What are thou Freedom?
Thou are not, as imposters say,
A shadow soon to pass away,
A superstition, and a name
Echoing from the cave of Fame.
For the labourer thou art bread,
And a comely table spread.
From his daily labour come
To a neat and happy home.
Thou art clothes, and fire, and food.
P. B. Shelley, The Masque of Anarchy, 1819[32].
La Carta Magna ha sido venerada durante ocho siglos. «Nació con una barba blanca», dijo Samuel Johnson. Aparece citada en el Body of Liberties [Cuerpo de libertades] de Massachusetts de 1641[33], la Bill of Rights [Declaración de derechos] de Virginia de 1776[34], y las enmiendas quinta y decimocuarta de la Constitución de Estados Unidos [35]. La historia de sus derechos políticos y legales ya se conoce. De hecho, se conoce demasiado, pues se suele recordar sobre todo como un mito y un icono, como elemento fundacional de la civilización occidental desde que en 1956 Winston Churchill publicara el primer volumen de A History of the English Speaking Peoples [Una historia de los pueblos de habla inglesa] en el que glorificaba la «hermandad», el «destino» y el imperio anglo-americano a través de reverentes referencias a sus recuerdos de la niñez sobre la Carta Magna[36].
La Carta Magna activa el freno de emergencia en un estado de despotismo acelerado y el tirador de este freno se encuentra en el artículo XXXIX. El abogado británico especializado en derechos humanos Geoffrey Robertson escribe:
La aparición de los «derechos» en cuanto conjunto de proposiciones populares que limitaban al soberano se suele explicar remontándose a la Carta Magna de 1215, pero ese documento no tenía nada que ver con la libertad de los ciudadanos individuales: lo firmó un rey feudal que se enfrentaba a unos violentos barones y que se vio forzado a ceder ante sus demandas[37].
De hecho, no existe ninguna evidencia de que el rey Juan supiera escribir. Además, debemos preguntarnos, ¿quién se remonta a la Carta Magna para explicar el origen de estos derechos? Existe una interpretación conservadora que restringe la Carta Magna a la élite, y una interpretación popular que incluye al pueblo libre y a los comuneros.
Robertson continúa diciendo que la Carta Magna «contenía algunas frases acertadas que se han ido introduciendo gradualmente en la common law y que durante siglos han cautivado con la magia de su retórica»[38]. Llamar magia a esas «frases acertadas» es pasar por alto las luchas en las calles y en los campos, las luchas en las cárceles y en los barcos negreros, las luchas en la prensa y en el Parlamento. El historiador Simon Schama también ondea alegremente una varita mágica: «Por primera vez, Inglaterra ya no quería un Arturo. Tenía la Carta Magna y esperaba que eso fuera suficiente Excálibur». Los Monty Python lo explican muy bien:
ARTURO. Yo soy tu Rey.
MUJER. No sabía que tuviéramos un rey. Yo no voté por ti. ARTURO. El pueblo no vota a un rey.
MUJER. ¿Cómo te convertiste en rey?
ARTURO: La Dama del Lago. Con sus brazos vestidos por la más pura y brillante seda elevó a Excálibur desde el fondo del agua, lo que significa por autoridad divina que yo, Arturo, debía llevar a Excálibur. Es por eso que soy tu rey.
HOMBRE. Escucha. Unas mujeres raras en un lago distribuyendo espadas no constituye ningún fundamento para un sistema de gobierno. El poder ejecutivo supremo deriva del mandato de las masas, no de una ridícula ceremonia acuática.
ARTURO. Silencio.
HOMBRE. No puedes pretender ostentar el poder ejecutivo supremo solo porque una fulana mojada te haya tirado una espada.
ARTURO. Cállate[39].
A mediados de junio de 1215 en el prado de Runnymede, a la orilla del río Támesis, los barones rebeldes y el rey Juan prometieron bajo juramento guardarse fidelidad mutua, según lo escrito en los sesenta y tres artículos de la Carta Magna. Detrás de este acontecimiento se encontraban las poderosas fuerzas del papa y el emperador, intrigas dinásticas en Francia e Inglaterra, perversas acciones de pogromo y fanatismo en nombre de Dios Todopoderoso, los efectos destructores de la economía del dinero y la multifacética defensa popular de los comunes.
Cuando evaluamos la experiencia del largo siglo XII (que culminaría en 1215), lo que salta a la vista es la similitud de los debates globales con los nuestros propios en el siglo XXI. En el verano de 2001, nos enfrentábamos a la exigencia de compensaciones por la explotación racista de África y la insistencia, durante el encuentro masivo de Génova, en que «otro mundo es posible»; estos precedieron a la «guerra contra el terror» tan a menudo comparada con una cruzada moderna, cuando el Islam sustituyó al comunismo como el Otro demonizado en la ideología de las clases dominantes. La génesis de la sociedad capitalista ha vuelto a la Edad Media, cuando los movimientos heréticos comunitarios y el Islam constituían la mayor amenaza a la Iglesia y a la monarquía[40].
