necesidad de «una marca perpetua» y de este modo sucedió lo que Ted Allen llama «una monstruosa mutación social»[207].

Rediker calcula que entre 1716 y 1726, la edad de oro de la piratería, 2.400 barcos fueron capturados y saqueados; los piratas bloqueaban puertos y perturbaban las vías marítimas. Se calcula que había, en un momento dado, entre mil y dos mil piratas activos en lo que «podía ser considerado como una comunidad multirracial de desterrados». Cientos eran africanos. Solo de entre los tripulantes de Barbanegra sesenta eran negros y Rediker cita al negro Deptford, quien en 1721 dirigió «un motín porque había demasiados oficiales, y el trabajo era muy duro y dios sabe qué». La piratería también evitó que el tráfico de esclavos siguiera desarrollándose. Esta fue la queja de Humphrey Morice, diputado, gobernador del Banco de Inglaterra y propietario de una pequeña flota esclavista, que lideró una petición al Parlamento y sufrió grandes pérdidas en 1719, el año en el que los «negros» empezaron seriamente sus acciones. Se envió un escuadrón de la marina al África Occidental y se ejecutó a 418 piratas en la horca durante este periodo[208].

Daniel Defoe estaba preocupado por la cuestión de la fuerza de trabajo, negra y blanca, en el Atlántico cuando publicó Robinson Crusoe en 1719. La novela dramatiza la teoría del valor trabajo, glorifica las complejidades de la división del trabajo y planta un pie europeo (Crusoe) sobre el cuello africano (Viernes). Alexander Selkirk, el personaje real que sirvió como modelo para Robinson Crusoe, murió en febrero de 1721 como marinero en una flotilla enviada a África Occidental para extirpar la piratería que estaba interrumpiendo el comercio de esclavos. Las aventuras y desventuras de Moll Flanders, publicado en 1722, trata la cuestión de la criminalización de lo común y del trabajo cooperativo a gran escala. La movilidad social ascendente no se conseguía mediante la acción afirmativa sino por la criminalidad negativa, como hacía Moll Flanders al engancharse a los salteadores de caminos en un primer paso de un ascenso social cuyo objetivo (una plantación de tabaco en Virginia) consigue finalmente, lo que le permite poner también su bota sobre el africano esclavizado. Si consideramos a Crusoe y Flanders como exponentes de la raza blanca (donde la raza se define precisamente como el estrato intermedio entre el trabajo esclavo y los dueños de las plantaciones), será en contraste tanto con los africanos como con los comuneros.

El periódico The New-England Courant[209] surgió inspirado en The London Journal, que había sido creado para exponer el fraude de la burbuja de los Mares del Sur (el servicio postal regular a través del Atlántico comenzó en 1721). El diario bostoniano publicaba noticias sobre barcos «que partían hacia Barbados, Jamaica, Virginia o Surinam». Su edición del 23 de julio de 1722 (núm. 52) trataba de rectificar la estupidez de sus compatriotas; citaba el famoso artículo XXXIX de la Carta Magna y comentaba:

Ningún hombre libre será hecho cautivo, etc. Estas palabras merecen ser escritas en letras de oro, y a menudo nos preguntamos por qué no están inscritas en mayúsculas en todos los tribunales de la ley, en todos los ayuntamientos y gran parte de edificios públicos, por ser esenciales para nuestros derechos y libertades inglesas.

El palo de la astilla ya se estaba empezando a pudrir. «Ningún hombre debe ser privado de su subsistencia sin contestación» suena vacío para los desempleados o para los indios que fueron declarados rebeldes en ese mismo periódico por atacar quince barcos pesqueros y cuyas mujeres e hijos fueron llevados como prisioneros a Dunstable. «Ningún hombre podrá ser exiliado o desterrado fuera de su país de origen» era una hipocresía para los hombres, mujeres y niños del África Occidental esclavizados en América. Entre los anuncios del propio periódico se podía leer: «El señor Thomas Selby de la Crown Coffee-House vende una agradable mujer negra, en la parte baja de Kingstreet».