Las cruzadas fueron distracciones militares de los conflictos sociales y económicos dentro de Europa. El papa Urbano II dejó esto bien claro en un discurso en Clermont en el año 1095, cuando declaró la bellum sacrum [guerra santa], la Primera Cruzada: «Dejemos que aquellos que han sido ladrones durante tanto tiempo sean ahora caballeros». En el mismo discurso demonizó a los musulmanes árabes y turcos: adoran a Satán, torturan, están sucios, son violadores y, en lo que constituye el primer programa racista y genocida de la historia de Europa, llamó a los cristianos a que «destruyeran a esa raza vil». Durante las cruzadas del siglo siguiente, el reclutamiento trató de ganar apoyos con visiones de una tierra de leche y miel, y la creación en la Tierra de un reino de paz y armonía[41]. Era la combinación de un pensamiento utópico y una realidad genocida que se repetiría una y otra vez en la historia europea y americana.
Las fuerzas que provocaron la violencia en Europa durante el siglo XII (mayor pauperización, intensificación de la expropiación de los siervos, crecimiento de las ciudades y aparición de las relaciones monetarias y comerciales) llevaron, por un lado, a que diferentes monarquías centralizadoras compitieran por marcar el orden con un papado en extensión y, por el otro, a que surgiera una gran variedad de movimientos desde abajo que fueron tildados de heréticos. Estos movimientos han sido comparados con una proto-Primera Internacional, para subrayar su carácter proletario. Los cátaros, los valdenses, los seguidores del panteísta francés Almarico de Bena, los fraticelos, los flagelantes, los hermanos del Libre Espíritu y los seguidores de Joaquín de Fiore poseían distintos programas teológicos y sociales, pero todos ellos eran considerados como una amenaza por la jerarquía feudal y eclesiástica. Joaquín incluso profetizó una nueva era, la era del espíritu, donde la jerarquía de la Iglesia sería innecesaria y los cristianos se unirían a los infieles.
Profetas y mesías predicaban la doctrina de poseer todas las cosas en común, algo que tenía sentido para los campesinos que defendían apasionadamente sus costumbres y sus hábitos comuneros contra las apropiaciones de los terratenientes feudales y el codicioso clero. Esta idea se hizo factible gracias al conjunto de derechos y prácticas tradicionales en las tierras comunales, que ya en el siglo XIII estaban en una situación precaria: por un lado, la escasez de tierra cultivable provocó assarts [claros cultivables que se obtenían arrancando árboles] en eriales y bosques y, por otro, la intensificada presión, por medio del incremento de precios por parte de los terratenientes, sobre el empobrecido campesinado amenazaba unas formas de comunalización esenciales para los pequeños propietarios del siglo XIII.
Si las cruzadas contra el Islam eran intentos de controlar la economía comercial del Este, las cruzadas contra los herejes eran la manera de aterrorizar a las poblaciones sin tierra de Occidente. En 1208, el papa lanzó una cruzada exterminadora sobre los herejes de Albi, en el sur de Francia. Estos, al creer que el mundo que les rodeaba era diabólico, se oponían a la procreación, que consideraban una crueldad, en la época en la que los niños de la Cruzada de los Niños de 1212 se vendían como esclavos. Mientras tanto, en Inglaterra, y en contra de la voluntad del rey Juan, el papa había nombrado a Stephen Langton arzobispo de Canterbury. En 1208 el papa puso al rey Juan bajo interdicto y al año siguiente lo excomulgó, a él y a su reino. Las campanas de las iglesias fueron retiradas de los campanarios y las estatuas de los santos quedaron en el suelo hasta que el rey Juan consiguió hacer las paces entregando su reino como feudo al papa.
En 1214, las ambiciones de Juan en Francia se vinieron abajo en la batalla de Bouvines. Perdió Normandía, la patria ancestral de la clase dominante en Inglaterra desde la invasión normanda de 1066; Felipe de Francia miró entonces a Inglaterra con codicia. En febrero de 1215 el rey Juan respondió jurando dirigir una cruzada a Tierra Santa para arrebatársela a los infieles musulmanes, y al convertirse en un «guerrero de Dios» adquirió una serie de inmunidades que le protegían de los barones. Para recaudar el dinero necesario para recuperar Normandía y unirse a las cruzadas, el rey Juan oprimió a los barones con el scutage (impuesto pagado por los caballeros en lugar del servicio militar), robando bosques, secuestrando niños y exigiendo rescates (asesinó a los veintiocho hijos de sus rehenes galeses), así como vendiendo mujeres. Estableció un tráfico regular en la venta de pupilas, fueran jovencitas de catorce años o viudas, y en 1214 vendió a su primera mujer, Isabel de Gloucester, a Geoffrey de Mandeville por la suma de veinte mil marcos[42]. Estos abusos fueron resultado directo de sus planes de luchar contra los infieles.
La Quinta Cruzada partió en 1215. El argumento genérico de su principal reclutador, Felipe de Oxford, para «tomar la cruz» era que las cruzadas suponían la realización de una vocación exaltada que imitaba a Cristo. Su manera de explicarlo resulta confusa, pues utiliza expresiones metafóricas que se refieren directamente a las expropiaciones de los habitantes de los bosques europeos:
En el bello bosque del paraíso, la muerte se ocultaba bajo el manto de la vida y, por el contrario, en el deforme y horrible bosque, la vida se escondía bajo el manto de la muerte, así como la vida se oculta, en el caso de las cruzadas, bajo el manto de un trabajo, que es como la muerte[43].
¿Son los bosques bellos u horribles? ¿Son los bosques el paraíso o la muerte? La respuesta dependía de si eras un barón o un comunero; por lo tanto, las cruzadas fueron un dispositivo mortífero que resolvía la contradicción metiendo al barón y al comunero juntos en la olla de la guerra religiosa.
La Carta Magna fue un documento de la Europa cristiana: su primer artículo versaba sobre la libertad de la Iglesia cristiana respecto a la autoridad secular del rey. Los acontecimientos en la Iglesia y en Inglaterra se desarrollaban en paralelo: el pontificado de Inocencio III (1198-1216) correspondió con el reinado del rey Juan (1199-1216); el rey Juan accedió a una tregua de cinco años con al-Adil, el hermano del gran Saladino y su sucesor como sultán de Egipto, en 1211; mientras tanto, el papa inauguraba en 1215 el IV Concilio de Letrán, donde se estableció la doctrina eclesial de la transustanciación, la confesión anual y la comunión en Pascua, se definió la herejía y se comenzó a exigir a los judíos que llevaran insignias que los identificaran. No es casualidad que el Concilio de Letrán y la Carta Magna se dieran en el mismo año. Además, el Concilio de Letrán condenó a Joaquín de Fiore por hereje en su segundo canon y preparó el terreno para la temible Inquisición, un hongo venenoso cuyo trabajo destructivo, con un micelio invisible y subterráneo, ha generado racismo desde entonces y durante siglos.
En mayo de 1215, los barones tomaron Londres y retiraron su homenaje y su fidelidad al rey. En junio se enfrentaron con el rey Juan en el campo de batalla de Runnymede. El diploma de pergamino de sesenta y tres artículos de libertades para los «hombres libres de Inglaterra» fue sellado y el homenaje renovado de viva voz. La Carta protegía los intereses de la Iglesia, la aristocracia feudal, los mercaderes, los judíos y además reconocía a los comuneros. Asumía que existía un procomún. Aquí nos detenemos un momento en nuestra historia para resumir algunos de los artículos principales de esta Carta.
Sus disposiciones revelaban la opresión de las mujeres, las aspiraciones de la burguesía, la mezcla de ambición y poder en la tiranía, una ecología independiente del procomún y el famoso artículo XXXIX del que derivan el habeas corpus, la prohibición de la tortura, el juicio por jurado y el imperio de la ley:
Ningún hombre libre podrá ser detenido o encarcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto fuera de la ley ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni usaremos la fuerza contra él ni enviaremos a otros que lo hagan, sino en virtud de sentencia judicial de sus pares y con arreglo a la ley del reino.
El siguiente artículo simplemente decía: «No venderemos a nadie, ni denegaremos o retrasaremos a nadie ni el derecho ni la justicia».
A los ojos del único cronista contemporáneo de la Carta Magna (un juglar del séquito de Roberto de Béthune) las disposiciones individuales de más importancia eran aquellas que trataban del menosprecio a las mujeres y de la pérdida de la vida u otros órganos por matar animales en el bosque[44].
Los artículos VII y VIII decían simplemente: «A la muerte del marido toda viuda podrá entrar en posesión de su dote y de su cuota hereditaria inmediatamente y sin impedimento alguno»; y «Ninguna viuda será obligada a casarse mientras desee seguir viviendo sin un marido». Podemos decir realmente que «uno de los primeros pasos en la emancipación de las mujeres se puede encontrar en la Carta Magna»[45]. Estas disposiciones surgieron de un movimiento popular de mujeres que contribuyó a la construcción de modelos alternativos de vida comunal[46].
La Carta Magna reconocía los intereses de la burguesía urbana. La Comuna de Londres había sido establecida en 1191 y su juramento, a diferencia del juramento de homenaje, se establecía entre iguales. Juan fue el primer rey que otorgó un ordenamiento a la Ciudad de Londres, con la elección anual de un alcalde. El filósofo e historiador escocés del siglo XVIII David Hume declaró que durante el reinado de Juan el puente de Londres fue terminado en piedra. La Carta Magna establecía la libertad de circulación para los mercaderes y en su artículo XLI declaraba: «Todos los mercaderes podrán entrar en Inglaterra y salir de ella sin sufrir daño y sin temor, y podrán permanecer en el reino y viajar por él, por vía terrestre o acuática». También establecía pesos y medidas, el fundamento de la forma-mercancía. Como escribió Edward Coke[47], «esos dos grandes pronombres: meum y tuum», los pronombres personales que se refieren a posesiones, nunca se alejaban mucho de su mente. De manera práctica, la posesión requería algún tipo de medida, que aparecían en el artículo XXXV:
Habrá en todo el Reino un patrón de medida para el vino, otro para la cerveza y otro para el grano, concretamente, el cuarto londinense; y una anchura para las telas que sean teñidas, de pardillo[48] o de cota de malla, es decir, dos varas entre las orlas. Del mismo modo habrán de uniformarse los pesos y las medidas.