¿Llegaron de hecho a solaparse la cuestión de los falsos negros y la de la esclavitud? Lo hicieron, geográfica, económica y legalmente. En lo geográfico, Waltham Chase está cerca de Portsmouth y, por lo tanto, próximo a las rutas marítimas del Imperio. De hecho, si querías viajar en el siglo XVIII de Portsmouth a Londres, una de las principales rutas te llevaba a través de los bosques de Hampshire y Berkshire, territorio de los falsos negros. Percival Lewis, anticuario del siglo XIX, señaló la proximidad entre el New Forest [Bosque nuevo] y Normandía, y aquel fue el primero de los bosques reales de Guillermo el Conquistador. De los siete «negros» de Waltham ahorcados en Tyburn en diciembre de 1723, tres eran de Portsmouth. En términos económicos, los astilleros de Portsmouth eran unos gigantescos consumidores de madera por lo que el proveedor de la marina mantenía una residencia fija en el New Forest. La tala de árboles para madera de construcción [timber] por parte de los comuneros fue especialmente intensa en 1719, cuando se talaron «árboles navales» [destinados a la construcción de barcos] para reparaciones de viviendas. El bosque estaba a tiro de piedra de los siete mares. En términos legales, la relación entre esclavismo y falsos negros se vio personificada por el procurador general Philip York, quien en 1723 procesó a siete comuneros del bosque merced a la Waltham Black Act [Ley negra de Waltham]. Cinco años más tarde, como fiscal general, decretó que el bautismo no otorgaba la libertad al esclavo, y con esta resolución permitió que los dueños de esclavos pudieran obligar a volver a las plantaciones a los esclavos de Inglaterra[210].

Piratas y cazadores furtivos solían celebrar juicios satíricos, en cuyos rituales se conservaban las formas de la Carta Magna. En 1722 en una isla cercana a Cuba, una tripulación pirata bajo el mando del Capitán Thomas Antis se entretenía con «una “corte de justicia simulada” en la que se juzgaban unos a otros por piratería». El juicio tuvo lugar ante juez y jurado: «Aquel que fue delincuente un día, fue hecho juez al siguiente»[211]. El corsario Charles Bellamy arremetía contra los ricos:

«En verdad, roban a los pobres bajo la protección de la ley, y nosotros saqueamos a los ricos bajo la protección de nuestro propio coraje». Ese mismo año, los «negros» del Bosque de Windsor organizaron un juicio satírico para juzgar al reverendo Thomas Powers, que maltrataba a su mujer e informaba al primer ministro Walpole en contra de los «negros». Hombres con las caras pintadas y piratas, comuneros y africanos, pusieron en práctica una histriónica conciencia de clase a través de un contra-teatro legalista.

En 1760, un año después de que Blackstone publicara sus reflexiones académico-diplomáticas sobre la Carta de Libertades, el levantamiento de esclavos en Jamaica liderados por Tacky dio comienzo a un ciclo de resistencia entre los esclavos del Caribe, con reverberaciones significativas entre los trabajadores de Londres y los comuneros ingleses, que culminó finalmente en la Revolución Americana. La expansión del imperialismo esclavista vendría a integrarse con la expansión simultánea de la clase obrera manufacturera en Inglaterra[212].

En el río Támesis, en 1762, el esclavo nigeriano Olaudah Equiano le hizo saber a su amo, que pensaba venderle a un caribeño, que él era un hombre libre. Los remeros de la gabarra que lo llevaron a su nuevo dueño «remaron contra su voluntad» y le dijeron que no podía ser vendido. Alentado, Equiano continuó peleando su caso en la cubierta del Charming Sally:

«Ahora eres mi esclavo», dijo el capitán. Yo le dije que mi amo no podía venderme ni a él ni a nadie. «¿Por qué?», dijo él, «¿es que tu amo no te compró?». Le confesé que sí. «Pero le he servido», dije yo, «durante muchos años y se ha quedado con todos mis sueldos y recompensas, pues yo solo ganaba dieciséis peniques durante la guerra; aparte de ello, estoy bautizado; y por las leyes de esta tierra ningún hombre tiene derecho a venderme». Y añadí que había oído a un abogado, y a otros en diferentes momentos, decirle a mi amo tal cosa. Ambos dijeron entonces que esa gente que me habían dicho aquello no eran mis amigos; contesté que era muy extraño que otras personas no conocieran la ley tan bien como ellos. Tras esto, el capitán Doran me dijo que hablaba demasiado inglés, y que si no me comportaba adecuadamente y permanecía callado tenía métodos a bordo para obligarme[213].