Las disposiciones servían al mismo tiempo para proteger y para esquilmar a los judíos, que habían sido desarmados y más tarde masacrados en la coronación de Ricardo I, el hermano mayor de Juan y su predecesor en el trono, tal y como estipulaba el artículo X:
Si alguien que haya tomado prestada una suma de dinero grande o pequeña de judíos muriese antes de haberse pagado la deuda, su heredero no pagará interés alguno sobre esta mientras sea menor de edad, sea quien fuere la persona a la que deba la posesión de sus tierras. Si la deuda viniese a parar a manos de la Corona, esta no recabará más que la suma principal indicada en el título.
Los artículos XXVIII, XXX y XXXI acabaron con los robos de los pequeños tiranos: «Ningún merino ni oficial nuestro tomará grano u otros chattels [bienes muebles] de persona alguna sin pagarlos en el acto». La etimología de la palabra chattels refleja la evolución de la mercancía y, en este caso, sugiere el cambio desde una economía pastoril a otra agraria[49].
«Ningún merino, oficial u otra persona podrá tomar de un hombre libre caballos o carros para el transporte sin el consentimiento de aquel». «Ni nosotros ni nuestros oficiales llevaremos leña para nuestro castillo o para otra finalidad sin el consentimiento del dueño».
Otros artículos se pueden entender en los términos de una ecología de la energía, que no se basaba ni en el carbón ni en el aceite, sino en la madera. El artículo XLVII decía: «Todos los bosques que se hayan plantado durante nuestro reinado serán desforestados [disafforested] sin demora, y lo mismo se hará con las orillas de los ríos que hayan sido cercadas durante nuestro reinado». Disafforest significaba sacarlos de la jurisdicción real, no quería decir que se despejara el bosque y se talaran los árboles. El artículo XLVIII decía:
Todos los malos usos en materia de bosques y cotos de caza, guardabosques, guardacotos, merinos y sus oficiales, o de orillas de ríos por guardianes de estas, deberán ser inmediatamente objeto de investigación en cada condado por doce caballeros jurados que deben ser escogidos por hombres buenos del propio condado, y antes de cumplirse los cuarenta días de la investigación esos malos usos deberán ser abolidos total e irrevocablemente.
Esto se refiere a los derechos comunales del bosque. Físicamente, los bosques eran terrenos forestales; legalmente, los bosques eran un dominio real que se sometía a la ley forestal y donde el rey tenía ciervos. Palabra y ley llegaron a Inglaterra con Guillermo el Conquistador[50].
En las pocas ocasiones en las que se les presta atención como parte de la Carta Magna, los artículos XLVII y XLVIII suelen ser desdeñados como reliquias feudales, peculiaridades inglesas o cuestiones irrelevantes de patrimonio. Sin embargo, si entendemos las tierras forestales como reservas de energía, puede que nos interese prestar una mayor atención a estos artículos y dejemos de desecharlos condescendientemente. Para ello, necesitamos adoptar una «perspectiva de subsistencia»[51]. El gran estudioso de la Edad Media Marc Bloch escribió:
En una era en la que el instinto primigenio de la recolección estaba más cerca de la superficie de lo que está ahora, los bosques poseían unas riquezas mayores de lo que quizás hoy somos capaces de apreciar. La gente iba a ellos a buscar madera de forma natural, una necesidad mucho mayor de la que tenemos hoy en la era del petróleo, la gasolina y el metal. La madera se utilizaba para proporcionar calefacción y luz (en antorchas), como material de construcción (vigas para el techo, empalizadas de los castillos), para fabricar calzado (zuecos), mangos de los arados y otras varias herramientas así como para fortalecer los caminos con haces de leña[52].
«Hombres de roble grises, retorcidos, con la frente baja, las piernas torcidas, arqueados, doblados, enormes, extraños, de largos brazos, deformados, jorobados, sin forma». Se trata de una personificación de los enormes troncos y las pequeñas copas de los antiquísimos robles de Staverton. Los robles ingleses permanecen donde se alimentan multitud de vacas, cabras y ciervos. El pasto determina qué especies prosperan. Estos viejos árboles no eran el resultado de los bosques primitivos (de las glaciaciones, trece milenios antes), sino del pasto del bosque. El pasto del bosque es una creación humana generada a través de siglos de trabajo acumulado en el bosque, cuyos atributos incluyen el coppice (que crece desde el tronco partido) de fresno y olmo, que proporciona una sucesión enorme de cosechas de palos (para construir rastrillos, mangos de guadañas, y para usar el resto como estacas y leña); el renuevo (que crece a partir de la raíz) de álamo y cerezo que forma un grupo de árboles genéticamente idénticos llamados clones; y el pollard, donde se corta a una altura de entre dos y cinco metros por encima del suelo, dejando un tronco permanente, llamado un bolling, del que salen ramas como en el coppice pero fuera del alcance del ganado[53].
En los pastos del bosque hay una misma tierra para los árboles y los animales; los bosques comunales pertenecen a una persona pero son usados por otras, por los comuneros. Normalmente, la tierra pertenecía al señor, mientras que los animales pertenecían a los comuneros y los árboles a ambos: la madera al primero y la leña a los segundos. Pueblos enteros estaban construidos con madera: las vigas y puntales de las casas, las vigas curvas del techo, los bancos de roble para la oración. Además, las ruedas, los mangos, los cuencos, las mesas, los taburetes, las cucharas, los juguetes y otros utensilios, estaban todos ellos hechos de madera. La leña, además, era la fuente de energía.
Una enclosure multiusos en Runnymede con pastos y árboles para poda. Foto del autor.
El crecimiento del poder estatal, la capacidad de entrar en guerra y las quejas contra la monarquía surgieron a partir de su poder para afforest [aforestar] los bosques, es decir, situarlos bajo la legislación real[54]. Con la conquista normanda llegaron las innovaciones en los utensilios para comer (como el tenedor) y un nuevo lenguaje (el francés), nuevas personas (los normandos y los judíos) y diferentes animales (el jabalí y el ciervo). Guillermo y sus conquistadores normandos («un bastardo francés que aterriza con bandidos armados» según Tom Paine) pasaron por encima de las costumbres del bosque que habían prevalecido desde los tiempos anglosajones con la idea de que los bosques no eran necesariamente para extraer madera: «El bosque tiene su propia ley, que no se basa en la common law del reino, sino en el decreto arbitrario del rey»[55]. El bosque era el símbolo de estatus supremo del rey, un lugar de deporte. El Domesday Book de 1086 muestra que solo alrededor de la mitad de los poblados ingleses poseían bosques madereros; en julio de 1203, el rey Juan dio instrucciones a su jefe forestal Hugh de Neville para que vendiera sus privilegios forestales «a fin de recabar beneficios sobre la base de vender bosques y arrendar los assarts [claros hechos al bosque]»[56]; en 1215 había 143 bosques en Inglaterra, la mitad de ellos pastos forestales, después de 1216 se declararon muy pocos otros bosques en Inglaterra. Una autoridad escribe que las dos principales quejas que impulsaron la Carta Magna fueron «las malas prácticas del merino y la extensión de los bosques»[57].
Ahora que hemos resumido los artículos de la Carta y hemos hablado del papel fundamental de la madera y la leña en la vida material de la época, podemos volver a pensar sobre el destino del rey Juan. Apenas el barro de Runnymede se había secado en sus botas, Juan volvió a la guerra contra los barones y comenzó a conspirar con el papa en su contra: Inocencio III declaró la Carta nula y prohibió al rey que la obedeciera. Luis, que después se convertiría en rey de Francia, invadió Inglaterra a propuesta de los barones en 1216. El rey Juan murió en octubre de ese año.
La historia de su muerte se convirtió en leyenda entre los campesinos comuneros, relatada de boca en boca y recordada gracias a la historia oral, incluso por William Morris, el maravilloso artesano, socialista y poeta del siglo XIX, cuya versión voy a parafrasear:
Al huir de sus enemigos, el rey Juan perdió todo su equipaje en un golpe de marea; de muy mal humor se refugió en la abadía de Swinestead en Lincolnshire. «¿A cuánto se vende esta barra de pan?», preguntó en la cena, y cuando le contestaron que a un penique respondió: «¡Por dios! Si alcanzo a vivir un año más esta barra se venderá por doce peniques».
Uno de los monjes que estaba a su lado lo escuchó y consideró que su propia hora y momento de morir había llegado y que sería una buena acción morir matando a tan cruel rey y malvado señor. Así que salió al jardín, cogió unas ciruelas y cambió sus pipas por veneno. Después se presentó ante el rey y arrodillándose dijo: «Señor, por San Agustín, este es el fruto de nuestro jardín». El rey lo miró con maldad y dijo: «Come tú primero, monje». Así que el monje las comió sin que nadie pudiera ver cambio alguno en su expresión. Y el rey las comió también. En ese momento, frente a los ojos del rey, el monje se hinchó, se tornó azul, cayó al suelo y murió. Después el rey tuvo una punzada en el corazón, también él se hinchó, enfermó y falleció.
Esta es la historia que viene desde abajo y, al igual que la historia desde arriba (o desde el medio), debe ser examinada: los herbarios y huertos de los monasterios ingleses, además de ser ejemplos tempranos de trabajo colectivo fueron también los padres de la vida comunal basada en recursos poseídos en común. Así pues, cuando el monje ofreció al rey el fruto del jardín, se trataba del fruto en el sentido doble de la palabra, tanto un producto del trabajo humano como de la tierra, la lluvia y el sol (que pertenecen a todos), tal y como los campesinos que contaban esta historia y William Morris que la repitió comprendían bien. Las ciruelas tienen su origen en Bizancio y llegaron a Inglaterra en tiempos de la Carta Magna junto con los cruzados que regresaban. El rey Juan sufrió una muerte poética causada por una especie de represalia biológica.
Después de la muerte de Juan y durante la minoría de edad del nuevo rey Enrique III, de solo tres años, la suerte de la Carta Magna e incluso su paradero fueron inciertos. Francia controlaba la mitad de Inglaterra. El delegado papal en Inglaterra en el momento de la muerte del rey Juan y la coronación del niño Enrique III era el cardenal Gualo, que había tenido un papel activo en la erradicación de los albigenses[58]. Enrique III otorgó la Carta del Bosque siguiendo el consejo de Gualo (y los obispos ingleses). ¿Alimentaban los bosques la herejía? ¿Había sido el principal cazador de herejes del papa enviado a Inglaterra para impedir la expansión de la herejía con esta Carta?