Mientras tanto, en Oxford, William Blackstone comenzaba a escribir sus Comentarios sobre las leyes de Inglaterra, publicados entre 1765 y 1769, un periodo en el que se empezó a forjar un vínculo más estrecho entre la Carta Magna y la abolición de la esclavitud.

Thomas Lewis, nacido en la Costa de Oro de Ghana, fue vendido a un comerciante de esclavos danés; trabajó sucesivamente para un noble, un peluquero y un juez; vivió en Nueva York, Carolina, Jamaica, Nueva Inglaterra y Florida antes de acabar en Londres. En 1770 unos cazadores de esclavos de Chelsea trataron de forzar su vuelta a la esclavitud, primero intentaron «amordazarle metiéndole un palo en la boca», pero sus gritos «llegaron a los oídos de unos sirvientes», que consiguieron ponerse en contacto con el abolicionista Granville Sharp, helenista y músico. Desde este momento los acontecimientos se desarrollaron rápidamente: mientras Sharp comenzaba las diligencias legales, los secuestradores se llevaron a Lewis al barco de esclavos, y comenzaron a navegar río abajo hacia el mar. «La presteza de mente, mano y corazón en esta operación no puede ser fácilmente sobrepasada». El momento decisivo sucedió el cuatro de julio. Sharp anota en su diario la tentativa de obtener la independencia, si no de la nación, al menos del esclavo:

4 de Julio. Me dirigí al procurador de justicia, al juez Welsh, al juez Willes y al barón Smith para conseguir un recurso de habeas corpus para Thomas Lewis.

El viento cesó, el recurso fue concedido, Lewis rescatado, su propietario putativo llevado a juicio; el tribunal decidió a favor de Lewis, mientras entre los asistentes se alzaba el grito de «fuera la propiedad, fuera la propiedad» [no property, no property].

La propiedad privada se encontraba muy cerca del estatus divino en la mente de la clase gobernante de Inglaterra de aquel tiempo. Es cierto que Blackstone admitió en sus Comentarios que existen elementos tales como la luz, el aire y el agua, que «deben permanecer indefectiblemente dentro del ámbito de lo común». Pero por lo demás definió la propiedad privada como «el único y despótico común que un hombre puede reclamar y ejercer de todos los objetos materiales de este mundo, excluyendo completamente el derecho de cualquier otro individuo del universo».

Para Granville Sharp supuso un triunfo, entre otras razones, porque la defensa de Lewis se basó en todo momento en el tratado de Sharp On the Illegallity of Tollerating Slavery in England [Sobre la ilegalidad de tolerar la esclavitud en Inglaterra], que durante todo el juicio tuvo un dedo en el libro para mantener abierto un pasaje en particular. Sharp escribió: «Hay muchos ingleses curtidos por los vientos que tienen poco de lo que presumir en cuanto a complexión frente a los indios» y que una menor tolerancia ante la esclavitud en algunos lleva al «cautiverio general de la gente común». Cita a Eduardo III (28, c. 3) para probar legalmente que un esclavo negro no puede no ser un hombre «y [que] ningún hombre de cualquier estado o condición podrá ser desposeído de sus tierras o arriendos, ni apresado o encarcelado o desheredado o ejecutado sin haber sido ello dispuesto tras el proceso legal debido»[214].

Sharp nos proporciona 24 páginas llenas de notas al pie en las que analiza los estatutos del esclavismo colonial, los compara con los de la servidumbre por contrato [indentured servant] y contrasta la época sajona con la tiranía feudal tras la conquista normanda. Aquellas costumbres bárbaras como el vasallaje «no tenían otra base que la usurpación violenta e impía de barones incivilizados de la edad oscura; y la religión, la moral, la razón y la ley de la naturaleza estaban obligadas a ceder el paso al imaginario (y equivocado) interés e incontrolable poder de estos desmedidos terratenientes». Más tarde, Granville Sharp concebiría en 226 páginas un sistema para una democracia local basada en el frankpledge[215], el modelo anglosajón de gobierno de comunidades locales, en un ejercicio que no se basaba simplemente en un interés arqueológico o utópico. El jurista y académico del siglo XVII John Selden demostró que los court leet (tribunales jurisdiccionales que incluían a los residentes de un vecindario) se desarrollaron a partir del frankpledge, y que estos tribunales se dedicaban a asuntos locales como la regulación de cuántas vacas u ovejas se podían poner en el común. Frankpledge, pues, era el término administrativo para la gestión de los recursos comunes[216].

Granville Sharp se convirtió en un coloso de la Carta Magna:

La sabiduría de siglos ha hecho la Carta venerable y la ha investido de una autoridad comparable a la de la misma Constitución, de la cual es en realidad una parte esencial y fundamental; así que cualquier intento de revocarla ¡sería traición al Estado! Por ello esta gloriosa Carta debe continuar vigente: incluso los artículos que hoy nos parecen inútiles deben prevalecer[217].

El juez en el caso de Thomas Lewis fue William Murray (Lord Mansfield), quien estaba decidido a no emitir un veredicto general contra la esclavitud. Como le comunicó a la defensa de Lewis, «me inclinaría a hacer creer a los amos que son libres y a los “negros” que no lo son, porque así ambos se comportarán mejor». Granville Sharp se puso furioso. El veredicto anunciaba:

Un manifiesto desprecio a los principios de la Constitución […] fomento del beneficio privado ante lo público, la propiedad sórdida y pecuniaria, como la del amo con su perro o su caballo, antes que la inestimable libertad; e insulto a un noble estatuto creado para la libertad de sujetos oprimidos por encarcelamiento para convertirlo en lo contrario, en un instrumento de opresión para entregar pobres hombres inocentes a la esclavitud completa e ilimitada, arrastrándolos como perros o caballos hasta un individuo privado, como meras mercancías[218].

En enero de 1772 se presentó el caso de James Somerset ante el King’s Bench [Tribunal del rey] con un recurso de habeas corpus, y seis meses más tarde se celebraba el juicio. Somerset había nacido en África, fue vendido como esclavo en Virginia y pasó a ser propiedad de un oficial de aduanas de Boston que lo llevó a Londres, donde se escapó. Aunque fue hecho prisionero, el recurso de habeas corpus impidió que fuera llevado a la colonia de nuevo como esclavo y su caso fue presentado ante un tribunal. El veredicto mismo fue ambiguo, incluso indescifrable, pero en cualquier caso se extendió la idea de que «la sentencia emitida por Lord Mansfield ha establecido el siguiente axioma, como propusiera el señor sargento Davy: “En el momento en que un esclavo pisa suelo inglés, es un hombre libre”»[219].

La idea de que el «suelo inglés» concedía la libertad aparece de nuevo en el tristemente famoso y vacilante pasaje de Blackstone sobre el esclavismo de sus Comentarios, y la defensa de Somerset recurrió al mismo:

Y el espíritu de la libertad está tan profundamente arraigado en nuestra constitución, enraizado incluso en nuestro propio suelo, que un esclavo o negro en el momento en que desembarca en Inglaterra se sitúa bajo la protección de sus leyes, y en lo referente a todo derecho natural, se convierte al instante en un hombre libre.

Esto figura en la edición de 1766, si bien en la que se publicaría al año siguiente se añade una aclaración que fue sugerida por Mansfield: «Si bien el derecho del amo sobre sus servicios pudiera continuar».

La idea de que la tierra confiere libertad es algo peculiar, más aún si sabemos que este recurso discursivo se introducía en el momento en el que la tierra (vallada, dividida, parcelada, cercada) era menos libre que nunca. Mansfield era un viejo amigo de Blackstone, profundo admirador de sus Comentarios (ayudó a corregir la primera edición); decía que comparado con Coke, este aparecía como «un autor zafio y menor»[220].

El asunto de lo común surge en este caso por dos vías. Somerset tenía un sobrino que, al conocer la noticia de su liberación, escapó de su propia condición de sirviente. Su amo escribió quejándose: «No he visto que haya huido con nada de mi propiedad. Solo se llevó sus ropas, sobre las que no sé si tenía derechos o no». La costumbre de que los sirvientes tuvieran sus propias ropas se llamaba vails[221]. De hecho, durante este momento de transición industrial, los trabajadores ingleses, que ya no tenían acceso a recursos comunes agrarios o del bosque, descubrirían o inventarían multitud de usos y derechos consuetudinarios como los vails[222]. Esta fue la primera manera en la que lo común emergió en este caso.