«La invasión francesa salvó la Gran Carta», escribió McKechnie[59]. No fue hasta el 11 de septiembre de 1217 cuando Francia e Inglaterra hicieron las paces en una isla del río Támesis cerca de Kingston. Descalzo y sin camisa, Luis tuvo que renunciar al trono inglés y restaurar las Cartas de Libertades otorgadas por el rey Juan. El historiador constitucional victoriano Stubbs escribió que el Tratado de Kingston, que acabó con dos años de guerra civil, tenía: «En cuanto a importancia práctica, apenas mucho menos que la Carta en sí misma»[60]. En contraposición a su función como tratado durante las guerras de los barones, la reinstauración de la Carta en tiempos de paz la instauró como fundamento de gobierno.
Respetando la relación entre la Carta del Bosque y la Carta Magna, Wendover, el principal cronista contemporáneo, dijo que el rey Juan había otorgado una carta separada para el bosque, pero Blackstone alegó que esto era improbable puesto que, entre otras razones, la dimensión del pergamino de la Gran Carta [la Carta Magna] era lo suficientemente grande como para atender también las cláusulas relativas al bosque. En 1759, William Blackstone publicó una edición académica de ambas, The Great Charter and the Charter of the Forest [La Carta Magna y la Carta del Bosque]; fue la primera persona en imprimir sus textos exactos, tal y como se conocían:
No existe transacción en la época antigua de nuestra historia inglesa más interesante y más importante que el auge y progreso, la gradual mutación y establecimiento final de las cartas sobre libertades, enfáticamente tituladas la CARTA MAGNA y la CARTA DEL BOSQUE; y sin embargo no hay ninguna otra que nos haya sido transmitida con menor rigor y precisión histórica[61].
Blackstone apuntó que los arzobispos de Canterbury y Dublín
[…] entendieron que la generalidad del artículo XLVIII ponía en peligro la existencia de los bosques, al declarar que no era la intención de las partes el que las palabras generales de la Carta se usaran para abolir las costumbres de los bosques, sin cuya existencia los bosques no podían ser preservados.
Según Holt, las cláusulas de los bosques no establecían nada, solo sentaban las bases para la renovación del conflicto; el problema que planteaba el defforesting mantuvo viva la Carta Magna[62].
Una carta es un objeto material con una historia física[63]. Con sus diecisiete pulgadas y tres cuartos de ancho por dieciocho pulgadas y un cuarto de largo[64], el término Carta Magna es sorprendente. Utilizado por primera vez en 1218, servía para distinguir la Carta de su compañera, la más pequeña Carta del Bosque. Como dice el prefacio de Edward Coke al segundo volumen de sus Institutes of the Laws of England, de 1642:
Se llama Carta Magna, no porque sea grande en tamaño, pues habitualmente se aprueban muchas cartas voluminosas, especialmente en los últimos tiempos, y que son más largas que esta; tampoco de forma comparativa por ser mayor que la Carta del Bosque, sino en relación con la gran importancia y el peso del asunto que trata, tal y como aparecerá en adelante; y del mismo modo y por la misma razón a la Charta de Foresta [Carta del Bosque] se le llama la Magna Charta de Foresta y ambas juntas se llaman Magnae Chartae Libertatum Angliae.
Las grandes cartas de libertades inglesas[65] eran divulgadas leyéndolas en voz alta cuatro veces al año: en la fiesta de San Miguel, en Navidad, en Pascua y en la fiesta de San Juan. Se leían sin duda en latín, probablemente en su traducción al francés normando y quizás también en inglés.
La fecha del 11 de septiembre se repite cuatro veces en este trabajo. La primera en 1217[66]; la segunda, cuando el escocés William Wallace venció a Inglaterra en 1297; la tercera, en 1648 cuando los levellers ingleses presentaron la Large Petition [Gran petición][67], que reclamaba la soberanía popular, las compensaciones, los jurados, la tolerancia religiosa y la apertura de los cercamientos; y la cuarta, cuando la South Sea Company [Compañía del Mar del Sur] se felicitó a sí misma en 1713 por recibir la licencia (o asiento) para vender esclavos africanos a las colonias españolas en América. Esta fecha relaciona las cartas con los bosques comunes, con Gran Bretaña, con los levellers y con el tráfico de esclavos.
Las dos cartas fueron emitidas de nuevo juntas en 1225. McKechnie dice que ese momento «marcó la forma final que asumiría la Carta Magna»[68]. A partir de ese momento las dos se confirmaron de forma conjunta. Ya en 1297, Eduardo I indicó que las dos cartas debían convertirse en la common law del reino y, después de una ley de Eduardo III en 1369, las dos comenzaron a ser tratadas como un solo estatuto. Ambas cartas solían publicarse juntas al principio de los Statutes-at-Large [Estatutos Generales] ingleses. Blackstone concluye: «El establecimiento final y completo de las dos cartas, la Carta de Libertades y la Carta del Bosque, que desde su primera concesión por parte del rey Juan en 1215 habían estado en peligro a menudo y sufrido muchas mutaciones durante casi un siglo, ahora fueron fijadas sobre una base eterna».
Una de esas mutaciones, ocurrida entre 1215 y 1217, modificó el artículo VII: «[…] y ella tendrá mientras tanto una parte razonable de los estovers del común». ¿Qué son estos «estovers del común»? Coke lo explica: «Cuando los estovers están restringidos a los bosques, significan housebote, hedgebote y ploughbote». Estos botes[69] no implican un bosque común, también pueden referirse a campos o setos. Firebote y hedgebote son cuotas de material para combustible y para cercados; housebote y cartbote son los derechos para construir y equiparse. Coke continúa diciendo que los estovers significan sustento, alimento o nutrición. Así pues, técnicamente hablando, los estovers se refieren a lo que se recolectaba por costumbre en los bosques; a menudo se referían a la subsistencia en general. La Carta Magna definía los límites de la privatización. En el artículo XXXIII, la cláusula: «A partir de ahora se quitarán todas las empalizadas de pesca del Támesis, del Medway y de toda Inglaterra, excepto las construidas a orillas del mar», se refiere al derecho a pescar en las aguas de otra persona junto con ella («pesquerías comunales»). El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas declara: «En ningún caso podrá privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia»[70].
De un continente a otro, la humilde figura de una mujer mayor doblada por el peso de las ramas de leña que acarrea y que ha recogido en los bosques ha sido la figura icónica de una época reproductiva, y su protección es uno de los más antiguos mandamientos escritos en la historia humana, desde las leyes mosaicas en adelante («Cuando segares tu mies en tu campo y olvidares alguna gavilla en el campo, no volverás a tomarla: para el extranjero, para el huérfano y para la viuda será», Deuteronomio 24:19). Dondequiera que se estudie el tema, se encuentra una relación directa entre las mujeres y los comunes. La feminización de la pobreza en nuestra propia época se ha generalizado justo cuando los comunes mundiales se han visto cercados.
¿Qué sucedió entre 1215 y 1217 para hacer que esta cláusula se insertara en el artículo VII? La respuesta es: una guerra. La guerra civil continuó. Francia invadió Inglaterra. En la guerra lucharon jinetes, poderosas unidades bélicas, terroríficas, caras y ubicuas, a los que el rey quería recompensar con bienes y tierras para «levantar a los hombres del polvo». En la guerra también lucharon arqueros; marineros; lucharon muchos miles de campesinos libres y siervos de la gleba. Monstruosas armas de destrucción masiva arrojaban terror desde el cielo: las manganas lanzaban piedras de molino, el trabuquete bombardeaba, las catapultas tiraban dardos, la balista (como el arco) piedras y misiles, y la arbalesta descargaba todo tipo de flechas, piedras y pernos. Destruían ciudades, cegaban a los soldados, quemaban casas, arrasaban pueblos, herían y mutilaban a la gente sin discriminación. La guerra causaba la muerte por pestilencia, por ahogo y por fuego, además de por los impactos directos caídos del cielo. La guerra producía viudas. La «mutación» (como la llama William Blackstone) del artículo VII entre 1215 y 1217 reflejaba esta realidad.
El assize[71] de Woodstock (1184) permitía que los pobres tuvieran estovers, pero solo bajo unas reglas muy estrictas. McKechnie escribe: «Si los ricos sufrían daños en sus propiedades, los pobres las sufrían de forma aún más dura: unas severas leyes les impedían proveerse de sus tres necesidades primarias, la comida, la leña y los materiales de construcción»[72]. En Somerset hubo quejas porque «toman seis peniques del pobre que ellos prenden y de cualquier hombre que lleve leña a sus espaldas». En Stratford, a un guardabosques se le confiscó un cuarto de trigo «por tener estacas para el maíz y por recolectar la leña muerta como combustible en los dominios del bosque del señor rey». A veces un tirano local establecía un verdadero reino de terror. En ese sentido, en la medida en que la Carta del Bosque de 1217 protegía los comunes era también una profilaxis contra el miedo.
El primer artículo de la Carta del Bosque reservaba los comunes de pasto para todos los que tenían dicha costumbre. El artículo VII prohibía a los celadores o guardas forestales que se llevaran haces de maíz o avena, o corderos o cochinillos en lugar de un impuesto feudal llamado scotale. El artículo IX proporcionaba agistment [pastos] y pannage [forraje] a los hombres libres. El XIII declaraba que todo hombre libre debía tener acceso a su miel. El XIV decía que los que vinieran a comprar madera, vigas, cortezas o carbón y a llevársela en carros debían pagar chiminage (un impuesto de carreteras) pero no así los que se la llevaban cargándola a sus espaldas.
Coke nos advierte que no debemos pasar por alto ni una sola sílaba de esta ley. Las costumbres sustantivas a las que se refiere la Carta Magna son las de un medio ambiente forestal que sustentaba una cultura material cuya estructura y arquitectura se componía de madera y no de acero ni plástico. Richard Mabey, el incomparable naturalista, autor y periodista inglés, ha escrito sobre los bosques ingleses: «Más que ningún otro tipo de paisaje se trata de lugares comunales, con generaciones de historia natural y humana compartida, inscrita en su propia estructura»[73].
El herbage es el derecho al pasto común, como el agistment, que permitía al ganado deambular por el bosque. El pannage es el derecho a dejar que los cerdos coman bellotas y hayucos. Los assarts y los swidden son aspectos de la labranza para cultivar. Firebote, snap wood, turbary, lops y tops se refieren al combustible. Chiminage se refiere al transporte. Los «estovers del común de la viuda» son, por lo tanto, una expresión que nos lleva a un mundo completamente diferente, al mundo del valor de uso.