La segunda fue la siguiente: Sir John Lindsday, sobrino de Mansfield, tuvo una hija llamada Dido, una negra, cuya madre había sido prisionera de un buque español. Lord Mansfield se hizo cargo de la niña; Dido fue alfabetizada y en ocasiones trabajó como amanuense para el juez, escribiendo de manera legible y regular. La hija de un esclavo afroamericano se convirtió también en una comunera, al supervisar ganado vacuno y aviar en Kenwoood, la casa principal de Mansfield, que se beneficiaba de los pastos comunes de Hampstead Heath[223].

En la primavera de 1774, Olaudah Equiano se enroló en el Anglicania, con rumbo a Esmirna, en Turquía, y recomendó a «un hombre negro muy inteligente, John Annis, como cocinero». Y así comenzó la tragedia. El lunes de Pascua seis hombres en dos esquifes se llevaron a Annis por la fuerza a un buque esclavista. Equiano reaccionó rápidamente y con brío provocando otra frenética persecución: carrera de barcos en el mar y de apelaciones en tierra. «El que me conocieran me obligó a utilizar la siguiente estratagema: me blanqueé la cara para que no me reconocieran, y ello obtuvo el efecto deseado». Finalmente pudo interponer el recurso de habeas corpus, pero a pesar de blanquear su rostro y de atravesar las barreras de la raza y la alfabetización, Equiano perdió el caso por la deslealtad de su abogado. El barco esclavista partió hacia St. Kitt’s, donde Annis fue mutilado, azotado, atado a un poste, cargado de cadenas y asesinado[224].

Sin embargo, no todo es tragedia en esta historia. Estas experiencias no solo hicieron de Equiano alguien importante en la definición del movimiento abolicionista en Inglaterra, sino que además el habeas corpus se convirtió en parte de las luchas en América, en casos como el de Shadrach Minkins en 1851, y el de Anthony Burns en 1854. Ambos eran esclavos en Virginia que huyeron en barco a Boston, donde fueron recapturados. Estas dos peticiones de habeas corpus pusieron en cuestión, sin éxito, la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850. Sin embargo, en ambos casos se aplicó el principio de habeas corpus («que tengas el cuerpo») mediante la acción directa; se irrumpió en el juzgado con ayuda de un ariete en el caso de Burns para intentar la liberación del prisionero; fue un éxito en el caso de Minkins. Cuando William Lloyd Garrison pronunció en su famoso discurso de 1829 que el cuatro de julio era «el peor y más desastroso día de todos los 365», no era consciente de la victoria de Lewis y Sharp en ese mismo día de 1770.

Gracias a las luchas en Inglaterra, la Carta Magna pasó a formar parte del proceso de abolición de la esclavitud en América mientras la Carta del Bosque fue relegada a un pasado gótico. A pesar de que existía en América una animada lucha por los derechos comunitarios, tras la Revolución nadie sugirió su inclusión en la estructura constitucional de la sociedad[225].

De los tres juristas que he mencionado en este capítulo, uno era el vicario de una parroquia, otro un profesor y el tercero un abolicionista. William Waterson realizó un trabajo de anticuario en la búsqueda de una base documental para los derechos comunitarios; William Blackstone defendió la Carta Magna y la propiedad privada; Granville Sharp demostró cómo se podía utilizar la Carta Magna contra la esclavitud. Blackstone se refirió a los derechos sobre lo común como «heredades incorpóreas» porque restringía lo comunal a aquello susceptible de ser heredado; Sharp demostró que en la historia inglesa el vasallaje se transformó en un estatus de copy-holder, libre heredero y beneficiario de derechos comunales inmemoriales. Sharp se opuso a la esclavitud, Waterson era un defensor de lo comunal y Blackstone no fue claro en ninguno de ambos aspectos.

Granville Sharp redactó una historia alternativa gracias a lo que había aprendido de los ex-esclavos abolicionistas: volvió la vista hacia la Carta Magna y hacia la época previa a esta, y encontró en el frankpledge de los anglos y sajones una forma pura de democracia, que recomendó a los revolucionarios franceses, a los libertos que se establecieron en Sierra Leona y a los opositores del sistema de castas de la India. Se trataba de una forma de autogobierno para todos, «sean libres o sirvientes» (Bracton), que vigilaba y protegía, una salvaguarda que mantenía un «compromiso libre de los vecinos para los vecinos», y que evolucionó hacia el court leet, al generar normas que determinaban «cuántas vacas u ovejas se podían llevar a las tierras comunes».