J. M. Neeson describe los usos de la madera: los lops y tops o la snap wood son para la casa; las aulagas y las malas hierbas para el forraje; la maleza y los matorrales se usaban en los hornos de los panaderos y alfareros. Neeson toma nota de dónde se podían encontrar estacas para plantar las judías, de lo buena que era la madera de avellano para los apriscos y de cómo construir un cepillo para limpiar la chimenea. Los bosques eran una reserva de combustible, una despensa de delicias y un botiquín de remedios y curas[74]. En lo que respecta a la comida, las avellanas y las castañas se podían vender en el mercado, los champiñones de otoño servían para dar sabor a las sopas y guisos. El perifollo salvaje, el hinojo, la menta, el tomillo salvaje, la mejorana, la borraja, la albahaca salvaje y la hierba lombriguera servían como hierbas culinarias y medicinales. La acedera, la achicoria, las hojas de diente de león, la pimpinela menor, la hypochaeris radicata, el aruncus, la lactuca serriola, el sonchus, la aristoloquia, la paronychia, la milenrama, la mostaza de campo y la pata de gallina servían para hacer ensaladas. Las bayas de saúco, las moras, los arándanos, los bérberos, las frambuesas, las fresas salvajes, el escaramujo y la majoleta, los arándanos y las endrinas servían para preparar gelatinas, mermeladas y vinos.
La medievalista Jean Birrell ha descrito la lucha del siglo XIII por los derechos comunales. Pone particular énfasis en la variedad de comunes del bosque, que eran ya antiguos y tradicionales: «La mayoría habían sido establecidos hacía tiempo, algunos eran recientes; algunos estaban definidos de manera precisa y por escrito, pero la mayoría quedaban definidos solo por la costumbre». Estaban amenazados por las presiones económicas que se derivaban del crecimiento de los pueblos y el incremento del comercio, cuando los bosques eran talados y se establecían los assarts. El número de gente común creció, la cantidad de tierras comunales disminuyó y los señores feudales trataron de limitar los derechos comunales. Comenzaron a aparecer el intercommoning [inter-comunalidad] y las stints [rotaciones] mientras el derecho consuetudinario y la acción directa preservaban el procomún. Los hombres de Stoneleigh, en Warwickshire, elevaron una petición al rey en 1290 porque habían perdido sus estovers y pastos por los assarts señoriales y ya no podían sobrevivir[75].
A menudo, la Magna Carta se refiere a los hombres libres y desde entonces han sido muchas las ocasiones en las que se ha protestado por esta expresión. Por ejemplo, Mark Twain en Un yanki en la corte del Rey Arturo, se refiere a ella «como un sarcasmo de la ley y de la expresión». Es decir, se trata de una impostura, una sombra, una superstición «que resuena desde las cuevas de la Fama». Sin embargo, si tenemos en cuenta la microeconomía de los bosques que tan bien describe Neeson, podremos apreciar la respuesta tan acertada que da Shelley a la cuestión que se planteaba al principio de este capítulo: «What art thou Freedom?» [¿Qué eres tú, libertad?].
For the labourer thou art bread.
And a comely table spread.
From his daily labour come.
To a neat and happy home.
Thou art clothes, and fire and food[76].
Por consiguiente, los derechos comunales difieren de los derechos humanos. En primer lugar, los derechos comunales están inscritos en una ecología particular, con su propia agricultura y ganadería locales. Para los comuneros, la expresión «la ley de la tierra» del artículo XLIX no se refiere a la voluntad del soberano. Los comuneros piensan antes, no en los títulos de propiedad, sino en las acciones humanas: ¿Cómo se labrará esta tierra? ¿Necesita abono? ¿Qué es lo que crece aquí? Comienzan por explorar. Podríamos llamarlo una actitud natural. En segundo lugar, la comunalización se basa en un proceso de trabajo, resulta inherente a la propia praxis del campo, de las tierras altas, del bosque, de la marisma y de la costa. Uno adquiere derechos comunales gracias a su trabajo. En tercer lugar, la comunalización es colectiva. En cuarto lugar, al ser independiente del Estado, la comunalización también es independiente de la temporalidad de la ley y del propio Estado. La Carta Magna no es una lista de derechos, garantiza perpetuidades. Se inscribe profundamente en la historia humana[77].
La Carta Magna era un tratado entre fuerzas contendientes en una guerra civil. Tal y como ha dicho J. C. Holt, era un documento político que trataba de resolver siete conflictos distintos, a saber, el que se daba entre la Iglesia y la monarquía, entre los individuos y el Estado, entre los maridos y las mujeres, entre los judíos y los cristianos, entre los reyes y los barones, entre los mercaderes y los compradores, y entre los comuneros y los privatizadores, pero no trataba de resolver estos conflictos en el sentido de declarar la victoria de una de las partes. Y su tarea aún no ha concluido; el artículo XLIX ha crecido hasta adquirir una dimensión que encarna principios fundamentales: el habeas corpus, el juicio por jurado y la prohibición de la tortura; y hay otros artículos que también deben expandirse. Encontraremos cinco principios más en la Carta de Libertades: el principio de vecindario, el principio de subsistencia, el principio de circulación, el principio de contra-vallados y el principio de compensación.